Comentarios desactivados en Por qué una cura no es todo lo que deseo
La reflexión de hoy es de la colaboradora invitada Lily (ellos/él/ella), estudiante de doctorado en una gran universidad pública del Medio Oeste, donde investigan instituciones internacionales y estudios queer. Tienen experiencia en organización interreligiosa y educación en justicia social, y les apasiona facilitar el diálogo sobre cómo los jóvenes de fe pueden participar en movimientos por la paz y la justicia social.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Recientemente, tuve la oportunidad de leer el libro de Amy Kenny My Body Is Not A Prayer Request: Disability Justice In The Church, y me sorprendió la afirmación de Kenny de que la Iglesia se está perdiendo el testimonio profético y la bendición de (las personas discapacitadas y por tanto) discapacidad. Entre una serie de otros puntos bellamente aclarados, Kenny establece una distinción importante que creo que los católicos de todo el mundo deben tener en cuenta al enfrentar la liturgia de hoy; la diferencia entre curar y sanar.
Como explica Kenny, la curación es un proceso rápido, individual y físico con el único propósito de eliminar la enfermedad o la discapacidad. Es lo que nosotros, en la sociedad occidental, buscamos a menudo cuando visitamos el consultorio de un médico, con la esperanza de encontrar una manera de solucionar cualquier síntoma que estemos experimentando. La curación, por otro lado, es un proceso mucho más rico, profundo, lento, complicado y complejo de restaurar el bienestar comunitario. Implica restaurar la interdependencia, el bienestar espiritual y las relaciones interpersonales y, a menudo, puede tener lugar incluso sin la eliminación de la enfermedad o la discapacidad.
Como católica queer que también vive con enfermedades crónicas, estoy bastante familiarizada tanto con la búsqueda de la curación como con la búsqueda de una cura. Hoy espero compartir con ustedes cómo veo que mi fe encaja en ambas actividades, con la esperanza de que puedan sacar de mi reflexión al menos una idea que complica su comprensión de la relación entre las personas discapacitadas y con enfermedades crónicas. tener con la Iglesia.
No todas las personas con enfermedades crónicas buscan una cura, pero resulta que yo sí. Con frecuencia estoy saltando de un consultorio médico a otro, con la esperanza de encontrar el medicamento/suplemento/régimen de terapia que me quite el dolor y la fatiga con los que he vivido durante casi tres años. Muy a menudo, sentado en una sala de espera, me encuentro rezando por una cura, rezando para que este nuevo médico sea quien tenga la clave para que yo pueda vivir la vida de una persona de 23 años “sana”. viejo (lo que sea que eso signifique); que mañana podré despertarme sin cansancio ni dolor.
Sin embargo, en ese momento de oración, con frecuencia elijo ignorar un par de hechos inconvenientes: incluso si encontrara una cura y me despertara sano y salvo mañana, seguiría cargando conmigo el dolor de todo el tiempo que aparentemente perdí mientras estar enfermo, la ira por no haber encontrado la cura más rápido, el peso de todas las relaciones y oportunidades que se me escaparon por todas esas veces que no podía levantarme de la cama o no podía subir un tramo de escaleras. y mucho más. Ni siquiera los mejores médicos pueden hacer que desaparezcan.
Si bien, por un lado, desearía nunca haber desarrollado esta enfermedad crónica, también soy muy consciente de cómo me ha unido a algunos increíbles activistas por la justicia de las personas con discapacidad y me ha mostrado cómo ser solidario con algunos de los ahora marginado del pueblo de Dios, dejó claro cómo mi liberación está entrelazada con la de muchos otros grupos, y me expuso la forma en que la Iglesia no es capaz de cuidar de un montón de comunidades. Entonces (aunque a veces a regañadientes) acepto que este dolor aparentemente sin sentido es de alguna manera parte del plan de Dios para mi vida.
En ausencia de una cura para mi sufrimiento (o incluso si existe), ¿cómo puede ser entonces la curación, especialmente en el contexto de la Iglesia? La respuesta a esta pregunta es notablemente similar a la respuesta a otra pregunta a la que me enfrento con bastante frecuencia: en ausencia de mi capacidad para casarme con mi pareja en la Iglesia Católica, ¿cómo puede verse una afirmación de mi personalidad plena por parte de la Iglesia? ¿como?
Mientras todavía estoy pensando en mi respuesta completa a esta segunda pregunta, inmediatamente me vienen a la mente algunas sugerencias. La Iglesia puede brindar atención pastoral que sea sensible a las necesidades y experiencias de los católicos queer, centrándose en la comprensión, la compasión y el acompañamiento, reconociendo las luchas que enfrentamos. Puede afirmar públicamente la dignidad inherente de los católicos queer al hablar contra la discriminación, la violencia y el trato injusto basado en la orientación sexual o la identidad de género. Puede condenar oficialmente prácticas como la terapia de conversión, cuyo objetivo es cambiar la orientación sexual o la identidad de género de un individuo, reconociendo el daño que tales prácticas causan. Puede reevaluar su lenguaje respecto a cuestiones LGBTQ+, evitando términos o frases duras o excluyentes.
En la misma línea, la Iglesia puede apoyar la curación de personas discapacitadas y con enfermedades crónicas, para aquellos que desean y aún no han encontrado la curación, adoptando enfoques holísticos y comunitarios que enfaticen el bienestar espiritual, las prácticas inclusivas y las redes de apoyo. El trabajo debe comenzar primero abordando el capacitismo dentro de la iglesia, deshaciéndonos de cualquier complejo de salvador y promoviendo la accesibilidad no solo dentro de las liturgias sino también en toda la programación. La iglesia también debe hacer el trabajo de abogar por la justicia social y la accesibilidad para abordar los problemas sistémicos que enfrentan las personas discapacitadas o con enfermedades crónicas, reconociendo que las experiencias individuales de discapacidad están determinadas por otros aspectos de su identidad, como la raza, el género y la orientación sexual. y estatus socioeconómico. Lo más importante es que, mientras participa en este trabajo, la Iglesia debe seguir comprometida a priorizar las necesidades y deseos de las personas discapacitadas o con enfermedades crónicas, y comprometerse a rendir cuentas ante aquellos más afectados por los males del capacitismo.
Mientras tanto, a veces me encontrarás orando por una cura, pero casi siempre orando por sanación.
Comentarios desactivados en Ser sorprendidos por nuestros miedos
La publicación de hoy es de Phoebe Carstens (ellos/ellos), colaboradora de Bondings 2.0.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el duodécimo domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Hace varios años, la primera vez que escuché a un sacerdote mencionar a las personas transgénero en una homilía, afirmó: “No los entiendo. Francamente, desearía que desaparecieran”.
No recuerdo su punto más importante, pero sí recuerdo un sentimiento de resignación, decepción y vergüenza. Como persona trans, ya sabía que mucha gente no me entendía, no me quería en espacios compartidos, no quería tener que pensar en mí. Ya estaba bastante familiarizado con la sensación de que aquellos que simplemente no entendían me deseaban que desapareciera.
Pero fue una decepción renovada y más profunda que me recordaran estas cosas durante la Misa. Me sentí como si el sacerdote me tocara el hombro antes de la Comunión y me dijera: “Honestamente, preferiría que te fueras“.
En los años transcurridos desde entonces, he observado que la incomodidad y el miedo en torno a las personas queer y trans han aumentado en los espacios seculares y religiosos. No sólo siento malentendidos, confusión e ignorancia, sino también una sensación de miedo real. ¿Qué es esta rareza que se infiltra en nuestros espacios? ¿Quienes son esas personas? ¿De dónde están viniendo? ¿Qué pasa si hay más de ellos que nosotros?
Los primeros discípulos no eran ajenos al miedo. En el pasaje del Evangelio de hoy, tiemblan en una tormenta y gritan: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” Las aguas que parecen amenazar con alcanzarlos son tanto metafóricas como físicas: Jesús los ha llamado a transformarse radicalmente; cambiar la forma en que se relacionan con el mundo y entre sí; y cambiar fundamentalmente la forma en que se ven a sí mismos en relación con los demás, consigo mismos y con Dios. Los seres humanos a menudo tenemos miedo al cambio, especialmente cuando somos llamados a cambiar nosotros mismos. Cuán aterradora puede ser la invitación a cambiar la forma en que has sido, a ver el mundo que te rodea transformarse y a abrazarlo en lugar de huir de él.
Pero, como nos recuerda Pablo en la segunda lectura de hoy, de esto se trata el llamado de Jesús: “Todo aquel que está en Cristo, nueva creación es. Las cosas viejas han pasado; he aquí que han llegado cosas nuevas”. Jesús renueva a la humanidad, renueva la creación y trae conciencia de cómo estar plenamente vivo, y todo esto requiere una conversión.
Justo cuando pensamos que tenemos una idea de lo que significa ser humano, lo que significa ser creado a imagen de Dios, lo que significa vivir bien, Jesús rompe nuestras expectativas y nos muestra un nuevo camino. Justo cuando pensamos que conocemos la creación de Dios, Dios crea de nuevo.
Las personas trans tienen una habilidad única para recordarnos este hecho: que Dios siempre está creando y recreando de manera exuberante, abundante y amorosa. Quizás, cuando uno se encuentra con una persona trans por primera vez, puede resultar aterrador ver una experiencia vivida aparentemente tan diferente a la propia. Puede resultar abrumador que se cuestionen las nociones preconcebidas que uno tiene sobre el ser humano. Puede sentirse como una ola que amenaza con alcanzarnos, y podemos sentirnos tentados a gritar, a cerrar los ojos, a decirle a aquel que no nos es familiar: “¡Ojalá te fueras!”.
Pero no tiene por qué ser así. Aquí hay otra lección de las personas de fe queer y trans, que permanecen fieles y esperanzadas a pesar de las decepciones, el dolor y el rechazo: sabemos que nuestro Dios no está dormido, que nuestro Dios no es indiferente a nuestro sufrimiento y nuestro miedo. Nuestro Dios está despierto y rutinariamente le dice al mar de nuestra angustia: “Quédate quieto”. Cualesquiera que sean nuestros temores (temor por nuestra propia seguridad o temor a que debamos cambiar), nuestro Dios es Aquel que se deleita en sorprendernos para sacarnos de nuestros temores.
Al igual que los discípulos, sintamos gran asombro ante el poder de Dios para calmar las tormentas de miedo, incertidumbre y desconfianza. Existamos en humilde asombro con Job, quien en la primera lectura de hoy escucha a Dios recordarle que es Dios quien creó y gobierna el mar y toda la tierra, quien fue el autor de los misterios y poderes del universo, cuya creación es hermosa en su incomprensibilidad. .
En una misa del Orgullo a la que asistí recientemente en Boston, escuché una vez más a un sacerdote mencionar a las personas trans en su homilía. Esta vez, sin embargo, no oí miedo en sus palabras. En cambio, escuché asombro. “Trans es un prefijo hermoso“, dijo. “Significa al otro lado, significa más allá. ¿No es hermoso? ¿Y eso no nos recuerda a Dios, que está más allá de todas las cosas?” Este sacerdote no era un discípulo que se arrastraba sobre las olas del miedo, aterrorizado por lo que podría significar la existencia de personas trans. En cambio, parecía estar asombrado y reconociendo el poder de Dios y la creación confusa, una creación que siempre ha incluido y siempre incluirá a personas queer y trans.
—Phoebe Carstens (ellos/ellos), Ministerio New Ways, 23 de junio de 2024
Comentarios desactivados en “Miedo a creer”. 12 Tiempo Ordinario – B (Marcos 4,35-40)
Los hombres preferimos casi siempre lo fácil y nos pasamos la vida tratando de eludir aquello que exige verdadero riesgo y sacrificio. Retrocedemos o nos encerramos en la pasividad cuando descubrimos las exigencias y luchas que lleva consigo vivir con cierta hondura.
Nos da miedo tomar en serio nuestra vida asumiendo la propia existencia con responsabilidad total. Es más fácil «instalarse» y «seguir tirando», sin atrevernos a afrontar el sentido último de nuestro vivir diario.
Cuántos hombres y mujeres viven sin saber cómo, por qué ni hacia dónde. Están ahí. La vida sigue, pero, de momento, que nadie los moleste. Están ocupados por su trabajo, al atardecer les espera su programa de televisión, las vacaciones están ya próximas. ¿Qué más hay que buscar?
Vivimos tiempos difíciles, y de alguna manera hay que defenderse. Y entonces cada uno se va buscando, con mayor o menor esfuerzo, el tranquilizante que más le conviene, aunque dentro de nosotros se vaya abriendo un vacío cada vez más inmenso de falta de sentido y de cobardía para vivir nuestra existencia en toda su hondura.
Por eso, los que fácilmente nos llamamos creyentes deberíamos escuchar con sinceridad las palabras de Jesús: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?». Quizá nuestro mayor pecado contra la fe, lo que más gravemente bloquea nuestra acogida del evangelio, sea la cobardía. Digámoslo con sinceridad. No nos atrevemos a tomar en serio todo lo que el evangelio significa. Nos da miedo escuchar las llamadas de Jesús.
Con frecuencia se trata de una cobardía oculta, casi inconsciente. Alguien ha hablado de la «herejía disfrazada» (Maurice Bellet) de quienes defienden el cristianismo incluso con agresividad, pero no se abren nunca a las exigencias más fundamentales del evangelio.
Entonces el cristianismo corre el riesgo de convertirse en un tranquilizante más. Un conglomerado de cosas que hay que creer, cosas que hay que practicar y defender. Cosas que, «tomadas en su medida», hacen bien y ayudan a vivir.
Pero entonces todo puede quedar falseado. Uno puede estar viviendo su «propia religión tranquilizante», no muy alejada del paganismo vulgar, que se alimenta de confort, dinero y sexo, evitando de mil maneras el «peligro supremo» de encontrarnos con el Dios vivo de Jesús, que nos llama a la justicia, la fraternidad y la cercanía a los pobres.
