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Las cláusulas de moralidad en los contratos de enseñanza deben repensarse, escribe líder de escuelas católicas

Viernes, 24 de mayo de 2024
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IMG_4806IMG_4807Kent Hickey

Para los docentes, acercarse al final del año escolar trae consigo una serie de tradiciones e hitos, pero, para quienes trabajan en escuelas católicas, también suele significar el momento de renovar los “pactos ministeriales” en los contratos laborales. El abogado y experimentado director de escuela Kent Hickey escribe en el National Catholic Reporter que estos contratos necesitan un reexamen y un aporte comunitario más amplio tanto en su creación como en su ejecución, particularmente en torno a cuestiones de sexualidad, matrimonio y relaciones.

Hickey, quien actualmente es director de formación de liderazgo en el Instituto para el Liderazgo y el Emprendimiento en la Educación, explica que estos pactos se pusieron en gran medida de moda luego de la decisión unánime de la Corte Suprema de los Estados Unidos de 2012 en el caso Hosanna-Tabor Lutheran Church and School v. dice que “otorgó a las escuelas religiosas protecciones constitucionales contra demandas por discriminación por parte de empleados que desempeñan una función religiosa en la escuela”. En la práctica, son “una especie de tarjeta para salir libres de demandas para las escuelas católicas”, escribe Hickey, ya que entre aquellas que cumplen una función religiosa se incluyen la mayoría de los profesores y el personal.

Estos contratos se han utilizado para despedir a empleados LGBTQ+ bajo el amplio marco legal que permite el despido basado en conductas o estilos de vida que se consideran contrarios a las enseñanzas de la iglesia. Pero, como señala Hickey, la seguridad legal y financiera que esta cobertura brinda a las escuelas y diócesis católicas no alcanza el objetivo de la misión católica misma.

En primer lugar, el derecho a despedir a un docente basándose en “conducta o estilo de vida” es intencionalmente abierto y sin detalles sobre qué se consideraría exactamente problemático, aunque parece ser ampliamente entendido que el comportamiento bajo escrutinio se relaciona con la sexualidad en particular. Hickey se pregunta:

“¿Podrían despedir a un maestro después de haber sido observado comprando condones en Walgreens? ¿Qué tal un miembro del personal a quien se escucha en la sala de descanso hablar sobre sus píldoras anticonceptivas? ¿Llamar enfermo después de una vasectomía?

En segundo lugar, observa Hickey, estas reglas no se aplican consistentemente de una diócesis a otra o en cada escuela dentro de una diócesis, incluso en torno a cuestiones de orientación o relaciones sexuales. El escribe:

En una diócesis, por ejemplo, un maestro que contrae matrimonio civil entre personas del mismo sexo puede ser despedido por violar el pacto ministerial, pero un maestro heterosexual soltero que cohabita no. Una maestra soltera embarazada es despedida en una diócesis, pero habría sido retenida si hubiera trabajado en otra a sólo unas pocas millas de distancia”.

Para mejorar la falta de especificidad así como las inconsistencias, Hickey hace una recomendación: si un obispo va a amenazar con el despido de maestros por aspectos particulares de la enseñanza de la iglesia, entonces esos comportamientos deben describirse claramente en el contrato en detalle, no simplemente quedar a su discreción bajo un amplio abanico de posibilidades. “En nuestras escuelas católicas se requiere transparencia y claridad”, escribe, como “signos de respeto mutuo y colaboración en la misión”.

Un tercer problema con estos pactos es que se basan en gran medida en precedentes legales en lugar de estar arraigados en el “discernimiento” y la identidad católica, aunque los obispos y funcionarios de la iglesia que implementan tales pactos a menudo afirman que la base de estas cláusulas está en esta última. Pero una perspectiva de discernimiento exige escuchar a la comunidad para adquirir un “sentido de fiel”, como en el ejemplo del arzobispo Paul Etienne de Seattle durante una controversia sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo de un maestro hace varios años.

Etienne encargó un grupo de trabajo y una amplia encuesta de casi 5.000 participantes sobre las expectativas de la comunidad sobre los maestros de escuelas católicas. Mientras que el 60% de los encuestados, incluido el 58% de los sacerdotes que respondieron, estuvieron de acuerdo en que un maestro debería ser despedido por acciones como comprar alcohol para los estudiantes, intimidación y racismo, menos del 15% estuvo de acuerdo con el despido por acciones relacionadas con el estilo de vida, como casarse con una pareja del mismo sexo, divorciarse y volverse a casar, o convivir con una pareja. Hickey concluye que “los fieles, por lo tanto, estaban más preocupados por qué tan bien los maestros vivían su fe en el trabajo que por su sexualidad privada y sus relaciones en el hogar”.

Por supuesto, el verdadero progreso sería instituir cláusulas de no discriminación y plena afirmación y bienvenida a las relaciones LGBTQ+ en la iglesia y la escuela. Pero al menos Hickey llama a los obispos y administradores a la transparencia y la honestidad en sus políticas. Y si no escuchan a los fieles sobre este tema, entonces una mirada a los Evangelios arrojará la misma sabiduría:

“Jesús rara vez hablaba de sexualidad, pero sí hablaba a menudo en contra de estilos de vida que expresaban odio y conductas que dañaban a otros, especialmente a los niños. Esas enseñanzas fundamentarían muy bien las expectativas de cualquier pacto ministerial”.

—Angela Howard McParland (ella), New Ways Ministry, 16 de mayo de 2024

Fuente New Ways Ministry

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Somos llamados a perfeccionar la ley con gozo e inclusión

Lunes, 13 de febrero de 2023
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La reflexión de hoy es de la colaboradora de Bondings 2.0, Yunuen Trujillo, cuya breve biografía se puede encontrar haciendo clic aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el VI Domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

“No penséis que he venido a abolir la ley o los profetas. No he venido a abrogar, sino a cumplir”. (Mt 5,17)

La primera vez que vi una imagen religiosa en un libro no religioso, me sorprendió. Mientras hacía algunas lecturas obligatorias para una clase de ciencias políticas en la universidad, me encontré con una pintura de Moisés. Allí estaba él, en una montaña, sosteniendo las tablas de los Diez Mandamientos. Había visto la imagen cientos de veces, pero nunca en un libro escolar no religioso; fíjate, esto fue antes de que Texas y Florida comenzaran a intentar convertir las escuelas seculares en cristianas.

Moisés es, sin duda, uno de mis personajes favoritos de las Escrituras Hebreas. Después de haber sido criado de la manera más privilegiada, descubre que en realidad pertenece al grupo que consideraba “los otros”. Es testigo de la injusticia cometida contra los hebreos, su pueblo, y finalmente es exiliado. Más tarde, Dios lo llama a liberar a su pueblo. Después de enumerar todas las razones por las que no es la mejor persona para hacerlo, se embarca en una misión, a pesar de todos sus miedos y dudas. Se las arregla para sacar a su pueblo de Egipto, y vagan por el desierto. Eventualmente, Moisés se dio cuenta de que para coexistir en paz, todos tenían que seguir algunas reglas, leyes inspiradas por Dios. También nombra a un grupo de sabios para que sean jueces y representantes del pueblo, y lo ayuden a gobernar.

¿Por qué les hablo de Moisés? Porque es importante darse cuenta de cuán entrelazadas a veces están las leyes religiosas y civiles. Moisés fue una figura de referencia para muchos de los primeros filósofos políticos modernos. Algunos se inspiraron en lo que creían que era un patrón de gobierno representativo en la historia de Moisés. Otros, sin embargo, creían que el gobierno representativo debería ser completamente secular. Para ser claros, soy un defensor de la separación entre la iglesia y el estado, pero la verdad es que las leyes civiles y la política han sido, y aún lo son, en gran medida moldeadas por creencias religiosas. Al mismo tiempo, las creencias religiosas suelen estar moldeadas por nuestra comprensión cultural y sociopolítica del mundo. En los Estados Unidos de hoy, nuestras diferencias políticas son más una diferencia en teología y nuestra comprensión de cómo Dios quiere que sea el mundo.

Todas las lecturas litúrgicas de hoy se enfocan en el concepto de “la ley”. Cuando Jesús dijo que no vino a abolir la ley sino a cumplirla, se refería claramente a la ley religiosa de su tiempo: no tenía ningún interés en luchar contra el Imperio Romano. Tampoco estaba tratando de abolir a Moisés o la ley establecida por él. Sin embargo, al enseñarnos que la mayor ley es amar a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos ya Dios, desafió muchas ideas preconcebidas de su tiempo. Cuestionó las reglas —tanto religiosas como no religiosas— que discriminaban a los marginados, incluidas las minorías sexuales y de género.

Hemos recorrido un largo camino desde donde existió Jesús, pero todavía queda un largo camino por recorrer.

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El Papa Francisco recientemente hizo una declaración durante una entrevista con Associated Press, diciendo que “ser homosexual no es un crimen. Recordó a la gente que más de 50 países todavía criminalizan la “homosexualidad” y alrededor de 10 de esos países la castigan con la pena de muerte. “Ser homosexual no es un delito”, reiteró. Si bien hubo cierta controversia sobre si dijo que era “un pecado” (alerta de spoiler: no lo hizo), esta declaración fue la primera, viniendo de un Papa.

Para aquellos de nosotros en los países desarrollados, una declaración como esta puede no parecer revolucionaria. Incluso puede sonar decepcionante porque “homosexualidad” sigue siendo el término elegido para referirse a las personas LGBTQ. Sin embargo, debemos recordar que nuestra Iglesia es global y los hermanos LGBTQ en muchos países todavía sufren persecución y criminalización en formas que otras naciones (en su mayoría) han dejado atrás. Además, el poder y el alto perfil del papado hacen que esta declaración sea importante. Su mensaje es un recordatorio para la sociedad de que Dios está con nosotros en la comunidad LGBTQ.

Más recientemente, en una conferencia de prensa durante el vuelo, el Papa también dijo que las personas LGBTQ somos hijos de Dios, que Dios camina con nosotros y que condenar a personas como nosotros es un pecado. Incluso en los círculos seculares, estas declaraciones tienen un gran impacto.

Regocijémonos entonces en el movimiento del Espíritu Santo a través del Papa Francisco, pero recordemos también que es el Espíritu Santo —no el Papa ni ningún otro líder— quien está moviendo a esta Iglesia y al mundo entero de una manera más amorosa, inclusiva, y dirección de bienvenida para las personas LGBTQ. El Espíritu Santo viene a recordarnos a todos las enseñanzas de Jesús y a ayudarnos a construir lo nuevo. No estamos aquí para abolir lo viejo, sino para perfeccionarlo gozosamente.

—Yunuen Trujillo (ella/ella), 12 de febrero de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“No a la guerra entre nosotros”. 12 de febrero de 2023. 6 Tiempo ordinario (A). Mateo 5, 17-37.

Domingo, 12 de febrero de 2023
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ninos-judio-y-palestinoLos judíos hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Según la tradición, Dios mismo la había regalado a su pueblo. Era lo mejor que habían recibido de él. En esa Ley se encierra la voluntad del único Dios verdadero. Ahí pueden encontrar todo lo que necesitan para ser fieles a Dios.

También para Jesús la Ley es importante, pero ya no ocupa el lugar central. Él vive y comunica otra experiencia: está llegando el reino de Dios; el Padre está buscando abrirse camino entre nosotros para hacer un mundo más humano. No basta quedarnos con cumplir la Ley de Moisés. Es necesario abrirnos al Padre y colaborar con él para hacer la vida más justa y fraterna.

Por eso, según Jesús, no basta cumplir la Ley, que ordena «no matarás». Es necesario, además, arrancar de nuestra vida la agresividad, el desprecio al otro, los insultos o las venganzas. Aquel que no mata cumple la Ley, pero, si no se libera de la violencia, en su corazón no reina todavía ese Dios que busca construir con nosotros una vida más humana.

Según algunos observadores, se está extendiendo en la sociedad actual un lenguaje que refleja el crecimiento de la agresividad. Cada vez son más frecuentes los insultos ofensivos, proferidos solo para humillar, despreciar y herir. Palabras nacidas del rechazo, el resentimiento, el odio o la venganza.

Por otra parte, las conversaciones están a menudo tejidas de palabras injustas que reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y sin respeto que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi siempre de la irritación, la mezquindad o la bajeza.

No es este un hecho que se dé solo en la convivencia social. Es también un grave problema en el interior de la Iglesia. El papa Francisco sufre al ver divisiones, conflictos y enfrentamientos de «cristianos en guerra contra otros cristianos». Es un estado de cosas tan contrario al Evangelio que ha sentido la necesidad de dirigirnos una llamada urgente: «No a la guerra entre nosotros».

Así habla el Papa: «Me duele comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odios, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?». El Papa quiere trabajar por una Iglesia en la que «todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis».

José Antonio Pagola

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“Se dijo a los antiguos, pero yo les digo”. Domingo 12 de febrero de 2023. 6º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 12 de febrero de 2023
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lectio divinaLeído en Koinonia:

Eclo 15,16-20: No mandó pecar al hombre
Salmo responsorial 118: Dichoso el que camina en la voluntad del Señor
1Cor 2,6-10: Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria
Mt 5,17-37: Se dijo a los antiguos, pero yo les digo

Las lecturas de este domingo tienen como fin hacernos ver cómo Dios actúa en medio de la humanidad, nos permiten comprender la lógica de Dios, nos revelan la manera en que Dios salva al ser humano del pecado, entendiendo el pecado como esa tendencia presente en el interior de la persona que la lleva a encerrarse en sí misma, en sus propios límites humanos, sin poder abrirse a la experiencia infinita de salvación traída por el mismo Dios.

La primera lectura, del libro del Eclesiástico, desarrolla el tema de la libertad que posee el ser humano para elegir lo bueno o lo malo, la vida o la muerte. Somos libres, y «condenados a ser libres» de alguna manera. No podemos abdicar de nuestra responsabilidad. Ante nosotros tenemos las grandes opciones, las grandes Causas, esperando que nos decidamos. «Muerte y vida» están ante nosotros, al alcance de nuestra mano, por la vía de una opción ineludible.

