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Calla

Viernes, 17 de noviembre de 2017
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Del blog Nova Bella:

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Detente y calla mucho

mientras miras

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Antonio Colinas

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , ,

“Vivir perdonando”. 24 Tiempo ordinario – A (Mateo 18,21-35)

Domingo, 17 de septiembre de 2017
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5dc8405b1d7dee2ee6a23ea510845151_images-1156-577-cLos discípulos le han oído a Jesús decir cosas increíbles sobre el amor a los enemigos, la oración al Padre por los que los persiguen, el perdón a quien les hace daño. Seguramente les parece un mensaje extraordinario, pero poco realista y muy problemático.

Pedro se acerca ahora a Jesús con un planteamiento más práctico y concreto que les permita, al menos, resolver los problemas que surgen entre ellos: recelos, envidias, enfrentamientos y conflictos. ¿Cómo tienen que actuar en aquella familia de seguidores que caminan tras sus pasos? En concreto: «¿Cuántas veces he de perdonar a mi hermano cuando me ofenda?».

Antes de que Jesús le responda, el impetuoso Pedro se le adelanta a hacerle su propia sugerencia: «¿Hasta siete veces?». Su propuesta es de una generosidad muy superior al clima justiciero que se respira en la sociedad judía. Va más allá incluso de lo que se practica entre los rabinos y los grupos esenios, que hablan como máximo de perdonar hasta cuatro veces.

Sin embargo, Pedro se sigue moviendo en el plano de la casuística judía, donde se prescribe el perdón como arreglo amistoso y reglamentado para garantizar el funcionamiento ordenado de la convivencia entre quienes pertenecen al mismo grupo.

La respuesta de Jesús exige ponernos en otro registro. En el perdón no hay límites: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete». No tiene sentido llevar cuentas del perdón. El que se pone a contar cuántas veces está perdonando al hermano se adentra por un camino absurdo que arruina el espíritu que ha de reinar entre sus seguidores.

Entre los judíos era conocido el «Canto de venganza» de Lámec, un legendario héroe del desierto, que decía así: «Caín será vengado siete veces, pero Lámec será vengado setenta veces siete». Frente a esta cultura de la venganza sin límites, Jesús propone el perdón sin límites entre sus seguidores.

Las diferentes posiciones ante el Concilio han ido provocando en el interior de la Iglesia conflictos y enfrentamientos a veces muy dolorosos. La falta de respeto mutuo, los insultos y las calumnias son frecuentes. Sin que nadie los desautorice, sectores que se dicen cristianos se sirven de Internet para sembrar agresividad y odio, destruyendo sin piedad el nombre y la trayectoria de otros creyentes.

Necesitamos urgentemente testigos de Jesús que anuncien con palabra firme su Evangelio y que contagien con corazón humilde su paz. Creyentes que vivan perdonando y curando esta obcecación enfermiza que ha penetrado en su Iglesia.

José Antonio Pagola

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“No te digo que le perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Domingo 17 de septiembre de 2017. Domingo 24º Ordinario

Domingo, 17 de septiembre de 2017
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47-ordinarioa24Leído en Koinonia:

Eclesiástico 27,33-28,9: Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.
Salmo responsorial: 102: El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.
Romanos 14,7-9: En la vida y en la muerte somos del Señor.
Mateo 18,21-35: No te digo que le perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

Tanto en los tiempos de Jesús como en nuestro tiempo el corazón del ser humano está tentado por el odio y la violencia. Cuando hay odio y rencor el sentimiento de venganza hace presa de nuestro corazón. No sólo se hace daño a otros sino que nos hacemos daño a nosotros mismos. Sólo el perdón auténtico, dado y recibido, será la fuerza capaz de transformar el mundo. Y no sólo hablamos de un asunto meramente individual. El odio, la violencia y la venganza como instrumentos para resolver los grandes problemas de la Humanidad está presente también en el corazón del sistema social vigente.

El libro de Ben Sira, compuesto alrededor del siglo segundo antes de la era cristiana, proporciona una serie de orientaciones éticas y morales para garantizar la madurez de la persona y la convivencia social. Estamos ante una obra de profundo contenido teológico. El autor, Ben Sira, señala al pecador como poseedor de la ira y el furor que conduce a la venganza. Y esta venganza se volverá contra el vengativo. Por eso el único camino que queda es el camino del perdón. También aquí aparece la reciprocidad entre perdonar y obtener perdón. No se puede aspirar al perdón por los pecados cometidos si no se está dispuesto a perdonar a los otros. Tener la mirada fija en los mandamientos de la alianza garantiza la comprensión y la tolerancia en la vida comunitaria. Como vemos, ya desde el siglo II A.C. se plantea este tema de profundo sabor evangélico.

El núcleo del pasaje de la carta a los Romanos es proclamar que Jesús es el Señor de vivos y muertos. He aquí una bella síntesis existencial de la vida cristiana. Para el creyente lo fundamental es orientar toda su vida en el horizonte del resucitado. Quien vive en función de Jesús se esforzará por asumir en la vida práctica su mensaje de salvación integral. Amar al prójimo y vivir para el Señor son dos cosas que está íntimamente ligadas. Por lo tanto no se pueden separar. Quién vive para el Señor amará, comprenderá, servirá y perdonará a su prójimo.

En el evangelio, otra vez Pedro salta a la escena para consultar a Jesús sobre temas candentes en el ambiente judío en que crece la comunidad cristiana. Pero la actitud de Pedro es la del discípulo que quiere claridad sobre la propuesta del maestro. No es la actitud arrogante de los Fariseos y Letrados que quieren poner a prueba a Jesús y encontrar un error garrafal que ofenda la ortodoxia judía para tener de qué acusarlo.

Pedro pregunta por el límite del perdón. Pero para Jesús, el perdón no tiene límites, siempre y cuando el arrepentimiento sea sincero y veraz. Para explicar esta realidad, Jesús emplea una parábola. La pregunta del Rey centra el tema de la parábola: ¿no debías haber perdonado como yo te he perdonado?

La comunidad de Mateo debe resolver ese problema porque está afectando su vida. El perdón es un don, una gracia que procede del amor y la misericordia de Dios. Pero exige abrir el corazón a la conversión, es decir, a obrar con los demás según los criterios de Dios y no los del sistema vigente. Como diría el juglar de la fraternidad, Francisco de Asís, “porque es perdonando como soy perdonado”.

En la catequesis tradicional de la Iglesia católica se exigían cinco pasos, quizás demasiado formales, para obtener el perdón de los pecados: «examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda, confesarlos todos, y cumplir la penitencia» -así lo expresaba uno de los catecismos clásicos-. De tal manera que el perdón y la reconciliación, si bien son una gracia de Dios, también exigen un camino pedagógico y tangible que ponga de manifiesto el deseo de cambio y un compromiso serio para reparar el mal y evitar el daño.

