¿Merece aún la pena hablar de “Dios”? Sinceramente no lo sé, pero, con todas las dudas, para mucha gente –y para mí mismo– sigue siendo una buena manera de decir el Misterio indecible más hondo y mejor del universo, y una fuente inspiradora de justicia y paz en un mundo que tanto lo necesita.
La palabra Dios (Deus, Dieu, Dio…), derivada de la raíz indoeuropea deiw (“luz”) es una metáfora: una expresión que, más allá de su significado, nos remite al Misterio último o a la Realidad primera inefable. Lo mismo sucede con la palabra God (o Gott…), derivada de la raíz indogermánica gheu(“invocar”), y así podríamos seguir, de metáfora en metáfora, con todas las palabras con que en las diversas lenguas se dice Dios. Sería una bella y humilde, reveladora teología metafórica de lo Inefable.
“Creatividad” me parece una de las concreciones metafóricas más evocadoras del Misterio de los misterios, de lo Real de todas las realidades, de Dios. Así lo propuso hace más de una década Stuart Kauffman (1939-), prestigioso biólogo, laureado en 1987 con el premio MacArthur al “genio”, investigador de la teoría de la complejidad, “humanista secular” en sus propias palabras, pensador visionario en las fronteras de la ciencia. Declara rotundamente ser ateo del “Dios” teísta (Ente Supremo omnipotente, creador, personal distinto del mundo), y con la misma rotundidad, sin embargo, declara que hoy, cuando el siglo XXI avanza veloz, para salvar a la humanidad y a la comunidad de los vivientes, necesitamos redescubrir y reconocer la sacralidad del universo, y que la vieja palabra Dios puede aún sernos útil y necesaria para referirnos justamente a esa sacralidad y vivir de acuerdo a ella. Claro que para ello se requiere reinventar a Dios o lo sagrado (cf. su libro Reinventing the Sacred: A New View of Science, Reason and Religion, 2008). Recojo de manera libre algunas claves fundamentales del pensamiento del autor al respecto.
Es preciso, dice, “reinventar lo sagrado natural” o al “Dios natural”. Evidentemente, “lo sagrado” no es para él algo contrapuesto a “lo profano” ni “natural” significa algo subordinado a “sobrenatural”. “Natural” designa toda la naturaleza, el universo de cuanto existe, y “sagrado” es toda la naturaleza en cuanto suscita asombro, reverencia, respeto, responsabilidad. Repárese a cada uno de estos términos.
El reconocimiento de la creatividad inspira, funda, sostiene la ética. Contemplo la realidad transida, habitada, movida por la misteriosa energía o dinamismo creador, y me embarga el asombro. El asombro me lleva a la reverencia: ¡oh sagrada realidad en permanente movimiento, relación y transformación, tú que nos haces ser y que hacemos ser!, ¡oh círculo infinito con el centro en todo, sin circunferencia ni comienzo ni fin!, te adoro y te invoco en todo, más allá y más acá de todo. La reverencia me mueve al respeto absoluto de todos los seres, desde las partículas a las galaxias y al multiverso si existe: yo soy en relación con todo, nada me es ajeno, de todo recibo y a todo me debo. El respeto me inspira y me incita a la responsabilidad: todo me llama, me interpela, me invoca. Amarás al prójimo como a ti mismo, y así serás tú mismo.
La creatividad universal no es exterior al universo. No hay acción ni agente exterior, no hay un “Dios” que actúe desde fuera. La realidad universal es autocreativa, eterna o transtemporal. “Hágase”, dice Dios una y otra vez en el mito bíblico del Génesis. Que todo se haga a sí mismo dejándose hacer por todo y haciéndolo. Eso es Dios, “suficiente Dios”, dice Kauffman. Es más íntimo y más infinito que todo “Dios” imaginado como Ente Supremo personal, humano y “particular” en el fondo.
Creatividad significa que la realidad en su conjunto se autoconstituye a través de la emergencia, ese fenómeno fundamental por el que brotan nuevas formas o totalidades gracias a organizaciones más complejas de elementos más simples. Misteriosa creatividad por la que de menos sale más. Las partículas se reúnen y crean átomos, los átomos se reúnen y crean moléculas, las moléculas se reúnen y crean células ¡vivientes!, las células se reúnen y crean tejidos, órganos, organismos increíblemente complejos, hongos, plantas, peces, aves, mamíferos, primates hominoideos, homínidos, humanos… y lo que vendrá todavía, o lo que existe ya y no conocemos. Sin embargo, no podemos dejar de pensar que en aquello más simple existía la posibilidad de unirse en formas más complejas y de crear así formas aún inimaginables. ¿Qué es lo “más simple”? Es potencialidad.