Si en nuestra vida dominan el mal y la muerte, y con ellos el sinsentido y la desesperación, hemos sido advertidos: podemos hacer de nuestra vida una cosa u otra, gracias al poder de la libertad que se nos ha dado, la capacidad de elegir la muerte o la vida, y con ello, la capacidad de convertirnos en vida o en muerte. La capacidad de hacernos a nosotros mismos. Es uno de los misterios más grandes de nuestra existencia, el misterio de la libertad.

En el fragmento de la carta a los Corintios que hoy leemos, Pablo habla, de pasada, de «una sabiduría que no es de este mundo», que procede de otro mundo, que está en otro mundo, el mundo de Dios, que es un mundo «superior», situado literalmente encima del nuestro. Es el mundo superior que los filósofos y sabios del mundo cultural helenista han «imaginado» (no deja de ser una «imagen») para explicar la realidad, y que ha resultado ser una imagen genial, que parece expresar una explicación natural y obvia del mundo, que será acogida por casi todas las culturas subsiguientes (hasta la época moderna).

Y es un conocimiento escondido, inalcanzable, que nada tiene que ver con los saberes de este mundo, y que pertenece sólo a Dios y a quienes Él quiera revelarlo… Es la visión «gnóstica», de la «gnosis» o «conocimiento», un conocimiento divino que pasa a fungir como símbolo del principal bien salvífico: participar de ese conocimiento que salva es el objetivo de la vida humana, porque ese conocimiento es el que salva a la persona al hacerle tomar las decisiones adecuadas en su vida, las decisiones que le hacen caminar el camino de Dios. Es la misma tradición de «la Sabiduría», ya presente en el Primer Testamento, por influjo también helenista. Pablo se mueve en ese mismo ámbito de pensamiento y en esa misma cosmovisión griega de los dos mundos, o dos pisos, uno arriba (el de Dios y los suyos, o el de las Ideas, según Platón) y otro abajo (el de los humanos, o el de la materia corruptible según Platón).

Hoy continuamos leyendo el evangelio de Mateo, en secuencia consecutiva con los fragmentos proclamados en los domingos anteriores. Es el sermón de la Montaña, que comenzó con las Bienaventuranzas, y que continúa con la exposición de las exigencias de la Ley de Moisés (Torá), explicadas por Mateo, que está escribiendo para una comunidad de judíos que se han hecho cristianos, obviamente sin dejar de ser judíos, como ocurrió por lo demás con todos los cristianos. Tenemos pues que caer en la cuenta de que esta re-presentación de la Ley en el evangelio de Mateo está escrita para esa comunidad concreta, que difiere no poco de las nuestras. Obviamente, tiene también un valor universal, pero debe saberse la peculiaridad de esta comunidad, para no hacernos «judaizar» innecesariamente a todos los demás.

Pero, además de esa peculiaridad del evangelio de Mateo, todo el evangelio tiene otra peculiaridad significativa en este campo de lo moral, de la Ley, y es semejante a la que hacíamos notar respecto a la lectura anterior, la de Pablo sobre el conocimiento salvífico o gnosis. La moral vendría a ser también una especie de conocimiento gnóstico: es una voluntad, divina, superior, venida de fuera, desde arriba, desde «el segundo piso», que tenemos que tratar de escuchar en esa dirección. Es una moral «heteró-noma», una norma ajena, venida de fuera, y de arriba, a la que nos tenemos que someter. Someterse a esa ley es el sentido de la vida humana.

La moral, los preceptos, los mandamientos… con su constricción sobre la vida humana, y la consiguiente amenaza de pecado y de condenación, han sido uno de los frentes clásicos de fricción de la religión con el mundo moderno. Durante todo el mundo antiguo, configurado con los patrones del autoritarismo, los imperios, el feudalismo, las monarquías absolutas… el ser humano aceptaba «como lo más natural del mundo» que el «mundo de arriba» era estructuralmente como el de aquí abajo, es decir, un mundo donde está Dios sentado en su trono (como el emperador o el rey o el señor feudal aquí abajo), con su séquito de cortesanos y servidores de la «Corte celestial» (como en la Corte de cualquier rey humano), vigilando el mundo para que se cumplan las órdenes que desde allí se dictan.

San Ignacio de Loyola, como hombre todavía del medievo en su cosmovisión, lo refleja ejemplarmente en su explicación global del sentido de la vida humana, en su meditación central, la del Principio y fundamento (con su castellano medieval): «el hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden. Por lo qual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados» (Ejercicios espirituales, 23).

No inventó nada nuevo ahí san Ignacio. Expresaba -antológicamente, eso sí- la visión medieval y premoderna de una cosmovisión salvífica estructurada en dos pisos, uno superior (no sólo porque está encima, sino porque es absolutamente superior en su naturaleza), y otro inferior (temporal, pasajero, corruptible, peligroso…). Del piso de arriba viene todo: el Ser, el Amor, la Verdad, la Belleza… y la moral. Una moral pues absolutamente heterónoma, indiscutible, abrumadoramente inapelable, y en ese sentido fácilmente perceptible como constringente y ciegamente obligatoria, ajena a toda explicación justificativa, y en ese sentido opresiva.

El mundo moderno cambió radicalmente. El Ancien Regime del autoritarismo, imperialismo, de la obediencia ciega, del sometimiento omnímodo y a-racional se acabó. Los imperios, reinos y monarquías se acabaron, y aparecieron las repúblicas y las democracias, y los derechos de los ciudadanos (que ya no súbditos). Una moral exterior, pre-establecida, superior, sin justificación, inapelable… es sentida ahora como sofocadoramente opresora.

Con el advenimiento de la modernidad, en todos los campos, el mundo de arriba -el segundo piso que genialmente configuraron los helenistas, con Platón a la cabeza- desaparece, como que se evapora. No hace falta que sea negado, sino que la ciencia, con sus avances, cada día lo desplaza hacia atrás, replegándose en favor del descubrimiento de que todo funciona «etsi Deus non daretur», como si Dios no existiese. El cristiano moderno -el que no sigue viviendo con su cabeza en el mundo premoderno medieval- no puede aceptar aquella visión escindida en dos mundos, por muy espiritual que se presente, sino que pasa a vivir en un mundo nuevo, un mundo único, en la única realidad, sin dos pisos superpuestos.

Esta transformación ya es una realidad en la cultura moderna -por más que muchos cristianos y no pocas religiones sigan viviendo escindidamente entre la vida real de la calle y la vida espiritual dualista de sus representaciones religiosas-. Por eso, muchos cristianos se sienten retrotraídos al mundo de sus abuelos cuando escuchan este tipo de discursos morales «heterónomos», como si continuaran existiendo unos preceptos caídos de lo alto, revelados, y por eso mismo indiscutibles, incuestionables, a los que sólo cabría someterse acríticamente como súbditos del Rey del cielo (de un segundo piso). Leer más…

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No matar, no adulterar, no jurar (12.2.23. Mt 5. Dom 6 TO)

Domingo, 12 de febrero de 2023
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imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Dejo a un lado el tema de la vigencia de la ley antigua y el divorcio, para centrarme en los tres motivos centrales del evangelio de hoy (Mt 5, 17-35): asesinato (destrucción de vida ajeja), adulterio (destrucción de matrimonio ajeno) y juramento (apelar a Dios de un modo falso).

Éste es un evangelio fuerte y lo  comento  con palabras de mi libro de  Mateo.

NO MATAR (Mt 5, 21-26)

5 21 Habéis oído que se ha dicho a los antiguos: “No matarás;  el que mate será reo de juicio22.  Pero yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo de juicio”. Pues el que llame a su hermano imbécil, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame renegado/invertido, será reo de la gehena de fuego.

‒ 23 Pues si llevas tu ofrenda ante el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, 24 deja allí tu ofrenda, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; y entonces, volviendo, presenta tu ofrenda. 25 Intenta reconciliarte con tu adversario pronto, mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. 26 Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último cuadrante [1].

 Jesús pasa por alto los mandamientos de tipo más religioso (no tendrás otros dioses frente a mí, no te harás ídolos…), propios de Israel, para insistir en los de tipo ético, que tienen un carácter universal, de forma que pueden aplicarse a todos los seres humanos, conforme a la segunda “tabla” del Decálogo (cf. Ex 20, 1-11; Dt 5, 7-15). Lógicamente comienza con el homicidio, que es el pecado que aparece con más fuerza a lo largo de la Biblia, desde la muerte de Abel (Gen 4) hasta la de Jesús, asesinado por las autoridades legales de su tiempo. Desde el trasfondo de la Biblia, el hombre aparece como un ser que puede matar a otros seres humanos, de manera que la primera la “ley” se establece para impedirlo (Gen 9, 6; Ex 30, 13; Dt 5, 17) [2].

Jesús retoma una larga tradición bíblica centrada en el “no matarás”, que aparece ya en la legislación noáquica (de Noé), tras el diluvio, como ley universal, para todos los pueblos: «El que derrame sangre de hombre, su sangre será derramada por hombre; porque a imagen de Dios él hizo al hombre» (Gen 9, 4) Pues bien, Mt 5, 17-26 profundiza en el homicidio, pero no en un plano de ley, promulgando con más fuerza el talión (cf. Mt 5, 28-32), sino situando el tema en un plano anterior, que es el de la ira (ovrgh), que está en la raíz del homicidio, insistiendo en el riesgo de enojarse en contra su hermano (5,22o` ovrgizo,menoj tw/| avdelfw/| auvtou/), retomando así el motivo de fondo del pecado de ira de Caín contra Abel (Gen 4, 4-16). De manera sorprendente, Mateo nos sitúa ante el principio de la violencia homicida, que es la “ira”, la raíz mala del pecado, de la que se ocupan los apocalípticos (4 Esdras, 2 Baruc) y Pablo. La solución no es matar al homicida, sino superar la ira, esto es, el rechazo del prójimo [3].

     Ésta es la visión que Pablo ha formulado en claves más teológicas (paso de la ira de Dios al perdón del pecador: Rom 1-3) y Mateo más sociales. Ésta ha sido la experiencia clave de los primeros cristianos, que han ido descubriendo con Jesús que ellos pueden superar la ira (la violencia homicida interior), para convertir la vida en encuentro personal con el hermano. Éste es el tema que irán desarrollando, desde diversas perspectivas, las antítesis siguientes, especialmente las dos últimos: superar el talión, amar al enemigo. Estos son los elementos básicos de esta primero antítesis:

Principio: no airarse contra el hermano. Un proyecto de fraternidad (5, 22 a). El tema fundante es la superación de la ira, el movimiento interior de enojo contra el hermano. Por eso, el punto de partida ha de ser la limpieza interna, la transformación del corazón (lo que Dios quería de Caín en Gen 4): Que no se deje dominar por la “mordedura” de la rabia interna. Jesús condena expresamente la ira  contra el hermano (tw/| avdelfw/|, 5, 22), que, en un primer momento, es el compañero de comunidad o iglesia (el co-judío o co-cristiano). Pues bien, desde la perspectiva de Gen 4, con Abel y Caín como símbolo de la humanidad y desde Mt 25, 31-46 hermano es cualquier hombre o mujer que está a tu lado, en especial el pobre.

Un tipo de judaísmo había marcado la importancia de la fraternidad nacional, con elementos de elección, tradición y cumplimiento legal; pues bien, superando ese estrechamiento, Jesús insiste en la fraternidad más alta, fundada en Dios Padre y abierta a los excluidos sociales, sin nación establecida. Sin duda,   el hermano puede empezar siendo el correligionario, pero a la luz del alcance universal del mal deseo (ira), en el contexto también universal del “no-matar” (que supera los límites nacionales), parece evidente que hermano es cualquier hombre o mujer a quien puedo ofrecer o negar mi ayuda (cf. Mt 25, 31-46). En esa línea, este pasaje nos sitúa ante la tarea suprema y más honda de la fraternidad, sobre un mundo donde el ser hermano se ha vuelto objeto de “ira/enojo” que lleva a la muerte. En esa línea, se trata de pasar del cainismo antiguo (Gen 4) a la afirmación mesiánica: vosotros, todos, sois hermanos (Mt 23, 8) [4]

     La palabra hermano toma un sentido extenso, en un plano personal, social y familiar. Antes que elemento religioso ella es un momento esencial de la vida humana, que se expresa de formas diversas (en familia y pueblo, en religión y humanidad). Todo el evangelio de Mateo se despliega en torno a este motivo de la fraternidad, de fondo judío y dimensión universal. Mateo sabe que el primer pecado consiste en “airarse” contra el hermano, que es, por un lado aquel que está más cerca (miembro del propio clan o grupo) y que por otro cualquier hombre o mujer (en línea de universalidad).

‒ Homicidio verbal (5, 22 b): airarse contra el hermano y llamarle raka (~raka,, frívolo, quizá invertido sexual) o môre (mwre,, loco/imbécil). El primer insulto consiste en despreciar al hermano, diciendo que carece de valor, que es una nulidad, despreciable, tanto en un plano mental como físico o moral, invertido u homoxexual, en forma de desprecio [5]. Tratar así al hermano es lo mismo que “matarle” en un plano personal, de manera quien comete ese pecado debería ser llevado al juicio del “sanedrín”, es decir, de la asamblea social que regula la vida de la comunidad. Dando un paso más, el que llama a su hermano “môre”, que podemos traducir como necio/loco, en sentido personal y religioso, aparece como digno de la “gehena del fuego”, es decir, del castigo de aquellos que son expulsados de la asamblea de Israel, condenados para siempre [6].

