¡Confianza y sumisión en toda circunstancia son, a fe mía, muy difíciles! ¡Cuando el Amor tiene como bueno el llamar a nuestra puerta, es a menudo más fácil quedar enclaustrado en tu casa, en tu malestar, tu tristeza, tus expectativas, tus sufrimientos e ilusiones que abrirle la puerta al Amigo! ¡Todos nosotros hemos tenido esta experiencia! ¡Y sin embargo la Sabiduría en el fondo de nuestro corazón nos dice exactamente lo que Rûmî traduce en este poema!
Ayer por la mañana pasando, el Amigo me dijo:
“Estás enamorado y fuera de ti; ¿cuánto tiempo durará esto? Mi rostro es la envidia de la rosa, mientras que tú tienes los ojos enrojecidos y buscas las espinas”.
Le contesté:
“¡Oh tú ante quien el tamaño del ciprés parece un arbusto, Oh tú, ante cuyo rostro la antorcha del cielo parece sombría, Oh tú por quien el cielo y la tierra se estremecen! no es de extrañar que no me hagas caso , ¿verdad?“
Respondió:
“¿Yo soy tu propia alma y tu propio corazón, por qué te asombras? No dijo palabra y permaneció junto a mí llorando.”
Le dije:
“Oh tú que has robado el descanso a mi corazón y a mi alma. No tengo la fuerza para quedarme en calma”.
Me dice por fin:
“Tú eres la gota de mi océano. No hables. Sumérgete. Y tu alma, como una concha, se llenará de perlas.”
El domingo 1 de junio evoqué con emoción la memoria de Santa Margarita Porete, una santa que ningún papa ha canonizado ni beatificado todavía.
De su vida no sabemos casi nada, pero lo poco que sabemos nos descubre a una mujer extraordinaria, en una época crucial de Europa en la que la jerarquía de la Iglesia católica no supo entender los signos de los tiempos y acabó perdiendo el rumbo de Dios o del mundo, que aún no ha vuelto a encontrar. Margarita Porete lo encontró y lo siguió hasta el fin, a pesar de todo, con inmensa determinación y entereza.
Las cruzadas contra el Islam estaban dejando paso a la cruzada contra los herejes. Emperadores con aspiraciones de papa y papas con aspiraciones de emperador luchaban entre sí, a cuál más aferrados al poder y al pasado. Proliferaban grupos y corrientes de retorno al Evangelio de Jesús, hombres y mujeres pobres, itinerantes y hermanos, fuera de cánones y muros monásticos. Una teología mística y femenina, en lengua vernácula, se abría camino frente a la teología escolástica y clerical masculina, escrita en latín. Hildegarda de Bingen, Hadewich de Amberes, Beatriz de Nazaret, Matilde de Magdeburgo, Juliana de Norwich, Ángela de Foligno, Margarita de Oingt…
En las ciudades de Holanda, Alemania y Flandes se multiplicaban las “beguinas”, mujeres que querían vivir una vida espiritual profunda, contemplativa y activa a la vez, fuera del marco establecido de la vida religiosa, libre de conventos amurallados y de reglas aprobadas por la autoridad clerical masculina. El Concilio de Vienne condenó el movimiento en 1312.
A ese movimiento pertenecía Margarita Porete. Natural de la región de Hainaut (Bélgica), era una mujer de profunda experiencia mística, de enorme cultura teológica, de brillantes dotes literarias. Escribió en francés antiguo un libro tituladoEspejo de las almas simples, en forma de diálogo entre Dama Alma, Dama Amor (Dios) y Razón, y otras personificaciones como “Espíritu Santo” y “Santa Iglesia la Pequeña” (la Iglesia jerárquica). Cautivaba a mucha gente, hombres y mujeres, fueran simples o cultos.
