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Oración incesante.

Lunes, 14 de enero de 2019
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Nuestras mentes están siempre en actividad. Analizamos, reflexionamos o soñamos. No hay momento del día o de la noche en que no pensemos. Se podría decir que nuestro pensamiento es “incesante”. Algunas veces querríamos dejar de pensar por un momento; esto nos ahorraría muchas ansiedades, muchos temores y muchos sentimientos de culpabilidad. Nuestra capacidad de pensar es nuestro mayor don, pero es también la fuente de nuestro mayor sufrimiento.

¿Debemos convertirnos en víctimas de nuestros incesantes pensamientos? No. Podemos transformar nuestro pensamiento en una oración incesante, haciendo de nuestro monólogo interior un diálogo continuo con nuestro Dios, fuente de todo amor.

Rompamos nuestro aislamiento y caigamos en la cuenta de que Alguien que mora en lo más íntimo de nuestro ser quiere escuchar con amor todo lo que ocupa y preocupa a nuestras mentes.

*
H. J. M. Nouwen,
Pan para el viaje, Brescia 1997, 23.

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , ,

“¿Crisis de valores o crisis del modelo dual? Otro modo de ver, para vivir de otro modo (II). “, por Enrique Martínez Lozano.

Sábado, 15 de septiembre de 2018
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valoresIII. Cambio en el modelo de cognición

Pero hay todavía más. A mi parecer, y a tenor de los indicios que parecen cada día más manifiestos, no se trata únicamente de un cambio de paradigma –como otras veces ha ocurrido en la historia-, sino además de un cambio radical en el modo de conocer: lo que se halla en crisis es nada menos que nuestro habitual modelo de cognición. Por lo que, mientras no asumamos el nuevo modelo, con las implicaciones que conlleva, la crisis seguirá sin resolverse adecuadamente.

Dicho más claramente: nos hallamos enredados en una absolutización del modelo mental que –como nos recuerdan las tradiciones de sabiduría– nos mantiene “dormidos” y, por tanto, en la ignorancia, la confusión y el sufrimiento. Sin superar ese modelo, no lograremos “despertar”.

Afrontemos, pues, la cuestión de los modelos de cognición. Y, para empezar, me gustaría reconocer la magnífica labor que, entre nosotros, están llevando a cabo varios filósofos. Me refiero a Mónica Cavallé, Consuelo Martín, Jorge Ferrer, Aitxus Iñarra y José Díez Faixat, entre otros [1].

Pero no es solo en filosofía: en campos tan dispares como la física, las neurociencias, la psicología, la medicina o la educación…, está teniendo lugar una apertura inédita, impensable hace solo unos años, hacia una visión más holística o integral de lo humano en particular y de toda la realidad en general.

Lo que está ocurriendo en todos esos campos, aunque no se haya nombrado de este modo, es la percepción de que el modelo mental es radicalmente limitado y necesita ser complementado por el modelo no-dual.

Existen dos modos básicos de acercarnos a comprender lo real: a través de la mente o través de la experiencia no-mediada. Al primero lo llamamos modelo mental y ofrece un conocimiento por análisis y reflexión. El segundo es el modelo no-dual y hace posible un conocimiento por identidad [2].

El modelo mental se basa en la razón y funciona a través del análisis y de conceptos “claros y distintos”. Es posible gracias a la separación que establece entre sujeto y objeto, perceptor y percibido. Sin tal separación, el modelo no podría funcionar. Pero, como consecuencia inexorable de la misma, sus características no pueden ser otras que estas: dualismo, separatividad y objetivación.

Es decir, la mente fractura la realidad –a partir de aquella dualidad primera–, reduciéndola a la suma de una infinidad de realidades separadas, a las que, también de un modo inexorable, ha reducido previamente a objetos. De hecho, pensar es sinónimo de delimitar y objetivar.

