Los anglicanos evangélicos, el sector más conservador de la Comunión Anglicana, han criticado duramente al Arzobispo de Canterbury, Justin Welby, tras sus declaraciones en el podcast “The Rest is Politics”, conducido por Alastair Campbell y Rory Stewart. En el programa, Welby que parece haber dado un gran giro en su postura sobre la homosexualidad, afirmó que toda relación sexual debería darse en un contexto de compromiso estable, ya sea entre personas del mismo o de diferente sexo.
Según los evangélicos anglicanos, Welby no sería un conservador en la incómoda posición de presidir una Iglesia que está buscando reformas. Ha cambiado de opinión silenciosamente. La postura del primado eclesial anglicano, que aún mantiene reservas sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo en la Iglesia de Inglaterra, la justifica como una evolución personal basada en el proceso de reflexión teológica “Viviendo en Amor y Fe”. Esto es lo que dijo Welby:
“Lo que el arzobispo de York y yo, y los obispos, por una mayoría, de ninguna manera unánime, y la Iglesia está profundamente dividida sobre esto, a donde hemos llegado es a decir que toda actividad sexual debe ser dentro de una relación comprometida, ya sea heterosexual u homosexual. En otras palabras, no estamos renunciando a la idea de que las relaciones sexuales deben estar dentro del matrimonio o una unión civil. Hemos presentado una propuesta según la cual, en el caso de personas que hayan contraído matrimonio civil o homosexual, un matrimonio igualitario, en virtud de la Ley de 2014, deberían poder acudir a su iglesia local y celebrar un servicio de bendición para su vida en común. Ahora lo aceptamos. Creo que esto está muy lejos de ser un matrimonio homosexual en la Iglesia, pero no hay duda de que la Iglesia está profundamente dividida al respecto.”
Sin embargo, el Consejo Evangélico de la Iglesia de Inglaterra (CEEC), consideró “asombrosas” las declaraciones y expresó su “incredulidad” ante lo que interpretan como un cambio en la posición doctrinal oficial. La CEEC criticó que Welby sugiriera que la intimidad sexual ya no se limita exclusivamente al matrimonio heterosexual, lo que, en su opinión, representa un desvío respecto a la doctrina tradicional de la Iglesia y del conjunto de la Comunión Anglicana.
Andrew Goddard, teólogo destacado de la CEEC, también rechazó los comentarios de Welby, señalándolos como “erróneos y engañosos” en su descripción de las recientes decisiones de la Iglesia de Inglaterra y su doctrina oficial. Goddard consideró que las afirmaciones de Welby podrían agravar las divisiones internas en la Iglesia y erosionar la confianza en la autoridad eclesial.
Por su parte, desde Lambeth Palace (residencia oficial del arzobispo de Canterbury) se hizo público un comunicado en el que se explica que Welby compartía una opinión personal, “Él ha sido honesto al decir que su pensamiento ha evolucionado a lo largo de los años a través de mucha oración y reflexión teológica –particularmente a través del proceso Vivir en Amor y Fe– y ahora sostiene esta opinión sinceramente”, subrayando que esta “no representa un cambio en la enseñanza del Colegio de Obispos”. Welby manifestó su “compromiso absoluto” con aquellos que sostienen una visión tradicional de la sexualidad, reconociendo la profunda división existente en la Iglesia de Inglaterra sobre esta cuestión.
Danny Webster, representante de la Alianza Evangélica, comentó en el podcast “Cross Section” que Welby parecía haber “precipitado” su posición, adelantándose a un consenso que aún está en debate. Por su parte, Peter Lynas, director de la EA Reino Unido, señaló que “el criterio ha cambiado” y que, según la declaración de Welby, lo esencial es ahora que la relación sea comprometida, independientemente de la orientación sexual de los involucrados.
Y el reverendo Matthew Roberts, ex moderador del Sínodo de la Iglesia Presbiteriana Internacional y coautor de la declaración Greater Love, comentó: “El arzobispo de Canterbury, tras haber declarado que niega la doctrina de la Iglesia de Inglaterra, tiene el deber de dimitir”.
Un amigo sacerdote me ha invitado a detenerme en esta distinción entre “ir contra la naturaleza” y “trascender la naturaleza” porque hay quien considera la homosexualidad como una enfermedad y, de hecho, la considera un pecado o, por lo menos, un desorden moral.
Y me parece que este razonamiento esconde graves tergiversaciones tanto de la homosexualidad, como de la sexualidad y del deseo humano. Y una pobre comprensión de lo que son la naturaleza, la cultura y la trascendencia.
