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Presentación On line de “ Homosexualidad: las razones de Dios”, de Miguel Sánchez Zambrano.

Miércoles, 4 de septiembre de 2024
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Dentro de la , de la asociación CRISMHOM, se ofrece esta presentación del libro en sesión abierta que publicamos a petición del autor, viejo conocido y colaborador de Cristianos Gays, donde hemos ido publicando resúmenes del libro realizados por el propio autor…  Podéis seguirla a través de este ENLACE:

Esta sesión de formación tiene lugar el 7 de septiembre de 2024 de 19:00h a 20:30h desde el Espacio Annette Cabelli en calle Ribera de Curtidores 2, planta 1 y entreplanta, 28005 Madrid. Se retransmite por videoconferencia a través del siguiente ENLACE.

Esta sesión inaugura el plan de formación del curso 2024-25 en el marco de la reflexión sobre la interseccionalidad como espacio de reflexión para el cambio real en las esferas políticas, culturales, sociales, familiares y religiosas, poniendo de manifiesto la interrelación entre la fe, la Iglesia y la diversidad sexual y de género.

Contamos con la presencia de Miguel Sánchez Zambrano que presenta su libro Homosexualidad: las razones de Dios, en diálogo presencial con su propia pareja, a través de un conjunto de preguntas y respuestas en torno a los capítulos del libro.

El libro es un grito lleno de pasión nacida de la propia historia personal de su autor, marcada por el sufrimiento de una vida oculta y auto-condenada por el abuso de poder que ejerció sobre él la Iglesia cuando era niño. Es un libro lleno de belleza, razones y emociones, una mirada limpia y reconciliadora pero unida al arma poderosa de la razón, las razones de Dios para que la Iglesia, su Iglesia, lleve a cabo la obligada transformación de su actitud sobre las personas con diversidad sexual, que sufren aún su condena. El libro aborda las razones, según el parecer del autor, por las que Dios decide crear criaturas homosexuales. Estas razones se deducen tras diez años indagando en el estudio de la Escritura y al mismo tiempo prestando atención a su propio corazón y al de tantas personas que optaron por pedirle ayuda terapéutica para superar su dolor y sufrimiento al sentirse rechazados por una sociedad y cultura religiosa que las condena. Razones desde la justicia restaurativa en el marco del abuso de poder dentro de la Iglesia hasta las razones para perdonar a la propia Iglesia tras la sanación de las heridas.

En palabras del ponente: “Sueño con una Iglesia inclusiva e igualitaria, que nos acoja a todos por igual, pues todos somos hijos de Dios e iguales ante Él”.

Miguel Sánchez Zambrano (Granada, 1953) es farmacéutico, terapeuta sistémico y Coach (aunque se autodenomina simplemente ayudador). Cofundador en 1983 y director hasta 1999 de la institución benéfica Hogar 20, declarada de utilidad pública y Premio Nacional Reina Sofía, trata todo tipo de adicciones y desarrolla una comprometida actividad social ante la problemática drogodependiente y los enfermos de VIH. Miembro docente de la Fundación SM (1990-2002) y miembro fundador de las Asociaciones AVALON (VIH) y APREX (ex-toxicómanos) y del Comité Ciudadano Antisida de Granada.

Gran colaborador de la Iglesia de Granada, participó en el Congreso de Educadores Cristianos celebrado con motivo de la venida a la ciudad de Juan Pablo II en 1982 y colaboró con la Delegación Diocesana de Jóvenes. También participó como ponente en el Congreso Evangelización y hombre de hoy, celebrado en Madrid en 1985. En 1994 fue elegido por el arzobispo José Méndez, miembro del Consejo Pastoral Diocesano. En la actualidad dirige el Centro de Terapias y Atención a la Familia en Granada.

Ha publicado numerosos artículos, fundamentalmente en la prensa diaria, sobre las relaciones padres-hijos y la problemática en la pareja. Hombre creyente, manifiesta abiertamente su amor a la Iglesia, definiéndose más espiritual que religioso. Ha dedicado su vida y trabajo a la promoción y desarrollo del ser humano en el ámbito de las relaciones familiares desde una perspectiva abierta e inclusiva.

Fuente CRISMHOM

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“Homosexualidad. Las razones de Dios”(4): Resumen Cap. VIII: Razones para una Teología LGTBI

Lunes, 15 de mayo de 2023
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29058Cómo anunciábamos, a comienzos del pasado mes de diciembre, el autor de este libro recientemente publicado por la Editorial San Pablo,  nos ofrece una sorpresa, la posibilidad de ir, poco a poco publicando en esta página una serie de reseñas del libro que abran el apetito y las ganas de adentrarse en él…

«Es urgente la necesidad de una Teología más positiva en relación con la sexualidad en general y de la homosexualidad en particular».
Joseph Bernardin, cardenal norteamericano.

Solo el hombre y la mujer homosexual conocen la validez de su experiencia, especialmente de su experiencia amorosa y solo él o ella pueden conectar la misma con su fe en Dios. El amor sentido nos llama a salir de nosotros mismos y el amor al otro, con el otro, en el otro, se puede y se debe convertir en un camino excepcional para experimentar la presencia de Dios.

La comunidad cristiana LGTBI inclusiva debe reflexionar el Evangelio desde lo que es, desde ella misma, abriéndose a lo que el amor de Dios quiera decirle.

Para las personas creyentes, existe una identidad que rebasa y supera la basada en el sexo. Esta Identidad (con mayúsculas) es el poder identificarnos, nada menos que como hijos de Dios, seamos sexualmente lo que seamos.

Si la Iglesia antepusiera esta identidad filial (hijos de Dios) a cualquier otra, el hombre y la mujer homosexuales deberíamos encontrarnos especialmente a gusto y cómodos en la Comunidad eclesial, pues el día que la Iglesia acepte plenamente la identidad bautismal, anteponiéndola a cualquier otra, entonces ni el hijo heterosexual de Dios sentiría rechazo o animadversión por el hijo homosexual de Dios, ni este último podría sentir resentimiento alguno contra el primero.

Al homosexual cristiano le resulta penoso que sea la sociedad laica la que esté proponiendo dichos valores y derribando las barreras existentes, y sea la Institución eclesial la que, precisamente, batalle contra ello.

Juan nos recuerda (Jn 1,12-13) que «los seres humanos no nacen de la sangre de mujer, ni del deseo del hombre, sino que nacen de Dios». Somos sus hijos y el ritual del Bautismo nos lo hace presente, exigiéndonos excluir las categorías que hasta hoy nos dividían, para así verificar una nueva clase singular y especial de pertenencia, invalidando las diferencias identitarias sexuales y de género, y prevaleciendo la identidad fraternal en Jesús.

El Éxodo del pueblo israelita sería la metáfora perfecta del éxodo que hemos de realizar los hombres y las mujeres homosexuales. Israel estaba oprimido por el pueblo egipcio. Nosotros lo hemos estado, durante veintiún siglos, por el «pueblo heterosexual». Israel tuvo que atravesar el desierto de la libertad, camino de la Tierra prometida. La Comunidad homosexual está atravesando el desierto de la libertad hacia la Tierra prometida de la igualdad. Las penurias del pueblo israelí en la travesía fueron enormes, costosas, extremadamente difíciles, al igual que lo es la «travesía» de los homosexuales: rechazo, condena y hasta la misma muerte. Pero lo más importante de todo el proceso es que la liberación de Israel está inspirada en Dios, fundamentada en Él, al igual que lo está la liberación homosexual.

Pero también es necesario dejar atrás el posible rencor que, como oprimidos, podemos sentir hacia quienes nos rechazan, convirtiéndonos así en una comunidad que habrá logrado caracterizarse por su compasión y perdón.

La salida del armario supone, ante todo, salir del «armario interior», salir de una auto-opresión que muchos homosexuales llevan (o hemos llevado) dentro, consecuencia de la cultura heterosexista dominante. Solo si se verifica la auto-salida estaremos dispuestos para la salida social y cultural, que nos ha esclavizado durante siglos. Así estaremos llamados a rehacernos como personas diferentes y a vivir de modo diferente, forjándonos una comunidad diferente con un modo de vida distinto, que nos ayude igualmente a potenciar y desarrollar una sociedad nueva; porque, a diferencia del pueblo de Israel que salió y se alejó definitivamente de Egipto, la Comunidad homosexual seguirá viviendo en la sociedad que la oprimió, ayudándola a lograr su cambio radical hacia una sociedad igualitaria, comprensiva y aceptadora de la más profunda realidad humana.

Desde un punto de vista de fe, ¿qué significado podría tener «salir del armario»? Cuando un hombre o una mujer deciden reconocer y compartir lo que son y a quienes aman, no hacen más que actualizar el «comportamiento eucarístico» de Jesús: este, reconociéndose a sí mismo y a sus amigos lo que es, a continuación, se da a sí mismo en la Eucaristía. Ese es el fundamento de Jesús: reconocerse y darse. Y ese es el fundamento de lo que se viene en llamar «salir del armario»: reconocerse y darse. Reconocer la propia identidad sexual, dándose, igual que Jesús, a todos sin excepción, incluyendo a los que hasta hoy nos rechazaron. Por lo tanto, «salir del armario» nos hace sentirnos hijos de Dios, reconociéndonos seguidores de Jesús, al poder celebrar en nosotros mismos su acción eucarística.

1. Salir de la culpa: «culpar a la víctima».

Como si la persona homosexual hubiese elegido nacer homosexual. Fueron sus padres los que decidieron su creación. Les saliera como les saliera, los únicos responsables son los «creadores», nunca el ser creado. Sin embargo, por elemental que parezca lo expuesto, son muchos los padres y madres cristianas que no dudan en afirmar que su hijo es el culpable de su homosexualidad y, como si fuese una opción libremente elegida (y que puede por tanto dejar de tenerse), rechazan al mismo. Igualmente la Iglesia, que entiende el papel co-creador de los padres con respecto al último Creador (Dios) de la vida del hijo, culpa a este de su orientación sexual, des-responsabilizando a Dios de haber permitido, en su acto creador, la característica homosexual de la persona creada por Él.