¿Qué significa esto? Por un lado, que el modelo mental funciona admirablemente en el mundo de los objetos, lo cual explica el extraordinario desarrollo de la ciencia y de la tecnología en nuestro medio sociocultural; por otro, sin embargo, que parte de un engaño original que, sin embargo, es incapaz de percibir: da por supuesto que la realidad es tal como el propio modelo la capta, sin advertir que la mente no ve la realidad, sino únicamente su interacción con ella.

Esta trampa, tanto más peligrosa cuanto más inadvertida y dada por supuesta como si de un axioma se tratara, ha sido (es) la causante de los efectos reduccionistas y empobrecedores del modelo. En efecto, los resultados más graves, por engañosos, pueden formularse de este modo:

· La realidad es como la ve nuestra mente.

· Solo existe lo que la mente ve (lo empíricamente demostrable).

Ambos axiomas, aceptados vulgarmente de una forma incuestionada, han dado lugar a un modo de ver reduccionista, que ha hecho de la ciencia una pseudo-religión –con sus dogmas, sus gurús y su exigencia de adhesión ciega–, cayendo en un cientificismo chato cuyas consecuencias todavía estamos padeciendo.

Si la realidad es como la ve nuestra mente, y si solo existe lo que ella ve, está abierto el camino al nihilismo y al vacío existencial. Pero, ¿es realmente así?

El psicólogo italiano Giorgio Nardone afirmaba, en una entrevista reciente, que “es una perversión de la inteligencia creer que la razón lo solventa todo”. Ha sido necesario llegar al final del callejón sin salida adonde conduce el modelo mental –cuando se absolutiza– para darnos cuenta de que hay vida más allá de la mente; para reconocer lo que siempre nos habían dicho los sabios y los místicos: existe otro modo de acceso a la realidad que es previo a la razón.

Ni el conocimiento se reduce al pensamiento ni nuestra identidad se reduce al yo. Es claro que, desde la mente, no podemos vernos sino como yoes separados. Pero no porque lo seamos, sino porque el modelo no permite ver otra cosa que objetos.

Desde el modelo no-dual, por el contrario, todo se modifica. Y es que, como ha escrito Consuelo Martín, “mientras estoy pensando creo que veo la verdad de las cosas pero lo único que hago es barajar interpretaciones escuchadas a otros. No descubro sino por serena observación que ver no es pensar [3].

Decía más arriba que el modelo mental nos otorga un conocimiento por reflexión. El modelo no-dual, por el contrario, posibilita el conocimiento por identidad. Esto significa que, basta aprender a silenciar la mente, para que todo ser humano pueda experimentarlo por sí mismo.

En realidad, ese es el único requisito. Se requiere silenciar la mente –tiene toda la razón Vicente Simón cuando escribe que se necesita “calmar la mente, para ver con claridad [4]; y Consuelo Martín cuando indica que “si no hay silencio del pensamiento no sabremos lo que es la verdad [5]–, porque el modelo mental es esencialmente separador, por lo que, mientras no salgamos de la mente, es imposible otro conocimiento que no sea el de objetos.

Acallada la mente, ¿qué ocurre? Que la consciencia se reencuentra consigo misma. Y que, sin negar las diferencias en las que la propia consciencia se manifiesta y expresa, accedemos a ver la unidad que todas comparten. A este abrazo de las diferencias en una unidad mayor es a lo que llamamos “no-dualidad”.

IV. Consecuencias de la absolutización de la mente

Las consecuencias probablemente más nefastas, derivadas del hecho de haber absolutizado el modelo mental, han sido el cientificismo y el individualismo. Por el primero, la realidad se reduce simplemente a lo que se puede tocar: caemos en una visión materialista y pragmática. Por el segundo, nos identificamos con nuestra estructura psico-somática, viviendo en función del “yo” al que hemos asignado nuestra identidad: caemos en una visión egocentrada en todos los ámbitos de la existencia; economía, política, religión…, se convierten en dominios en los que el yo busca fortalecerse a costa de cualquier otra cosa.

Es claro que tal visión tenía que entrar necesariamente en crisis. Y que la crisis, a su vez, puede servir de catalizador para encontrar la salida.