En muchos países de América Latina, luego de las dictaduras militares de los setenta y ochenta, se dictaron leyes de amnistías, perdón y olvido, «obediencia debida», o «punto final». Los golpistas y sus colaboradores, responsables por decenas de miles de muertos y desaparecidos en cada uno de nuestros países, se autoperdonaron, burlándose de la justicia y de la verdad. Pero sin Verdad y Justicia, las heridas causadas por la represión en muchos hogares y comunidades no han cerrado aún. A pesar de todas las leyes encubridoras, la presión, el silencio, el ocultamiento de pruebas… la Justicia se hace camino. Llega tarde, pero no deja de llegar. El 14 de junio de 2005, en Argentina, el Tribunal Supremo declaró nulas por inconstitucionalidad las leyes de obediencia debida y de punto final. El día siguiente La Corte suprema de México declara «no prescrito» el delito del expresidente Echeverría por genocidio en la matanza de estudiantes de 1971… Pensemos en otros muchos dictadores y golpistas que, a pesar de todo, están ya siendo juzgados dejando que se dé su lugar a la Verdad y a la Justicia. El perdón y la reconciliación es una exigencia inalienable del ser humano, e indetenible. Y es un proceso de reconstrucción, que trata de reconstruir tanto al victimario como a la víctima.

En ese sentido, nuestras comunidades cristianas deben ser espacios propicios y activos a favor de una verdadera reconciliación basada en la Justicia, la Verdad, la misericordia y el perdón. Pero nunca el Evangelio llama a tolerar la impunidad. La Iglesia –o sea, nosotros, los cristianos y cristianas- debemos apoyar los procesos de reconciliación por el camino verdadero: la Verdad y la Justicia, el no a la impunidad, la reconciliación profunda de la sociedad. Así la Iglesia conseguirá el perdón por su silencio cómplice en algunas de sus figuras jerárquicas conniventes. Leer más…

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17.9.17 Setenta veces siempre

Domingo, 17 de septiembre de 2017
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ab5039d556a96634bc5773e07b73bb92-spanish-quotes-googleDel blog de Xabier Pikaza:

Dom 24. Tiempo. Mt 18, 21-35. La sociedad en general no perdona. Queremos que los terroristas paguen lo que han hecho, que los ladrones se pudran en la cárcel… Estamos prontos a la venganza, y le llamamos justicia. Más cárcel queremos, más castigo, en general. Pues bien, en contra de eso, en otro plano, nos sitúa este evangelio que nos pide que perdonemos setenta veces siete, es decir, setenta veces siempre.

No quiero aquí tratar de justicia social según el Código de Turno, ni de política del terror invertido o la venganza, pues lugares han donde se trata de ello, sino del perdón cristiano, según el Evangelio:

a. Éste es un perdón exigente, vinculado a la experiencia de una iglesia que puede y debe decir al «pecador» que no rompa la unidad de los hermanos. Un perdón exigente, pues el que no perdona queda en manos de su propia, se destruye a sí mismo (cf. Mt 18, 15-20 y la parábola que sigue).

b. Es un perdón sin limitaciones de número o de forma, en plano eclesial, tal como lo expresa en la respuesta de Jesús a Pedro que le pregunta cuántas veces debe perdonar: «¡No te digo siete veces, sino setenta veces siete!, es decir, siempre» (Mt 18, 21-22).

hijo-prodigo-iconoEn este contexto ha recogido y citado Mateo la parábola del rey que perdona a su deudor una deuda inmensa, esperando que el deudor perdone también a quien le debe algo (Mt 18, 23-35). Ese perdón gratuito (¡Dios lo ofrece siempre!) se convierte en principio de la exigencia más fuerte, del riesgo más grande: El que no perdona se destruye a sí mismo.

Éste es un perdón gratuito, pero no es barato, sino todo lo contrario: Lo barato es desentenderse o castigar y dejar se pudran los pretendidos delincuentes. Por el contrario, el perdón es lo más caro, pues implica un compromiso radical en aquellos que perdonan, y exige una transformación radical en los perdonados. Buen domingo a todos… y que Dios nos coja perdonados (que eso de confesados sería más fácil y menos exigente).

Mateo 18,21-35. El que no perdona queda en manos de su propia destrucción.

En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?” Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.”

El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes.” El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.” Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.

Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.”

Cuatro principios:

perdonara. El Perdón,mensaje apodíctico de Jesús: No hay límites ni condiciones para el perdón…, sino que, en línea cristiana, hay que perdonar siempre. No se perdona a los buenos, a los que pueden devolver… Hay que perdonar siempre, como dice el Padrenuestro: “Perdona nuestras deudas como perdonamos a nuestros deudores.

b. El que no perdona queda en manos de su propia destrucción… No es que Dios le juzgue y condene, sino que se juzga y condena a sí mismo, como dice Jesús en lenguaje parabólico. Evidentemente, el “Rey” que manda al “infierno” al que no perdona no es Dios verdadero, sino que es el Dios-Ídolo inventado por el que no perdona, que queda así atrapado en su falta de perdón.

c. Traducción social del perdón cristiano. Así lo indica y exige esta parábola cristiana, que tiene sentido en clave de Iglesia… La Iglesia no puede “imponer” ese perdón en línea política y económica, pero debe vivirlo ella con fuerza, dando testimonio del perdón de Dios.

d. La Iglesia no puede imponer “su perdón”, pero puede mostrarlo, abriendo un camino de perdón económico, social y político… Una sociedad como la nuestra (de tipo capitalista) que no sabe perdonar se destruye a sí misma, como sabe esta parábola.

No voy a estudiar aquí as consecuencias sociales del perdón cristiano, sino que me limito a situar el texto dentro de la dinámica del mensaje y movimiento de Jesús.

1. Las políticas del perdón.

Para entender la parábola del perdón, quiero situarlo dentro de la dinámica del movimiento de Jesús, definida por el perdón, que ha de entenderse desde la perspectiva concreta de su mensaje de Reino en Galilea.

Gran parte del judaísmo sacral del tiempo de Jesús, hacia el final del período del Segundo templo (que duró del 515 a. C. al 70 d. C.), funcionaba como una máquina de perdón, centrado en el templo de Jerusalén y controlada por los sacerdotes. Los judíos aparecían así como pecadores que pueden y deben ser perdonados, utilizando para ello el medio (legal/sacral) que Dios les había concedido (los sacrificios del templo), que servían para mantener el orden sacral existente.

Pues bien, Jesús proclama que ese perdón del templo es no sólo insuficiente (como supo Juan Bautista), pues su tiempo ha terminado (ahora que viene el Reino), sino que es también contrario a la verdad de Dios, que es Palabra creadora, que perdona, haciendo que los hombres puedan perdonarse, como afirmaba el Padrenuestro, sin necesidad de instituciones de dominio religioso, propias de sacerdotes aliados con los opresores (Roma, Herodes Antipas). Allí donde los hombres se perdonan es que está llegando el Reino.

Desde ese fondo quiero recordar algunas “políticas de perdón”, que se distinguen del mensaje y praxis de Jesús, pero que pueden ayudarnos a entenderlo dentro de una dinámica histórica.

1. Puede haber un perdón arbitrario y caprichoso,

propio de dictadores o autócratas, que exhiben su magnanimidad indultando a unos, de un modo irracional (sin justificaciones), y castigando a otros (sin dar razones de ello). Así imponen, por un lado, su venganza (para mostrarse soberanos y aterrar a los contrarios) y, por otro, su perdón (apareciendo como benefactores). Pues bien, esa clemencia arbitraria se opone tanto a la justicia racional como al perdón cristiano, del que hablamos. Leer más…

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“Perdonar de corazón”. Domingo 24. Ciclo A

Domingo, 17 de septiembre de 2017
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hijo-prodigoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La visita del Papa Francisco a Colombia ha puesto de relieve algo muy sabido: las diferencias ante los acuerdos de paz y lo difícil que es perdonar. Algo parecido ocurrió y sigue ocurriendo en España con ETA, y en otros muchos países. Las lecturas de este domingo hablan del perdón. No a grandes niveles, sino a nivel individual y personal, que es el que afecta a la inmensa mayoría de las personas.

