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“No tengáis miedo a los que matan el cuerpo”. Domingo 25 de junio de 2017. 12º Domingo Ordinario

Domingo, 25 de junio de 2017
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35-ordinarioa12Leído en Koinonia:

Jeremías 20,10-13: Libró la vida del pobre de manos de los impíos.
Salmo responsorial: 68 Que me escuche tu gran bondad, Señor.
Romanos 5,12-15: No hay proporción entre el delito y el don.
Mateo 10,26-33: No tengáis miedo a los que matan el cuerpo.

No hay mentira que no encuentre su verdad tarde o temprano. En julio de 2014, luego de 38 años de impunidad, en un juicio sin precedentes, fueron condenados a cadena perpetua los autores del homicidio de Mons. Enrique Angelelli, obispo mártir de La Rioja, Argentina. Días antes el prelado había confesado a sus allegados que querían alejarlo del país: “Tengo miedo… pero no se puede esconder el evangelio debajo de la cama”. Su muerte fue presentada por la prensa local como un accidente y como tal fue tratada durante mucho tiempo, incluso por sus hermanos en el episcopado. Como tantos otros testigos de Jesús, Angelelli prefirió la verdad desnuda del evangelio a la incómoda seguridad de los cobardes.

El evangelio nos ha conservado algunos dichos o refranes con los que Jesús exhortaba a la comunidad de discípulos a no dejarse intimidar por las adversidades. Los discípulos, con frecuencia, veían la amenaza evidente que representaban los grupos armados, pero eran incapaces de descubrir el peligro encubierto en muchas personas e instituciones que alienaban y sometían ideológicamente a las personas.

Las comunidades cristianas primitivas tuvieron que afrontar la misma amenaza, que provenía de los ‘actores armados’ en conflicto. De una parte, las autoridades romanas con un despliegue enorme de fuerza militar y policial. De la otra parte, los fanáticos rebeldes dispuestos a eliminar al que no estuviera de acuerdo con ellos. En medio del ‘fuego cruzado’ estaba la comunidad cristiana con una propuesta alternativa de paz y justicia que no coincidía con ninguno de los dos bandos. Para los romanos, la justicia era, en gran medida, la aplicación universal de los principios que sostenían la legislación romana. El sometimiento a las duras condiciones de la ‘paz romana’ obligaba a las poblaciones de las colonias a pagar fuertes tributos, a incorporar en la propia religión el culto a los dioses imperiales y a destinar grandes masas de la población a la esclavitud y al servicio militar obligatorio. La comunidad cristiana luchaba por lugar un espacio para su propuesta en la sociedad: ellos querían una comunidad humana en la que fuera posible la solidaridad, el respeto por el otro, la distribución equitativa de los recursos. Sin embargo, en esta lucha estaban prácticamente solos. Los grupos rebeldes que se presentaban como la gran alternativa contra el imperio estaban regidos por la lógica de la violencia incontrolable, el sometimiento de los disidentes y por la imposición de la ideología del grupo. Estos grupos fanáticos veían a los cristianos como una amenaza para la identidad del grupo, por eso, con frecuencia los convertían en blanco de persecuciones y en ‘chivo expiatorio’ sobre el cual descargar toda su frustración, prepotencia e intolerancia.

Pero, Jesús ponía en guardia a toda la comunidad contra la creencia de que la única amenaza estaba representada por las armas de metal, piedra y madera. La amenaza mas grave provenía, con frecuencia, de las ideologías que estos grupos representaban. Tanto la ideología de legitimación del imperio romano como los ideales de venganza de los fanáticos rebeldes escondían todo su veneno. Cada grupo se presentaba como un defensor de la justicia, la paz y la libertad, pero evidentemente los hechos contradecían sus grandilocuentes discursos. Cada grupo perseguía sus intereses particulares ignorando los más mínimos principios éticos. El dilema para los cristianos era el de alinearse en uno u otro bando, creyendo que así se alcanzarían los ideales de justicia, paz y libertad que Jesús de Nazaret había propuesto con su ideal del reinado de Dios.

Este mismo problema lo afronta Pablo desde el punto de vista de la justificación por la ley. Las comunidades cristianas estaban deslumbradas por la creencia de que el cumplimiento estricto de los preceptos religiosos conducía inevitablemente a la salvación del individuo. Pero, Pablo denuncia esta falsa creencia al denunciar que el mero cumplimiento de la letra de la ley no conduce a la justicia. La ejecución de los deberes del culto, como las ofrendas, los baños rituales, los sacrificios, las peregrinaciones… no garantizan una auténtica experiencia de Dios. La reunión de grandes masas en los templos o en las sinagogas no son sin más expresión de un auténtico encuentro con el hermano. Los favores intercambiados entre parientes, colegas, coterráneos o correligionarios no constituyen genuina solidaridad. Pablo denuncia precisamente la incapacidad de los mecanismos habituales de la religión para brindar a la comunidad humana una auténtica experiencia de fraternidad, esperanza y comunión.

Pablo invita a la comunidad a no dejarse engañar por las artimañas de el legalismo, el ritualismo y la religión de masas. La justicia que nos une al Dios de la vida es un don para toda la comunidad. La auténtica religión es aquella que nos conduce del hermano hacia Dios, mediante la compasión, la misericordia y la solidaridad.

El cristiano que se ha comprometido con la causa del reino puede, entonces, hacer suyas las palabras del profeta Jeremías y clamar: «a ti, Señor, he encomendado mi causa». Pero no como expresión superflua de triunfalismo religioso ni como pura exaltación individualista de los bienes recibidos, sino como expresión de la única justicia posible: la vida plena del pobre. Porque, la vida plena es manifestación patente de que la lógica de la muerte no ha prevalecido. Si el pobre vive, vive por gracia de Dios y por la opción radical de las comunidades humanas que no se dejan sumir en la lógica legalizada de la barbarie. Por eso el profeta nos invita a alabar al Señor, porque Él ha salvado la vida del pobre.

Tanto la violencia, el afán de venganza, el imperialismo como el ritualismo, el legalismo y la alienación son armas ideológicas ocultas que conducen imperceptiblemente a la pequeña comunidad hacia la muerte. Estos son los enemigos que pueden matar no solo el cuerpo, sino también el alma y llevar a la gente a las inaplacables llamas del fanatismo. Si una comunidad no va a fondo en su conocimiento de la palabra de Jesús, si no descubre los peligros ocultos al interior de ella misma, si no es radical en su opción por la vida, es muy probable que termine creyendo que la paz es la ausencia de guerra y que la justicia es un asunto individual, negando así la gracia y la justicia como bien mayor. Leer más…

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Dom 25. 6. 17. No tengáis miedo: El testimonio de Jeremías

Domingo, 25 de junio de 2017
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19420662_814523585391502_738691753827483177_nDel blog de Xabier Pikaza:

Domingo 12. Ciclo a. Jeremías 20, 10-13 y Mateo 10, 26-33. Éste es para mí el domingo de Jeremías, uno de los profetas que ha iluminado la vida de Jesús y que sigue iluminando la nuestra, quizá el hombre mejor conocido de la historia antigua, entre el siglo VII y VI, en el momento clave del paso de una cultura opresión social a una cultura la libertad interior y de experiencia personal de Dios.

En esa línea, Jeremías es uno de los primeros hombres “modernos” de la historia de occidente. La tradición del evangelio le presenta como precursor de Jesús. Así, cuando él pregunta a la gente ¿quién dicen que soy? le responden: «unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que eres Elías; y otros, que eres Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16, 14; véase también Mt 2, 17; 27, 9).

En sentido estricto, Jeremías pertenece a la historia de Jesús , de manera que sin él (sin su pensamiento y su experiencia) es muy difícil que pudiera haberse hablado de Jesús. De esa manera, él que puede venir a convertirse en uno de los testigos básicos de nuestro tiempo, un tiepo hecho de derrumbamientos y miedos, pero también de nuevas fortalezas y esperanzas.

Jeremías es el hombres que se atrevió a plantarse sobre el templo de Jerusalén,
acusando a sus sacerdotes de haberlo convertido en “una cueva de bandicos”,
lo mismo que hará más tarde Jesús (cf. 11, 15-17). De esa manera, la historia de Jeremías se convierte así en modelo de nuestra historia (como lo fue de la historia de Jesús).

19420910_814523448724849_6493562338900563934_nJeremías aparece en el centro de la historia de israel como impulsor de la esperanza de Dios y de la Vida, en miedo del derrumbamiento de su Ciudad (Jerusalén)… de manera que su mensaje puede convertirse para nosotros en libro de cabecera y guía de camino en medio del derrumbamiento de nuestra ciudad religiosa, en este año s017 (mundo actual). Por eso quiero evocar hoy su figura con la liturgia de este domingo, y presentarle a él, al lado de Jesús, como testigo y garante de esperanza, en medio de los tiempos convulsos que vivimos.

