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Las tías: mujeres trans mayores en Argentina luchan por derechos y tejen memoria

Viernes, 21 de febrero de 2025
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Para las personas trans en América Latina tener más de 40 años es ser una sobreviviente. Desde hace una décadas, adultas mayores travestis y trans de Argentina se organizaron para reclamar por una ley de reparación histórica que contemple las violencias estatales que han sufrido a lo largo de los años, además de tejer redes en las que construyen memoria y resistencias cotidianas.

Fuente Agencia Presentes
17 de febrero de 2025<
Lucas Gutiérrez
Muriel BruschiEuge AzarAriel Gutraich
Alejo Sol
Edición: Ana Fornaro

Ustedes nos pegaron, violaron y asesinaron, ¿qué más quieren?– le grita Patricia Rivas a unos cien policías acorazados detrás de cascos y escudos.

Es 24 de mayo de 2024, la tarde está helada y la Plaza de Mayo, donde está la Casa de Gobierno, está rodeada de uniformados para impedir que la Segunda Marcha Plurinacional por la Reparación Trans y Travesti circule por la calle hasta el Congreso de la Nación, donde espera un escenario. El Ministerio de Seguridad del gobierno de Javier Milei publicó un protocolo que sólo permite manifestarse por la vereda, sin cortar el tránsito, además de habilitar varios mecanismos para criminalizar la protesta.

Patricia tiene el pelo rubio platinado vaporoso y avanza con tacos plateados, cubierta de un saco negro por el que asoma un gran escote. Tiene 58 años, es alta y robusta, parece fuerte pero guarda en el cuerpo  y la memoria las cicatrices del odio y la violencia de las fuerzas de seguridad. Ella forma parte de Históricas Argentinas, una organización de trans adultas mayores que se reconocen como víctimas del terrorismo de Estado y de múltiples violencias institucionales en democracia. Son sobrevivientes y exigen ser oídas.

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Patricia enfrenta a policías acorazados en la Segunda Marcha Plurinacional por la Reparación Trans y Travesti Foto: Ariel Gutraich/Agencia Presentes

A las trans mayores las acompañan activistas de derechos humanos y de la diversidad. Hay infancias y adolescencias trans, personas no binarias, lesbianas, maricas y mucha familia elegida. Frente al despliegue policial desproporcionado con armas largas y motos que rugen, el grito fue uno solo:

¡No tenemos miedo!

La violencia institucional es una herida histórica en los colectivos travestis y trans. Durante la última dictadura cívico-militar (1976-1983), las personas de la diversidad sexual, y con especial saña las travestis y trans, fueron perseguidas y encarceladas por su identidad. Pero para ellas los calabozos continuaron bien entrada la democracia, por la criminalización presente en los edictos policiales de varias provincias que habilitaba la caza de “los travestidos” en las calles. Estos edictos estuvieron vigentes hasta 1998 en Ciudad de Buenos Aires y hasta una década después en Provincia de Buenos Aires y otras provincias. Las personas trans y travestis suelen decir que para ellas la democracia comenzó recién 2012, con la aprobación de la Ley de Identidad de Género. 

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Segunda Marcha Plurinacional por la Reparación Trans y Travesti Foto: Ariel Gutraich/Agencia Presentes

Hace una década comenzó la militancia por una ley de reparación histórica para las trans y travestis sobrevivientes y también el pedido de una pensión graciable. 

Para eso se formaron distintos grupos: Además de Las Históricas Argentinas, existe el el Archivo de la Memoria Trans Argentina, un proyecto artístico y político de recuperación histórica que dio la vuelta al mundo y ha sido replicado en varios países. 

Además de la reparación históricas, estos colectivos exigen que se cumpla el derecho a recibir salud integral para una vejez digna. Pero los proyectos de ley siguen durmiendo en los cajones del Congreso mientras van perdiendo estado parlamentario.

Marlene Wayar es activista, escritora, psicóloga social, egresada de la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo y comunicadora. En un programa de radio, ella explica:

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Marlene Wayar y Patricia Rivas enfrentan a policias que reprimen la Segunda Marcha Plurinacional por la Reparación Trans y Travesti

Lo que queremos es que esta sociedad se sienta a discutir y reconozca que tenemos un promedio de vida de 32 años mientras, el de las personas cis es de 76 y subiendo y que esto constituye un genocidio. Después podemos ver los puntos de la ley, pero esto es mucho más complejo que una una mísera jubilación. Como dice Wanda, el Estado en algún momento tiene que reconocer todo lo que nos ha sacado, nos ha sacado la vida.

Actualmente en Argentina solo la provincia de Santa Fe tiene una Ley de Reparación. Es un logro y un antecedente, pero las voluntades políticas actuales no abren diálogos nuevos. Este 1 de noviembre organizaciones como Futuro Trans y el Archivo, en compañía del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) presentaron un amparo para que el Estado les reconozca su derecho a la seguridad social. “Buscamos también que se reconozca y repare la violencia institucional que sufrió la población travesti y trans desde la recuperación de la democracia hasta el presente”, explica Marlene.

Las marcas de la dictadura

La reparación histórica consta de dos pasos: uno es que el Gobierno salga el balcón y reconozca todo el maltrato que hubo hacia las personas trans, y lo segundo es un resarcimiento económico que no sea una jubilación mínima, a nosotras nos tienen que resarcir por la vida que nos hicieron pasar”, dice Patricia un domingo por tarde, meses después de aquella Marcha por la Reparación donde la policía amenazó y reprimió.

Estamos en la terraza de su amiga Eugenia, en el partido de San Fernando, provincia de Buenos Aires, cerca de su casa. Su voz es el relato que entre carcajadas y angustias recompone esa memoria histórica que desde hace un tiempo decidió recuperar para seguir reclamando.

pato2-1536x1066Patricia en su casa. Foto: Euge Azar

En un tiempo me puse en pareja, fui peluquera y todo ese pasado lo sepulté. Al volver a hacer activismo volví a padecer y a tener las pesadillas de las persecuciones, de cuando corría con mis amigas escapando de la policía y que una caiga muerta atropellada por los autos. Es horrible vivir todo eso de vuelta.