Este homicidio verbal es más que un gesto de ira interior que Jesús condenaba en 5, 22a como principio de los males; es una “ira hecha palabra”, un insulto que descalifica al otro, negándole la dignidad y expulsándole así de la comunidad que se expresa y despliega en forma de palabra compartida. Allí donde se insulta al hermano o se le niega la palabra se está cometiendo un homicidio. Entendido así, este pasaje nos sitúa en el contexto de una comunidad judeo-cristiana, de lenguaje y simbolismo básicamente judío. Una de las palabras condenadas es raka, de origen arameo; la otra es môre, es de origen griego, y, a pesar de lo dicho, no es fácil distinguir su sentido, pero es claro que ambas son insultos que destruye la dignidad de la persona. La condena (sanedrín, gehena) nos sitúa en un contexto judío, y aparece en forma de talión (juicio de la comunidad…); se trata de una “condena simbólica”, que Jesús ha puesto de relieve, desde una perspectiva judeocristiana, insistiendo en la gravedad del “pecado” verbal, en línea de talión. Como seguiremos viendo, las dos últimas antítesis (5, 38-48) nos llevan a superar ese plano de talión.

 ‒ Reconciliación más que sacrificio (5, 23-24). Si cuando llevas tu ofrenda al altar… Conforme a una visión religiosa muy común (pre-, extra-cristiana), debemos ofrecer cosas a Dios (toros y corderos, aceite y flor de harina, monedas de impuesto), llevándolas al templo donde los sacerdotes las reciben, las consagran y en parte las consumen. Pues bien, conforme a este pasaje, de origen claramente judeo-cristiano, Jesús no ha rechazado de manera directa las ofrendas dirigidas a Dios, pero dice que ellas son secundarias. Leer más…

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Dijo Jesús “no juréis” (Mt 5) y sin embargo juramos (CEC 2154). Contra los juramentos en la Iglesia

Domingo, 12 de febrero de 2023
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9C62F766-6204-4509-996B-E87B5A5A6FE9Del blog de Xabier Pikaza:

Ofrecí ayer una visión de conjunto de Mt 5, 17-37. Hoy me ocupo de los juramentos (Mt 5, 33-37). Jurar ha sido y sigue siendo ocasion y lugar de pecado para las iglesias.

Jesús no juraba, sino que decía “si o no” porque así es la palabra de Dios. Pablo, en cambio, parece que juraba, pensando quizá que, con sus juramentos, por Jesús y en contra de sus adversarios, defendía a Dios, sin pensar que con ello iba en contra de Jesús. La iglesia posterior siguió jurando, en una línea de AT, también en contra de Jesús.

Estoy convencido de que, para ser fiel a Jesús,la iglesia  debe abandonar los juramentos (a pesar de lo que dice el CEC). No todos estarán de acuerdo con mi exposición y mis argumentos. Pero estoy seguro de que en este campo nos estamos jugando el futuro del cristianianismo.

  1. INTRODUCCIÓN. CEC Y CLERECÍA DE SALAMANA

Yo no me había fijado en el tema, a pesar de que había escrito un par de libros sobre Mateo, en el que Jesús dice taxativamente que no juremos, hasta que el año 1992 J. Ratzinger y Juan Pablo II promulgaron el problemático Catecismo de la Ecclesia Católica (CEC) donde exponen brillantemente el tema (num. 2150-2155), sacando conclusiones que a mi juicio van en contra de Jesús, apelando sin razón a Pablo:

2153Jesús expuso el segundo mandamiento en el Sermón de la Montaña: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: “no perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos”. Pues yo os digo que no juréis en modo alguno… sea vuestro lenguaje: “sí, sí”; “no, no”: que lo que pasa de aquí viene del Maligno» (Mt 5, 33-34.37; cf St 5, 12). Jesús enseña que todo juramento implica una referencia a Dios y que la presencia de Dios y de su verdad debe ser honrada en toda palabra. La discreción del recurso a Dios al hablar va unida a la atención respetuosa a su presencia, reconocida o menospreciada en cada una de nuestras afirmaciones.

2154Siguiendo a san Pablo (cf 2 Co 1, 23; Ga 1, 20),la Tradición de la Iglesia ha comprendido las palabras de Jesús en el sentido de que no se oponen al juramento cuando éste se hace por una causa grave y justa (por ejemplo, ante el tribunal). “El juramento, es decir, la invocación del Nombre de Dios como testigo de la verdad, sólo puede prestarse con verdad, con sensatez y con justicia” (CIC can. 1199, §1).

2155 La santidad del nombre divino exige no recurrir a él por motivos fútiles, y no prestar juramento en circunstancias que pudieran hacerlo interpretar como una aprobación de una autoridad que lo exigiese injustamente. Cuando el juramento es exigido por autoridades civiles ilegítimas, puede ser rehusado. Debe serlo, cuando es impuesto con fines contrarios a la dignidad de las personas o a la comunión de la Iglesia.

Éstos números del CEC recogen  una larga tradición de iglesia que ha jurado y ha exigido que se jure (en una línea de AT, como en los tribunales USA). Pero, a mi juicio, no responden a la intención más honda de Pablo a quien apelan, y además van directamente en contra del mensaje y de la vida de Jesús.

            Este Catecismo (CEC 1992) dice cosas muy buenas, pero en varios puntos no responde al evangelio de Jesús, como yo sentí aquel año cuando, como profesor de  la UP de Salamanca debía proclamar el Juramento Anti-modernista. Leí bien el juramente (sentí que era obsesivo y ofensivo) y cuando, en la gran ceremonia de la Clerecía del Espíritu Santo, vestidos de gala académica de varios colores, debíamos jurar, salí discretamente del lugar sagrado, de manera que algunos me preguntaron después si estaba enfermo.

LECTURA DE MATEO 5, 33-37. ¿POR QUÉ DICE JESÚS NO JURÉIS Y JURAMOS?

Los cristianos de cierta “responsabilidad” deben jurar con cierta frecuencia: Deben jurar los profesores para enseñar teología o religión cristianas, igual que los que asumen los que asumen cargos o responsabilidades de iglesia.

El tema es serio. Jesús dice que no juremos, que los juramentos (¡poner a Dios como testigo de una verdad humana, apelar a él para resolver nuestros conflictos!) es algo que viene del Diablo (del Maligno), porque Dios es afirmación (sí si, no no)… y el diablo la duda y mentira. Por eso, cuando la Iglesia pide a alguien que jure está dudando de él, sospechando de su verdad

 dsqbfbgu0aeekzmEl AT incluye cientos de juramentos… (Lev 19, 12; Num 30, 3; Dt 23, 22.). En el mismo NT parece que Pablo jura y jura muchas veces, como si no hubiera escuchado a Jesús, diciendo “no juréis”. Y para colmo el mismo evangelio de Mateo (23, 16-22), en otro lugar, sin duda por instigación de cristianos que no estaban conformes con lo que había dicho Jesús, ofrece unas “aclaraciones sobre juramentos buenos y malos”, que parecen matizar lo dicho en 5, 33-37. Eso indica que a la Iglesia antigua le costó ya mantener la doctrina de  este texto central del Sermón de la Montaña:

Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” (no perjurarás) y “Cumplirás tus votos al Señor”. Pues yo os digo que no juréis en absoluto: [ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo.] A vosotros os basta decir “si” o “no”. Lo que pasa de ahí viene del Maligno (Mt 6, 33-37).

            El juramente aparece así como como un medio de “control” religioso: poner a Dios como testigo de algo, hacer que alguien invoque sobre sí el castigo de Dios para el caso de que no diga la verdad. Es una forma de utilizar la religión para ejercer un control social (la sociedad te obliga a jurar) y personal (de conciencia: alguien que jura tiene miedo de que Dios le castigue si no cumple su juramento). En esa línea jura y perjura Pedro, diciendo que no conoce a Jesús (cf. Mc 14, 66-72 par)

Contexto y contexto. Las antítesis de Mt 5, 17-48.

El evangelio de Mateo, que ha crecido en diálogo con el judaísmo legal, ha trazado en forma de antítesis las relaciones entre un tipo de judíos y cristianos.  En este contexto se entienden las seis antítesis que son para Mateo una aportación específica de Jesús al judaísmo. Quizá más que antítesis se podrían llamar síntesis, porque en general no niegan la ley anterior, sino que la profundizan.

(a) Mt 5, 21-26. No matar… no airarse. Lo que se dijo a los antiguos (¡no matar!) es para Jesús insuficiente. No basta con evitar el asesinato externo, sino que es necesario que los hombres superen todo tipo de ira y violencia contra el prójimo.

(b) Mt 5, 27-30. No adulterar no desear mal. Para Jesús la maldad del divorcio no empieza en el hecho externo, sino en el mal deseo del corazón, que se deja llevar consciente y voluntariamente por la intención de “apoderarse” de una persona que vive otra realidad de amor y de familia.

(c) Mt 5, 31-32. Ley de divorcio  no divorciarse. La ley permite el divorcio, para regular el orden social. Jesús va más allá de la ley y pide fidelidad plena a un varón y a una mujer (aunque el texto de Mt modula esa fidelidad, suponiendo que veces no existe ya, no hay matrimonio).

(d) Mt 5, 33-37. No perjurar…  no jurar. La ley exige mantener el juramento, como acto religioso (pues Dios mismo es quien avala los juramentos). La prohibición de Jesús (¡no jurarás!), matizada por el mismo Mt en otro contexto (Mt 23, 16-22), tiene un sentido básicamente religioso: Dios no está ahí para avalar los juramentos, sino que tiene valor en sí mismo, por encima de ese tipo de palabras sagradas. La verdad religiosa del hombre se sitúa en el plano de la vida profana, sin necesidad de introducir una palabra religiosa (de juramento) para ratificar por ella las relaciones humana.

(e) Mt 5. 5, 38-42. Talión (ojo por ojo) no violencia. La Ley se sitúa en un plano de oposición, suponiendo que para vencer el mal hay que aplicar otro mal (ojo por ojo). De esa forma, la ley se sitúa en la línea del juicio, con la violencia que ello implica. En contra de eso, Jesús quiere que la vida de los hombres sea experiencia y expresión de gratuidad, renunciando de esa forma a la violencia.

(f) Mt 5, 43-47. Amor al amigo al enemigo. La ley aplica el talión en el campo de las relaciones humanas, dividiendo a los hombres en amigos y enemigos (en buenos y malos para mí). En contra de eso, Jesús presenta la vida como don creador, que puede abrirse a todos, superando la división de amigos y enemigos. En el fondo de las antítesis se expresa la oposición entre la ley (que sostiene lo que existe a través de la fuerza y la venganza) y la gracia (que entiende la vida como fidelidad personal y amor activo). En sentido estricto, el Jesús de las antítesis no va en contra de la ley, ni discute sus implicaciones (como hará la tradición rabínica de la Misná), sino que (a no ser en el caso del divorcio, donde Mt introduce una cláusula exceptiva) se sitúa por encima de ella: busca y ofrece un principio de gratuidad creadora, que va más allá de la ley, en una línea de trasparencia y fidelidad humana. En esa línea, pide a los hombres que no juren, es decir, que renuncien a un gesto religioso muy significativo, como es el juramento.Los juramentos … pertenecen al plano de la religión. No es que sean malos, aunque pueden convertirse en malos. Hay juramentos bueno… y puede haber juramentos malos. Y en ese plano la ley del AT (y la ley de cierta iglesia posterior) quiere que los juramentos sean buenos y que siendo buenos se cumplan….

31A27B95-5B1A-4E93-85D1-30164F8E52BBPues bien, Jesús no quiere ese tipo de religión de juramentos… ni siquiera los buenos… No quiere que manejemos a Dios, sino que digamos la verdad por sí misma. Es evidente que la Iglesia (empezando por Pablo) ha tenido miedo a Jesús, ha tenido miedo a la gente no actúe bien (no sea responsable) sin juramentos… y así ha pedido y pide a sus fieles que juren.

Al pedir a sus obispos, provinciales religiosos, profesores de teología/religión y demás personas “responsables” que juren, la Iglesia está desconfiando de ellos, poniéndose así en contra de Jesús. Éste me parece un tema serio, un tema grave. Una Iglesia que así actúa no vive en un nivel de confianza y gratuidad, sino de sospecha. No es una iglesia sana, iglesia amiga, sino una sociedad obsesivamente enferma, neurótica, llena de  sospechas y miedos, exigiendo por eso a sus responsables el juramento (para sentirse así más segura, para atar a los creyentes bajo pecados que ella misma inventa). Matices del juramento.

Ha de entenderse desde el trasfondo social. Recordemos que los judíos no podían jurar por Dios (pues a Dios ni se le nombraban), sino por realidades vinculadas a Dios. Por eso, en contexto judío, Mt ofrece una lista de cosas por la que no se puede jurar:

No juréis ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo

Ha dicho Jesús que no juremos, que digamos “si si, no no”, y que todo lo demás viene del diablo. No le hemos hecho caso, no le ha hecho caso un tipo Iglesia, que pide que se jure, siguiendo así al Diablo más que a Dios.

Se pueden ofrecer mil pueden dar cien matizaciones, y así ha podido hacerlo quizá el mismo  Pablo, que juraba, defendiéndose… Puede responder el mismo Mateo  23 cuando matiza la doctrina de los juramentos (e incluso Mc 14, 25) …  donde parece que Jesús jura. Pero que todo eso son al fin excusas. Si la Iglesia creyera de verdad en Dios y en los hombres, según el ejemplo de Jesús, dejaría mañana mismo de pedir juramentos a su gente.

 DIOS, VERDAD DEL HOMBRE, NO NECESITA JURAMENTOS  

Entre las palabras históricamente más fiables de Jesús se encuentra ésta: “Habéis oído que se ha dicho a los antiguos “no perjurarás” (Lev 19, 12), sino cumplirás tus juramentos. Yo, en cambio, os digo: no juréis en modo alguno” (Mt 5, 33). Esta prohibición va en la línea de la trascendencia de Dios (y de la prohibición de la idolatría), pero, en sentido más estricto, va en contra de un rasgo importante de la Ley judía y, en general, de toda religión que no solamente se atreve a jurar, apelando a Dios en las discusiones humanas, sino que manda que se “jure” (poniendo a Dios como testigo) en discusiones y asuntos importantes, como si él tuviera que ser garante legal de las afirmaciones humanas.

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El peligro del legalismo. Domingo 6 TO Ciclo A.

