“Ministerio de la Soledad “, por Gabriel Mª Otalora
| Gabriel Mª Otalora
Leo que el padre Ángel, fundador de Mensajeros de la Paz, ha planteado abiertamente que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, incluya un Ministerio de la Soledad en su próxima remodelación ministerial. Lo que aparentemente puede parecer una petición extraña, ya lo han puesto en práctica Reino Unido y Japón para paliar el aislamiento social. Esta petición la hizo extensiva el padre Ángel a las Comunidades Autónomas y a la propia jerarquía vaticana, a la que pidió nombrar un dicasterio de la soledad.
No nos tomamos demasiado en serio este problema porque no se visualiza la enorme cantidad de personas que padece el sufrimiento severo de la soledad que al volverse crónico, es un factor de riesgo para todo tipo de desórdenes psicosomáticos en medio de un mundo hiperconectado que no facilita la verdadera comunicación.
El padre Ángel ha querido visualizar el problema en su totalidad recordando que la soledad también afecta a grandes líderes, como llegaron a confesarle el papa Juan Pablo II y el presidente del Gobierno Felipe González.
La petición de un ministerio no es para menos ante las cifras de personas que están o se sienten solas a un nivel patológico muy agudo ya en los llamados países “civilizados”, incluido el nuestro, por mucho que las calles parezcan decir lo contrario. Millones de seres humanos se sienten mortalmente solos sin tener a nadie con quien compartir si no es robando conversación a jirones mientras compran el pan o mendigando palabras al vecino coincidente en el ascensor.
Y lo peor no es la soledad, sino el no saber qué hacer para salir de esa situación ominosa que preside cada minuto del día. Es el agujero negro de nuestro tiempo que corroe y destruye por dentro, pero que no gusta ser aireado: depresión, una pena muy grande, una mala temporada… Todo antes de llamarle por su nombre. Los viejos que se han quedado solos son los que no temen las palabras y proclaman su dolor sin ambages en cuanto se les presenta la ocasión.
Quienes pasan por la soledad no querida saben el mordisco que deja en el alma. A veces es coyuntural, otras veces son razones de temperamento o predisposición al decaimiento; en ocasiones viene dado por acontecimientos desdichados de la vida que fabrican enfermos crónicos sociales. Y el estilo de vida que llevamos en el Primer Mundo contribuye al aislamiento llegando a producir verdadera marginación.
Estamos ante la gran enfermedad de nuestro tiempo que la pandemia ha agravado todavía más hasta el extremo de que muchas personas han fallecido entubadas en soledad. Ella sola es capaz de romper el espíritu a cualquiera ante el debilitamiento del consuelo y la fortaleza e incluso en la fe en Dios.
La caridad (ahora la llaman solidaridad) necesita más que nunca de nuestro tiempo para perder las horas con aquellos que claman compartir con un igual que pide sentirse entre sus semejantes, no sólo estar entre ellos, sentirse escuchados y poder compartir algo de vida. Qué soledades tuvo que pasar Franz Kafka para escribir que los humanos somos extranjeros sin pasaporte en un mundo glacial.
Mientras no podamos cambiar el aislamiento que nos machaca, es necesario no abandonarse, adaptar los ojos a la oscuridad para seguir viendo, aunque se haya hecho de noche… El tiempo va pasando dejando las cicatrices de la pelea titánica por salir adelante durante ese tiempo negro con la ayuda de Dios que a veces se manifiesta en algunas personas estratégicamente diseminadas por Él en ese período doloroso de la vida. Alguien dijo que en la manera de sufrir es donde verdaderamente se retrata un ser humano. Gran verdad.
Es cierto que la soledad a veces no deja ver la luz ni la esperanza, pero los cristianos no podemos dejar de repetir que nunca estamos solos del todo: Dios está ahí aunque el sufrimiento no deje espacio para sentirle cerca. Y sabemos, además, que existen remedios en cuanto nos preguntamos ante esta cruz qué podemos hacer por quienes sufren la terrible experiencia, bien a través de un ministerio ad hoc o con el Evangelio en la mano, cerca nuestro.
Suenan cercanos los versos de José Luis Martín Descalzo en el interior de muchas personas más cercanas de lo que pensamos:
Estamos solos, flores, frutas, cosas
Estamos solos en el infinito
Yo sé muy bien que si en esta noche grito
Continuarán impávidas las rosas.
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