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Hermann Rodríguez: El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos.

Sábado, 15 de mayo de 2021
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kolbe2De su blog Encuentros con la Palabra:

El 10 de octubre de 1982, en la gran plaza de san Pedro de Roma, el papa Juan Pablo II canonizó a un paisano suyo: Maximiliano Kolbe, sacerdote franciscano, nacido el 8 de enero de 1894 en la ciudad de Zdunska Wola. Estuvo presente en este acto un testigo excepcional: Franciszek Gajowniczek, un polaco ya anciano que, cuarenta y un años antes, había salvado su vida en el campo de concentración de Auschwitz, gracias al heroico gesto del nuevo santo.

Este hombre cuenta así su experiencia de aquel verano de 1941: “Yo era un veterano en el campo de Auschwitz; tenía en mi brazo tatuado el número de inscripción: 5659. Una noche, al pasar los guardianes lista, uno de nuestros compañeros no respondió cuando leyeron su nombre. Se dio al punto la alarma: los oficiales del campo desplegaron todos los dispositivos de seguridad; salieron patrullas por los alrededores. Aquella noche nos fuimos angustiados a nuestros barracones. Los dos mil internados en nuestro pabellón sabíamos que nuestra alternativa era bien trágica; si no lograban dar con el escapado, acabarían con diez de nosotros. A la mañana siguiente nos hicieron formar a todos los dos mil y nos tuvieron en posición de firmes desde las primeras horas hasta el mediodía. Nuestros cuerpos estaban debilitados al máximo por el trabajo y la escasísima alimentación. Muchos del grupo caían exánimes bajo aquel sol implacable. Hacia las tres nos dieron algo de comer y volvimos a la posición de firmes hasta la noche. El coronel Fritsch volvió a pasar lista y anunció que diez de nosotros seríamos ajusticiados”.

A la mañana siguiente, Franciszek Gajowniczek fue uno de los diez elegidos por el coronel de la SS para ser ajusticiados en represalia por el escapado. Cuando Franciszek salió de su fila, después de haber sido señalado por el coronel, musitó estas palabras: “Pobre esposa mía; pobres hijos míos”. El P. Maximiliano estaba cerca y oyó estas palabras. Enseguida, dio un paso adelante y le dijo al coronel: “Soy un sacerdote católico polaco, estoy ya viejo. Querría ocupar el puesto de ese hombre que tiene esposa e hijos”. Su ofrecimiento fue aceptado por el oficial nazi y Maximiliano Kolbe, que tenía entonces 47 años, fue condenado, junto con otros nueve prisioneros, a morir de hambre. Tres semanas después, el único prisionero que seguía vivo era el P. Kolbe, de modo que le fue aplicada una inyección letal que terminó definitivamente con su vida. Maximiliano Kolbe había vivido su ministerio pastoral en Polonia y Japón, donde había pasado cinco años como misionero. Con este gesto sellaba una vida de entrega permanente.

Jesús nos invita a amarnos como Él nos ama: “Mi mandamiento es este: Que se amen unos a otros como yo los he amado a ustedes”. Y en seguida explica lo que esto significa: “El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos”. Es decir, que el amor que Jesús nos tiene es un amor capaz de entregar la propia vida para que los demás vivan. Esa es la tarea de todos los que queremos seguir a Jesús. Esta es la fuente de nuestra alegría: “Les hablo así para que se alegren conmigo y su alegría sea completa”. No siempre se tratará de situaciones tan extremas como las que vivió san Maximiliano Kolbe, pero siempre el amor pasa por la entrega de la propia vida.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Fuente Religión Digital

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Testigos de la Vida: Jesús, Kolbe, Francisco… (miles de judíos)

Domingo, 7 de agosto de 2016
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13645238_624766737700522_1154847358455451675_nDel blog de Xabier Pikaza:

Este imagen recoge un momento clave del testimonio de Francisco en la habitación de Maximiliano Kolbe, en Polonia:

El papa Francisco, sentado y a oscuras, reza en silencio, en la celda que ocupó San Maximiliano Kolbe, en el campo de exterminio de Auschwitz…

San Maximiliano Kolbe, hermano de Francisco de Asís, dio testimonio de su fe, regalando su vida a un compañero, como Jesús, que regaló su vida a todos los hombres, siendo así testigo de Dios, que es Vida que se da gratuitamente.