Comentarios desactivados en “¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”. Domingo 22 de junio de 2024. Domingo 12º ordinario
Leído en Koinonia:
Job 38,1.8-11: Aquí se romperá la arrogancia de tus olas. Salmo responsorial: 106: Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia. 2Corintios 5,14-17: Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado. Marcos 4,35-40: ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!
En la primera lectura vemos cómo el Señor le contesta a Job desde un torbellino, una forma muy común en el Antiguo Testamento para las apariciones de Dios. Le muestra lo que el Señor es capaz de hacer por el ser humano, hasta frenar el mar para que no irrumpa contra él. Las comunidades cristianas crecen en medio de dificultades y conflictos. Se encuentran asediadas por muchas amenazas internas y externas. Son como una pequeña barca navegando en altamar, en aguas turbulentas. Cunde la desesperación y el desencanto. Job es el símbolo de la paciencia y la resistencia. Se siente asediado por todas partes. Dios lo interpela haciéndole caer en cuenta de que él es el Señor de la historia. Las dificultades de la vida no podrán derrotar a quien pone toda su confianza en Dios.
En La carta a los Corintios se nos expone la nueva humanidad que a través de la muerte de Cristo recobra la vida plena. Cristo murió por todos para que todos tengamos vida por medio de él. El amor de Cristo ha sido tan grande que nos ha rescatado de la muerte y de la esclavitud del pecado, y nos ha hecho partícipes de la vida nueva. Lo antiguo ha sido superado por la muerte y resurrección del Señor.
En el evangelio, el llamado relato de la tempestad presenta las dificultades por las que atravesaba la Iglesia primitiva en el contexto del imperio romano. El mar es símbolo de peligro; es una amenaza para quienes viven cerca de él, porque saben que por ahí vienen los perseguidores. La comunidad es esa pequeña nave que navega a la deriva. La fe de muchos naufraga ante las amenazas y las presiones del medio. Entonces es cuando hay que recordar que Jesús no ha abandonado la barca. El navega con ellos. Es capaz de derrotar la tempestad. La certeza de la presencia de Jesús fortalece la frágil fe de la comunidad.
Nos sentimos amenazados de muchas formas. La injusticia, la violencia y la corrupción por una parte; el consumismo, el relativismo y el sensualismo por otra. Sentimos la tentación de ceder. Fácilmente caemos en el pesimismo y la resignación. Desistimos de todo esfuerzo y dejamos que la historia empuje la barca a su propio viento. El ambiente nos ahoga y nos sentimos perdidos, desorientados o perplejos. Las palabras de Pablo resultan alentadoras: Cristo murió y resucitó; con él hemos muerto nosotros, y tenemos la firme esperanza de participar en su resurrección. Sólo la certeza de que Jesús camina con nosotros nos puede ayudar a vencer los miedos y las incertidumbres y a “remar mar adentro, hacia aguas profundas”.
Temas clásicos relacionados con este tipo de milagros de Jesús, centrados en la acción sobre la naturaleza, que tal vez ya perdieron su aliciente, son los de la posibilidad misma del milagro, las relaciones entre Dios y la naturaleza, y el tema de la oración de petición, cuando la petición se centra en una acción sobre la naturaleza. Formulamos estos temas en el apartado «para la reunión de grupo» Leer más…
Comentarios desactivados en 22.6.24. Pescadores en la noche: Al otro lado del mar (Mc 4), al otro lado del barco (Jn 21)
Del blog de Xabier Pikaza:
Jesús les dijo una vez: Vamos al otro lado del mar. Otra vez les dijo: Pescad por el otro lado.
Quizá nos está corrigiendo también hoy y no le hacemos caso. cómo ir al otro lado? cómo pescar por el otro lado?
| Xabier Pikaza
Mc 4, 35-41
(a. Introducción). 35 Y aquel mismo día, al caer la tarde, les dijo: Vayamos a la frontera (al otro lado).36 Y dejando a la gente, le tomaron tal como estaba en la barca y le acompañaban otras barcas.
(b. Tormenta) 37 Y se desató una fuerte tormenta de viento y las olas se abalanzaban sobre la barca, de suerte que la barca estaba ya a punto de llenarse (de agua). 38 Y él estaba a popa, durmiendo sobre el cabezal, y lo despertaron, diciéndole: Maestro ¿no te importa que perezcamos?
(c. Jesús) 39 Y levantándose, increpó al viento y dijo al mar: ¡Cállate! ¡Enmudece! El viento amainó y sobrevino una gran calma. 40 Y les dijo:¿Por qué sois cobardes? ¿No tenéis aún fe? 41 Y temieron con un gran temor y se decían unos a otros: ¿Quién pues es éste, porque hasta el viento y el mar le obedece.
El otro lado del mar. Un texto programático y extraño.
Había que salir de Galilea, atravesar en barco el lago, buscar y dejarse encontrar por gestes distintas. Estas cuestiones me ocupaban hace más de 50 años, cuando estudiaba en el Bíblico de Roma este pasaje de Marcos. Ha pasado más de medio siglo, más de 1900 años desde que las escribió san Marcos, Pero estamos quizá como al principio, sin saber quizá el lugar del otros lado, los que están más allá de nuestro mar, pobres, distintos y excluidos. El tema y tarea es ir al otro lado aprendiendo a ser y querer (dejarnos querer) por los de fuera, que no son sólo paganos de frontera (al otro lado de Galilea), sino pobres, enfermos, oprimidos, excluidos, de otra condición de vida, de otra tendencia sexual, afectiva.
Todo el evangelio de Marcos está lleno de gentes del otro lado: De salud incierta (leprosos, paralíticos), de identidad fronteriza (prostitutas, publicanos, eunucos), de dignidad y género variado (expulsados, oprimidos, por sexo y raza etc. como dirá luego Mt 25, 31-46) etc. Pero el evangelio es no sólo saber que hay gentes del otro lado, sino que también nosotros somos “del otro lado”; que allí debemos ir para aprender lo que somos, para ser acogidos, para estar, para ser (e incluso para dar), porque el mismo Dios de Jesús es del otro lado.
1. Esta es la primera misión de Jesús según el evangelio de Marcos, la primera vez que él dice “vamos al otro lado”. Es la primera , y sigue siendo fundamental. El evangelio es ir (vayamos) eis to peran: es decir, al “límite” o frontera, al otro lado, sin llevar cosas nuestras (para imponer lo que somos), sin apoderarnos de las cosas de los otros (ir a conquistar, a tomar sus tierras); ir y ser con ellos lo que somos, ofreciendo, compartiendo, conviviendo.
2. La palabra central de Jesús es “vayamos al otro lado” (a la frontera), vivamos y seamos “en el otro lado”, para aprender, para compartir, “pasando fuertes y fronteras”, como decía Juan de la Cruz. Pero inmediatamente después, leyendo el pasaje (Mc 4, 35-41), parece que Jesús no cumple lo que dice, pues el relato se detiene (se enreda) en una aparente “leyenda” de tempestad calmada). Es como si Marcos se olvidada del programa de Jesús (ir al otro lado, estar a la frontera)… y en vez de decir lo que pasa cuando se va al otro lado se detuviera en la tempestad de la travesía para dejarnos allí. Más que al otro lado nos conduce a la gran tormenta.
El paso al otro lado implica una galerna… de la que parece que aún no hemos salido, tras 2000 años de evangelio. Ciertamente, puedetratarse de una tempestad marina (física, externa) que los discípulos de “lago” (pescadores de aguas de poco fondo) conocían bien… Pero leyendo bien vemos que se trata de una tempestad mucho más hondo: Toda nuestra vida es un paso al otro lado, salir, dejar lo que somos, empezar a ser en otro lugar, vida y circunstancia… Es evidente que llega la tormenta.
La tempestad o tormenta no es de Jesús, él está tranquilo, descansando (ha llegado la noche), y duerme.Él es de un lado y del otro, no lleva consigo “dogmas”, imposiciones legales, historias eternas de poderes, pequeños o grandes “concilios”… Cuando lleguen al otro lado, en la mañana recién amanecida, hará lo que hay que hacer, según el evangelio, pero ahora, en el mar de las tormentas parece que duerme, dejándonos a solas con las olas. Jesús es un “hombre” (=una persona) del otro lado: Del lado de los paganos, de las mujeres oprimidas (Mc 5,21ss). No lleva nada, va a cuerpo. Por eso puede dormir.
La tempestad es de los discípulos… que van a conquistar, a dominar… Ir al otro lado significa para ellos perder sus antiguas seguridades, sus factorías de pesca, sus ventajas establecidas… Ir al otro lado sería ir a conquistas las tierras del otro lado (como ha hecho desde hace siglo la “Europa cristiana”… o la USA de la nueva frontera (según la doctrina famosa de Kennedy): Tras haber roto y conquistado las tierras de vida de los otros (moros, indígenas, negros, indios…) hay que conquistar nuevas fronteras…
Pero Jesús no va a conquistar, no va a imponer, no va a expulsar a moros, indígenas, salvajes, negros, indios… va simplemente a compartir evangelio. Es evidente que Jesús vaya “dormido”, tranquilo, en la proa de la barca. Pasar al otro lado es simplemente convivir con los del otro lado, sin llevar nada para imponer, sin ejército para conquistar, sin dinero que ganar… La iglesia, en cambio, ha ido en su barca haciendo a veces muchas cosas buenas, pero también con imposiciones y normas para exigir, con soldados para defenderse….
Gran parte de los exegetas e intérpretes del evangelio han pasado por alto el programa de Jesús (vayamos al otro lado) y se han fijado en la pura anécdota de la tempestad. Por eso se han fijado en el “milagro externo”: Una tempestad dura, a la salida de Galilea… Ciertamente, la tempestad es importante, pero el tema de fondo no es la tempestad en sí, sino su razón, su motivo, su causa. Es la tempestad actual, propia de la iglesia 2024[1].
Año 2024. Vamos al otro lado. Meditación de salida
En la orilla derecha (mirando en la dirección del río que lo atraviesa) quedan los galileaoa aquellos a quienes ha enseñado. En la otra orilla que es la izquierda están en principio los paganos, sirios, jordanos, decapolitanos… En principio, la travesía no tiene por qué ser difícil, porque el lago/mar no es ancho (unos 16 km), y porque los discípulos, de Jesús al menos los de 1, 16-20, son pescadores, expertos en barcas.
Muchos habían venido de otras partes a la vertiente galilea (Mc 3, 7-8), incluso del otro lado, es decir, de la Decápolis (4, 25; de todas maneras, la ciudad de Escitópolis, que formaba parte de la Decápolis, se encontraba en la orilla occidental del río Jordán, hacia el sur de Galilea). Pero ahora es Jesús quien decide pasar al otro lado del mar, a la zona oriental de la Decápolis pagana. Geográficamente está cerca: sus colinas se ven desde el lado galileo del “mar” de Genesaret; pero sus gentes parecen lejanas: distintas por cultura y religión, por tradiciones y formas de existencia[2].
La decisión de cruzar el mar (como los hebreos de Ex 14-14 habían cruzado el Mar Rojo para salir de Egipto) proviene del mismo Jesús, después que ha culminado su enseñanza en Galilea con el sermón de las parábolas. De esa forma inicia un nuevo comienzo en la travesía del evangelio, y su gesto nos sitúa, simbólicamente, al inicio de una gran marcha o misión universal de la iglesia, que ha de hallarse dispuesta a llevar su semilla a tierra pagana, es decir, a convivir con la gente del otro lado (paganos de la Decápolis, en España diríamos “moros”, gentes de vida distinta, personal, social…).
Jesús manda (pasemos, vayamos) y sus compañeros se arriesgan a pasarle en barca y van con él hacia un lugar distinto, a través del mar que puede embravecerse, en medio de la noche. Sin llevar nada, a cuerpo (sin llevar su pequeño emporio de poderes religiosos y/o sociales). A partir de aquí, los protagonistas son los discípulos, que “toman” a Jesús “tal como estaba” (hôs en) y lo meten en la barca.
Fijemos bien esas palabras. Los discípulos no “meten” a Jesús en la barca, sino que le “toman” (paralambanousin), tal como está, es decir, como ha estado a lo largo de un día de enseñanza, sin dejarle siquiera bajar de la barca y tomar ropa, libros y/o leyes de repuesto.
Sin duda, es arriesgado cruzar el mar en esas condicione. Pero es evidente que ese riesgo se encuentra calculado: forma parte de la estrategia eclesial de un evangelio donde los discípulos de Jesús pueden presentarse como una familia en la tormenta, en medio de la noche (o a la caída la tarde). Jesús va en una barca y le acompañan otras, iniciando de esa forma un recorrido ejemplar de evangelio [3].
Las resistencias para pasar al otro lado (estamos en el 2024)
Mc 4,37 Y se desató una fuerte tormenta de viento y las olas se abalanzaban sobre la barca, de suerte que la barca estaba ya a punto de llenarse (de agua). 38 Y él estaba a popa, durmiendo sobre el cabezal, y lo despertaron, diciéndole: Maestro ¿no te importa que perezcamos?
Pues bien, el mar peligroso son las resistencias de los discípulos de Jesús, hoy año 2024 como entonces, año 30 (de Jesús) o año 70 (del autor del evangelio de Marcos). Se trata de dejarlo todo y salir, en puras barcas de remo y vela, con lo puesto, pues el evangelio son ellos, somos nosotros. Salir para vivir, convivir, sin conquistar nuevas tierras, sin imponer nuevas religiones… Salir “con lo puesto” (es decir, nosotros, como personas), sin “vaticanos” a cuestas, sin “seguridades” de siglos, salir “desnudos” de ropas y privilegios, llenos de humanidad, para compartir humanidad, con los del otro lado (moros, negros, enfermos…), sabiendo que también nosotros somos moros, enfermos del otro lado…, sabiendo que no hay centro y periferia, sino que “todo es periferia”, todo es frontera
Jesús ha iniciado la travesía, pero luego se acuesta en la popa (4, 35-38a). Embarca a los suyos, pero da la impresión de que les olvida, en un gesto que parece propio de la misión después de pascua. Jesús duerme (¡ha muerto!), dejando a sus discípulos que sufran ante el riesgo, en la nave amenazada. En el cabezal de la barca, él parece ajeno a lo que pasa. Así comienza la primera misión pospascual de la iglesia, al oriente de Galilea[4].