Era una teología en femenino, enseñada por una mujer. Y enseñaba –¡qué audacia y qué peligro!– un camino místico de libertad radical, “la justa libertad del puro Amor”. Enseñaba que cada persona humana puede amar el Amor, hasta no querer nada más que el querer de Dios, hasta tener “su ser de Dios y en Dios”, hasta ser una con Dios, hasta ser “menos que nada” para no ser nada más que Dios. Enseñaba que “Amor y esas Almas son una misma cosas y no dos, pues eso supondría discordia; pero son una sola cosa y por ello son concordia”. Enseñaba que, para quien ha llegado hasta esa despojada plenitud, sobran todas las formas: la moral y las leyes, los dogmas y la teología; sobra todo lo que pensamos, y sobran incluso “los Evangelios y las Escrituras” en cuanto textos y palabras que son.
Quienes aún no hemos llegado hasta esa plena desnudez, dice Dama Alma, seguimos buscando a Dios “en los monasterios mediante rezos, en paraísos creados, en palabras de hombre y en las Escrituras”, o pensamos que Dios “se halla sujeto a sus sacramentos y a sus obras”. En cambio, el Alma que solo ama, dice Amor, “es libre, más libre, muy libre, encumbradamente libre, en su raíz, en su tronco, en todas sus ramas y en todos los frutos de sus ramas”. Ya no “busca a Dios por la penitencia, ni a través de ningún sacramento de la Santa Iglesia, ni por pensamientos, palabras u obras”. Y, “si no quiere, no responde a nadie que no sea de su linaje”. ¡Qué riesgo!
En 3006, el libro fue condenado y quemado en la plaza pública de Valenciennes en presencia de Margarita, y le prohibieron predicar o escribir sus ideas, bajo pena de excomunión. Ella siguió enseñando lo que vivía y haciendo copias del libro, espejo de su alma. En 3008 fue arrestada. Ella se negó a comparecer ante el Inquisidor General, así como a pronunciar el juramento de rigor y a responder a ninguna acusación. El Inquisidor la excomulgó, y la encarceló hasta que se retractara. Ella no se retractó.
El 1 de junio de 1310, un lunes, fue quemada viva en la hoguera frente al ayuntamiento de París. “Y entonces apareció el país de la libertad”, como había escrito en su libro.
Ya no me vale pensar,
ni obra, ni elocuencia.
Tan alto me arrastra Amor
(ya no me vale pensar)
con sus divinas miradas,.
que no tengo ya intento alguno.
Ya yo me vale pensar,
ni obra, ni elocuencia.
Amigo, me has hecho presa de tu amor
Para darme tu gran tesoro.
Y ése es el don de ti mismo
que eres divina bondad.
Corazón no puede expresar estas cosas,
pero el puro nada querer las purifica,
y me ha hecho así ascender tan alto
en una unión y concordia
que jamás debo revelar.
Verdad denuncia a mi corazón
Que de uno solo soy amada,
Y dice que sin remisión
Él me ha dado su amor.
Ese don mata mi pensamiento
con el deleite de su amor,
deleite que me ensalza y me transforma por unión
En el eterno gozo de ser de divino Amor.
Y divino Amor me dice que ha penetrado en mis entrañas.
Por ello puede cuanto quiere,
esta fuerza me ha dado
del amigo que tengo en amor,
a quien me hallo consagrada.
Él quiere que le ame
y por eso le amaré.
He dicho que le amaré,
miento, no soy yo,
es Él solo el que me ama a mí;
Él es y yo no soy;
Y nada más me falta
que lo que él quiere
y lo que Él vale.
Él es pleno
y de eso me hallo plena.
Ése es el nudo divino,
ése es amor leal.
*
(Margarita Porete, Espejo de las almas simples, cap. 122)
Jaume Flaquer. [Catalunya Cristiana] No es fácil entrar en un vagón de metro cuando muchos de sus pasajeros quieren salir. La riada de gente te empuja hacia fuera. Si a pesar de esto sigues esforzándote por entrar sin esperar que se calme el andén (con el riesgo de perder el tren), es que tienes poderosas razones para querer subir.