Junto a esa habitación de Kolbe, están los barracones y las cámaras donde miles y miles de Judíos y de otros perseguidos por los nazis fueron testigos de la Vida de Dios, de la gracia de la vida. No puedo citar nombres de judíos (de cristianos, comunistas, anarquistas, gitanos…). La mayoría fueron judíos, por eso les quiero hoy recordar, con M. Kolbe, con el Papa Francisco.

Éste es para los auténticos cristianos, judíos y musulmanes, el más hondo testimonio de la Verdad: El Don de la Vida, como signo de Dios, para que otros vivan.

Biblia judía, Biblia Cristiana. La verdad del testimonio

La verdad bíblica (cristiana) es la verdad del testimonio, no la del razonamiento, como puede ser la la verdad filosofía, ni es la verdad de una mayoría “democrática”, ni la del triunfo de algunos privilegiados.

La Biblia no demuestra ni impone, sino que ofrece el testimonio personal de aquello que han visto y vivido en su camino unos hombres y mujeres que no tienen más tarea ni mérito que el ser testigos de Dios con su vida.

Por eso, la Biblia cristiana es un libro narrativo, que cuenta, describe, recuerda el testimonio de aquellos que han muerto por ser fieles a su verdad, sin violencia, sin venganza. Por eso, los creyentes de la Biblia (judíos y cristianos, incuso musulmanes) son ante todo mártires, que ofrecen a los demás el testimonio de su vida, y lo hacen de un modo fidedigno.

— Esto es lo que hicieron los judíos, en los momentos más duros de su historia, en Babilonia (siglo VI a.C.), en tiempo de los macabeos (II a.C.), en los años de establecimiento de la Iglesia, impulsada (creada) por los testigos de Jesús.

Esto es lo que han hecho y quieren hacer los cristianos, con Jesús, que ha sido eliminado (crucificado) simplemente porque era testigo de Dios. No quiso tener otro título. Quiso ser y fue testigo de Dios con su vida.

Eso es lo que quiso ser Maximiliano Kolbe, que fue simplemente un cristiano, un testigo del Dios de Jesús, que “regaló” su vida (como Jesús) a otra persona que tenía ocupaciones familiares más urgentes. En la habitación de Kolbe, un cristiano del siglo XX, testigo del Dios de Jesús, dios de la vida reza el Papa Francisco.

Testigos de Dios

Los cristianos (con todos los hombres religiosos…) quieren ser personas que han visto y tocado a Dios (es decir, al Absoluto, al Amor original), en el sentido más hondo de su vida, a través de un “tacto” superior, centrado en la humanidad del Cristo, “pues a Dios nadie le ha visto…, pero aquel que estaba en el seno del Padre nos lo ha manifestado…” (Jn 1, 18).

Por eso, como dice Jn 19, 35, el evangelio es la obra y recuerdo de unos testigos, que han vista a Jesús, y al verle (al escucharle y seguirle, al tocarle y compartir con él los caminos de la vida) han descubierto que estaban viendo a Dios.

‒ Testigos del Dios de la alianza. Los judíos mantienen de esa forma el testimonio del “Yo soy”, del Dios que se hace presente y actúa por ellos, de manera que son hombres y mujeres de “memoria”. Lógicamente, no han tenido que apelar a razones, ni han podido imponer su religión a través del poder político o del influjo social, sino que se han limitado a mantener la memoria (zakar, zikkaron) de aquello que Dios ha realizado en ellos, a fin de que no se olvide nunca. Otros pueblos han ofrecido otras aportaciones culturales, sociales, económicas o militares. Los judíos, en cambio, han querido ser y han sido, básicamente, testigos de una presencia de Dios, de quien se sienten enviado.