Argumentos para perdonar (1ª lectura)

La primera lectura está tomada del libro del Eclesiástico, que es el único de todo el Antiguo Testamento cuyo autor conocemos: Jesús ben Sira (siglo II a.C.). Un hombre culto y estudioso, que dedicó gran parte de su vida a reflexionar sobre la recta relación con Dios y con el prójimo. En su obra trata infinidad de temas, generalmente de forma concisa y proverbial, que no se presta a una lectura precipitada. Eso ocurre con la de hoy a propósito del rencor y el perdón.

El punto de partida es desconcertante. La persona rencorosa y vengativa está generalmente convencida de llevar razón, de que su rencor y su odio están justificados. Ben Sira le obliga a olvidarse del enemigo y pensar en sí mismo: “Tú también eres pecador, te sientes pecador en muchos casos, y deseas que Dios te perdone”. Pero este perdón será imposible mientras no perdones la ofensa de tu prójimo, le guardes rencor, no tengas compasión de él. Porque «del vengativo se vengará el Señor».

Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados? 

Si lo anterior no basta para superar el odio y el deseo de venganza, Ben Sira añade dos sugerencias: 1) piensa en el momento de la muerte; ¿te gustaría llegar a él lleno de rencor o con la alegría de haber perdonado? 2) recuerda los mandamientos y la alianza con el Señor, que animan a no enojarse con el prójimo y a perdonarle. [En lenguaje cristiano: piensa en la enseñanza y el ejemplo de Jesús, que mandó amar a los enemigos y murió perdonando a los que lo mataban.]

Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos.

Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.

Pedro y Lamec

         Lo que dice Ben Sira de forma densa se puede enseñar de forma amena, a través de una historieta. Es lo que hace el evangelio de Mateo en una parábola exclusiva suya (no se encuentra en Marcos ni Lucas).

            El relato empieza con una pregunta de Pedro. Jesús ha dicho a los discípulos lo que deben hacer «cuando un hermano peca» (domingo pasado). Pedro plantea la cuestión de forma más personal: «Si mi hermano peca contra mí», «si mi hermano me ofende». ¿Qué se hace en este caso? Un patriarca anterior al diluvio, Lamec, tenía muy clara la respuesta:

«Por un cardenal mataré a un hombre,

a un joven por una cicatriz.

Si la venganza de Caín valía por siete,

          la de Lamec valdrá por setenta y siete» (Génesis 4,23-24).

Pedro sabe que Jesús no es como Lamec. Pero imagina que el perdón tiene un límite, no se puede exagerar. Por eso, dándoselas de generoso, pregunta: «¿Cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Toma como modelo contrario a Caín: si él se vengó siete veces, yo perdono siete veces.

Jesús le indica que debe tomar como modelo contrario a Lamec: si él se vengó setenta y siete veces, perdona tú setenta y siete veces. (La traducción litúrgica, que es la más habitual, dice «setenta veces siete»; pero el texto griego se puede traducir también por setenta y siete, como referencia a Lamec). En cualquier hipótesis, el sentido es claro: no existe límite para el perdón, siempre hay que perdonar.

La parábola

Para justificarlo propone la parábola de los dos deudores. La historia está muy bien construida, con tres escenas: la primera y tercera se desarrollan en la corte, en presencia del rey; la segunda, en la calle.

1ª escena (en la corte): el rey y un deudor..

Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.” El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.

Se subraya: 1) La enormidad de la deuda; diez mil talentos equivaldrían a 60 millones de denarios, equivalente a 60 millones de jornales. 2) Las duras consecuencias para el deudor, al que venden con toda su familia y posesiones. 3) Su angustia y búsqueda de solución: ten paciencia. 4) La bondad del monarca, que, en vez de esperar con paciencia, le perdona toda la deuda.

2ª escena (en la calle): el deudor perdonado se convierte en acreedor

Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes.” El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.” Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. 

Esta escena está construida en fuerte contraste con la anterior. 1) Los protagonistas son dos iguales, no un monarca y un súbdito. 2) La deuda, cien denarios, es ridícula en comparación con los 60 millones. 3) Mientras el rey se limita a exigir, el acreedor se comporta con extrema dureza: «agarrándolo, lo estrangulaba». 4) Cuando escucha la misma petición de paciencia que él ha hecho al rey, en vez de perdonar a su compañero lo mete en la cárcel.

3ª escena (en la corte): los compañeros, el rey y el primer deudor.

Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

Dos detalles: 1) La conducta del deudor-acreedor escandaliza e indigna a sus compañeros, que lo denuncian al rey. Este detalle, que puede pasar desapercibido, es muy importante: a veces, cuando una persona se niega a perdonar, intentamos defenderla; sin embargo, sabiendo lo mucho que a esa persona le ha perdonado Dios, no es tan fácil justificar su postura. 2) La frase clave es: «¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”

Con esto Jesús no sólo ofrece una justificación teológica del perdón, sino también el camino que lo facilita. Si consideramos la ofensa ajena como algo que se produce exclusivamente entre otro y yo, siempre encontraré motivos para no perdonar. Pero si inserto esa ofensa en el contexto más amplio de mis relaciones con Dios, de todo lo que le debemos y Él nos ha perdonado, el perdón del prójimo brota como algo natural y espontáneo. Si ni siquiera así se produce el perdón, habrá que recordar las severas palabras finales de la parábola, muy intere­santes porque indican también en qué consis­te perdonar setenta y siete veces: en perdonar de corazón.

La diferencia entre la 1ª lectura y el evangelio

          Ben Sira enfoca el perdón como un requisito esencial para ser perdonados por Dios. La parábola del evangelio nos recuerda lo mucho que Dios nos ha perdonado, que debe ser el motivo para perdonar a los demás.

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Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. 17 Septiembre, 2017

Domingo, 17 de septiembre de 2017
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“El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.”

(Mt 18, 21-35)

El domingo pasado el evangelio nos invitaba a salir a camino de aquellas personas que se pierden y esa es una manera de reconciliación. Pero hoy el evangelio nos mete el dedo en la llaga. Una cosa es que mi hermano peque, otra muy distinta es que me ofenda a mí, que me dañe de alguna manera.

Todas queremos ser perdonadas, pero ¡cuánto nos cuesta perdonar! Y es que lo de perdonar no es de una vez para siempre, sino un ejercicio continuo. Es un esfuerzo.

El perdón es una escuela de alto rendimiento (¡70 veces 7!). Hay que ejercitarse todos los días y practicarlo de por vida. Realmente nuestras sociedades serían completamente diferentes si se pusiera de moda el arte de perdonar. Y de hecho aquellas personas que ha sabido vivir perdonando son las que han cambiado el rumbo de la historia.

Quien perdona se trasciende porque se va pareciendo cada vez más a Dios, al Dios de Jesús que murió diciendo: “perdónales porque no saben lo que hacen”.