La homosexualidad es el deseo de intimidad con personas del mismo sexo. Es un fenómeno presente en todas partes (no sólo en la especie humana), en cada período de la historia y en cada cultura. El hecho de que no sea la orientación mayoritaria de los seres humanos es totalmente secundario. La mayoría no establece ni establecerá nunca (¡afortunadamente!), en el ámbito moral, una “norma” o “normalidad” a seguir.
Esta universalidad del fenómeno debería hacernos comprender, si es que alguna vez era necesario después de casi ciento cincuenta años de estudios en el campo de la psicología, el psicoanálisis y la antropología social, que la sexualidad es mucho más que una función biológica ligada a la fisiología y procreación. ¡Y esto sería muy liberador incluso para aquellos que somos heterosexuales! La sexualidad es un deseo fundamental del ser humano, que a pesar de tener rasgos comunes es al mismo tiempo una de las cosas más íntimas y personales que cada uno de nosotros posee. Y, como enseñó Sigmund Freud, hasta puede ser que gran parte de las creaciones humanas más importantes nazcan del deseo particularmente en los campos artístico y cultural.
El deseo es un componente maravilloso de nuestra humanidad. Cada uno de nosotros tiene sus propios deseos, que nunca deben ser reprimidos o negados a priori, pero que requieren criterios de orientación y canalización, tanto en beneficio propio como del prójimo.
En la tradición bíblica judía y cristiana, el deseo en sí nunca es condenado. En el Decálogo, por ejemplo, no se dice no desear mujeres/hombres o cosas, pero sí no hacerlo si pertenecen al otro. Como bien entendió Emmanuel Levinas, el ‘otro’ es el criterio fundamental de la moral judeocristiana.
Si hay un elemento fundamental de nuestra antropología, este sí “natural“, es el deseo humano. Y si eres creyente, a menos que optes por una visión profundamente sombría y triste de la naturaleza humana “caída” -una visión que sitúa a los creyentes en una posición automáticamente no dialógica, sino de pura confrontación con el mundo-, la verdadera cuestión es cómo “evangelizar” nuestros deseos, no juzgarlos a priori en función de criterios externos al propio Evangelio.
Volviendo al tema de la naturaleza, la cultura y la trascendencia, sólo quisiera señalar que la naturaleza es constantemente trascendida por la cultura, en una tensión continua. Decir que sólo la gracia de Dios trasciende la naturaleza es una simplificación indebida, que además de dificultar el diálogo con los no creyentes, en realidad no tiene en cuenta que el Espíritu de Dios, desde la perspectiva del creyente, siempre y en cualquier caso actúa en la historia a través de nuestras facultades humanas, como nuestra racionalidad y nuestra libertad, y por tanto en última instancia a través de la cultura a la que damos vida y a través de nuestros deseos.
Mi amigo sacerdote me hace una pregunta incómoda. Pero ¿por qué nos molesta tanto la homosexualidad? ¿Por qué queremos reservar la palabra “bondad, matrimonio, moralidad, normalidad, santidad” sólo para determinadas categorías y orientaciones sexuales?
A menudo tengo la impresión de que detrás de estas tendencias contra la homosexualidad, que en realidad surgen en todas partes de la historia y de las culturas humanas, independientemente de las creencias religiosas, se esconde simplemente una inquietud por lo diferente, por lo no homologable. Los clichés son mucho más cómodos para nuestra mente que las verdades abiertas. El otro siempre es incómodo, “peligroso” para nuestras pseudo seguridades.
Una segunda razón, aparentemente más noble para los cristianos, es el deseo de “proteger una especificidad” de los ataques de culturas consideradas hostiles. Pero ¿qué es, en profundidad, lo específico cristiano: la sabiduría de la cruz (Pablo), el mandamiento del amor (Sinópticos y Juan), o la manera de ejercer la sexualidad? Si realmente queremos defender la “diferencia cristiana“, debemos defender la primacía del amor y de la misericordia, ni más ni menos.
Si volvemos a poner el Evangelio en el centro, el cristianismo volverá a identificarse con las enseñanzas del Maestro que practicó y enseño este camino de vida, en lugar de ser visto como una doctrina a menudo afectada por la sexofobia, la homofobia (y la misoginia). Y volveremos a ayudar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a evangelizar su deseo, incluido también el deseo sexual.