Ésta es la situación de los jóvenes-adultos que llaman a la puerta de la Iglesia cuando muchos de sus compañeros la han abandonado. Experiencias personales de Dios y búsquedas de sentido suelen estar detrás de estos procesos. Yo he podido ser testimonio de tres de ellos porque el azar hizo que tres jóvenes me pidiesen casi a la vez un acompañamiento. Los reuní y constituí un grupo de reunión semanal. Ellos mismos pidieron que el proceso durara más de un año. Finalmente, después de casi dos años, ya recibirán el bautismo, la confirmación y la primera comunión en la Vigilia Pascual.
Para mí, como acompañante, ha sido una experiencia extraordinaria al estar tan cerca del huracán transformador que supone el descubrimiento de la fe. Los cristianos «viejos» damos demasiado la fe como «presupuesta» de manera que hemos ido redondeando la punta de su interpelación.
Hemos escuchado tantas veces el mandamiento del amor de Jesús que hemos perdido la capacidad de la sorpresa ante el tesoro de su vida, y hemos escuchado tantas veces sus críticas a los ricos y a los fariseos que hemos hecho de este discurso algo inofensivo situándolo en una pura utopía del Reino de Dios. Quien descubre el Evangelio es el verdadero niño que Jesús pone como modelo, porque abre los ojos como platos ante lo que le parece radical novedad.
A pesar de que cada camino de búsqueda es personal, el grupo al que acompaño es bastante representativo en algo, la gran diversidad de países de origen: un catalán, un cubano y una chica chilena. Alguien podría decir que los inmigrantes buscan en la religión un elemento de integración. Pero más bien es lo contrario. En una sociedad laica, la nueva pertenencia religiosa de estos nuevos catalanes supone un nuevo elemento de extranjeridad: extranjeros de origen y extranjeros de religión en la medida en que ésta va siendo cada vez más extraña en Cataluña.
Las familias de los catecúmenos reaccionan siempre con sorpresa y a veces con oposición. De hecho, lo pueden interpretar como una cierta crítica a la educación recibida. Los padres de uno de ellos le decían: «¿Qué hemos hecho mal para que ahora quieras bautizarte?». Paradójicamente muchos padres cristianos se preguntan lo mismo en sentido inverso cuando sus hijos toman otros caminos.
Karl Rahner tenía razón cuando decía que «el cristiano del futuro será místico o no será», es decir, fruto de una experiencia de encuentro con Dios. Estos continuarán el viaje en el vagón o subirán a él en alguna estación. Los demás bajarán para caminar solos o para coger otros trenes.
Al comenzar esta reflexión, recordábamos con D. Sölle, esa parte esencial del mensaje cristiano que recuerda que el ser humano es capaz de cambiar. Y hemos visto que Juan de la Cruz propone un camino para hacerlo, para dejarse transformar.
Explicando esta transformación en su Cántico espiritual, dirá que el cambio consiste en dejar a Dios hacer. Lo que Él hace es evacuar todo lo que tiene ajeno de Dios, es decir, todo lo que no es amor, porque –como dirá poco después– Dios no se sirve de otra cosa sino de amor. Por eso, para Juan, apostar por la paz es poder decir: ya no tengo otro oficio, ya solo en amar es mi ejercicio. Es cambiar el móvil de la vida: todo se mueve por amor y en el amor.
En un precioso artículo sobre reconciliación*, Elías López planteaba lo siguiente:
«La cuestión es: ¿Quién quiere convertirse en un cordero de Dios junto con Jesús, para llevar la herida de ser un trabajador por la paz, y para transformar la muerte por violencia en vida de resurrección? Necesitamos «místicos políticos» (que articulen acción-pasividad y palabra-silencio) entre personas corrientes».