Superar el miedo en medio de un mundo que se derrumba, eso es creer en Dios, como Jeremías. En esa línea queremos situarnos. Buen domingo a odos

Textos del domingo

Jeremías. Dijo Jeremías: “Oía el cuchicheo de la gente: “Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo.” Mis amigos acechaban mi traspié: “a ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él.” Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno que no se olvidará.
Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que tomas de ellos, porque a ti encomendé mi causa. Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos. (Jer 20, 11-13)

Jesús. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: “No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones (Mt 10, 26-30). [Dejo el último versículo del texto del evangelio, porque se sitúa ya en otro plano]

Introducción. Jeremías

La vida y vocación de Jeremías, cuyos oráculos recogen, comentan y amplían en el libro de su nombre, está bien documentada. Vivió entre el siglo VII y VI a. C. Apoyó la reforma yahvista de Josías (640-609 a. C) y sufrió después, bajo Joaquín (609-597) y Sedecías (597-586), la tragedia de las invasiones babilónicas. Pidió calma ya apenas el escucharon. Tuvo que enfrentarse con muchos enemigos, sufrió persecuciones, murió en el destierro forzado de Egipto. Nos ha dejado las más impresionantes confesiones de la tradición bíblica.

(1) Vocación e investidura profética.

Hay en la Biblia diversos textos de vocación e investidura profética, desde 1 Sam 3 (Samuel) y Ex 3 (Moisés), hasta el bautismo de Jesús (Mc 1, 9-11 par) y la llamada de Pablo (Hech 9, 1-19 par). Entre ellas encontramos dos que están narradas en primera persona y que exponen de modo muy intenso la vocación e investidura profética: la de Isaías (Is 6, 1-13) y la de Jeremías.

(a) Texto. Sentido básico.

«Me vino, pues, la palabra de Yahvé, diciendo: Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones. Y yo dije: ¡Ah, ah, Señor Yahvé! He aquí, no sé hablar, porque soy niño. Y me dijo Yahvé: No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Yahvé. Y extendió Yahvé su mano y tocó mi boca, y me dijo: He aquí que pongo mis palabras en tu boca mira, hoy te establezco sobre las naciones y los reinos, para arrancar y destruir, arrastrar y demoler, construir y plantar…Y pronunciaré mi sentencia contra ellos (los habitantes de Jerusalén), por toda su maldad al abandonarme, pues sacrificaron a otros dioses y adoraron la obra de sus manos. Y tú cíñete los lomos: levántate y diles todo lo que yo te ordene. No tiembles ante ellos, para que no te haga temblar yo ante ellos. Mira, yo te constituyo hoy como ciudad inexpugnable, como columna de hierro y muralla de bronce frente a toda la tierra, para los reyes de Judá y sus príncipes, para los sacerdotes y el pueblo de la tierra. Lucharán contra ti, pero no te vencerán, pues yo estoy contigo para salvarte, palabra de Yahvé» (Jer 1, 1-11.16-19).

(b) Profeta contra el miedo.

Esta es una ceremonia de iniciación profética que se desarrolla entre Jeremías y Dios. En una línea semejante se situaban las unciones de los reyes, consagrados con aceite para el ministerio de regir al pueblo (cf. 1 Sam 10, 1; 16, 13). Pero aquí, como en Is 6, 6-7, la investidura se realiza con un gesto directo del mismo Dios (o el serafín) que toca y transforma (consagra) los labios o boca del profeta, al que Dios confía su mensaje. Este es un rito de iniciación o consagración de Jeremías, a quien Dios ofrece su Palabra, para que con ella realice su juicio, como indica todo el resto del capítulo (Jer 1).

(2) El poder de Jeremías.

Es el poder de la palabra que se eleva por encima de todos los restantes poderes políticos y sociales. Jeremías es el profeta palabra débil, pero triunfadora. No es un sabio en técnicas de guerra o de política; no es un sociólogo que estudia los diversos elementos de conflicto de los pueblo.

No es un rey, ni un hombre rico, pero saber mirar con los ojos de Dios y dice desde Dios la gran palabra. Contra el afán de lavarse las manos echando la culpa a los otros (mecanismo del chivo emisario), contra el orgullo de aquellos que dicen ser elegidos de Dios e intocables, pues tienen instituciones parecen santas (templo, monarquía), se alza el profeta diciendo que el pueblo es culpable. No tiene más fuerza ni poder que la palabra: «No tiembles ante ellos, para que no te haga temblar yo… » (1, 17). Leer más…

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“Ni miedo a hablar, ni miedo a morir”. Domingo 12 del Tiempo Ordinario. Ciclo A

Domingo, 25 de junio de 2017
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atentado-contra-una-iglesia-copta-en-egiptoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Iglesia copta de Egipto. 28 muertos. 26 mayo 2017

El discurso de misión

                El segundo de los cinco discursos de Jesús que incluye el evangelio de Mateo está dirigido a los discípulos, cuando los envía de misión. El domingo pasado (11 del Tiempo Ordinario), al coincidir con la fiesta del Corpus, no se leyó el comienzo, en el que Jesús, compadecido de la gente, abandonada como ovejas sin pastor, elige a doce para que anuncien el Reino de Dios, curen enfermedades, y hagan todo de forma gratuita. Ninguno de ellos imagina que este mensaje o esta actividad, sin pedir nada a cambio, pueda provocarles calumnias y persecuciones. Sin embargo, repetir el mensaje de Jesús y vivir como él vivió provoca mucho malestar en ciertos ambientes. Por eso, les deja claro a los discípulos que van a ser muy perseguidos (Mt 10,16-25). Ante esto, corren dos peligros: el de callar, para no meterse en complicaciones; y el de dejarse arrastrar por el miedo a la muerte. Es el tema del evangelio de este domingo 12.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 10, 26-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

A) No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo.  ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.

B) Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo, también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo

                Mateo ha recogido frases pronunciadas por Jesús en distintos momentos de su vida. Por eso, pueden desconcertar un poco. Por ejemplo, las palabras: “Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse” (que parecen un anuncio profético de WikiLeaks) no encajan muy bien en el contexto. Sería más claro si las suprimiésemos y dejáramos: “No tengáis miedo a los hombres. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea.” Pero el conjunto resulta claro. Podemos dividirlo en dos bloques; por motivos de claridad, los he titulado A y B.

                En el primero (A), llama la atención la triple repetición de “no tengáis miedo”. Aunque esas palabras se usan a menudo en el Antiguo Testamento, no debemos interpretarla como una fórmula hecha, de escaso valor. Los discípulos van a sentir miedo en algunos momentos. Un miedo tan terrible que los impulsará a callar, para evitar que los maten. La forma en que Jesús aborda este tema resulta de una frialdad pasmosa, usando tres argumentos muy distintos: 1) la muerte del cuerpo no tiene importancia alguna, lo importante es la muerte del alma; 2) por consiguiente, no hay que temer a los hombres, sino a Dios; 3) en realidad, a Dios no debéis temerlo porque para él contáis mucho; aunque caigáis por tierra, como los gorriones, él cuidará de vosotros.

                El segundo bloque (B) trata un tema algo distinto: el peligro no consiste ahora en callar sino en negar a Jesús, una situación que recuerda las persecuciones de los primeros cristianos. Y el argumento que se usa no es el del temor a Dios, sino tener en cuenta la reacción de Jesús: él se comportará con nosotros igual que nosotros nos comportemos con él. Si nos ponemos de su parte, él se pondrá de la nuestra; si lo negamos, él nos negará.

Resumiendo

                En el primer caso, a quien deben tener los apóstoles es a Dios, el único que puede matar el alma. En el segundo, a quien deben temer es a Jesús, que podría negarlos ante el Padre del cielo. A quienes no deben temer es a los hombres.

                Cuando se piensa en los recientes asesinatos de cristianos en Egipto, Siria y otros países, quienes vivimos en una sociedad tranquila y segura (por mucho que nos quejemos) podemos tener la impresión de que estas palabras son inhumanas, casi crueles. Sin embargo, a esos cristianos perseguidos de todos los tiempos les han infundido enorme esperanza y energía para confesar su fe. Han preferido la muerte a renegar de Jesús; han preferido ponerse de su parte, salvar el alma antes que el cuerpo.

Jeremías, apóstol y anti-apóstol

                La primera lectura sirve de paralelismo y contraste con el evangelio. El destino de Jeremías, calumniado y perseguido por sus paisanos de Anatot y por las autoridades religiosas y políticas de Jerusalén, recuerda lo que anuncia Jesús a sus discípulos. Pero hay una gran diferencia. El profeta termina pidiendo a Dios que lo vengue de sus enemigos. Jesús nunca sugiere algo parecido a sus discípulos. Al contrario, morirá perdonando a quienes lo matan.

Lectura del libro de Jeremías 20, 10-13

Dijo Jeremías:

Oía el cuchicheo de la gente: “Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo.” Mis amigos acechaban mi traspié: “A ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él.”

Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno que no se olvidará.
Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que tomas de ellos. porque a ti encomendé mi causa.
Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos.

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Domingo XII del Tiempo Ordinario. 25 Junio, 2017

Domingo, 25 de junio de 2017
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domingo-xii

“No tengáis miedo a las gentes, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse.”

(Mt 10, 26-33)

En este pequeño fragmento del evangelio de Mateo Jesús nos repite hasta en tres ocasiones “no tengáis miedo.” Y he oído decir que la biblia repite esa misma invitación 365 veces. Podríamos decir que la Palabra de Dios tiene una invitación a la confianza para cada día del año.