«Vosotros sois mis testigos, dice Yahvé: sois mis servidores a quienes yo escogí, para que me conozcáis y me creáis, a fin de que entendáis que Yo Soy. Antes de mí no fue formado ningún dios, ni lo será después de mí. Yo, yo Yahvé; fuera de mí no hay quien salve. Yo anuncié y salvé; yo proclamé, y no algún dios extraño entre vosotros. Vosotros sois mis testigos, y yo soy Dios, dice Yahvé» (Is 43, 10-13). Estas palabras describen bien la identidad israelita: vosotros mis testigos, y yo Dios).

Testigos mesiánicos del Dios de Jesús. Por su parte, el Nuevo Testamento mantiene el testimonio judío, y lo actualiza por Jesús, testigo fiel (o` ma,rtuj( o` pisto,j, Ap 1, 5), aquel que ha venido a ofrecer sobre la tierra (dentro de la historia) el recuerdo pleno de Dios. De esa forma ha culminado y cumplido el camino de fe de los israelitas fieles a la palabra Dios, definiendo ya de un modo pleno su sentido:

«La fe es la fundamento, la sub-stancia (hypostasis) de las cosas que se esperan y la comprobación de los hechos que no se ven. Por ella dieron testimonio (evmarturh,qhsan) los antiguos… ». (Heb 11, 2). «Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos de todo impedimento, y del pecado que tan fácilmente nos enreda, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el iniciador y consumador de la fe, que es Jesús (Heb 12, 1-2).

Jesús no es por tanto un filósofo que razona, sino un testigo de la fe, alguien que da testimonio de ella, de manera que aquellos que le siguen pueden confiar en él, vinculándose de esa manera a Dios. Por eso, se le llama “testigo fiel (Martir Pistón; Ap 1, 5; cf. 3, 14), mártir de Dios en quien ha confiado, proclamando e iniciando en su nombre el Reino.

Así nos muestra con su vida el valor de la fe, de manera que también nosotros podamos mantener el buen testimonio de Dios, como él lo mantuvo ante P. Pilato (cf. 1 Tim 6, 13). Lógicamente, los cristianos han de ser ante todo mártires/testigos de Jesús “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (cf. Hch 1, 8; cf. 2, 32; 3, 15).

Si no hubieran mantenido el testimonio de su alianza especial con Dios a través de los siglos, los judíos habrían desaparecido, como lo han hecho la mayoría de los pueblos y culturas de los siglos VII a.C. al I d.C. Por trasmitir el recuerdo activo de Dios, ellos han seguido existiendo y se han renovado, sin convertirse nunca en un fósil del pasado.

Por eso han conservado, comentado y cumplido los libros de su recuerdo (Sagrada Escritura), para avanzar con y por ellos hacia el futuro de la tierra prometida. Pero ellos siguen esperando todavía la llegada del tiempo mesiánico, cuando se experiencia y testimonio puede ofrecerse y compartirse entre todos los pueblos.

A diferencia de eso, los cristianos (con los musulmanes) creen que ha llegado el tiempo mesiánico, de forma que la experiencia de Jesús (en su caso el testimonio del Corán) puede abrirse a todos los pueblos de la tierra. En esa línea se mantiene y avanza la comunidad de Juan, a quien se llama el Discípulo Amado, por ser testigo de un amor universal. El testimonio de ese amor se expresa en un texto clave de su tradición:

“Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida…, lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos…” (1 Jn 21, 1-3).

Otras pretendidas verdades pierden su importancia, los argumentos se pueden manipular, las demostraciones falsearse… Sólo el testimonio de la vida permanece. Por eso, los seguidores de Jesús han de ser ante todo testigos y transmisores de aquello que han visto y oído y han tocado con sus propias manos”.