A fin de cuentas el perdón es la antípoda del miedo. Quien perdona se arriesga a que le vuelvan a fallar, a que le vuelvan a herir. Si le cierras la puerta al perdón se la abres al miedo y al rencor. Así las demás personas se convierten en enemigas de las que tenemos que defendernos. Y esto último es rentable. ¡Todo un negocio! El negocio del miedo. Para la economía globalizada nuestro miedo es más que rentable, es la base, el motor.

Si aprendiéramos a dialogar, si llegáramos a perdonarnos, ¿dónde quedaría el negocio de las guerras, de las armas? Si no tuviéramos que defendernos unos países de otros, unos vecinos de otros, ¿qué pasaría con el negocio de las aseguradoras?

El camino del perdón es mucho más subversivo de lo que pensamos. Y el mensaje de Jesús más peligroso de lo que muchos de nuestro intereses pueden soportar.

Perdonar es una de las armas más revolucionarias de la historia. Los poderes de este mundo deberían prohibirlo, pero han hecho algo todavía mejor: ¡desprestigiarlo! Nos han hecho creer que quien perdona pierde. Que quien perdona se dejar pisar. Y nosotros nos lo hemos creído.

Oración

Ilumina, Trinidad Santa, nuestra mente, nuestro corazón y nuestra voluntad para que podamos descubrir la fuerza trasformadora del perdón. ¡Amén!

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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¿Cuántas veces tiene que perdonarte a ti?

Domingo, 17 de septiembre de 2017
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HIJO-PRODIGOMt 18, 21-35

El evangelio de hoy es continuación del que leíamos el domingo pasado. Allí se daba por supuesto el perdón. Hoy es el tema principal. Mt sigue con la instrucción sobre como comportarse con los hermanos dentro de la comunidad. Sin perdón mutuo sería imposible cualquier clase de comunidad. El perdón es la más alta manifestación del amor y está en conexión directa con el amor al enemigo. Entre los seres humanos es impensable un verdadero amor que no lleve implícito el perdón. Dejaríamos de ser humanos si pudiéramos eliminar la posibilidad de fallar y el fallo real.

La frase setenta veces siete, no podemos entender­la literalmente; como si dijera que hay que perdonar 490 veces. Quiere decir que hay que perdonar siempre. El perdón tiene que ser, no un acto, sino una actitud que se mantiene durante toda la vida y ante cualquier ofensa. Los rabinos más generosos del tiempo de Jesús hablaban de perdonar las ofensas hasta cuatro veces. Pedro se siente mucho más generoso y añade otras tres. Siete era ya un número que indicaba plenitud, pero Jesús quiere dejar muy claro que no es suficiente, porque todavía supone que se lleva cuenta de las ofensas.

La parábola de los dos deudores no necesita explicación. El punto de inflexión está en la desorbitada diferencia de la deuda de uno y otro. El señor es capaz de perdonar una inmensa deuda (270 t. de plata). El empleado es incapaz de perdonar una minucia (400 grs.). Al final del texto, encontramos un ramalazo de AT: “Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Jesús nunca pudo dar a entender que un Dios vengativo puede castigar de esa manera, o negarse a perdonar hasta que cumplamos unos requisitos.

El perdón sólo puede nacer de un verdadero amor. No es fácil perdonar, como no es fácil amar. Va en contra de todos los instintos. Va en contra de lo razonable. Desde nuestra conciencia de individuos aislados en nuestro ego, es imposible entender el perdón de evangelio. El ego necesita enfrentarse al otro para sobrevivir y potenciarse. Desde esa conciencia, el perdón se convierte en un factor de afianzamiento del ego. Perdono (la vida) al otro porque así dejo clara mi superioridad moral. Expresión de este perdón es la famosa frase: “perdono, pero no olvido” que es la práctica común en nuestra sociedad.

Para entrar en la dinámica del perdón, debemos tomar conciencia de nuestro verdadero ser y de la manera de ser de Dios. Experimentando la ÚNICA REALIDAD, descubriré que no hay nada que perdonar, porque no hay otro. Con un ejemplo podemos aproximarnos a la idea. Si tengo una infección en el dedo meñique del pie y me causa unos dolores inaguantables, ¿puedo echar la culpa al dedo de causarme dolor? El dedo forma parte de mí y no hay manera de considerarlo como un objeto agresor. Hago todo lo posible por curarlo porque es la única manera de ayudarme a mí mismo.

Desde nuestro concepto de pecado como mala voluntad por parte del otro, es imposible que nos sintamos capaces de perdonar. El pecado no es fruto nunca de una mala voluntad, sino de una ignorancia. La voluntad no puede ser mala, porque no es movida por el mal. La voluntad solo puede ser atraída por el bien. La trampa está en que se trata del bien o el mal que le presenta la inteligencia, que con demasiada frecuencia se equivoca y presenta a la voluntad como bueno, lo que en realidad es malo. Sin esta aclaración, es imposible entrar en una auténtica dinámica del perdón.

“Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo”. Dios no tiene acciones, mucho menos puede tener reacciones. Dios es amor y por lo tanto es también perdón. No tiene que hacer ningún acto para perdonar; está siempre perdonando. Su amor es perdón porque llega a nosotros sin merecerlo. Ese perdón de Dios es lo primero. Si lo aceptamos, nos hará capaces de perdonar a los demás. Eso sí, la única manera de estar seguros de que lo hemos descubierto y aceptado, es que perdonamos. Por eso se puede decir, aunque de manera impropia, que Dios nos perdona en la medida en que nosotros perdonamos.

Es muy difícil armonizar el perdón con la justicia. Nuestra cultura cristiana tiene fallos garrafales. Se trata de un cristianismo troquelado por el racionalismo griego y encorsetado hasta la asfixia por el jurisdicismo romano. El cristianismo resultante, que es el nuestro, no se parece en nada a lo que vivió y enseñó Jesús. En nuestra sociedad se está acentuando cada vez más el sentimiento de Justicia, pero se trata de una justicia racional e inmisericorde, que la mayoría de las veces esconde nuestro afán de venganza. El razonamiento de que sin justicia los malos se adueñarían del mundo, no tiene sentido.

Nuestro sentido de la justicia se la hemos aplicado al mismo Dios y lo hemos convertido en un monstruo que tiene que hacer morir a su propio Hijo para “justificar” su perdón. Es completamente descabellado pensar que un verdadero amor está en contra de una verdadera justicia. Luchar por la justicia es conseguir que ningún ser humano haga daño a otro en ninguna circunstancia. La justicia no consiste en que una persona perjudicada, consiga perjudicar al agresor. Seguiremos utilizando la justicia para dañar al otro.

Lo que decimos en el Padrenuestro es un disparate. No es un defecto de traducción. En el AT está muy clara esta idea. En la primera lectura nos decía exactamente: “Del vengativo se vengará el Señor”. “Perdona la ofensa de tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas”. Cuando el mismo evangelista Mateo relata el Padrenues­tro, la única petición que merece un comentario es ésta, para decir: “…Porque si perdonáis a vuestros hermanos, también vuestro Padre os perdonará; pero si no perdonáis, tampoco vuestro Padre os perdonará (Mt 6,14). ¿No sería más lógico pedir a Dios que nos perdone como solo Él sabe hacerlo, y aprendamos de Él nosotros a perdonar a los demás?