Dios, que nos conoce muy bien, sabe que el miedo es nuestro peor enemigo. El miedo nos deshumaniza. Nos lleva a cometer las peores traiciones.

Y si el miedo se une al poder el resultado son los grandes tiramos de la historia. También los pequeños. El miedo a perder el poder nos hace ver en las demás personas enemigos a los que hay que eliminar.

Jesús sabe que el miedo, aunque es una reacción humana ante el peligro, puede ser dañino, por eso nos repite: “no temáis.”

Es decir, nos invita a la confianza que también es una realidad humana y que además humaniza.

Pero, ¿cómo vamos a confiar en una época en la que nos inyectan miedo a diario? ¿Es posible confiar en una sociedad dónde la corrupción campa a sus anchas? ¿Cómo vamos a confiar cuando nos han enseñado desde pequeños a no fiarnos de nadie?

A simple vista parece que la confianza no tiene cabida. Pero en definitiva solo cuando la realidad es ambigua y hay riesgo de perder y ser traicionada es cuando puede ejercerse la confianza.

Porque la confianza es un acto de libertad que asume riesgos en busca de una realidad alternativa.

La espiral del miedo solo puede destruirse con confianza, de la misma manera que solo el amor nos salva del odio y la venganza.

Oración

¡Llámanos a la confianza! Tú que nos conoces, Tú que sabes que solo la confianza puede cambiar nuestras relaciones humanas.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Este miedo no se puede combatir directamente.

Domingo, 25 de junio de 2017
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paureMt 10, 26-33

El “no tengáis miedo”, que hoy hemos escuchado una y otra vez en el evangelio, está encuadrado en el contexto de la misión. Jesús acaba de decir a sus seguidores que les perseguirán, les encarcelarán, incluso les matarán. Sin embargo, está claro que la advertencia podemos aplicarla a todas las situaciones de miedo paralizante que podemos encontrar en la vida. No solo porque Jesús dice lo mismo en otros contextos, sino porque así lo insinúan las bellísimas imágenes de los gorriones y los cabellos.

El miedo es un sentimiento que surge en el hombre ante un estímulo que interpreta como peligroso para su subsistencia. Es un logro de la evolución y por lo tanto bueno. Su objeto primero es defender la vida biológica; sea huyendo, sea liberando energía para enfrentarse a la amenaza. Este miedo es natural y sería inútil luchar contra él. Pero el ser humano puede ser presa de un miedo aprendido racionalmente, que le impide desplegar sus posibilidades de verdadera humanidad. Este miedo artificial en lugar de defender, aniquila. Este miedo es lo más contrario que podamos imaginar a la fe-confianza.

¿Por qué tenemos miedo? Anhelamos lo que no podemos conseguir y surge en nosotros el miedo de no alcanzarlo. No estamos seguros de poder conservar lo que tenemos y surge el temor de perderlo. El miedo racional es la consecuencia de nuestros apegos. Creemos ser lo que no somos y quedamos enganchados a ese falso “yo”. No hemos descubierto lo que realmente somos y por eso nos apegamos a una quimera inconsistente. Jesús dijo: “La verdad os hará libres”. Los miedos, que no son fruto del instinto, son causa de la ignorancia. Si conociéramos nuestro verdadero ser, no habría lugar para esos miedos.

Si Jesús nos invita a no tener miedo, no es porque nos prometa un camino de rosas. No se trata de confiar en que no me pasará nada desagradable, o de que si algo malo sucede, alguien me sacará las castañas del fuego. Se trata de una seguridad que permanece intacta en medio de las dificultades y limitaciones, sabiendo que los contratiempos no pueden anular lo que de verdad somos. Dios no es la garantía de que todo va a ir bien, sino la seguridad de que Él estará ahí en todo caso. Cuando exigimos a Dios que me libere de mis limitaciones, estoy demostrando que no me gusta lo que hizo.

La confianza no surge de un voluntarismo a toda prueba, sino de un conocimiento cabal de lo que Dios es en nosotros. Aceptar nuestras limitaciones y descubrir nuestras verdaderas posibilidades, es el único camino para llegar a la total confianza. La confianza es la primera consecuencia de salir de uno mismo y descubrir que mi fundamento no está en mí. El hecho de que mi ser no dependa de mí, no es una pérdida, sino una ganancia, porque depende de lo que es mucho más seguro que yo mismo. Mi pasado es Dios, mi futuro es el mismo Dios; mi presente es Dios y no tengo nada que temer.

Hablar de la confianza en Dios, nos obliga a salir de las falsas imágenes de Dios. Confiar en Dios es confiar en nuestro propio ser, en la vida, en lo que somos de verdad. No se trata de confiar en un ser que está fuera de nosotros y que puede darnos, desde fuera, aquello que nosotros anhelamos. Se trata de descubrir que Dios es el fundamento de mi propio ser y que puedo estar tan seguro de mí mismo como Dios está seguro de sí. Por grande que sea el motivo para temer, siempre será mayor el motivo para confiar. Confiar en Dios no es esperar su intervención desde fuera para que rectifique la creación. Confiar es descubrir que la creación es como tiene que ser y lo que falla es mi percepción.

El miedo no solo es explotado por empresas que se dedican a toda clase de seguros, si no también por las religiones, que explotan a sus seguidores vendiéndoles seguridades, después de haberles infundido un miedo irracional a lo sagrado. Creo que todas las religiones han intentado manipular la divinidad para ponerla al servicio de intereses partidistas. El miedo es el instrumento más eficaz para dominar a los demás. Todas las autoridades lo han utilizado siempre para conseguir la docilidad de sus súbditos.

En nuestra religión, el miedo ha tenido y sigue teniendo una influencia nefasta. La  misma jerarquía ha caído en la trampa de potenciar y apuntalar ese miedo. La causa de que los dirigentes no se atrevan a actualizar doctrinas, ritos y normas morales, es el miedo a perder el control de lo absoluto. La institución se ha dedicado a vender, muy baratas por cierto, seguridades externas de todo tipo, y ahora su misma existencia depende de los que sus adeptos sigan confiando en esas seguridades engañosas que les han vendido. Han atribuido a Dios la misma estrategia que utilizamos los hombres para domesticar a los animales: zanahoria o azúcar y si no funciona, palo, fuego eterno.

Las religiones siguen necesitando un Dios que sea todopoderoso, y que ese poder omnímodo lo ponga al servicio de nuestros intereses. Pero Dios es nadapoderoso, porque todo su poder ya lo ha desplega­do, mejor dicho lo está desplegando constantemente, por lo tanto no puede en un momento determinado actuar con un poder puntual. Por eso mismo, tenemos que confiar totalmente en él, porque nada puede cambiar de su amor y compromiso con los hombres. La causa de Dios es la causa del hombre. No nos engañemos, ponerse de parte de Jesús es ponerse de parte del hombre. Dios no está desde fuera manejando a capricho su creación. Está implicado en ella inextricablemente. Su voluntad es inmutable. No es algo añadido a la creación, sino la misma creación.

Si de verdad me creo que vistas desde Dios, las criaturas no se distinguen del creador, entonces surgirá en mí un sentimiento de total seguridad de total confianza en mí, en lo que soy y en lo que yo significo para Dios. Lo mismo que descubriré lo que Dios significa para mí. Esta experiencia no tiene nada que ver con lo que yo individualmente sea. La confianza no es un regalo para los buenos, sino una necesidad de los que no lo somos. Cuando confiamos porque nos creemos buenos, entramos en una dinámica peligrosísima, porque no confiamos en Dios, sino en nosotros mismos. Jesús nos invita a no tener miedo de nada ni de nadie. Ni de las cosas, ni de Dios, ni siquiera de ti mismo. El miedo a no ser suficientemente bueno, es la tortura de los más religiosos.

Todos los miedos se resumen en el miedo a morir. Si fuésemos capaces de perder el miedo a la muerte, seríamos capaces de vivir en plenitud. Todo lo que tememos perder con la muerte, es lo que teníamos que aprender a abandonar durante la vida. La muerte solo nos arrebata lo que hay en nosotros de contingente, de individual, de terreno, de caduco, de egoísmo. Temer la muerte es temer perder todo eso. Es un contrasentido intentar alcanzar la plenitud y seguir temiendo la muerte. En el evangelio está hoy muy claro. Aunque te quiten la vida, lo que te arrebatan es lo que no es esencial para ti.

Meditación

Si analizas detenidamente tus miedos, descubrirás dos cosas:
Que no has hecho tuya la salvación que Jesús te ofrece
y que sigues buscando la salvación donde no está.
Si has conseguido no temer a los hombres,
pero sigues temiendo a Dios,
en vez de avanzar en tu liberación,
te has metido por un callejón oscuro y sin salida.
No pienses que tienes que ser bueno para salvarte.
Tienes que sentirte ya salvado para ser bueno.

 Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Testigos de Fe

Domingo, 25 de junio de 2017
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attentato-chiesa-alessandria3Y ese es uno de los rasgos del cristiano, que ha recibido la luz en el Bautismo y debe darla. Es decir, el cristiano es un testigo (Papa Francisco).

