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¿Experiencia de Dios… O experiencia de lo que somos?

Jueves, 26 de diciembre de 2024

Young Caucasian woman standing and looking at Lago di Carezza in Dolomites

Del blog de Enrique Martínez Lozano:

En algunos espacios donde nos conocemos más o vivimos más confianza, he compartido cómo sigo “experimentando” a Ana tras su fallecimiento, hace ya algo más de catorce meses. Al hilo de ello, hablando de la fe, una persona comentó que ella vivía la experiencia de Dios, sin importarle tanto las creencias. Y fue ahí donde surgió la cuestión que me parece importante clarificar: ¿es posible una experiencia, desnuda de creencias?

Tal como lo veo, solo tenemos acceso directo a la experiencia de lo que somos en profundidad. Eso que somos no podemos pensarlo ni nombrarlo, porque no es un objeto. Sin embargo, podemos percibirlo de una manera inmediata y autoevidente: es lo que queda cuando no ponemos pensamiento. De hecho, únicamente lo podemos conocer cuando lo somos. Antes de experimentarlo, es imposible conocerlo, ya que solo se conoce lo que se es. Y en ausencia de conocimiento, no habrá sino mapas mentales y creencias.

Pues bien, ese “Fondo”, que solo puede ser conocido cuando se experimenta, es único y compartido por todos los seres. Carece de forma y de nombre: de ahí que los místicos lo nombren en ocasiones como “Nada” -piénsese en las famosas “nadas” de Juan de la Cruz o de Miguel de Molinos-. Sin embargo, la mente puede proyectar un nombre sobre él y llamarlo Ser, Consciencia, Vida, Dios… Por lo que, al experimentarlo, la persona podrá decir: “he experimentado el ser, o la consciencia, o la vida, o Dios…”. En realidad, el nombre no es nada más que una proyección mental, de acuerdo al mundo representacional y afectivo de cada persona. Así se explica, por ejemplo, que una persona diga que vive una “experiencia” de Dios o una “experiencia”… de Ana. En ambos casos, la experiencia remite al mismo y único Fondo, a Eso que somos todos, por más que nuestra mente y nuestros afectos le otorguen nombres diferentes.

La trampa de deificar lo que es solo un nombre -un pensamiento que nombra a “Dios”-, supo verla con nitidez el Maestro Eckhart, uno de los más sublimes místicos de la tradición cristiana, distinguiendo “Deus” (Dios) de “Deitas” (Deidad). El primero es el dios pensado, a quien el creyente se dirige, ora, le habla… Tal dios es solo un constructo humano. Por el contrario, “Deitas” apunta al Fondo al que antes me refería, a aquello que somos en nuestra identidad profunda. No se trata ya de una divinidad separada, mucho menos antropomorfa, sino de lo realmente real, que trasciende tono nombre y todo concepto. No es extraño que, desde su propia experiencia de comprensión, el místico renano expresara: Le pido a Dios que me libre de Dios.

Así entendido, ese “Fondo” innombrable del que hablo, remite directamente al “Ser”, de Parménides, cuando, de manera tan simple como contundente, expresaba: “Todo lo que es, es” o “Solo hay Ser”. Remite igualmente a la “Consciencia” universal, como fuente, sustrato y contenido último de todo lo que es.

De Eso, innombrable, tenemos experiencia directa. Lo que ocurre es que, por razones cognitivas o afectivas, nuestra mente proyecta “Eso” en una persona particular o en un ser en el que se cree, y a partir de ahí afirmamos tener experiencia de esa persona (o de ese dios). Como decía, estamos experimentando lo único que es; los nombres vienen después.

Este fenómeno se constata con un simple dato: ¿por qué la Virgen María solo se aparece a personas católicas? La respuesta es sencilla: porque solo el “mapa” mental católico permite proyectar el Fondo último en esa imagen. Y lo mismo vale para replantear la fe en Jesús: ¿por qué los cristianos hablan de la “divinidad” de Jesús, entendida como una divinidad separada, cualitativamente distinta del resto de los humanos? Porque el “mapa” mental cristiano ha proyectado en Jesús aquel mismo y único Fondo.

