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La muerte de Dios

Sábado, 23 de enero de 2021
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nietzscheLa seguridad jurídica que ofrecen las actuales democracias, la estabilidad económica de la que goza buena parte de la población y el confort que facilita la tecnología, han hecho florecer una nueva sociedad que ya no se siente acuciada por las lacras de antaño. Como es natural, sus artífices nos sentimos tan ufanos de ello, que afirmamos que no es preciso esperar hasta después de la muerte para alcanzar la plena felicidad, pues al fin se puede lograr en esta vida.

Pero estos logros nos han engreído de tal modo, que nos han llevado a despreciar cualquier creencia, conocimiento o costumbre previos a nosotros; a olvidar que la selección natural no solo actúa sobre la evolución biológica, sino, sobre todo, sobre la evolución cultural; que las costumbres y creencias que hemos recibido (y ahora despreciamos) son el resultado de miles de años de evolución.

Quizá lo menos importante de una creencia es que sea verdadera. Lo que la hace importante es que da sentido a nuestra existencia, nos mueve a vivir una vida que no se detiene con la muerte, nos ayuda a soportar mejor sus reveses, nos empuja a vivir con ambición y nos impide resignarnos a la condición de meros animales evolucionados.

Y sobre esta base descansaban nuestras vidas, pero la hemos destruido. Lo peor es que, para llenar el vacío, hemos abrazado con fervor unas ocurrencias improvisadas que no llenan nada y nos abocan a vivir en una constante evasión de nuestra realidad. Hemos impuesto por la fuerza de la demagogia una concepción reduccionista del ser humano, hemos ridiculizado sus creencias y denostado sus valores y tradiciones, hemos llamado libertad a la esclavitud a la que nos someten las pasiones … y nos hemos equivocado.

Nos hemos equivocado, porque esta idea del mundo y del ser humano ha desembocado en la aniquilación del hábitat, la pérdida generalizada de sentido, el alumbramiento de una sociedad egoísta y deshumanizada, y el ahondamiento brutal de la brecha entre ricos y pobres. Lo paradójico es que hemos vestido este desastre de movimiento de liberación. Aseguramos que el hombre debe liberarse de los prejuicios que le han esclavizado a lo largo de la historia, y de lo primero que debe liberarse es de ese Dios imaginario que nos oprime, nos infantiliza y nos impide avanzar.

En su libro “La gaya ciencia”, Nietzsche recoge magistralmente esta situación: «Aquel hombre, frenético o loco, no dejaba de gritar: “¡Busco a Dios! ¿Qué ha sido de Dios?” … Fulminándolos con la mirada, agregó: “Os lo voy a decir. Lo hemos matado. Vosotros y yo lo hemos matado. Hemos dejado esta tierra sin sol, sin orden, sin quién la conduzca… Vagamos como a través de una nada infinita en busca de…”»

Nietzsche no pretende decir que Dios antes existía y ahora ha muerto, sino que la idea de Dios ha muerto en nuestra cultura. Y aunque el loco hace este anuncio acompañado de gran desasosiego, en realidad Nietzsche lo tenía muy claro: la muerte de Dios iba a hacer surgir en nosotros el superhombre que llevamos dentro; un hombre a la altura de los dioses, más noble, más fuerte, más voluntarioso, dotado de la moral de los señores …

Pero el hombre moderno vive esclavo del aparato burocrático del estado, manipulado por demagogos infames, alienado por los medios de comunicación y abrumado por mil preocupaciones banas. Erich Fromm lo retrata así: «El hombre actual vive pendiente de los otros hasta el punto de que su seguridad depende de no apartarse del rebaño. La maquinaria económica dirige sus deseos de forma que es conducido sin líderes en pos de ninguna meta; exactamente igual que si se tratase de un autómata»

Y como decía el loco, «Vagamos como a través de una nada infinita en busca de…» … ¿De qué? …

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Fuente Fe Adulta

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“La versión humanista del cristianismo”, por Juan Antonio Estrada.