Para descubrir por qué tenemos que seguir amando al que me ha hecho daño, tenemos que descubrir los motivos del verdadero amor a los demás. Si yo amo solamente a las personas que son amables, no salgo de la dinámica del egoísmo. El amor verdadero tiene su justificación en la persona que ama, no en el objeto del amor y sus cualidades. El amor a los que son amables no es garantía ninguna del amor verdaderamente humano y cristiano. Si no perdonamos a todos y por todo, nuestro amor es cero, porque si perdonamos una ofensa y otra no, las razones de ese perdón no son genuinas.

No solo el ofendido necesita perdonar para ser humano. También el que ofende necesita del perdón para recuperar su humanidad. La dinámica del perdón responde a la necesidad psicológica del ser humano de un marco de aceptación. Cuando el hombre se encuentra con sus fallos, necesita una certeza de que las posibilidades de rectificar siguen abiertas. A esto le llamamos perdón de Dios. Descubrir, después de un fallo grave, que Dios me sigue queriendo, me llevará a la recuperación, a superar la desintegración que lleva consigo un fallo grave. La mejor manera de convencerme de que Dios me ha perdonado es descubrir que aquel a quien ofendí me ha perdonado.

Meditación

Si vivo en la superficie de mi ser (ego),
el perdón que nos pide Jesús, será imposible.
No hay ofensor, ni ofendido, ni ofensa.
No hay nada que perdonar, ni nadie a quien perdonar.
Cualquier otra solución no pasará de artificial e inútil,
o se convierte en refuerzo de nuestro ego.

Fray Marcos

Fuente Adulta

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Perdón.

Domingo, 17 de septiembre de 2017
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HIJO PRÓDIGO5_thumb[1]Para qué sirve el arrepentimiento si eso no borra nada de lo que ha pasado. El arrepentimiento mejor es sencillamente cambiar (José Saramago)

17 de septiembre. Domingo XXIV del TO

Mt 18, 21-35

No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

El perdón, tema primordial del evangelio de este domingo, es uno de los centros neurálgicos de la Buena Nueva, y el mejor termómetro de la sinceridad y de la madurez de nuestra fe. Y lo es singularmente cuando lo vemos, no sólo como una obligación sino, sobre todo, como una conversión, un cambio de corazón y de mente. En el fondo de todo esto, como afirma el teólogo José Antonio Galarreta “está sin duda en una disposición interior, en un deseo de ser hermano de todos y de portarse como tal”.

Pero lo que habitualmente sucede es, que la gran mayoría de nosotros padecemos lo que los técnicos llaman estrabismo natural de los sentidos. Es decir, una desviación de la línea visual normal de uno de los ojos, o de los dos, de forma que los ejes visuales no tienen la misma dirección. Una desviación que, elevada al plano de las ideas, perturba la visión objetiva, y hace que malinterpretemos el Evangelio, como hizo el criado malo en la parábola sobre el perdón. En estos casos lo mejor es acudir al oculista, y corregir el defecto mediante el uso de unas buenas lentes. Será la única manera de evitar la indignación del rey, y el estricto cumplimiento de sus severas amenazas.

El perdón humaniza al que generosamente perdona, y siempre que los perdones se hagan sin prejuicios, sin acuses de recibo. Cosa no fácil y que no siempre sucede. En la película americana Alta sociedad (1956), dirigida por Charles Walters, Trace le dice a Mike Connor: “Usted ha venido a mi cena con una idea preconcebida. Y es evidente que es un error juzgar a la gente de antemano”. (Trace a Mike Connor)

Cuando alguien escucha las notas del laúd del Evangelio pulsadas por sus dedos, suenan

las notas de las cuerdas, en la orquesta de la vida. Notas de singularidad, acordes unas veces, y a veces en particular desarmonía, que nos hacen tomar conciencia de nuestros particulares defectos.

En su obra Hacia una paz interior, Thich Nhat Hanh escribe que: Nuestros sentidos son ventanas abiertas al mundo, y a veces el viento sopla a través de ellas y trastorna nuestro interior”. Dejémosle que entre y salga como dueño.

Antoine de Saint Exupéry dijo en El pequeño príncipe“Si alguna vez te sientes mal contigo mismo, busca en lo más profundo de tu ser, date cuenta de que nadie es perfecto, tampoco tú, pero aún con todos tus defectos y cualidades, eres una persona única en el universo, por eso eres especial…”

En el Acto I de la ópera de Bizet, Los pescadores de perlas, Nadir dice a Zurga: “Como se consuela mi corazón con el tuyo”. Es decir, que el perdón se torna realmente verdadero cuando se hace de corazón a corazóny desde una perspectiva comunitaria.

En el himno Cerca de Ti, Señor (Nearer my God, to Thee), compuesto por la poetisa inglesa Sarah Flower Adams (1805-1848), basado en el pasaje del Génesis 28, 11-19 (historia de la Escalera de Jacob), se canta esta preciosa estrofa:

“Cerca de Ti, Señor quiero morar
Tu grande, tierno amor, quiero gozar.
Llena mi pobre ser, limpia mi corazón.
Hazme tu rostro ver, en comunión”.

Común-unión, que nos mete de lleno en la idea de Cuerpo Místico, al que San Pablo se refiere en su Carta primera a los Corintios, y Pío XII escribió en 1943 su Encíclica Misticy Corporis Christi. El Papa Francisco ha insistido varias veces en ello.

(NOTA: Extraordinaria la versión musical del citado himno, que los más de quinientos miembros de la orquesta Johann Strauss, de André Rieu, interpretaron en uno de sus conciertos al aire libre en Amsterdam. Puede visionarse en Internet. Lo tocaron los músicos del Titánic mientras se hundía).

Cuatro minutos y medio de auténtica emoción en los que una comunidad se une para cantar y sentir. El perdón no lo otorga Dios ni ninguna autoridad establecida. Lo confiere dicha comunidad. ¿Y esto en virtud de qué? Porque, como dice el evangelio del día: “donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellos” (Mt 18, 20).

Con las palabras del versículo 22: “No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”, Mateo quiere significar que hay que perdonar siempre. Perdonar, y alegría por ello, como nos dice el Poema: ¡…tú eres la fiesta / que al Gran Compositor tributa honores!  

EL CANGREJO VIOLÍN

¡Cangrejo Violín! sueñas amores
cuando la Orquesta Universal, abierta
a todos los sonidos, te contesta
zurciendo notas altas de tambores.

Sueñan quimeras griegas los tenores
y ataca en allegretto la celesta.
¡Cangrejo Violín! tú eres la fiesta
que al Gran Compositor tributa honores!

Reza con él al dios que te dio vida,
que te espera y te abraza en las alturas…
Que nos despierte el arpa, si dormida. 

La Sinfonía de las Criaturas
-¡Cangrejo Violín!- ya concluida,
¿por qué tu fiesta y mía no clausuras?

(NATURALIA. El sueño de las criaturas. Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Perdón y justicia.