Ésta es nuestra situación, año 2024. Jesús nos dice que “vayamos al otro lado” (=es decir, que seamos del otro lado, con los que son “allí y aquí”), para compartir humanidad en escucha, en mirada, en comunión de pan y vida. La siembra (misión de la iglesia) debe realizarse en otras tierras y para eso hay que atravesar el mar, en una noche de tormenta, mientras Jesús duerme. La siembra somos nosotros, cristianos 2021… y así tenemos que llevar nuestra semilla. Pero al mismo tiempo tenemos que dejar que nos siembren, que nos cambien, que los otros nos hagan ser nosotros, nos reciban, nos amen, nos cambien.
Probablemente el texto ha recogido recuerdos de la historia prepascual, experiencias de un pasado en el que se dice que Jesús calmó a su grupo temeroso sobre el lago familiar donde habrían navegado con sus barcas. Pero ofrece también una experiencia de Jesús presente en la iglesia actual.
Estos discípulos de Jesús que tienen miedo, que gritan, que enloquecen en medio de la tormenta somos nosotros…. iglesia amenazada, barca en la tormenta, familia llena de miedo, sin cimientos permanentes, sin patria asegurada ni ciudades fijas, navegantes-misioneros sobre un mar embravecido, con un Maestro (didaskale, así le llaman por primera vez: 4, 38) que duerme en popa.
Hemos empezado a salir…y tenemos miedo. Si no salimos, si quedamos en la orilla antigua morimos. Aquí, en Europa, nos quedan 40 o 50 años, a lo más. Sólo si asumimos la tormenta podremos vivir, aprender, enseñar… es decir, compartir, ser evangelio[5]. Quien haya escuchado la voz de Jesús ¡a la otra orilla!, queriendo que sus discípulos le lleven (¡con su enseñanza!) al otro lado, en su propia nave, podrá entender este pasaje. Quien no comparta el terror de los discípulos gritando en frágil barca no lo comprenderán. ¿Por cuánto tiempo han de navegar de esa manera? ¿Cómo evitarán que la barca se inunde y zozobre? ¿Cómo podrán resolver, al otro lado, si es que llegan, los problemas que allí les esperan? El texto no lo dice. Simplemente evoca el miedo del viento y de las olas, con un Jesús dormido en popa[6].
Mc. 4, 39-41. Jesús, el mar calmado
Mc 4, 39: Y levantándose, increpó al viento y dijo al mar: ¡Cállate! ¡Enmudece! El viento amainó y sobrevino una gran calma. 40 Y les dijo: ¿Por qué sois cobardes?¿No tenéis aún fe? 41 Y temieron con un gran temor y se decían unos a otros: ¿Quién pues es éste, porque hasta el viento y el mar le obedecen.
Jesús nos había llamado para ser-con él (cf. Mc 3, 14), reuniéndoles a su alrededor(peri auton: 3, 32.34). Pero parece que se desentiende, pues duerme en la tormenta de la noche, en popa. Pero ellos le despiertan gritando: ¿No te importa que perezcamos? (4, 38). Había invitado a los suyos (autois: 4,35; cf. 4, 33). Ahora parece desinteresarse, pero ellos gritan, y él se levantó (diegertheis, resucitando), mandó al viento… y el viento cesó, llegando una gran calma. Éstos son los tres gestos del relato: (a) Jesús pacifica la tempestad; (b) recrimina a sus discípulos; (c) los discípulos responden admirados. Evidentemente, éste es un final feliz, un happy end…que debe entenderse como promesa. Sólo si nos mantenemos, si salimos, si vamos al otro lado podremos entender a Jesús:
(a) Jesús hace que el mar se pacifique (4, 40). Ciertamente, al fondo del relato puede haber un recuerdo histórico. Pero, como he dicho, en sentido estricto, éste es un milagro simbólico, pascual, relacionado con una iglesia que tiene miedo de pasar al otro, atravesando con la barca de Jesús el mar airado. Nos hallamos en el centro de una travesía pascual y en ese fondo ha de entenderse el miedo de los discípulos (cf. 16,8), que llaman a Jesús “maestro”, y la superación del miedo.
Este Jesús que duerme (parece dormir) en la noche de la iglesia, mientras sus discípulos navegan hacia otro lado, aparece ahora como Señor de la vida y de la historia, en una línea que hemos destacado al hablar de la tentación (1, 12-13) donde él aparecía enfrentándose a las fieras/bestias, que eran signo de las fuerzas amenazadora de la naturaleza (y de los demonios). Jesús era el Mas Fuerte venciendo a Satán (cf. 1, 8; 3, 21-30); ahora lo es ejerciendo su dominio sobre los poderes cósmicos. Sólo “saliendo para el otro lado” podremos ser y vivir… Seremos “muriendo”, es decir, dando la vida por los demás. El texto no dice que triunfemos, sino que estamos dispuestos a darnos, a dar la vida, a compartir la vida, en amor, en aventura de esperanza, al otro lado, con los paganos externos, lo oprimidos, los del otro lado en plano de humanidad, de género etc.[7].
(b) Jesús recrimina a sus discípulos (4, 40), pidiéndoles que crean, y se decidan a pasar al otro lado, preguntándoles: «¿Por qué sois cobardes? ¿No tenéis aún fe?[8]». La fe a la que se alude aquí no es la afirmación de unas verdades generales, sino la confianza radical en Jesús, en medio de la prueba (que en Ap 21, 8 aparece en forma de persecución)[9]. Este Jesús de la tormenta (es decir, de la prueba o persecución vinculada al paso al otro lado) pide a los suyos (los de su barca) que superen la cobardía y la infidelidad (propias del pecado). Tener fe significa pasar al otro lado…ponerse en camino, en medio de la tormenta.
Si no salimos al otro lado estamos muertos… Si quedamos en la seguridad de la “iglesia establecido” hemos fracasado ya, no tenemos futuro, pues ya no somos nada, una insignificancia histórica. Sólo una fe valiente, fe de pascua (es decir, fe de barca en el mar que parece airado), anima y salva, hace que los fieles de Jesús puedan superar la tormenta y ser portadores de vida. Leer más…
El episodio de hoy supone un gran paso adelante en la revelación de Jesús. Al principio, cuando la gente lo oye hablar y actuar en la sinagoga de Cafarnaúm, se pregunta asombrada: «¿Qué es esto?» (Mc 1,27). Más tarde, cuando cura al paralítico, exclama: «Nunca hemos visto nada igual» (Mc 2,12). Ahora, tras manifestar su poder sobre la naturaleza, calmando la tempestad, los discípulos se preguntan: «¿Quién es este?»
El mar como símbolo de las fuerzas caóticas (Job 38,1.8-11)
En el mito mesopotámico de la creación (Enuma elish) el dios Marduk debe luchar contra la diosa Tiamat, que representa el mar, para poder crear el universo. El mar simboliza el peligro, la amenaza a la vida. (En términos modernos, el tsunami que devora y destruye la tierra firme.)
La primera lectura, tomada del libro de Job, recoge este tema, despojándolo de sus connotaciones politeístas. El mar no es una diosa, es una fuerza caótica que amenaza con cubrirlo todo. El Señor no le machaca el cráneo ni la descuartiza, como hace Marduk con Tiamat; se limita a encerrarlo con doble puerta, a fijarle un confín en el que «se romperá el orgullo de tus olas».
El Señor habló a Job desde la tormenta:
– ¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando escapaba impetuoso de su seno, cuando le puse nubes por mantillas y nubes tormentosas por pañales; cuando le establecí un límite poniendo puertas y cerrojos, y le dije: «Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas»?
El peligro del mar (Salmo 106)
El mar no es sólo una amenaza para la tierra firme, lo es también cuando se intenta cruzarlo en una pequeña nave como las antiguas. En el momento más inesperado se oscurece el cielo, estalla la tormenta, la nave sube y baja al ritmo frenético del oleaje. Sólo cabe la posibilidad de encomendarse a Dios. Esta es la experiencia que recoge el fragmento del Salmo 106, al que quizá mucha gente no preste atención, pero esencial para entender el evangelio de hoy.
Entraron en naves por el mar,
Comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano.
Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto:
subían al cielo, bajaban al abismo,
se sentían sin fuerzas en el peligro.
Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave brisa
y enmudecieron las olas del mar.
Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres.
Jesús, los discípulos y el mar (Mc 4,35-41)
El pasaje del evangelio podemos dividirlo en cinco partes: 1) introducción: Jesús y los discípulos se embarcan hacia la otra orilla; 2) la tormenta: reacción opuesta de Jesús, que duerme, y de los discípulos, que lo despiertan asustados; 3) Jesús calma la tormenta; 4) Palabras de Jesús a los discípulos; 5) reacción final de éstos.
1) Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban.
2) Se levantó una fuerte tempestad, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
3) Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Enmudece!». Y el viento cesó y vino una gran calma.
4) Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».
5) Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es éste? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».
Tres de estas partes tienen especial relación con los textos de Job y el Salmo.
La segunda (la tormenta) recuerda la situación de grave peligro descrita en el Salmo. Pero, en este caso, los discípulos no se encomiendan a Dios, acuden a Jesús; no creen que pueda resolver el problema, simplemente les asombra que duerma tan tranquilo mientras están a punto de hundirse.
La tercera, en cambio, recuerda la lectura de Job, no por el tono poético, sino por el poder y la autoridad suprema que Jesús manifiesta sobre el mar, semejante a la de Dios en el Antiguo Testamento.
La quinta, que habla de la reacción de los discípulos, recuerda la reacción de los navegantes en el Salmo, pero con un cambio fundamental: los marineros del salmo se llenan de alegría y dan gracias a Dios, los discípulos sienten gran miedo y se preguntan quién es Jesús. Curiosamente, Marcos no ha dicho que los discípulos tuvieran miedo durante la tormenta, pero ahora sí lo tienen; es el miedo que provoca el contacto con el misterio.
Prescindiendo de la introducción, la parte que queda sin paralelo es la cuarta, las palabras de Jesús a los discípulos, que les interroga sobre su miedo y su fe. Estas dos preguntas son esenciales en el relato. De hecho, el pasaje dice al lector dos cosas: 1) el poder de Jesús es semejante al que se atribuye a Dios en el Antiguo Testamento; poder para dominar el mar y poder para salvar. 2) Al escuchar la lectura, el cristiano debe reconocer que sus miedos son muchos y su fe poca. Conocer a Jesús no es saberse de memoria unas fórmulas de antiguos concilios. El evangelio debe sorprendernos día a día y hacer que nos preguntemos quién es Jesús.
Desde antiguo se valoró el aspecto simbólico del relato: la nave de la iglesia, sometida a todo tipo de tormentas, es salvada por Jesús. Un aspecto que también podemos valorar a nivel individual.
¿Quiénes somos nosotros? (2 Corintios 5,14-17)
En el Tiempo Ordinario, la segunda lectura corre al margen de la primera y del evangelio. Pero el fragmento de hoy podemos verlo como un complemento al evangelio de Marcos.
Hermanos, nos apremia el amor de Cristo al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron. Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos. De modo que nosotros desde ahora no conocemos a nadie según la carne; si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así. Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo.
«¿Quién es este?», se preguntan los discípulos, sorprendidos por su poder sobre el viento y el mar. La respuesta de Pablo sobre quién es Jesús no se basa en el poder sino en la debilidad: «el que murió por nosotros». Pero esta aparente debilidad tiene un enorme poder transformador: convierte a los cristianos en criaturas nuevas. Ya no deben vivir para ellos mismos, «sino para quien murió y resucitó por ellos.»
Vivir para Cristo es la mejor síntesis de lo que fue la vida de Pablo después de su conversión. Viajes continuos, peligros de muerte, fundación de comunidades, persecuciones de todo tipo, prisiones, redacción de cartas… todo estaba motivado por el deseo de servir a Cristo y vivir para él. Un buen espejo en el que mirarnos.
La otra orilla del evangelio, allí donde Jesús se llevó a sus discípulos, era otro mundo. Se fueron a tierras paganas, a lo desconocido e impuro.
Podríamos decir que Jesús salió de su “zona de confort” y arrastró tras de sí a sus discípulos. El viaje es lo que nos cuenta el breve evangelio de hoy.
Cuando nos ponemos en marcha hacia lo desconocido el camino se muestra abrumador y lleno de peligros. Aquellos primeros discípulos se las vieron con una tormenta poderosa que amenazaba con hundir su frágil barca. Mientras, Jesús, dormía profundamente.
Del miedo que pasaron los discípulos no hace falta dar muchos detalles. Cada una de nosotras sabe lo que significa encontrarse con la propia fragilidad como única defensa ante el peligro. Lo que podemos hacer es preguntarnos sí estamos dispuestas a aventurarnos, a ponernos en camino hacía “la otra orilla”.
Y, por otro lado, este evangelio, también nos obliga a pensar en quienes lo arriesgan todo por venir a nuestra orilla. Es triste pensar que son muchas, ¡demasiadas!, las personas que arriesgan su vida a bordo de frágiles embarcaciones. También ellas quieren tener un futuro.
Tal vez nosotras no tenemos que subirnos a una barca, pero es urgente que vayamos a la otra orilla. Que contemplemos el mundo, la sociedad y la economía desde la piel rasgada de quienes se quedan en los márgenes de nuestro sistema egoísta.