Viernes, 7 de septiembre de 2018
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9788498797312Las muertes de Dios

A la luz de la deconstrucción de la fe tradicional y de sus fundamentos teológicos, ¿es posible seguir siendo cristiano hoy? ¿Cómo superar el nihilismo ambiental y salir de un pensamiento deconstructivo? ¿Cómo se puede creer después de la muerte de Dios? ¿Es posible ser un cristiano no teísta? ¿Se puede reducir el cristianismo a una espiritualidad y un humanismo ético, sin que se pierda la continuidad con la fe tradicional? ¿Es posible afirmar al cristianismo como una oferta de sentido, sin plantearse la verdad del significado que se ofrece? ¿Se puede mantener la pretensión de universalidad y de salvación del cristianismo a pesar de que hoy tenemos un mayor conocimiento de las otras religiones? ¿Es posible una pretensión de absoluto en formulaciones y hechos que son siempre históricos y contingentes? Estas son algunas de las preguntas en el nuevo marco cultural, social y religioso que ha surgido a finales del siglo XX. Para responder a ellas hay que analizar el contexto social y cultural actual. La postmodernidad y la globalización caracterizan al tercer milenio. El simbolismo de la muerte de Dios está vinculado al creciente déficit de sentido, al nihilismo ontológico, cognitivo y moral de nuestras sociedades. La pluralidad y la carencia de fundamentos son constitutivos de la mentalidad postmoderna. La globalización genera la relativización de lo particular y arruina los sistemas con pretensiones de universalidad. Hago aquí una adaptación para FronterasCTR de algunos párrafos del capítulo V de mi obra, publicada recientemente en la Editorial Trotta, Las muertes de Dios. Ateismo y espiritualidad (Trotta, Madrid 2018). A esta obra me refiero para ampliación, clarificaciones, matices y referencia a las notas a pie de página.

La crítica de la modernidad llevó a la laicización del Estado y a la secularización de la sociedad, que generó la crisis de las religiones y la pérdida de irradiación de lo religioso en la cultura. Con la postmodernidad podemos hablar de una segunda secularización, que ha agravado la falta de correspondencia entre la sociedad y la cultura, por un lado, y las religiones por otra. El cristianismo tiene dificultades para echar raíces en la nueva sociedad democrática y pluralista de los últimos cincuenta años. La mentalidad científica ha desplazado a la religión, y con ella se ha impuesto una forma de conocimiento en que solo se puede hablar de aquello que es observable y comprobable empíricamente. Las propuestas que no pueden falsarse con hechos comprobables carecen de validez. A esto se añaden las consecuencias culturales de la “muerte de Dios” en la época de la postmodernidad. Se ha impuesto una inmanencia cerrada, que limita radicalmente las trascendencias intra mundanas de las utopías, las éticas y los proyectos de emancipación. En este marco, también lo sobrenatural y cualquier teología del más allá queda descalificada como especulación o proyección sin posibilidad de refrendo. Epistemológicamente podemos hablar de una cosmovisión cerrada, del cierre categorial para lo que trasciende lo comprobable. Hay una doble crisis de sentido y de fe, que es la otra cara del nihilismo. Cada vez es más difícil creer en algo o alguien y abrirse a que otra sociedad y forma de vida son posibles.

La epistemología actual es más agnóstica que atea, aunque la primera sea frecuentemente un estadio para llegar a la segunda. Choca frontalmente con el sobrenaturalismo tradicional y con un modelo de religión y de iglesia de cristiandad. Además, las estructuras y doctrinas vigentes en las iglesias son obsoletas y no se adecuan a la situación actual. Persisten instituciones, creencias y rituales que corresponden a las antiguas sociedades de cristiandad. Al cambiar la antropología, la cultura y los proyectos de vida, ya no hay correspondencia entre las preguntas de los ciudadanos y las respuestas de las religiones. Los mismos valores humanos vinculados en sus orígenes al cristianismo, se han autonomizado y forman parte de la cultura. Ya no son específicos de las religiones y estas pierden capacidad de atracción y de ofrecer alternativas a lo establecido. Lo importante es ser buena persona y basta con el humanismo laico, ¿para qué hacen falta las religiones? Crece el número de los que “pasan” de religión, porque no ven qué puede ofrecer al progreso, incluso la ven como un obstáculo para una sociedad emancipada. No es solo el anticlericalismo del pasado ante una Iglesia aliada con los grupos dominantes, sino de ciudadanos que no ven qué pueden apor­tar las religiones. Hay un trasfondo de ateísmo práctico y desinteresado por lo religioso. La paradoja es que los ateos son estadísticamente minoritarios en la sociedad y sin embargo se impone el silencio sobre Dios.