Este discurso de «culpar a la víctima» debe ser inaceptable para nosotros, las personas LGTBI y, por tanto, no ya rechazarlo, sino obviarlo, «salir» de él a toda prisa, tal como lo hicieron los israelitas al salir de Egipto.

Además, en el sentimiento de culpa se fundamenta el mayor mal que puede sufrir el homosexual: su homofobia internalizada: «me siento culpable de lo que siento y soy, y por tanto he de rechazarme», vendría a decirle su propia voz interna. Así, el sentimiento de culpa es el arma más potente que la sociedad católica ha usado para intentar «detener» la práctica homosexual y la expansión de esta: «Dios te rechaza y, por ello, nosotros te rechazamos y tú has de sentirte culpable por ello». Este discurso de auténtico terror psicológico debe ser urgentemente contrarrestado por el hombre y la mujer homosexuales con el amor. El amor a sí mismo, dando gracias a Dios por haber sido creados con esta identidad sexual; el amor al otro, ejerciéndolo con la libertad requerida por los hijos de Dios, y el amor a los «acosadores», al fin ignorantes de lo que supone poseer el don con que Dios nos ha bendecido: tener la identidad sexual que Él, con su gracia ha querido otorgarnos. Por tanto, el sentir culpa de haber recibido ese regalo, ese privilegio de Dios, es literalmente absurdo y solo conduce a dar la razón al heterosexual opresor y a su discurso homófobo. Salir del sentimiento de culpa se hace por tanto necesario y urgente.

2. Salida del rechazo a quienes rechazan:

La tentación inmediata del rechazado (en cualquier ámbito) es rechazar al rechazante. Sin embargo, es algo que el homosexual reprobado por la Iglesia y parte de la sociedad tendría que evitar. La Iglesia lo rechaza, pero él no debiera hacerlo.

Así, la Comunidad homosexual cristiana será la nueva levadura que fermente la vieja masa eclesial, adherida a los esquemas de este mundo. Es la Comunidad homosexual la llamada a «contagiar» a la Iglesia de nuevos esquemas que hagan posible la implantación del Reino de Dios. Es imposible todo lo anterior si las personas LGTBI optamos por rechazar a los que nos han rechazado. Los hombres y las mujeres homosexuales tenemos derecho a pertenecer a la comunidad eclesial que nos ha rechazado. Tenemos derecho a permanecer y el deber de hacerlo. Solo permaneciendo en ella podemos aportar a esta los singulares y revolucionarios valores manifestados reiteradamente por Jesús, precisamente los que constituirían su nuevo Reino.

Pero es que tenemos al mismo Jesús como modelo a seguir: Jesús revolucionó literalmente los conceptos básicos de la religión judía; no la rechazó, ni se apartó de ella. Permaneciendo en ella, pudo enmendarle la plana a toda la jerarquía de aquella religión. A los que institucionalmente la representaban y a las leyes que la regían. Desde dentro de la religión judía anunció su propuesta de nuevo proyecto de vida para los humanos.

Jesús criticó duramente bastantes leyes de su propia religión, de su propia «Iglesia» e incluso animó abiertamente a no cumplir todas aquellas que menoscababan la dignidad del hombre o atropellaban sus más elementales derechos. Sin embargo, Jesús siguió dentro de dicha religión y esto le costó la vida, pues no olvidemos que fueron los sumos sacerdotes los que pidieron su muerte. Ese es el ejemplo que nos deja Jesús: no es necesario salir de la Iglesia católica para poder estar en desacuerdo (y actuar en consecuencia) con la parte doctrinal de esta que no reconozca abiertamente la dignidad de las personas LGTB. Y desde luego, jamás abandonarla por el daño que haya causado y siga causando a los hombres y a las mujeres homosexuales. Quien lo hiciera, podría subvertir el propio mensaje de Jesús. Todo lo anterior queda resumido en la petición que nos hace monseñor Olivier: «Permaneced y amad a la Iglesia y, desde dentro, ayudadla a progresar en el reconocimiento de vuestro amor». Los homosexuales debemos alejarnos de la tentación de rechazar a una Iglesia que nos rechaza, al tiempo que denunciamos el compendio de unas directrices que son injustas y opresoras. Una Iglesia que se aleja del ejercicio de la comprensión y aceptación plena del hecho homosexual, necesita urgentemente de buenas dosis de generosidad, comprensión y compasión. Necesita con urgencia de aceptación (en contrapartida al rechazo que practica). Y quizás por encima de todas las demás necesidades, necesita del perdón, porque en definitiva no tiene conciencia del enorme daño que sigue causando.

El hombre y la mujer homosexuales tenemos el reto de esforzarnos en crear espacios de fraternidad abierta, donde homosexuales y heterosexuales, hombres y mujeres, clérigos y laicos, pudiéramos convivir, en línea eucarística, en solidaridad y auténtica paz, desterradas definitivamente y para siempre la condena y el rechazo.

Tras el éxodo (salida de Egipto) al pueblo israelita le esperaba la «Tierra prometida».

La Tierra Prometida de las personas LGTB es el «Sermón del Monte», y en el mismo, Jesús nos tiene en cuenta y nos nombra:

A. Bienaventurados los pobres de Espíritu (…)

El homosexual es, socialmente, pobre. Se le ha hurtado todo privilegio que la sociedad otorga al heterosexual. Privilegios y derechos: a unirse a quien ama con el reconocimiento de aquella, a poder adoptar hijos, a poder expresar libremente su amor, tal como sí lo puede expresar el heterosexual. Se le prohíbe desempeñar determinados trabajos (en el ámbito laboral de la Iglesia, ser profesor de religión, sin ir más lejos); se ve excluido de reuniones sociales y familiares por el solo hecho de ser lo que es. Y por encima de todo no tiene acceso (si es creyente) a que su amor, el que comparte con otro homólogo, pueda ser bendecido por la Iglesia a la que pertenece. Y muchos etcéteras más.

B. Bienaventurados los pacíficos (…)

El hombre y la mujer homosexuales son esencialmente pacíficos. Han sido perseguidos y violentados y muy excepcionalmente han contestado con violencia.

C. Bienaventurados los que lloran (…)

D. Bienaventurados los perseguidos (…)

Ambas bienaventuranzas se conjugan y complementan. Si algo ha sido connatural al homosexual ha sido la persecución y el llanto. Por ello Jesús nos llama bienaventurados.

E. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia (…)

Seguramente se trate de la Bienaventuranza más fácil de asumir y cumplir por el homosexual: justicia. Sí, «hambre y sed» de hacer justicia a siglos de rechazo y oprobio, de condena, de dolor y sufrimiento «gratuito», solamente porque la sociedad heterosexista dominante optara por no admitir en su seno a quienes, sin molestar ni perjudicar a nadie, deseamos libremente amar y ejercer nuestra sexualidad de modo diferente al establecido.

F. Bienaventurados los misericordiosos (…)

Inmediatamente después de la justicia, viene el aplicar la misma con misericordia. Misericordia significa «perdón». De nuevo una Bienaventuranza al pleno alcance del hombre y la mujer homosexual. Perdonar tanto agravio y sufrimiento causado por los padres y madres que no fueron capaces de comprender las circunstancias que vivíamos sus hijos. Perdonarlos, porque ellos en definitiva fueron los primeros en sufrir (y mucho). A ser misericordiosos con una sociedad que nos excluyó de todos sus parabienes y privilegios con que envolvió las «otras» relaciones (las heterosexuales) y que además nos castigó duramente con leyes opresoras y discriminatorias, incluida la pena de muerte, solo por sentir el amor y gozar del sexo de modo distinto a la mayoría social. Ser misericordiosos y perdonar a una jerarquía eclesiástica que durante siglos no ha sabido serlo con nosotros. Sí, perdón por tanta ignorancia consentida, por tanta hipocresía demostrada. Perdón para todos, pues en realidad y como seguro que diría Jesús «no saben lo que hacen». Verdaderamente ahí está la base de la misericordia y el perdón: en creer que padres, sociedad e Iglesia han torturado psicológica y emocionalmente (y en ocasiones, hasta físicamente) «porque no sabían lo que hacían». Justicia, por supuesto. También misericordia y perdón.

G. Bienaventurados seréis cuando os insulten, os persigan y levanten contra vosotros toda clase de calumnias por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en el cielo (…)

Parece como si Jesús, al pronunciar esta Bienaventuranza, estuviese pensando en todos los homosexuales que habían de sufrir insultos, persecuciones y toda clase de calumnias, a lo largo de los siglos venideros.

Me tomo la licencia de interpretar aquí las palabras de Jesús «por mi causa», en el sentido de que los homosexuales lo son porque Dios-Padre lo ha querido así. Ahora su Hijo los recuerda en el mensaje central de su doctrina, de su Buena Noticia. Más adelante (Mt 5,13 y Lc 11,33-34) se explicita por boca de Jesús: «vosotros sois la sal de la tierra… vosotros sois la luz del mundo… no se enciende una lámpara para colocarla debajo del celemín, sino sobre el candelabro…»

Así, la Comunidad homosexual está llamada a hacer realidad este provocador programa de Jesús que haría que toda la humanidad se estableciese en una auténtica Tierra de promisión, donde se verificaría al fin el sueño de vivir relaciones fraternales entre todos los seres humanos.

Esta tendría que ser la vocación específica de las personas LGTBI: liberar a la sexualidad de sus limitaciones patriarcales y heterosexistas y reintegrarla en una espiritualidad plena donde se dé gracias al Creador por habernos creado como seres sexuados. En definitiva, el amor sexual (sea homosexual o no) debería ser facilitador (y no evitador) de la comunión con lo divino en el encuentro con la otra persona. Más aún, la actividad sexual debería conllevar un nuevo enfoque del placer, alejándolo de la mera genitalidad, en la que los amantes podamos experimentar una clara sensación de trascendencia que rebase la realidad de los límites físicos. Los hombres y las mujeres LGTBI estamos en disposición privilegiada de ahondar en esta vertiente espiritual liberados, como estamos, de tener que centrarnos en tareas reproductoras y en el debate secular de si estas son las que agradan a Dios y bendice a los que las practicamos y condena a los que no.