Debería ser obligado el tener que cambiar de perspectiva. Si tuviéramos que cruzar un mar en cayuco probablemente miraríamos con otros ojos las leyes que regulan el bienestar para solo unos pocos. Y sí, todo esto también es evangelio, no es política, es solamente responsabilidad. Porque aquella pregunta antigua: ¿Dónde está tu hermano? (Gn 4, 9) no deja de resonar en los labios de Dios.
Oremos
Trinidad Santa, empújanos a salir, llévanos a la otra orilla, a la piel de nuestras hermanas necesitadas.
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DOMINGO 12º (B)
Mc 4, 35-40
Leemos hoy el final del c. 4. Podemos tener la sensación de tomar un tren en marcha sin saber de dónde viene ni a dónde va. Después de enseñar en Cafarnaúm, dejando clara la reacción de los jefes religiosos, narra Marcos varias parábolas y termina con el relato de la tempestad calmada. Los milagros, llamados de naturaleza, son los que menos visos tienen de responder a hechos efectivamente reales. Son todo simbolismo.
La Biblia utiliza varias palabras para expresar lo que hoy llamamos milagro. El concepto de milagro que tenemos hoy (hecho en contra de la naturaleza) es reciente. No tiene sentido preguntarnos si los evangelios nos hablan de milagros con este significado. Lo que nos importa es descubrir el sentido de esa manera de hablar. El milagro era un modo de expresarse normal, comprensible para todos los que vivían en aquel tiempo.
En tiempo de Jesús nadie se cuestionaba la posibilidad de milagros. Plantearnos este tema es anacrónico. Recordemos la conocida frase de Evely “Nuestros mayores creían gracias a los milagros; nosotros creemos a pesar de ellos“. Rousseau: “Quitad del evangelio los milagros, y toda la tierra quedará a los pies de Jesucristo“. Los milagros del Nuevo Testamento se han acabado como tales milagros. Debernos verlos con otra perspectiva. Decía Voltaire: milagro es la violación de las leyes matemáticas, divinas, inmutables, eternas. Por esta sola razón, un milagro es una contradicción in terminis“.
Jesús pide a los discípulos que vayan a la otra orilla. Está haciendo referencia al paso del mar Rojo. Aquel paso los llevó a la tierra prometida. La otra orilla del mar de Galilea era tierra de gentiles. Es una invitación a la universalidad, más allá del ámbito judío, que se opone a la apertura. La primera “tormenta” que se desató en el seno de la comunidad cristiana fue precisamente por el intento de apertura a los paganos.
La tempestad está haciendo referencia a Jonás (fue increpado por el capitán por estar durmiendo mientras ellos estaban muertos de miedo). El mar es en la Biblia, símbolo del caos, lugar tenebroso de constantes peligros. Dominar el mar era exclusivo de Dios. De ahí podemos sacar la enseñanza simbólica. El mensaje de Jesús tiene que llegar a todos los hombres, pero no se conseguirá si no se abandona la falsa seguridad de pertenecer a un pueblo elegido, sino a través de la lucha contra las fuerzas del mal.
Mientras todos estaban muertos de miedo, él dormía… Hay que tener en cuenta que se llamaba también “cabezal” a la especie de almohada, donde se colocaba la cabeza de un muerto. Están haciendo clara referencia a una situación postpascual. La primera comunidad tiene claro que Jesús está con ellos, pero de una manera muy distinta a cuando vivía. Aunque no lo vean, tienen que seguir confiando en su presencia.
¿No te importa que nos hundamos? La necesidad extrema les obliga a pedir ayuda a Jesús como último recurso. Las palabras que le dirigen indican su estado de ánimo. No dudan que Jesús pueda salvarlos, dudan de que esté interesado en hacerlo, lo cual es el colmo de la desconfianza. Es dudar de su amor. Es lo que Jesús reprocha a los discípulos. Siguen necesitando de la acción externa para encontrar seguridad.
Increpó al viento y dijo al mar: ¡Cállate! Son las mismas palabras que Jesús dirige a los espíritus inmundos. Además, en singular, como queriendo personalizar al viento. Recordad que la palabra “ruah” (viento) es la misma que significa espíritu. Viento que perjudica equivale a mal espíritu. El “poder” de Jesús se dirige contra la fuerza del mal, no contra los elementos, que, aunque pueden ser hostiles, nunca son malos. Hoy sabemos que después de toda tormenta viene la calma con total normalidad.
¿Por qué sois cobardes? ¿Aún no tenéis fe? No son preguntas, sino constataciones de una evidencia. Ni confiaban en sí mismos ni confiaban en él. Aquí tenemos otra clave para la reflexión. Confiar en un Dios que está fuera, y actuará desde allí, nos ha llevado siempre al callejón sin salida del infantilismo religioso. Una vez más queda de manifiesto que la fe no es la aceptación de unas verdades teóricas, sino la adhesión confiada a una persona. Jesús les acusa de no confiar ni en Dios, ni en él, ni en ellos.
¿Quién es este? El miedo y la pregunta final dejan claro que no habían entendido quién era Jesús. El relato no tiene en cuenta que Marcos ya había adelantado varios títulos divinos aplicados a Jesús desde la primera línea de su evangelio: “Orígenes de la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”. Queda demostrado que no vale una respuesta intelectual. Lo que es Jesús, no hay manera de mostrarlo ni demostrarlo. El descubrimiento tiene que ser experiencia personal de lo que Jesús es en nosotros.
A todos nosotros nos invita hoy el evangelio a cruzar a la otra orilla. Estamos tan seguros en nuestra orilla que no será fácil que nos arriesguemos a cruzar el mar. Ni siquiera estamos convencidos de que exista otra Orilla, más allá de las comodidades y las seguridades que ambicionamos. Sin embargo, nuestra meta está al otro lado del riesgo y del peligro. La falta de confianza sigue siendo la causa de que no nos atrevamos a dar el paso. No terminamos de creer que Él va en nuestra propia barca.
El mensaje de Jesús es que debemos confiar, aunque nos parezca que Dios no se preocupa de nosotros. El enemigo del hombre no es la naturaleza, sino una falsa visión de la misma. La naturaleza es siempre buena. Dios no tiene que rectificar su obra para que los hombres confíen en Él. Flaco favor haría Jesús a sus discípulos si accediera a entrar en la dinámica de un Dios, que pone su poder al servicio de los buenos. Jesús les habla de un Dios que se identifica con ellos también en las circunstancias adversas.
Job plantea una cuestión muy seria, pero la solución que da no es la adecuada. Dios tiene que devolver a Job lo que supuestamente le había quitado para que su fidelidad sea creíble. El Dios en quien Jesús confió fue el Dios escondido, en quien hay que confiar aunque veamos que no actúa. Dios está siempre dormido. Su silencio será siempre absoluto. Ni tiene palabras ni instrumentos para hacer ruido. Mientras no busquemos a Dios en el silencio, nos encontraremos con un ídolo fabricado a medida.
No son las acciones espectaculares de Dios las que nos tienen que llevar a confiar en Él. El maestro Eckhart decía que tomamos a Dios por una vaca de la que podemos sacar leche y queso. Pero también decía: utilizamos a Dios como una vela para buscar algo; y cuando lo encontramos, la tiramos. La idea de un Dios que pone su poder a mi servicio es nefasta. No se trata de confiar en otro, si no de confiar en que Él está más cerca de mí que yo mismo. Solo si siento a Dios en mí, me sentiré seguro.
«Pero ¿quién es éste? ¡hasta el viento y las aguas le obedecen!»
Llamamos milagro a un “hecho inexplicable por las leyes naturales y que se atribuye a una intervención sobrenatural de origen divino”. Es de notar que la primera premisa de esta definición es objetiva (no es explicable en el estado actual de la ciencia), pero la segunda es subjetiva (la causa que lo provoca es de naturaleza divina).
Esta subjetividad hace que podemos adoptar cuatro posturas distintas ante los relatos de milagros que recogen los evangelios. La primera consiste en negarlos porque chocan frontalmente con nuestra mentalidad cientifista y, además, porque sabemos que los evangelistas no dudan en violentar la historia para comunicar mejor su fe. También sabemos que en su época los hechos milagrosos son muy bien admitidos, y que con ellos se viste la actividad de los personajes extraordinarios. De acuerdo con esto, parece lógico pensar que estos relatos han sido inventados por los evangelistas tras la experiencia pascual, y que tienen poca conexión con el Jesús histórico.
De hecho, basándose en estos razonamientos (u otros parecidos), los milagros son rechazados de plano por los grandes filósofos de la ilustración, como Spinoza, Hume y Voltaire. Más tarde —y esta vez con base en argumentos de naturaleza exegética— teólogos recientes de la categoría de Rudolph Bultmann toman también una postura rotunda en contra de los milagros. En cambio, John P. Meier y Joachim Jeremías se muestran más cautos al respecto.
La segunda postura consiste en darles a estos relatos un carácter meramente simbólico, aunque sus partidarios admitan que detrás de cada relato milagroso puede haber un hecho histórico. Para algunos, la intención del evangelista sería mostrar a través de los milagros que Jesús era más que un predicador carismático; que Dios estaba con él, mientras que, para otros, su intención sería mostrar el corazón de Dios a través de las curaciones de Jesús; Dios no es el que nos complica la vida, sino nuestro médico. También se manejan otras simbologías más complejas y rebuscadas.
Hay una tercera postura que consiste en afirmar que su fama de sanador se remonta al Jesús histórico; que los evangelios narran hechos extraordinarios de Jesús que sus contemporáneos calificaron de milagros. Jesús arrastra multitudes no sólo por su predicación, sino por sus curaciones, y a ellas debe buena parte de su fama. No obstante, se admite que esa misma fama crea en torno suyo una leyenda que multiplica sus hechos milagrosos, y que los evangelistas recogen por igual las tradiciones de hechos sucedidos y las leyendas que nacen de estos hechos.
Finalmente, la cuarta postura consiste en admitir los milagros narrados en los evangelios sin reservas. “Eso es lo que nos cuentan los evangelistas (alguno, testigo del hecho) y eso es lo que pasó”.
Y éstas son las cuatro opciones planteadas asépticamente, pero merece destacarse que a no pocos creyentes del siglo XXI nos desconciertan los milagros e incluso nos contrarían. Nos parece que introducen en los evangelios elementos mágicos que les quitan credibilidad, y en ocasiones preferiríamos que no estuvieran allí. Sin embargo, están ahí, y si los quitamos hacemos otros evangelios y, por tanto, otro Jesús.
Y es que el relato de milagros ocupa buena parte de cada uno de los cuatro evangelios (en el caso de Marcos, el 47% si descontamos la pasión), y no resulta lógico pensar que son fiables los pasajes cuando cuadran con nuestra mentalidad, y no lo son cuando no cuadran. O son fiables o no lo son; no podemos aceptar de la Palabra sólo lo que nos gusta, sino la Palabra entera.
El recurso al simbolismo podría ser válido hasta cierto punto, pero no cuando estamos hablando de una parte sustancial de cada evangelio. En muchos casos es evidente la intención del evangelista de relatar unos hechos de los que fue testigo o del que recibió noticia directa de testigos oculares. Y, sin negar que el significado del hecho es más importante que el hecho en sí, es innegable el género histórico que subyace en el fondo de estos relatos.
En segundo lugar, afirmar a Dios y negar de manera tajante los milagros resulta contradictorio. Si Dios es el Señor, es muy dueño de irrumpir en el mundo físico para comunicarnos algo si lo considera conveniente … a no ser que estemos hablando de un Dios que no tenga nada que ver con el Dios de Jesús.
En tercer lugar (y bajando de las alturas metafísicas a ras de suelo), Guillermo de Ockham, filósofo franciscano que vivió entre los siglos XIII y XIV, nos legó un principio metodológico que hemos denominado “la navaja de Ockham”, según el cual, «en igualdad de condiciones la solución más simple suele ser la más probable». Pues bien, si lo aplicamos al tema que nos ocupa, la solución más simple (y por tanto más probable) es que Jesús hacía milagros.
No obstante, queremos finalizar insistiendo en el carácter subjetivo del tema. Ante una curación sorprendente de Lourdes, un creyente y un escéptico pueden mostrarse de acuerdo en que el hecho no es explicable desde la ciencia, pero el primero lo achacará a una intervención divina, y el segundo al grado insuficiente de desarrollo de la ciencia médica… y creo que las dos posturas son igualmente válidas.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
Comentarios desactivados en Vivimos en medio de tempestades. ¿Cómo las gestionamos? ¿Quién nos sostiene?
Marcos 4, 35-41
En el capítulo 4, del que forma parte el texto de hoy, el evangelista Marcos empieza ofreciendo diversas parábolas de Jesús sobre el Reino de Dios y la explicación de alguna de ellas. A continuación, presenta a Jesús haciendo cuatro milagros que lo revelan como liberador: ante las fuerzas de la naturaleza (calma una tempestad), del mal (libera a un endemoniado), de la enfermedad (cura a una hemorroísa) y de la muerte (resucita a la hija de Jairo).
Es decir, el evangelio presenta a Jesús como alguien que es capaz de controlar y dominar algunos elementos y realidades ante los que el pueblo era impotente. Alguien que con su palabra increpa a la naturaleza, y esta le obedece. Esta catequesisrecuerda la palabra creadora de Dios en el Génesis. Es importante no perder de vista este marco, para comprender mejor el texto de la tempestad calmada.
Hay elementos en este relato con los que no podemos identificarnos. Ahora no creemos que el mar de Galilea, ni ningún otro mar del mundo, estén habitados por monstruos que mueven el agua en las profundidades y producen tempestades. Ninguna invocación sobre el mar puede hacer que, automáticamente, se calme.
Sin embargo, podemos centramos en el valor simbólico del texto: las tempestades que hay en nuestra propia vida y en la sociedad.