25 de junio. XII domingo del TO

Mt 10, 26-33

Al que me reconozca ante la gente, yo le reconoceré ante mi Padre del cielo

Jeremías, profeta perseguido por predicar contra los poderosos, era testigo de fe proclamando su disconformidad con ellos“He escuchado las calumnias de la gente: -¡Terror por todas partes! ¡Denunciadlo, vamos a denunciarlo!” (Jr 20, 10-13). La Historia de los Macabeos es igualmente un relato de testimonio frente al poder tirano. Incluso las fuerzas religiosas se arrogan con frecuencia tales poderes.  Pío IX lo hizo cuando escribió estas desafortunadas palabras: “Solo hay dos maneras de ser cristiano: los que tienen el derecho de mandar y los que tienen la obligación de obedecer”.

Jesús hace gala de esta legítima rebelión en Mateo 10, 26-27, exhortando a los suyos a un acto de valor“Por tanto no les tengáis miedo (…) Lo que os digo de noche decidlo en pleno día; lo que escucháis al oído pregonadlo desde las azoteas”. Estos versículos animan a los predicadores del evangelio para que la palabra alcance a todos. Por eso es necesario que nada sea obstáculo a que lo desvelado y oculto se proclame a voz en grito. “Al que me reconozca ante la gente, yo le reconoceré ante mi Padre del cielo” (Mt 10, 32). Un reconocimiento que significa expresar o mostrar que son de Cristo por su disposición a dar su vida por él. No es una confesión verbal, sino vital.

Tertuliano, escribía en el año 197 la famosa frase de que “La sangre [de los mártires] es semilla de los cristianos”. Idea que se repite ya a mitad del siglo II, en el discurso de autor desconocido dirigido al pagano Diogneto: “¿No ves que arrojados a las fieras con el fin de que renieguen del Señor, no se dejan vencer? ¿No ves que, cuanto más se los castiga, en mayor cantidad aparecen otros?” Otro contemporáneo, Hipólito Romano escribía durante la persecución de Septimio Severo que un gran número de hombres, atraídos a la fe por medio de los mártires, se convertían a su vez en mártires. (Comentario sobre Daniel II, 38).

Esta convicción de fe de los primeros cristianos se basa en un fundamento sólido, porque Jesús, refiriéndose a su muerte redentora, dice: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24). Y como reza el prefacio de los santos mártires: “Han atestiguado con su sangre tus prodigios”. Y esto siempre en la historia de la Iglesia. Hoy y en tiempos de San Ambrosio que, refiriéndose a su época y cuando ya no había persecuciones, decía en su Comentario al Salmo XVIII: “¡Cuántos hoy son mártires en secreto y dan testimonio al Señor Jesús!”

Hoy hay mártires incruentos en todas las sociedades, que –creyentes o no– dan testimonio en sus vidas defendiendo valores perennes de la Humanidad, y que serían dignos de figurar en todos los Santorales de la misma.

El Papa Francisco manifestó en una homilía en Santa Marta esta necesidad de dar constantemente testimonio. Dijo: “Y ese es uno de los rasgos del cristiano, que ha recibido la luz en el Bautismo y debe darla. Es decir, el cristiano es un testigo”.

Rabindranath Tagore hace destacar poéticamente en su poemario Gitanjali, la idea de que la luz de su música –la de Jesús y la nuestra– sean testimoniales. Música y luz –sonido y fuerza–, con las que proporcionemos generosamente felicidad y alegría al mundo entero.

¿CÓMO CANTAS, SEÑOR?

¿Cómo cantas Tú, Señor? ¡Siempre te escucho mudo de asombro!

La luz de tu música ilumina el mundo, su aliento va de cielo a cielo, su raudal santo vence todos los pedregales y sigue, en un torbellino, adelante.

Mi corazón anhela ser uno con tu canto, pero en vano busca su voz.

Quiero hablar, pero mi palabra no se abre en melodía; y grito vencido.

¡Ay, cómo envuelves mi corazón en el enredo infinito de tu música, Señor!

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Atención al detalle.

Domingo, 25 de junio de 2017
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12-to-aMt 10, 26-33

Una persona detallista es muy codiciada, y suele llevarse a la gente de calle. Porque es la que se fija particularmente en lo que al otro le gusta o inquieta; la que no se conforma con ser correcta y educada sino que desciende a hacer un bien concreto, palpable, que aparentemente no es importante, pero que marca una diferencia cualitativa en el trato; y la que se detiene en lo que a la otra persona le hace sentirse especialmente cómoda y tranquila. Es aquella que coloca una manta sobre los brazos del sillón antes de que la pida quien se sienta a descansar cuando hace frío; o la que le trae un vaso de agua fresca adelantándose a su sed. La que adivina el cansancio que el otro prefiere ocultar; la que respeta los silencios porque entiende que hay cosas de las que no se puede hablar. La que se queda con los gustos de cada uno para atenderlos; la que sabe seguir el ritmo de los demás por respeto, y que escucha sus sueños para cumplirlos. En definitiva, la que se sale de lo predecible y esperable; que se “adelanta” y regala su cuidado; la que transmite que cada persona es importante y merece su atención.

Increíble que haya personas así. Increíble que nuestro Dios responda a este perfil.

Jesús, en este texto del evangelista Mateo, nos asegura que “hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados”. Difícil decir tanto en tan pocas palabras. Nos transmite con ello no solo que el Señor nos mira, sino hasta qué punto está pendiente de nosotros. Que no se le escapa ni el más mínimo detalle. Y por eso, no podemos dudar de que, si hasta lo pequeño le importa, ¿cómo no va a estar con nosotros en los momentos más duros cuando la vida se tambalea?

La existencia de Jesús está llena de detalles hacia la humanidad. Toda persona que se encontraba con Él recibía una palabra que parecía dicha expresamente para ella, o un gesto con el que curaba aquel rincón del alma más escondido y dañado. Ofreció agua viva a la samaritana para calmar su sed; la liberación a través del perdón a la pecadora que lloraba arrodillada a sus pies; el piropo improvisado a Natanael dejándole en buen lugar ante los ojos de sus compañeros (¡qué ilusión le debió de hacer!); palabras de aliento a los pobres, los que lloran, los perseguidos por la justicia, los honestos… diciéndoles que el Padre está de su parte. A cada uno según su necesidad (un estilo que marcó la pauta de las primeras comunidades, Hch 4,34-35).

Esta atención al detalle de Dios que Jesucristo nos recuerda, es el mejor aval para desterrar el miedo y entregarnos sin fisuras a la causa del Reino con infinita alegría, sabiendo que nada de nosotros se pierde a los ojos del Señor. Porque cuando el mundo solo se detiene en la apariencia, Él repara en el espíritu –ese que no se ve a la primera,  pero que existe y da otro contenido a lo que se muestra–, que alienta nuestras decisiones. Por eso Jesús insiste: “no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”.

Él conoce y ama cada resquicio de esa alma, la nuestra, con sus movimientos y emociones, por escondidos que estén e insignificantes que sean, y ese amor escondido que nadie más que Él conoce, lo tiene en cuenta, lo quiere, y siempre lo salva.

María Dolores López Guzmán

Fuente Fe Adulta

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Caminemos seguros

Miércoles, 31 de mayo de 2017
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Una de las cosas que debemos a nuestro Señor es no tener nunca miedo. Tener miedo es hacerle una doble injuria: en primer lugar, es olvidar que él está con nosotros, que nos ama y que es omnipotente; en segundo lugar, porque no nos configuramos con su voluntad: configuramos nuestra voluntad con la suya, todo lo que nos ocurra, dado que es querido y permitido por él, nos dejará alegres y no tendremos ni inquietudes ni temores. Tengamos, pues, esa fe que expulsa todo miedo; tengamos a nuestro lado, frente a nosotros y en nosotros, a nuestro Señor Jesucristo, Dios nuestro, que nos ama infinitamente, que es omnipotente, que sabe lo que es bueno para nosotros, que nos dice que busquemos el Reino de los Cielos y que el resto nos será dado por añadidura.

Caminemos seguros con esta bendita y omnipotente compañía por el camino de lo más perfecto, y estemos seguros de que no nos ocurrirá nada de lo que no podamos extraer el mayor bien para su gloria, para nuestra santificación y para la de los otros. Y que todo lo que nos ocurra será querido y permitido por él y, en consecuencia, lejos de toda sombra de temor, sólo hemos de decir: “Bendito sea Dios por todo lo que nos ocurra”, y sólo hemos de rogarle que ordene todas las cosas, no según nuestras ideas, sino para su mayor gloria .

*

Charles de Foucauld.

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No tengo miedo de nada… porque tengo un defensor

Domingo, 21 de mayo de 2017
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A nosotros van dirigidas estas palabras… Jesús nos envía un defensor que nos irá enseñando todo recordando lo que Él nos ha enseñado… “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama”.

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“Hay que hacer la guerra más dura, que es la guerra contra uno mismo. Hay que llegar a desarmarse.

Yo he hecho esta guerra durante muchos años. Ha sido terrible. Pero ahora estoy desarmado.

Ya no tengo miedo a nada, ya que el Amor destruye el temor.

Estoy desarmado de la voluntad de tener razón, de justificarme descalificando a los demás. No estoy en guardia, celosamente crispado sobre mis riquezas.