Juan de la Cruz, herido de amor por Dios y por la vida, lo hizo. Su vida y sus escritos lo muestran claramente. La lectura política de sus escritos sigue en ciernes pero, en todo caso, él se revela como un claro cordero de Dios, un no violento, un servidor de la paz.
Que una vida sea ejemplar es importante, pero se puede pedir algo más. El más de crear comunidad, dando otra fuerza a la propia vida. La vida de Juan resulta ejemplar, es decir, inspira y mueve, anima y sostiene. Hace sentir que es posible otra dignidad humana, otra forma de estar en el mundo. Su vida muestra una apuesta práctica y concreta por la paz.
Teresa de Lisieux, hermana y discípula de Juan, escribió: «cuando un alma se ha dejado fascinar…, ya no puede correr sola… porque el amor llama al amor». Eso hace Juan, no corre solo, convoca, crea una red espiritual, es decir, una comunidad que es un tejido de relaciones que mantiene la fuerza del deseo profundo: hacer del amor el centro y, por tanto, generar un mundo más pacífico y justo. Una comunidad unida por aquella sabiduría amorosa que da sostén al empeño de algo mejor para todos.
Juan apuesta por la justicia que lleva a la paz. Desde su atención a los enfermos desahuciados, hasta la que presta a los muchachos pobres del barrio de Ajates, durante los cinco años que vive en Ávila, pasando por la acogida en sus conventos de gentes, incluso «retraídos», es decir, algún refugiado de la época, al que recibió como uno de los suyos.
Apuesta por la implicación. Nadie, al pensar en un místico, en un escritor de obras espirituales, imagina la cantidad de kilómetros que Juan llegó a recorrer, tratando de llevar luz y consuelo. En aquellos ásperos viajes, tropezó en más de una ocasión con reyertas violentas y situaciones deshonestas, y se involucraba en ellas para poner paz y orden. No pasaba de largo, no andaba ni vivía abstraído, ajeno a lo que le rodeaba.
También entre sus hermanos actuó como mediador de paz. Aunque deseaba el silencio y la soledad, no rehuía el compromiso de la fraternidad ordinaria, desde su condición de hermano y, más veces de las que deseó, de superior.
Basta, para terminar, recordar un gesto y unas palabras de Juan que lo muestran como ese cordero con el Cordero, siervo con el Siervo que fue Jesús. Como un hombre capaz de sembrar la paz en la vida cotidiana y, a la vez, capaz de provocar a lo largo del tiempo la apuesta por la paz, desde la experiencia profunda de Dios.
El gesto se produce en Baeza, cuando el provincial de los carmelitas calzados de Andalucía se presenta en la comunidad de Juan —descalzo ya—, con un decreto por el cual tenía potestad para corregir y castigar a los frailes descalzos –cosa que con mucho interés iba a hacer. Sucedió que la justicia ordinaria eclesiástica apresó al provincial y a sus acompañantes porque el decreto había sido revocado. La respuesta de Juan fue inmediata: intercedió para que soltaran a sus propios enemigos y los llevó a su casa para obsequiarlos.
Estas palabras pertenecen a sus cartas, a la última que se conserva, escrita poco antes de morir, a modo de testamento por la paz:
Ame mucho a los que la contradicen y no la aman, porque en eso se engendra amor en el pecho donde no le hay; como hace Dios con nosotros, que nos ama para que le amemos mediante el amor que nos tiene.
La pregunta por la implicación de la mística en la vida real siempre está abierta. Como si la mística necesitara continuamente un permiso de residencia en el corazón de los sufrimientos humanos, de sus esperanzas y sueños. Sin embargo, el místico está en las mismas entrañas del mundo, también donde las preguntas no tienen respuesta. Allá donde la vida libra su batalla, a veces tan dura, con sus luces y sus sombras, sus dolores y sus alegrías.
Se entiende que la pregunta permanezca abierta, porque se ha llamado mística a muchas experiencias pseudo-religiosas que producen ensimismamiento y un desentenderse de lo real. Experiencias que terminan por deshumanizar y que, por tanto, restan fuerza al empeño común por crear una vida y un mundo mejor.