El silencio sobre lo religioso se impone socialmente

En este marco es difícil justificar una teología postmoderna y lograr una teología pública, que pueda hablar cristianamente en términos seculares. Las preguntas propias del agnosticismo y del ateísmo, han pasado también a los que se consideran cristianos. La sensibilidad postmoderna ha sustituido las verdades objetivas por la subjetividad de las creencias. Hemos pasado del teocentrismo del pasado al antropocentrismo actual. La autonomía cognitiva personal se ha desplazado en favor del contexto sociocultural, que impregnan la subjetividad y constituyen el trasfondo de las creencias y deseos. Ya no hay experiencias fundadoras para avalar las doctrinas. Cualquier pretensión de absoluto, tanto secular como religiosa, es hoy impugnada. Hoy impera la deconstrucción y la crítica. Resulta más fácil cuestionar las propuestas, su fundamento y su verdad, que ofrecer alternativas válidas. El escepticismo y la increencia son mayoritarias, amparadas por la banalidad de ofertas de la sociedad de consumo y los medios de comunicación.

Se impone el relativismo de las creencias y el pluralismo competitivo, por la imposibilidad de encontrar alguna que genere consenso. El eclecticismo postmoderno, que comenzó en el arte (en la arquitectura, literatura y pintura), se extiende también a la filosofía y a la religión. No hay hechos objetivos, sino interpretaciones que se imponen. Se rechaza todo lo que sea normativo en nombre de la tolerancia y la permisividad. Son virtudes cívicas necesarias en las sociedades plurales, pero necesitan el complemento de la crítica, porque las ideologías no son respetables, aunque lo sean las personas. Podemos hablar de una crisis de civilización en una época histórica de cambio, en la que subsiste pero decae la cultura heredada del pasado y todavía no se ha constituido la emergente. Sabemos más lo que no queremos que hacia dónde dirigir nuestras expectativas. Pero hay muchos que rechazan el horizonte del consumismo y la sociedad de mercado, y buscan un sentido humanista para sus vidas.

Una práctica del cristianismo como religión débil

En este marco surgen distintas propuestas para responder a la coyuntura presente. Una de ellas es la del cristianismo como una religión débil, básicamente ética, que corresponda a la cultura postmoderna. Destaca Gianni Vattimo, muy influido por Nietzsche y Heidegger como precursores de la postmodernidad. La muerte de Dios, que ha dejado de ser la referencia última para la conducta y el modo de vida lleva consigo una ontología débil y un cambio de creencias. La hermenéutica es el lenguaje de la nueva época en que vivimos, con pluralidad de relatos, tradiciones que son piezas de museo y una minusvaloración del pasado. En este contexto, Vattimo replantea el significado de la religión, en concreto del Cristianismo, su papel actual en la sociedad y las aportaciones que puede ofrecer a la cultura y la sociedad. No se trata de superar la religión (“Überwindung”) sino de “retorcerla”, de cambiarla para adaptarla al nuevo modelo de sociedad que se ha creado en los últimos cincuenta años. Lo normativo no es el cristianismo, sino la sociedad, a la que hay que adaptarse, eliminando los dogmas de la religión.

Como se no se puede vivir sin una cosmovisión, a pesar de las críticas a los grandes relatos, se asume la cristiana, a costa de transformar sus contenidos. De acuerdo con la mentalidad de la postmodernidad se rechazan los contenidos doctrinales fuertes. Como no hay verdad última no se puede afirmar que Dios exista, porque se trata de una afirmación metafísica obsoleta, sin referencias objetivas. Consecuentemente hay que superar, con Nietzsche, el Dios moral y dejar que la ciencia acabe con la divinidad platónica de lo sobrenatural. Es lo que le permite la doble afirmación de que “soy ateo por la gracia de Dios” y de presentar la religión como “creer que se cree”. La muerte de Dios arrastra cualquier pretensión de absoluto y Vattimo invalida también el ateísmo militante, ya que esa forma de ateísmo es también metafísica y con pretensiones fuertes de verdad. El ateísmo que lucha contra las religiones y sus creencias pierde fuerza, como todos los grandes relatos del pasado. El ateísmo no puede ser una anti-religión materialista, con pretensiones de verdad y de normatividad parecidas a las de la religión que combate. Según él, el agnosticismo y la relatividad de las creencias es lo más acorde con la época postmoderna, dado que el mundo no tiene estructuras permanentes y estables.