Patricia también recuerda los ruidos, las voces, y estar detenida y vendada en la Comisaría de Tigre, provincia de Buenos Aires. “Esa que ahora tiene una placa conmemorativa que dice que ahí hubo un centro de detención durante la dictadura”, agrega.

En 1981, cuando tenía 14 años, estuvo secuestrada allí.

Fueron cinco días pero para mí fue una eternidad. Estuve vendada y lo que se escuchaba eran las puertas, los ruidos de una puerta pesada que abrían y te agarraban. Me llevaban a otro lugar y me hacían la tortura en la que me metían la cabeza bajo el agua. A veces te apuntaban y gatillaban. Otras veces era violarte mientras me decían: ‘¿te gusta ser puto?’. Siempre eran dos y cuando el primero terminaba de violarme yo caía desvanecida al piso, y ahí me daba el otro.

En abril de 2023, por primera vez en la historia, un juicio de lesa humanidad tuvo como voces fundamentales a un grupo de mujeres trans víctimas de la dictadura.

Carla Fabiana Gutiérrez, Paola Leonor Alagastino, Julieta Alejandra González, Analia Velázquez y Marcela contaron lo que vivieron en el Pozo de Banfield, uno de los centros clandestinos de detención, tortura y exterminio que funcionaron durante el terrorismo de Estado.

Marcela Viegas declaró con un collar de cadenas gruesas, pulseras y una boina. Frente a ella la mesa estaba cubierta por la bandera del Archivo de la Memoria Travesti Trans Argentina. Allí contó que cuando estaba por cumplir 15 años fue secuestrada en Camino de Cintura, provincia de Buenos Aires y torturada sistemáticamente.

Me ponían una capucha. No sé adónde iba. Teníamos una venda y yo podía espiar por abajo. Me tiraban en una cama. Me ataban. Y me ponían 220 (volts de electricidad)” contó en su declaración.

Y agregó: “Es una hijaputez que nos pongan prostitución y vagancia. Yo iba a trabajar todas las noches porque por ser travesti no me iba a dar trabajo nadie” .

En marzo de 2024 los jueces condenaron a los represores a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad en el marco de genocidio. Por primera vez en la historia argentina personal militar fue condenado por los delitos de privación ilegítima de la libertad, tormentos, abuso sexual y reducción a la servidumbre a personas del colectivo travesti trans.

De las sobrevivientes no todas pudieron tener acceso a los documentos que registran esas detenciones. A veces ni siquiera las anotaban, o las ponían con nombres distintos. Para ellas también era muy difícil acercarse a una comisaría a preguntar por alguna compañera, primero porque podían quedar detenidas ellas y después porque, ¿por quién preguntaban? La astucia travesti y el humor como músculo que ayuda a sobrevivir hicieron que en “la zona” estén todas con sus nombres elegidos, los de fantasía y los apodos que eran mezcla de amor y picanteada.

Pero nada de eso las detenía, si una estaba presa, las demás encontraban la manera de hacerle llegar “el bagayo”, así le decían al envío de cosas fundamentales para los días que faltasen.

Patricia sabía que al ser detenida no tenía que firmar lo que le daban sino que debía encontrar las maneras de negociar. A la hora de firmar, tenía que poner: “apelo señor juez”. “Me das asco, me haces perder el tiempo, no quiero verte más acá o nunca más vas a ver la sol“, le dijo el juez en esos años.

Memoria trans

Pasaron cuatro meses de la Segunda Marcha por la Reparación y sobre Avenida de Mayo la puerta de un edificio de estilo francés conduce al Archivo de la Memoria Trans. En este lugar, además del trabajo de archivo y edición hay un espacio de serigrafía, una librería con títulos LGBT+ y una sala de estar dónde las chicas tienen reuniones, hacen terapia y ahora entre facturas, café y mates dan entrevistas. A veces acá o en otros espacios invitan a más sobrevivientes adultas para compartir recuerdos, charlas y ver las necesidades de cada una.

En el Archivo, unas 20 adultas mayores buscan y reúnen fotos, cartas y artículos de prensa que arman la memoria travesti trans de un país que las quiso y quiere invisibilizar. Con todo esto arman muestras, souvenirs, libros y crónicas que luego venden para vivir y hacer sobrevivir esa memoria travesti colectiva. Ellas espantan las miradas de condescendencia y traen a la luz las vidas trans con todos sus matices, colores, injusticias, amores, celebraciones y vínculos.

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Michelle, Carola, Sonia, Marcela y Teté, del Archivo Argentino de la Memoria Trans Foto: Muriel Bruschi

Sus vidas y biografías recorren muchos espacios contando lo que han vivido.

A sus 59 años, Wanda Sánchez comparte las violencias estructurales de muchas personas travestis y trans de su generación.

Vi morir a tantas compañeras, recordar el montón que éramos. Yo sobreviví a todas ellas, a todo lo que nos pasó. Me tuve que ir de mi casa a los 13 años para empezar a ser yo, ahí no podía.

Wanda02AMT-1024x1536Wanda Sánchez Foto: Muriel Bruschi

En ese deambular comenzó a ser detenida por la policía y un periplo por juzgados de menores, institutos y hasta una clínica psiquiátrica. “Allí una mujer santa, una médica me dijo que no estaba mal ser homosexual, que quien necesitaba cambiar era mi madre”. Allí se tendió un puente entre ella y su madre, aunque duró poco porque a los meses su mamá falleció.

En la clínica cumplió 18 y cuando salió ya era democracia en Argentina pero su calvario no se terminó.

Me han llevado presa por existir. Me han ido a buscar a mi casa para llevarme detenida. A vece terminaba en la comisaría con las bolsas del mercado porque recién había salido de comprar y me detenían.

Es su voz pero es la historia de muchas, de tantas.

En una mesa, bolsas de tela y remeras con imágenes sacadas de fotos, frases que alguna compañera gritó en una marcha o en una persecución y ahora se convirtieron en proclama conviven con libros de editoriales amigas y los de producción propia. El primer libro editado por el Archivo de la Memoria Trans está agotado pero otros siguen disponibles y se pueden comprar en su página web: Nuestros Códigos’; “Si te viera tu madre”, sobre la vida de la activista trans y una de las fundadoras del espacio, Claudia Pía Baudracco; y el más reciente: ‘Kumas’, una palabra que significa “amigas, compañeras, hermanas” proveniente del carrilche, ese lenguaje travesti que en la década del ‘40 nació para permitirles comunicarse entre ellas y sobrevivir a la policía y los ataques.