Pero la salida no vendrá por el lado del voluntarismo, sino de la comprensión. Es decir, solo superaremos positivamente la crisis si somos capaces de crecer en consciencia.

En el modelo mental, la consciencia parece identificarse con la mente. No es raro, por tanto, que la persona se perciba a sí misma como un islote separado del resto. La realidad, sin embargo, es ue la mente no es sino una herramienta de la consciencia: mente es lo que tenemos; consciencia es lo que somos. Es esto lo que necesitamos ver para poder implementar los medios operativos que nos lleven a vivir en coherencia con este nuevo modelo. Es decir, solo accediendo a “otro modo” de ver, podremos aprender a vivir de “otro modo”.

Y aquí es donde entra en juego la puesta en práctica de aquellos medios que favorezcan el paso de un modelo al otro, de un modo particularmente especial en el ámbito educativo. Se hace necesario abandonar la rigidez del estrecho modelo mental para, integrándolo, plantear una educación integral, que atienda a todas las dimensiones de la persona. Es lo que, en la última década, aunque con diferentes nombres, se conoce como “inteligencia espiritual”.

Enrique Martínez Lozano

Boletín Semanal

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[1] De entre ellos, me parecen de lectura obligada los siguientes libros: M. CAVALLÉ, La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, Kairós, Barcelona 2011; C. MARTÍN, La revolución del silencio. El pasaje a la no-dualidad, Gaia, Madrid 2002; J.N. FERRER, Espiritualidad creativa. Una visión participativa de lo transpersonal, Kairós, Barcelona 2007. J. DÍEZ FAIXAT, Siendo nada, soy todo. Un enfoque no dualista sobre la identidad, Dilema, Madrid 2007.

[2] Para un estudio detenido de los modelos de cognición, he de remitir a lo que he expuesto en E. MARTÍNEZ LOZANO, Otro modo de ver, otro modo de vivir. Invitación a la no-dualidad, Desclée De Brouwer, Bilbao 2014.

[3] C. MARTÍN, La revolución del silencio. El pasaje a la no-dualidad, Gaia, Madrid 2002, p.41.

[4] V. SIMÓN, Aprender a practicar mindfulness, Sello Editorial, Barcelona 2011, p.28.

[5] C. MARTÍN, La revolución del silencio. El pasaje a la no-dualidad, Gaia, Madrid 2002, p.49.

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“La mente y la realidad”, por Enrique Martínez Lozano.

Viernes, 20 de octubre de 2017
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1_mente-alberoI. EL MUNDO QUE TOMAMOS POR REAL ES UNA CREACIÓN DE LA MENTE

La mente no puede captar lo real, porque la trasciende por completo. Lo más que puede hacer es elaborar sistemas de creencias a partir de lo que constituye su primer postulado: la idea del propio yo.

El resultado es que todas las personas creen estar en la verdad. Y en cierto modo es así: cada una tiene la suya. Sin embargo, ninguna “verdad” sustentada por la mente es real. Es solo una construcción mental, que proyecta “fuera” lo que ella percibe. Y de esa manera crea un mundo acorde con sus propias creencias, juicios, preferencias…, para terminar concluyendo que eso es verdad. Y ciertamente lo es para quien se halla en ese nivel, pero no tiene nada que ver con lo real.

Del mismo modo que el inconsciente crea todo un mundo onírico que, mientras dormimos, tomamos como verdadero –el único verdadero en ese momento–, la mente crea el mundo de vigilia que, mientras permanecemos en el nivel mental, se nos antoja completamente objetivo. Sin embargo, ambos son solo apariencia. De hecho, basta simplemente despertar para percibir su inconsistencia. Eran “verdaderos” en su nivel, pero no reales, sino meras construcciones mentales.

Decía que esa construcción gira en torno a un eje central: la creencia de que somos el yo individual que nuestra mente piensa. Eso explica que nos tomemos todo personalmente, y que vivamos preocupados por la suerte que pueda correr ese yo.

