Ilustración: Maximino Cerezo Barredo, cmf
Lc 1, 39-56
Cuando era pequeña y escuchaba a mi abuela o mis tías decir: “Me llevo a la niña de visita”, a mí se me ponían los pelos de punta. El plan era un soberano aburrimiento para una niña que lo que quería era estar jugando en casa, o mejor aún, en la calle, pues en la ciudad donde vivía mi abuela, los niños todavía jugaban en la calle.
La lectura de Lc 1, 39-56 me ha llevado de viaje al pasado y, lo que antes me parecía un horror, se ha transformado en un valor.
“Y un día cualquiera, un poco antes de las primeras luces del amanecer, María cierra tras sí la puerta de su pequeña casa de Nazaret e inicia apresurada el camino hacia ‘la montaña, a un pueblo de Judá’, donde vivía Isabel. No había prisa pero el impulso de su corazón movía velozmente sus pies” (1). Este relato nos muestra lo que es visitar.
Visitar implica moverse, cerca o lejos, salir, ponerse en marcha; abandonar el espacio de confort (que decimos ahora); adentrarse en la realidad del otro, la persona que me abrirá la puerta de su espacio y, posiblemente, de lo que vive.
Visitar exige irremediablemente invertir tiempo… ¿quién tiene tiempo hoy para regalarlo desinteresadamente?
Vamos a dejarnos llevar por María y vayamos con ella de visita a casa de Isabel.
“Aquellas dos mujeres preñadas, creyentes e ilusionadas (…) envueltas en el silencio de la promesa de Dios, se encuentran y en el mismo instante del abrazo, la palabra se hace presente con la intensidad de la comprensión, la alegría y la intimidad compartida” (2).
La visita empieza a dar frutos desde el primer instante si hay una buena predisposición. La actitud de quien va y quien recibe es elemento primordial.
Ellas estaban felices. Isabel gritó de júbilo y “la criatura salto de alegría en su vientre”. Y María proclamó exultante la oración de alabanza y agradecimiento al Dios de la Vida. “El Magníficat recoge la plegaría del orante que se descubre, desde la humildad, fecundado por su Señor dentro de la Historia de Salvación” (3).
María permaneció en casa de Isabel “unos tres meses y volvió a casa”. Se movió, invirtió su tiempo y podemos imaginar qué maravillosos tres meses pasaron juntas, viendo como la vida crecía dentro de ellas, cuidándose, riendo, compartiendo…
En la sociedad que vivimos, cada vez más fragmentada e individualizada, donde las relaciones se va licuando, quedando en manifestaciones muy superficiales; reducidas a un mero contacto tecnológico a través de whatsapp (el correo electrónico dicen los jóvenes que eso es ya cosa de viejos), Twiter, Instagram, etc., me pregunto si tiene un significado el hecho de visitar, más allá de un contacto comercial, de captación de clientes, o del médico cuando el paciente no se puede mover de la cama.
Después de empaparnos del evangelio de este día hay que preguntarse a qué me mueve el “movimiento” de María visitando a Isabel. Y si realmente, el hecho de visitar, tiene un significado en mi vida.
Hay gente ahí fuera esperando una visita, de persona a persona.
Hay mucha necesidad de abrazos y de afecto, que no se solucionan con emoticonos y fotos con preciosos textos de buenas intenciones en el móvil.
Hay sed de escucha, en las alegrías y en las penas; para las primeras habrá un café o una cerveza y, para las segundas, además, un hombro y un pañuelo para enjugar lágrimas.
Hay enfermos crónicos que al inicio de la enfermedad seguro que tuvieron gente que les visitó, pero cuando la postración es larga, la soledad embarga.
Hay demasiados ancianos que viven demasiado solos, que su puerta nunca se abre para recibir porque nadie se acerca a ser recibido.
Hay muchas personas que han llegado traspasando fronteras, huyendo de sus lugares de origen que necesitan ser escuchados, recibidos, alentados, etc.
Recuerdo aquí lo que nos enseñaban en la catequesis sobre las Obras de Misericordia; dos de ellas se refieren al hecho de “visitar”: visitar a los enfermos y visitar a los presos.
El estado tiene una responsabilidad ineludible en la atención a las necesidades de quienes necesitan determinados servicios que ayuden a mejorar las condiciones de vida de quienes lo necesitan, por edad, enfermedad, etc. Eso es incuestionable. También las ONG’s, fundaciones, e instituciones benéficas tienen un papel importante en dicha atención.
Pero visitar… es otra cosa. Es una labor personal, individual. Es un estar atentos a detalles de la vida cercana, del entorno. Visitar no cuenta en las estadísticas. Es una acción muy silenciosa que no requiere estructuras organizativas, ni contractuales.
María fue. Podía no haber ido. Isabel, mayor y preñada, seguramente estaba bien atendida. Pero María fue. A estar. A escuchar. A compartir.
Mari Paz López Santos
- (2) y (3) Del libro: ¿QUÉ QUIERE DIOS QUE YO QUIERA? Magnificat siglo XXI” Mari Paz López Santos
Biblia, Espiritualidad
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