Y es que, al final del arcoíris, nos aguarda un no definitivo a la violencia endémica del ser humano, a la opresión de unos sobre los otros. Por el contrario, nos espera un sí total a la paz, a la solidaridad, a la generosidad y la gratuidad. Un sí definitivo e inclusivo al Reinado de Dios en la Tierra

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“Homosexualidad. Las Razones de Dios” (3), Capítulo: Las razones de Dios, de Miguel Sánchez Zambrano

Lunes, 27 de marzo de 2023
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Cómo anunciábamos, a comienzos del pasado mes de diciembre, el autor de este libro recientemente publicado por la Editorial San Pablo,  nos ofrece una sorpresa, la posibilidad de ir, poco a poco publicando en esta página una serie de reseñas del libro que abran el apetito y las ganas de adentrarse en él…

«Dijo Dios: “Hágase”, y vio Dios cuanto había hecho. Todo estaba muy bien».

Génesis 1,3.

Parto de la razonable idea de que todo lo que existe en la Naturaleza, creado por Dios, este lo ama y lo bendice, incluida la sexualidad de la persona.

Dios nos creó sexuados. La sexualidad y el placer que conlleva es, sin lugar a dudas, el gran regalo de Dios hecho al hombre y a la mujer, creados por Él.

Desgraciadamente, dentro de la Iglesia y la tradición cristiana, dicha sexualidad se ha visto como un problema (un muy serio problema), en vez de como un regalo de Dios.

¿Cómo Dios ha podido darnos a las personas homosexuales el don de serlo y a continuación, negarnos su práctica? Esto es lo que predica la Iglesia.

La relación heterosexual, la sustentó en dos poderosas razones: que hombre y mujer pudieran expresarse su amor de modo total, emocional y físicamente y que a través de ese acto de amor se canalizase el modo de reproducirse.

¿Cuáles pudieran ser las razones de Dios para contemplar en su plan la creación de hombres y mujeres homosexuales? Hombres y mujeres con posibilidad de amar y ser amados, pero no de procrear con sus iguales.

Razón nº. 1:

Por extraño que pueda parecer, Dios glorifica a quienes no procrean,  no tienen hijos.

En Isaías 56,4-5 se lee que a los que no puedan, u opten por no tener hijos, como María y José, pero sí amar y construir su vida junto al ser amado, «Dios les dará algo mejor que tener hijos o hijas», según la expresión del profeta. Ese «algo mejor»  que tener descendencia va a ser nada menos que la gloria, siempre claro, que cumplan su voluntad.

En realidad, la «no procreación» queda definitivamente glorificada en María y José, y en el propio Jesucristo. Todos ellos incumplieron con el mandato divino de «creced y multiplicaos».

Razón nº. 2:

Jesús nace en el seno de una pareja no procreativa, que es la elección (obligada) de todo hombre o mujer que se une en pareja con un igual. Además, la mujer (María) tiene un hijo (el propio Jesús) de «otro padre» (el Espíritu Santo), o sea, tenemos una madre soltera, un padre que elige ser eunuco funcional y adopta a Jesús.

Madre soltera, padre eunuco funcional, hijo también eunuco funcional y matrimonio que queda sin descendencia. Este es el tipo de familia que Dios designa y escoge para la encarnación de Jesús. Realmente una familia muy singular y nada que ver con el patrón católico oficial, en dónde Jesús asume el destino de millones de hijos de matrimonios irregulares, de mujeres violadas y de hijos de parejas homosexuales.

En definitiva, si para Dios constituirse en familia es más que suficiente amar y hacer la voluntad de Dios, sin incluir la procreación, nos encontramos con que la familia formada por dos homosexuales va a ser del entero agrado de Dios.

Razón nº. 3:

La justificación del acto sexual por la sola procreación proviene de la filosofía estoica, no de la Biblia ni, ni de las palabras de Jesús. Es San Agustín quien recoge esta idea de tendencia pagana y la asume,
oscureciendo así la verdadera moral cristiana.

En el Génesis Dios manifiesta claramente que «no es bueno que el hombre esté solo». Esta afirmación la hace totalmente desligada del «creced y multiplicaos». O sea, dota a la persona de dos necesidades: la necesidad de intimidad-compañía y la necesidad de procrear. La imposibilidad de una no anula la posibilidad de la otra. A los heterosexuales, que no pueden procrear, no se les priva del acto unitivo-sexual. Igual consideración reclamamos para nosotros los homosexuales que, por razones obvias, tampoco podemos hacerlo.

Razón nº. 4:

La esencia del amor de Dios es la gratuidad. Esa es la esencia del amor homosexual. La mayor renuncia con que se van a encontrar los amantes homosexuales, es que su relación no tendrá descendencia. Así es como se gesta un amor plenamente gratuito. El amor entre dos iguales es la más cercana analogía al amor de Dios. Un amor que no puede nada, que no espera nada.

He ahí la grandeza del mismo y, al mismo tiempo, también hay que reconocerlo, la dificultad del mismo. El amor entre dos iguales solo podrá encontrar su fuerza, su permanencia, su crecimiento, si toma como referencia permanente el propio amor de Dios. Si lo logra será tan duradero, tan verdadero, como es el de Dios y, por tanto, Dios será su mayor sostén, su permanente aliento y alimento.

Podemos concluir que el amor que surge entre dos iguales realmente es un don gratuito de Dios, que lo otorga a los elegidos libremente por Él. A este amor, naturalmente, también pueden acceder los que, siendo heterosexuales, bien son estériles, o bien renuncian a la procreación. En uno de los dos apartados se encuentra la pareja de María y José. Y esto no es así porque sí. En Dios siempre hay una intención que abre posibilidades al amor. Esa posibilidad es el proyecto de Amor (con mayúsculas) más grande jamás imaginado. Para Dios todo es posible, si está abierto a la realización amorosa. La familia «diseñada», para que Él pueda encarnarse, dista del ideal de «familia cristiana». El verdadero acto de amor de María y José es el consentimiento pleno de ambos,que significa la posibilidad que Dios se haga hombre. Acto de amor inimaginable en ninguna otra religión o corriente espiritual. Dios, a través del ángel pide permiso (literalmente) a una mujer para poder encarnarse en ella. Precisamente a una mujer, ciudadana de segundo orden. Ella plantea sus dudas y el ángel la deja con total libertad de elección. ¡Todo el Plan redentor de Dios pendiente de la aceptación de una mujer!, todo queda en suspenso hasta que María asiente, da el permiso y comienza el prodigio. Solo el amor hace prodigios. Da igual a través de quién se manifieste ese amor: entre un hombre y una mujer (José y María), que no tendrás descendencia, o entre un hombre y un hombre o entre una mujer y una mujer que también ejerzan su sexualidad igualmente como culmen de su amor, también sin descendencia. ¿Puede aún haber dudas de que Dios bendice toda unión basada en el amor y que cumpla su voluntad, aunque esa unión no sea procreativa?

Razón nº. 5:

Dios para crear, no actúa de modo sexual. El potencial creativo de Dios proviene del amor. Él mismo es Amor y por tanto, el Amor es el que crea.

Las palabras de Platón, sin ningún tipo de matiz religioso, resumen con precisión lo expuesto en estas líneas: «aunque el amor entre dos hombres no engendre hijos, genera ideas bellísimas, arte y hechos de valores eternos».

Sexualidad no es igual a genitalidad. La rebasa, la supera, al ser una fuerza integradora de la personalidad, que permite la apertura al otro o a la otra.

El amor es el sentimiento con que Dios ha caracterizado y distinguido a toda criatura humana, con reproducción o sin ella. Esta sí que es una muy buena razón para que Dios haya contemplado la creación de seres homosexuales y, en definitiva, a los ojos de la Iglesia poco tendría que importar si la relación amorosa es o no reproductiva, recordando de nuevo que el cristianismo no se reproduce por la biología, sino por la conversión y que la única identidad que debería importar a la Iglesia, antes que ninguna otra incluida la identidad sexual, debería ser la de hijos de Dios, la que nos iguala y nos hace hermanos

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Miguel Sánchez Zambrano: «La aceptación de las personas LGTBI, junto al sacerdocio femenino, será el mayor desafío con el que se va a enfrentar la Iglesia en el siglo XXI»

Lunes, 6 de marzo de 2023
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Captura web_3-3-2023_195023_Interesante entrevista con  Miguel Sánchez Zambrano, sobre su libro Homosexualidad. Las Razones de Dios,  del que ya hemos hablado en el blog:

«Me quedo con el estudio en profundidad que he realizado para fundamentar y exponer las razones para lograr desmontar la condena de la homosexualidad por la Iglesia»

6 febrero, 2023.

Miguel Sánchez Zambrano, sobrino de la filósofa María Zambrano, nació en Granada en 1953. Es farmacéutico, terapeuta sistémico y ayudador, (prefiere este término al anglicismo coach. Cofundador en 1983 y director de Hogar 20 hasta 1999. También es miembro fundador de las Asociaciones AVALON (VIH) y APREX (ex-toxicómanos) y del Comité Antisida de Granada. En la actualidad dirige el Centro de Terapias y Atención a las Familias. Es autor de numerosos artículos en prensa y como creyente manifiesta abiertamente su amor a la Iglesia. Acaba de publicar “Homosexualidad. Las razones de Dios” (Edit. San Pablo), presenta el viernes, 10 de marzo, a las 19,30 horas, en el Centro “María Zambrano” de Granada (Avda. de América, 55).

– ¿Cuáles han sido las principales motivaciones a la hora de escribir este libro?

Hago mío el motivo por el que San Pablo edita el primer libro sobre homosexualidad: “el objetivo es provocar el diálogo y de incentivar profundizar sobre el tema”. Me motiva que mis hermanos y hermanas gays y lesbianas, encuentren un capítulo, una palabra con la que identificarse, que los haga un poco más libres, un poco más felices y que mis hermanos y hermanas heteros, vivan felizmente su sexualidad, sin rechazar ni avergonzarse de quienes no somos igual a ellos. El Superior-Provincial de España de los Jesuitas, Antonio España, vaticina que “este libro será una ayuda grande para la Iglesia”. Esa es mi mayor ilusión.