Tan asumida tenemos esa creencia que vivimos en la idea de que yo soy el centro del universo, la persona más real e importante que existe. Un egocentrismo de ese calibre nos resulta socialmente repulsivo y por eso no presumimos de él. Pero eso no niega que la mente nos configure de esa manera. Incluso quien se rebele contra esta afirmación convendrá en que no ha tenido ninguna experiencia de la que no haya sido el centro absoluto. Es así: todo lo demás –lo que llamamos el “mundo”, en el sentido más amplio del término- se encuentra “fuera”; lo que vivimos nosotros viene revestido de una impresión de certeza inmediata e irrevocable. ¿Cómo no habríamos de considerarnos el “sujeto” de todo el universo?

Sin embargo, esa misma idea del yo –y nuestra identificación con él- es ya una construcción mental, la primera. Porque lo que llamamos “yo” no es sino un pensamiento más, creado por la mente –que se apropia de sus contenidos, identificándose con ellos- y sostenido por la memoria.

II. LO REAL ES LO QUE ES

La simple constatación de que el yo es solo un pensamiento más, el primero de todos, tendría que ayudarnos a aflojar la identificación egoica. Entonces seríamos capaces de tomarnos con humor, reírnos de nosotros mismos y aceptar con sencillez que también nuestro ego, como todos los humanos, puede sentir frustración, decepción, fracaso, dolor… y muerte. Dejaríamos de tomarnos todo personalmente y, en paralelo, soltaríamos la pretensión (inconsciente) que nos situaba en el ombligo del cosmos. El alivio que ello produce no es menor, ya que aprendemos a mirar todo lo que nos sucede como si no nos sucediera a nosotros.

Y en realidad es rigurosamente así: porque no somos ese yo al que le ocurren todo tipo de cosas. Al descubrir su carácter de constructo mental, advertimos que el yo es solo “una ilusión óptica de la consciencia” (Einstein). Es “verdadero” para quien permanece en el nivel mental, pero no es real.

Desenmascarado el sueño del yo, queda al descubierto también la irrealidad del nivel aparente (mental). Quien se halla en él no podrá advertirlo, del mismo modo que quien duerme no alcanza a ver la irrealidad de su sueño. Por eso, se afanará en aquello en lo que considera que le va la vida. Y será esa misma ignorancia la que se convierta en fuente constante de sufrimiento y de alienación, tal como expresaba el sabio Nisargadatta: “Compare usted la conciencia y su contenido con una nube. Usted está dentro de la nube, mientras que yo la miro. Está usted perdido en ella, casi incapaz de ver la punta de sus dedos, mientras que yo veo la nube y otras muchas nubes y también el cielo azul, el sol, la luna y las estrellas. La realidad es una para nosotros dos, pero para usted es una prisión y para mí un hogar”.

Si el mundo que pensamos es solo una construcción mental, verdadero en esa dimensión, pero carente de realidad, ¿qué es entonces lo real? La respuesta, de tan simple, parece infantil: Lo real es lo que es. La vida sin más añadidos, que se despliega constantemente dando lugar a infinitas formas. Del mismo modo que la materia es, en último término energía, y esta a su vez es solo información (consciencia), todas las formas que perciben nuestros órganos neurobiológicos y que nuestra mente conceptualiza o modula, no son sino Vida (pura consciencia de ser).

A partir de esta comprensión, cae el yo y todos sus sistemas de creencias. Dejas de vivir en la mente y de girar alocado en torno a los intereses del ego, para anclarte en la consciencia de ser. Importa poco cómo le vaya a tu yo. Lo que eres –la Vida- se halla siempre a salvo.

No solo aprendes a fluir con la Vida, rindiéndote a su Sabiduría, sino que sabes que tú eres la Vida misma. Todo es como tiene que ser –algo que en el nivel mental suena escandaloso- y tú también.