Acojo y comparto. No me aferro a mis ideas ni a mis proyectos.

Si me presentan otros mejores, o ni siquiera mejores sino buenos, los acepto sin pesar. He renunciado a hacer comparaciones. Lo que es bueno, verdadero, real, para mí siempre es lo mejor.

Por eso ya no tengo miedo. Cuando ya no se tiene nada, ya no se tiene temor.

Si nos desarmamos, si nos desposeemos, si nos abrimos al hombre-Dios que hace nuevas todas las cosas, nos da un tiempo nuevo en el que todo es posible.

¡Es la Paz!”

*

Atenágoras I (1886-1972), patriarca de Constantinopla,

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(en: OLIVIER CLÉMENT, Dialogues avec le Patriarche Athénagoras I, Éd. Fayard, Paris 1969, p.183. Traducido y ofrecido por Xavier Melloni, en Cetr.)

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***

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, y vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.”

*

Juan 14,15-21

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“Semana Santa: El miedo al Evangelio”, por José Mª Castillo

Miércoles, 12 de abril de 2017
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crucificado-campesinoDe su blog Teología sin Censura:

Una de las cosas que quedan más claras, en los relatos de la pasión del Señor, que la Iglesia nos recuerda en estos días de Semana Santa, es el miedo que da el Evangelio. Sí, la vida de Jesús nos da miedo. Porque, a fin de cuentas, lo que no admite duda alguna es que aquella forma de vivir – si es que los evangelios son el verdadero recuerdo de lo que allí pasó – llevó a Jesús a terminar sus días teniendo que aceptar el destino más repugnante que una sociedad puede adjudicar: el destino de un delincuente ejecutado (G. Theissen).

La muerte de Jesús no fue un “sacrificio religioso”. Es más, se puede asegurar que la muerte de Jesús, tal como la relatan los evangelios, fue lo más opuesto que, en aquella cultura, se podía entender como un sacrificio sagrado. Todo sacrificio religioso, en aquel tiempo, debía cumplir dos condiciones: se tenía que realizar en el templo (en lo sagrado) y se tenía que hacer cumpliendo las normas de un ritual religioso. Ninguna de estas dos condiciones se dio en la muerte de Jesús.

Más aún, Jesús fue crucificado, no entre dos “ladrones”, sino entre dos “lestaí”, una palabra griega de la que sabemos que se utilizaba para designar, no sólo a los “bandidos” (Mc 11, 17 par; Jn 28, 40), sino además a los “rebeldes políticos” (Mc 15, 27 par), como advierte F. Josefo (H. W. Kuhn; X. Alegre). Por eso se comprende que, en su hora final y decisiva, Jesús se vio traicionado y abandonado por todos: el pueblo, los discípulos, los apóstoles… Aquello, de religioso, tuvo los sentimientos del propio Jesús. Y sabemos que su sentimiento más fuerte fue la conciencia de verse abandonado incluso por Dios (Mt 27, 46; Mc 15, 34). La vida de Jesús aconteció de forma que acabó así: solo, desamparado, abandonado.

¿Qué nos viene a decir todo esto? La Semana Santa nos viene a decir, en los textos bíblicos que leemos estos días, que Jesús vino a poner en cuestión la realidad en que vivimos. La realidad violenta, cruel, en la que se impone “la ley del más fuerte” frente a “la ley de todos los débiles”.

Sabemos que Pablo de Tarso interpretó el relato mítico del pecado de Adán como origen y explicación de la muerte de Jesús, para redimirnos de nuestros pecados (Rom 5, 12-14; 2 Cor 12-14). Es la interpretación de la que echan mano los predicadores, que centran nuestra atención en la salvación del cielo. Eso es bueno. Pero tiene el peligro de desviar esa atención nuestra de la trágica realidad que estamos viviendo. La realidad de la violencia que sufren los “nadies”, la corrupción de los que mandan y, sobre todo, el silencio de quienes saben estas cosas y se las callan para no perder su poder, sus dignidades y sus privilegios.

La belleza, el fervor, la devoción de nuestras liturgias sagradas y de nuestras cofradías nos recuerda la pasión del Señor. Pero, ¿nos pone en cuestión la durísima realidad que están viviendo tantos millones de seres humanos? ¿Nos recuerda la vida que llevó a Jesús a su fracaso final? ¿O nos distrae con devociones, estéticas y tradiciones que utilizan la “memoria passionis”, el “recuerdo peligroso” de Jesús, para pasarlo bien con buena conciencia?

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“Yo no tengo miedo”, por Ramón Martínez

Viernes, 11 de noviembre de 2016
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zo8i5eyb_400x400Foto Twitter No tengo miedo

Interesante artículo que publica en Cáscara Amarga:

Suelo emplear muy a menudo una frase de Amelia Valcárcel, una de las feministas más importantes de España: «quien tiene miedo no tiene poder». Creo que resulta necesario -si no urgente- hablar sobre nuestros miedos como lesbianas, gais, bisexuales y transexuales; intuyo que ese ejercicio puede ser muy útil para nuestro trabajo en defensa de nuestros derechos.

Considero que reconocer que nuestras experiencias sobre el miedo son las mismas que han soportado otras personas servirá para establecer nuevos vínculos activistas, y que una vez podamos enfrentar nuestros temores cara a cara, y así superarlos, nuestras libertades comenzarán por fin a hacerse realidad más allá de los textos legales.

Hablé de esto hace ya tiempo: nos hemos acostumbrado a vivir con miedo. Cruzar un parque de noche, encontrarnos con un grupo de jóvenes que se jalean unos a otros en su fratría, nos resulta tremendamente violento: sentimos miedo.

Lo mismo les sucede a las mujeres, y así lo explicaba en 1984 Alessandra Bocchetti en un apasionante artículo llamado ¿Por qué tengo miedo a los hombres?, donde exponía que se trata, en su caso, del temor a la violación, una vez enculturada cualquier mujer en un contexto en que existe siempre la posibilidad de convertirse en víctima de la violencia sexual.

Las personas no heterosexuales sentimos de un modo similar, aunque rara vez hablemos de ello. Me resultó interesante descubrir, hace ya un año, que muchas de las respuestas que recibí sobre aquella columna mía, contando mi propia experiencia con el miedo, se basaban en la misma idea: le había pasado lo mismo a muchas personas. ¿Por qué no hablamos sobre el miedo?

No hace mucho tiempo, también, cuando empezaron a ser tristemente habituales las noticias sobre agresiones a lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, hubo quien consideró inapropiado dar visibilidad a esos sucesos porque, decían, generaría un innecesario estado de alarma.

Cuanto más reflexiono sobre aquel debate tan estéril más seguro estoy de que era y es necesario hablar sobre agresiones: se trata de visibilizar una realidad que ha pasado olvidada demasiado tiempo. Desde finales de los años 70 hasta el cambio de milenio fueron habituales las noticias sobre sucesos violentos, que en varias ocasiones incluyeron asesinatos.

Incluso en 1995 Cogam denunciaba un incremento de la violencia homófoba. Pero desde que comenzamos el nuevo siglo y, con él, el Matrimonio Igualitario se convirtió en nuestro fundamental objetivo la denuncia de la violencia parece haber pasado a segundo plano, hasta fechas muy recientes.

Además, es imposible generar un estado de alarma en un grupo social, el nuestro, que se ha acostumbrado a vivir alarmado de manera continua: las cautelas para salvaguardar nuestros armarios, en su momento, o los aprendizajes sobre en qué momento podemos ser más o menos libres son los síntomas de que nuestra libertad está condicionada por una necesidad de sentirnos seguros, que a su vez desvela que si necesitamos eso es porque consideramos que algo compromete nuestra seguridad: tenemos miedo.

Pero, insisto, ¿por qué no hablamos de ello? ¿Los varones gais, bisexuales y trans seremos menos viriles si reconocemos que en ocasiones también tenemos miedo? Quizá la impronta de la cultura heterosexual, de la cultura de la homofobia, haya marcado tan duramente nuestra piel que incluso no nos permitamos confesarnos nuestros miedos, pues tenemos miedo a no parecer “verdaderos hombres”. Incluso es posible que hayamos dejado de percibir nuestros miedos. Decía Bochetti que «una mujer tiene que sufrir tantas sutiles humillaciones, por el solo hecho de ser mujer, que ha terminado practicando una cierta sordera, para así no darse cuenta».

Desde hace semanas algunos activistas estamos recibiendo amenazas de muerte en redes sociales. Primero fue la cuenta de Twitter @IgualdadLGBT, luego tuvieron que soportarlas Rubén López y Carla Antonelli.

El acoso es continuo, contra personas e incluso contra colectivos enteros, como ha sucedido con Arcópoli; y la semana pasada yo mismo recibí numerosos mensajes que, acompañados de imágenes de armas y personas empuñándolas, prometían matarme.

Ante las amenazas hemos de mostrarnos más firmes que nunca: denunciar sin demora, reconocer el temor lógico y superarlo cuanto antes, porque sobreponernos a esa experiencia del miedo puede unirnos como iguales mucho más que entretenernos en el eterno debate sobre nuestras etiquetas: nuestra primera etiqueta como movimiento que logra producir cambios sociales es nuestra misma oposición a la homofobia, la transfobia y la bifobia.