Domingo, 12 de febrero de 2023
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escribasDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Las bienaventuranzas y las parábolas de la sal y de la luz, leídas en los domingos anteriores, forman la Introducción al Sermón del Monte. A partir de este momento, Mateo presenta la oferta religiosa de Jesús, contraponiéndola a la de los escribas y fariseos:

“Os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos no entraréis en el reino de los cielos”.

            “Justicia” no significa aquí “justicia social”, sino fidelidad a Dios, cumplimiento de lo que él considera justo. Y lo que está en juego es entrar en el reino de los cielos, formar parte de la comunidad cristiana en este mundo, y del futuro reino de Dios.

            Ya que el evangelio nos sitúa ante una alternativa: entrar o no entrar en el reino de Dios, la primera lectura se orienta en la misma línea.

El agua y el fuego, la vida y la muerte (1ª lectura: Eclesiástico 15,16-21)

            Aquí la alternativa consiste en observar los mandamientos de Dios o negarse a ello. No se trata de algo indiferente. Lo primero equivale a elegir el agua y la vida; lo segundo, a optar por el fuego y la muerte.

Si quieres, guardarás los mandamientos [del Señor] y permanecerás fiel a su voluntad. Él te ha puesto delante fuego y agua: extiende tu mano a lo que quieras. Ante los hombres están la vida y la muerte, y a cada uno se le dará lo que prefiera. Porque es grande la sabiduría del Señor, fuerte es su poder y lo ve todo. Sus ojos miran a los que le temen, y conoce todas las obras del hombre. A nadie obligó a ser impío y a nadie dio permiso para pecar.

Advertencia previa sobre el evangelio

            La liturgia ofrece dos posibilidades: 1) una lectura breve, que recoge solo algunas de las afirmaciones principales contenidas en Mt 5,17-37; 2) una lectura larga, que no omite nada, desarrollando el contenido de la breve. Aunque la primera resulta a veces descarnada y omite ideas muy importantes, la segunda es tan compleja, y con temas tan distintos, que resulta imposible explicarlos en una homilía. Me limitaré a algunas indicaciones sobre la breve. Quien desee un comentario a todo el pasaje puede verlo en J, L, Sicre, El evangelio de Mateo. Un drama con final feliz (Verbo Divino 2019) páginas 114-123.

Los escribas

            Para este domingo y el próximo, la liturgia ha elegido solamente la diferencia que debe darse entre el cristiano y el escriba.

            Sociológicamente, los escribas constituyen un grupo muy heterogé­neo, al que pertenecen sacerdotes de elevado rango, simples sacerdotes, miembros del clero bajo, de familias importantes y de todos los estratos del pueblo (comerciantes, carpinteros, constructores de tiendas, jornaleros). Incluso encontramos gente que no eran de ascendencia israelita pura, sino hijos de madre o padre convertidos al judaísmo. El poder de los escribas radica en exclusivamente en su ciencia. Quien deseaba ser admitido en la corporación debía hacer un ciclo de estudios de varios años. Generalmente, desde los 14 años de edad dominaba la exégesis de la Ley (Pentateuco). Pero la edad canónica para la ordenación eran los 40 años. A partir de entonces estaba capacitado para zanjar por sí mismo las cuestiones de legislación religiosa y ritual, para ser juez en procesos criminales y tomar decisiones en los civiles, bien como miembro de una corte de justicia, bien indivi­dualmente. Tenía derecho a ser llamado rabí. Y se les abrían los puestos claves del derecho, de la administración y de la enseñan­za.

El peligro del legalismo

            A pesar de la gran estima de que gozan entre la gente, a Jesús no le resultan simpáticos. No quiere que sus seguidores se parezcan a los escribas, ni que los puedan confundir con ellos. Porque en su postura existe un peligro gravísimo de legalismo, es decir, de exaltación de la ley y de la norma por encima de todas las cosas. Al legalismo, se puede llegar por dos caminos muy parecidos:

  1. a) Buscando seguridad humana. Una persona inmadura, con miedo a correr riesgos, prefiere que le indiquen en cada momento lo que debe hacer. Cuantas más normas, mejor, porque así no se siente insegura.
  2. b) Buscando seguridad religiosa. Estas personas conciben la salvación como algo que se gana a pulso, a base de esfuerzo, cumpliendo en todo momento la voluntad de Dios. Esta voluntad de Dios no la conciben como una actitud global en la vida, sino concretada en una serie de actos. Cuantas más normas me dicten, mejor conoceré lo que Dios quiere y me resultará más fácil salvarme.

            En lo anterior hay cosas buenas y malas. Pero lo más grave es que la persona amante de las normas corre el peligro de quedarse en la letra de la ley, sin profundizar en su espíritu, que es más exigente. Por ejemplo, la ley manda no comer carne los viernes de cuaresma. Y se queda tranquila con cumplir la letra de la ley, pero no le preocupa comer langosta o gambas. La ley manda ir a misa los domingos y días de fiesta, y la cumple a rajatabla; pero quizá no dedica ni un minuto a Dios durante el resto de la semana.

            Otro grave riesgo de la mentalidad legalista es que, con la ley en la mano, se puede machacar al prójimo y amargarle la existen­cia. Se critica al que no vive como uno considera conveniente, se lo condena, incluso se lo persigue.

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¿Cómo superar el legalismo?

            Para combatir esta postura legalista y enseñar a sus discípulos a actuar cristianamente, Mateo pone en labios de Jesús seis casos concretos, referentes al asesinato, adulterio, divorcio, juramen­to, venganza, y amor al prójimo (Mateo 5,21‑48). Este domingo se leen tres de los cuatro primeros [la lectura breve omite el caso del divorcio]; el domingo próximo se leerán los dos últimos.

            En el primer caso, asesinato, Jesús lleva la ley a sus consecuencias más radicales.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: Todo el que se deje llevar de la cólera contra su hermano será procesado.

            El quinto mandamiento prohíbe matar. La mentalidad legalista, ateniéndose a la letra, se contenta con no hincarle un puñal al prójimo. Jesús dice que el espíritu del mandamiento va mucho más lejos. Lo importante no es sólo respetar la vida física del prójimo, sino también toda su persona. [La lectura larga concreta tres delitos cada vez peores contra el prójimo: encolerizarse con él, insultarlo y ofenderlo gravemente].

            En el segundo caso, adulterio, Jesús también interpreta el mandamiento de forma radical.

Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.

            La letra de la ley sólo se fija en el hecho físico. Pero Jesús va a su espíritu profundo, teniendo en cuenta incluso el peligro remoto de caer. Su enseñanza coincide con la de otros rabinos: «No puedes decir que se llame adúltero a quien ha cometido adulterio con cuerpo; el que ha cometido adulterio con sus ojos también se llama adúltero» (Simeón ben Lakish).

            En el cuarto caso, a propósito del juramento (y en el tercero, sobre el divorcio, omitido en la lectura breve), anula la ley.

También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”. Pero yo os digo que no juréis en absoluto. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.

            Jesús se mueve en una sociedad que usa y abusa del juramento. El discípulo de Jesús tiene que moverse en una honradez y sinceridad tan absolutas que le baste decir sí y no.

            Este domingo hemos visto dos formas de combatir el legalismo: llevar la ley a sus consecuencias más radicales y anularla. El próximo domingo veremos otro recurso: cambiar la ley por una norma más exigente.

Reflexión final

            La primera lectura habla de una alternativa entre agua y fuego, vida y muerte. Para Jesús, la alternativa consiste en entrar en el reino de Dios o quedarse fuera. El escriba estaría de acuerdo en que lo mejor es guardar los mandamientos y ser fiel a la voluntad de Dios. Pero Jesús diría: “Depende de cómo interpretes esa voluntad”. Si lo haces en plan legalista, limitándote a la letra de la ley, no puedes seguirme, no puedes entrar en el Reino de Dios. El evangelio de hoy se presta a un examen de conciencia, especialmente a propósito de nuestra relación con el prójimo, al que a veces estamos asesinando sin darnos cuenta.

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Domingo VI del Tiempo Ordinario. 12 febrero, 2023

Domingo, 12 de febrero de 2023
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D-VI

 

“Os aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos,

no entraréis en el Reino de los cielos”.

(Mt 5, 17-37)

Jesús, que a los ojos de los letrados y fariseos es un trasgresor de la ley, aparece aquí diciendo que no ha venido a abolir la Ley sino a llevarla hasta sus últimas consecuencias.

Las leyes ya sean religiosas, civiles o de tráfico están puestas como base de un mínimo acuerdo. Tratando de delimitar y salvaguardar los derechos de las personas, de todas las personas. Derechos que se entrecruzan y relacionan con otros derechos, con deberes y obligaciones. Y en esa complicada trama la ley trata de guiar y dar algo de luz.

Pero como toda trama esa trama es tremendamente complicada, llena de recovecos, nudos y discontinuidades. Por eso seguir la ley al pie de la letra no garantiza un comportamiento justo, ni siquiera bueno.

De ahí que Jesús nos advierte: “si no sois mejores que los letrados y fariseos no entraréis en el Reino de los cielos.”

Después de más de 2000 años de historia identificamos a estos personajes como los “malos de la película”. Los letrados y fariseos son los que se opusieron a Jesús, quienes le condenaron y obligaron a las autoridades romanas a crucificar a Jesús.

Visto así es sencillo ser mejor que los letrados y fariseos. Pero si nos ponemos en la piel de las primeras comunidades cristianas o de las primeras personas que se acercaron a Jesús. Esas gentes sencillas de Galilea provenientes del judaísmo. Para ellas ser mejores que los letrados y fariseos era prácticamente imposible. Ellos eran los oficialmente buenos. Los santos. Los irreprochables.

Y los mismos letrados y fariseos se creían buenos. Fieles cumplidores y custodios de las tradiciones y de la Santa Ley. Se sentían cercanos a Dios y seguros en el cumplimiento de sus leyes y preceptos.

Eran gente de bien que se había cerrado sobre sus propias verdades y habían dejado fuera a quienes se salían del esquema.

Por eso la advertencia de Jesús sigue siendo válida para nosotras. “Si no somos mejores que los letrados y fariseos no entraremos en el Reino de los cielos”.

Oración

No permitas, Trinidad Santa, que nos creamos mejores que las demás.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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La plenitud de la Ley está en su superación.

Domingo, 12 de febrero de 2023
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indiceDOMINGO 6º (A)

Mt 5,17-37

Seguimos en el sermón del monte de Mateo. La lectura de hoy afronta un tema complicado. Cómo armonizar la predicación y la praxis de Jesús con la Ley, que para los judíos era sagrada y definitiva. Ir más allá de lo establecido es el problema radical que se plantea en todos los órdenes de la vida. Damos valor absoluto a lo ya conocido pero nuestro conocimiento será siempre limitado; debemos ir siempre más allá.

Tuvo que ser muy difícil para un judío aceptar que la Ley no era absoluta. Jesús fue contundente en esto. Abrió una nueva manera de relacionarnos con Dios. El Dios todopoderoso, que está en los cielos y ordena y manda, deja paso al Dios “Ágape” que se identifica con cada uno de nosotros y nos invita a descubrirlo en los demás. A pesar de ello, muchos años después, los cristianos se estaban peleando por circuncidar o no circuncidar, comer o no comer ciertos alimentos, cumplir o no el sábado…

Toda norma metida en palabras, incluso las de Moisés en la Biblia, no podrá ser nunca definitiva. Esto, bien entendido, es el punto de partida para comprender las Escrituras. El hombre siempre tiene que estar diciendo lo que dijo Jesús en el evangelio: habéis oído que se dijo, pero yo so digo, porque conocemos cada vez mejor la naturaleza y al ser humano. Si Jesús y los primeros cristianos hubieran tenido la misma idea de la Biblia que muchos cristianos tienen hoy, no se hubieran atrevido a rectificarla.

Cuando hablamos de “Ley de Dios”, no queremos decir que, en un momento determinado, Dios haya comunicado a un ser humano su voluntad en forma de preceptos, ni por medio de unas tablas de piedra, ni por medio de palabras. Dios no se comunica a través de signos externos, porque no es un ser fuera que tenga voluntad propia para imponerla. La voluntad de Dios está en la esencia de cada criatura.

Si fuésemos capaces de bajar hasta lo hondo del ser, descubri­ríamos allí esa voluntad de Dios; ahí, sin decir palabra, me está diciendo lo que es bueno o malo para mí. La voluntad de Dios no es nada añadido a mi propio ser, no me viene de fuera. Está siempre ahí pero no somos capaces de verla. Esta es la razón por la que tenemos que echar mano de lo que nos han dicho algunos que sí fueron capaces de bajar hasta el fondo de su ser y descubrir lo que Dios es y lo que somos cada uno de nosotros. Lo que otros descubrieron y nos cuentan nos puede ayudar a descubrirlo en nosotros.

Moisés supo descubrir lo que era bueno para el pueblo que estaba tratando de aglutinar, y por tanto lo que era bueno para cada uno de sus miembros. No es que Dios se le haya manifes­tado de una manera especial, es que él supo aprove­char las circunstan­cias especia­les para profundi­zar en su propio ser. La expresión de esta experiencia es voluntad de Dios, porque lo único que Él quiere de cada uno de nosotros es que seamos nosotros mismos, que lleguemos al máximo de nuestras posibilidades.

¿Qué significaría entonces cumplir la ley? Algo muy distinto de lo que acostumbramos a pensar. Una ley de tráfico se puede cumplir perfectamente solo externamente, aunque estés convencido de que el “stop” está mal colocado, yo lo cumplo y consigo el objetivo de la ley, que no me la pegue con el que viene por otro lado y además, evitar una multa. En lo que llamamos Ley de Dios, las cosas no funcionan así. Dios no ha dado nunca ninguna Ley. Lo que es bueno o lo que es malo está inscrito en mi ser.