Ahora bien, descubrir que el mundo mental es irreal, no significa negarlo ni desinteresarse. Tales actitudes serían igualmente “mentales”, nacidas de un ego más o menos decepcionado. La sabiduría consiste en reconocerse en el plano profundo –en la certeza de que nuestra identidad es la Vida misma- y, desde ahí, vivir el despliegue del mundo aparente, en un sí constante a la Vida, en un “vivir viviendo” que no necesita aferrarse a ningún sistema de creencias, porque reconoce que la Vida no las necesita.

Enrique Martínez Lozano

Boletín Semanal

Fuente Fe Adulta

Espiritualidad ,

“Más allá del Teísmo… y más allá de la mente”, por Enrique Martínez Lozano

Lunes, 13 de febrero de 2017
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ateismoDesde hace unos años, son cada vez más las voces, desde dentro del campo cristiano (también católico), que ponen en cuestión la lectura literal de las creencias, propugnando incluso un cristianismo post-religioso y pos-teísta. En semanas pasadas, ofrecí aquí textos de María López Vigil [1] y de Santiago Villamayor [2]. Son solo dos muestras que se inscriben en un movimiento más amplio, en el que es obligado citar al jesuita Roger Lenaers [3] y al obispo anglicano John Shelby Spong [4].

Se trata, a mi modo de ver, de las repercusiones inevitables del llamado “cambio de paradigma” que se produce en el paso de la Pre-modernidad a la Modernidad y Post-modernidad.

Desde un nivel mítico de consciencia, las creencias –con las que se ha crecido y que han estado vigentes durante siglos– se aceptan en su literalidad; los cuestionamientos, si los hay, son parciales y minoritarios.

Sin embargo, una vez superada la consciencia mítica, desde el nuevo nivel racional, aquellas mismas creencias que antes habíamos aceptado sin dificultad, empiezan a resultar literalmente inasumibles.

Eso explica que, antes o después, de manera inevitable, se haga presente la crisis: una mente “moderna” no puede aceptar, en su literalidad, los dogmas del catecismo. Ahí es donde juegan su papel los escritos citados.

Sin embargo, me parece que el cuestionamiento no termina en ese punto. Las discusiones acerca del llamado “cambio de paradigma” –teísmo o posteísmo– se mueven todavía en el ámbito mental. Y ese ámbito pertenece al nivel de lo “aparente”, no de lo realmente real. Por ello, me parece que la crisis está llamando a ir un poco más lejos: a trascender la mente, o dicho con más precisión, a pasar del modelo mental de conocer al modelo no-dual.

Y eso no nace de ninguna moda, sino de una constatación decisiva: la mente es incapaz de ver la realidad. No percibe sino el mundo que ella misma construye. Lo que ella elabora –en cualquiera de los campos del saber, incluido el religioso– es “verdadero” en ese nivel mental, pero no real. Lo real trasciende la mente. Más aún: se requiere aprender a silenciarla si queremos ver más allá de sus propias construcciones.

Ninguna idea ni creencia puede ayudarnos a vivir lo que somos, porque todas ellas nos mantienen en el nivel de lo aparente, es decir, en aquello que no somos. De ahí que sea necesario soltar todas si queremos llegar a nuestra verdad más profunda. Las creencias nos alienan porque nos hacen esclavos de una “idea” determinada, que es únicamente una construcción mental. Pero además nos confunden, porque nos mantienen prisioneros de un concepto que pretende definirnos. Sin embargo, lo que realmente somos se halla más allá de las creencias, ya que no somos nada que pueda ser pensado o nombrado: todo ello no serían más que “objetos” dentro de la espaciosidad que somos. Somos Eso que queda cuando soltamos todos los pensamientos y todas las creencias.

Para la mente, la realidad es un conjunto o una suma de objetos separados. Trascendida la mente, se percibe que lo real es no-separado. La realidad es no-dual. Y es esta comprensión la que nos permite acceder a lo realmente real, a la vez que nos hace captar la irrelevancia de las anteriores discusiones mentales.