En nuestra infancia aprendimos a tener miedo de los monstruos que se escondían en el armario, y cuando crecimos aprendimos a vivir encerrados en armarios, creyéndonos monstruos, con miedo a salir a la luz, a dejarnos ver, por lo que pudiera llegar a sucedernos.

Ahora hemos de superar todos esos miedos, para estar más cerca de alcanzar nuestro poder, de nuestra capacidad de decidir libremente cómo comportarnos y por dónde caminar sin temor alguno. Por eso es importante empezar a confesárnoslo y tratar de dejarlo atrás: debemos empezar a no permitir a nadie sentirse capaz de atemorizarnos con amenazas, a decir en voz alta que yo no tengo miedo.

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General, Homofobia/ Transfobia. , , ,

Me escondí …

Lunes, 13 de junio de 2016
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Del blog Pays de Zabulon:

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Una vez publicado y enviado el artículo precedente, paso a otra cosa y no pienso más en eso. Y caigo sobre el anuncio de un retiro espiritual, ya pasado, organizado por  Carrefour des chrétiens Inclusifs :

Retiro Espiritual 2016: “Tengo miedo porque estaba desnudo, y me escondí” Gn 3,10

En el jardín de Dios,
no tienes que tener miedo.
Te conoce, es él quien te ha creado.
Te conoce,
conoce tus límites,
conoce tu desnudez.

Su admiración
delante de tu belleza,
que es la Suya,
a su imagen y según su semejanza,
es ternura infinita.

Esconderte a sus ojos,
es renegar de ti mismo.
Si haces esto,
te vas lejos,
te cortas de tu creador,
pierdes su mirada
llena de amor.

El Señor crea
toda obra bella y buena.

Querría aparecer delante de él
tal como soy
sin esconder nada
y que él me reciba
y me abrace,
para siempre,
con su amor infinito.

*

Z – 26 mayo 2016

***

—-
N.B. Las  acumulación de fotos de Justin Bieber … un voto que hice para ilustrar cualquier artículo con fotos de Justin Bieber  durante un mes y tengo que respetarlo.

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Caminar sin rumbo

Lunes, 6 de junio de 2016
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Del blog Pays de Zabulon:

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¿ Es posible marchar sin rumbo?
A decir verdad, hoy,
todo objetivo me parece muy efímero,
ilusión o huida adelante,
para no mirar su sufrimiento,
no sentir la falta de amor.

 En mi caso,
para evitar también el demasiado amor que surge
y que no encuentra eco.

Entonces ocupaciones,
tal objetivo de éxito, de prestigio o de carrera,
tal objetivo de construir una familia, de reproducir un modelo,
tal objetivo de salvar, socorrer, dar a otros,
tantos objetivos posibles
con los cuales se puede identificarse.

Sé y siento
– ¿es la misma cosa? –
en el fondo de mí,
que el fin no tiene o más importancia.

Sí, puedo marchar sin objetivo.
Es absolutamente terrorífico,
porque esto quiere decir dejar de huir,
dejar de fingir,
dejar de ocuparme
la cabeza, el corazón, las manos,
para atreverme en fin
a marchar en presencia.

Es absolutamente terrorífico,
va a hacer falta que me enfrente con mi miedo al vacío,
mi miedo a no ser amado,
mi miedo a ser rechazado,
mi miedo de no ser nada ni nadie.

Es absolutamente terrorífico,
pero no quiero huir más,
ni nada, ni nadie.

Quiero caminar
en conciencia
en presencia.

Quiero ser lo que soy.

Mi esperanza es que seas tú, Señor,
quien me llame
desde el fondo de mi ser para encontrarte.

No puedes amarme
– no puedo dejar a tu amor curarme –
si no me acepto,
tal como me has hecho,
si no dejo, un día,
de huir detrás de objetivos ilusorios,
por miedo de no existir,
por miedo de estar solo,
solo e inútil
inmensamente solo e inútil
para todo y para todos.

¿Si dejo de correr, y dispersarme,
cual Marta que se agita para hacer mil cosas,
si paro y me pongo a tus pies,
como María, frágil, disponible, vulnerable,
sometida a la crítica de los demás,
estarás allí, mi amor,
corazón de mi corazón,
ser de mi ser?

Presencia de mi presencia.

Creo que puedo caminar sin rumbo
si camino en su presencia.

Tengo que pasar el miedo
de este vacío que me asusta
porque temo volver a sentir de nuevo
Esta herida de no existir
no amado, no no acogido, no reconocido.

Y sin embargo estoy allí,
existo.
Me has dado la vida,
y, en el fondo de mí,
siento a mi ser agitarse,
quiere aparecer,
quiere alabarte, quiere darte gloria
por el solo hecho de ser.

El viviente, he aquí tu gloria.

Entonces, tan grande como sea mi miedo,
soltaré uno por uno mis oropeles
y me acercaré tanto como pueda,
y marcharé en tu Presencia,
mi Señor y mi Dios.
Mi vida.
Vida de mi vida.

*

“El Señor tu Dios está contigo y con su poder te salvará. Aunque no necesita de palabras para demostrarte que te ama, con cantos de alegría te expresará la felicidad que le haces sentir

(Sofonías 3, 17)

“Caminaré en presencia del Señor
en el país de la vida.”

(Salmo 114,9)

***

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Contra la trampa del miedo. El Adviento como antídoto

Sábado, 12 de diciembre de 2015
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8299236901_736df3738b_zYolanda Chaves; Mari Paz López santos; Patricia Paz
Los Ángeles; Madrid; Buenos Aires.

ECLESALIA, 27/11/15.- Antes de ponernos a escribir nos planteamos contestar la siguiente pregunta: ¿Cuál es el arma más destructiva, sofisticada y letal en el mundo actual?

Una de nosotras dijo: “¡La corrupción, o podríamos decir la avaricia que es lo que lleva a la corrupción, o el materialismo… el dinero! Elegiría la corrupción una de las armas letales. Creo que en el mundo lo que sobra es esto. Creo que cualquier sistema, sea de derecha o de izquierda, con una administración honesta y orientada al bien común resolvería los problemas de la pobreza y el hambre. Pero… ¿qué pasa? Los políticos no hacen lo que se necesita para llegar a esto por corrupción. La democracia ha perdido su sentido porque está manejada por las corporaciones y las grandes fortunas. Un mercado transparente sería eficiente, pero no existe. Un estado fuerte y presente sería eficiente, pero tampoco existe. No hay nada nuevo bajo el sol, pero a lo mejor la cosa se ha exacerbado con la globalización”.

Otra de nosotras dijo: “Creo que la peor arma de destrucción masiva es el poder. Es letal porque crece y crece; nunca se sacia. Queremos tener el poder de imponer nuestras ideas, nuestros criterios, nuestras reglas. Someter y controlar nos hace poderosos. He visto que ésta es una de las realidades que nos afecta más profunda y universalmente. Es una cuestión que causa la pérdida de valores porque quien tiene el poder puede asignar una cotización a un animal, a un rio, a una idea, a los recuerdos o a la dignidad de un ser humano. Cuando un ser humano es devaluado en su dignidad por alguien más fuerte, se está atentando contra la humanidad entera. La necesidad de poder en una de las realidades humanas que maldice y por tanto, destruye masivamente. Creo que lo que nos queda es no perder la confianza en el ser humano, confiar que dentro de nosotros hay una fuerza honesta y genuina que quiere vivir para conectarse con los demás. Podemos ser un nosotros viviendo en un equilibrio fraterno”.

Y, la tercera dijo: “Creo que el arma más destructiva, sofisticada y letal en el mundo que vivimos es el miedo. Esa fuerza que paraliza poco a poco. En primer lugar aceptando las pequeñas injusticias, las que parece que no tienen importancia; en segundo, las que vemos que oprimen a otros pero que no tocan nuestro bienestar. Cuando el nivel de injusticia va subiendo, es que nos fuimos acostumbrando en las sucesivas etapas. Nos vamos aclimatando, nos van domesticando e insensibilizando, y olvidamos que la dignidad humana es cosa seria y que hay que defenderla empezando por lo pequeño. El miedo produce parálisis, anestesia la sensibilidad, nos hace vulnerables y no nos permite reconocer el cerco que, la corrupción, el ansia de poder, el deseo de dominio sobre la naturaleza, sobre los recursos energéticos, alimentarios, tecnológicos, etc. va construyendo a nuestro alrededor haciéndonos olvidar quienes somos, porqué estamos aquí y hacia donde caminamos”.

Contestada la pregunta nos dispusimos a adentrarnos en las tres lecturas del domingo I Adviento (Jer 33, 14-16; ITs 3, 12-4,2 y Lc 21, 25-28.34-36), abriéndonos a la escucha de la Palabra para este tiempo, que invita a renovar la esperanza.

No hubo tiempo para leer las lecturas. Los medios de comunicación de todo el mundo ponían nuevamente ante nuestros ojos y oídos el horror de la barbarie, esta vez en el corazón de Europa: “¡Matanza en París!

Parece ser que el fin a conseguir de parte de los violentos es cortar las alas de la libertad. ¿Qué libertad? La de movimiento, la de la acogida, la de discernimiento; y su victoria será cierta si consiguen la sumisión absoluta de la buena gente que quiere la Paz, con mayúsculas y en todo el mundo.