– ¿Cuál ha sido el proceso seguido para darle forma?

Ha sido un arduo trabajo de investigación bíblica sobre el tema, que comencé hace más de 10 años. En el tintero aguarda escribir cómo se habría desarrollado el proceso evolutivo de la Iglesia, celebrando que un gran número de sus hijos, Dios los ha querido Homosexuales. Sé que es un sueño, pero no imposible, pues la Iglesia se ha enfrentado a retos mayores, como fue su desgaje de la religión judía, su matriz, teniendo en cuenta que era la religión del propio Jesús.

La página inicial (Sabías que…,) ¿pretende centrar la atención sobre hechos determinantes en la visión histórica de la homosexualidad?

Así es. Son hechos de la escritura silenciados históricamente por la Iglesia, que demuestran que la homosexualidad es una identidad sexual querida por Dios, como no puede ser de otro modo, al haberla dispuesto Él en un determinado número de persona. Ni perversidad, ni enfermedad. Se trata de una variante de la sexualidad, que Dios ha querido se dé en la naturaleza humana, e igualmente en el reino animal.

– ¿Qué le agradó más del prólogo de Carlos Domínguez Morano S.J.?

Me emociona Carlos Domínguez, pues en su prólogo resume la intención del libro y sería extraordinario que se cumpliera su deseo, al afirmar que su lectura “puede ayudarnos a todos, sencillamente a ser mejores persona”.

– De todas las razones que desarrolla en sus páginas centrales comenzó por la suya propia, seguida de las razones para demostrar el sufrimiento, desmontar el rechazo, la condena, el cambio de la Iglesia, las razones de Dios, el matrimonio y la adopción, para una Teología homosexual, para el perdón y para soñar…  ¿Cuáles considera fundamentales?

Me quedo con el estudio en profundidad que he realizado para fundamentar y exponer las razones para lograr desmontar la condena de la homosexualidad por la Iglesia, que se ha basado en textos del Antiguo Testamento, de hace más de 3.000 años. Especialmente el Levítico condena toda relación que no facilite la procreación: la masturbación, la eyaculación fuera de la mujer o la relación durante la menstruación, e igualmente la homosexualidad. O sea, toda relación no procreativa y es lógico, pues el autor sagrado trata de asegurar la natalidad, la supervivencia de aquel pueblo que ha de atravesar un desierto para llegar a la Tierra Prometida. Sorprende que, de todas aquellas leyes judías, sea exclusivamente la referente a la homosexualidad, la que siga condenada y reprobada por la Iglesia. Igualmente se castiga recortarse la barba (pena de muerte), trabajar en sábado o vestirse con dos clases de tejido. Sobra cualquier comentario.

– En su nota final afirma que en su caso jamás ha sufrido desprecio, rechazo o condena directa sobre su persona por su homosexualidad ¿A qué cree que se ha debido?

Quizás las personas que me conocen, les han importado más mis hechos, mi vida y no con quien comparto mis sentimientos. Sea o no ese el motivo, sí me considero privilegiado.

– En las últimas páginas se incluyen documentos para la bendición nupcial en uniones de parejas del mismo sexo ¿Cree que pueda llegar el momento en el que la Iglesia pueda bendecir a una pareja homosexual?

Si la Iglesia llega a plantearse seriamente bendecir a las parejas de igual género, ha de cambiar toda la moral sexual. Para la Iglesia, las relaciones fuera del matrimonio son pecado, tanto las homosexuales como las hetero. Al no poder casarse, una pareja homosexual que, amándose tenga una relación íntima, estará pecando (al igual que una heterosexual) y consecuentemente no pueden ser bendecidos. Es muy difícil entender que sea pecado lo que Dios mismo ha dispuesto en la Naturaleza (la relación sexual) y sólo tras el sacramento del matrimonio, el sexo sea bueno a los ojos de Dios.

– ¿Para qué un anexo de léxico castellano para el desprecio homosexual?

Para hacer evidente hasta qué punto se ha llegado socialmente a despreciar, ridiculizar y mofarse de la homosexualidad y los homosexuales. El castellano contiene hasta 48 palabras que nos ofenden y nos hieren.

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El autor en una actividad celebrada en el Centro María Zambrano (Granada)

– ¿Quiénes consideran que pueden ser los principales destinatarios de su libro?

Este libro interesa a todo aquel que desee conocer cómo la Teología y la moral católica han desvirtuado el hecho homosexual, condenándolo, al extrapolar la lógica condena de la violencia homosexual (lo que intentaron los sodomitas con los enviados del Señor) con la relación homosexual fundamentada en el amor mutuo. Igualmente analizo en qué pasajes bíblicos puede fundamentarse la Iglesia para levantar la condena y acoger a los homosexuales en igualdad con los heterosexuales, considerando que la identidad de todos como hijos de Dios, debe prevalecer por encima de cualquier otra identidad, incluida la sexual. Y especialmente me dirijo a todo aquel que, por su homosexualidad, haya sufrido desprecio, condena, acoso o incluso se haya sentido culpable, exponiendo cómo llegar a superar todo es cúmulo de sufrimiento y dolor, pues como escribe mi tía, la filósofa María Zambrano, “solo cuando el hombre acepta íntegramente su propio ser, comienza a vivir por entero”.

– ¿Desea añadir algo más?

Sí, repetir que el pecado de Sodoma, base de la condena homosexual, fue el intento de sus habitantes de violar a los enviados de Dios. El autor condena dicha violencia y por tanto, la inhospitalidad de los sodomitas. En ningún momento se condena la unión amorosa de dos personas del mismo género que mantengan una relación amorosa estable y libremente elegida. Por tanto, la pregunta es: ¿Qué piensa hacer la Iglesia con nosotros, los homosexuales que decidimos vivir nuestra relación en el mismo marco de amor fiel que la unión hombre-mujer?

Pienso que la aceptación de las personas LGTBI, junto al sacerdocio femenino, será el mayor desafío con el que se va a enfrentar la Iglesia en el siglo XXI, al no poder eludir la obligación de discernir sobre la realidad humana de la homosexualidad. Es un reclamo de amor y justicia de millones de homosexuales cristianos, al que solo ella puede dar respuesta desde la fe. Por último, expresar mi disponibilidad para debatir sobre este tema, con cualquier grupo o persona que le interese, siempre desde el respeto profundo a la Iglesia y sin caer en rechazar a quienes nos rechazan.

Fuente El Ideal de Granada

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“Homosexualidad. Las razones de Dios”(2): Razones para el cambio de la Iglesia.

Miércoles, 8 de febrero de 2023
Comentarios desactivados en “Homosexualidad. Las razones de Dios”(2): Razones para el cambio de la Iglesia.

29058«Pedimos tiempo a los homosexuales. Amad a la Iglesia y, desde dentro, ayudadla a progresar en el reconocimiento de vuestro amor».

Monseñor Olivier Ribadeau Dumas.
Portavoz de la Conferencia Episcopal francesa.

Cómo anunciábamos, a comienzos del pasado mes de diciembre, el autor de este libro recientemente publicado por la Editorial San Pablo,  nos ofrece una sorpresa, la posibilidad de ir, poco a poco publicando en esta página una serie de reseñas del libro que abran el apetito y las ganas de adentrarse en él…

Un libro escrito por un buen amigo de esta página, alguien fiel a la misma y que generosamente ha ayudado a mantenerla viva… Un libro que puede resultar una buena sugerencia para regalar en cualquier ocasión… ¿por ejemplo por San Valentín?

Comparto con los amigos de “Cristianos Gays” el resumen de un nuevo capítulo del libro de mi autoríaHomosexualidad. Las Razones de Dios”, que denomino “Razones para el cambio de la Iglesia”, siendo el primer libro editado por una editorial católica (San Pablo) respecto al tema que nos ocupa.

………………………………………..

Este es el criterio actual de la Iglesia sobre la homosexualidad y los homosexuales:

1. «La condición homosexual, al no ser libremente elegida, no puede ser pecaminosa».

2. «El acto homosexual, al estar privado de su finalidad de procrear, es intrínsecamente desordenado y pecaminoso».

En el primer punto, la Iglesia ya no condena la homosexualidad por moralmente pecaminosa, pues al reconocer que «la condición homosexual no es libremente elegida», la condena queda automáticamente dinamitada. Es un paso de gran importancia.

El punto segundo, revela lo penoso que resulta que sea precisamente la Iglesia, depositaria del Amor con mayúscula, la que identifique el acto sexual con el acto reproductivo. En el reino animal, sexualidad y reproducción están íntimamente ligados, pero al llegar al ser humano, el instinto se transforma en libertad y la sexualidad eclosiona en el amor.

¿Es tan difícil para la Iglesia admitir esa conexión identitaria entre sexualidad y amor, sin tener que pasar por la procreación? El Concilio atribuyó dignidad propia a la sexualidad, cuando la descendencia esté excluida (GS 50), refiriéndose a personas heterosexuales que no son fértiles. Pero en la pareja homo (que no procrea) queda marginada y condenada su relación. Además, si la Iglesia admite los métodos naturales para evitar la procreación, ¿cómo rechazar las relaciones en las que la Naturaleza no contempla dicha procreación, como sucede en la relación íntima entre iguales?

La Iglesia ya no puede eludir la obligación de discernir, iluminada por la fe, en la realidad humana de la homosexualidad. Es un reclamo de amor y justicia que debe ser atendido. La Iglesia debe iluminar un cambio de actitudes y criterios, sin olvidar que solo ella puede hacerlo desde la Fe.

La pregunta es: ¿Qué piensa hacer la Iglesia con nosotros los homosexuales, que decidimos vivir nuestra relación en el mismo marco de amor fiel que la unión hombre-mujer? Esta modalidad de relación sexual-amorosa no está condenada en la Biblia. Lo único que se condena es la violencia (lo que intentaron los sodomitas) del mismo modo que está condenada en las relaciones heterosexuales. La aceptación de las personas LGTBI y la formación consiguiente de familias sería, sin temor a exagerar, el mayor desafío con el que se va a enfrentar la Iglesia en este siglo XXI.