A trancas y barrancas hemos superado la idea de una Ley venida de fuera. Nos queda mucho camino por andar para superar la idea de un Legislador que impone su voluntad a pesar nuestro. En la Biblia encontramos 613 preceptos. Nos parecen infinitos, pero resulta que el Código de Derecho Canónico tiene 1.752 cánones. No hemos sido capaces de asimilar el mensaje de Jesús que insistió en superar toda norma. Nos dejó un solo mandamiento: que os améis, y el amor nunca puede ser fruto de una ley.

Desde esta perspectiva, podemos entender lo que Jesús hizo en su tiempo con la Ley de Moisés. Si dijo que no venía a abolir la ley, sino a darle plenitud, es porque muchos le acusaron de saltársela a la torera. Jesús no fue contra la Ley, sino más allá de la Ley. Quiso decirnos que toda ley se queda siempre corta, que siempre tenemos que ir más allá de la pura formulación, hasta descubrir el espíritu. La voluntad de Dios está más allá de cualquier formulación, por eso tenemos que superarlas todas.

Jesús pasó, de un cumplimiento externo de leyes a un descubrimiento de las exigencias de su propio ser. Esa revolución que intentó Jesús está aún sin hacer. No solo no hemos avanzado nada en los dos mil años de cristianismo, sino que en cuanto pasó la primera generación de cristianos hemos ido en la dirección contraria. Todas las indicaciones del evangelio, en el sentido de vivir en el espíritu, han sido ignoradas. Seguimos más pendientes de lo que está mandado que de descubrir lo que somos.

“Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, pero yo os digo: todo el que está enfadado con su hermano será procesado”. No son alternativas, es decir o una o la otra. No queda abolido el mandamiento antiguo sino elevado a niveles increíblemente más profundos. Nos enseña que la actitud negativa hacia otro es ya un fallo contra tu propio ser, aunque no se manifieste en una acción concreta contra el hermano.

“Si cuando vas a presentar tu ofrenda, te acuerdas de que tu hermano tiene queja contra ti, deja allí tu ofrenda y vete a reconciliarte con tu hermano…” Se nos ha dicho por activa y por pasiva que lo importante era nuestra relación con Dios. Toda nuestra religiosidad está orientada desde esta perspectiva equivocada. El evangelio nos dice que más importante que nuestra relación con Dios, es nuestra relación efectiva con los demás. Si ignoramos a los demás, nunca nos encontraremos con Dios.

No dice el texto: si tú tienes queja contra tu hermano, sino si tu hermano tiene queja contra ti. ¡Que difícil es que yo me detenga a examinar si mi actitud pudo defraudar al hermano! Es impresionante, si no fuera tan falseado: “deja allí tu ofrenda y vete antes a reconciliarte con tu hermano”. Las ofrendas, las limosnas, las oraciones no sirven de nada si otro ser humano tiene pendiente la más mínima cuenta contigo.

De todas formas, la eliminación de las leyes no funcionaría si no suplimos esa ausencia de normas por un compromiso de vivencia interior que las supere. Las leyes solo se pueden tirar por la borda cuando la persona ha llegado a un conocimiento profundo de su propio ser y descubre las más auténticas exigencias del verdadero ser. Ya no necesita apoyaturas externas para caminar hacia su definitiva meta. Recuerda: “ama y haz lo que quieras” o “el que ama ha cumplido el resto de la Ley”.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La novedad de Jesús.

Domingo, 12 de febrero de 2023
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amor-a-dios-y-al-projimo-300x300Mt 5, 17-37

«Habéis oído que se dijo a los antiguos … pero yo os digo»

Hay quien concibe el evangelio como culminación del antiguo testamento. Otros van más lejos y hablan de ruptura, pero, en cualquier caso, es innegable la gran novedad que supuso Jesús; una novedad tan patente y arrolladora, que el propio Mateo —un escriba posiblemente de secta farisea— no tiene más remedio que reconocer. Y aunque en el texto de hoy se hace un pequeño lío por tratar de ser fiel a su tradición —«no he venido a abolir la ley…»—, se muestra más explícito en su capítulo nueve donde compara a Jesús con el vino nuevo que rompe los odres viejos.

Y es que Jesús se está ofreciendo como alternativa a Moisés, y está pidiendo a sus seguidores que superen el concepto de Ley y se abracen al evangelio. Les viene a decir que no se trata de ser santos e irreprochables a los ojos de Dios, sino de crear humanidad; que no se trata de cumplir una serie de preceptos y tradiciones, sino de sentirse amados por Dios y responder amando, sirviendo, perdonando…

Como decía Ruiz de Galarreta: «La diferencia entre la ley y el evangelio es que la ley deja a la persona a sus propias fuerzas, le pone preceptos que ha de esforzarse en cumplir, le amenaza, le premia… mientras que el evangelio la coloca ante el don de Dios, le hace conocer a su Padre, le convierte en hijo, lo cambia por dentro… y ya no tiene que mandarle nada».

Sabemos que la reacción de la gente ante este mensaje fue muy dispar. Aquellos que se sintieron necesitados de ese Dios, le siguieron hasta el final. En cambio, los ricos y acomodados estaban tan satisfechos tal como estaban que prefirieron al Juez que da a cada uno según su mérito, porque a ellos ya les había juzgado y —a la vista de la prosperidad de la que gozaban— les había declarado justos y dignos de premio.

Los escribas y fariseos lo rechazaron desde el principio y se posicionaron de manera inequívoca en su contra. Y no les faltaba razón. Habían consagrado su vida al Dios de Abraham, al Dios de Moisés, en definitiva, al Dios de la Tradición, y aquella nueva doctrina era para ellos la mayor de las imposturas. No les cabía duda de que aquel nazareno que la proclamaba era un impostor; además un impostor peligroso, porque si lo suyo triunfaba, ellos, junto con los sacerdotes, serían los más perjudicados.

Para todo israelita la conversión a Abbá suponía abandonar al Dios de sus padres, renunciar a la tradición de Israel y lanzarse al vacío… y sus mentes no estaban preparadas para asimilar ese mensaje. Les entusiasmaba lo de Jesús, pero no podían aceptar que aquello pudiese entrar en conflicto con sus creencias milenarias. Por eso, todo cuanto le oían decir quedaba amoldado a la horma de sus tradiciones, y acababa interpretándose más en clave política que religiosa…

Para hacernos una idea de la novedad que en su tiempo supuso Jesús, baste pensar que, veinte siglos después, nosotros, la Iglesia, no acabamos de digerir sus palabras y retornamos, una y otra vez, al Dios juez justo y misericordioso que va a juzgarnos y premiarnos por nuestras buenas acciones.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fe Adulta

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¿Llamados, llamadas a cumplir la ley o a darle su plenitud?

Domingo, 12 de febrero de 2023
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sermon-on-the-mountMateo 5,17-37

¿Qué era la Ley para Jesús?  ¿Qué es para mí cumplir la ley?

En el evangelio de este domingo Jesús nos invita a pararnos y reflexionar sobre la ley. Tema posiblemente poco atractivo para la mayoría y más en estos tiempos, en los que en cada telediario oímos hablar de leyes nuevas, o leyes que se modifican, en unos tonos y términos que nos hacen sospechar que no siempre es el bien común o la justicia lo único que hay detrás.

Por eso, es posible que al escuchar esta primera afirmación que Mateo pone en boca de Jesús “No he venido a abolir la ley, sino a darle su plenitud”, o su cumplimiento, como se traduce a veces, no nos sintamos especialmente emocionados.

Las primeras comunidades cristianas procedentes del judaísmo, a las que se dirige Mateo, tienen la experiencia de haber vivido siempre buscando cumplir la Ley. Esa Ley que liberó al pueblo en tiempos de Moisés pero que en tiempos de Jesús se ha convertido en un montón de preceptos, 613 prescripciones que había que cumplir escrupulosamente o encontrar una justificación para saltárselos “quedando bien”. Y Jesús afirma que ha venido a cumplir y dar plenitud a la ley y a enseñar a todos a cumplirla. Y que quien haga como Él será grande en el Reino.

Esto nos lleva a preguntarnos, ¿qué era la Ley para Jesús? y ¿qué es para mí cumplir la ley? ¿Desde dónde hago lo que “tengo que hacer”? ¿Desde la rutina o la costumbre? ¿Desde la presión del qué dirán de mí?… ¿o desde el corazón?

El evangelio continúa introduciendo una nueva palabra, justica. Siempre en boca de Jesús Mateo afirma sorprendentemente que si nuestra justicia no es mayor que la de estos grupos que “oficialmente” son los cumplidores de la ley, no entraremos en el Reino. Esta afirmación es luminosa y liberadora, descubrimos en ella que Jesús no nos está hablando del cumplimiento de una multitud de preceptos al pie de la letra, deshumanizados y lejos de lo que se fragua en el corazón. Para Jesús la plenitud de la Ley es la justicia.

Si buscamos el significado de justica en el diccionario encontramos: “Principio moral que lleva a determinar que todos deben vivir honestamente. (…) constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido.” (rae)

Es decir, que cumplir la ley en su plenitud no es cumplir preceptos, sino vivir en referencia a Dios y a los otros, a todo hombre y mujer que es mi prójimo. Y esta referencia a Dios y a los demás no de una forma aislada o separada. Si mi hermano o mi hermana, cualquiera que este sea, tiene algo contra mí, eso me impide acercarme a Dios intentando “cumplir” lo que entiendo como preceptos religiosos. Porque ¿cómo va a aceptar Dios, padre y madre misericordioso, una ofrenda nuestra si sus otros hijos tienen quejas contra nosotros y no las atendemos? La exigencia de esta manera de vivir la ley hace que nos vayamos transformando por dentro, que nuestro corazón se haga más comprensivo, que sepamos perdonar, que la reconciliación sea nuestro talante para poder hacer comunidad… porque la plenitud de la ley está en el corazón no solo en los hechos externos.

Lo que sigue en el texto evangélico concreta y expresa esta forma de cumplir la ley que Jesús quiere en situaciones candentes en las primeras comunidades, el tema del divorcio y de los juramentos.

El acta de repudio que cualquier varón podía dar a su mujer por causas mínimas, dejándola sin posibilidades de una vida digna, despreocupándose de ella, es claramente una costumbre injusta que va contra el fondo, el objetivo último de la ley y Jesús avisa de esto a sus seguidores. Ampliando nuestra mirada, ¿qué nos dice hoy a nosotros? ¿A cuántas personas damos cualquier tipo de “acta de divorcio” y nos desentendemos de ellas? Porque no son de los nuestros, porque no nos gusta lo que hacen o piensan….  Y luego, ¿podemos acercarnos sin más a celebrar la eucaristía?

En una sociedad en la que el valor de la palabra era inmenso porque no había otro tipo de contrato, se había llegado a desvirtuar el juramento. Ya no se apoyaba en la verdad de lo que se afirmaba jurar o prometer, sino en por quién o por qué se juraba, con lo que la verdad podía quedar abolida por retorcidas afirmaciones. El evangelio rechaza cualquier forma de juramento. Jesús nos invita a amar la verdad, a vivir en verdad y decir la verdad. Simplemente, sencillamente… lo demás no es del Reino.  Seguro que estamos recordando ese otro pasaje en el que Jesús afirma que es la Verdad. (Jn 14, 6) ¿Qué valor real damos a la verdad? ¿La disimulamos, la ignoramos, hacemos pactos para lograr otros intereses que la desvirtúan?

Cuando este domingo escuchemos “Habéis oído que se dijo, pero yo os digo” caeremos en la cuenta de que Jesús no cambia, añade o quita preceptos, sino que los da hondura, los lleva al corazón, al centro, la raíz de la persona, de donde brota la justicia.

Acojamos esta invitación a dar plenitud a la ley en nuestra vida.  Escuchemos la voz de Jesús que nos dice: ¡Cuidado! Hay formas de cumplir la ley que no nos hacen justos, buenos… Se lo dice a sus primeros discípulos y a nosotros, a nosotras, ¿somos justos, buenos, santos al cumplir la ley, los mandamientos, los preceptos de la Iglesia?

Si vivimos profundamente la Palabra de Dios, si su Ley cala directamente en nuestro corazón, lo que pensemos, digamos o hagamos será sincero, auténtico, profundo. Será expresión del amor, del perdón y la comprensión a los hermanos y así, solo así, el vivir los mandamientos, la Ley, nos acercará a Dios y nos hará felices. Porque, como dice el evangelio eso es llevar la Ley a su plenitud.
Mª Guadalupe Labrador Encinas fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Radicalidad

Domingo, 12 de febrero de 2023
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A80315DF-AAB8-40FD-89F0-0321CCA59602Domingo VI del Tiempo Ordinario 

12 febrero 2023

Mt 5, 17-37

Mateo, que escribe a una comunidad de origen judío, se ve obligado a hacer equilibrios entre la continuidad y la ruptura que supone el mensaje de Jesús. En esa línea, afirma que cumple con toda la ley judía pero que, al mismo tiempo, la trasciende de manera radical.

Más allá de los casos propuestos -y superado el apego a la literalidad del texto-, lo que parece evidente es el carácter radical de la propuesta de Jesús. A veces, nuestra mente suele asociar “radicalidad” a exigencia, voluntarismo, perfeccionismo, mortificación… Es probable que en esta misma trampa cayera el propio Mateo cuando habla de “sacarse un ojo” o “cortarse una mano”.

Sin embargo, en su sentido propio, radicalidad remite a “raíz”. Con lo cual, el acento pasa de lo que hago al desde dónde lo hago. Porque es precisamente este “desde dónde” el que, si quiero vivir coherentemente, me guía a la raíz o núcleo de lo que somos.

La radicalidad no consiste, por tanto, en cambiar el “contenido” de la norma -cambiar el qué-, sino en vivirse en aquel “lugar” -el dónde- en el que de habita nuestra verdadera identidad.

En concreto, todo lo que emprendemos podemos hacerlo desde el ego que creemos ser o desde la consciencia que somos. Y los frutos serán radicalmente diferentes, porque nacen de raíces muy distintas.