Juan de la Cruz invita y enseña a vivir una experiencia de Dios sana y liberadora. Sus escritos piensan en la mucha necesidad que tienen muchas almas. Necesidad de aprender a vivir y a amar. Si es cierto que Juan habla directamente a los creyentes, presentando explícitamente un camino de unión con Dios a través del amor, también tiene conciencia muy clara de que el amor es un camino que pueden recorrer creyentes y no creyentes, y que la experiencia de liberación a través de él es posible para todos.
Por eso apunta que aunque no sea por su Dios, es decir, dejando aparte la condición creyente, hay mucho provecho en este camino, porque «adquiere libertad de ánimo, claridad en la razón, sosiego, tranquilidad… adquiere más gozo y recreación en las criaturas… clara noticia para entender bien las verdades de ellas… las goza muy diferentemente, con grandes ventajas y mejorías… porque las gusta de verdad… porque penetra la verdad y el valor de las cosas».
Desde la conciencia de que la verdad y la justicia son las bases indispensables para crear la paz, nos acercamos al sentido de la no violencia en la mística de Juan de la Cruz. La no violencia es un principio de vida que afecta a todos los ámbitos: sociedad, convivencia próxima e intimidad. Un principio que presenta fuerzas positivas y rechaza la violencia para resolver conflictos.
La experiencia mística de Juan hace una propuesta muy positiva: recuperar el ser, recuperar la verdad de sí para vivir plenamente. Al menos, en plenitud creciente, siempre inacabada, porque siempre hay un futuro más prometedor para quien se abre a la luz. Juan propone un proceso por el cual se sale del autoengaño, donde la avaricia y la ambición cobran múltiples formas.
El desconocimiento de uno mismo –con la inseguridad e impotencia que genera– y la ambición –que pone por delante de todo el propio interés– producen violencia, sea cual sea el ámbito en el que se viven. Ambas cosas producen espejismos peligrosos y la necesidad creciente de tener poder –quizás el vicio más seductor y destructivo.
Pablo traduce la ambición diciendo que la raíz de todos los males es la pasión por el dinero y Colón, tan próximo ya a Juan, escribió que del oro se hace tesoro, y él es móvil de toda acción humana. Juan avisa: hay muchos al día de hoy, que sirven al dinero y no a Dios, y se mueven por el dinero… haciendo de muchas maneras al dinero su principal dios y fin. Por eso propone que la existencia tenga otro móvil y otro fin y, sobre todo, muestra caminos para ser y vivir de un modo más constructivo, más positivo y más feliz.
Las nadas, tan mal entendidas, de este místico no son la negación de cuanto hay de bueno, sino una advertencia sobre el uso que hasta de lo bueno se puede hacer. Por eso, dice: cada día por esta causa se ven tantas muertes de hombres, tantas honras perdidas, tantos insultos hechos, tantas haciendas disipadas, tantas emulaciones y contiendas, tantos adulterios, estupros y fornicios cometidos. Esta causa es el gozo desordenado, el mal uso o el abuso de los bienes.
Juan va a ir a las raíces de la violencia. Ha percibido que el afán de tener y de poder, cualquiera que sea la forma en que se represente y el modo en que se ejerza, produce violencia. Porque la razón y el juicio no quedan libres, sino anublados. Y marca una senda, como pedía Camus, para vivir en razón, porque la forma por la que Dios crea la paz en la persona es poniendo en razón todo su interior.
En más de una ocasión, hablará de la necesidad de una fuerte lejía para lavar y curar la sinrazón que puede apoderarse del ser humano. Porque la paz, lo mismo que la razón y el amor, no provienen de lo espontáneo, pero sí de lo más auténtico del ser. Esa lejía es la luz y sabiduría amorosa de Dios, que purga y dispone, pero a la vez, transforma.