Se habla, se escribe, se dibuja, se debate en estos días sobre las mal llamadas “guerras de religiones”. ¡Qué no nos manipulen! No es una guerra de religiones. Es más, si estudiáramos a fondo todas las denominadas “guerras de religiones” a lo largo y ancho de la historia, concluiríamos que no eran de religiones sino de poderes. Política, Economía y Religión dejan de ser lo que originariamente deberían ser, en cuanto se vuelven y revuelven contra el ser humano en todas sus facetas. Y en pleno siglo XXI están en vigor todas las fórmulas de ambición, corrupción y destrucción. No somos mejores que los que nos antecedieron y además a estas alturas tenemos más capacidad de destrucción que en épocas pasadas. Desgraciadamente el ser humano olvida la Historia y repite las locuras.

Gandhi decía: “El enemigo es el miedo. Creemos que es el odio, pero es el miedo”.

Hay que saltar por encima de la trampa del miedo y, para ello, nos vendrá bien adentrarnos en el tiempo de Adviento que nos habla de los contrastes tan fuertes que vive el ser humano en todas las épocas: la violencia y la confianza; el miedo y la esperanza; y la fe inquebrantable en que las cosas pueden ser de otra manera.

En estos días de sufrimiento, de oscuridad y de violencia, quienes seguimos creyendo en la humanidad debemos “estar en vela, orando en todo tiempo” (Lc 21, 36). Vigilantes, pero sin miedo. Hemos de cuidar que se renueve la esperanza, la fe en la vida. Hemos de mantener la certeza de que la comunidad global llegará a vivir en la Paz que emergerá indestructible desde nuestra conciencia para extendernos los brazos unos a otros con mirada cristalina y recién nacida.

Mantenernos unidos en un mutuo amor que empieza por los cercanos, pero no exime de entender, atender y preocuparse con igual amor de los que nos son diferentes, ya sea por nacionalidad, cultura, religión, raza, sexo… La humanidad es una, y el ser humano, tu hermano (I Tes 3,12).

“Apiñaos y venid, acercaos juntos, supervivientes de las naciones” (Is 45, 20). ¿Quiénes son esos que se apiñan, se juntan, se acercan y vienen de camino? Todo hombre y toda mujer que caminan llevando de la mano a los niños. Es la buena gente que quiere vivir la vida con esperanza, sin violencia y en paz.

Que el Adviento nos mantenga erguidos y con dignidad, ahuyentando el miedo, denunciando la injusticia que provoca guerras y sufrimiento, aplicando el antídoto del amor contra la sinrazón del odio y la manipulación

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Vivir con miedo (siendo gay)”, por Ramón Martínez

Lunes, 19 de octubre de 2015
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pareja-gay-golpeada-2Un interesante artículo que publica Cáscara Amarga:

En España, cada hora y media alguien agrede a una persona no heterosexual.

Era necesario “que no se me notara”, por lo que pudiera pasar. Como iba solo supongo que me resultó más sencillo controlar la situación y poner en funcionamiento el ya clásico dispositivo de supervivencia.

Lo único bueno que puede reconocerse a esa catástrofe que es BiciMad -el servicio de bicicletas públicas que (no) funciona en Madrid- es que obliga a caminar mucho a sus usuarios, buscando una bici disponible por toda la ciudad para finalmente llegar al destino a pie. Y esta madrugada, como tantas otras, ese largo paseo me ha servido para recordar una de las características fundamentales de la Cultura de la homofobia: que lesbianas, gais, bisexuales y transexuales estamos condenados a vivir con miedo.

Últimamente suelo aparcar mi coche en el paseo del Pintor Rosales, cojo una bici hasta el centro y, para regresar, es casi siempre necesario hacer todo el camino andando, porque no hay bicicletas disponibles. Esta noche he vivido una experiencia que pudiera calificarse de insignificante, pero que me ha recordado muchas otras, mías y que he escuchado a tantas y tantas personas no heterosexuales.

Cruzaba la plaza de España y, a lo lejos, veía acercarse un grupo de unos diez chicos jóvenes, con el pelo rapado, armando alboroto. Inconscientemente, como tantas veces hemos hecho, me encogí y al mismo tiempo traté de permanecer impasible. Era necesario “que no se me notara”, por lo que pudiera pasar. Como iba solo supongo que me resultó más sencillo controlar la situación y poner en funcionamiento el ya clásico dispositivo de supervivencia, y eso sin saber exactamente qué es a lo que iba a enfrentarme. La intuición, a fuerza de repetirse constantemente la misma historia, nos obliga a reaccionar siempre del mismo modo.

Fue justo al pie de unos andamios cuando nos cruzamos. Creo que yo apenas respiraba, concentrado en mirar al vacío y simulando ser quien no soy, cuando uno de ellos, casi a mi lado, con la voz ajada por el alcohol y la violencia, gritó: “escóndete en el andamio”. ¿Qué hacer entonces? ¿Correr? ¿Volver la vista para averiguar quién me gritaba? Pero ¿me gritaba a mí, o yo simplemente reaccionaba según lo que he aprendido y esas palabras estaban destinadas a otra persona? Cuando eres gay, o lesbiana, bisexual, o transexual, sabes que si unos chicos jóvenes, en manada, gritan cerca de ti, te están gritando a ti, y que eso es peligroso. En España cada hora y media alguien agrede a una persona no heterosexual. En Madrid al menos cada dos días hay un caso de este tipo. ¿Me había tocado a mí?

Tranquilos, no pasó nada. Yo ya tengo más de treinta años y mucha experiencia sobreviviendo. No soy, estadísticamente, el principal objetivo de los grupos de chicos que deciden divertirse a costa de todos nosotros. Si fuera más joven, si hubiera estado acompañado, la situación tal vez habría sido muy distinta. Tampoco se trata de una agresión, como tantas que padecemos tan frecuentemente, o no soy capaz de interpretarlo así, porque también hemos aprendido a justificar de un modo u otro los ataques que sufrimos. Pero el miedo, ese miedo que corta la respiración y sabemos que hay que esconder, porque si lo huelen vendrán a por ti; el miedo se quedó conmigo.

Un dicho antiguo nos recuerda que “vivir con miedo es como vivir a medias”. Y nosotros, lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, llevamos mucho tiempo viviendo así. Escondiendo una parte importante de quienes somos para intentar sobrevivir. Y aunque hay quien pretende que “el miedo cambie de bando”, yo lo único que intento es que el miedo se acabe. Quiero esa parte de mi vida que la homofobia no me deja vivir.

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“Del miedo a la paz”, por Gema Juan, OCD

Domingo, 19 de abril de 2015
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17012989625_060c22ba7a_mDe su blog Juntos Andemos:

Anochece, las puertas están cerradas y el miedo es señor de la casa. La desazón de la incertidumbre y el desánimo de no saber si todo el camino recorrido ha servido para algo. La sombra de la culpa, como un presentimiento o una losa, sobrevolando la habitación. Ese es el paisaje en el que se encuentran los amigos de Jesús, después de su muerte.

La experiencia de los discípulos está tan cerca de la que, tantas veces, atraviesa la vida humana, que las palabras del evangelista Juan parecen escritas fuera del tiempo, escritas para todos los tiempos. El miedo, la inquietud y el desaliento siguen preguntando si hay respuesta y salida. Y la fe busca continuamente; espera, tenaz y atrevida, que Jesús siga vivo.

Cada vez que unos muros frenan la esperanza y el miedo ciega la fe, el evangelio repite, con toda su fuerza: «¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?… Paz». Y recuerda que «se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz esté con vosotros». Recuerda que Jesús sigue dando la paz.

De alguna manera, los discípulos sentían que algo se había roto y que Dios había fallado en su promesa de que jamás les iba a abandonar. Juan de la Cruz expresa vivamente esa experiencia, que visita la existencia humana cuando menos se espera y por los caminos más diversos. Y lo decía así:

«Lo que esta doliente alma aquí más siente, es parecerle claro que Dios la ha desechado y, aborreciéndola, arrojado en las tinieblas, que para ella es grave y lastimera pena creer que la ha dejado Dios».

Es el cerco de una soledad profunda y de un sinsentido porque se experimenta que los cimientos de la propia vida se remueven bajo los pies. «¿Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?» —dirá Juan al iniciar su Cántico Espiritual. ¿Adónde se han ido la luz y la paz?

Juan es poeta y místico por su calado humano, porque ha vivido, porque ha sentido, porque sabe por propia experiencia qué es gemir y andar dolorido y cegado. Y así, dice pronto: «En este sepulcro de oscura muerte la conviene estar [a la persona] para la espiritual resurrección que espera».

Dedicará muchas de sus páginas a acompañar la estancia en el sepulcro, para que no se pierda la esperanza ni el miedo haga estragos, tapiando definitivamente la vida. Porque ese «primer día de la semana, al anochecer», ese momento de puertas cerradas, puede prolongarse y es necesario seguir esperando al que puede traer la paz.