Mónica001AMY-1024x1536Mónica tiene 71 años Foto: Muriel Bruschi

Mónica, de 71 años, cuenta que a ella la ayuda mucho tener casa propia. La construyó con el dinero que le daba la prostitución. “Yo no derrochaba nada”, dice.  A diferencia de la mayoría, tiene una familia que la apoya, pero este lugar compartido es el que la “saca del pozo de depresión, por estar con todas y no pensar tanto”.

A ella también le decían “la gringa”. Su relato en el libro “Kumas” está atravesado por historias familiares, de amistades pero también de detención y tortura. Pero además de los relatos de violencias sobreviven las noches de brillos y diversión: los carnavales, los shows en bares.

Conocer a estas mujeres permite hilvanar la historia argentina completa.

Teté tiene 60 años, luce su delantal blanco impecable con el que cumple tareas de archivista. Tiene el pelo corto y canoso y una voz firme que no oculta la tristeza. No se quiebra, transmite la seguridad de saber quién es y fue.

– Era una situación fea, porque a mí con 13, 14 años me gustaba salir porque siempre fue muy independiente, y que te llevaran presa, que te sienten en un patrullero y te paseen para que todo el pueblo te vea, que vos era maricón.

Teté lee un fragmento del libro Kumas:

Nació en un pueblo del norte de la provincia de Santa Fe y en sus palabras se difuminan los límites entre la dictadura y la democracia. En ese momento ella se juntaba con amigos más grandes, pero a ellos también los perseguía la justicia.

Un juez llamó al tribunal a ese chico gay y le dijo que si se seguía juntando conmigo lo iban a detener porque por corrupción de menores. Así perdí amistades.

Todo ese contexto de discriminación hizo que tampoco pudiera terminar sus estudios: “Fue muy difícil terminar el colegio primario. El último año fue séptimo grado y fue una cuestión de supervivencia”.

Teté01AMT-1024x1536Teté Foto: Muriel Bruschi

Recién en 2013 pudo retomar sus estudios secundarios para culminarlos en 2016. Y siguió. Logró hacer dos años de la carrera de Psicología Social en la escuela de Psicología Social de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE). Luché mucho para conseguir trabajo”, explica.

En el año 2000 se acercó a militar en la organización política Movimiento Evita y desde 2008 trabaja en el Hospital Público Provincial Magdalena V. de Martínez, en Pacheco. Comenzó haciendo limpiezas y ahora se desempeña en el área administrativa.

Desde 1992 está en pareja y desde 2018 trabaja en el Archivo.

– Este es mi espacio, es mi lugar, el que elegiría siempre. Más allá de que yo tengo a mi familia que me acompaña y a mi pareja, esto es otra cosa. Acá estamos entre pares. Podemos tener diferencias, nos divertimos, la pasamos bien, levanta el ánimo. A mí me llena el alma, la verdad es un espacio que yo elegiría siempre para estar es este lugar.

Lo dice en voz alta pero también lo cuenta con cada gesto de complicidad y cada risa. Están en la mesa y las reúne el contar anécdotas, alegrías, carnavales y un adn travesti trans infinito. Una cadena de palabras, herramientas, referentes, conceptos y orgullos que trascienden las décadas y geografías.


“Nunca pensé que a la edad que tengo algún día iba a poder contar mi historia”, dice Carola.

El 29 de septiembre Carolina “Carola” Figueredo cumplió 62 años, casi el doble del promedio de edad que vive una persona trans. Ahora ella está sentada junto a su compañera del Archivo de la Memoria Trans, Marcela Navarro, en la biblioteca de la Alianza Francesa de Buenos Aires. El espacio es inmenso, está lleno de libros, es la biblioteca francófona más grande de Latinoamérica pero lo que no está ahí es lo que ellas van a presentar en este encuentro: los libros del Archivo con sus historias, contadas por ellas mismas, con sus vidas y las de quienes ya no están.

Carola02AMT-1024x1536Carola Figueredo Foto: Muriel Bruschi

“Yo lo único que escuchaba eran siempre reproches. Nos juzgaba todo el mundo, nos condenaban, pero nunca nos daban la oportunidad de expresar quiénes realmente éramos. Nunca se nos entendió”, explica Carola, y en sus palabras la curva deriva en orgullo al explicar cómo el Archivo se instaló como ese proyecto de redención dónde pudieron tomar la palabra y visibilizarse.

Este espacio fue una segunda oportunidad. Acá nos volvimos a encontrar todas pero en un momento y una situación diferente, ahora éramos libres porque a partir del 2012 obtuvimos la Ley de Identidad de Género. Nunca pensé que iba a tener esa libertad de poder contar mi historia, que todo el mundo te escuche, que te presten atención, y eso te hace sentir importante”, va decir frente a una audiencia que escucha, pregunta, lagrimea y sonríe. Su cuerpo parece frágil, a veces parece tímida, y en un momento, de repente, se le suelta la biografía y empieza a tejer en el aire relatos que deberían estar en todos los libros de educación nacional, su historia también es la historia de un colectivo.

A su lado Marcela irradia la presencia de una directora de escuela. Su pelo negro hacia con una cola hacia arriba parece coronarla como el casquete de una vedette. Ella hablará de todos los procesos que se realizan en el Archivo, le va pedir más testimonios a Carola y trata de manera maternal.

Marcela02AMT-1024x1536Marcela Foto: Muriel Bruschi

‘Ésta se fue, a ésta la mataron, ésta murió’ se llamó la primera muestra del Archivo realizada en 2017 que se pudo ver en el Centro Cultural Haroldo Conti de Buenos Aires, dentro del predio de la Ex Esma. En este ex centro de detención clandestina ellas lograron hacer de sus recuerdos un manifiesto. Esa vez no entraron forzadas sino siendo ellas la fuerza y resistencia. Tiene una voz pausada y muy presente, con ella explica: “recibo el material y lo voy separando: vida cotidiana, trabajo sexual, carnavales”, y cuenta cómo va uniendo las conversaciones y reconstruyendo las historias. Además de fotos hay cartas, documentos, tarjetas, volantes y “muchos tickets de avión y viajes”, y no es que ellas se daban la gran vida, esos vuelos se traducen en exilios, escapar para sobrevivir.

