Leído en Humanismo en Jesús.
NOTA: Hace algunos años, asistimos a un fenómeno donde las personas de buena fe llegaban al deber de apostar la fe a la cual les había asociado su bautismo y su cultura religiosa. Este fenómeno me interpeló en particular y dio lugar, en 2009, a esta reflexión sobre esta Iglesia fuera de los muros. Desde entonces, nos ha llegado el papa Francisco cuya mirada lleva más allá de los muros.
Voces se elevan cada vez más en el mundo cristiano para denunciar autoridades y doctrinas que no cuadran más con el Espíritu evangélico y el mundo de hoy. Es necesario visitar los blogs que tratan de la Iglesia para realizar que un malestar profundo está allí como una brasa que se enciende al menor soplo de viento. La ola de apostasías que conocio la Iglesia Católica da a estas voces el carácter trágico de las cuestiones que plantean.
En uno de los comentarios sobre este debate que alimentaba los intercambios de entonces, yo hacía la siguiente reflexión: ¿No asistimos a la aparición de una Iglesia “fuera de los muros”, una iglesia que no llega más a reconocerse en esta Iglesia “vaticana y doctrinal” reconociéndose, no obstante al mismo tiempo, en los “Evangelios” y los “grandes testigos ” que se inspiran de ellos? ¿La fe no desborda muchísimo los límites institucionales de la “Iglesia vaticana”, hondando sus raíces en un “don personal del Espíritu”? En este sentido, hay sin duda mucho más creyentes que pensamos en la diáspora del mundo que en la Iglesia oficial. ¿No se reúne el Cuerpo de Cristo en quienes vive su Espíritu?”
Hoy, más que en el pasado, realizamos los límites de todo encuadro exterior. La historia nos revela, en efecto, cómo las múltiples formas de enmarco han sido en general, lugares privilegiados de abuso de poder y de manipulación de los espíritus, vedados de ambiciosos, hipócritas y dominadores. En muchos casos, los templos, construidos de manos de hombre como son las jerarquías políticas, económicas, eclesiales, sociales y culturales, se apoderan sutilmente las conciencias individuales y colectivas para mejor manipularlas. Bajo la influencia de estas jerarquías hemos sido todos y todas, a la vez y en distintos grados, víctimas y solidarios de crímenes y horrores cometidos contra la humanidad. Los Gobiernos que sostenemos, las religiones que defendemos, los organismos que apoyamos tienen, todos, las manos manchadas de algunos crímenes o injusticias. Si tenemos requisiciones a presentar por las ofensas recibidas, tenemos igualmente que pedir perdones por las faltas cometidas por una u otra de estas instituciones de las que nos afirmamos solidarios.
La conciencia grita en cada uno de nosotros algo que se impone como una fuerza que interpela, como una pasión que empuja a actuar. A la manera de Sócrates (Apología), oímos la voz del dios que nos invita a tomar el camino de la Verdad que libera de los aparatos y falsedades. A la manera de Jeremías e Isaías, oímos la voz de Iahvé que dice de preocuparnos más aún del culto que consiste en aprender a hacer el bien, a buscar lo que es justo, a garantizar los derechos al oprimido, a hacer justicia al huérfano, a defender la viuda y el extranjero (Is.1, 17; Jer. 22,3). A la manera de Jesús, oímos el sermón de la montaña que nos devuelve hacia las cosas esenciales de la vida. ¿San Pablo no nos dice que somos el templo del Espíritu Santo que está en nosotros y que nos viene de Dios? (1 Cor.6, 19) Este lenguaje, que remonta a varios milenios, ha sido constantemente recogido por los sabios y profetas de todas las épocas y, de una determinada manera, por la conciencia que vela en cada uno de nosotros. Ella nos recuerda estas verdades fundamentales a las cuales está convivida la humanidad entera.
Entramos pues en una nueva era en que se confirma esta profecía de Jeremías:
“Cuando llegará el tiempo, realizaré con mi pueblo otra alianza: pondré mi Ley en su interior, la escribiré en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. No tendrán ya que enseñarse mutuamente diciéndose los unos a los otros: ¿conozcan al Señor? Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande”).
Cada ser humano lleva en él al espíritu que está en el centro de la conciencia. Corresponde a cada uno tanto de atraparlo como de dejarse atrapar, de distinguirlo a través de todo lo que lo invade y solicita. No podemos remitir sobre los demás las responsabilidades de las decisiones que tomamos, las solidaridades que asumimos y los comportamientos que adoptamos. De ahí la importancia de distinguir esta voz de la conciencia, la única capaz de conducirnos a la verdad, a la justicia, a la libertad y a la felicidad. “Todo me está permitido, pero no todo me conviene.” (Pablo, 1 Cor, 6, 12). La fe misma de la comunidad estará siempre allí para ayudar a este discernimiento y para apoyar este compromiso al servicio de una humanidad que aspira a la verdad, a la justicia, a la paz y a la bondad.
Nadie puede detenernos en este compromiso. Nos es profundamente personal.
Concluyo con las recientes palabras del papa Francisco a los sacerdotes, obispos y cardenales:
“No deben considerarse propietarios de poderes especiales o dueños de la Iglesia.”
Oscar Fortin
Traductor:Marius Morin
Espiritualidad
Iglesia, Muros, Papa Francisco, Periferia
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