En este contexto se entiende el título supremo de Jesús: Ha sido y sigue siendo el testigo de Dios para aquellos que confían en él. Más tarde, con el influjo del pensamiento griego y de una administración eclesial de tipo más romano, los cristianos pueden haber dejado en segundo plano esta verdad del testimonio, para destacar la argumentación racional o la eficacia administrativa. Pero, conforme a la visión del conjunto de la Biblia y, en especial del Nuevo Testamento, el cristianismo sigue siendo la religión del testimonio, que se expresa de un modo privilegiado en el “martirio”, pues mártir es aquel que ofrece con su vida el testimonio de aquello en lo cree (incluso muriendo por ello).

(Tema tomado parcialmente de Gran Diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2015).

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El Papa, en el centro del horror nazi: “Que se perpetúe en los siglos la memoria de la abominable tragedia que aquí se consumó”

Domingo, 31 de julio de 2016
Comentarios desactivados en El Papa, en el centro del horror nazi: “Que se perpetúe en los siglos la memoria de la abominable tragedia que aquí se consumó”

papaaus_560x280Francisco visita Auschwitz, reza en la celda de Kolbe y llora junto a supervivientes del Holocausto

Bergoglio los mira, los siente… son algo sagrado. Santos, mártires vivientes de la mayor atrocidad humana

(Jesús Bastante).- Quiso entrar, y salir, a pie, en homenaje a los centenares de miles de personas que tuvieron que hacerlo y que jamás encontraron la salida. Francisco visitó esta mañana el epicentro de la “solución final”, del odio extremo del nazismo, en lo que sin duda ha sido el momento más emotivo de su visita a Polonia. El Papa, profundamente conmocionado, triste, en silencio, cruzó la puerta del campo de Auschwitz, donde un versículo manipulado del Evangelio, “El trabajo os hará libres”, llama a la muerte y la maldad. Hoy, igual que ayer, la locura sin sentido continúa provocando muerte.

Pocos minutos después de las nueve de la mañana, Bergoglio entró, solo, con los ojos fijados en el suelo de arena, el campo de exterminio de Auschwitz. Más de un millón y medio de personas fueron masacradas en este campo del horror. Francisco se presentó abatido. Durante diez minutos, sentado en un pequeño banco de madera, en silencio, solo, oró por todas las víctimas del odio. Sin hacer el más mínimo caso a las cámaras o a las miradas, respetuosas e impactadas, de su servicio de seguridad.

Sin pronunciar una palabra, Francisco oró por el horror y por las víctimas de la macabra condición humana, desde Maximiliano Kolbe -que intercambió su vida por la de otro en Auschwitz-, a la de Jacques Hamel, el sacerdote degollado por dos locos que, como quienes idearon el macabro cartel de entrada al campo de exterminio, manipulan y toman el nombre de su falso dios de muerte y odio en vano.

La masacre, la inhumanidad, la locura de una guerra que volvemos a vivir, “a pedazos”, como no se cansa de repetir Francisco. Hoy no hacían falta palabras, resulta imposible intentar explicar el inmenso odio que lleva al asesinato indiscriminado de más de seis millones de personas. No quiso Francisco pronunciar discurso alguno en Auschwitz, únicamente se hizo público el texto que escribió, de su puño y letra, en el libro de honor. Y que rezaba lo siguiente, según la narración oficial de Radio Vaticana en español (en el vídeo, minuto 41,32):

“Con un grito silencioso en el corazón, he rezado en este lugar por las víctimas de la Shoah, y por todas las víctimas del odio y de la guerra, camino sin retorno. Que se perpetúe en los siglos la memoria de la abominable tragedia que aquí se consumó, y sea motivo para que semejantes errores nunca más sucedan bajo el cielo, y sobre la Tierra no nos cansemos de construir, con la ayuda de Dios, una casa de paz para todos los pueblos”

Posteriormente, la sala de prensa añadió que, en castellano, el Papa habia escrito:

“Señor, te piedad de tu pueblo, señor perdón por tanta crueldad”.