Dado que la diferencia se da entre lo que creemos ser y lo que realmente somos, si queremos vivir con radicalidad -desde la raíz-, necesitamos crecer en comprensión. Es la comprensión la que nos permite salir de las creencias acerca de nosotros mismos para vivir en la certeza de ser. Y es ahí donde somos transformados. Si no la reducimos a mero razonamiento mental, la comprensión transforma porque nos hace ver: qué somos, qué son los otros, que es esta sociedad, qué es nuestro mundo… Nuestra mirada cambia y de ella brotará la acción adecuada.

¿De dónde brotan mis acciones?


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Se os dijo: cumplid… pero yo os digo: amad…

Domingo, 12 de febrero de 2023
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88F159D8-869F-4D6B-BF9E-BB3A79F9C551Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Anotaciones previas.

Continuamos escuchando las “conclusiones” que se derivan del sermón de la montaña, de las bienaventuranzas.

01.2     Recordemos y tengamos presente que Mateo es un evangelio escrito para comunidades cristianas compuestas por personas de origen judío, de cultura y religión judías. Por tanto, estas comunidades conocen y viven del AT, de la ley de Moisés y de la cantidad de preceptos (613), normas que de la ley habían extraído los escribas y la tradición judía.

Este tránsito, este paso del AT al NT lo podríamos comparar con el cambio que se produjo en gran parte de la Iglesia preconciliar a la Iglesia postconciliar (Vaticano II), nos sentimos liberados. Hay quien nunca pasó del Sinaí a las bienaventuranzas. Hay quien nunca amó el Vaticano II

01.3     Jesús después de proclamar la “nueva ley” en las Bienaventuranzas, comienza a desmantelar todo el sistema religioso del AT.

Todo el capítulo quinto de San Mateo seguirá ya esta estructura: SE OS DIJO, PERO YO OS DIGO, Se os dijo en el AT, pero yo os digo

Mt 5, 1-12   BIENAVENTURADOS los pobres, los humildes, los que trabajan por la paz…

Mt 5, 13-16  Sed LUZ y SAL (testimonio) de la tierra.

Mt 5, 21-26  SE OS DIJO: no matarás… PERO YO OS DIGO ni tan siquiera os peleéis …

Mt 5, 27-31  SE OS DIJO: no cometerás adulterio… PERO YO OS DIGO, sé siempre fiel en tu amor…

Mt 5, 33-37  SE OS DIJO: no jurarás en falso… PERO YO OS DIGO que digáis la verdad.

Mt 5, 38-42  SE OS DIJO: Ojo por ojo y diente por diente… PERO YO OS DIGO: no hagáis mal a nadie.

Mt 5 43-48   SE OS DIJO: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo… PERO YO OS DIGO: amad a vuestros enemigos.

02.- La plenitud de la ley es el amor.

    Jesús dice que no ha venido a abolir la ley, sino a darle plenitud.

Fácil y precipitadamente solemos pensar –y vivir- un cristianismo como si fuesen unas “rebajas teológicas” del AT; una especie de “saldos religiosos” a buen precio, unas leyes más fáciles de cumplir, una Iglesia más permisiva y tolerante.

Y no es eso.

Muchos de nosotros esperamos un cristianismo, una Iglesia que “facilite las cosas”, que “rebaje los precios”.

Pero esa no es la cuestión.

Jesús cuando habla de dar plenitud está hablando de que la ley ha terminado y ha comenzado “el tiempo del amor”. “Se os dijo…”, “pero yo os digo” que la plenitud de la vida está en el amor, o -lo que es lo mismo-, toda la ética y la moral cristiana hay que leerla y vivirla desde el amor.

En palabras de San Agustín, la plenitud de la moral de Cristo es: Ama y haz lo que quieras.

Ante las dudas y dilemas de la vida, actúa con amor y estarás haciendo lo correcto.

(Quizás el libro del Eclesiástico (1ª lectura) es un poco optimista cuando al hablar de la libertad dice: Si quieres, guardarás los mandatos del Señor. El mismo San Pablo “le corregirá” un poco la plana cuando dice: no hago el bien que quiero, sino que hago el mal que no quiero… Rom 7,19).

El hombre es amado por Dios siempre –y sobre todo- en la situación de pecado.

03.- Los sistemas religiosos permanecen en el plano de la ley:

Las religiones construyen una serie de doctrinas, normas, ritos y obligaciones: se puede hacer esto, no se puede hacer lo otro para así obtener el favor de los dioses

También entre nosotros, los católicos, ocurre algo de esto. Para muchas personas, para muchos eclesiásticos, se trata de cumplir con la ley y cuanto más fácil sea esa ley, mejor.

Probablemente nuestra concepción del cristianismo es puramente legal: hemos reducido el evangelio a Derecho canónico

    Pero el cristianismo no es eso, el cristianismo es sentirse amado por Dios y vivir desde ese amor con los demás. La plenitud de la ley es el amor. La ley de Jesús ha desembocado en el amor.

04.- Se os dijo, pero yo os digo.

También a nosotros se nos dijeron muchas cosas más propias del AT, que de Jesús: se trataba (se os dijo) que había que confesarse y comulgar una vez al año, por Pascua. Se trataba (se os dijo) de ir a Misa los domingos, (se os dijo) que no se puede controlar la natalidad, (se os dijo) ayunar unas cuantas veces al año, etc…

Esa moralidad es la propia del AT: de la ley, del cumplimiento.

La moral habitual parte como criterio único de lo que está permitido o prohibido. La moral evangélica parte del amor del seguimiento de Jesús. Vivir según la ley o según el amor son modos distintos de vivir.

Vivir desde la ley es la moral de los fariseos, es la moral del hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, la del joven rico del evangelio, la de gente autosuficiente.

Jesús ve la vida desde el amor (y sus variantes: compasión, lástima, etc.) Así surge el cristianismo del amor. La moral cristiana es la del Buen Samaritano, la de Magdalena, de Zaqueo, del Hijo pródigo, que viven conforme al corazón y al amor.

la plenitud de la ley es el amor

Ama y haz lo que quieras

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“No a la guerra entre nosotros”. 16 de febrero de 2020. 6 Tiempo ordinario (A). Mateo 5, 17-37.

Domingo, 16 de febrero de 2020
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ninos-judio-y-palestinoLos judíos hablaban con orgullo de la Ley de Moisés. Según la tradición, Dios mismo la había regalado a su pueblo. Era lo mejor que habían recibido de él. En esa Ley se encierra la voluntad del único Dios verdadero. Ahí pueden encontrar todo lo que necesitan para ser fieles a Dios.

También para Jesús la Ley es importante, pero ya no ocupa el lugar central. Él vive y comunica otra experiencia: está llegando el reino de Dios; el Padre está buscando abrirse camino entre nosotros para hacer un mundo más humano. No basta quedarnos con cumplir la Ley de Moisés. Es necesario abrirnos al Padre y colaborar con él para hacer la vida más justa y fraterna.

Por eso, según Jesús, no basta cumplir la Ley, que ordena «no matarás». Es necesario, además, arrancar de nuestra vida la agresividad, el desprecio al otro, los insultos o las venganzas. Aquel que no mata cumple la Ley, pero, si no se libera de la violencia, en su corazón no reina todavía ese Dios que busca construir con nosotros una vida más humana.

Según algunos observadores, se está extendiendo en la sociedad actual un lenguaje que refleja el crecimiento de la agresividad. Cada vez son más frecuentes los insultos ofensivos, proferidos solo para humillar, despreciar y herir. Palabras nacidas del rechazo, el resentimiento, el odio o la venganza.

Por otra parte, las conversaciones están a menudo tejidas de palabras injustas que reparten condenas y siembran sospechas. Palabras dichas sin amor y sin respeto que envenenan la convivencia y hacen daño. Palabras nacidas casi siempre de la irritación, la mezquindad o la bajeza.

No es este un hecho que se dé solo en la convivencia social. Es también un grave problema en el interior de la Iglesia. El papa Francisco sufre al ver divisiones, conflictos y enfrentamientos de «cristianos en guerra contra otros cristianos». Es un estado de cosas tan contrario al Evangelio que ha sentido la necesidad de dirigirnos una llamada urgente: «No a la guerra entre nosotros».

Así habla el Papa: «Me duele comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odios, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas. ¿A quién vamos a evangelizar con esos comportamientos?». El Papa quiere trabajar por una Iglesia en la que «todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis».

José Antonio Pagola

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“Se dijo a los antiguos, pero yo les digo”. Domingo 16 de febrero de 2020. 6º domingo de tiempo ordinario.

Domingo, 16 de febrero de 2020
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lectio divinaLeído en Koinonia:

Eclo 15,16-20: No mandó pecar al hombre
Salmo responsorial 118: Dichoso el que camina en la voluntad del Señor
1Cor 2,6-10: Dios predestinó la sabiduría antes de los siglos para nuestra gloria
Mt 5,17-37: Se dijo a los antiguos, pero yo les digo

Las lecturas de este domingo tienen como fin hacernos ver cómo Dios actúa en medio de la humanidad, nos permiten comprender la lógica de Dios, nos revelan la manera en que Dios salva al ser humano del pecado, entendiendo el pecado como esa tendencia presente en el interior de la persona que la lleva a encerrarse en sí misma, en sus propios límites humanos, sin poder abrirse a la experiencia infinita de salvación traída por el mismo Dios.

La primera lectura, del libro del Eclesiástico, desarrolla el tema de la libertad que posee el ser humano para elegir lo bueno o lo malo, la vida o la muerte. Somos libres, y «condenados a ser libres» de alguna manera. No podemos abdicar de nuestra responsabilidad. Ante nosotros tenemos las grandes opciones, las grandes Causas, esperando que nos decidamos. «Muerte y vida» están ante nosotros, al alcance de nuestra mano, por la vía de una opción ineludible.

Si en nuestra vida dominan el mal y la muerte, y con ellos el sinsentido y la desesperación, hemos sido advertidos: podemos hacer de nuestra vida una cosa u otra, gracias al poder de la libertad que se nos ha dado, la capacidad de elegir la muerte o la vida, y con ello, la capacidad de convertirnos en vida o en muerte. La capacidad de hacernos a nosotros mismos. Es uno de los misterios más grandes de nuestra existencia, el misterio de la libertad.

En el fragmento de la carta a los Corintios que hoy leemos, Pablo habla, de pasada, de «una sabiduría que no es de este mundo», que procede de otro mundo, que está en otro mundo, el mundo de Dios, que es un mundo «superior», situado literalmente encima del nuestro. Es el mundo superior que los filósofos y sabios del mundo cultural helenista han «imaginado» (no deja de ser una «imagen») para explicar la realidad, y que ha resultado ser una imagen genial, que parece expresar una explicación natural y obvia del mundo, que será acogida por casi todas las culturas subsiguientes (hasta la época moderna).

Y es un conocimiento escondido, inalcanzable, que nada tiene que ver con los saberes de este mundo, y que pertenece sólo a Dios y a quienes Él quiera revelarlo… Es la visión «gnóstica», de la «gnosis» o «conocimiento», un conocimiento divino que pasa a fungir como símbolo del principal bien salvífico: participar de ese conocimiento que salva es el objetivo de la vida humana, porque ese conocimiento es el que salva a la persona al hacerle tomar las decisiones adecuadas en su vida, las decisiones que le hacen caminar el camino de Dios. Es la misma tradición de «la Sabiduría», ya presente en el Primer Testamento, por influjo también helenista. Pablo se mueve en ese mismo ámbito de pensamiento y en esa misma cosmovisión griega de los dos mundos, o dos pisos, uno arriba (el de Dios y los suyos, o el de las Ideas, según Platón) y otro abajo (el de los humanos, o el de la materia corruptible según Platón).

Hoy continuamos leyendo el evangelio de Mateo, en secuencia consecutiva con los fragmentos proclamados en los domingos anteriores. Es el sermón de la Montaña, que comenzó con las Bienaventuranzas, y que continúa con la exposición de las exigencias de la Ley de Moisés (Torá), explicadas por Mateo, que está escribiendo para una comunidad de judíos que se han hecho cristianos, obviamente sin dejar de ser judíos, como ocurrió por lo demás con todos los cristianos. Tenemos pues que caer en la cuenta de que esta re-presentación de la Ley en el evangelio de Mateo está escrita para esa comunidad concreta, que difiere no poco de las nuestras. Obviamente, tiene también un valor universal, pero debe saberse la peculiaridad de esta comunidad, para no hacernos «judaizar» innecesariamente a todos los demás.

Pero, además de esa peculiaridad del evangelio de Mateo, todo el evangelio tiene otra peculiaridad significativa en este campo de lo moral, de la Ley, y es semejante a la que hacíamos notar respecto a la lectura anterior, la de Pablo sobre el conocimiento salvífico o gnosis. La moral vendría a ser también una especie de conocimiento gnóstico: es una voluntad, divina, superior, venida de fuera, desde arriba, desde «el segundo piso», que tenemos que tratar de escuchar en esa dirección. Es una moral «heteró-noma», una norma ajena, venida de fuera, y de arriba, a la que nos tenemos que someter. Someterse a esa ley es el sentido de la vida humana.

La moral, los preceptos, los mandamientos… con su constricción sobre la vida humana, y la consiguiente amenaza de pecado y de condenación, han sido uno de los frentes clásicos de fricción de la religión con el mundo moderno. Durante todo el mundo antiguo, configurado con los patrones del autoritarismo, los imperios, el feudalismo, las monarquías absolutas… el ser humano aceptaba «como lo más natural del mundo» que el «mundo de arriba» era estructuralmente como el de aquí abajo, es decir, un mundo donde está Dios sentado en su trono (como el emperador o el rey o el señor feudal aquí abajo), con su séquito de cortesanos y servidores de la «Corte celestial» (como en la Corte de cualquier rey humano), vigilando el mundo para que se cumplan las órdenes que desde allí se dictan.

San Ignacio de Loyola, como hombre todavía del medievo en su cosmovisión, lo refleja ejemplarmente en su explicación global del sentido de la vida humana, en su meditación central, la del Principio y fundamento (con su castellano medieval): «el hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden. Por lo qual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados» (Ejercicios espirituales, 23).