Continuamente experimentamos “vientos fuertes”, que nos colocan en medio de una tempestad, ya sea interior, familiar, laboral, de salud, de fe, etc. Suelen ser experiencias muy duras. El agua (el sufrimiento) inunda nuestra nave y sentimos que la barca vital está a punto de romperse o de naufragar.
Podemos hacernos una pregunta clave: en las tempestades de la vida, ¿a qué o a quién recurrimos? ¿Con qué herramientas gestionamos las tempestades personales?
Además, vivimos en medio de peligrosas tempestades sociales. Ha costado muchos años conquistar los derechos humanos, y actualmente, ciertas personas, grupos y partidos políticos, tiran por la borda esas conquistas. Hacen sonar las sirenas del barco para que cunda el pánico y el miedo nos empuje a refugiarnos en la bodega.
Quieren que, al sentir miedo, dejemos en sus manos el timón, las velas, los remos, la carta náutica y la brújula de todas las naves.
Quieren conducir la gran nave social al puerto que decidan las multinacionales, sin auxiliar a las pequeñas barcas que se encuentran en el mar, ni dejar subir a bordo a quienes piden auxilio desde el agua.
Tenemos miedo. Hay motivos para tenerlo si analizamos la situación mundial. Pero grupos poderosos se están sirviendo de ese miedo para dejar que se ahoguen miles de personas inocentes, y justificarlo en nombre de intereses patrios.
En este contexto resuenan las palabras de Jesús: ¿Por qué tenéis miedo?
Podemos preguntarnos en las comunidades: El miedo a quienes son diferentes, o vienen de lejos, ¿es más fuerte que la fe en que podemos seguir construyendo una nueva humanidad, fraterna y sororal? ¿El miedo nos hace organizar la pastoral, como si estuviéramos en una piscifactoría, en lugar de salir a mar abierto? ¿Hasta dónde vamos a dejar que el miedo gobierne y condicione nuestras vidas?
La fe nos da una fuerza imparable para navegar en medio de un mar embravecido, para recuperar el timón de cada nave, para saber que las cartas de navegación del Evangelio conducen a buen puerto y que las brújulas funcionan perfectamente, sin necesidad de recurrir al tarot, a gurús, al lujo, al poder o a cualquiera de las “herramientas” atractivas y baratas que se venden actualmente.
La fe es confianza y es fidelidad, por eso sabemos que el timón de las naves no se rompe, a pesar de los embates del mar.
Jesús “se encarnó en las tempestades de su tiempo” y trajo la gran revolución social. Nos aseguró que estaría con nosotr@s hasta el final de los tiempos. Sabemos que no navegamos en solitario, en medio de las tempestades de cada día, que no sólo es patrón del barco, sino el propio barco.
Y las palabras de Jesús, que un día resonaron sobre las aguas del mar de Galilea, hoy nos salpican a cada uno, a cada una, y nos interpelan de nuevo: ¿Aún no tenéis fe?
Recordemos con agradecimiento a los hombres y mujeres del mar, que se juegan la vida pescando para alimentarnos. Y oremos y pidamos perdón a los miles de migrantes que han muerto en el mar, soñando un futuro mejor.
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Domingo XII del Tiempo Ordinario
23 junio 2024
Mc 4, 35-40
La lectura simbólica del relato evangélico urge a silenciar el «viento» y el «oleaje», para poder pasar así del miedo a la confianza.
Mientras no salgamos de la mente, será imposible hallar la calma y, con ella, el valor para afrontar el “oleaje” que pueda sobrevenir. Siendo la mente una herramienta prodigiosa, ocurre que cuando nos identificamos o reducimos a ella, no solo la convertimos en una fábrica de preocupaciones constantes, sino que nos impedimos captar la belleza y profundidad de lo real.
La mente, como los sentidos, nos engaña con facilidad, al hacernos creer que la realidad es exactamente igual a la imagen mental que nos hacemos de ella. Y no es así. Por su propia naturaleza, la mente objetiva y fragmenta lo real, mostrándolo como la suma de una infinidad de objetos separados.
Por el contrario, cuando acallamos la mente, percibimos que lo único realmente real es la consciencia (o la vida). Cualquiera puede comprobar cómo, al silenciar el pensamiento, lo único que queda es consciencia desnuda sin contenidos (objetos). Queda un puro “darse cuenta” como espaciosidad abierta capaz de acoger todo.
Esta “espaciosidad” resulta inalcanzable para la mente, que únicamente puede operar en el mundo de los objetos. Y, al no poder captarla, la ignora o la niega. En consecuencia, quedamos reducidos a objetos separados, es decir, asumimos como verdadera la imagen que la mente nos traslada.
Sin embargo, la imagen mental de la realidad no es la realidad. De ahí la importancia decisiva de entrenarnos en acallar la mente si queremos ver con claridad. Porque nos va en ello nada menos que el acceso a la comprensión y, con esta, a la luz, la libertad y la liberación del sufrimiento.
No llegaremos a saber lo que es la vida si nos reducimos a lo que nuestra mente puede percibir. Es preciso silenciar la mente y atender lo que queda: solo así nos descubrimos en nuestra identidad profunda como plenitud de vida que se está desplegando en nuestra persona particular. Esa comprensión es la que nos permite trascender la creencia errónea de separatividad y acceder a la consciencia de unidad, que transformará nuestro modo de ver y de vivir.
Comentarios desactivados en Si Jesús no va en la barca, esto se hunde
Del blog de Tomás Muro, La verdad es Libre:
01.- Job: un hombre desconcertado (1ª lectura)
El libro de Job refleja la fe -más que problemática- que Israel tenía en la justicia de Dios a finales del siglo V y comienzos del IV a-C.
En esa época Israel todavía no había llegado a creer en la justicia de Dios en el “más allá” y en el “más acá” las cosas van como van, de todo menos en justicia.
En tiempos de Job Israel no creía en un “más allá”. Dios vivía en el cielo, los vivientes en la tierra y los difuntos quedaban bajo tierra, en el sepulcro, en el seol.
Por otra parte en la época de Job creían que Dios premiaba y castigaba en esta vida con premios y castigos temporales, intrahistóricos, materiales: salud, familia, tierras, ganados, riquezas y bienes temporales, etc. El justo tenía salud, familia, bienes abundantes, etc… el injusto recibía la retribución de su pecado: enfermedades, desgracias, etc.
Es cierto que algunos salmos intuyen que Dios no dejará nuestra vida en la muerte. Me tomarás y no dejarás mi vida en el seol, en la muerte…, (Salmo 16).
Yo siempre estaré contigo (salmo 73).
En este contexto se sitúa la vida de Job.
Job es un hombre justo por lo que Dios le premia con bienes: familia, amigos, salud, tierras, cosechas abundantes.
Pero entra en escena el diablo (la serpiente como en el Génesis) y le dice a Dios: tiéntale y verás cómo peca; entonces caerá en desgracia.
Job siguió siendo hombre honrado y justo, sin embargo cae enfermo con una lepra: una llaga maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla, que le obliga a abandonar la familia, la convivencia, los bienes. Job pasa a ser un marginado, un maldito.
Job entonces se queda perplejo y desconcertado. Su fe -la fe tradicional de Israel- entra en crisis, porque si “más allá” de esta vida no hay nada, no hay justicia y Dios premia a los justos en esta vida y castiga a los injustos también en esta vida. Yo no he pecado, ¿por qué me castiga Dios con esta lepra -llaga- con su consiguiente marginación?
Entran en escena tres amigos de Job: Elifaz, Bildad y Sofar, que le recuerdan y repiten a Job la doctrina tradicional y ortodoxa y le dicen: si tú, Job, tenías salud y familia, bienes abundantes, era porque eras justo y Dios te premiaba, pero -por el contrario- si ahora estás en la miseria, enfermo y en la marginación, es porque has pecado…
Los amigos de Job son los de siempre, los “del partido”, los de la Curia, que repiten miméticamente lo tradicional, pero no piensan ni ayudan.
Al final del libro de Job, Dios recrimina a los amigos de Job: Elifaz y Temar: estoy irritado contra vosotros, porque no habéis hablado bien de mí como ha hecho Job, (Job 42, 7).
Job -naturalmente- se rebela: Yo no he pecado y Dios me castiga injustamente. Si no hay justicia ni en este mundo ni en el otro, ¿qué raza de justicia es la de este Dios?
Así llegamos al momento más profundo del libro de Job.
Job maldice el día en que nació:
¡Maldito el día en que nací!
Maldita sea la noche en que fui concebido.
Que ese día se vuelva oscuridad.
Job 3,1
Entonces Job emplaza a Dios a un “careo” por aquello de que, “si Dios existe nos debe una explicación”…
Dios acude “desde la tormenta” al encuentro (Job 38,1) y habla con Job remontándose majestuosamente al origen del universo. (Es el párrafo del libro de Job que hemos escuchado hoy).
¿Dónde estabas tú cuando creé y afiancé la tierra? (Job 38,4)
Es como decirle a Job ¿Qué sabes tú de la vida, del origen y del futuro absoluto? ¿Quién eres tú para encararme a mí?
Finalmente Job se humilla y responde al Señor:
He hablado yo insensatamente de maravillas que me superan y que ignoro. Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto y me arrepiento cubierto de polvo y ceniza, (Job 42,3)
Y ya, Dios devuelve a Job la salud y los bienes.
Pero el problema de la justicia de Dios queda sin resolver, entra en punto muerto.
Habrá que esperar y recorrer otros caminos como la oración de los salmos, las guerras de los Macabeos, la fe de los profetas para llegar a una fe en la justicia de Dios y en la resurrección. Pero eso es ya otra cuestión que requerirá otros recorridos.
02.- La vida y la muerte son una tempestad
El Evangelio de hoy refleja a la barca, la Iglesia, en medio de la tempestad del lago.
Cuatro veces aparece el simbolismo de la barca y la tempestad en el lago (Mt 14,22-36; 16, 5-12; Mc 4,36; 6,46). Son relatos eclesiales, de dificultades en la Iglesia naciente y de todo momento histórico de la Iglesia.
En la vida atravesamos por muchas tormentas y tempestades.
La Iglesia, las diócesis, etc. han de atravesar singladuras tempestuosas.
Los seres humanos también pasamos por tormentas de todo tipo. La mayor tempestad probablemente es la muerte que nos acecha.
Como a Job también a nosotros nos embarga la incertidumbre ante Dios, ante la justicia, ante el futuro absoluto, etc.
Y también como a Job Dios nos habla a nosotros desde la tormenta de la vida. JesuCristo nos habla “dormido” en la barca en pleno huracán en el mar de la vida. Tormentas en la vida.
03.- Tenían miedo.
Aquellos discípulos, primeros cristianos, tenían miedo -estaban espantados- quizás ante la persecución, quizás las ansias de poder de algunos de ellos, la cuestión es que “aquello” se hundía.
Es normal sentir miedo cuando uno va en una barca que se hunde o cuando nos hundimos moral o físicamente en la vida.
La vida está llena de tempestades, crisis, enfermedades, problemas, muerte…
Jesús navega tranquilo y dormido en aquella barca que se iba a pique, porque cree en Dios.
Jesús asocia el miedo a la falta de fe (confianza).
Quien confía no teme y quien teme, no confía. Job también terminará humillado y descansando en Dios.
En nuestras tempestades personales y eclesiales confiemos en que Cristo va en nuestra vida, en nuestra barca. Confiemos no en los amigos de Job, la ultraortodoxia, sino seamos humildes como Job.
Cuando Jesús está presente en la barca -aunque sea dormido-, el viento cesa y torna la calma.
04.- Cuando Cristo no está, esto se hunde.
Cuando Cristo no está en nuestra vida o en la Iglesia, en la barca, esto se hunde, como la iglesia, la barca inicial, como Job. Cuando Cristo está en nuestra vida y en la Iglesia entendemos la vida, nos acercamos al misterio de Dios.
Cristo calma nuestra existencia, nuestra angustia, nuestras tempestades. Cristo calmará las tempestades y luchas en el seno de la Iglesia.
Si Cristo estuviera en nuestra Iglesia viviríamos lo que hemos escuchado en el Evangelio: El viento cesó y vino una gran calma.
Comentarios desactivados en “ No hay tormenta que pueda vencernos, cuando la fe se pone en acto”, por Consuelo Vélez
De su blog Fe y Vida:
Comentario al evangelio (XII del TO) 23-06-2024
No hay otra manera de emprender el seguimiento y de mantenerlo, que la fe
La fe sostiene el seguimiento, fortalece el discipulado
Ahora somos nosotros quienes estamos invitados a seguir el camino de la fe, manteniendo la paz ante las aguas agitadas, reconociendo en Jesús la autoridad para pasar cualquier tempestad
Ese día, caída ya la tarde, les dijo: Pasemos al otro lado. Despidiendo a la multitud, le llevaron con ellos en la barca, como estaba; y había otras barcas con Él. Pero se levantó una violenta tempestad, y las olas se lanzaban sobre la barca de tal manera que ya se anegaba la barca. Él estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal; entonces le despertaron y le dijeron: Maestro, ¿no te importa que perezcamos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: ¡Cálmate, sosiégate! Y el viento cesó, y sobrevino una gran calma. Entonces les dijo: ¿Por qué están amedrentados? ¿Cómo no tienen fe? Y se llenaron de gran temor, y se decían unos a otros: ¿Quién, pues, es éste que aun el viento y el mar le obedecen?(Marcos 4,35-41)
El evangelio del domingo pasado nos presentó a Jesús predicando y enseñando sobre el reinado de Dios comparándolo con las parábolas del grano que crece por sí solo y el de mostaza. Fueron parábolas que llamaron a la confianza en Dios, a poner las fuerzas en Él y no en nosotros mismos. Esto contrasta con lo que nos trae el evangelio de hoy. Jesús deja de predicar y quiere ir a la otra orilla. Y, tal vez, es cuando se pone a prueba lo predicado anteriormente. Se desata una tormenta y Jesús duerme. Él tiene la confianza absoluta. Pero no así sus discípulos quienes están muertos de miedo y creen que van a perecer. Reclaman, por tanto, al maestro porque los está dejando abandonados a su suerte.