Domingo, 17 de septiembre de 2017
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hijo prodigoMt 18, 21-35

Este relato de Jesús nos invita a perdonar. Siempre. Pero no es evidente cómo definiría el texto evangélico el perdón. Si prestamos atención a la narración siguiente, no se refiere a un perdón que olvida o que elimina las acciones pasadas. Todo lo contrario. Es un perdón absoluto, de todo. Pero solo se puede dar en un contexto de justicia. De hecho, el “señor” exigirá con posterioridad aquello que ya había perdonado. Quien perdona no pierde el derecho de reclamar y de recuperar lo que ha perdido.

La falsa idea de que perdonar es olvidar es antievangélica. Las relaciones que propone Jesús son siempre dinámicas, y el perdón no es un punto final. Es una gracia para reestablecer relaciones que nos empoderan mutuamente. Pero es una gracia exigente. Quien recibe el perdón se compromete a entrar en la dinámica del perdón, y perdonar a su vez. No puede seguir viviendo como si debiera todavía, como quien tiene miedo a que se le reclame algo, como quien tiene derecho a exigir. Ha de vivir como quien recibe gratuitamente y por tanto es capaz de dar gratuitamente.

La dignidad de quien perdona queda subrayada en este texto. Las personas podemos perdonamos siempre, absolutamente. Pero manteniendo lo que es nuestro. En este sentido el perdón exige la justicia El perdón exige acciones misericordiosas. Y la justicia es la reacción a la atención. El “señor” del relato conoce las acciones posteriores de su deudor perdonado, le informan sobre él, y, al no seguir este la dinámica del perdón, el señor reacciona exigiendo todo lo adeudado ya perdonado.

A diferencia de los “siervos” que han de perdonar setenta veces siete, este señor perdona una vez y luego exige hasta la última moneda. Se muestra intransigente, exigente, radical y brutal. Hasta que el deudor entienda que debe mucho pero que todo puede perdonarse. Y fundamentalmente hasta que descubra que él también puede entrar en la dinámica de una justicia que nace de la misericordiosa atención a quien está en situación de fragilidad.

El Reino que anuncia Jesús se hace así presente entre quienes perdonan en el marco de una justicia exigente y radical que obliga a la reciprocidad y al cuidado de los demás.

Paula Depalma

Fuente Fe Adulta

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“Mirar con Fe al Crucificado”. 14 de septiembre de 2017. Exaltación de la Cruz (A ). Juan 3, 13-17

Jueves, 14 de septiembre de 2017
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imageLa fiesta que hoy celebramos los cristianos es incomprensible y hasta disparatada para quien desconoce el significado de la fe cristiana en el Crucificado. ¿Qué sentido puede tener celebrar una fiesta que se llama “Exaltación de la Cruz” en una sociedad que busca apasionadamente el “confort” la comodidad y el máximo bienestar?

Más de uno se preguntará cómo es posible seguir todavía hoy exaltando la cruz. ¿No ha quedado ya superada para siempre esa manera morbosa de vivir exaltando el dolor y buscando el sufrimiento? ¿Hemos de seguir alimentando un cristianismo centrado en la agonía del Calvario y las llagas del Crucificado?

Son sin duda preguntas muy razonables que necesitan una respuesta clarificadora. Cuando los cristianos miramos al Crucificado no ensalzamos el dolor, la tortura y la muerte, sino el amor, la cercanía y la solidaridad de Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el extremo.

No es el sufrimiento el que salva sino el amor de Dios que se solidariza con la historia dolorosa del ser humano. No es la sangre la que, en realidad, limpia nuestro pecado sino el amor insondable de Dios que nos acoge como hijos. La crucifixión es el acontecimiento en el que mejor se nos revela su amor.

Descubrir la grandeza de la Cruz no es atribuir no sé qué misterioso poder o virtud al dolor, sino confesar la fuerza salvadora del amor de Dios cuando, encarnado en Jesús, sale a reconciliar el mundo consigo.

En esos brazos extendidos que ya no pueden abrazar a los niños y en esas manos que ya no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, los cristianos “contemplamos” a Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.

En ese rostro apagado por la muerte, en esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a las prostitutas, en esa boca que ya no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, en esos labios que no pueden pronunciar su perdón a los pecadores, Dios nos está revelando como en ningún otro gesto su amor insondable a la Humanidad.

Por eso, ser fiel al Crucificado no es buscar cruces y sufrimientos, sino vivir como él en una actitud de entrega y solidaridad aceptando si es necesario la crucifixión y los males que nos pueden llegar como consecuencia. Esta fidelidad al Crucificado no es dolorista sino esperanzada. A una vida “crucificada”, vivida con el mismo espíritu de amor con que vivió Jesús, solo le espera resurrección.

José Antonio Pagola

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Hacer sagrado.

Lunes, 15 de mayo de 2017
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Del blog Nova Bella:

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Del amor se enfrenta al mundo y transforma lo que ve, lo transciende: “Detenerse a mirar,/ hacer sagrado” y esto es decisivo. Si ya lo es el detenerse en la vorágine de la vida, lo es mucho más el hecho de que lo mirado se transmuta en sagrado, en una de sus acepciones ‘digno de veneración o culto.

*

De la poética de Juan Antonio González Iglesias

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Antinoo, Museo de Pérgamo

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Señor, domestícame

Sábado, 6 de mayo de 2017
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Del blog de la Communion Béthanie:

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Tu sabes bien que los hombres necesitan amigos.
No pueden vivir solos.
Entonces, Señor, ¿quieres ser mi amigo?
Para eso, cada día, vendré para sentarme cerca de ti.
Te miraré, me mirarás.
Hay tantas cosas en una sola mirada!
Sabes bien que yo, no sé hablar,
Ni siquiera a ti.
Es tan confuso y complicado
lo que hay en mi corazón.
Enséñame a escucharte solamente en el silencio de mi corazón.
Enséñame también que para ti, yo soy único.
Sabes bien Señor que te necesito para vivir.
Mi corazón está tan necesitado de amor,
entonces engánchalo muy fuerte al tuyo
porque tú también, tú quieres necesitarme.
Y entonces, Señor, si tú me domesticas,  tendremos necesidad el uno del otro.
Yo seré para ti único en el mundo,
Y Tú serás para mí único en el mundo.

Por todas partes donde vaya te encontraré, esto será maravilloso.
Iré hacia los hombres contigo,
serán todos mis amigos,
tu me enseñarás a amarlos como tú, tú les amas
y les necesitaré
porque tú, quieres tener necesidad de mi
¡y cómo podría amarte si no es a través de ellos!
Yo seré para ti único en el mundo,
y Tú serás para mí único en el mundo.

Si me domesticas, cada hombre se convertirá para mí en único en el mundo
porque para ti es único en el mundo.
Su estrella, será para mí una de tus estrellas.
Me gustará mirarlas por la noche
y si sé mirar bien, con mi corazón,
veré que ninguna se parece
porque cada una tiene su sitio en tu cielo
y ellas serán todas mis amigas.

Señor para que cada hombre se convierta para mí único en el mundo,
Me has dado tu gran secreto.
Helo aquí:
Solo se ve bien con el corazón,
lo esencial es invisible a los ojos”

Señor, domestícame, ¿quieres ser mi amigo?

*

Sœur Emmanuelle Bailly

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Pon los ojos sólo en Él…

Miércoles, 14 de diciembre de 2016
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En la Fiesta del poeta enmorado de lo Indecible, Juan de la Cruz, traemos esta preciosas palabras… Hasta su prosa es poesía. El ritmo y la cadencia lo acompañan en revestir de palabra lo indecible.