¿A dónde conduce este planteamiento? A una constatación tan simple como revolucionaria: todos somos lo mismo desplegándose en formas diferentes. Dios (“Deus”), Jesús, María… o Ana: son formas concretas en la que se manifiesta lo único realmente real, aquello de lo que todo está hecho, aquello, por tanto, que constituye nuestra identidad. Ante este reconocimiento, cae cualquier comparación. Es innegable que en una persona concreta podemos apreciar cualidades notables, pero eso no niega que el fondo sea siempre el mismo. Se ve con claridad en la metáfora de las gotas de agua: una gota puede ser más grande o incluso más limpia que otra, pero todas ellas son la misma agua.

A partir de aquí, se abre el paso, de manera coherente y ajustada, a lo que ha venido en llamarse “paradigma posreligional o transteísta”. Cuando leo ciertos textos que se mueven en esa órbita, admiro su esfuerzo por actualizar creencias obsoletas, aunque sus reflexiones me producen una sensación de cansancio y de pereza, como si giraran en vano queriendo encontrar una salida a un callejón que no la tiene.

En concreto, desde mi punto de vista, me parece que esas reflexiones adolecen de dos problemas. Por un lado, parecen empeñarse en defender o sostener la creencia, como tratando de “modernizarla”. Ante ello, la pregunta es: ¿para qué tanto esfuerzo en “reinterpretar” la creencia cuando son las propias creencias las que han de ser superadas y trascendidas? Por otro, las percibo como discursos típicamente “mentales”, por lo que, ya de entrada, están condenados a la esterilidad. Lo que nace de la mente no podrá ir más allá del mundo de los objetos. Por lo que, aun queriendo replantear o “modernizar” aquellos contenidos, por más piruetas que quieran hacerse, no se conseguirá sino cambiar los nombres para quedar enredados en el mismo laberinto del que se pretendía salir. No niego que, en un momento determinado, esas relecturas ayuden a personas que se hallan en una situación determinada. Lo que afirmo es que son incapaces de alcanzar alguna salida real.

Siempre desde mi punto de vista, todos esos callejones sin salida únicamente pueden superarse desde la comprensión no-dual. Porque es esta comprensión la que lee ajustadamente la realidad como unidad-en-la-diferencia, por lo que podemos reconocer lo Uno -aquello que somos todos- en lo Múltiple -las diferencias en las que se despliega y expresa-.

Sin embargo, de manera sorprendente, tengo la sensación de que muchos de los autores que propugnan el paso a un “paradigma posreligional o transteísta” parecen “protegerse” de la no-dualidad, cuando no manifiestan prevenciones o incluso descalificaciones globales. El resultado es que se sigue manteniendo un discurso “mental”, que puede sonar más “moderno”, pero que no da el salto cualitativo que sería necesario para llegar a la meta que parecen proponerse.

Solo la comprensión no-dual permite trascender el paradigma religional, el mundo de las creencias y el propio teísmo. Porque nos sitúa, más allá de la mente, en el lugar donde cesan conceptos y palabras, por más que, en un segundo momento, los necesitemos, como “mapas”, para comunicarnos y comunicar lo que hemos vivido.

Enrique Martínez Lozano

Zizur Mayor (Navarra), 27 de octubre de 2024.

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“Espiritualidad y no-dualidad (III)”, por Enrique Martínez Lozano.

Viernes, 8 de septiembre de 2017
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pensando“Hay una sola Realidad. Pero no la vivimos directamente, sino a través de la mente, y la mente la fracciona: cuando la ve dentro, la llama «yo»; cuando la ve fuera, la llama «mundo»; cuando la ve arriba, la llama «Dios»”.

Con estas palabras, Antonio Blay sintetizaba una de las claves fundamentales de la llamada filosofía perenne, en la que se reconocen tradiciones sapienciales y místicos de todos los tiempos: lo Real es Uno. (Incluso la mente, separadora por su propia naturaleza, no puede dejar de reconocer que “todo lo que es” –por mucho que sea– tiene que participar de lo que “es”).

Aquella clave, básica en las tradiciones orientales, aparece también en Occidente, a pesar del dualismo que se adueñó de la filosofía académica. Ya en el siglo VI a.C., Anaximandro intuyó que tenía que haber un “principio” común a toda la realidad, que se hallara en el núcleo de cada una de las formas que nombramos. Y lo nombró como “ápeiron”, es decir, “lo no-distinto” o lo no-diferenciado. En todo lo que podemos llegar a percibir alienta un núcleo “realmente real” que lo sostiene y del que brota. (Se trata, sin duda, de la misma intuición que llevó al teólogo y cardenal Nicolás de Cusa, en el siglo XV, a expresarse de este modo: «Dios no es “otro” de nada. Dios, en tanto que “no-otro”, no es “otro” respecto a la criatura. Nada es “otro” para el “no-otro”»).