Completo las planillas y anoto el año y nombre de las compañeras de las fotos. Si está fallecida tratamos de buscar a otra que pueda ayudarnos a armar su historia; después de eso me encargo yo misma de escribir su propia biografía. Cuando la compañera aún vive trato de ubicarla para que nos cuente su propia historia”, sigue Marcela. Del otro lado de la gente hay una mesa con algunos de los libros y objetos que producen.

Necesitamos traVajo

“Tenemos vida para tirar, pero necesitamos un trabajo. Necesitamos algo para poder vivir, para poder seguirla”, explican las integrantes del Archivo. Sonia Torrese comparte su historia y explica que estuvo “rodando por todos lados, donde pude, como una golondrina”.  Ella también es una de esas hijas expulsadas del hogar familiar por ser trans. Hoy a sus 64 años volvió a esa casa pero para cuidar a sus padres. “Mi hermana y mi hermano no me aceptaban. Tenían mucha vergüenza de mí”.

Los rulos rubios de Sonia le enmarcan las palabras que con timidez aparecen para retratarla. Cuando dice que antes era “muy cerrada, muy burra”, las compañeras la frenan y le recuerdan que ella es la que mejor memoria tiene. Si alguien ve un rostro en una foto y no se acuerda quién es la respuesta seguro la tiene Sonia.

Sonia02AMT-1024x1536Sonia es enfermera Foto: Muriel Bruschi

Como es enfermera explica que un vecino le pidió que fuera al geriátrico dónde estaba su madre para hacerle curaciones. Las primeras veces no hubo problema, pero luego las enfermeras le contaron al dueño del lugar que ella era una persona trans: “Automáticamente me cerraron las puertas, me echaron”. Esto pasó hace aproximadamente siete años, en un país con Ley de Identidad de Género y sin edictos policiales.

Actualmente algunas cobran una jubilación o pensión, muy pocas. Y como eso tampoco alcanza tienen otros trabajos y buscan ayuda en los espacios disponibles. Wanda cuenta que tiene una pensión, a eso le suma el Archivo, los sábados trabaja en la Biblioteca Claudia Pía Baudracco y retira mercadería donde le den. La mayoría comenta situaciones similares. En ese momento todas se largan a hablar al mismo tiempo pero todas dicen lo mismo, nombran alguna compañera y cuentan su desesperación por no tener ingresos.

Sandra tiene casi 70 años y sigue ejerciendo la prostitución. Es una pena que a su edad tenga que estar parada en una esquina”, dicen sobre otra compañera que tampoco tiene ningún tipo de reconocimiento del Estado.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INDEC), el 80% de las personas travestis y trans está vinculada a la prostitución. Y sólo el 32% terminó estudios secundarios, según una investigación de las organización ATTTA y Fundación Huesped.

Para paliar esta brecha, en Argentina se aprobó en 2021 la Ley de Cupo Laboral Travesti Trans Lohana Berkis – Diana Sacayán. Esta norma establece la contratación de personas trans en el Estado Nacional a través de un cupo mínimo del 1 %, además de medidas de acción positiva orientadas a lograr la efectiva inclusión laboral tanto en el sector público como en el privado. Pero la llegada del nuevo gobierno frenó los avances de esta ley incluso sumando personas trans a las cifras del desempleo.

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Manifestación frente al Congreso argentino por una ley de Cupo Laboral Travesti Trans Foto: Ariel Gutraich/Agencia Presentes

La Ley de Cupo Laboral Travesti Trans lleva el nombre de las dos activistas históricas que la impulsaron y es sólo un primer paso. Hoy no se aplica, además de que corre peligro la ley.

 El cupo laboral trans lamentablemente no es para las compañeras de cincuenta años”, explica Teté. “Con esta edad no te quieren para nada, y menos a nosotras”, dice haciendo intersección entre ser adulta mayor y trans.

El cielo bonaerense de la tarde tiene de estrella a Patricia. Toma mate y comparte un bizcochuelo con amigas.

Tengo una pensión por discapacidad, que actualmente es mi única entrada porque yo tengo problemas con la silicona que me aplique hace años. Me debilitó los huesos, la cadera, por ejemplo, me comió el cartílago que une el fémur con la cabeza de la cadera y ahí se metió la silicona, también en la columna. Siento un ardor constante en la espalda y en la altura de los riñones”, cuenta.

La aplicación de silicona industrial es una práctica bastante frecuente entre las personas trans que no pueden recurrir a implantes. Esta no es una cuestión de vanidad sino una construcción identitaria, es parecerse más a quien una es. Pero al estar excluidas de los ámbitos laborales y de salud terminan recurriendo a estas opciones nada seguras y con grandes consecuencias a largo plazo.

 En Argentina, el informe “Condiciones Sociosanitarias de Personas Trans publicado en 2019 por Ministerio de Salud y Desarrollo Social de la Nación, el 83% de las feminidades trans modificó su cuerpo para adecuarlo a su identidad de género autopercibida. La mitad de ellas se inyectaron materiales en el cuerpo: 66% silicona líquida y 17%, de aceite de avión.

“Hace poquito este año murió una amiga mía, como Silvina Luna, porque la silicona te estropea los riñones”, continúa Patricia, citando el caso de la modelo y conductora que trajo a los medios el debate del metacrilato y la silicona líquida.  La diferencia es que a las compañeras travestis y trans no las debate ni recuerdan de esta manera, solo entre ellas lo hacen.

Madres, Abuelas y Tías

En las marchas muchas veces hay un cartel que dice: “Madres de la Plaza, las travas las abrazan”. Esa frase también es grito cuando marchan las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, esas mujeres que aún hoy con sus más de 80 y hasta 90 años, siguen activando por los Derechos Humanos reclamando por sus hijos desaparecidos y nietos apropiados de la última dictadura militar. Las personas travestis y trans saben lo que es marchar para exigir que se cumplan estos y por el derecho a la identidad.