Veamos lo que dice el Antiguo y el Nuevo Testamento sobre la relación afectivo- amorosa entre iguales: en el Antiguo recordamos la historia de David y Jonathan y de Ruth y Noemí, que son suficientemente elocuentes.

Pero vayamos al Nuevo Testamento. Nos centramos en la sanación del siervo del centurión (Mt 8,5-13). Llama poderosamente la atención las palabras griegas que utiliza Mateo en relación al siervo del militar romano: «entimos» y «pais», que se traducen como «mi muchacho amado». Lo primero a resaltar es que esta denominación queda fuera del lenguaje habitual de un militar hacia un esclavo. ¿Por qué le llama “mi muchacho amado” ante Jesús?

Con relación sexual o sin ella, Jesús se encuentra con un estrecho vínculo afectivo- amoroso entre dos hombres. Jesús pudo aprovechar la coyuntura para definirse sobre cómo habría de ser y no ser, la relación de amor entre dos hombres y esto es lo que sucedió:

El militar le expresa con vehemencia «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una sola palabra tuya bastará para sanar a mi muchacho amado». Y el Señor le responde premiándolo, ensalzando todo lo que encerraba el corazón del centurión: amor por un igual y fe.

¿No deberían ser estas dos claves (amor y Fe) las que deberían de bastar a la Iglesia para aceptar en plenitud a quien las sintiera y manifestara amar y tener fe, aunque ese amor fuese por otro igual? A Jesús le bastó y con la curación milagrosa, «debida a la fe de un homosexual», según opina el Teólogo Xabier Pikaza, bendijo aquel amor y aquella fe y por tanto, implícitamente, aquella relación en la que “el centurión es candidato idóneo al rótulo actual de homosexual”, concluye Pikaza.

Por último, destacar las declaraciones de 20 obispos y cardenales de Europa, África y América que apoyan y acogen explícitamente el movimiento LGTBI. Entre todas destaco al fallecido Arzobispo de Ciudad del Cabo y Nobel de la Paz, Desmond Tutu: «A muchos de nosotros nos produce angustia imaginar que Dios puede crear a alguien y decirle: “te odio por cómo te he hecho”. No quisiera ir a un cielo que fuera homófobo. No, mejor me disculparía y diría que quiero ir a otro lugar. Con gran dolor contemplo la represión de hermanos africanos cuyo único crimen es practicar el amor. El odio, en ninguna de sus formas tiene lugar en la casa de Dios».

Raúl Vera, obispo de Saltillo (Méjico), declaró en 2019, refiriéndose a los homosexuales: «Este banquete de la Eucaristía es para ustedes que tantas veces saborean el desamor, desprecio y odio».

El Arzobispo de Múnich y Presidente de la Conferencia Episcopal alemana, además de estrecho colaborador del Papa, Reinhard Marx, al periódico Angsberger Algmeine, expresando públicamente sentirse arrepentido de no haber actuado en contra de la ley que prohíbe la homosexualidad en Alemania, declarando que «La Iglesia no ha sido precisamente pionera en la defensa de los derechos de los homosexuales», añadiendo que «Debemos expresar nuestro arrepentimiento por no oponernos a la persecución de los homosexuales. La legislación del matrimonio homosexual no constituye un ataque a la Iglesia», concluyendo que «La historia de los homosexuales en nuestra sociedad es una historia pésima, porque hemos hecho mucho para marginarlos. Debemos pedirles perdón, pues no se puede decir que la relación entre dos hombres, si son fieles, no tiene ningún valor».

Es gratificante recoger lo expresado por el obispo brasileño Antonio Carlos Cruz Santos: «Si la homosexualidad no es una enfermedad, si no es una elección, desde la perspectiva de la fe, solo puede ser un Don. El Evangelio por excelencia es el Evangelio de la inclusión. Es una puerta sí, pero siempre está abierta». Añadiendo: «El homosexual puede vivir su orientación de una forma digna y ética o de la forma promiscua, pero la promiscuidad puede vivirse en cualquier orientación sexual. Si la persona no elige ser gay, la atracción por el mismo sexo solo puede ser un regalo de Dios, pero quizás nuestros prejuicios nos impiden recibir ese Don».

Monseñor Olivier Ribadeau-Dumas, portavoz de la Conferencia Episcopal gala, expresó: «En la relación amorosa de dos personas del mismo sexo, hay algo de Dios que habla allí. Entiendo lo impacientes que estáis los homosexuales. Dadnos tiempo. Amad a la Iglesia y, desde dentro, ayudadla a progresar en el reconocimiento de vuestro amor».

Igualmente, emocionan las declaraciones del obispo auxiliar de Detroit, ya jubilado, Thomas John Gumbleton: «Creía firmemente que mi homosexualidad era una elección mía y por tanto un pecado. Mi punto de inflexión fue cuando mi propio hermano, casado y con cuatro hijos, salió del armario».

Por último, resaltar el trabajo de laicos muy comprometidos, como los asociados en CRISMHOM en Madrid o la página en Internet de «Cristianos Gays», coordinándose con grupos ecuménicos y laicos.

La esperanza se abre camino. El conjunto de las anteriores declaraciones, todas ellas inclusivas, pueden ser el comienzo de un nuevo paradigma eclesial que aborde el tema que nos ocupa con una sensibilidad que se abre camino en amplios sectores de la Iglesia, sin posible vuelta atrás.

El autor, Miguel Sánchez Zambrano

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“Homosexualidad. Las razones De Dios” Cap. 1º: “Mis razones”

Miércoles, 28 de diciembre de 2022
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29058Cómo anunciábamos, a comienzos de este mes, el autor de este libro recientemente publicado por la Editorial San Pablo,  nos ofrece una sorpresa, la posibilidad de ir, poco a poco publicar en esta página una serie de reseñas del libro que abran el apetito y las ganas de adentrarse en él…

Un libro escrito por un buen amigo de esta página, alguien fiel a la misma y que generosamente ha ayudado a mantenerla viva… Un libro que puede resultar una buena sugerencia para regalar en Navidad o Reyes.

El esperado libro “Homosexualidad. Las razones de Dios” ya está en la calle. Es la primera vez que una editorial de Iglesia (San Pablo) aborda en profundidad este tema.

Su autor, Miguel Sánchez Zambrano, nos envía un resumen del primer capítulo titulado “Mis razones”

MIS RAZONES

Angustia tengo por ti, que me fuiste muy dulce.
Más maravilloso me fue tu amor, que el amor de las mujeres
.

David a la muerte de Jonatán.
(2 Samuel 1,26)

Tenía 14 años cuando el padre escolapio nos reunió en clase para darnos algunas «orientaciones sobre sexualidad». La charla duró una hora (naturalmente sin opción alguna a preguntar, lo hubieras entendido o no). Daba igual comprenderla, pues se trataba de asimilar o grabar lo dicho, sin posibilidad de objetar nada de lo expuesto. De aquella hora solo recuerdo con nitidez los segundos que pudieran durar las siguientes palabras: «…y tened muy claro que, si tenéis alguna vez relaciones con una chica, Dios os castigará con el infierno, y si se os ocurre hacerlo con un chico, entonces será mucho más horrible para Dios y os castigará doblemente. Nunca lo hagáis con una chica, pero jamás, nunca jamás, se os ocurra hacerlo con un chico».

Hacía tres años que había descubierto la sexualidad con otro chico. Aquel juego de preadolescentes me pareció un regalo de Dios que, de golpe, tras las duras palabras del padre escolapio, se transformó en un tremendo temor al más severo de los castigos.

Al terminar la charla, ya a solas y con el miedo (pánico) a ser «descubierto», le pregunté sobre lo dicho en clase. Sin darle más importancia vino a repetir una a una las palabras condenatorias ya oídas anteriormente.

Mucho tiempo después, estudiando mi caso (soy Psicoterapeuta) entendí que en aquel momento quedé en estado de shock. Por último, decir que vivía una fe experimentada desde pequeño, educado en las Siervas del Evangelio de Granada y en una familia de arraigada tradición católica. El trauma emocional sufrido tras las palabras del escolapio, lo gestionó mi mente somatizándolo en un foco epiléptico, que se manifestó a mis 22 años, dando así salida a la fuerte tensión acumulada durante los años precedentes.

El máximo dolor que puede llegar a sufrir el homosexual cristiano se fundamenta en que por un lado, mientras la Iglesia le dice: Dios te condena si vives según la identidad sexual que El te ha dado», en su corazón, la voz de Dios le dice: «Te amo y te bendigo cuando actúas según el don de ser homosexual que yo te he dado». Por tanto, todo homosexual que mantiene su fe y que logra no abandonar la Iglesia, tras escuchar los pronunciamientos de ciertos prelados, tiene que pasar por el proceso de lograr distinguir entre la voz de Jesús (que le dice que le ama tal cual es, que quiere acompañarlo y que habita en su corazón) y la voz de la Iglesia que le dice que Dios rechaza lo que hace. Y este proceso es un camino de crecimiento espiritual ciertamente muy doloroso.

Y es que la Iglesia ha llegado, por ahora, a un callejón sin salida, además de a una gran paradoja: trato de respeto, compasivo y comprensivo hacia la persona homosexual y rechazo frontal, por «intrínsecamente desordenado», según el Catecismo, hacia la relación homosexual.

