Dom 2. 6. 15. “Vayamos a la otra orilla”
Domingo 12. Tiempo ordinario. Ciclo B. Marcos 4,35-40. Es tiempo de hacerlo: dejar la casa resguardada, pero ya vacía; han emigrado para siempre las viejas golondrinas de un tipo de cristianismo, arriesgarse al otro lado. Para Jesús el otro lado estaba geográficamente muy cerca, unos de diez millas de lago, luego la “tierra incógnita”.¡Vayamos!
Ésta fue una de las palabras fundamentales de Jesús: no se pueden resolver las cosas desde esta orilla, si no vemos las cosas también desde la otra, sin arriesgarnos a pasar a tierras nuevas, con otras gentes y costumbres, para aprender y compartir con ellas el trabajo de la vida.
Ésta fue una palabra importante para la comunidad de Marcos, tras la muerte de Jesús, en tiempos de conflicto y miedo;frente a los que querían cerrarse en lo siempre sido, Marcos supo que el evangelio debía expandirse, en una marcha arriesgada de entrega creadora, descubriendo comunidades y formas de vida distinta, para recrear desde ellas el evangelio.
Ésta ha de ser una palabra clave en nuestro tiempo. Son muchos los que quieren que la Iglesia se siga cerrando, a pesar de lo que fue el Vaticano II, a pesar de lo que anuncia y quiere el Papa Francisco. Muchos hemos querido que el cofre del evangelio se conserve donde siempre ha estado, bajo siete llaves… Pero Jesús nos dice de nuevo, quizá al atardecer de nuestra vida: “id a la otra orilla”.
Ciertamente, en medio está el mar y la tormenta. Pero él lo dice y nosotros, sus discípulos, debemos tomar la barca y arriesgarnos, más allá de un tipo instituciones milenarias, de las seguridades que se han vuelto inútiles, de basílicas cerradas. ¿Quién va a nuestras iglesias sino ancianos venerables y turistas curiosos
¿Iremos la a otra orilla? Quiero que esta sea la palabra clave de este domingo, día de meditación, pero también de decisión cristiana, mientras seguimos leyendo la encíclica de Francisco, que es una carta magna de la ecología: ¡Vayamos a la otra orilla para que así podamos seguir compartiendo también la nuestra. Buen domingo
Texto. Marcos 4,35-40
4, 35 Aquel mismo día, al caer la tarde, les dijo: -Pasemos a la otra orilla.
36 Ellos dejaron a la gente y lo llevaron en la barca, tal como estaba. Otras barcas lo acompañaban. 37 Se levantó entonces una fuerte borrasca y las olas se abalanzaban sobre la barca, de suerte que la barca estaba ya a punto de hundirse. 38 Jesús estaba a popa, durmiendo sobre el cabezal, y lo despertaron, diciéndole: Maestro ¿no te importa que perezcamos?
39 Él se levantó, increpó al viento y dijo al mar: -¡Cállate! ¡Enmudece!
El viento amainó y sobrevino una gran calma. 40 Y les dijo: -¿Por qué sois tan cobardes? ¿Todavía no tenéis fe?
41 Ellos se llenaron de un gran temor y se decían unos a otros: – ¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?
Parábola pascual.
Ésta es una parábola pascual. Ciertamente, contiene un recuerdo biográfico y un “milagro” o, mejor dicho, un signo cósmico de la vinculación de Jesús con la naturaleza.
Pero en un sentido más profundo es una narración de pascua: Jesús resucitado inicia con sus discípulos una dura travesía misionera, pidiéndoles que vayan con él a la otra orilla, que le lleven a nuevas tierras, nuevas gentes. En el camino del mar surge la tormenta. Ellos tienen miedo y le llaman, él responde despertándose y mostrando su poder, en la barca amenazada. Estamos en ámbito de iglesia.
Aquel mismo día, en ekeine te hemera.
Éste es el día de las parábolas, es decir, de la enseñanza que Jesús ha ido dirigiendo a sus discípulos a lo largo de todo Mc 4. El día de las parábolas que él empieza diciendo a la orilla del mar (Mc 4, 1) y que él explica después en la casa de la Iglesia (Mc 4, 10), a solas con los suyos, ofreciéndoles su enseñanza más honda.