Memoria, verdad y justicia”, es la frase que reclama por las violaciones de derechos humanos en la dictadura argentina.  Las travestis arman memoria al encontrarse, buscar las fotos y vidas de compañeras, y hacerlas circular. Pero también verdad al poner las historias en su propia voz. Entonces, ¿qué pasa con la justicia? El tiempo en que la justicia, el Estado y la sociedad se demoran en responder y accionar no alcanza para cuidar a las personas trans adultas mayores que han sobrevivido. Ellas recorren programas de radio, televisión, podcast, libros, revistas y encuentros. Lo hacen para encontrarse, mantener viva esta voz, pero también para que toda la sociedad acompañe su reclamo.

Michelle01AMT-1024x1536Michelle es de Rosario, Santa Fe Foto: Muriel Bruschi

Michelle se vino a Buenos Aires desde Rosario, provincia de Santa Fe, porque en su casa de allá estaba sola, acá encontró una familia. “Yo pensaba que iba a morirme a los 52”, dice y todas la preguntan por qué, “porque a esa edad murió mi mamá”. Y al hablar sus uñas largas parecen dirigir la batuta de sus palabras. Cuesta imaginarla triste, porque ahora sonríe y es parte de esta mesa de compañeras travestis y trans.

En la quiniela el 52 es la madre”, dice una de las chicas, y todo tiene un aire de revelación y charla de café. La de los 52 años era la madre de nacimiento de Michelle, porque en la vida LGBT+ cuando dicen que hay una familia elegida los títulos ganados son reales. Marcela tiene mucho aire de madre. “Le digo vení a casa y trae las fotos que tengas, después vino al archivo, empezó a trabajar y se ganó su lugar”, explica con orgullo. Ahora viven juntas pero separadas, ¿cómo es eso? y “es que vive en la casa de un amigo gay que esta enfrente de mi casa, pero también en la mía”, y el tema del orden y hacer la cama y todos esos cotidianos que crean la vida en familia.

Las tías”, como muches les dicen, son muy queridas. Sea en un evento o juntada, si una de ellas se pone a contar algo, las juventudes se calman y se dejan llevar por sus voces. “A mí en lo personal lo que me llama es el afecto, el respeto, que te brindan. Es lo que menos teníamos antes. Hay respeto y amor, yo soy muy sensible. A mí me mostrás, cariño y yo te voy a dar cariño, me mostrás agresión y es lo que viví toda mi vida”, cuenta Carola con los ojos siempre emocionados y agradecidos. Pero al amor que las rodea lo debe acompañar un Estado presente.

Mucho más que un nombre

Esa segunda marcha por el pedido de reparación, la de mayo, luego de recorrer toda la Avenida de Mayo, terminó con un festival de música y discursos frente al Congreso Nacional. Al look escotado de taco plateado quebrado por los empujones policiales Patricia ahora le sumó unas antiparras de natación por si en la represión decidían arrojar gases. Las juventudes LGBTNBQ+ que están ahí también se llevan una lección de lucha y resistencia, de lo que ellas gritan: ¡Furia travesti!. En organizaciones, archivos, familias elegidas y más espacios de adultas siempre hay juventudes de la diversidad trabajando en temas urgentes que van desde la logística y el registro, hasta acompañar a algunas de las “tías”. A veces es escucharlas, otras ayudarla a hacer un trámite, pero el entretejido generacional confecciona una red amorosa que de nuevo desafía todo terror. Antes que termine la marcha Patricia les va dejar una postal de lucha, mira a le fotógrafe Valen Iricibar y le muestra las tremendas tetas cargadas de historia. Lo hace con el cordón policial detrás suyo.

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Activistas leen discursos frente al Congreso al final de la Segunda Marcha Plurinacional por la Reparación Trans y Travesti Foto: Ariel Gutraich Agencia Presentes

Un par de meses después, cuando la entrevista parece haber terminado y en esa terraza de San Fernando mientras todo se está acomodando para cerrar el día Patricia, Pato, la tía Pato increpa:

–  ¿No me preguntas el nombre completo?

En ese momento todas las maneras de llamarla dan paso a lo que hoy, 12 años después de aprobada la Ley de Identidad de Género: “Patricia Alexandra Rivas”. El pecho se le infla de orgullo, los ojos le brillan más fuerte, y el dije de corazón que tiene alrededor del cuello le parece latir. No es solo un nombre, es parte fundamental de la biografía de un colectivo.

Para las personas trans en América Latina tener más de 40 años es ser una sobreviviente. Desde hace una décadas, adultas mayores travestis y trans de Argentina se organizaron para reclamar por una ley de reparación histórica que contemple las violencias estatales que han sufrido a lo largo de los años, además de tejer redes en las que construyen memoria y resistencias cotidianas.

*Este trabajo periodístico se realizó y publicó originalmente en la tercera edición de #CambiaLaHistoria, proyecto colaborativo de DW Akademie y Alharaca, promovido por el Ministerio Federal de Relaciones Exteriores de Alemania. El periodista Cristhian Matamoros del staff de Criterio.hn formó parte de este proyecto.

Conoce el proyecto y más historias en https://cambialahistoria.com

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Abigail Galindo, la mujer trans que documentó la memoria LGBT de Honduras

Martes, 16 de enero de 2024
Comentarios desactivados en Abigail Galindo, la mujer trans que documentó la memoria LGBT de Honduras

IMG_2227Durante 35 años Abigail Galindo, mujer trans, anduvo por las calles, los escenarios y las fiestas con su cámara. Esas imágenes de la memoria LGBTIQ forman parte crucial del Archivo Honduras Cuir.

TEGUCIGALPA, Honduras. Las mujeres de la fotografía no sonríen a la cámara, pero se les ve felices. En la imagen, tomada en la capital de Honduras hace treinta años, en un parque, en una banca, bajo un árbol, cuatro trabajadoras sexuales esperan clientes. La noche es densa, sus miradas penetrantes. De izquierda a derecha posan Gaby Spanik, Bessy Ferrera, Abigail Galindo y Michelle: cuatro figuras importantes del movimiento trans en Honduras.