El foco epiléptico, consecuencia de la profunda división mental que vivía fue diagnosticado y controlado eficazmente y de inmediato por el psiquiatra y sacerdote claretiano, Rafael Gómez Manzano. Con una fuerte medicación de 11 grageas diarias y un régimen de vida muy estricto, en 2017 la epilepsia quedaba totalmente asintomática, constatando la sanación la Resonancia Magnética que el Neurólogo González Maldonado me mando hacer. O sea, estaba curado. Pregunté al doctor: «Entonces, en realidad, ¿qué es lo que ha quedado en mi cerebro?». Él me respondió: «Mira, Miguel, si se tratase de una herida, lo que te ha quedado es la cicatriz de la misma. Tu “herida mental” se ha cerrado. Había desaparecido la división en mi mente. Había recuperado mi salud mental, pero me quedaban otras dos «áreas» dañadas, la psico-emocional y la espiritual, al haber sido un sacerdote de quien recibí aquella fatídica condena. En 2021 logré sanar ambas, tras haber realizado el proceso de Justicia Restaurativa y haberme encontrado con el Provincial Escolapio P. Jesús Elizari, que me levantó la condena y me bendijo, pidiéndome perdón y mostrando su dolor por lo ocurrido y las consecuencias que había padecido.

Y frente a tanto dolor, la esperanza que nos va infundiendo el papa Francisco.

A los homosexuales cristianos, nos es urgente e imprescindible que el Papa sea capaz de tener las ideas muy claras y muy definida la dirección que opte por tomar. Nuestra esperanza se fundamenta en su cometido profético. La Iglesia ha de recuperar urgentemente su función esencial: defender la vida, erradicar todo posible sufrimiento y bendecir a los que, por amor, decidan compartir sus vidas con un igual, tal como lo hace con los heterosexuales y que estos no resulten, como hasta hoy, privilegiados. Todos somos hijos de Dios, todos somos iguales. Así nos lo enseñó Jesús y así lo predica la Iglesia.

Las páginas de este libro desean ser solo una aportación más (tal como opina la Editorial S. Pablo al decidir publicarlo) una aportación que fomente el diálogo e incentive la profundización sobre el tema.

Me mueve la posibilidad (aunque sea solo posibilidad) de que mis hermanos y hermanas gays y lesbianas (personas LGTBI), encuentren un capítulo, una frase, una palabra con la que identificarse y, reconociéndola como propia, los haga un poco más libres, un poco más felices y, porque no, un poco más creyentes y que mis hermanos y hermanas heteros vivan felizmente su sexualidad, sin rechazar ni avergonzarse de quienes no somos igual a ellos. Me sentiré colmado si esto ocurre en uno solo de los que hayáis decidido leerme. Y si no fuese así, siempre me quedará la esperanza de que eso ocurra en algún otro futurolector.

Extraído del libro “HOMOSEXUALIDAD. LAS RAZONES DE DIOS” (San Pablo 2022)

***

RAZONES PARA DESMONTAR LA CONDENA

«Amas a todos los seres; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado (…). En todos los seres está tu Espíritu inmortal».

Sabiduría 11,24-26

«Todo amor, se tenga o no conciencia de ello, es amor de Dios».

Ibn Arabi, judío murciano del siglo XII

«Es posible amar lo que somos sin odiar lo que no somos».

Kofi Annan, ex-Secretario General de la ONU

«Yo no soy quién para juzgar a los homosexuales».

Papa Francisco

«Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel o su orientación sexual. El odio se aprende, igual que se aprende a amar».

Nelson Mandela

Los textos bíblicos en los que se basa el rechazo y condena a la homosexualidad se encuentran fundamentalmente en los libros del Génesis, Levítico, Deuteronomio, Jueces y Romanos.

El Levítico. Este libro es, en verdad, un documento histórico extraordinario al ser la base social organizativa de una determinada sociedad, la judía de hace muchos cientos de años, en un determinado tiempo y en unas especialísimas circunstancias.

La sociedad judía acababa de constituirse como tal, ocupando su propio territorio (la Tierra prometida) y necesitaba organizarse social y políticamente. Sucede que, al sentirse pueblo elegido por Dios, las que tenían que haber sido meras leyes, normas o disposiciones para organizar su convivencia, todas ellas quedan «bañadas» por su propia orientación religiosa. No hace falta ir muy lejos para encontrar sociedades que articulan sus leyes y normas de convivencia en base a una religión concreta. Así lo hizo la España franquista, que las articuló según las bases de la doctrina católica, en este caso de modo extremadamente ortodoxo. Parece congruente que una vez acabado dicho periodo político, desaparezcan dichas leyes y se articulen las nuevas, según las necesidades reales de la sociedad de su tiempo.

Tal ocurrió en nuestro país entre 1975 y 1978. Lo que ya no resulta congruente es que una legislación de un pueblo articulada hace miles de años permanezca vigente en nuestros días, en el ámbito eclesial, al menos en algunos aspectos, como ocurre con el tema que nos ocupa.

Nos encontramos pues con aquel pueblo, el judío que tiene que asegurar a toda costa su supervivencia. Por ello, todo lo que impidiese o no facilitase el hecho procreativo sería digno de reprobación y condena. En esas condiciones concretas, la práctica homosexual, la masturbación, la eyaculación fuera del cuerpo de la mujer o, simplemente, la relación cuando esta estuviese en periodo menstrual (imposible procrear) eran, lógicamente y debido a aquellas especiales circunstancias, hechos igualmente condenados.

Llama la atención que, de entre todas las prácticas citadas, sea exclusivamente la homosexual la que en pleno siglo XXI continúa reprobada y calificada como «pecado nefando». Esto no es solo injusto sino extremadamente sorprendente. Ni existen aquellas circunstancias históricas, ni la sociedad está en peligro de extinción. Y no dejaría de ser curioso o anecdótico, si no fuera por la cantidad de sufrimiento humano que este inexplicable hecho ha traído consigo a través de los siglos: persecuciones, hogueras, prisiones, tortura, muertes aterradoras en campos de concentración… y todo por el solo hecho de ser homosexual. La masturbación ha quedado relegada, siempre en el plano religioso, a ser un pecado, digamos de «segundo orden», como aún lo considera la Iglesia, y la eyaculación fuera del cuerpo femenino o el acto sexual durante la menstruación, como actividades sexuales condenadas, se perdieron en la noche de los tiempos. ¿Por qué la condena del acto homosexual y los que lo practican sigue con inusitada vigencia en la Iglesia católica y la cultura que esta alimenta?

No existen en la historia cultural y religiosa de la humanidad unos textos que hayan causado mayor dolor y muerte a tan ingente número de personas y, lo más triste, que los sigan causando.

Es necesario tener presente desde este momento que, junto a los versículos en que el Antiguo Testamento propone el máximo castigo a quienes realicen actos homosexuales, aparecen en igual grado de rechazo, e igualmente prohibidas y castigadas, las siguientes instrucciones:

1. Sembrar un campo con dos clases de semillas o vestir con dos clases de tejidos.

(Lev 19,19)

2. Comer sangre, bajo pena de ser extirpado del pueblo.

(Lev 17,10).

3. Raparse la cabeza o recortarse la barba.

(Lev 19,27).

4. Comer animal muerto o despedazado por las fieras.

(Lev 22,8).

5. Castigar con la muerte a quien blasfeme.

(Lev 24,10).

6. Yacer con mujer durante la menstruación.

(Lev 20,18).

7. Acostarse con varón como con mujer.

(Lev 18,22).

¿En qué difieren las prohibiciones?, ¿debemos los cristianos obedecerlas o sencillamente enmarcarlas en la vida de un pueblo en una época concreta (alejada de nosotros en siglos) y con razones ajustadas a su realidad social, radicalmente diferente a la nuestra? La Iglesia abandonó la obediencia a las seis primeras, ¿por qué persiste en actualizar la condena de la séptima?

Entonces, ¿qué es lo que directamente se condena en la Biblia, respecto al tema sexual? Veamos:

1. El abuso sexual a un hombre. Esto es, la violación del mismo (Gén 19,5-6). Sin embargo, es muy llamativo que no condena la violación a la mujer.

2. El divertimento sexual con un hombre, naturalmente sin el consentimiento de este.

(Jue 19,22).

3. La prostitución sagrada tanto masculina como femenina.

(Dt 23,18-19).

4. La relación sexual con un hombre. (Lev 18,22 y Lev 20,13).

5. La relación sexual entre dos mujeres o dos hombres llevados por la pasión exclusivamente. (Rom 1,26-27).

6. Actos sexuales con animales (zoofilia).

(Lev 18,23).

7. Relaciones sexuales con niños.

(1Tim 1,10).

Queda clara la condena a las relaciones esporádicas, el abuso, el divertimento sexual, la violación, la prostitución sagrada, etc. Ni por una vez aparece condenada la relación homosexual-homoafectiva mutuamente consentida.

Se condena la relación sexual entre hombres, pero en unas circunstancias muy precisas que el autor sagrado no ha querido obviar. Estas circunstancias son el ejercerla de modo violento y el practicarla sin el consentimiento explícito del otro, obviando su dignidad como persona libre con opción a elegir. En ningún momento el autor se refiere a la comisión de actos sexuales en un marco de amor y respeto mutuo. Por si fuera poco, el intento de agresión homosexual quiebra el mandato de hospitalidad de la Ley mosaica y es en este hecho, donde se centra la máxima gravedad y repudio de los hechos narrados.

La Iglesia (con sobrados doctores en veintiún siglos de existencia) no ha considerado clarificar todo lo anterior y haber evitado así un indecible sufrimiento a millones de personas.

Es por tanto injusto aplicar los pasajes bíblicos a aquellas personas que, siendo de idéntico sexo, se sienten atraídos, se enamoran, se aman y deciden vivir su compromiso «hasta que la muerte los separe», en idéntico deseo a como lo formulan los hetero. No se trata ni de perversión, ni de vicio, ni de enfermedad que sea necesario curar, sino de una variante de la expresión amorosa y sexual, tan lícita y digna de respeto como la mayoritaria.

Si todas estas consideraciones las tuviese en cuenta la Iglesia católica, no solo abandonaría su condena a toda relación entre dos iguales, sino que podría abrirse a su bendición, sin ningún reparo.

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“Homosexualidad. Las Razones de Dios”, de Miguel Sánchez Zambrano

Jueves, 1 de diciembre de 2022

29058Sólo cuando el hombre acepta
integramente su propio ser,
comienza a vivir por entero.

María Zambrano.