Los discípulos recuerdan admirados al Jesús que era capaz de sentirse cerca de la naturaleza, del mar y de la tierra, sin miedo, sin angustia… Sabía Jesús y sentía que el mismo mar es casa para quienes saben respetar y admirar el mundo entero.
Para nosotros, los cristianos ya mayores, la casa era un espacio de familia resguardada, con las iglesias que se llenaban (¿?) de fieles los domingos, con la seguridad de unas instituciones “eternas”, de doctrinas sabias, de eternos vaticanos. Estábamos en la casa, así habíamos estado por siglos.
Pues bien, ahora Jesús dice a los suyos que se arriesguen a dejar la casa, para tomar con él la barca y llevarle a lugares de habitantes distintos, a través del mar bravío. Es evidente que su riesgo se encuentra calculado: forma parte de la misma estrategia eclesial del evangelio tras la pascua. Éste es el día de pasar a la otra orilla.
Iglesia en la tormenta de un camino arriesgado, éste podría ser el título del tema.
La tormenta es la dificultad en una travesía que debe conducir a la otra orilla (eis to peran, dice el texto original: 4, 35). Recordemos que muchos habían venido ya para escuchar a Jesús, desde la otra orilla (3, 7-8), es decir, desde la tierras del otro lado de Galilea, comarcas distintas, de gentiles a quienes en principio consideramos peligrosos, bárbaros…
Pero ahora es Jesús quien decide pasar al otro lado, a la tierra donde habitan los paganos de Decápolis. Está cerca: sus colinas se ven desde este lado. Pero sus gentes son lejanas: distintas por cultura y religión, por tradiciones y formas de existencia. Este paso implica un verdadero comienzo en la travesía del evangelio.
Ahora, año 2015, nos hallamos simbólicamente al inicio de una gran marcha, de la misión universal de la iglesia, que ha de hallarse dispuesta a llevar su semilla a tierra pagana, es decir, a toda tierra
La paradoja de la marcha: ¡La gran salida!.
Desde ese trasfondo se entienden mejor algunos rasgos:
– Jesús inicia el gesto, pero luego duerme en la popa (4, 35-38a). Embarca a los suyos, pero da la impresión de que no responde. Es como si no estuviera. Deja que los suyos sufran ante el riesgo, en la nave amenazada. En el cabezal trasero, él duerme. No le vemos, parece que no está.
– Los discípulos despiertan a Jesús, gritándole su miedo (4, 38b-41). Él se eleva y responde, ordenando al viento y diciendo al mar: ¡Calla, sosiégate!. Mar y viento se calman y la barca puede hacer la travesía.
Barca azotada, casa frágil, entre el viento exterior y el miedo interno, es la iglesia de Jesús.
Sus compañeros no pueden ya sentarse a su lado, en círculo agradable de palabra (como habían hecho en Mc 3, 31-35). Quizá no es ya ni eso… No hay barca ni tempestar, hay simplemente cansancio. ¿A quien de nuestros jóvenes le importa el evangelio? ¿A uno de cada mil? He sentido la novedad compartiendo unos días con un estudiante de medicina… Simplemente un chico normal, sin formar parte de ninguna institución clerical, ni grupo…Y sin embargo cristiano. Le he sentido uno entre mil, digamos que entre cien, y en él he podido sentir la soledad de los otros 99 de la parábola invertida del pastor… No hay uno sólo errante o sin interés. Errantes son los 99.
Jesús duerme, y los suyos combaten contra el viento y las olas. Parece que no pueden sembrar nada pues no hay campo, ni tierra firma donde asentar las plantas de los pies y plantar las semilla…. (en contra de Mc 4, 1-34). No hay nada, los cristianos nos limitamos a luchar contra el mar, aislados en medio de la gran tormenta, sin tierra firme ni ayuda sobre el mundo, en una travesía que muchos suponen que es puramente imaginaria. Así realizan la primera misión postpascual de la iglesia, al oriente de Galilea.