Toda la apuesta espiritual sanjuanista está ligada a la transformación de la persona, a la confianza en que es posible renacer de otro modo, cambiar y vivir de pie sobre la verdad de uno mismo y de cuanto nos rodea. Juan está convencido de que el ser humano es capaz de vivir en paz y de generarla en su entorno.
Por eso dirá: bienaventurado el que, dejado aparte su gusto e inclinación –es decir, dejando de poner su propio interés por encima de cualquier otro—, mira las cosas en razón y justicia para hacerlas. Esos serán llamados hijos de Dios, porque construyen la paz.
a paz es uno de los deseos esenciales de la humanidad desde sus orígenes, desde que el ser humano es tal y se encuentra enfrentado a fuerzas negativas que nacen de su interior o le acosan desde fuera. Por ello, cada generación puede y debe hacer su apuesta por la paz, construyendo sobre lo recibido. Y cada presente pide creatividad, empuje y una elección clara para llevar la paz adelante.
A donde quiera que llegue nuestra mirada en el tiempo, la historia de las civilizaciones cuenta la facilidad con que la violencia cobra peso y se extiende. Hace poco más de tres décadas, el psicólogo Otto Klineberg escribía: «Existe la impresión generalizada de que nos encontramos en una era de violencia, de que presenciamos un estallido excepcional de comportamientos violentos en todo el mundo. Basta, sin embargo, un breve repaso de los datos históricos para comprobar que las generaciones anteriores pudieron haber llegado a una conclusión análoga con igual justicia»*.
Hoy volvemos a tener esa impresión, la violencia se expande y encuentra lugar en el ámbito familiar y en las calles que transitamos, pero también mantiene unos tristes altos vuelos, en forma de guerras y terrorismo, cada vez más sofisticados.
La violencia –decía Häring– es una enfermedad mortal y solo una alternativa real puede curarla. Él proponía la alternativa evangélica de la no violencia. Y la verdad como uno de los medios indispensables para crear esa alternativa. Verdad que desenmascara la falsa paz, la mentira que rompe la armonía entre los seres humanos. Verdad que destapa la injusticia, del tipo que sea, porque sin justicia es imposible la paz.
Él mismo recordaba que quien está preso del engaño y la mentira, la avaricia y la ambición de poder del mundo, ni puede tener paz ni puede estar al servicio de la misma. Lo mismo decía Juan de la Cruz: «¡Oh si supiesen los hombres de cuánto bien de luz divina los priva esta ceguera que les causan sus aficiones y apetitos, y en cuántos males y daños les hacen ir cayendo cada día!».
De alguna manera, las sociedades tienden a domesticar cuanto molesta, de modo que adormecen la conciencia crítica y la acción. Hoy, en nuestros periódicos, parece normal encontrar al lado de un crimen, un anuncio de cosmética y junto al número de muertos de la última guerra o guerrilla, la promoción de un crucero. No ocupan más espacio los muertos por causa de necesarias migraciones o el número de parados, que el número de goles de las ligas que se siguen. Y todo ello es otra forma de violencia porque consume, poco a poco, la humanidad que estamos llamados a ser.
La violencia es como una marea que afecta a la intimidad tanto como a la vida de las sociedades, en cualquier parte del mundo. Como otra peste, de la que el mismo Camus había dicho: «La única batalla razonable es el compromiso por la paz… elegir definitivamente entre el infierno y la razón».
En medio de esto ¿qué hacen los místicos? ¿Les importa todo esto? Y, la mística ¿aporta algo?
La enfermedad de la violencia es curable, pero es necesario un cambio profundo. ¿Es posible? D. Sölle insistía en que uno de los mensajes fundamentales del cristianismo es que los hombres son capaces de conversión. Y aún añadía que «fe significa tener participación en el poder creativo y sanador de Dios».