Es innegable que, desde la comprensión de la no-dualidad, seguiremos cuidando –ocupándonos de- este mundo, pero cesará la identificación con las construcciones mentales de cualquier tipo. Respetaremos todas ellas, pero las miraremos como quien contempla los sueños que tuvo la noche anterior. Lo que realmente somos no se ventila en el nivel mental; es uno con todo lo que es y se halla siempre a salvo, más allá de la “forma” que tenemos y de las circunstancias que nos “toquen” vivir.

A partir de esta comprensión, todo lo que percibíamos desde la mente queda radicalmente modificado: tanto cualquier idea sobre Dios o el mundo como la percepción de nuestra identidad. Al “despertar” del “sueño mental” abrimos los ojos a la realidad. Discusiones que nos parecían decisivas se muestran ahora como completamente irrelevantes. Hemos comprendido que somos uno con la Vida –con Lo que es– y no queda otra cosa que “dejarse vivir” o fluir con ella, en la certeza de que ahí brotará en todo momento la acción adecuada. Por decirlo brevemente: cae toda elucubración mental, queda simplemente ser.

En el nivel mental era inevitable el cambio al que me refería en el inicio. Y está bien que así sea: forma parte del “juego” de la representación o –si se prefiere– del despliegue de la consciencia una. No se niega nada de ello. Pero se trata de no reducirnos a ese “sueño”, sino de ser conscientes de nuestra verdadera identidad.

En las discusiones en torno a los diferentes paradigmas no se sale de la mente. Podrán elaborarse ideas más o menos “acertadas”, filosofías o teologías más o menos “avanzadas”, pero se permanecerá encerrado en la “jaula” mental.

Salir de ella requiere, tal como lo veo, un “salto cualitativo”. No se rechaza el lugar de la mente ni mucho menos la razón crítica –irrenunciable si queremos evitar la caída en la irracionalidad–, pero se la ve sencillamente como lo que es: una herramienta adecuada para la función que puede desarrollar en el mundo de los objetos. El “salto” al que me refiero nos saca del sueño, liberándonos de la confusión y del sufrimiento: hemos caído en la cuenta de que estamos –y siempre hemos estado- en “casa”. Más aún: somos esa misma “casa” que siempre –también a través de la mente y en medio de nuestros “sueños”, elucubraciones y discusiones- habíamos buscado [5].

Enrique Martínez Lozano

[1] M. LÓPEZ VIGIL, Bienaventurados los ateos porque encontrarán a Dios

[2] S. VILLAMAYOR, ¿Qué puede aportar hoy el mensaje del evangelio en nuestra cultura y sociedad?

[3] R. LENAERS, Otro cristianismo es posible. Fe en lenguaje de modernidad, Abya Yala, Quito 2008; ID., Aunque no haya un Dios ahí arriba. Vivir en Dios, sin dios, Abya Yala, Quito 2013.

[4] J.S. SPONG, La resurrección, ¿mito o realidad?, Mr Ediciones, Barcelona 1996; ID., Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo, Abya Yala, Quito 2011; ID., ¿Vivir en pecado?, Águeda Domingo, Madrid 2013.

[5] A quien se sienta interesado en esta cuestión, puedo sugerirle una doble lectura: en 11 entregas, con el título: “Cuando caen las creencias: ¿vacío o liberación?”; pueden verse en este enlace y un libro recientemente publicado (“La dicha de ser. Vida cotidiana y no-dualidad”, Desclée De Brouwer, Bilbao 2016), en el que me refiero a las “resistencias ilustradas a la no-dualidad”, proponiendo claves para poder transcenderlas.

Fuente Fe Adulta

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“Nuestras mayores ataduras se encuentran en nuestra propia mente”, por José Carlos García Fajardo Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)y Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)

Viernes, 10 de octubre de 2014
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camelloLeído en la página web de Redes Cristianas

Ir al mercado

En una caravana que atravesaba el Sahara, al llegar la amanecida, buscaban un lugar abrigado por las dunas y descargaban las cabalgaduras. Ponían las mercaderías en círculo y maniataban a los camellos atándolos a sendas estacas para que no escapasen en estampida ante los vientos del desierto. Después, las gentes de la expedición comían algo y se tumbaban dentro del círculo para intentar descansar y moverse lo menos posible mientras pasaba el día.