Un libro escrito por un buen amigo de esta página, alguien fiel a la misma y que generosamente ha ayudado a mantenerla viva… Hoy nos ofrece este libro, recientemente publicado por la Editorial San Pablo, que puede resultar una buena sugerencia para regalar en Navidad o Reyes.

El autor de este libro, Miguel Sánchez Zambrano, terapeuta familiar, escribe en defensa de esa minoría discriminada por lo que debería ser lo más inviolable del ser humano, el hecho de amar. Lo hace desde el respeto y un profundo amor a la Iglesia, sin rencor, sin pudor y desde el perdón. En su libro nos desgrana cómo posicionarnos ante el rechazo y la discriminación que han sufrido y sufren las personas homosexuales.

A lo largo de estas páginas, que quieren contribuir al diálogo sereno e incentivar la profundización sobre el tema, propone un cambio real en las esferas políticas, culturales, sociales, familiares y religiosas, para que todos nos aceptemos unos a otros como seres humanos, sin importar la identidad sexual. Como afirma el autor, «antes que ninguna otra identidad (incluida la sexual) debería prevalecer la de hijos de Dios, la que nos iguala y nos hace hermanos».

Texto principal de la solapa o de contracubierta:

«Homosexualidad. Las razones de Dios» descubre múltiples aspectos históricos ocultos durante los veintiún siglos de cristianismo. El autor escribe, desde el respeto, en defensa decidida de esa minoría discriminada por lo que debería ser lo más inviolable del ser humano: el hecho de amar, aunque el amado o la amada sea del mismo género. Terapeuta de familia, nos desgrana desde su amor a la Iglesia, sin rencor, sin pudor y desde el perdón, cómo posicionarnos ante el rechazo y discriminación sufrida por lo que es una virtud: amar. A lo largo de sus páginas, se nos propone un cambio real, de inclusión plena, aceptándonos unos a otros como seres humanos (sin importar la identidad sexual), ya sea en las esferas políticas, culturales, sociales, familiares y, sobre todo, la religiosa, pues como afirma el autor «antes que ninguna otra identidad (incluida la sexual) debería prevalecer la de hijos de Dios, la que nos iguala y nos hace hermanos».

Pero dejemos al autor que nos lo explique con sus propias palabras:

“Homosexualidad. Las razones de Dios”.

NOTA DEL EDITORLa Editorial San Pablo (librerías Paulinas) acaba de editar el libro de mi autoría “Homosexualidad. Las razones de Dios”.

Ante todo, celebrar que una editorial de Iglesia se haya decidido a publicar la temática que en el mismo se expone, aun conteniendo una fuerte, aunque constructiva, critica a la Iglesia.

El público al que fundamentalmente va dirigida la obra son personas que, siendo creyentes, se han visto rechazadas y hasta condenadas por su identidad homosexual. Así ha sido mi propia dolorosa experiencia, por lo que deseo aportar la misma, precisamente con la esperanza de ayudar a superar el dolor y sufrimiento padecidos y vivir en plenitud lo que somos y sentimos, según Dios no quiso crear.

El editor, emite una nota en la que expone “es importante afrontar la cuestión (homosexual) con serenidad, la mirada limpia y los oídos atentos a las voces de todos”, para a continuación reconocer que “este libro, es un texto de frontera, de limite”, y que la Editorial lo publica “con el objetivo de provocar el diálogo e incentivar la investigación sobre el tema”, afirmando sobre el autor, que este “ofrece palabras, discernidas y pasadas por la criba del corazón”.

El libro es consecuencia de un extenso y profundo trabajo de más de una década, tras realizar un meticuloso estudio de discernimiento e investigación bíblica para (ente otros muchos temas) desmontar uno a uno los versículos del A. Testamento en los que se basa la Iglesia para condenar la homosexualidad y rechazar a los homosexuales, para a continuación exponer las bases evangélicas en que la Iglesia podría basarse para asumir una actitud inclusiva, mediante la aceptación plena de la realidad homosexual y el reconocimiento del derecho fundamental de amar, aunque el amado/a sea un igual.

Como creyente amo a la Iglesia y me duele su actitud excluyente, por lo que en el libro he tratado de desgranar sin rencor, sin pudor y desde el perdón, como posicionarnos ante la discriminación que sufrimos por ser y sentir como somos y sentimos.

A lo largo de diez capítulos, se recogen entre otros temas, hechos históricos ocultados en 21 siglos de cristianismo. El libro pretende aportar un granito de arena (ojalá fuesen muchos) para logar una Iglesia que acepte y acoja a sus hijas e hijos LGTBIQ+ con la identidad sexual que Dios nos ha otorgado, en el convencimiento que debiera prevalecer sobre cualquier otra identidad, la de hijos de Dios, la que nos iguala ante El y nos hace hermanos, posibilitando así una Iglesia inclusiva, que es la que se propone en cada página.

El jesuita y psicólogo Carlos Domínguez Morano afirma en el prólogo: “el autor alza la voz en este bello, sugerente y valiente texto. Una voz que, en primera persona, grita con un espíritu libre y profético a favor de un cambio radical de la Iglesia respecto a la homosexualidad (…) Bienvenido sea este texto a la vez bello y valiente que, nacido de una experiencia íntima y personal, puede ayudarnos a todos a ser mejores personas”.

Todos deseamos esa Iglesia nueva que, citando a Francisco, “no excluya a nadie”. Una Iglesia que nos acepte y nos bendiga. Una Iglesia que transmita la Palabra liberadora de Jesús y no las palabras que condenan y rechazan, transmitidas por muchos de sus ministros y pastores. Una Iglesia que se abra a un nuevo paradigma de compromiso inclusivo, de perdón y verdad.

El libro se encuentra en Librerías Paulinas y en librerías religiosas del país.

Miguel Sánchez Zambrano

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Y, además, el autor nos ofrece una sorpresa, la posibilidad de ir, poco a poco publicar en esta página una serie de reseñas del libro que abran el apetito y las ganas de adentrarse en él…

Índice:

Nota del editor

Reseña biográfica del autor

Sabías que…

Prólogo (Carlos Domínguez Morano S.J.)

Nota inicial del autor

1. Introducción: Mis razones

2. Razones para el sufrimiento

3. Razones para desmontar el rechazo

4. Razones para desmontar la condena

5. Razones para el cambio de la Iglesia

6. Las razones de Dios

7. Razones para el matrimonio y la adopción

8. Razones para una Teología homosexual

9. Razones para el perdón

10. Razones para soñar

Epílogo (R.A.O.)

Nota final del autor

Anexo nº. 1: Bendición nupcial para uniones de parejas del mismo sexo

Anexo nº. 2: El desprecio al homosexual en la lengua castellana

Anexo nº. 3: Breve reseña de Gilbert Baker (Creador de la bandera Arcoíris)

Anexo nº. 4: Asociaciones y Comunidades LGTBI

Anexo nº. 5: Oración pronunciada en la Celebración del Matrimonio religioso entre dos personas del mismo sexo

Anexo nº. 6: La fe del centurión homosexual cura a su amigo

Anexo nº. 7: Hoy vuelvo a ser

Inspiración (Bibliografía consultada)

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Muestra del contenido:

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 Breve reseña del autor:

1551172928141Destaca su colaboración con la Iglesia de Granada en los años 80, 90 y 2000, participando directamente en la venida de Juan Pablo II a la ciudad en 1982, montando un campamento juvenil y también participando en el Congreso de Educadores Cristianos, celebrado con tal motivo. colaborando con la Delegación Diocesana de Jóvenes.

En 1994 fue elegido por el Arzobispo D. José Méndez, miembro del Consejo Pastoral Diocesano, manteniendo estrecha relación con este y con el también Arzobispo Fernando Sebastián.

Participó como ponente en el Congreso “Evangelización y hombre de hoy”, celebrado en Madrid en 1985.

En la actualidad, desde al año 2000, dirige el “Centro de Terapias y Atención a la Familia” en Granada.

Ha publicado numerosos artículos, fundamentalmente en la prensa diaria, referentes a relaciones padres-hijos y problemática en la pareja, siendo autor del libro “Vivir después de vivir. Un paseo por el camino de la vida a la Vida”. y el recientemente “Homosexualidad. Las razones de Dios”, editado por San Pablo.

Hombre creyente, se define más espiritual que religioso, habiendo dedicado su vida ytrabajo a la promoción y desarrollo del  ser humano, trabajando específicamente en el ámbito de las relaciones familiares desde una perspectiva abierta e inclusiva.

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“El celibato y el abuso sexual ante el próximo Sínodo (Reflexiones de un cristiano de a pie)”, por Miguel Sánchez Zambrano

Lunes, 4 de marzo de 2019
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orthodox-calendar-2014-6Agradecemos a su autor el envío de este artículo:

Surgen por doquier sacerdotes implicados en abusos sexuales, incluidos miembros de la Jerarquía que bien los han cometido o los han silenciado.  Últimamente: el Arzobispo de Santiago de Chile, Ricardo Ezzati; de Washington, Theodore McCarrick; de Lyon, Philips Barbarin y el Cardenal australiano, miembro de la curia Vaticana, George Pell.

Cabe preguntarse si ayudaría a erradicar esta lacra el celibato opcional y la homosexualidad aceptada y asumida por la Iglesia, pudiendo sus ministros contraer libremente matrimonio y desarrollar plenamente su mundo afectivo-sexual. El amor a otra persona (hombre o mujer) no puede ser obstáculo para trabajar por el Reino, sino una autentica ayuda para el trabajo apostólico.

El celibato como Carisma

La Iglesia considera al celibato como don de Dios, carismático y gratuito. Dios puede llamar al sacerdocio y no hacerlo al celibato. Cuando un clérigo soporta con amargura la obligación de la abstinencia, queda patente la ausencia del carisma, aunque sienta verdadera vocación. Imponer lo que es un don gratuito de Dios, esta avocando a nefastas consecuencias.