Juan hablará de la visita del Señor. Cierta y segura. Y no dirá que tira abajo las puertas y deshace en un instante los dolores. Hablará de una visita que se hace presente desde el interior del ser. De una presencia que aflora, como «el silbo de los aires amorosos, [como] música callada». Lenta y silenciosa pero segura e indestructible.

Dirá: «Siente el alma cierta compañía y fuerza en su interior, que la acompaña y esfuerza tanto», que empieza a abrir sus puertas. Una presencia suave y oscura, que irá iluminando todo. Así visita el Resucitado y da su paz porque se comunica a sí mismo. «Muy poco a poco» –dirá Juan– porque «se hace al paso del alma».

Esa compañía va transformando la vida y renueva las fuerzas. Solo pide la confianza, el abandono en los brazos del Amor: «Venirse a poner en las manos del que la hirió, para que, despenándola, la acabe ya de matar con la fuerza del amor». No porque Dios haya sido el causante de la pena, sino porque Él es el que aguarda, desde siempre, en el corazón humano, como herida de amor capaz de sanar a la persona entera.

Por eso, Juan dice que del «amor, cuya propiedad es echar fuera todo temor, nace la paz del alma». Y Jesús, que es la presencia viva del amor de Dios hace la paz, disuelve los miedos, abre las puertas y restablece la confianza.

Cuando Jesús dice: «Paz a vosotros», comunica que lo que el Padre ha hecho en Él, quiere hacerlo en todos. Dios quiere dar vida sin medida y sin excepción, quiere resucitar a todos.

Dios devuelve a la persona la luz y la anchura, la paz y la fuerza de vivir, regalándose a sí mismo por completo. De tal modo, que Juan escribirá que está «Dios aquí tan solicito en regalarla con tan preciosas y delicadas y encarecidas palabras, y de engrandecerla con unas y otras mercedes, que le parece al alma que no tiene Él otra en el mundo a quien regalar, ni otra cosa en que se emplear, sino que todo Él es para ella sola».

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El niño que hay en ti.

Lunes, 2 de febrero de 2015
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Del blog Pays de Zabulon:

pas-peur

No tengo miedo de los hombres, en un hombre, hay siempre un ser humano
y detrás del hombre, busca bien, encontrarás al niño …
busca bien en sus ojos, el rastro de inocencia que burbujea y danza
No tengo ya miedo del cielo, si subo allí contigo…
No tengo miedo a la gente, soy yo mismo cuando estás ahí
Si tengo miedo de una cosa, amor mío es el perderte algún día…

Daran – No temo

No tengo miedo de hombres.
Me dijiste en un hombre
hay siempre un humano,
y luego detrás del humano,
busca bien …

Encontrarás al niño,
hay siempre uno,
hasta en los más malos,
hasta en los más mezquinos.

Busca bien en sus ojos
el rastro de inocencia,
que burbujea y que baila,
escondida detrás del orgullo, la frescura,

La luz que los empuja
a abrir las ventanas,
y a empujar las puertas
hacia el interior de su ser.

Si tengo miedo de una cosa, amor mío,
es de perderte un día
si tengo miedo de alguien
supongo que le conoces bien.

Entonces protégeme de mí mismo,
protégeme siempre,
envuélveme en papel de burbujas
y no me expidas.

No tengo miedo a los golpes,
recibo algunos;
yo los he dado también a otros,
encajan muy bien, y de pie.

No temo a mis lágrimas,
Las vierto en tus ojos,
y las retomo en mi corazón,
como un aguacero
pas-peur-2
No tengo ya miedo del cielo
si subo allá contigo,
me salen alas
y se enredan en el nudo de tus brazos.

No tengo ya miedo de la gente.
La gente es mucha,
pero soy yo mismo cuando te quedas aquí.

Si tengo miedo de una cosa, amor mío,
es de perderte un día
si tengo miedo de alguien
supongo que le conoces bien.

Entonces protégeme de mí mismo,
protégeme siempre,
envuélveme en papel de burbujas

y no me expidas,

y no me expidas…

pas-peur3

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Una encuesta revela que la mitad de los gays de Bangladesh viven con miedo a ser descubiertos

Sábado, 10 de enero de 2015
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noticias_file_foto_926892_1420538873.gifLa discriminación y el miedo todavía están íntimamente ligados al colectivo LGBT en muchos países del mundo, como es el caso de Bangladesh. Una reciente encuesta, elaborada por la revista Roopban y que es la primera de este tipo en el país del sur de Asia, ha desvelado que un 59% de los homosexuales viven con el miedo de que descubran su condición sexual, debido a posibles respuestas violentas y discriminatorias.

Este país musulmán todavía tiene mucho que avanzar tanto en derechos sociales como de igualdad de todo tipo. De hecho, muchos de los encuestados afirmaron que sentían que su orientación sexual estaba en conflicto con su identidad religiosa, algunos considerándolo un pecado mortal.
.
El número de participantes en la encuesta fue de 751 personas LGBT pertenecientes a 8 ciudades distintas, 250 de ellas pertenecientes a la capital, Dacca. La edad promedio fue de 25 años.
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Saad Khan, uno de los investigadores, ha afirmado que espera que estos datos sirvan para alimentar la lucha en favor de los derechos LGBT: “Espero que estos datos alimenten el activismo. La sociedad de nuestro país tiene que dejar de ver la sexualidad como un tema tabú. Necesitamos más voces que luchen por la igualdad”.
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Fuente Ragap

Homofobia/ Transfobia., Islam , , , , , ,

El Dios que se hace hombre

Sábado, 6 de diciembre de 2014
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Del blog de la Communion Béthanie:

Father And Son  (3)

No temo a Dios que se hace hombre,
Dios frágil y vulnerable, niño.
Temo mucho más al hombre que se hace Dios,
violento, bárbaro, despiadado.
Pero está lleno de ternura y de misericordia,
el Dios que se hace a hombre.
El Padre nos ofrece su vida, la vida de su Hijo único.

No es una fábula, es la realidad.
Tan real como un niño en carne y en hueso.
Se llama Jesús, este niño,
nacido de María “en el tiempo de Herodes”.

¿ Crees esto?
¿Vas a guardar mucho tiempo tu corazón blindado,
y a convocar a Dios al tribunal de lo posible,
donde ocupa un escaño tu pequeña razón llena de suficiencia?
¿Quieres dejarte hacer un corazón de niño
para aumentar el tamaño del misterio?

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Fuente: www.prier.be

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“En medio de la crisis”. 10 de agosto de 2014. 19 Tiempo ordinario (A). Mateo 14, 22-33.

Domingo, 10 de agosto de 2014
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42-OrdinarioA19No es difícil ver en la barca de los discípulos de Jesús, sacudida por las olas y desbordada por el fuerte viento en contra, la figura de la Iglesia actual, amenazada desde fuera por toda clase de fuerzas adversas y tentada desde dentro por el miedo y la poca fe. ¿Cómo leer este relato evangélico desde la crisis en la que la Iglesia parece hoy naufragar?

Según el evangelista, “Jesús se acerca a la barca caminando sobre el agua”. Los discípulos no son capaces de reconocerlo en medio de la tormenta y la oscuridad de la noche. Les parece un “fantasma”. El miedo los tiene aterrorizados. Lo único real es aquella fuerte tempestad.

Este es nuestro primer problema. Estamos viviendo la crisis de la Iglesia contagiándonos unos a otros desaliento, miedo y falta de fe. No somos capaces de ver que Jesús se nos está acercando precisamente desde esta fuerte crisis. Nos sentimos más solos e indefensos que nunca.

Jesús les dice tres palabras: “Ánimo. Soy yo. No temáis”. Solo Jesús les puede hablar así. Pero sus oídos solo oyen el estruendo de las olas y la fuerza del viento. Este es también nuestro error. Si no escuchamos la invitación de Jesús a poner en él nuestra confianza incondicional, ¿a quién acudiremos?

Pedro siente un impulso interior y sostenido por la llamada de Jesús, salta de la barca y “se dirige hacia Jesús andando sobre las aguas”. Así hemos de aprender hoy a caminar hacia Jesús en medio de la crisis: apoyándonos, no en el poder, el prestigio y las seguridades del pasado, sino en el deseo de encontrarnos con Jesús en medio de la oscuridad y las incertidumbres de estos tiempos.

No es fácil. También nosotros podemos vacilar y hundirnos como Pedro. Pero lo mismo que él, podemos experimentar que Jesús extiende su mano y nos salva mientras nos dice: “Hombres de poca fe, ¿por qué dudáis?”.

¿Por qué dudamos tanto? ¿Por qué no estamos aprendiendo apenas nada nuevo de la crisis? ¿Por qué seguimos buscando falsas seguridades para “sobrevivir” dentro de nuestras comunidades, sin aprender a caminar con fe renovada hacia Jesús en el interior mismo de la sociedad secularizada de nuestros días?

Esta crisis no es el final de la fe cristiana. Es la purificación que necesitamos para liberarnos de intereses mundanos, triunfalismos engañosos y deformaciones que nos han ido alejando de Jesús a lo largo de los siglos. Él está actuando en esta crisis. Él nos está conduciendo hacia una Iglesia más evangélica. Reavivemos nuestra confinza en Jesús. No tengamos miedo.

José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Contribuye a despertar la confianza en Jesús. Pásalo.

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