La obra de Juan es un tratado ecológico, una espiritualidad telúrica. La primera mitad del Cántico Espiritual es un canto de amor a la creación y de comunión con ella. Versos arrobadores que cantan el desposorio con la creación. La relación entrañable con el cosmos, con la madre tierra, muestra una espiritualidad telúrica admirable:

Permaneced en mi amor

“Buscando mi amores…

¡Oh cristalina fuente…!

Mi Amado las montañas…

La música callada

 la soledad sonora

la cena que recrea y enamora”.

*

Cántico espiritual

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“Si te tengo ya dichas todas las cosas en mi Palabras, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en él, porque en él lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones en parte, y si pones en él los ojos, lo hallarás en todo; porque él es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio”

*

Juan de la Cruz
“Subida del Monte Carmelo”, libro 2 – cap. 22, nº 5

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“Mirando al firmamento”, por José Mª Otalora

Miércoles, 28 de septiembre de 2016
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hombre-mirando-el-firmamento“Todos los hombres tienen por naturaleza el deseo de saber”. Con estas palabras se inicia el libro primero de la Metafísica de Aristóteles, quien se inspiraría seguramente mirando a las estrellas en las noches luminosas que abundan en lo que hoy llamamos Grecia. Yo también me he puesto a observar estrellas en una noche de verano, entre las pocas que se ven en nuestro firmamento vasco. Y pensaba sobre el hecho de que puede llevar muerta cientos de años dada la distancia que existe con estos astros luminosos. Podemos captar la luz de estrellas que están a millones de años luz de la Tierra. Imbuido en estas reflexiones sentí la grandeza del universo desde la pequeñez humana hasta interiorizar que la clave de la felicidad es la verdadera humildad, la única fuente de la que mana la capacidad de asombro.

Curiosamente, y a pesar de que la humildad es fácil de denigrar (actitud propia de gente débil, etc.), nadie insulta ni desprecia a otro llamándole “humilde”. A lo sumo, se tolera como eufemismo pero no como algo degradante, quizá porque todos sabemos que tras la humildad se esconde la verdadera grandeza. Aunque nuestras limitaciones la proyecten como virtud inalcanzable.

Una persona humilde no se siente auto-suficiente; sus códigos de conducta están alejados de los de la propia conveniencia egoísta. El problema radica en la necesidad de conocernos mejor para acertar más y esto es algo que, en la sociedad superficial de hoy en día, se da por amortizado, no es necesario en el corto plazo que reclama nuestra cultura consumista. La humildad, en cambio, nos predispone a cuestionar aquello que hasta ahora habíamos dado por cierto, incluida la percepción de las estrellas. Y no se deja manipular como muestra la paradoja de que, cuando se descubre la humildad intencionadamente, se corrompe y desaparece; ya no es modestia. La coletilla “en mi humilde opinión” no es más que nuestro orgullo disfrazado que choca con la máxima de esta virtud: no se predica, se practica.

Merece la pena aprovechar alguna de las noches veraniegas que quedan para contemplar el cielo mientras sentimos admiración ante una creación asombrosa que al mostrarnos nuestra pequeñez puede hacernos más grandes por dentro. La mariposa recordará siempre que fue gusano, recordaba Mario Benedetti; la mariposa no lo recordaba para desvalorizarse sino porque quería sentir el gozo de reafirmarse en la maravilla que supone la transformación cuando trabajamos humildemente por ella.

El cosmos nos puede hacer humildes ante su infinitud de dimensiones inabarcables para la mente humana. Es algo que no podemos contenerlo mentalmente porque la realidad supera nuestra capacidad, desborda nuestro entendimiento y cualquier atisbo de control sobre lo que casi ni imaginamos que existe.

No estamos en un cosmos inmutable que cabe en nuestra realidad minúscula, sino en una especie de cosmogénesis o inmensa secuencia de eventos interconectados en el desarrollo del universo cuyas magnitudes aconsejan humildad: Leo que se llevan contabilizadas 80.000 millones de galaxias. Y cada una de ellas, alberga cientos de miles de millones de soles como el nuestro en los que, a su vez, cabrían un millón de planetas como el nuestro. Cuando podemos ver una estrella como un lejano puntito, tenemos que imaginarnos su enorme tamaño para verlas a simple vista. Hay que tener en cuenta que una distancia normal entre dos estrellas es de diez años luz, unos cien millones de kilómetros… ¡entre dos estrellas!

Solo en la oscuridad puedes ver las estrellas, decía Martin Luther King, y cuando despojamos a la frase de su sentido metafórico profundo, puede ayudar a ponernos en situación ante lo que nos permite la vista y alcanza la imaginación: en la medida que reconocemos lo poco que somos y podemos, eso que facilita nuestro deseo de buscar más; no es necesario utilizar la arrogancia. La historia, una vez más, nos cuenta las consecuencias cuando optamos por la dirección contraria.

Gabriel Mª Otalora

Espiritualidad ,

Miradas

Sábado, 23 de abril de 2016
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Del blog de la Communion Béthanie:

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Mirar, es más que ver. En la palabra mirar, (en francés, regarder) está la palabra guardar. Guardamos una imagen de alguien; guardamos el recuerdo de alguien. Mirar, es poner en movimiento todo su ser. Es ponerse a la búsqueda del otro, esperarlo, acecharlo, sorprenderlo. Es darle todas las posibilidades.

Una mirada de amor, es una locura puede cambiar una vida. Una mirada de odio, es también una locura que puede destruir. Una mirada, es más que una palabra, más que un discurso. Hay miradas que te despiertan. Otras al contrario te hielan. Algunos, cuando te miran, no sabes dónde meterte, noson miradas que te hacen vivir. Hay también miradas distraídas que te rozan apenas, que te ven sin mirarte.

Pero hay otras que os hacen nacer, que te hacen ser. Estas miradas no te juzgan, no te poseen. Tienen en las pupilas como relámpagos maliciosos. Te dicen, cómplices: “¡pero ve allá, ve allá pues, no tengas miedo! “ Estas miradas te ayudan a ser tú mismo (a) y más que tú mismo (a).

Te ayudan a arriesgarte de más allá de tí mismo, un poco como la Mirada de Dios, un Dios que ama, un Dios que perdona. Nuestra mirada se vuelve entonces a su vez, mirada de bondad, de ternura, de perdón, después de un error o una palabra desafortunada, un insulto. Y nosotros he aquí reconciliados con nosotros mismos, en paz con los demás, transformados a causa del otro. Así sea.

*

Robert Riber

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Asombro y luz

Sábado, 16 de enero de 2016
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Del blog Nova Bella:

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“Y también la luz. Esa posibilidad de experimentar el asombro y también la unión con el mundo en el que estamos y transformarnos en esa luz interior, en la que nos vemos y en la que somos, pero esa luz interior, ese descubrimiento del gozo de los sentidos estuvo determinado por una nueva forma de mirar”

*

Emilio Lledó,
discurso en la recepción premio Princesa de Asturias Humanidades 2015

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Mirar hacia adentro

Martes, 5 de enero de 2016
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Del blog Nova Bella:

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¿Hay algo positivo en esta crisis?