La creatividad hace justamente que de elementos más simples emerjan nuevas formas más complejas cualitativamente distintas, irreductibles a los elementos de los que han emergido. Nuevas formas más complejas que se rigen por leyes distintas y están dotadas de propiedades distintas que no son explicables por las solas leyes que rigen en las formas más simples de las que han emergido. “Más complejo significa diferente” (P. W. Anderson, Premio Nobel de física). La biología no se explica sin leyes físicas y químicas ni solo con ellas. La espiritualidad no se explica sin leyes biológicas ni solo con ellas. La vida emerge de la física y de la química, pero no es reductible a ellas; la mente emerge de las células neuronales, pero no es reductible a ellas; la conciencia emerge del cerebro, pero no es reductible a él. Las moléculas no son reductibles a los átomos, ni la célula viviente a las simples moléculas, ni el chimpancé – ni el pájaro, ni el pez, ni la planta– a un mero conjunto de órganos. Ni la inteligencia y la conciencia de un ser transhumano que pudieran emerger serán reductibles a nuestra especie Sapiens. Y, sin embargo, más complejo no significa en ningún caso ni superior, ni más importante, ni más digno.
La creatividad significa también que no existe determinismo absoluto. El universo autocreativo es una realidad abierta. El futuro es impredecible, pues no podemos conocer todos los factores emergentes que lo configurarán o todas las nuevas leyes a las que obedecerá. Todo fenómeno –meteorológico, económico, político…– es efecto de una serie infinitamente larga y compleja de causas ligadas entre sí, y todo fenómeno, por insignificante que sea, es al mismo tiempo el inicio de otra serie incalculable de factores que podrían, al final, provocar inundaciones o seguías, cosechas o hambrunas, imperios y revoluciones, y alterar la historia. El resultado final es siempre un fruto imprevisible de la creatividad.
Sagrada creatividad que religa todo con todo en un cuerpo cósmico enteramente creado y creador. Un cuerpo en el que cada forma es un todo formado de partes, y es a la vez una parte de un todo mayor. Un cuerpo en el que toda parte es agente y toda acción es creadora, para bien o para mal (si es que podemos llamar “creación” a una acción que crea hambre y miseria, guerra y destrucción, tantas cosas que nos estremecen). Un cuerpo en el que todos los seres somos, en comunión, co-agentes de la Creación o de la Creatividad infinita y eterna.
La metáfora de la creatividad evoca un Misterio último, una Realidad primera, una Presencia eterna que trasciende toda contraposición entre materia-energía inanimada y espíritu inmaterial: la realidad originaria es a la vez, eternamente, “materia-energía espiritual” creándose y “espíritu material” creador. Es la transcendencia del universo inmanente y la inmanencia de la transcendencia universal. La creatividad no existe sino en las formas que se van creando, y las formas no existen sino en cuanto animadas de creatividad.
La metáfora de la creatividad nos remite, pues, más allá de un panteísmo burdo en que todos los seres serían partes de “Dios” y “Dios” sería la suma de todas las partes. La creatividad podría conciliarse con el panenteísmo (en griego “pan en Theó” = “todo en Dios”), en cuanto que todos los seres somos en Dios, pero sin imaginar que Dios sea Algo o Alguien en el que somos. La creatividad podría tal vez expresarse mejor en el término teoenpantismo (“Theós en panti” = “Dios en todo”) –neologismo que me permito proponer–, en cuanto que Dios no es sino en los seres, como el misterio de la creatividad o el poder ser-hacer que los anima.
La metáfora divina de la creatividad apunta así más allá tanto del teísmo como del ateísmo, “puede salvar la brecha –dice S. Kaufman– entre los que creen en alguna forma de Dios y los humanistas seculares como yo que no lo hacemos”. “Necesitamos algo más”, añade, “un nuevo tipo de espacio sagrado”. Creo que sí. En estos tiempos de profunda transición cultural, necesitamos ciertamente superar el viejo teísmo y los viejos credos religiosos que, en su literalidad, se han vuelto insostenibles, pero necesitamos igualmente superar, en palabras de Kauffman, “el páramo espiritual” en que nos hallamos.
En resumen, el biólogo filósofo norteamericano propone una nueva visión de la realidad, de la ciencia, y también de la religión, de lo sagrado o de Dios: “un nuevo Dios –dice–, no como trascendente, ni como agente, sino como la creatividad misma del universo”. Y a todos nos convoca a una mirada mística y ético-política más allá del positivismo científico y del dogmatismo religioso (que es otra forma de positivismo).
Pero ¿por qué seguir utilizando todavía el equívoco nombre Dios para referirse a lo sagrado de la realidad universal? S. Kauffman responde: “porque Dios es el ‘símbolo más poderoso que hemos creado’ ”. No sé si es razón suficiente, pero el hecho es que miles de millones de seres humanos designan todavía con la metáfora “Dios” (en todas sus versiones) lo más real, lo más sagrado e indecible de todo lo real: la creatividad que lo anima y nos interpela.
En cualquier caso, no se trata de utilizar una palabra u otra, de sustituir un nombre por otro. Tampoco se trata de creer o dejar de creer algo. Se trata de crear, de dejarnos crear y de que seamos agentes de la creatividad sagrada, a saber, de que hagamos que donde haya guerra pongamos paz, donde haya odio pongamos perdón, donde haya muerte pongamos vida, y donde haya destrucción pongamos creación.
Aizarna, 25 de enero de 2023
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