No inventó nada nuevo ahí san Ignacio. Expresaba -antológicamente, eso sí- la visión medieval y premoderna de una cosmovisión salvífica estructurada en dos pisos, uno superior (no sólo porque está encima, sino porque es absolutamente superior en su naturaleza), y otro inferior (temporal, pasajero, corruptible, peligroso…). Del piso de arriba viene todo: el Ser, el Amor, la Verdad, la Belleza… y la moral. Una moral pues absolutamente heterónoma, indiscutible, abrumadoramente inapelable, y en ese sentido fácilmente perceptible como constringente y ciegamente obligatoria, ajena a toda explicación justificativa, y en ese sentido opresiva.

El mundo moderno cambió radicalmente. El Ancien Regime del autoritarismo, imperialismo, de la obediencia ciega, del sometimiento omnímodo y a-racional se acabó. Los imperios, reinos y monarquías se acabaron, y aparecieron las repúblicas y las democracias, y los derechos de los ciudadanos (que ya no súbditos). Una moral exterior, pre-establecida, superior, sin justificación, inapelable… es sentida ahora como sofocadoramente opresora.

Con el advenimiento de la modernidad, en todos los campos, el mundo de arriba -el segundo piso que genialmente configuraron los helenistas, con Platón a la cabeza- desaparece, como que se evapora. No hace falta que sea negado, sino que la ciencia, con sus avances, cada día lo desplaza hacia atrás, replegándose en favor del descubrimiento de que todo funciona «etsi Deus non daretur», como si Dios no existiese. El cristiano moderno -el que no sigue viviendo con su cabeza en el mundo premoderno medieval- no puede aceptar aquella visión escindida en dos mundos, por muy espiritual que se presente, sino que pasa a vivir en un mundo nuevo, un mundo único, en la única realidad, sin dos pisos superpuestos.

Esta transformación ya es una realidad en la cultura moderna -por más que muchos cristianos y no pocas religiones sigan viviendo escindidamente entre la vida real de la calle y la vida espiritual dualista de sus representaciones religiosas-. Por eso, muchos cristianos se sienten retrotraídos al mundo de sus abuelos cuando escuchan este tipo de discursos morales «heterónomos», como si continuaran existiendo unos preceptos caídos de lo alto, revelados, y por eso mismo indiscutibles, incuestionables, a los que sólo cabría someterse acríticamente como súbditos del Rey del cielo (de un segundo piso). Leer más…

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Si vas al altar y recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda

Domingo, 16 de febrero de 2020
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9C52B27E-4264-43FA-97EC-DC3A7B9A1F5ADel blog de Xabier Pikaza:

Las tres primeras antítesis del evangelio

Antes que Dios el hermano

Dom 6, tiempo ordinario, ciclo A. Mt 5, 17-37

   Éste es un evangelio muy largo, con las tres primeras “antítesis” o paradojas del Sermón de la Montaña de Mateo, que son una aplicación de los mandamientos principales: No matarás, no adulteraras, no jurarás en vano… El texto es largo, y sólo voy a comentar la primera antítesis, la del “no matar”, y dentro de ella voy a centrarme en el apartado que dice:

Si vas a llevar una ofrenda o sacrificio ante el altar,  y en el camino recuerdas que hay un “hermano” (hombre o mujer, persona o grupo…) que tiene algo contra ti (no tú contra él, él contra ti), deja allí mismo la ofrenda que llevas a Dios y arregla el tema que tienes con tu hermano, que él te perdona o acepte, si has hecho algo malo contra él. 

  Ésta es una de las palabras más audaces de Jesús (del evangelio de Mateo) y puede (=debe) aplicarse a la crisis de iglesia en que hoy estamos, a pesar del Papa Francisco, como dicen muchos con ocasión de esto de Amazonia. Ciertamente, hacen (hacemos bien) en ir al altar con la ofrenda, pero en el camino tendríamos que pensar: ¿Hay algún hermano o hermana que tiene algo contra nosotros? ¿No será mejor dejar la ofrenda allí mismo, la misa sin acabar, y arreglar antes el tema de los hermanos?

– Hace dos postales (en la del día 12.2.20), he defendido al Papa por esto de Amazonía, diciendo que por ahora, tal como está el “horno” de la Iglesia, no podía haber hecho humanamente otra cosa, pues no se arregla nada “ordenando” (con orden de mundo, no de Dios) a casados o mujeres, y lo que hace falta es una “recreación” radical de los ministerios, a partir de este mandato de Jesús: Si recordáis que los hermanos tienen algo en contra de vosotros…?.

5DCE0F0E-176F-48FF-BFF6-238341DA4E32–Por eso, manteniendo lo que dije en la postal de RD del día 12, por imperativo de evangelio (cuando vayas al altar y veas que tu hermano tiene algo contra ti…, es decir, contra tu iglesia/altar)… quiero decir que antes que la eucaristía de celebración oficial está la eucaristía de reconciliación con los hermanos, de manera que antes de la misa (para poder llevar la ofrenda al altar de Dios) los clérigos tendrían que recordar si los hermanos tienen algo contra ellos, yendo a que les puedan perdonar (y cambiando lo necesario para que puedan perdonarles. No es que lo clérigos perdonen a los hermanos, sino que puedan ser perdonados por los hermanos.

— Conforme a este evangelio, he de añadir, que el Papa Francisco y la Iglesia clerical entera ha de invertir su camino. Tiene que dejar su altar sagrado (es decir, su pretendida dignidad más alta que le lleva a ir directamente al altar) para reconciliarse con su hermano o, mejor dicho, como dice Jesús: para que el hermano ofendido, rechazado o minisvalorado, pueda reconciliarse con él (con la Iglesia).

No es que yo, clérigo  de alta,me reconcilie con mi hermano, diciéndole palabras bonitas (¡querido hermano, querido amazónico…!), sino que él (todos los hermanos ofendidos) se reconcilien conmigo, puedan perdonarme, nos perdonen…  No es que el “buen clérigo”  perdone a los otros (a los de fuera), sino que los otros, los de fuera, puedan perdonar al clérigo (vean en el clérigo “madera” de ser perdonado). Por eso, el clérigo de altar, si sabe que hay alguien que tiene algo contra él, tiene que dejar allí mismo “su ofrenda” (su oficio), para salir a la calle de la vida y pedir perdón a los hermanos agraviados.

BB1A94AE-C5E1-4612-B689-3A68F7D482C6— Voy a decirlo con el lenguaje directo del evangelio: No eres tú, quizá gran clérigo, el que vas a perdonar… sino que es él otro, el que parece de fuera, el que te tiene que perdonar. Se invierte así y se ratifica el “sacramento del perdón”, que se ha cumplido y practicado a veces de un modo inverso al de Jesús,  como si un tipo de personas superiores pudiéramos perdonar a los inferiores, convirtiéndonos así en simples perdona-vidas, desde arriba. “Vete a reconciliarte” significa: Vete a que te acoja y te perdone, vete a que te acoja y te tome de la mano y diga: “vamos juntos”, y perdóname tú también.

— Y “después” presenta la ofrenda… El tema en ése: Deja allí a Dios (con la ofrenda para él), porque lo que él quiere es que vayas a pedir perdón, que aquellos a los que has ofendido puedan perdonar, y “después”.  El problema es cundo llegará ´ ese tiempo de después, cuando los cristianos (y de un modo especial los clérigos de sacrificios) puedan serperdonados por aquellos que tienen algo contra ellos.

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La letra mata, el espíritu da vida. Domingo 6 TO. Ciclo A. 16 de febrero 2020.

Domingo, 16 de febrero de 2020
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escribasDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Advertencia previa

            La liturgia ofrece dos posibilidades con respecto al evangelio: una lectura breve, que recoge solo algunas de las afirmaciones principales contenidas en Mt 5,17-37, y una lectura larga, que no omite nada, desarrollando el contenido de la breve. Aunque la primera resulta a veces descarnada y omite ideas muy importantes, la segunda es tan compleja, y con temas tan distintos, que resulta imposible explicarlos en una homilía. Me limitaré a algunas indicaciones sobre la breve. Quien desee un comentario a todo el pasaje puede verlo en J, L, Sicre, El evangelio de Mateo. Un drama con final feliz (Verbo Divino 2019) páginas 114-123.

La lectura breve del evangelio

            Las bienaventuranzas y las parábolas de la sal y la luz, leídas en los domingos anteriores, forman la Introducción al Sermón del Monte. A partir de este momento, Mateo presenta la oferta religiosa de Jesús, contraponiéndola a la de los escribas, los fariseos y los paganos. Para este domingo y el próximo, la liturgia ha elegido solamente la diferencia que debe darse entre el cristiano y el escriba.

Los escribas

            Sociológicamente, los escribas constituyen un grupo muy heterogé­neo, al que pertenecen sacerdotes de elevado rango, simples sacerdotes, miembros del clero bajo, de familias importantes y de todos los estratos del pueblo (comerciantes, carpinteros, constructores de tiendas, jornaleros). Incluso encontramos gente que no eran de ascendencia israelita pura, sino hijos de madre o padre convertidos al judaísmo. El poder de los escribas radica en exclusivamente en su ciencia. Quien deseaba ser admitido en la corporación debía hacer un ciclo de estudios de varios años. Generalmente, desde los 14 años de edad dominaba la exégesis de la Ley (Pentateuco). Pero la edad canónica para la ordenación eran los 40 años. A partir de entonces estaba capacitado para zanjar por sí mismo las cuestiones de legislación religiosa y ritual, para ser juez en procesos criminales y tomar decisiones en los civiles, bien como miembro de una corte de justicia, bien indivi­dualmente. Tenía derecho a ser llamado rabí. Y se les abrían los puestos claves del derecho, de la administración y de la enseñan­za.

El peligro del legalismo

            A pesar de la gran estima de que gozan entre la gente, a Jesús no le resultan simpáticos. No quiere que sus seguidores se parezcan a los escribas, ni que los puedan confundir con ellos. Porque en su postura existe un peligro gravísimo de legalismo, es decir, de exaltación de la ley y de la norma por encima de todas las cosas. Al legalismo, se puede llegar por dos caminos muy parecidos:

  1. a) Buscando seguridad humana. Una persona inmadura, con miedo a correr riesgos, prefiere que le indiquen en cada momento lo que debe hacer. Cuantas más normas, mejor, porque así no se siente insegura.
  2. b) Buscando seguridad religiosa. Estas personas conciben la salvación como algo que se gana a pulso, a base de esfuerzo, cumpliendo en todo momento la voluntad de Dios. Esta voluntad de Dios no la conciben como una actitud global en la vida, sino concretada en una serie de actos. Cuantas más normas me dicten, mejor conoceré lo que Dios quiere y me resultará más fácil salvarme.

            En lo anterior hay cosas buenas y malas. Pero lo más grave es que la persona amante de las normas corre el peligro de quedarse en la letra de la ley, sin profundizar en su espíritu, que es más exigente. Por ejemplo, la ley manda no comer carne los viernes de cuaresma. Y se queda tranquila con cumplir la letra de la ley, pero no le preocupa comer langosta o gambas. La ley manda ir a misa los domingos y días de fiesta, y la cumple a rajatabla; pero quizá no dedica ni un minuto a Dios durante el resto de la semana.

            Otro grave riesgo de la mentalidad legalista es que, con la ley en la mano, se puede machacar al prójimo y amargarle la existen­cia. Se critica al que no vive como uno considera conveniente, se lo condena, incluso se lo persigue.

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La crítica de Jesús al legalismo

            Para combatir esta postura legalista y enseñar a sus discípulos a actuar cristianamente, Mateo pone en labios de Jesús seis casos concretos, referentes al asesinato, adulterio, divorcio, juramen­to, venganza y amor al prójimo (Mateo 5,21‑48). Este domingo se leen tres de los cuatro primeros; los dos últimos, el domingo próximo.

            En el primer caso, asesinato, Jesús lleva la ley a sus consecuencias más radicales.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que se deje llevar de la cólera contra su hermano será procesado.

            El quinto mandamiento prohíbe matar. La mentalidad legalista, ateniéndose a la letra, se contenta con no hincarle un puñal al prójimo. Jesús dice que el espíritu del mandamiento va mucho más lejos. Lo importante no es sólo respetar la vida física del prójimo, sino también toda su persona. [La lectura larga concreta tres delitos cada vez peores contra el prójimo: encolerizarse con él, insultarlo y ofenderlo gravemente].

            En el segundo caso, adulterio, Jesús también interpreta el mandamiento de forma radical.

Habéis oído el mandamiento “no cometerás adulterio”. Pues yo os digo: El que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. 

            La letra de la ley sólo se fija en el hecho físico. Pero Jesús va a su espíritu profundo, teniendo en cuenta incluso el peligro remoto de caer. Su enseñanza coincide con la de otros rabinos: «No puedes decir que se llame adúltero a quien ha cometido adulterio con cuerpo; el que ha cometido adulterio con sus ojos también se llama adúltero» (Simeón ben Lakish).

            En el cuarto caso (el tercero se omite en la lectura breve), a propósito del juramento, también anula la ley.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”. Pero yo os digo que no juréis en absoluto. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.

            Jesús se mueve en una sociedad que usa y abusa del juramento. El discípulo de Jesús tiene que moverse en una honradez y sinceridad tan absolutas que le baste decir sí y no.

            El próximo domingo veremos otro recurso: cambiar la ley por una norma más exigente.

1ª lectura: Eclesiástico 15,16-21

Si quieres, guardarás los mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja. Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los mentirosos.

            Corrobora lo que dice el comienzo del evangelio (¡en la versión larga!) sobre la alternativa de cumplir o no cumplir la voluntad de Dios. Todos tenemos la posibilidad de elegir entre el fuego y el agua, la muerte y la vida, ser pequeño o grande en el Reino de Dios. La última frase, Dios «no deja impunes a los mentirosos» puede aplicarse muy bien a lo que dice Jesús de los legalistas.