La mística cristiana –aun nacida en el marco de una religión netamente teísta, “personalista” y dualista– siempre atestiguó la existencia de un único principio de lo real, como base de la experiencia de Unidad que vivieron tantos hombres y mujeres que consideramos místicos. Entre ellos merece destacarse, por su rotundidad, el testimonio del Maestro Eckhart, para quien “el Fondo de Dios y mi Fondo son el mismo Fondo”: Todo lo real no puede “tener” sino un único “Fondo”.

Pero hay algo más, profundamente llamativo: es ahora la misma física cuántica la que llega a afirmar que la realidad está hecha de una sola “sustancia”. Desde Demócrito se había venido diciendo que la realidad estaba compuesta por vacío y átomos. En la física de Newton se habla de espacio, tiempo y partículas. Einstein nos hizo ver que tiempo y espacio son un tejido inseparable y constituyen solo otra dimensión más de la misma realidad (en realidad, el espacio-tiempo no es sino el mismo campo gravitatorio). Y la más moderna física cuántica afirma con solvencia que todo lo real está brotando continuamente de los llamados “campos cuánticos”, que apuntan a su vez –aunque esto no puede ser medido por la ciencia, constituye una intuición compartida por no pocos científicos modernos– a un “fondo” u “océano original” –vacuidad originaria– que es información, consciencia o inteligencia creativa.

Lo Real es Uno. Es solo la mente la que introduce la separación, a partir de la tríada –observador, observado, acción de observar–, que ella genera. Desenmascarado el engaño, no es difícil advertir que todo es consciencia que se observa a sí misma. Pero, gracias al mecanismo de la apropiación, la mente se constituye en un “yo” que observa y así, como expresaba Blay en el texto antes citado, fracciona lo real en compartimentos separados haciéndonos creer que se trata de “realidades” diferentes.

Con esta clave, no es difícil comprender que las religiones teístas –nacidas en un nivel mítico-mental– hayan hablado de “Dios” como de un ser separado, frente al mundo y a los seres humanos, igualmente separados. Era su modo de expresarse. Como bien dijera Ramana Maharshi, todas las religiones empiezan hablando de la existencia del individuo, del mundo y de Dios. Y mientras dure el ego, aquellos tres se percibirán como separados. Sin embargo, cuando se trasciende el ego –y la visión egoica–todo se modifica radicalmente: lo que somos es uno con lo que es.

La conclusión es clara: la sabiduría invita a silenciar la mente. Porque, dado que es solo ella la que crea la (ficticia e ilusoria) separación, únicamente cuando la acallamos, se nos regala percibir “Eso” que está ahí, sin “etiquetas” o interpretaciones mentales. Y “Eso”, “Lo que es” –previo a nuestro pensamiento–, nos sostiene y nos constituye.

Las personas religiosas piensan que esta comprensión de lo real significa rechazar la fe en un Dios “personal”, con el que dicen vivir una relación fundamental. Tal actitud es comprensible y merece todo el respeto. Sin embargo –más allá de la legitimidad de ese modo “personal” de “relacionarse” con el Misterio–, la experiencia nos dice que, en ese cambio, no solo no se pierde nada sino que todo se enriquece. Hay quienes, dentro del ámbito religioso teísta, se sublevan cuando ven cuestionar el carácter “personal” de Dios, temen que lo divino se reduzca a una energía impersonal. Parecen no haber advertido que es precisamente esa caracterización “personalista” la que lo reduce y empobrece. El Misterio es plenitud de Amor y de Relación, pero de un modo que trasciende por completo lo que (mentalmente) estamos acostumbrados a percibir.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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“Espiritualidad y no-dualidad (II)”, por Enrique Martínez Lozano.

Sábado, 2 de septiembre de 2017
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pensandoLos sabios han hablado de dos modos de conocer: conocimiento-representación versus reconocimiento; conocimiento por análisis y reflexión versus conocimiento por identidad. En el primer caso hablaríamos de modelo mental de conocer; en el segundo, de modelo no-dual.