Un día llegó un camellero corriendo adonde estaba el jefe de la caravana:

“¡Sidi, Sidi! Ha ocurrido una desgracia. Se ha perdido la estaca a la que ataba mi camello y no quiere agacharse para poder atarlo y descargarlo”.

– “¿Entonces?”

– “Que no podré descargarlo, se agotará y se volverá loco bajo el sol y se echará a correr!”

– “Escucha: agarra con tu mano derecha el martillo y adelanta la izquierda con firmeza como si llevaras una estaca. Al ver el martillo, el camello se agachará y podrás descargarlo y maniatarlo con firmeza a esa estaca”.

En el desierto nunca se discute una orden porque va en ello la vida. Así, se fue muy decidido ante el camello e hizo lo que el jefe le había dicho. Ante su asombro, el camello alzó la cabeza y se arrodilló como de costumbre.

Su camellero lo descargó y lo maniató como le habían dicho. Al atardecer, y cuando ya toda la caravana se aprestaba para ponerse en camino, el camellero llegó corriendo ante su jefe.

– ‘“¡Qué desgracia!”

– “¿Y ahora que te ocurre?”- 

– “¡Que el camello no quiere levantarse a pesar de estar ya cargado y con toda la caravana lista para la marcha!”

– “Pero ¿tú los has desatado?”

– “¡Sidi, si la estaca se había perdido!”

– “Ahmed, Ahmed, ¿y qué sabe el camello?”

El criado regresó y se puso ante el camello con el martillo en su mano derecha, se agachó y comenzó a golpear el suelo como si se tratase de una estaca. Miró con fiereza al camello y este se levantó, se alivió mientras le ajustaban las cinchas, y se puso en la retahíla, junto a los demás camellos de la caravana.

Así sucede con nosotros. Nos figuramos atados a estacas que no existen más que en nuestras mentes porque un día aprendimos una habilidad o un gesto adecuado a una circunstancia y nos colocamos dentro de un sistema.

Tendríamos que revisar todo cuanto hacemos desde que nos levantamos hasta que nos levantamos de nuevo, porque hasta en el descanso y durante los sueños nos producimos como si estuviéramos amarrados a normas que no existen más que en nuestra imaginación cosificadas por la costumbre.

Es preciso recuperar nuestra libertad mediante la toma de conciencia de nuestros actos más sencillos. No porque tengan importancia en sí mismos sino porque forman parte de condicionamientos encadenados que nos impiden distinguir lo urgente de lo importante y lo fundamental de lo accesorio. Y así nos va.

Despertarnos y maravillarnos de estar vivos. Respirar hondo como si fuera la primera respiración de nuestra vida, y lo es de la vida que nos resta porque sólo es lo que no es todavía. Como le dijo con ternura el poeta inglés John Milton a un discípulo de Galileo Galilei cuando se encontraba como huésped en la casa de éste en Florencia.
“Maestro, ¿cuántos años tenéis?” “Tener, tener, unos siete u ocho, joven amigo” le respondió “porque no creerás que tengo los que ya he vivido”.

Preparase para ir al mercado como si fuese lo único que tuviéramos que hacer en ese día y en el resto de nuestras vidas. Porque si hoy y ahora no vamos a hacer la compra en ese mercado, esa compra quedará sin hacer para siempre. Podremos efectuar otras compras, en otros días pero esa y ese gesto quedarán sin hacer porque tú ya nunca serás el mismo ni las cosas serán las mismas, ni las gentes con las que te encuentres serán idénticas, a pesar de las apariencias o de que no te importe esta pequeña anécdota. No es el hecho en sí lo que importa, ¿qué más da comprar que no comprar, hacerlo hoy u otro día?, sino que afecta a la actitud fundamental que informa tu conducta.

EL ENVÉS 2014 04 07

fajardoccs@solidarios.org.es
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