Jesús atiende su reclamo y calma las aguas, pero les hace la pregunta que habría de caracterizar a los discípulos que están acogiendo el reino: lafe. No parece que los discípulos tengan fe. Y es que no hay otra manera de emprender el seguimiento y de mantenerlo que la fe. Esta es la respuesta del discípulo y, continuamente, ha de ponerse en acto. Aquí podríamos recordar el texto de la carta a los hebreos, capítulo 11, en los que el escritor sagrado hace una lista de los personajes de la historia de salvación, mostrando como fue por la fe que se pusieron en camino, atravesaron el desierto y alcanzaron la tierra prometida. Eso mismo es lo que los discípulos han de vivir en su experiencia de seguimiento. La fe sostiene el seguimiento, fortalece el discipulado.
Además, de esta llamada a la fe, el texto nos muestra la autoridad de Jesús para remediar las situaciones. Es su palabra la que produce la calma de las aguas. Una palabra que emerge de la autoridad que surge de su propia coherencia de vida. Pero es, justamente, esa autoridad la que da miedo a los discípulos. Tal vez la llamada es demasiado exigente y, aunque la vean realizada en Jesús, dudan de su propia capacidad de mantenerse fiel en el camino. El texto termina ahí, con la pregunta hecha por los mismos discípulos sobre la identidad de Jesús: ¿quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen? Solo ellos pueden contestarla apuntándose al seguimiento o renunciando a él. Sabemos que ellos mantienen la fe, no sin dificultad. El mismo Pedro que vio a Jesús calmando las aguas, será el que luego lo niegue en el momento de la pasión. Es decir, la fe se pone en acto cada día y en cada situación. Y llegará la pasión donde está fe se pondrá, efectivamente, a prueba. El camino seguido por los discípulos ya lo recorrieron ellos. Ahora somos nosotros quienes estamos invitados a seguir el camino de la fe, superando las tormentas, manteniendo la paz ante las aguas agitadas, reconociendo en Jesús la autoridad suficiente para pasar cualquier tempestad.
Finalmente, este texto de la tempestad calmada nos recuerda la experiencia de pandemia que vivimos hace poco. Justamente este evangelio fue el que el papa Francisco propuso cuando se declaró mundialmente la pandemia. Pero su reflexión fue muy diciente: todos estamos en la misma barca y, ante las dificultades, si unimos fuerzas, todos nos salvamos. Ese es el gran desafío.
Seguimos pasando por diferentes tormentas, pero el Jesús que calma las aguas nos recuerda que la posibilidad de llegar a la otra orilla está en nuestra fe. Pero esa fe comunitaria, de quien sabe que va con otros y que la tarea es llegar a la otra orilla, como comunidad, como discípulos del reino, como esa nueva familia que engendra el seguimiento, que se sostiene por la fe. No sobra recordar lo que Jesús dijo al padre de un joven endemoniado, cuando al presentarle a su hijo le dijo a Jesús: “si algo puedes, ayúdanos. Jesús le respondió: ¿Qué es eso de sí puedes? Todo es posible para el que cree” (Mc 9, 22-23).
(foto tomada de: https://rezoporti.org/2019/10/22/la-tempestad-calmada/)
Comentarios desactivados en Mc 1, 29- 31. Primera autoridad: la suegra de Pedro
Del blog de Xabier Pikaza:
Comenté ayer (sábado 3 de enero) en RD y FB el texto entero del evangelio de este dom 5 TO (3.2.24: Mc 1,29-33) en el contexto de Marcos. Hoy me fijo sólo en el milagro (paradigma, relato ejemplar) de la curación de la suegra de Simón-Pedro, que aquí aparece como primera autoridad de la iglesia según el evangelio.
| Xabier Pikaza
Texto
29 Al salir de la sinagoga, se fue inmediatamente a casa de Simón y Andrés, con Jacob y Juan. 30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre. Le hablaron en seguida de ella, 31 y él se acercó, la agarró de la mano y la levantó. La fiebre le desapareció y se puso a servirles.
Elementos principales
– La suegra, primera autoridad de la iglesia. De la “llamada y misión” de Simón Pedro y de los cuatro primeros apóstoles Jesús (Simón-Pedro, con su hermano Andrés; Jacob-Santiago y Juan: Los dos zebedeos) ha tratado Mc 1, 16-20. Pero el primer signo de iglesia y de la tarea intra-eclesial es este de la curación y ministerio de la suegra de Pedro.
– Los zebedeos son ricos/autónomos: Tienen un barco con jornaleros, un padre importantes… Son signo de una iglesia empresa, que puede convertirse en negocio, con padre empresario y madre exigente (exige buen trabajo para sus hijos: los primeros puestos en la empresa de la Iglesia.
– Simón-Pedro y su hermano Andrés no tienen barca ni empresa. Pescan desde la orilla, con una red artesana… Y el texto supone que no tienen ni casa, sino que viven en la casa de la suegra de Pedro. Carecen de autonomía doméstica, económica y familiar. Pedro no es dueño de la casa (depende de la suegra); la tradición posterior le hará dueño de barco, pero, en principio, según este evangelio de Marcos, no manda ni en la casa donde vive, ni sobre un barco que sería suyo (con jornaleros, como los zebedeos.
– Curar a la suegra… Es un gesto de piedad… Pero es, al mismo tiempo, un gesto de necesidad. Pedro (con Andrés, su hermano) depende de la suegra para vivir y comer. La casa-iglesia no es de ellos, es de la suegra. Ésta es una imagen fantástica: Un Papa joven y prometedor que depende de su suegra…. Está por tanto casa. Su suegra es, por tanto, la que dirige su casa, la que le enseña…
La diaconisa/ministerio de la suegra.Según Mc 15-16 (y paralelos) la iglesia pascual cristiana nace por el testimonio y ministerio de unas mujeres. Sin ellas no hay iglesia; sin la suegra de Pedro no hay “casa-comunidad”, servicio. Nuestro texto termina diciendo que la suegra curada les servía (a Jesús y a su gente: diêkonei autois: 1, 31).
La diakonía es en Mc 13 el signo primordial de los ángeles de Dios que, en vez de descansar, servían a Jesús en el desierto (1, 13); la diaconia define a las mujeres que al fin del evangelio aparecen como servidoras o diaconisas mesiánicas (15, 41). La suegra “sirve a todos”, y; su servicio no se puede entender como trabajo servil de la mujer, bajo el dominio de varones ociosos, sino como verdadero ministerio mesiánico, creador de la nueva familia de Jesús. Ella es en realidad el primer “sacerdote-obispo” de la iglesia cristiana.
Jesús levanta a la suegra de Pedro, la eleva, utilizando una palabra de tipo pascual, egeirô, levantar, lo mismo que en Mc 16,6 (cf. 2,11; 5,41; 9,27). La mujer está postrada, y Jesús la levanta, para que pueda realizar con autoridad y eficacia el servicio eclesial. Ella sabe y realiza desde el principio algo que Simón (su nuevo, su subordinado) no logrará aprender en el transcurso de su seguimiento histórico de Cristo (como indica Mc 8,32; 14,29-31. 66-72).
Pero hay todavía otro detalle significativo: estamos en sábado; conforme al ritual judío, se hallaban todos obligados al descanso; pues bien, esta mujer rompe ese descanso ritual, supera el sábado judío y comienza a realizar la obra mesiánica, sirviendo a Jesús y sus discípulos. En ese sentido, esta suegra, superiora a Pedro, Ella responde como auténtica discípula, rompiendo por Jesús la misma ley del sábado: sirve a los que vienen y convierte así su casa en primera de todas las «iglesias» (= de todos los lugares de servicio cristiano).
– Esta suegra ha aprendido en la escuela de Jesús: una vez sanada, respondió con un gesto de servicio, en su casa, ofreciendo la eucaristía/comida a Jesús y a sus compañeros, en gesto que inaugura el primer ministerio cristiano. Nadie se lo ha dicho; no ha tenido que aprender de alguna exégesis rabínica. Lo ha comprendido ella misma, como mujer, que sabe estar al servicio de la vida, al recibir la ayuda de Jesús y al responderle, precisamente en sábado, de manera que su gesto (dejarse levantar por Jesús y servir a los demás) marcará de ahora en adelante todo el evangelio (hasta el final en que las mujeres vuelven a ser protagonistas: 15, 40.37; 16, 1-8)..
Simón y los restantes discípulos no lo entenderán hasta la pascua (y quizá nunca, si no vuelven a Galilea: Mc 16, 7), a no ser que se hagan servidores de los otros (cf. 9, 35; 10, 43), siguiendo al Hijo del hombre, que ha venido a servir y dar la vida por todos (10,45). Ella, en cambio, lo sabe desde el principio: ha superado el judaísmo de los escribas y se ha vinculado a Jesús; en el fondo ya es cristiana diaconisa, servidora de la iglesia reunida en la casa de su Simón y Andrés. No tiene que aparecer más en el evangelio, Marcos no dice ya nada de ella; pero su recuerdo queda anclado aquí, al comienzo del texto de Macos, como signo de apertura y respuesta al camino del evangelio.
De la sinagoga rabínica a la casa cristiana. Así empieza el texto: Al salir de la sinagoga, se fue inmediatamente a casa de Simón y Andrés, con Jacob y Juan. 30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre (1, 28-29). De la sinagoga (ámbito judío) pasamos a la casa (espacio normal de la comunidad cristiana), el mismo sábado, que se convertirá en tiempo de salud y convivencia. Jesús entra con sus cuatro pescadores en la casa de la suegra de Simón, que está enferma. No se dice que tenga un espíritu impuro, como el hombre de la sinagoga (cf. 1, 23), sino simplemente que yace en el lecho con calentura (pyressousa: 1, 30).
Parece impotente, no puede hacer nada. Pero Jesús la agarra con fuerza de la mano y la levanta, en gesto de evocación pascual. La casa (oikia: 1, 29) es espacio de reunión y encuentro familiar, lugar privilegiado de la comunidad (cf. 3, 20.31-35). Lógicamente, la casa aparece después de la sinagoga. El texto dice que es la casa de Simón y Andrés y parece que ha de ser signo de pascua, de encuentro con Jesús al volver a Galilea (cf. 16, 7). Pues bien, precisamente en esa casa “cristiana” hay una mujer enferma, que no puede actuar: la suegra de Simón (que parece en realidad la “dueña” de la casa) está enferma de fiebre; ella es para Marcos la primera cristiana.
− E inmediatamente le hablaron de ella…El poseso de la sinagoga se presentó a sí mismo, gritando. Por el contrario, los que hablan a Jesús de la mujer son otros, quizá porque ella está en la habitación más privada, cerrada, donde Jesús no puede entrar directamente, a no ser que le hablen de ella y le lleven. ¿Quiénes? ¿Los que vienen con él de la sinagoga? ¿Los que estaban en casa? El texto no lo dice, sino sólo que Jesús entró en la habitación (proselthôn) e inmediatamente, sin preguntarle si quería, la agarró por la mano y la levantó (êgeiren autên: la resucitó: 1, 31; cf. 16, 6), de manera que ella pudo ponerse en pie a servirles (diêkonei autois). A la mujer relegada a la cama en un día de sábado hay que levantarla, pero después es ella misma la que toma la iniciativa de “su casa” (su iglesia), donde realiza el auténtico servicio humano.
− Todo eso sucede en un sábado (cf. 1, 21), un día en que nadie (ningún judío) debía trabajar, porque es descanso sagrado y no puede realizarse ninguna acción externa o material. El hecho de que ese día esté enferma la mujer de casa parece irrelevante, pues ella no tiene ninguna labor que realizar. Pues bien, Jesús la toma de la mano y la levanta, en signo de resurrección, como indica el verbo egeirein (cf. 2 Cor 4, 14; Rom 8, 11 y sobre todo Mc 16, 6, donde se dice que Jesús êgerthê, ha sido elevado/resucitado). El mismo sábado es tiempo de resurrección, y este pasaje supone que no hay que esperar al “día después” (el actual domingo, como en 16, 1), pues Jesús resucita/levanta a la suegra de Simón el mismo sábado pascual.
− Ella les servía (diêkonei autois: 1, 31). El servicio (diakonía) era el signo primordial de los ángeles de Dios que sirven/ayudan a Jesús en el desierto, enfrentándose a las fieras (1, 13), y será también el signo de las mujeres que hacia el final de la vida de Jesús aparecen como servidoras mesiánicas (15, 41). En esa línea, la suegra de Simón interpreta la curación que ha recibido como llamada a un servicio que no se puede entender a modo de simple trabajo servil (propio de mujeres que están bajo el dominio de varones ociosos), sino como ministerio mesiánico, creador de la nueva familia mesiánica. Jesús no le manda, no le dice nada, sino que se limita a levantarla; pero ella asume la iniciativa y saca las consecuencias de ese gesto, descubriendo el valor del servicio, como esencia de la iglesia.
– Iglesia, la casa de la suegra… En el origen de toda obra eclesial (antes que Pedro/Papa y que los otros 4 apóstoles) se encuentra esta mujer, conforme a Marcos; ella es la primera resucitada y servidora en la iglesia, el primer “ministro” de la comunidad. Había casos en que el marido tenía su propia casa (a la que llevaba a su esposa); pero otros en los que el marido vivía en la casa de los padres (o de la madre) de la esposa (matrimonio uxorilocal). En este caso, Simón (natural de Betsaida, al otro lado de la frontera entre Galilea y el Golán/Gaulan) habría venido a vivir (con su hermano Andrés) a la casa de la madre de su esposa, de manera que, estrictamente hablando, no podemos hablar de la casa de Simón (como suele hacerse), sino de la casa de su suegra.