Ningún miembro de la comitiva acompañó a Bergoglio durante su visita al centro del exterminio nazi. Únicamente, y a distancia prudencial, el servicio de seguridad. El Papa ni siquiera cruzó una palabra con el traductor, o el conductor, quien tras el momento de oración condujo a Francisco hasta el bloque 11, el lugar donde fue asesinado San Maximiliano Kolbe, tras decidir ponerse en el lugar de otro condenado a muerte. Como Jesús, colocándose en el lugar de quien más sufre.

A la entrada del bloque, Francisco se encontró, abrazó y lloró con un grupo de doce supervivientes. Setenta años después, el recuerdo sigue vivo en esos rostros, venerables ancianos que lograron salir vivos de un horror inimaginable. Su testimonio es una sacudida en la línea de flotación de nuestra humanidad.

El Papa los mira, los siente… son algo sagrado. Santos, mártires vivientes de la mayor atrocidad que ha conocido la humanidad. Uno de ellos enseña imágenes de su “vida” en Auschwitz, y uno se pregunta -seguramente también el propio Begoglio- de dónde sale la fuerza para sobrevivir de aquel horror y continuar viviendo, y formando una familia. Y regresando al lugar donde masacraron a los suyos, a todo un pueblo.

Tras este momento, Francisco encendió una lámpara votiva en memoria de todos los asesinados. El Papa de los muros tocó las piedras de Auschwitz y rezó, como antes lo hiciera en los muros de Belén o el de las Lamentaciones. Posteriormente, penetró en la “celda del hambre”, donde padeció y murió Maximiliano Kolbe. En la casi completa oscuridad, Francisco se sentó ante la lápida que recuerda el padecimiento del sacerdote polaco. Y se quedó solo, con la única imagen de una cámara fija. A su alrededor, nombres marcados con las uñas, con piedras, alguna cruz marcada en la pared. Se podía mascar el horror.

Bergoglio se agachó, cerró los ojos y desapareció el resto del mundo. En la oscuridad de la celda de Kolbe, de la celda de seis millones de asesinados por el horror nazi, el Papa oró en silencio, lamentando la insensatez humana, y después contempló las cámaras de gas, las galerías… “Que se perpetúe en los siglos la memoria de la abominable tragedia que aquí se consumó“, escribió Bergoglio, antes de regresar, por su propio pie, a las puertas del campo, sin alzar la vista para contemplar el macabro cartel.

O tal vez pensando que la frase original, hoy, sigue siendo mucho más real, mucho más Evangelio, mucho más de Jesús: “La verdad os hará libres”. Recordar que el hombre es capaz de provocar tal aberración, también es responsabilidad de los seguidores de Jesús. Sea con la palabra, sea, como hoy, con el silencio, el Papa volvió a clamar contra la oscuridad de la muerte. Aún hay esperanza para el mundo.

Después, el Papa se dirigió a Birkenau, donde continuó una visita silenciosa de homenaje a los millones de víctimas del nazismo. Francisco fue recibido por una ovación, aunque no impidió que Bergoglio se mantuviera en silencio, ajeno a los cardenales y obispos que, ahora sí, se encontraban en la tribuna de los invitados.

Tras rendir homenaje a las lápidas de piedra negra que recuerdan a los muertos del Holocausto, el Papa depositó una vela en el monumento a las víctimas de las naciones. Allí, tuvo lugar una oración interreligiosa, con presencia de un rabino y un sacerdote, uno de los supervivientes de Birkenau, que leyeron el salmo130. Después, el Papa saludó a una veintena de personas que salieron vivas del campo nazi, y a algunos de los “Justos entre las naciones”, aquellos que contribuyeron a salvar la vida de muchos judíos.

Fuente Religión Digital

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