Pedro Casaldáliga, poeta de la esperanza
El corresponsal de RD en Brasil viaja a la cuna del profeta de la Amazonía
Al encuentro de Pedro Casaldáliga, icono del Cristo Libertador
“Me repite con fuerza en cuanto aprieta mi mano: ‘oración, comunidad y vida por el pueblo'”
Recuerdos de la visita de Luis Miguel Modino a la Prelatura de São Félix do Araguaia
“Una esperanza que le lleva a ser fiel hasta el final a aquello en lo que siempre creyó y esperó”
Nos han parecido muy interesante la serie de reportajes acerca de este obispo de l Pueblo, fiel al Evangelio, gastada su vida por los más desfavorecidos, viviendo entre ellos, lejos de palacios episcopales lujosos y fortaleza…
(Luis Miguel Modino, corresponsal de RD en Brasil).- Todo lo que nos enriquece, aunque suponga un esfuerzo, vale la pena. Recorrer buena parte de este inmenso Brasil durante dos días, utilizando diferentes medios de transporte, para encontrarse con alguien, puede tener cierta dosis de locura. Esta vez el encuentro es con Pedro Casaldáliga, alguien por quien siempre he sentido admiración y respeto, y en el que en muchos momentos me he fijado para intentar hacer realidad hoy el mensaje de Jesús de Nazaret, viviendo la fe en comunidad.
Su compromiso con los más pobres, a través de una vida entregada hasta el extremo, y su forma de entender la Iglesia, a partir de las Comunidades Eclesiales de Base, me llevan a acercarme a él con temor y temblor, pues estoy llegando hasta alguien que considero un icono del Cristo Libertador.
Durante cientos de kilómetros la carretera serpentea entre grandes haciendas, en las que los dueños, movidos por el lucro a cualquier precio, han destruido la un día abundante vegetación para criar ganado y plantar soja, convirtiéndose en los grandes perseguidores de Pedro, al que muchas veces pretendieron matar, expulsar del país, difamar..., pues él se había posicionado del lado de los indígenas, moradores originarios de estas tierras, y de los pequeños agricultores y trabajadores rurales, unos y otros también perseguidos y expulsados.
Una de las paradas es en Riberão Cascalheira, la ciudad donde en 1976 fue asesinado João Bosco Burnier, uno de sus más estrechos colaboradores y donde se encuentra el Santuario de los Mártires de la “Caminhada”, lugar al que cada cinco años llegan de todos los rincones de Brasil quienes participan de la Romería de los Mártires y que en julio de 2016 celebrará una nueva edición.
El camino continúa, ahora por una carretera sin asfalto, propia de esas periferias del mundo en las que Pedro y muchos otros escogieron vivir. Después de horas y horas de autobús el cansancio aprieta, pero la expectativa por llegar hace que se lleve mejor.
Finalmente llego a San Félix, una pequeña ciudad bañada por el río Araguaia, cuyas aguas se deslizan lentamente. Me dirijo a su casa y compruebo lo que ya había escuchado de muchos que antes le habían visitado, es una casa simple hasta el extremo, propia de alguien que cree y vive en una Iglesia pobre y para los pobres, de alguien que encarna a la perfección a esos obispos no príncipes que tanto le gusta al Papa Francisco que estuviesen más presentes en nuestra Iglesia.
La puerta de la casa está abierta, en señal de acogida. Le encuentro rezando junto con la comunidad de agustinos con los que convive y que tan bien le cuidan. Espero en cuanto llega y al verle pasan por mi mente muchas imágenes, como flashes que se disparan, y que me producen una sensación de alegría.
Ahora se desplaza en silla de ruedas, consecuencia de la fractura de fémur que sufrió meses atrás y de la que dice irse recuperando poco a poco. También le acompañan su hermano Parkinson y sus 87 años. Me siento a su lado y conversamos durante un rato, me presento y le digo de donde vengo y lo que me ocupa en el día a día y juntos compartimos experiencias misioneras. Al lado de alguien que recorre estas tierras desde 1968, mis nueve años de misión hacen que me sienta un pipiolo. Al hablar de la misión se me quedan grabadas tres ideas que me repite con fuerza en cuanto aprieta mi mano: “oración, comunidad y vida por el pueblo“.
Estas palabras vienen a reafirmar que quien sostiene la vida del cristiano, que siempre debe ser discípulo misionero, es el propio Dios, a quien en la oración sentimos más próximo y nos muestra el camino a seguir, que siempre debe ser vivido en comunidad y no como entes aislados, un Dios que en los que en Él creemos da la vida por el pueblo.
En el tiempo que estoy con él llega gente constantemente, de todo tipo y condición, lo que muestra el respeto y admiración que muchos le tienen. Una de las visitas le anuncia que esta tarde llegarán para saludarle Gilberto Carvalho, ministro jefe de la Secretaria General de la Presidencia y uno de los hombres fuertes del gobierno Dilma, y Patrus Ananias, ministro de Desenvolvimiento Agrario, lo que muestra que sus puertas están abiertas para todos y que sus sabios consejos orientan a quien acude a él.
Sin duda, Pedro Casaldáliga es alguien que deja traslucir la presencia de ese Dios que continúa haciéndose presente entre los pobres, entre los crucificados, ese Dios que levanta del polvo al desvalido, que siempre está ahí para acompañar nuestras luchas por un mundo mejor para todos.
(Luis M. Modino, corresponsal en Brasil).- Una forma de ser, de vivir, de relacionarse con los pequeños y pobres, con los descartados por una sociedad construida a partir del lucro. Podríamos decir que ese es el principal legado de Pedro Casaldáliga. Estar a su lado lleva a descubrir eso en pocos instantes. Pedro es alguien que sabe acoger desde el primer momento, que recibe a la gente diciendo “esta es nuestra casa, aquí cabemos todos”. Leer más…
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