 

 

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Domingo VI del Tiempo Ordinario. 16 febrero, 2020

Domingo, 16 de febrero de 2020
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D-VI

“Os aseguro: si no sois mejores que los letrados y fariseos,

no entraréis en el Reino de los cielos”.

(Mt 5, 17-37)

Jesús, que a los ojos de los letrados y fariseos es un trasgresor de la ley, aparece aquí diciendo que no ha venido a abolir la Ley sino a llevarla hasta sus últimas consecuencias.

Las leyes ya sean religiosas, civiles o de tráfico están puestas como base de un mínimo acuerdo. Tratando de delimitar y salvaguardar los derechos de las personas, de todas las personas. Derechos que se entrecruzan y relacionan con otros derechos, con deberes y obligaciones. Y en esa complicada trama la ley trata de guiar y dar algo de luz.

Pero como toda trama esa trama es tremendamente complicada, llena de recovecos, nudos y discontinuidades. Por eso seguir la ley al pie de la letra no garantiza un comportamiento justo, ni siquiera bueno.

De ahí que Jesús nos advierte: “si no sois mejores que los letrados y fariseos no entraréis en el Reino de los cielos.”

Después de más de 2000 años de historia identificamos a estos personajes como los “malos de la película”. Los letrados y fariseos son los que se opusieron a Jesús, quienes le condenaron y obligaron a las autoridades romanas a crucificar a Jesús.

Visto así es sencillo ser mejor que los letrados y fariseos. Pero si nos ponemos en la piel de las primeras comunidades cristianas o de las primeras personas que se acercaron a Jesús. Esas gentes sencillas de Galilea provenientes del judaísmo. Para ellas ser mejores que los letrados y fariseos era prácticamente imposible. Ellos eran los oficialmente buenos. Los santos. Los irreprochables.

Y los mismos letrados y fariseos se creían buenos. Fieles cumplidores y custodios de las tradiciones y de la Santa Ley. Se sentían cercanos a Dios y seguros en el cumplimiento de sus leyes y preceptos.

Eran gente de bien que se había cerrado sobre sus propias verdades y habían dejado fuera a quienes se salían del esquema.

Por eso la advertencia de Jesús sigue siendo válida para nosotras. “Si no somos mejores que los letrados y fariseos no entraremos en el Reino de los cielos”.

Oración

No permitas, Trinidad Santa, que nos creamos mejores que las demás.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Habéis oído que se dijo… pero yo os digo

Domingo, 16 de febrero de 2020
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Mt 5,17-37

Seguimos en el sermón del monte de Mt. La lectura de hoy afronta un tema complicado. Cómo armonizar la predicación y la praxis de Jesús con la Ley, que para ellos era lo más sagrado y definitivo. Ir más allá de lo conocido es el problema radical que se plantea en todos los órdenes de la vida. Damos valor absoluto a lo ya conocido pero nuestro conocimiento será siempre limitado y relativo; por eso debemos ir siempre más allá.

Tuvo que ser muy difícil para un judío aceptar que la Ley no era algo absoluto. Jesús fue contundente en esta materia. Abrió una nueva manera de relacionarnos con Dios. El Dios todopoderoso que está en los cielos y ordena y manda, deja paso al Dios “Ágape” que se identifica con cada uno de nosotros y nos invita a servirlo en los demás. A pesar de ello, muchos años después de morir Jesús, los cristianos se estaban peleando por circuncidar o no circuncidar, comer o no comer ciertos alimentos, cumplir o no el sábado, etc.

La palabra, incluso la de la Biblia, nunca podrá ser definitiva. Esto bien entendido, es el punto de partida para comprender las Escrituras. El hombre siempre tiene que estar diciendo: habéis oído que se dijo, pero yo os digo, porque conocemos cada vez mejor la naturaleza y al ser humano. Si Jesús y los primeros cristianos hubieran tenido la misma idea de la Biblia que muchos cristianos tienen hoy, no se hubieran atrevido a rectificarla.

Cuando hablamos de “Ley de Dios”, no queremos decir que, en un momento determinado, Dios haya comunicado a un ser humano su voluntad en forma de preceptos, ni por medio de unas tablas de piedra, ni por medio de palabras. Dios no se comunica a través de signos externos, sino a través del ser. La voluntad de Dios no es algo distinto de su esencia. La voluntad de Dios está en la esencia de cada criatura.

Si fuésemos capaces de bajar hasta lo hondo del ser, descubri­ríamos allí esa voluntad de Dios; ahí me está diciendo lo que espera de mí. La voluntad de Dios no es nada añadido a mi propio ser, no me viene de fuera. Está siempre ahí pero no somos capaces de verla. Esta es la razón por la que tenemos que echar mano de lo que nos han dicho algunos hombres, que sí fueron capaces de bajar hasta el fondo de su ser y descubrir lo que Dios espera de nosotros. Lo que otros nos dicen nos debe ayudar a descubrirlo en nosotros.

Moisés supo descubrir lo que era bueno para el pueblo que estaba tratando de aglutinar, y por tanto lo que era bueno para cada uno de sus miembros. No es que Dios se le haya manifes­tado de una manera especial, es que él supo aprove­char las circunstan­cias especia­les para profundi­zar en su propio ser. La expresión de esta experiencia es voluntad de Dios, porque lo único que Él quiere de cada uno de nosotros es que seamos nosotros mismos, es decir, que lleguemos al máximo de nuestras posibilidades de ser humanos.

¿Qué significaría entonces cumplir la ley? Algo muy distinto de lo que acostumbramos a pensar. Una ley de tráfico, se puede cumplir perfectamente solo externamente, aunque estés convencido de que el “stop” está mal colocado, yo lo cumplo y consigo el objetivo de la ley, que no me la pegue con el que viene por otro lado y además, evitar una multa. En lo que llamamos Ley de Dios, las cosas no funcionan así.

Si no descubro que lo que la Ley me ordena es lo que exige mi verdadero ser; si no interiorizo ese precepto hasta que deje de ser precepto y se convierta en convencimiento total de que eso es lo mejor para mí, el cumplimiento de la ley me deja como estaba, no me enriquece ni me hace mejor. Fijaos en lo que dice Jesús en el evangelio, “si no sois mejores que los letrados y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Ellos cumplían la ley escrupulo­samente, pero externamente. Eso no les hacía mejores sino mezquinos.

Desde esta perspectiva, podemos entender lo que Jesús hizo en su tiempo con la Ley de Moisés. Si dijo que no venía a abolir la ley, sino a darle plenitud, es porque muchos le acusaron de saltársela a la torera. Jesús no fue contra la Ley, sino más allá de la Ley. Quiso decirnos que toda ley se queda siempre corta, que siempre tenemos que ir más allá de la letra, de la pura formulación, hasta descubrir el espíritu. La voluntad de Dios está más allá de cualquier formulación, por eso tenemos que seguir perfeccionándolas.

Jesús pasó, de un cumplimiento externo de leyes a un descubrimiento de las exigencias de su propio ser. Esa revolución, que intentó Jesús, está aún sin hacer. No solo no hemos avanzado nada en los dos mil años de cristianismo, sino que en cuanto pasó la primera generación de cristianos hemos ido en la dirección contraria. Todas las indicaciones del evangelio, en el sentido de vivir en el espíritu y no en la letra, han sido ignoradas.

Habéis oído que se dijo a nuestros antepasados: no matarás, pero yo os digo: todo el que está enfadado con su hermano será procesado”. No son alternativas, es decir o una o la otra. No queda abolido el mandamiento antiguo sino elevado a niveles increíblemente más profundos. Nos enseña que una actitud interna negativa es ya un fallo contra tu propio ser, aunque no se manifieste en una acción concreta contra el hermano.

Si cuando vas a presentar tu ofrenda, te acuerdas de que tu hermano tiene queja contra ti, deja allí tu ofrenda y vete a reconciliarte con tu hermano…” Se nos ha dicho por activa y por pasiva que lo importante era nuestra relación con Dios. Toda nuestra religiosidad, tal como se nos ha enseñado, está orientada desde esta perspectiva equivocada. El evangelio nos dice que más importante que nuestra relación con Dios es nuestra relación efectiva con los demás. Si ignoramos a los demás, nunca nos encontraremos con Dios.

No dice el texto: si tú tienes queja contra tu hermano, sino “si tu hermano tiene queja contra ti. ¡Que difícil es que yo me detenga a examinar si mi actitud pudo defraudar al hermano! Es impresionante, si no fuera tan falseado: “deja allí tu ofrenda y vete antes a reconciliarte con tu hermano”. Las ofrendas, los sacrificios, las limosnas, las oraciones no sirven de nada si otro ser humano tiene pendiente la más mínima cuenta contigo.

Nos hemos olvidado que eliminar las leyes no puede funcionar si no suplimos esa ausencia de normas por un compromiso de vivencia interior que las supere. Las leyes solo se pueden tirar por la borda cuando la persona ha llegado a un conocimiento profundo de su propio ser. Ya no necesita apoyaturas externas para caminar hacia su verdadera meta. Recuerda: “ama y haz lo que quieras” o “el que ama ha cumplido el resto de la Ley”

Jesús descubre que la Ley no es el fin, sino un medio para llegar al fin. Hoy hemos descubierto que ni siquiera el “Dios” imaginado es el fin. El fin es el hombre concreto. Si nos hemos liberado ya de la Ley (externa), aún nos falta liberarnos de “Dios”, es decir, del Dios Señor poderoso que exige sumisión y, desde fuera, nos controla y manipula.

Meditación

Cumplir la Ley solo evita el castigo. Eso no es buena noticia.
El amor te hace humano y esa es su verdadera recompensa.
La voluntad de Dios eres tú mismo.
Si la buscas en otra parte, trabajaras en vano.
Todos los mandamientos son corsés que te impiden crecer,
porque pondrán limites a tu desarrollo interior.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Epístola a Jesús

Domingo, 16 de febrero de 2020
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El amor es una palabra de luz, escrita por una mano de luz, sobre una página de luz
(Khalil Gibran)

Mt 5, 17-37

No se enciende un candil para taparlo con un celemín, sin que se pone sobre un candelero para que alumbre a todos en la casa

Es la primera Carta que te escribo, Jesús de Nazaret, siguiendo el ejemplo de San Pablo, y recorriendo todos los caminos que por mar y por tierra hizo el de Tarso, como tú recorriste los de Galilea, tu patria, Samaria y Judea.

Las epístolas paulinas fueron doce -un Colegio Apostólico robado-, pero de todas ellas, a mí la que más me gusta es la de los Efesios, en la que nos propone “ser hijos de la luz”, que es también lo que tú siempre fuiste: “Yo soy la luz del mundo, quien me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12).

Una luz abierta al mundo entero, ofertada en tus manos, y nunca oculta bajo el celemín, dejándonos a oscuras y con los ojos ciegos como los de aquel mendigo ciego, llamado Bartimeo, que sentado a la vera del camino te gritaba: “¡Jesús, hijo de David, compadécete de mí! Y tú, eternamente compasivo, le preguntaste: “¿Qué quieres de mí?” A lo que él contesto: “Maestro, que recobre la vista” (Mc, cap. 8).

El papa Francisco dijo que había que preguntarse: “¿Soy yo luz para los otros?”

Si no tenemos camino para andar, ni vista para andar por dónde andamos, andaremos a tientas como aquel ciego que tomaste de la mano, se la impusiste y preguntaste: “¿Ves algo?” Y mientras recobraba la vista dijo: “Veo hombres, y los veo como árboles, pero caminando”. (Mc 8, 23-24)

Dos cosas importantes: ver hombres y verlos caminando. Dos cosas y dos hechos de capital importancia que, ojalá, en nuestra vida fueran siempre ciertos, sobre todo, si además de verlos con los ojos del cuerpo, los vemos también con los del alma, que son, se dice, como espejos.

El alma que hablar puede por los ojos, puede también besar con la mirada, decía, Adolfo Bécquer.

Y con ese camino que andamos y esos ojos que miramos, hallaremos la manera de llegar a ser más humanos y menos divinos, o posiblemente ambas cosas, siempre que sean descubiertas, desde dentro y por nosotros mismos.

Cuando te pidió Felipe que le enseñases al Padre, pues para él le bastaba, tú le respondiste: “Felipe, quien me ha visto mí, ha visto al Padre (Jn 14,8-9).

¿Pero es que el susodicho Felipe, no estaba cuando dijiste: “El Padre y yo somos uno?”  (Jn 10, 29).

Posiblemente el ser humano ha gozado siempre de la habilidad de soñar, de preguntarse por el mundo y de asombrarse con la belleza que ve y que nos rodea.

“El amor es una palabra de luz, escrita por una mano de luz, sobre una página de luz”, dijo con voz de poeta Khalil Gibran

Amable Jesús de Nazaret, Shalom, por escucharme. Espero que hayas recibido mi carta; y por si te apetece contestarme y tienes tiempo, aquí tienes mi correo: vmartinezperez@gmail.com

Supongo que como tú estás más allá del tiempo, tendrás un Apple mac como el mío, y sabrás manejarlo, espero recibirlo, y me despido de ti a la manera como se despedía Pablo en sus Epístolas, en este caso la de los Filipenses:

Que tu gracia, Señor Jesús, esté siempre contigo y conmigo.

Luis Rosales expresa todo esto de este modo:

 LA ÚLTIMA LUZ

La última luz
eres de cielo hacia la tarde, tienes
ya dorada la luz en las pupilas,
como un poco de nieve atardeciendo
que sabe que atardece.
Y yo querría
cegar del corazón, cegar de verte
cayendo hacia ti misma
como la tarde cae, como la noche
ciega la luz del bosque en que camina
de copa en copa cada vez más alta,
hasta la rama isleña, sonreída
por el último sol,
¡y sé que avanzas
porque avanza la noche! y que iluminas
tres hojas solas en el bosque,
y pienso
que la sombra te hará clara y distinta,
que todo el sol del mundo en ti descansa,
en ti, la retrasada, la encendida
rama del corazón en la que aún tiembla
la luz sin sol donde se cumple el día.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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