Flash. Un relámpago, la noche y, de repente, son inmortales.

En unos años, a dos de ellas las van a matar, otra va a migrar escapando de la violencia. Solo quedará Abigail para contar sus historias.

Pero en la fotografía —ahora un ícono— se les ve felices.

IMG_2215Tantas, tantas fotos. Cuelgan de la pared, se apilan en álbumes, reposan en retrateras. Al principio eran nada más la colección personal de Abigail Galindo, una mujer trans, defensora de los derechos humanos. Ella fotografió por 35 años sin saber, sin imaginarse. Ahora tiene 52, dejó el trabajo sexual hace 20 y sus imágenes son parte de la memoria colectiva de las personas LGTBIQ+ de Honduras.

Se digitalizan para Instagram, se imprimen tamaño póster, se exponen ante miles. De aquella Abigail  que recorrió las calles de la capital de Honduras con tacones, lentejuelas y furia queda una figura delgada, casi tímida, que avanza despacio en su silla de ruedas, con una pierna menos. Todavía se sorprende cuando encuentra a cientos de personas, reunidas a su alrededor, escuchándola.

Durante la mayor parte de su vida, la fotografía no fue más que un pasatiempo aficionado para ella. No esperaba, ni hubiera soñado, que sus fotos iban a ser parte de exposiciones ni que iba a guiar recorridos por los fragmentos de su vida. Su intención era atrapar memorias en la película de 60 milímetros, recordar junto a sus amigas las fiestas, los amores y las noches, una vez fueran ancianas.

Siempre me gustó eso de andar tomando fotografías en todos lados —dice— . Andaba con un rollo de 36 películas. Cuando íbamos a algún evento o salíamos, lo primero que agarraba era la cámara, lista para tomar las fotografías a mis compañeras, a mis amigas.

IMG_2216En junio de 2022 Abigail conoció a un fotógrafo llamado Dany Barrientos. Él le habló de «memoria histórica» y de un proyecto para «reconstruir y deconstruir» la historia de personas como ella: el Archivo Honduras Cuir, una iniciativa que buscaba, a través de cualquier pedazo de papel que encontraban, evidenciar que las personas LGTBIQ+ existieron. Abigail, con sus fotos y con sus historias, iba también a convertirse en una pieza crucial de la memoria viva de las que quedaban y de las que ya no están. 

Tomaba tantas fotos para tener mis recuerdos —dice—. Las fotografías son muy importantes porque son la historia reflejada en un papel. Si nosotros tenemos memoria y nos acordamos de todo, lo podemos explicar, pero sin una fotografía… Ninguna historia se puede contar sin tener una prueba, ¿verdad?

Las historias tras las imágenes de Abigail revelan lo que diversas organizaciones LGTBIQ+ han denominado un transgenocidio en Honduras, del que ella es una superviviente. El resto de sus amigas, como las que posan en la foto del parque, se fueron así: una noche dos hombres salieron de sus casas, les dijeron adiós a sus esposas, se subieron a un carro de vidrios oscuros y condujeron por la ciudad con la intención en la mano. A Bessy la mataron a balazos. Su cuerpo quedó tendido sobre la acera en la que trabajaba.

IMG_2217Un día un cliente le dijo a Michelle te llevo conmigo a Guatemala y ella dijo me voy a Guatemala con el cliente. Lo que pasó en medio no se sabe, lo que se sabe es que pudieron identificar los que quedó de Michelle por sus tatuajes. A Abigail le da un escalofrío cuando se acuerda.

De ahí solo dos estamos vivas, la Campero (Gaby Spanik) que está en Alemania y yo, que estoy acá.

Acá: Honduras, según la organización TransRespect este pedacito de tierra entre el Caribe y el Pacífico es uno de los más violentos del mundo para las personas trans y en especial si son trabajadoras sexuales. Diferentes organizaciones se han dedicado a registrar los ataques, las armas homicidas, las resoluciones judiciales y todo lo que haga falta para explicar la complejidad de toda esa violencia, pero la conclusión es que en Honduras, como en otros países de América Latina, las mujeres trans no llegan a viejas.

Yo siempre les digo a las chicas: «Tomémonos una foto, porque no sabemos si es la última». 

Las fotos de Abigail en el Archivo Honduras Cuir 

Cuando le preguntan a Dany Barrientos, el fundador del Archivo Honduras Cuir, qué es lo que ve cuando mira las 700 fotos de Abigail Galindo, no duda un segundo.

La genealogía de la comunidad.

Dany Barrientos estudió arte contemporáneo en La Fototeca de Guatemala y tiene una trayectoria en fotografía documental y editorial. Y se inspiró en los proyectos de otros países, como el Archivo de Memoria Trans en Argentina, para contar «la otra historia»: la memoria de la población LGTBIQ+.

En los primeros meses de vida de su proyecto, escuchó de una extrabajadora sexual trans que había registrado gran parte de la década de los 80 y 90. No muchos años después de la última dictadura militar en Honduras, cuando las noches eran más largas, la policía controlaba las calles y se fundaron los primeros colectivos LGTBIQ+ en el país.

Abigail dice que el Archivo le salvó la vida. Tras un accidente con agua hirviendo, recibió serias quemaduras en su pie derecho y, por las complicaciones de su diabetes, perdió la pierna por debajo de la rodilla. La muerte, de la que se había escapado tantas veces, venía por ella. Se sentó a esperarla. Lo único que iba a dejar eran sus fotos y ahí estaba alguien que prometía cuidarlas.

— Tras el accidente, antes de la amputación, ella veía venir que algo malo le iba a pasar y creo que ese fue uno de los motivos por los cuales me prestó las fotos —dice Dany.

Las fotos eran lo que estaba buscando.