Pues bien, ahí tiene su campo la experiencia mística, en el punto que reconoce a Dios como la mano amorosa que puede curar y transformar el corazón humano, y al creyente como quien puede dar paso a esa transformación, como quien es capaz de cambiar. Dios aumenta la anchura humana hasta lo insospechado y así, Juan de la Cruz decía que el ser humano tiene capacidad infinita porque lo que en él puede caber, que es Dios, es profundo e infinito.
Apostar por la paz es elegirla y procurarla. Es crearla, inventarla hasta sacarla de los pozos profundos donde a veces está hundida. Merece la pena la apuesta porque, como decía Juan, «no puede el hombre humanamente en esta vida poseer cosa mejor que aquello que trae paz y tranquilidad y recto y ordenado uso de la razón».
Antes y después de afirmar tal cosa, dedica muchas páginas a mostrar por qué caminos se va hacia la paz y por cuáles hacia la intranquilidad y el desasosiego profundo, los caminos por los que, finalmente, se llega a la violencia, cualquiera que sea la forma en que se ejerza.
Así se implica el místico. Lo veremos en su vida y en su palabra. Su experiencia y su vida vuelta a Dios le llevan a hacer tres cosas: vivir vuelto a los demás, implicándose en su sufrimiento, intentando abrir caminos que hagan mejor la vida de todos. Tratar por todos los medios de transmitir aquello que ha comprendido —en parte por ello, mística y escritura están tan ligadas. Y, por último, crear redes, romper aislamientos a través de la confianza que produce el desvelamiento de lo auténticamente humano y a través de la experiencia compartida.
*
«Las causas de la violencia desde una perspectiva socio-psicológica», en La violencia y sus causas, Editorial de la Unesco, 1981.
A la vez soplo vivificante y puesta en retirada, inspirar y expirar, la espiritualidad toca el misterio de toda existencia. Comienza posiblemente con una doble intuición: la intuición de que somos perfectibles, y la de la que carecemos: el acceso a una “Realidad” absolutamente otra, más allá de la inteligencia, más allá de las distinciones de la razón razonante. “Dios es el Lugar del mundo, pero el mundo no es su lugar “ (adagio talmúdico). La búsqueda interior, en términos de “sed” (de Dios) – expresión recurrente en los místicos, comenzando por David – es un deseo ardiente por hacer la voluntad divina. Lo que el orante llama mejorar todavía y todavía, para llegar un día a amar a Dios “con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tus fuerzas”. Esto puede ir hasta una supresión del yo, para escuchar por fin de Dios no lo que queremos escuchar, sino un murmullo que viene más allá de nosotros mismos (as) – tal, como posiblemente lo percibió el profeta Elías, en la cueva del monte Horeb. (1Reyes 19,12).
Dios no tiene rostro. Sin embargo el ser humano se hace – si no imágenes, lo que el judaísmo proscribe – por lo menos una idea. Pero lo divino no se deja restringir ni velar por ninguna representación que nos hagamos. El hombre de espiritualidad puede “ver” únicamente que Dios es a la vez la meta hacia la cual tiende con todo su fervor y el origen de su nostalgia: ¿No somos exiliados del Lugar que jamás habríamos debido dejar – y cuyo jardín del Edén es una metáfora?!
Paradójicamente, si tantos místicos – comenzando por los profetas – tienen visiones, es posiblemente porque supieron renunciar tanto a las imágenes creadas como a las imágenes mentales por otros tipos de representaciones: aquellas que Dios mismo coloca, en el corazón purificado por un trabajo sobre sí que está en el orden de la ascesis. Existe en el judaísmo, desde Abraham Aboulafia (siglo XIII), ejercicios espirituales, entre los que uno en particular merece nuestra atención: La hazkara. Por la enunciación repetitiva e intencional del Nombre de Dios, Aboulafia piensa que el hombre puede estar en condición de recibir la efusion divina. Entonces este kabbalista escogió un ejercicio que viene del Islam: La espiritualidad sufí enseña que el corazón del hombre está rodeado de una ganga dura, sobre la que la invocación del Nombre obra como un martillo: la invocación repetida, a ejemplo de los golpes repetidos sobre un caparazón, golpea hasta hacerlo estallar, para que broten las chispas espirituales. La invocación va en cierto modo a pulir el corazón y a hacerlo semejante a un espejo sobre el cual puede reflejarse la luz divina. Lo que no está tan alejado de lo que meditamos en la oración de la mañana: “Porque es en Tu luz que veremos la luz “.