En esta línea se entiende mejor el hecho de que ella (la suegra, la dueña de la casa) sea la que sirve a todos después de haber sido curada, viniendo a presentarse, al menos de forma simbólica, como el primer “ministro” de la iglesia de Jesús. De un modo significativo, la tradición cristiana (y en especial la católica) ha puesto muy de relieve el “ministerio de Simón”, llamado Pedro (=Roca). Pues bien, en el principio del evangelio resulta más destacado el ministerio o servicio de su suegra, que actúa como primera “presidente” de una comunidad “cristiana”. Leer más…
Comentarios desactivados en “Dios no quiere que seas miserable”.
Kori Pacyniak
La reflexión de hoy es de la colaboradora invitada Kori Pacyniak (ellos/ellos), una católica queer, no binaria y trans, candidata a doctorado en la Universidad de California Riverside. Actualmente están completando una disertación titulada “Cuerpos sagrados, vidas sagradas: alegría, resistencia y liberación transcatólica” sobre las experiencias religiosas vividas por los transcatólicos. Ordenada sacerdote a través de Womenpriests católicas romanas, Kori actualmente se enfoca en crear espacios sagrados y liturgia por y para católicos queer y trans.
La primera lectura litúrgica de hoy que relata el lamento de Job por su sufrimiento podría resultar demasiado cercana para algunos de nosotros, especialmente en un año electoral y una semana después de que el Senado de Ohio anulara el veto del gobernador a un proyecto de ley de atención médica anti-trans. Muchos de nosotros probablemente hemos compartido la desesperanza de Job en algún momento. Sin embargo, nuestras lecturas combinan este pasaje de Job con un salmo que alaba a Dios y una segunda lectura y un pasaje del evangelio que exhorta nuestra obligación y propósito de predicar.
¿Qué significa tener la obligación o el propósito de predicar las buenas nuevas? ¿Estamos bajo la misma obligación que tenían Pablo y Jesús? Me imagino que la mayoría de nosotros no estamos llamados a ser predicadores itinerantes, viajando de ciudad en ciudad y predicando el evangelio desde púlpitos y esquinas. En lugar de pensar en la predicación únicamente en términos de lo que sucede en las iglesias o en los “predicadores” que protestan en las marchas del Orgullo, ¿qué pasaría si pensáramos en cómo nuestras vidas pueden dar testimonio de las buenas nuevas y la gloria de Dios como una forma de predicación?
Aquí podría insertar el tan citado “Predicad el evangelio. Si es necesario, utilice palabras” que se atribuyen (con razón o sin ella) a San Francisco de Asís. También podría añadir: “Vive tu vida de modo que la Iglesia Bautista de Westboro proteste por tu funeral”. Cada uno de nosotros tiene una vocación única, pero todos estamos llamados al camino de Jesús, a compartir y vivir la buena nueva.
Esta forma de predicación significa vivir la plenitud de mi identidad como católica y como persona trans y no binaria queer. Admito que probablemente pienso en género y sexualidad más que la mayoría de la gente. He pasado años tratando de discernir qué palabras (si las hay) representan adecuadamente quién soy y cómo existo en este mundo. Mi narrativa trans no es la de nacer en el cuerpo equivocado, pero aun así pasé años tratando de ser quien pensaba que otras personas querían que fuera. Tratando de obligarme a meter etiquetas y cajas que no eran mías.
A lo largo de todos esos años, esas noches turbulentas y días miserables cuando, como Job, pensaba que no había esperanza para un futuro, Dios nunca dejó de amarme. Incluso cuando me sentí tan sola porque no conocía a ningún otro católico trans, cuando sentí que la sociedad me hacía elegir entre ser católica y ser queer y trans, Dios estaba ahí conmigo. Como muchas personas trans, hubo días (y noches) en los que me preguntaba si la lucha valía la pena. Pero en el más desesperado de esos momentos, siempre había esa vocecita en mi cabeza y en mi corazón, recordándome que no perdiera la esperanza, que tuviera fe y perseverara.
Ocultar quiénes somos –ya sea nuestro género o nuestra sexualidad– normalmente no dura para siempre. Cuando tengo ganas de esconderme, vuelvo a algo que me dijo un sacerdote cuando luchaba con mi género. “Dios no quiere que seas miserable“. Palabras tan simples y, sin embargo, me ayudaron a darme cuenta de que Dios no tenía ningún problema en que yo fuera trans o queer. Yo, como todos, fui hecho a imagen de Dios, y Dios no puede ser contenido por las interpretaciones occidentales tradicionales del binario de género. Dios es mucho más que eso.
Cuando nos tomamos la molestia de discernir quiénes somos, a quién amamos, cómo nos entendemos a nosotros mismos, sería una pena ocultarlo. Nuestros diversos cuerpos, géneros y sexualidades son un reflejo de la infinita y asombrosa diversidad de Dios. Vivir nuestras vidas auténticamente, ser fieles a nosotros mismos y a Dios, quien nos hizo a su imagen, es nuestro propósito. ¿Qué mejor manera de predicar el amor de Dios que vivir según como Dios nos creó para ser?
Una invitación a participar en la investigación
Como parte de la disertación de Kori, sobre la cual explican más aquí, Kori está realizando entrevistas con católicos trans (cualquier persona que se identifique como trans, no binario, queer, agénero, no conforme con el género, etc. y se haya identificado como católico en algún momento). explorar las experiencias religiosas vividas por la comunidad, enfocándose en temas de alegría, resistencia y liberación, mientras trabajamos para construir una ética religiosa trans afirmativa y liberadora basada en la justicia social católica. Para conocer más sobre el proyecto o participar en él, haga clic aquí.
——Kori Pacyniak (ellos/ellos), 4 de febrero de 2024
Comentarios desactivados en “Pasión por la vida”. 5 Tiempo Ordinario – B (Marcos 1,29-39).
Donde está Jesús crece la vida. Esto es lo que descubre con gozo quien recorre las páginas entrañables del evangelista Marcos y se encuentra con ese Jesús que cura a los enfermos, acoge a los desvalidos, sana a los enajenados y perdona a los pecadores.
Donde está Jesús hay amor a la vida, interés por los que sufren, pasión por la liberación de todo mal. No deberíamos olvidar nunca que la imagen primera que nos ofrecen los relatos evangélicos es la de un Jesús curador. Un hombre que difunde vida y restaura lo que está enfermo.
Por eso encontramos siempre a su alrededor la miseria de la humanidad: poseídos, enfermos, paralíticos, leprosos, ciegos, sordos. Hombres a los que falta vida; «los que están a oscuras», como diría Bertolt Brecht.
Las curaciones de Jesús no han solucionado prácticamente nada en la historia dolorosa de los hombres. Su presencia salvadora no ha resuelto los problemas. Hay que seguir luchando contra el mal. Pero nos han descubierto algo decisivo y esperanzador. Dios es amigo de la vida, y ama apasionadamente la felicidad, la salud, el gozo y la plenitud de sus hijos e hijas.
Inquieta ver con qué facilidad nos hemos acostumbrado a la muerte: la muerte de la naturaleza, destruida por la polución industrial, la muerte en las carreteras, la muerte por la violencia, la muerte de los que no llegan a nacer, la muerte de las almas.
Es insoportable observar con qué indiferencia escuchamos cifras aterradoras que nos hablan de la muerte de millones de hambrientos en el mundo, y con qué pasividad contemplamos la violencia callada, pero eficaz y constante, de estructuras injustas que hunden a los débiles en la marginación.
Los dolores y sufrimientos ajenos nos preocupan poco. Cada uno parece interesarse solo por sus problemas, su bienestar o su seguridad personal. La apatía se va apoderando de muchos. Corremos el riesgo de hacernos cada vez más incapaces de amar la vida y de vibrar con el que no puede vivir feliz.
Job 7,1-4.6-7: Mis días se consumen sin esperanza. Salmo responsorial: 146: Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados. 1Corintios 9,16-19.22-23: ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! Marcos 1,29-39: Curó a muchos enfermos de diversos males
Hoy el libro de Job nos lo presenta sumido en un gran sufrimiento. Delante de sus amigos desnuda su corazón, su desilusión. Ellos, que defienden una teología alejada de la vida, no pueden comprender la queja de su amigo ni acompañarlo plenamente en su dolor. El grito de Job está presente en la vida diaria de muchos hombres y mujeres en todos los rincones del planeta, que enfrentan una vida de lucha y dificultad. Job compara su existencia con la vida de un «mercenario»; mercenario es quien vende su lucha, que libra por dinero causas que no son suyas y se fatiga por empresas que no ama.
El libro de Job, como sabemos, es una joya literaria dentro de la Biblia hebrea (de la que está tomado nuestro «Primer Testamento»). Es una reflexión sapiencial sobre ese problema irresoluble, o mejor, sobre ese misterio eterno que es «el mal». El misterio del mal, su presencia injustificada en el mundo, ante la cual necesitamos justificar a quienes podrían resultar implicados por la existencia del mal. A Dios, en primer lugar. En efecto, la «teodicea» o disciplina filosófica que trata de mostrar la existencia de Dios, trata en realidad de «justificar» a Dios –como expresa la etimología misma de la palabra–.
Lo importante del libro de Job no son sus «datos históricos» (que no existen, pues no es un libro histórico), ni las respuestas de tipo explicativo que quisiera dar sobre el dolor humano (que estarían hoy absolutamente sobrepasadas), sino la sabiduría que encierra en sus reflexiones.
En efecto, la ciencia avanza cada día, y no tiene sentido hoy estudiar la óptica en la obra de Newton por ejemplo, que fue uno de sus fundadores, pues como ciencia su obra está hoy enteramente sobrepasada. En cambio, no avanzamos cada día en sabiduría –que no está en el mismo plano de la ciencia–, y hoy la humanidad sigue viviendo de la sabiduría de personajes como Confucio, Buda, Sócrates, Jesús… En realidad no hemos avanzado sobre aquella sabiduría fundamental adquirida hace ya tres mil años… Esa constatación nos permite escuchar y leer el libro de Job.
Pablo, de manera parecida a Job, se encuentra en una discusión acalorada con sus interlocutores, en la comunidad de Corinto, en la que grupos fracciones que critican y cuestionan su autoridad (v.3). Pablo responde haciendo una defensa radical de su misión y declara su absoluta libertad frente a toda manipulación o poder humano. No se declara miembro de un movimiento o representante de alguna institución, sino como un hombre “obligado a cumplir una tarea”. En el imperio Romano era común la práctica del clientelismo, en la cual el benefactor se convertía en patrón de quien recibía sus beneficios. El apóstol desea dejar en claro la pureza de su mensaje, que no está vendido a ningún “cliente”, ni moldeado por ningún interés personal (v. 17-18). Esta libertad en Cristo, le permite al apóstol ser un servidor de los demás. No teme amoldarse a las condiciones de vida de los destinatarios de su mensaje: judíos, seguidores de la ley o rebeldes a ella, débiles. Pablo anuncia así el Evangelio de la libertad que no se matricula con la rigidez, ni hace el juego a ningún interés particular o sectario, sino que es capaz de entrar en diálogo con la diferencia y de llegar a “todas” las realidades humanas, como una Buena Noticia del amor de Dios.
Esto es precisamente lo que hace Jesús en el evangelio de Marcos: entrar en la vida de las personas, ser uno de ellos en su cotidianidad. El domingo pasado, lo vimos sanando a un endemoniado. Hoy, lo acompañamos con Simón y Andrés a la casa de Pedro. La casa, el lugar íntimo done se comparte el techo, la mesa. Allí se encuentra con una anciana enferma, la suegra de Pedro, Jesús se acerca, la toma de la mano y la levanta. Un gesto tan simple como es el acercarse, y tomar de la mano hace el milagro de recuperar a esta mujer, que no sólo recupera su salud, sino su capacidad de servicio. Al atardecer muchos vinieron a buscarlos, y relata el evangelista que Jesús continuó sanando. Era común en la época de Jesús que los enfermos fueran tenidos por malditos o poseídos por espíritus malos, de manera que eran alejados, excluidos y nadie se atrevía a acercarse a ellos. Jesús, al contrario, se entrega con amor y dedicación a su cuidado, siendo su servidor.
La práctica de curación, la lucha contra el mal, es decir, la praxis liberación del ser humano… es la práctica habitual de Jesús. Tan importante como hacer el bien, es evitar el mal, y luchar contra él: dar la vida en la tarea de procurar la paz, la salud, el bienestar, la felicidad… a todos aquellos que la han perdido. Ser cristiano es, entre otras muchas cosas, luchar contra el mal, no quedarse de brazos cruzados, o ensimismado en los propios asuntos, cuando vivimos en un mundo con las cifras escalofriantes de pobreza y miseria que hoy padecemos.
«Anunciar hoy el Reino» no es cuestión de sólo palabras; exige simultáneamente construirlo. La «evangelización», la nuestra, ha de ser como la de Jesús. Su «anunciar» la buena noticia no es cuestión de simplemente transmitir información… sino de hacer, de construir, de luchar contra el mal, de sanar, curar, rehabilitar a los hermanos, ponernos a su servicio, acompañar y dignificar la vida que, en todas sus manifestaciones, es manifestación de la mano creadora de Dios. Leer más…
Comentarios desactivados en (4.2.24.Dom 5 TO). Marcos, un evangelio de milagros (Mc 1,29-39)
Un Del blog de Xabier Pikaza:
El pasado 11.3.2023, en la Purísima de Salamanca, parroquia de mi amigo Policarpo Diaz, dirigí un pequeño curso sobre los milagros en el Evangelio de Marcos, partiendo de dos libros que he dedicado al tema: Evangelio de Marcos, VD, Estella 2012 y Comentario al evangelio de Marcos, Clie, Viladecavalls 2013.
| Xabier Pikaza
Los milagros en el evangelio de Marcos cumplen varias funciones:
(a) Son testimonio de la presencia de Jesús en la vida de los creyentes, para indicar que la vida entera del cristiano es un “milagro”, una transformación. (b) Son un lenguaje, una forma de expresar de presencia de Jesús, de recordar su pasado y actualizar su presente. (c) Tienen un fondo histórico, pero no pueden entenderse de un modo historicista. (d) Son una experiencia histórica y una esperanza pascual, abren un camino de conversión y transformación de vida.
