“Ayunar de imágenes, escuchar rumores”, por Dolores Aleixandre.
De su blog Un grano de mostaza:
Al llegar Diciembre, reemplazando a los engendros de Halloween y en dura competición con Papá Noel, emergen en nuestros belenes, felicitaciones o escaparates, una serie de personajes que la Navidad ha “esponsorizado” y que la costumbre y el folclore han ido encogiendo y trivializando: los pastorcillos, la mulita y el buey, Herodes en su castillo, los tres reyes magos con sus camellos y sus pajes… Para mucha gente no son ya más que pobladores de un peculiar país de liliputienses a quienes se contempla con paternal condescendencia y a quienes se soporta con la misma resignación que al colectivo Peces-en-el-río atacando de nuevo y amenazando con beberse toda la cuenca hidrográfica.
También es verdad que existen otros ámbitos en los que se intenta darles un tratamiento diferente pero a veces es peor si el “entendido” de turno, carraspeando un poco e impostando levemente la voz, trata de sacar a su auditorio de su ignorancia bíblica: “Bien, como de todos Vds. es sabido, estamos ante narraciones de género midrásico, carentes de intencionalidad histórica…” Y da en hueso porque el auditorio no suele arder en ansias de ser ilustrado y además se enfada mucho cuando alguien pretende tocarles las cosas que aprendieron de pequeños.
Tratando de encontrar una vía alternativa, mi propuesta es “hacer un ayuno” de imágenes y releer los relatos de la infancia de Jesús en los dos primeros capítulos de Lucas, prestando atención solamente a su “banda sonora“.
Empezar por escuchar los “rumores“, el murmullo de conversaciones que suscita el nacimiento de Jesús, captando la “ebullición comunicativa” que va alcanzando e implicando a todos los personajes: nace del ámbito de Dios que envía al ángel Gabriel a hablar con Zacarías en el templo mientras, fuera, la gente se hace preguntas inquietas. La conversación se reanuda entre María y el ángel, continúa después entre ella e Isabel que pronuncia su bendición “con una voz fuerte” y la escena desemboca en un himno de alabanza; cuando Zacarías recuperó el habla y se puso a bendecir al Señor, “lo sucedido se contaba por toda la serranía de Judea y cuantos lo oían pensaban en su interior ¿qué va a pasar con este niño”. En las afueras de Belén se escuchan himnos de ángeles y los pastores que los han escuchado en silencio, toman enseguida la palabra, cuentan en Belén lo que les han dicho y se vuelven glorificando a Dios; Simeón entona otro himno, bendice a los padres del niño y Ana se pone a hablar de él a todos.
Y en medio de este tejido sonoro de palabras humanas, se van entrecruzando la gracia y la Palabra de Dios que descienden y la bendición que asciende hacia él dándole respuesta, avanza por ondas concéntricas y contagia cada vez a más gente: a los que rodean la oración de Zacarías; a amigos y vecinos que escuchaban y se preguntaban; a los destinatarios del anuncio de la salvación; a todos los que en Belén oyen a los pastores, a las naciones que vislumbra Simeón como últimas destinatarias de la luz que trae el niño, a “los que esperaban el rescate de Jerusalén” y son evangelizados por Ana la profetisa . Hasta los ángeles se dejan arrastrar por ese movimiento multiplicador: “se les juntó un ejército celeste cantando…”. “Ver no es suficiente“, insinúa discretamente Lucas, “sólo la Palabra desvela el fondo de las cosas que, detrás de sus apariencias banales, esconden un sentido que sólo saben percibir los que estén dispuestos a escuchar.”
Un año más está ante nosotros la posibilidad de que los “rumores y murmullos” que suscita el nacimiento de Jesús nos hagan más capaces de “bien decir” de Dios, de la vida y de las personas. Una vez más se deja oír esa “banda sonora” que cuestiona, provoca, invita a desplazamientos, a cambios de lugar y de postura y convoca a búsqueda y a urgencia.
Feliz Navidad y próspero año nuevo para escucharla y bailar a su ritmo.
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