R. Posiblemente la próxima gente mire más hacia dentro. Los que no consiguen montar empresas o tener trabajo tal vez miren más hacia el interior, al arte, tal vez sean más religiosos, o más interesados en trabajo social, el medio ambiente.

*

Joyce Carol Oates

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“Miradle resucitado”, por Gema Juan, OCD

Domingo, 5 de abril de 2015
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158De su blog Juntos Andemos:

«Miradle», el gran adagio teresiano, resuena también en la mañana de Pascua: «Miradle resucitado».

El Resucitado se deja encontrar y hace sentir su presencia. Mirad «con los ojos del alma», si queréis verle —decía Teresa. Y advertía que ella «jamás vio cosa con los ojos corporales» pero que, en su interior, quedaba tan imprimida la presencia viva y el amor, que hacía «tanto efecto como si lo viera con los ojos corporales».

Parecía hablar, al mismo tiempo, con el apóstol Tomás y con la Magdalena, dos grandes deseadores de Jesús, hambrientos de verle y tocarle. Ansiosos por confirmar, Tomás la fe y María el amor. Y, hablando con ellos, Teresa lo hace con todos los que avanzan en la fe, a tientas, confiando, deseando, amando… con los que piden ver y tocar. Con los que permanecen sin acabar de ver y los que se dejan despertar por la voz del Maestro resucitado, que los llama por su nombre.

Por eso, Teresa escribía: «A los que se han de aprovechar de su presencia, Él se les descubre; que, aunque no le vean con los ojos corporales, muchos modos tiene de mostrarse al alma por grandes sentimientos interiores y por diferentes vías».

Para «ver y tocar», para reconocer a Jesús, Teresa invita a descubrir su presencia real, que es divina y humana, crucificada y resucitada: «Divino y humano junto es siempre su compañía».

Teresa hizo esta experiencia, como antes la hicieron los discípulos y las fieles mujeres que acompañaron a Jesús. Dirá: «Miradle camino del huerto… miradle cargado con la cruz… miradle resucitado». Una experiencia profunda de continuidad en la fe, que no separa la tierra del cielo ni la carne del espíritu, sino que unifica y enseña a vivir como Jesús, porque descubre en el Resucitado al mismo que andaba por los caminos de tierra.

Mirando al Jesús que experimentó hasta el fondo su condición humana, que supo de dolor y alegría, que conoció la amistad y la soledad, y eligió la verdad y la bondad como señas de identidad, Teresa escribió: «Juntos andemos, Señor; por donde fuereis, tengo de ir; por donde pasareis, tengo de pasar».

Después, un encuentro con el Resucitado dejó en ella la certeza profunda del amor incuestionable al que llama, de la amistad que quiere vivir con sus amigos. Teresa sintió que Cristo le decía «que ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas, y Él tendría cuidado de las suyas».

Eso anuncia la Resurrección: el tiempo de la unión profunda, del compartir sin medida. El tiempo de experimentar que Cristo se hace compañero, cuando se acoge su presencia: «No os faltará para siempre; ayudaros ha en todos vuestros trabajos; tenerle heis en todas partes» —decía Teresa. Cuando se elige acompañar a Jesús en su camino, se descubre que es Él quien acompaña.

Esa experiencia de Jesús, «hombre y Dios», enseñó a Teresa el camino de la armonía. Había conocido la oscuridad profunda, alejada de la verdad pero, después, se verá a sí misma, de la mano de Jesús, «con gran luz, quitada toda aquella pena». Y dirá que, andando con Él, no vuelve la oscuridad «ni se le pierde la paz; porque el mismo que la dio a los apóstoles, cuando estaban juntos se la puede dar».

Con el tiempo, escribirá: «Me veía rica siendo pobre». La bienaventuranza que nace de la Resurrección toma cuerpo en Teresa y quiere hacerlo en cada creyente. La luz de Cristo no diluye los profundos contrastes que definen lo humano —eso dice Teresa. Ella no deja de ser quien es, pero se descubre «rica», agraciada, renovada e iluminada.

Teresa llega a decir que la presencia de Jesús hace de esta tierra un cielo, es decir, convierte la propia vida en el lugar donde vivir la voluntad de Dios, porque «nos ha hecho tan gran merced como hacernos hermanos suyos». Dirá: «Hecha la tierra cielo, será posible hacerse en mí vuestra voluntad». Podrá hacerse en todos la voluntad de Dios, porque Jesús se ha hermanado con todos.

Desde esa comunión, Teresa comprende que el «gran resplandor y hermosura y majestad» de Jesús resucitado habita en cada ser humano y lo llama a resucitar. «En este palacio pequeñito de mi alma cabe tan gran Rey» —decía. Y hablaba del Señor de la vida, que muestra su poder en el amor y que habita para liberar.

Este Rey «nunca falta» –dice Teresa– y «como es Señor, consigo trae la libertad, y como nos ama, hácese a nuestra medida». Este es el Cristo vivo, que ama, libera y sale al encuentro de todos. «¿Quién nos quita estar con Él después de resucitado?».

«Miradle resucitado».

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Mirar al Buen Jesús

Sábado, 13 de diciembre de 2014
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© Carmelo Blazquez 2013

“No os pido más que le miréis… Él no os ha dejado de mirar aunque hayáis pecado. Mirad que no está aguardando otra cosa sino que le miremos; como le quisiereis le hallaréis. Tiene en tanto que le volvamos a mirar que no quedará por diligencia suya” (Camino 26,3).

“Como la mujer ha de estar triste y alegre con el marido, así vosotros con el Esposo. (Ib).

Si estáis alegre, miradle resucitado. Si estáis triste, miradle camino del huerto ¡qué aflicción tan grande llevaba en el alma, o miradle atado a la columna, perseguido de unos, escupido de otros, negado de sus amigos, sin nadie que vuelva por él, helado de frío, en tanta soledad, y el uno con el otro os podéis consolar… O miradle cargado con la cruz… Os mirará él con unos ojos tan hermosos y piadosos, llenos de lágrimas y olvidará sus dolores por consolar los vuestros, sólo porque os vayáis con él a consolar y volváis la cabeza a mirarle (Camino 26,5).

Habladle como amigo, esposo, padre, hermano. Unas veces de una manera, otras de otra. Es muy buen amigo Cristo”.

*

Teresa de Jesús

Santa Teresa

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Orar es mirarte.

Miércoles, 3 de diciembre de 2014
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“Orar es mirarte, y puesto que siempre estás allí, ¿cómo puedo, si te amo de verdad, no mirarte sin cesar?…

El que ama y está ante su bien Amado, ¿qué otra cosa puede hacer que tener la mirada fija en Él?…

“Enséñanos a orar”, como decían los apóstoles…

Oh Dios mío, el lugar y el momento están bien elegidos: estoy en mi cuartito, es de noche, todo duerme, solo se oyen la lluvia y el viento y algún gallo lejano que recuerda, ¡ay!, ¡la noche de tu pasión…!

¡Enséñame a orar, Dios mío, en esta soledad, en este recogimiento!

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(10 de noviembre de 1897, Retiro,)
Obras Espirituales. Antología de textos, edición de las Fraternidades de Foucauld, San Pablo, Madrid 1998, 35

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , , ,

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