IMG_2220El Archivo, que almacena todos los documentos relacionados a la población diversa en Honduras entre 1934 y 2015, no tiene un espacio físico. Al comienzo del proyecto, las fotografías y documentos que se habían recuperado se digitalizaban y subían a Instagram, con información que brindara contexto sobre lo que enseñaba la imagen: escenas de la cotidianidad, escenas de fiestas, cartas de amor, recortes de periódico con noticias discriminatorias, etc. Cientos de personas de la comunidad LGTBIQ+ de Honduras, empezaron, por primera vez, a ver su historia reflejada. Meses después de inaugurada la cuenta de Instagram, comenzaron diversos conversatorios en vivo donde se narraba la historia detrás de cada foto y las vidas detrás de cada nombre.

“Aquí tenemos una historia propia”

Grecia Ohara, activista trans y defensora de los derechos de la población LGTBIQ+, resalta la importancia del Archivo Honduras Cuir para la comunidad diversa del país. Permite recordar las vidas, las luchas y el trabajo que las generaciones pasadas hicieron para avanzar el reconocimiento y respeto a los derechos humanos en Honduras. Pero, además, señala el cómo ayuda a construir una identidad LGTBIQ+ nacional.

Siempre que aquí pensamos en derechos LGTB estamos consumiendo lo internacional: lo de Estados Unidos, lo mexicano, lo del sur del continente  —dice Grecia—. Aquí también tenemos una historia propia. Pongamos personas hondureñas, nuestra personas a quienes reconocemos como líderes para que, como comunidad, podamos sentirnos identificadxs con nuestra propia gente y con nuestro propio contexto.

IMG_2221Es por esa construcción de la identidad LGTBIQ+ hondureña que Dany Barrientos destaca el trabajo fotográfico de Abigail Galindo. Su colección de fotos, dice,  revela una fluidez en la mirada, soltura con el uso de la cámara y una pulsión por retratar las cosas que amaba y que componían su mundo.

Me gusta cómo se yuxtapone la mirada que tenían los grandes consorcios de periodistas como La Tribuna o El Heraldo, que también la retrataron. Y la forma en que ella se mira a sí misma —dice Dany.

Muchas de las fotos más íntimas, como las que hizo a su familia o amantes, no son parte del Archivo Honduras Cuir, pero representan una parte del cuerpo fotográfico que, quizá, permiten entender mejor la figura de Abigail Galindo más allá de su papel como representante de la población LGTBIQ+, activista trans, showgirl o trabajadora sexual.

Últimamente tengo mucho afecto por un tramo de los archivos de Abigail que son fotos de su familia —dice Dany—. En esas imágenes que hay una nostalgia, una melancolía muy linda, no puedo evitar preguntarme qué de la identidad de Abigail se contrapone a la identidad de su mamá como un peso en contra, como una rebeldía, y qué de la persona que fue su madre ella tomó para sí.

—Si no estuvieran las fotos, ¿cómo explicarías quién es Abigail Galindo?

—Diría que es un ser humano sorprendente con una gran capacidad de sobreponerse —dice Dany Barrientos— con un una furia ardiente por dentro que lo puede consumir todo y también una generosidad increíble.

El álbum familiar 

IMG_2222La casa de Abigail, en un barrio antiguo de Tegucigalpa, es un museo, una tienda de souvenirs y un derrumbe. De las paredes húmedas cuelgan cuadros desteñidos y un millón de artesanías. Flores de papel, de plástico y de goma. Un atrapasueños con plumas de colores y un retrato de su madre. Sobre las repisas hay fotos de su familia, velas aromáticas que nunca han sido usadas y velas de parafina a medio consumir. Hay figuritas de porcelana y un montón de águilas del Motagua, el equipo de fútbol del que es aficionada. A la par, colocada con mucho mimo está su compañera: una Canon Sure Shot 38-60 mm.

Abigail creció con cinco hermanos mayores y un hermano menor.  Hija de José del Carmen Galindo, un soldado de la Fuerza Aérea y de Eva Soto, una costurera a quien Abigail le dedicó una parte considerable de su obra. Los retratos de Eva Soto hechos por la menor de sus hijas destacan por la naturalidad de la vida hogareña, en contraste al resto de su obra, en que el artificio y el exceso eran parte del encanto.

Me paraba en un lugar y mi mamá estaba distraída y yo le decía «¡Mami!» y ella volteaba a ver y flash, le tomaba la foto, distraída la agarraba… Me gustó porque se las tomaba así, sin posar.

Eva era una mujer chapada a la antigua: seria, hogareña y bajo el yugo militar de su marido, soñando con más. Un día Eva, quien había llegado hasta el sexto grado, intentó seguir estudiando, pero su marido le prendió fuego a los cuadernos.

Siempre les cae como un balde de agua fría

IMG_2223La personalidad y las vivencias de su madre, más los años trabajando en las calles de Comayagüela —la ciudad hermana de Tegucigalpa, precarizada y con altos índices de violencia— moldearon a Abigail de una niña retraída y hasta pasmada en una mujer rebelde, volcánica y con un sentido del humor ácido.

Al principio ellos no me aceptaban… como siempre ¿verdad? —dice— En todas las familias siempre les cae como un balde de agua fría. Yo digo que muchas veces no es que no nos quieren nuestros padres… lo que quieren evitar es el rechazo de la sociedad hacia nosotros. Me acuerdo de que mi papá una vez me dijo «prefiero tener un ladrón, un asesino o un marihuanero que tener un maricón en la casa».

Su padre no se enteró por varios años, y su madre, quien descubrió la identidad de su hija por un chisme, hizo lo posible por ocultarlo. Fue en vano. A los 16 años Abigail se escabullía de su casa mochila al hombro, con un vestido y tacones ocultos y se reunía con sus amigas, varios años mayores, que paraban en las esquinas.

La primera vez solo salí a ver cómo era la cosa, acompañar a las chicas en la calle, a conocer el ambiente. Nos íbamos para los chupaderos. Siempre he sido alta, entonces nos maquillábamos como con un poquito de edad más y nos dejaban entrar. Después las cipotas me regalaron una peluca y yo me miraba al espejo y me sentía bien. Sentía que esa era yo, y no la que estaba en la casa.