( La proximidad de estas dos prácticas – hazkara en la tradición judía, dhikr en la tradición mística musulmana – es un ejemplo del interés de un diálogo entre judaísmo e Islam.)
El hombre ha sido creado sin duda “deseando a Dios”, y el deseo amoroso es una expresión constante del amor místico cantado en el Cántar de los Cantares. Por eso, el cara a cara con Dios generalmente no es, para el Judaísmo, el deseo de fusionarse con lo divino, presumiblemente porque el hombre debe siempre tener presente en su conciencia la humanidad de otro. El Uno está contenido en cada rostro de hombre o de mujer tanto como en cada una de las vías espirituales de la humanidad. Es decir, los hombres y las mujeres en busca de interioridad son capaces de alteridad. “Si no encuentro al otro como el Otro, me tomo por el otro… y ahí el germen la violencia.”
Cristianos Gays es un blog sin fines comerciales ni empresariales. Todos los contenidos tienen la finalidad de compartir, noticias, reflexiones y experiencias respecto a diversos temas que busquen la unión de Espiritualidad y Orientación o identidad sexual. Los administradores no se hacen responsables de las conclusiones extraídas personalmente por los usuarios a partir de los textos incluidos en cada una de las entradas de este blog.
Las imágenes, fotografías y artículos presentadas en este blog son propiedad de sus respectivos autores o titulares de derechos de autor y se reproducen solamente para efectos informativos, ilustrativos y sin fines de lucro. Por supuesto, a petición de los autores, se eliminará el contenido en cuestión inmediatamente o se añadirá un enlace. Este sitio no tiene fines comerciales ni empresariales, es gratuito y no genera ingresos de ningún tipo.
El propietario del blog no garantiza la solidez y la fiabilidad de su contenido. Este blog es un espacio de información y encuentro. La información puede contener errores e imprecisiones.
Los comentarios del blog estarán sujetos a moderación y aparecerán publicados una vez que los responsables del blog los haya aprobado, reservándose el derecho de suprimirlos en caso de incluir contenidos difamatorios, que contengan insultos, que se consideren racistas o discriminatorios, que resulten obscenos u ofensivos, en particular comentarios que puedan vulnerar derechos fundamentales y libertades públicas o que atenten contra el derecho al honor. Asimismo, se suprimirá aquellos comentarios que contengan “spam” o publicidad, así como cualquier comentario que no guarde relación con el tema de la entrada publicada.
no se hace responsable de los contenidos, enlaces, comentarios, expresiones y opiniones vertidas por los usuarios del blog y publicados en el mismo, ni garantiza la veracidad de los mismos. El usuario es siempre el responsable de los comentarios publicados.
Cualquier usuario del blog puede ejercitar el derecho a rectificación o eliminación de un comentario hecho por él mismo, para lo cual basta con enviar la solicitud respectiva por correo electrónico al autor de este blog, quien accederá a sus deseos a la brevedad posible.
Este blog no tiene ningún control sobre el contenido de los sitios a los que se proporciona un vínculo. Su dueño no puede ser considerado responsable.
Nuevos Miembros
Para unirse a este grupo es necesario REGISTRARSE y OBLIGATORIO dejar en el FORO un primer mensaje de saludo y presentación al resto de miembros.
Por favor, no lo olvidéis, ni tampoco indicar vuestros motivos en las solicitudes de incorporación.
Comentarios recientes