La reflexión que sigue consta de dos partes: (1) Tres milagros de este domingo. (2) Dos esquemas de milagros en Marcos.
TRES MILAGROS: CASA DE SIMÓN, CALLE DE CAFARNAUM Y CAMPO ABIERTO (Mc 1, 29-39)
1.- Casa de Simón; curación y servicio de suegra (1, 29-34)
(a. Suegra de Simón). 29 Al salir de la sinagoga, se fue inmediatamente a casa de Simón y Andrés, con Santiago y Juan. 30 La suegra de Simón estaba en cama con fiebre. Le hablaron en seguida de ella, 31 y él se acercó, la agarró de la mano y la levantó. La fiebre le desapareció y se puso a servirles.
De la sinagoga (ámbito comunitaria de la vida judía), donde se situaba el pasaje anterior de Marcos, pasamos a la casa(espacio normal de la comunidad cristiana). Jesús viene con sus cuatro pescadores a la casa de Simón, cuya suegra está enferma. No se dice que tenga un espíritu impuro, como lo tenía el hombre de la sinagoga (cf. 1, 23), sino que está con calentura (pyressousa: 1, 30), una fiebre que le impide trabajar. Parece impotente, no puede hacer nada. Pero Jesús agarra con fuerza su mano, para levantarla, en gesto y palabra de evocación pascual.
Se completa así la pareja de enfermos primordiales: el endemoniado de la sinagoga, sometido a la impureza de una enseñanza opresora; la enfebrecida de una casa que parece invadida por varones. Jesús cura a los dos, pero sólo a la mujer la levanta o resucita, de manera que ella puede servir en la casa.
− La casa (oikia: 1, 29) es espacio de reunión y grupo familiar, lugar privilegiado de la comunidad (cf. 3, 20.31-35). Estamos en la casa de Simón y Andrés, donde entra Jesús con sus cuatro. Es quizá la casa de pascua donde deberían reunirse las mujeres de la tumba vacía cuando vuelvan a Galilea (cf. 16, 7). Jesús toma la mano de la enferma y la levanta (êgeiren autên: la resucita: 1, 31; cf. 16, 6), para convertirla en servidora. Casa de evocación pascual y servicio mutuo será la iglesia de Jesús. La mujer curada, es la primera cristiana de la historia.
− El sábado (cf. 1, 21). Para los judíos es día sagrado en que nadie se afana en hacer cosas externas (trabajos materiales). Parece irrelevante que una mujer enferme en ese día, pues ese día no tiene labor que realizar entre las obras o trabajos de la casa. Pues bien, Jesús la toma de la mano y la levanta. Ésta es una experiencia pascual:superada por Jesús la fiebre (signo de muerte), la enferma se levanta y transforma el sábado en día pascual de servicio a los demás. Jesús no le manda. Es ella la que asume la iniciativa y saca las consecuencias, descubriendo el valor del servicio mutuo, por encima de la sacralidad del sábado judío.
− Ella les servía (diêkonei autois: 1, 31). La diakonía era el signo primordial de los ángeles de Dios que, en vez de descansar, servían a Jesús en el desierto (1, 13); ella define a las mujeres que al fin del evangelio aparecen como servidoras o diaconisas mesiánicas (15, 41). La suegra de Simón interpreta el don que ha recibido; su servicio no se puede entender como trabajo servil de la mujer, bajo el dominio de varones ociosos, sino como verdadero ministerio mesiánico, creador de la nueva familia de Jesús. Por eso, la curada es la primera servidora de Jesús (cf. esquema 6, 4). En el origen de toda obra eclesial se encuentra esta mujer, conforme a Marcos.
El gesto de Jesús resulta sorprendente, y casi puede verse como anuncio pascual, pues Marcos utiliza el verbo egeirô, levantar, lo mismo que en 16,6 (cf. 2,11; 5,41; 9,27). La mujer está postrada, y Jesús la levanta, realizando el verdadero trabajo humanizante que debía distinguir al sábado, aunque los fariseos no compartan esa forma de entenderlo (cf. 3,1-6). Pero tan importante como el gesto de Jesús resulta en este caso el tipo de respuesta de la suegra: se puso a servirles (diêkonei autois).
Recordemos que el servicio es un tema clave del evangelio, como hemos visto en la escena de la tentación: Satanás pone a prueba a los hombres para destruirles, los ángeles sirven (1,13). Servidoras de Jesús, el siervo universal (cf. 10,45), vendrán a ser las mujeres de la cruz y de la pascua (15,51). Pues bien, como primera servidora de Jesús y sus discípulos, como mujer que desde ahora ha comenzado a ser el más perfecto o grande entre todos los discípulos (cf. 9,3), hallamos a la suegra de Simón.
Ella sabe y realiza desde ahora algo que Simón (al que Jesús llamará Pedro) no querrá aprender en el transcurso de su seguimiento histórico de Cristo (como indica 8,32; 14,29-31. 66-72). Pero hay todavía otro detalle significativo: estamos en sábado; conforme al ritual judío, se hallaban todos obligados al descanso; pues bien, esta mujer rompe ese rito, supera el sábado judío y comienza a realizar la obra mesiánica, sirviendo a Jesús y sus discípulos.
No ha hecho falta que Jesús la llame a través de una vocación especial al seguimiento (como en 1,16-20). No hace falta que le diga cómo debe comportarse. Jesús ya le ha enseñado todo en el momento mismo de curarle. Ella responde como auténtica discípula, rompiendo por Jesús la misma ley del sábado: sirve a los que vienen y convierte así su casa en primera de todas las «iglesias» (= de todos los lugares de servicio cristiano).
Milagros a la puerta de casa, milagros en la calle (1, 32-34).
1, 32 Al atardecer, cuando ya se había puesto el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. 33 La población entera se agolpaba a la puerta. 34 Él curó entonces a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero a éstos no los dejaba hablar, pues sabían quién era.
A la puesta del sol, terminado el descanso sagrado de los judíos (escribas incapaces de curar), las gentes del entorno vienen trayendo ante la casa de Simón a sus enfermos para que Jesús les cure (1, 32-34), pues son muchos los que siguen oprimidos por el mal, endemoniados. Precisamente cuando acaba el sábado judío del culto y el descanso puede empezar para los pobres el tiempo mesiánico de las curaciones. Leer más…
El evangelio del domingo pasado contaba el asombro causado por la predicación de Jesús y por su poder sobre los espíritus inmundos. Todo eso ocurrió un sábado en la sinagoga de Cafarnaúm. El evangelio de este domingo nos cuenta cómo terminó ese sábado y qué ocurrió en los días siguientes.
Curación de la suegra de Pedro (Mc 1,29-31)
Quien lee este relato de Marcos no presta atención al hecho de que la curación tenga lugar en sábado. Pero cuando se recuerda que una de las acusaciones más fuertes contra Jesús fue la de curar en sábado, el detalle adquiere mucha importancia. Para Jesús, como él mismo dirá más tarde, la persona está por encima de la ley, aunque sea la ley más santa.
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Curaciones al atardecer (Mc 1,32-34)
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Al ponerse el sol termina el descanso sabático. La gente puede caminar, comprar, etc., y aprovecha la ocasión para llevar ante Jesús a todos los enfermos y endemoniados. No se dice cuánto tiempo dedicó a curar a muchos de ellos. Se supone que hasta tarde. En Israel, como en todo el Mediterráneo, la noche no cae de repente.
El relato supone que Jesús realiza las curaciones sin ningún esfuerzo ni uso de la magia. Es interesante compararlo con lo que cuenta Plutarco a propósito del rey Pirro, rey de Epiro (+ 272 a.C.): “Se creía que Pirro curaba las enfermedades del bazo sacrificando un gallo blanco, haciendo dormir a los enfermos de espaldas y apretándoles suavemente esa víscera con el pie derecho. (…) Se dice que el dedo gordo de su pie tenía una virtud divina, hasta el punto de que, después de su muerte, una vez quemado enteramente su cuerpo, se observó que aquel dedo no había sufrido las llamas y que estaba intacto” (Plutarco, Vida de Pirro).
En este contexto dice Marcos, casi de pasada, que Jesús «expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar». Esta idea, que ya apareció en el relato del endemoniado del domingo pasado y que se repetirá en otros momentos, la presentó Wilhelm Wrede en 1901 como «el secreto mesiánico». Jesús no quiere que la gente sepa desde el principio su verdadera identidad, tienen que irla descubriendo poco a poco, escuchándolo y viéndolo actuar.
Jesús y sus colaboradores siguen proclamando el Reino (1,35-39)
Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron:
̶ Todo el mundo te busca.
Él les responde:
̶ Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.
Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
La conducta de Jesús trae a la mente las palabras del Salmo 63: «¡Oh, Dios, tu eres mi Dios, por ti madrugo!». Estamos al comienzo del evangelio, y Marcos indica algo que será una constante en la vida de Jesús: su oración, el contacto diario e intenso con el Padre, del que saca fuerzas para llevar adelante su misión.
Esta misión no se caracteriza por elegir lo cómodo y fácil. En Cafarnaúm toda la gente pregunta por él, quiere verlo y escucharlo. Sin embargo, él decide recorrer de nuevo toda Galilea. Ya lo había hecho solo, cuando metieron a Juan en la cárcel. Ahora lo hace acompañado de los cuatro discípulos. Y no solo predica, también expulsa demonios.
El demonio de la depresión(Job 7,1-4.6-7)
La primera lectura, tomada del libro de Job, ha sido elegida pensando en los enfermos a los que cura Jesús. Job pertenece al grupo de los endemoniados, pero en sentido moderno. No se trata de que esté poseído por un espíritu inmundo, sino de que se halla sumido en una profunda depresión. No le encuentra sentido a la vida, la ve como una carga insoportable, una noche que no se acaba, un futuro sin esperanza. La solución le vendrá por un duro enfrentamiento con Dios, que le obligará a salir de sí mismo, a abrir la ventana y contemplar las maravillas que lo rodean, hasta terminar reconociendo humildemente que no puede discutir con Dios ni culparlo de lo que le ocurre.
Relacionando esta lectura con el evangelio, parece sugerir al deprimido: acude a Jesús, o que alguien te lleve a él. No te hablará duramente, como Dios a Job, pero quizá te ayude a salir de ti mismo y a superar tu depresión. Porque, como dice el Salmo de hoy: «Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas» (Sal 146,3).
Habló Job, diciendo:
«El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio,
sus días son los de un jornalero;
como el esclavo, suspira por la sombra,
como el jornalero, aguarda el salario.
Mi herencia son meses baldíos,
me asignan noches de fatiga;
al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré?
Se me hace eterna la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba.
Mis días corren más que la lanzadera,
y se consumen sin esperanza.
Recuerda que mi vida es un soplo,
y que mis ojos no verán más la dicha.»
«Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados» (Sal 146,1)
En las diversas y numerosas curaciones que ha contado el evangelio, resulta extraño que nadie dé las gracias a Jesús. Ni la suegra de Simón, ni su familia, ni los que acuden al ponerse el sol, ni los enfermos de toda Galilea. Pasa haciendo el bien sin esperar recompensa.
Por eso es bueno que el Salmo nos invite a alabar al Señor, reconociendo todo el bien que nos ha hecho. Este himno recoge motivos muy diversos para alabar a Dios: empieza por la reconstrucción de Jerusalén y la vuelta de los deportados, pero no pierde de vista a cada individuo, vendando las heridas de los que tienen el corazón destrozado y sosteniendo a los humildes.
Comentarios desactivados en Domingo V del Tiempo Ordinario. 04 de febrero, 2024
“Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simeón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: -Todo el mundo te busca.”
Seguimos como la semana pasada en Cafarnaún. Es decir, en la “Aldea del Consuelo”.
Y este domingo Jesús primero se hace consuelo en casa. En lo íntimo y con los suyos sana la fiebre de la suegra de Pedro. En el evangelio no dice que los vecinos se enterasen del suceso. Solo dice que Jesús “la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.”
¿Cómo se enteraron los vecinos? No lo sabemos. Pero al anochecer le llevaron todos los enfermos y poseídos. Y así Jesús se hace consuelo para toda la aldea: “la población entera se agolpaba a la puerta”.
Pero estos baños de masas siempre provocan la misma reacción en Jesús: “se marchó al descampado y allí se puso a orar”. Soledad y oración. Encuentro con su Dios Abba, fuente de todo consuelo. El encuentro necesita silencio y soledad; necesita intimidad.
Todas las personas necesitamos de ese encuentro, y de manera especial cuando recibimos de Dios grandes dones o beneficios. Cuando las cosas nos van bien y saboreamos el dulce sabor del éxito. Ahí necesitamos más que nunca el Encuentro profundo con Dios pues corremos el grave peligro de quedarnos con los dones de Dios y alejarnos de Él(Cfr. Lc 15: “Dame la parte de la herencia que me corresponde…”). Corremos el dramático y original peligro de querer ocupar el lugar de Dios; podemos recordar lo que les sucede a Adán y Eva.
Por eso nos viene bien no perder de vista este ejemplo de Jesús. Esta manera de actuar tan suya. Tras el éxito se retira a orar. También lo hace en el fracaso. “Se marchó al descampado y allí se puso a orar”.
Oración
Danos, Trinidad Santa, el acierto necesario para volver siempre a Ti, tanto al oír el clamor de los aplausos como al escuchar las murmuraciones y las críticas. Amén.
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