La alternativa es lo divino encarnado en lo humano, que diluye la trascendencia en lo intrahistórico, y está presente en todas las religiones. Hay que interpretar las “metáforas religiosas”, manteniendo su simbolismo y su retórica espiritual, pero transformando sus contenidos doctrinales y morales. Vattimo enfatiza el carácter interpretativo y procesual de la verdad, siempre dada históricamente. La religión se acerca a la poesía e impregna la vida, dando motivaciones e inspirando formas de actuación. Se trata de un cristianismo “kenótico”,en el que se rebajan las pretensiones de la divinidad y con ellas el potencial de violencia de lo religioso. Esta debilidad confesional convierte las tradiciones en “recuerdos peligrosos”, en “chispazos del bien”, en propuestas más que verdades objetivas. La alternativa de Vattimo es la de un cristianismo “no religioso”, frente al cual se mantiene siempre la libertad, a costa de las pretensiones normativas. No se puede hablar de una religión verdadera y hay que rechazar toda pretensión de exclusividad. La verdad es siempre plural, se ubica en la diversidad de las religiones y obliga a un diálogo entre ellas. La salvación y el sentido son contingentes, rechazando cualquier pretensión de trascendencia vertical. Pero al debilitar al cristianismo hay que plantear si se pierde su pretensión fuerte de ser revelación divina, con lo que dejaría de ser el cristianismo.

El principio fundamental es el de la “caridad”, al que Vattimo subordina el de “verdad”, tanto en el ámbito teórico como en el práctico. Hay que renunciar a las pretensiones de los grandes relatos, en favor del saber histórico, contingente y relativo, que da prioridad a lo que significan las cosas en cada momento, más que a lo que son en sí mismas. Por eso critica las instancias de poder y autoridad religiosa, que son las que exigen cumplir lo normativo. Para él, ser miembro de una religión es una forma de pertenecer a una cultura, porque el cristianismo es un mero subsistema cultural. Lo positivo del cristianismo está en su capacidad desacralizadora, en su capacidad para mantener la esperanza, en la productividad cultural de sus interpretaciones y en el valor que da a la propia conciencia, que hay que anteponer a cualquier mandamiento divino. También habla de una ontología de la piedad, consonante con la ontología de la decadencia de la época actual. Por eso no pretende creer, sino cree que cree. Pero su metafísica débil se convierte en fuerte, cuando pretende darle consistencia y validez universal. Se trataría de una hermenéutica “verdadera”, que recaería en los peligros de la metafísica fuerte.
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Seis de cada diez habitantes del planeta creen que la religión es positiva para la sociedad.

Martes, 22 de abril de 2014
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9713576-principales-religiones-del-mundo--cristianismo-islam-el-judaismo-el-budismo-y-el-hinduismo_560x280África y Oriente Medio, continentes más religiosos; Europa, el que menos

Dinamarca y España, dos de los países con peor opinión sobre el impacto de lo religioso

(Valores Religiosos).- A más de un siglo del vaticinio de Friedrich Niestzche acerca de la “muerte de Dios” por el avance de la modernidad, el pronóstico sigue sin cumplirse. Una encuesta realizada el año pasado en 65 países -entre ellos, la Argentina- que abarcó a 66.806 personas y que se conoció este fin de semana, en coincidencia con la Semana Santa, revela que la religión continúa siendo para la mayoría de la gente en casi todo el mundo importante y positiva para la sociedad.

Las respuestas a nivel global del trabajo de WIN Internacional muestran que para el 59% de los entrevistados la religión es positiva, mientras que el 22% la considera negativa y el 14% estima que no juega ningún papel.

El relevamiento revela, sin embargo, marcadas diferencias entre regiones del planeta e incluso países de una misma región y con similares tradiciones culturales. Las mayores opiniones positivas se dieron en Africa (76% contra 11% negativas) y los países de Medio Oriente y Norte de Africa (71 % contra 21% negativas) y las Américas (68% contra 14% negativas). Las siguieron Asia (60% contra 23%) y Europa del Este (54% contra 21%). Por último aparece Europa Occidental, la región donde menos es apreciada la religión y donde más opiniones adversas recibe (36% positivas, 32% de negativas y 26% no le otorgan ningún rol a la religión).

En la mayoritariamente católica América Latina, la religión está bien vista por la mayoría de las personas, con Brasil al tope del ranking. La Argentina aparece en el cuatro lugar, con 68% de respuestas positivas (8% negativas y 18% no le asignan ningún rol). En Estados Unidos, el porcentaje de opiniones favorables también es alto: 62%.

La religión no cosecha una gran cantidad de evaluaciones favorables en los países nórdicos, donde la gran mayoría de la población es luterana. Por caso, en Dinamarca el 23% de los consultados consideran que tiene un papel positivo, mientras que el 59% lo evalúan como negativo. Y dos de los miembros latinos de la Unión Europea muestran un interesante contraste. En Italia (con 80% de católicos), el 52% de los consultados cree que la religión es positiva y 25% negativa, mientras que en España los porcentajes se invierten: 50% negativa y sólo 28% positiva.

Fuente Religión Digital

Budismo, Cristianismo (Iglesias), General, Islam, Judaísmo , , ,

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