Naturalmente el Celibato tiene características y valores extraordinarios, como Gracia concedida por Dios: la persona, se siente más libre, disponible y comprometida. Pero al ser contrario a la naturaleza humana, la soledad afectiva que conlleva, puede desembocar en el abuso sexual. La obligatoriedad no se contempla en la Iglesia de Pedro y Pablo. Aquel estaba casado (Mc.1, 3), igualmente Judas Tadeo. Felipe tuvo hijas (Hch.21, 9). Solo se conoce a Juan como Apóstol célibe. Jesús trata expresamente el tema cuando los discípulos le dicen que, según su doctrina respecto al divorcio: “no trae cuenta casarse” (Mt.9, 10). Jesús responde: “No todos pueden casarse, solo aquellos a quienes Dios se lo ha concedido”, excluyendo la exigencia del Celibato. Pablo consideraba al célibe ungido por la Gracia, obviando su obligatoriedad (1 Cor.7, 7), corroborándolo al manifestar “sobre el celibato no he recibo ningún mandato del Señor “(1Cor.7, 25).

El Concilio de Elvira (Granada, 320) prohíbe, por primera vez el acto conyugal, sin vetar el matrimonio. Se intentó en Nicea (325) sin lograrlo, al instar el Obispo Pafnucio “no imponer yugo tan pesado, pues el matrimonio es muy honroso, no afligiendo con prohibiciones agobiadoras, pues todos los hombres no pueden soportar la continencia”. El de Gangra (365) declara: “Nosotros admiramos la Virginidad y al mismo tiempo honramos la compañía santa del matrimonio”. El de Seleucia (497) autoriza contraer matrimonio, invalidándolo más tarde, por ley, el Concilio II de Letrán (1.138). El Arcipreste de Hita narra, en el Libro del Buen Amor, la tenaz resistencia de los clérigos a dicha ley. Los mismos reyes siguieron favoreciendo a los clérigos para hacer a sus hijos herederos legales: Fernando III el Santo impone duras penas contra quienes obstaculicen esos derechos. En igual sentido legislan las Cortes de Castilla. En 1.318 Juan XXII confirma la heredad de los hijos de los clérigos.

Es en Trento (1563) cuando el celibato se impone definitivamente, sin acatarse plenamente: El Sínodo de Osnabruk (1625) afirma que “numeroso clero goza de compañía femenina, manteniendo a sus hijos con el patrimonio de la Iglesia”.

El Vaticano I (1869) plantea el celibato opcional, sin aprobarlo. En 1970 el Concilio pastoral holandés lo aprobó por mayoría absoluta. Tomaron idéntica postura la Conferencia Episcopal norteamericana y la Comisión Internacional de Teólogos, ante el sínodo de 1971, solicitándolo nueve Conferencias Episcopales. Tampoco se logró. En los años 90 el obispo Buxarrais opinaba que “los obispos no deben temer al Papa y pedirle la ordenación del casado”. De nuevo se acallaron las voces.

Motivos del celibato obligatorio

Dos son las causas principales de algo que ni Jesús ni los Apóstoles impusieron y la Iglesia no plantea hasta 320 años después: La primera, la doctrina peyorativa del matrimonio, asumida por la Iglesia. Tras la legalización de Constantino, esta se encuentra en una sociedad marcada por el helenismo y la doctrina gnóstica, influyendo decisivamente en las costumbres cristianas. Esta doctrina entiende al espíritu encerrado en el cuerpo del que hay que liberarlo de todo lo malo de este, especialmente lo relacionado con el sexo, sentándose las bases para prohibir el matrimonio a los consagrados.

La segunda será de tipo económico: desde su legalización, la Iglesia acumula riquezas, donadas por el Emperador, rompiendo con la fidelidad a la filosofía de vida del Maestro. Ante el acumulo de bienes, el Emperador Justiniano prohíbe ordenar obispos con hijos “para que los bienes donados a la Iglesia, no los emplee el Obispo en provecho propio o de sus hijos” (Codex Just.1, 3,41), constatándose que el celibato obligatorio no se sustenta en ningún principio evangélico.

Graves riesgos

clericalismoEl amor, como don de Dios, es un elemento decisivo para el equilibrio psicológico. Ser célibe implica aceptar cierto vacío que nada puede suplir. Si ese “ayuno emocional” no se hace desde la libertad, la persona padecerá una especie de “hambre interior”, abocándose a otras salidas que mitiguen ese “ayuno”. Entre ellas, la relación intima (nunca exenta de afecto y ternura) se presenta disfrazada como solución a la infelicidad de la soledad afectiva, habitando dentro del disfraz el monstruo cruel del abuso al inocente.

Como consecuencia, desde una ingenuidad demasiado interesada, el consagrado ignora el límite entre lo afectivo y lo sexual. Así nacen unas expectativas, encantadoramente engañosas, facilitando los primeros pasos de acercamiento a la víctima, apareciendo las pseudo-justificaciones que anulan los deseos de luchar, originándose una enorme tensión interior, muy difícil de controlar. La vuelta atrás se hace tremendamente difícil, desabocando en el acto abusivo. Faltó honestidad y fortaleza para poner freno en ese primer momento y bloquear una relación afectiva, aparentemente inocua, que puede llevar el germen del abuso, que solo el adulto puede detectar.

Al comenzar una relación afectiva, el abusador en potencia puede creerse con fuerzas suficientes para no sucumbir a momentos delicados, apoyándose en su vocación, sin querer percatarse que tiene ante él una persona (el menor) frágil y vulnerable, en una posición extremadamente delicada, sin recursos personales para hacerle frente.

Esa es precisamente la esencia del abuso: David frente a Goliat, pero un David carente de piedra y onda, sin posibilidades de vencer.

Un daño irreparable

Ante el daño que sufren los menores bajo la tutela de religiosos y sacerdotes, la Iglesia que elogia la pureza sexual, no debería obviar (haciéndose cómplice de lo que puede venir) la turbiedad que puede albergar la pureza impuesta. Con los que manchan dicha pureza, Jesús lo tiene claro: “El que escandalice a uno de estos pequeños, más le vale que le cuelguen al cuello una piedra de molino y le hunda en el mar” (Mt.18, 6, Mc.9, 42, Lc.9, 46).

Por si el drama de la pederastia fuera poco, está reapareciendo el fenómeno infravalorado de los abusos y violencia de miembros del clero hacia las religiosas. Francisco lo reconocía el pasado día 5, confirmándose la drástica caída de vocaciones femeninas. Demasiado drama para no hacer todo lo que sea necesario hacer.

 El Celibato opcional

La renuncia que el celibato lleva implícita, puede integrarse sintiendo que Dios es quien otorga dicha gracia, lo que no podrá percibirse desde la imposición obligatoria. Así, la renuncia a la más bella experiencia humana (la dimensión sexual del amor de Dios sentido entre dos), solo debería hacerse desde la libre aceptación de la virginidad como gracia que viene de Dios. Sin dicha gracia, el celibato impuesto expone al consagrado al drama del acto abusivo.

Según Santo Tomás las leyes positivas preservan los derechos instituidos por el Creador (Derecho Natural). Los Derechos dictados por los hombres son válidos si están en conformidad con aquellos. El celibato no pertenece al Derecho Natural. Sí lo hace el matrimonio. Pablo lo reconoce en las Cartas a Timoteo (Ti.3, 2-5) exponiendo las condiciones exigidas para ser Obispo, incluida la fidelidad en el matrimonio. Sin embargo, las recomendaciones para Obispos célibes no aparecen en la Escritura. Obispos y demás ministros tenían el derecho apostólico de casarse, conservándose hasta hoy en la Iglesia Oriental.

Al dirigirse a los grupos ascéticos de la Comunidad de Corintio, que deseaban permanecer célibes, Pablo responde que tal deseo no puede imponerse: “a todos les desearía que vivieran como yo (célibes), pero cada uno tiene el don que Dios le ha dado. Unos uno y otros otro” (1Cor.7 ,7).

Por último al imponer el Celibato, la Iglesia conculca el artículo 16 de la Declaración Universal de Derechos Humanos: “los hombres y mujeres tienen derecho, sin consideración de raza, nacionalidad o religión, a contraer matrimonio y fundar una familia”.

La oportunidad del Sínodo

celibatoSon inmensa mayoría los sacerdotes (heterosexuales y homosexuales) que mantienen relaciones célibes, vividas como un don de la gracia del carisma recibido. Quienes lo viven impuesto, sin dicha gracia, pueden llegar al abuso sexual, escandalizando a la sociedad, llevando a la Iglesia a una de las crisis más profundas de la historia.

El Vaticano II, aprobando la ordenación diaconal de casados, mantenimiento el matrimonio en pastores protestantes que optaran por la Iglesia Católica, abrió el camino al opcional. El Papa reconoció recientemente que “el celibato no es un dogma de fe, es una regla de vida que yo aprecio mucho y creo que es un don para la Iglesia. No siendo un dogma de fe, siempre tenemos la puerta abierta para cambiarlo”. Igualmente reconoció, respecto a los homosexuales, que “yo no soy quien para juzgarlos”.

Con estas premisas, si el próximo Sínodo desea erradicar el drama, habrá de abordar actuaciones preventivas realistas, con la perspectiva del siglo XXI. Sirvan dos como ejemplo, ciertamente rompedoras con las directrices actuales: La abolición del celibato obligatorio y la despenalización moral de la homosexualidad. Ambas disposiciones rebajarían la inaguantable tensión que sufren muchos consagrados, incidiendo en la desaparición de la pederastia.

Si los dirigentes eclesiales fueran conscientes que con los cambios necesarios, ayudarían enormemente a combatirla, no dudarían en activar las reformas necesarias.

Francisco tiene el coraje necesario para dar un vuelco a la situación y el Sínodo, con todos los Presidentes de las Conferencias Episcopales reunidos, se presenta como la gran oportunidad que, una vez más creo que han optado por perder. Algún día, la Iglesia debe mostrar su rostro Materno a quienes, no poseyendo la gracia del celibato, desean recibir la gracia sacramental matrimonial o, al menos, la gracia de la bendición conyugal.

Miguel Sánchez Zambrano

Psicoterapeuta de Familia y pareja  

General, Iglesia Católica , ,

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