El primero de esos modelos funciona admirablemente en el mundo de los objetos, pero, aun reconociendo que nos dota de una imprescindible razón crítica, se muestra radicalmente incapaz de acceder a la verdad.

La verdad no “cabe” en la mente. De ahí que el acceso a aquella requiera aprender a silenciar esta. Lo cual se logra cuando aprendemos a pasar del pensar al atender. Si el primer modelo se rige por el pensamiento, el segundo únicamente se activa gracias a –y a través de- la atención.

Tal como escribe Marià Corbí, “quien silencia la lectura de sujetos y objetos [podríamos decir: quien silencia el pensamiento y permanece en la atención desnuda] se encuentra con Eso no-dos que todo es. El camino del silencio es el camino hacia la verdad”.

Y concluye: “La noción de conocimiento silencioso es una noción clave para comprender las tradiciones religiosas del pasado en su diversidad y en su unidad”. Por lo que se refiere a la tradición cristiana, nos vienen inmediatamente al recuerdo los nombres del Maestro Eckhart, el anónimo autor de La Nube del no-saber en el siglo XIV, Juan de la Cruz, Miguel de Molinos…

En el paso del modelo mental al modelo no-dual se resuelve la paradoja: la verdad no puede ser pensada –jamás cabrá en la mente-, pero se la conoce cuando se la es. Y se es uno con ella cuando se descubre aquel Fondo del que hablaba el citado Maestro Eckhart, que es el mismo Fondo de todo lo que es.

Hablamos, entonces, de un reconocimiento (de lo que somos) o de un conocimiento por identidad: conocemos algo porque ya lo somos. ¿Cómo no recordar aquí aquellas admirables palabras, llenas de la más genuina sabiduría, que dijera el místico cristiano Angelus Silesius en el siglo XVII?: “Qué sea Dios, lo ignoramos…; es lo que ni tú ni yo ni ninguna criatura ha sabido jamás antes de haberse convertido en lo que Él es”.

Esto no significa demonizar la mente ni negar el ego –entendido ahora como el centro psíquico que regula la vida mental y emocional de la persona-, sino dejar de identificarnos con ellos. El ego, la necesidad y la dualidad son formas también de Eso no-dual. El ego no está amenazado como función de vida; está amenazada únicamente la interpretación que hace de sí mismo como entidad separada. No es obstáculo el ego, sino el hecho de identificarse con él.

La matización anterior me lleva a insistir en algo que, con demasiada frecuencia, se ignora o descuida, tanto por quienes se posicionan a favor de la no-dualidad como por quienes lo hacen en contra. Me refiero a lo siguiente: se suele hablar de “no-dualidad” como si fuese lo opuesto a “dualidad”. Sin embargo, en la vivencia no-dual se aprecia nítidamente que no es así; tal contraposición es fruto solo de la mente que, debido a su naturaleza dual, no puede hacerlo de otro modo. Aquí se percibe la diferencia que hay entre la vivencia no-dual y la no-dualidad pensada, o si se prefiere, entre la vivencia y el concepto.

Quien lo ha visto, sabe bien que la no-dualidad no conoce opuesto: abraza también a la dualidad, que emerge en su seno. Y en ello reside la belleza de la Realidad: es tan abierta que permite lecturas diferentes, siendo todas ellas “expresiones” o formas que se despliegan de Eso no-dual original y originante. “Verdadero” o “falso”, “bueno” o “malo” son solo etiquetas mentales que tienen su valor dentro del propio nivel mental, pero que carecen de significado cuando se mira desde la no-dualidad, ya que todo ello no es sino un “disfraz” más que Eso no-dual adquiere.

El modelo no-dual que, como decía, está cobrando cada vez más relevancia en campos bien diferentes del saber, no tiene nada que ver con la idea que muchos de sus críticos transmiten sobre él; de la misma manera que la vivencia no-dual no tiene nada que ver con el concepto de no-dualidad. Por mi parte, estoy convencido de que nos hallamos en la emergencia de lo que bien podría denominarse la revolución de la no-dualidad que –junto con la revolución cuántica y la revolución neurocientífica (no me parece casualidad que hayan emergido prácticamente de un modo simultáneo, junto igualmente con la llamada teoría transpersonal)- va a suponer una trasformación radical en nuestro modo de comprendernos y de comprender la realidad, con todas las consecuencias que de ahí se derivan.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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