23 maridos y colecciones fotográficas 

IMG_2224Tres círculos de luz, flashes de cámaras o luces reflectoras, rebotan en un espejo detrás de ella. En la foto de principios de los 90s está parada sobre el escenario con un bikini azul y negro y un tocado de plumas a la cabeza. Se balancea sobre un tubo, sonriente. Detrás de ella, bien oculto entre las sombras, un guardia de seguridad vigila, cruzado de brazos y con expresión de te rompo la cara: su trabajo era evitar que clientes borrachos tocaran a Abigail en sus noches de espectáculo. La imagen decora su habitación, acompañada de los recuerdos de sus mejores años.

Ese de ahí estaba enamoradísimo de mis huesos —relata— pero yo ni en cuenta. «No podemos tener una relación amorosa aquí», le decía yo, hubiera sido peligroso.

No es que el peligro hubiera faltado, pero tampoco le faltó el amor. Uno de sus álbumes está dedicado exclusivamente a sus 23 parejas que sobreviven congeladas en el tiempo. Se recuestan despreocupados y desnudos, sonriendo a la cámara, indefensos. Ella los recuerda como “mis maridos” y 22 de ellos están muertos.

Las fotos de sus noches de espectáculo son cada una su propia historia. Durante años Abigail dominó los bares y discos «de ambiente» en Comayagüela y Tegucigalpa, donde se convertía por unos minutos en Selena o Thalía a cambio de comida y todo lo que se pudiera beber. Ganaba más con sus clientes en la calle y a pesar de tratarse de una adolescente trans de 16 años ya era una figura nocturna.

En una de sus colecciones fotográficas dedicada a esa época se le ve en fiestas y espectáculos, recorriendo pasarelas en desfiles de belleza, desfilando por las calles en un traje de palillona o un un traje de plumas durante uno de sus shows.

No voy a decir que todo fue oscuro, gris y negro. También ha habido momentos bonitos.

IMG_2225En esos momentos, dispersos en el tiempo inamovible de la pequeña caja azul en que guarda sus fotos, aparece  alguien sonriendo. Un disfraz de Halloween. Ropa militar. Un hombre desnudo. El rostro de su madre. Globos de colores. Un cigarro encendido. Un corsé. Un perrito de bolso. Un amante. Una reina de belleza con su tiara. Una mujer vestida de hombre. Un bautizo católico. Dos hombres dándose un beso. Una peluca imposiblemente rubia. Un almohadón con forma de corazón. El rostro de su madre. Un bebé regordete y rosado. Un muslo con un tatuaje de corazón. Una bandera arcoíris. Una camisa que dice «El de al lado es gay». Seis mujeres vestidas de hombre. Un poster de Pamela Anderson desnuda. Un desfile de palillonas. Un sostén de leopardo. Una persona bailando. Una persona que murió de SIDA. Una persona a la que mataron. Una persona que huyó del país. Alguien que se ríe. Otro amante. El rostro de su madre.

Memorias del trabajo sexual 

No hay fotos de los clientes.

Abigail cuenta que empezó a ejercer el trabajo sexual a los 17 años. En trece años le había ofrecido el servicio a todo tipo de hombres. Profesionales, diplomáticos, políticos, militares. Querían verla bailar mientras se masturbaba, hablar de sus problemas sin ser juzgados, acostarse con alguien del mismo sexo. También estaban los que llegaban con peticiones que, tantos años después, le siguen asqueando.

Y estaban los policías, los militares.

Encontrárselos podía significar una buena paga o pasar la noche en un calabozo. A finales de los 90, cuenta Abigail, la alcaldesa de Tegucigalpa, Vilma Castellanos, ordenó que sacaran a las trabajadoras sexuales de la zona del Hotel Honduras Maya, el más elegante de la época y donde los clientes pagaban más. En este tiempo la arrestaron 25 veces acusada de escándalo en vía pública.

Nosotras andábamos como venadas corriendo para arriba y para abajo porque no nos dejaban trabajar —dice—; a cada rato llegaban las patrullas. Una vez me llevaron a la posta de la Ulloa en una paila civil. A mí y a otras ocho. Los policías también andaban de civil pero armados hasta los dientes. Nos subieron a la fuerza, nos secuestraron. Nos llevaron por Ciudad del Ángel. Era de tierra todo eso. Estaba oscuro, oscuro, y nos dijeron: «Aquí vamos a matar a todos estos culeros» —. La voz de Abigail se estrecha hasta ser un solo hilo, monocorde, por el que las palabras se deslizan entre los dientes—. Nos abrazamos todas —sigue—, empezamos a llorar y a despedirnos. Y los policías va de reírse. Pensamos que ni modo, que sólo quedaba agarrarnos las manos para que cuando estuviéramos muertas nos fuéramos juntas. Pero empezaron a disparar al aire. Y después, ¿qué hicieron? Nos subieron al carro otra vez y nos llevaron para la posta, donde nos violaron. Mientras nos violaban, nos dijeron que nos iban a matar, que éramos unos culeros, que no valíamos nada. Que la gente ni nos iba a llorar.

De nada de eso tiene fotos, pero no olvida.

Cómo recordar

IMG_2226Abigail piensa en cómo quiere ser recordada. Lo piensa porque, a sus amigas, suelen recordarlas por su fin. Ella quiere que la recuerden por lo que vivió, por el arte que creó, por los retratos de sus amores y también esas últimas fotos que tomó de amigas y compañeras antes de que ellas también se convirtieran en estadística y pasaran a vivir solo en sus fotografías y en su memoria.

Aunque ya no se dedica tanto a la fotografía como antes, Abigail Galindo ha empezado a explorar nuevos intereses: escribe un libro de memorias, guía un tour del Archivo, actúa en cortometrajes y comenzó a asistir a una iglesia de Los Santos de los Últimos Días donde encontró una nueva misión: cambiar 200 años de tradición mormona.

Me dice el obispo: «No sé cómo tratarla». Aquí en la tierra todo se vale, le respondo, así es que usted me va a decir Abigail porque es como yo me siento bien. A mí no me diga de otro modo, a menos que me vaya a dar un cheque con dinero– se ríe.

( pincha sobre las fotografías para agrandarlas )

3 de enero de 2024
Daniel Fonseca
Jorge Cabrera y Archivo Honduras Cuir
Edición: María Eugenia Ludueña

Fuente Agencia Presentes

General, Historia LGTBI , , , , , , , , , , , , , , , , , , ,

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