De la parábola de la tierra/semilla (Mc 4, 1-9) a la tarea de la navegación por el mar/tormenta
Ésta es una nueva parábola o, mejor dicho, la misma parábola anterior del Evangelio de Marcos: la siembra (Mc 4, 3-9) debe realizarse en otras tierras (misión de la iglesia). Probablemente el texto ha recogido recuerdos de historia prepascual, experiencias de un pasado en que Jesús calmó a su grupo temeroso sobre el lago familiar donde muchas veces navegaron con sus barcas.
Pero ofrece también una experiencia de Jesús resucitado, proyectada de un modo simbólico al pasado de su vida. Los discípulos son iglesia amenazada, barca en la tormenta, familia en miedo, sin cimientos permanentes, sin patria asegurada ni ciudades fijas, navegantes-misioneros sobre un mar embravecido, con un Maestro (didaskale, así le llaman por primera vez en Mc: 4, 38) que duerme en popa, eso son ellos.
Es lógico que teman.
¿Qué hallarán en la otra orilla? Los lectores sabemos que está esperando el loco violento de la otra orilla (Mc 5, 1-20), rodeado de porqueros miedosos, atrapado en la ciudad de la violencia, invadido por una legión interior (locura) y exterior (ejército romano), expulsado de la propia familia, solitario en los sepulcros. Los discípulos en barca no lo saben, pero lo presienten. Tienen miedo.
Quien haya escuchado la voz de Jesús (a la otra orilla!, embarcándose en la nave de su angustia entenderá este pasaje.
Quien no comparta el terror de los discípulos gritando en frágil barca no podrá comprenderlo. )Por cuánto tiempo van? ¿Cómo podrán resolver, al otro lado, los problemas? El texto no lo dice. Simplemente evoca el miedo del viento y de las olas, con un Jesús dormido en popa.
Jesús les había llamado para ser-con-el (cf. Mc 3, 14), reuniéndoles en torno a él (peri auton: 3, 32.34). Ahora parece que no está: )No te importa que perezcamos? (4, 38). Había invitado a los suyos (autois: cf. 4, 33.35). Ahora parece desinteresarse, ellos gritan:
– Y Jesús, levantándose (diegertheis =resucitando) mandó al viento… y el viento cesó.
– Y les dijo a ellos: )por que sois miedosos? )todavía no tenéis fe?
– Y temieron mucho y se decían : )quién es este, para que viento y mar le obedezcan? (4, 41).
Fe para pasar a la otra orilla
Estamos en la iglesia del Jesús dormido, atravesando con su barca el mar airado. Es una travesía pascual y en ese fondo ha de entenderse el miedo (cf. 16,8) y su superación. El mismo Jesús de la nueva familia eclesial, vencedor de los riesgos del mar (de la muerte) quiere que los suyos crean, decidiéndose a pasar al otro lado. Por eso les pregunta: ¿aún no teneis fe (pistis)? Había hallado fe en los camilleros del paralítico (Mc 2, 5) y más tarde la hallará en la hemorroísa (cf. 5, 34), la sirofenicia (7, 24-30), el padre del enfermo (9, 23-24) y el ciego de Jericó (10, 52). Ahora no la encuentra en sus discípulos miedosos.
Es fe de pascua, que cura y salva, supera la tormenta y crea vida.
Es fe que nos permite pasar con la iglesia (como iglesia) al otro lado de la tierra segura, del antiguo judaísmo (de las sacralidades actuales), para iniciar la misión universal, en tierra de paganos (cf. 11, 22-24). Con esa fe todo es posible.
La fe es el viento bueno de la vida en las velas de nuestro barco, es el milagro verdadero, fuente de misión para la iglesia.
Esta fe para pasar a la otra orilla no es algo opcional…, sino esencia de la iglesia. Los que quedan a este lado, en las seguridades establecidas, terminan muriendo. Una Iglesia que no se arriesga a pasar con Jesús a la otra orilla, superando las fronteras actuales donde se ha establecido, se encuentra condenada a muerte… Mejor dicho, esa iglesia (¿nosotros?) ya ha muerto. Pero otros montarán en la barca a la voz de Jesús y en medio del miedo le verán como Señor y llegarán a la otra orilla. Buen domingo.
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