Porque, y estoy convencido, el mundo moderno está, en su incertidumbre y confusión, muy ansioso de escuchar el mensaje tan humano de vida, de misericordia y de esperanza de Jesús de Nazaret. Entonces, volvamos a él y echemos una mirada crítica seria a nuestros clichés prejuiciosos y a nuestras creencias y tradiciones religiosas, incluso si están arraigadas en la noche de los tiempos. Porque, como dicen que dijo san Cipriano, “la antigüedad sin verdad no es más que un error empedernido“.
La bendición de las parejas homosexuales ha encontrado mucho espacio en los medios de comunicación, suscitando reacciones favorables, reacciones contrarias, muchas distinciones, muchas reservas, etc. En realidad, ha encontrado poco espacio en las realidades eclesiales, parroquiales o comunitarias concretas, donde se encuentran experiencias humanas reales.
En cualquier caso, todo el debate, con las controversias que ha generado, no parece captar el meollo de la cuestión. Todavía hay mucha desconfianza, vacilación, incertidumbre e inhibición cuando la comunidad cristiana aborda el tema de las parejas homosexuales.
En la base está el temor oculto de que podamos acabar equiparando las relaciones homosexuales con el matrimonio o de que podamos acabar legitimando una unión considerada “irregular y desordenada“. El homosexual es visto como alguien que ama la promiscuidad, sin ver que, la mayoría de las veces, es sólo un ser humano, que busca una relación personal con otro individuo del mismo sexo. Los fenómenos de promiscuidad, que tienen alguna frecuencia en el mundo gay, tienen su origen precisamente en la represión y discriminación a la que son sometidos los homosexuales.
Hay que mirar la causa que produce el efecto, no detenerse a mirar el efecto, que aparece en la superficie. Comprender y no juzgar son expresiones de la caridad cristiana. Muchos homosexuales, después de un largo curso de psicoterapia o después de una liberación liberadora, han logrado reconciliarse con su homosexualidad y liberarse de muchas adicciones sexuales o de muchas disfunciones psicológicas. Desde hace varias décadas, las ciencias humanas ven la homosexualidad como una de las formas en que se expresa la propia sexualidad. No menos alegre, satisfactoria, creativa y fecunda que el modo heterosexual.
La comunidad cristiana, hoy, puede realizar una gran tarea “histórica“: ayudar a las personas a emprender caminos de liberación interior, a vivir su homosexualidad, en una relación interpersonal, en fidelidad y comunión de vida.
Pero necesitamos dar un salto cultural y también ético en la comunidad cristiana.
Quizás el punto de partida para llegar a una visión objetiva, serena y equilibrada de la cuestión sea mirar, en primer lugar, el sufrimiento que experimentan internamente las personas homosexuales, creyentes y no creyentes. La sociedad, a pesar de tanto progreso y muchas aperturas, sigue siendo esencialmente homofóbica. Los derechos LGBTQ+ se están reivindicando en las plazas, en el Parlamento, etc. pero, en la vida cotidiana, la sociedad sigue expresando actitudes y sentimientos homofóbicos. Los adolescentes que se enfrentan a este aspecto de sus vidas lo saben bien. También los padres cuando descubren tener un hijo homosexual. El miedo a salir del armario, el miedo a expresar la propia orientación sexual, el sentimiento de culpa por ser diferente, los conflictos internos que de ello se derivan, etc., producen lo que, en términos científicos, se llama “homofobia internalizada“. Y es a este sufrimiento al que se debe, en primer lugar, mirar la una comunidad cristiana, de inspiración evangélica.
Los autores de los textos bíblicos aún no conocían el complejo desarrollo de la identidad sexual y de género y la posible existencia de diferentes identidades sexuales y de género. Pero todo el mensaje bíblico, aunque esté condicionado por la mentalidad patriarcal de la época, es un mensaje de liberación del hombre de toda forma de esclavitud y sufrimiento.
Desafortunadamente, todavía escuchamos a menudo que la homosexualidad es una desviación o que es una expresión inmadura de una evolución que no ha sido completada o que está fuera de la normalidad: concepciones todas ellas que ahora han sido superadas por la ciencia. La normalidad, entonces, no reside en el hecho de pertenecer a la mayoría. La normalidad, en todo caso, es aceptar la diversidad, en todos los ámbitos de nuestra vida. La diversidad es una riqueza, que es buena para todos, nos hace más humanos, más tolerantes, más profundos, más abiertos, más sensibles, más solidarios unos con otros.
El matrimonio entre un hombre y una mujer, para la iglesia, es un sacramento. Es un signo extraordinario del amor de Dios por los hombres. ¡Genial! Es la forma más elevada de comunión entre dos seres humanos y se propone como modelo para todas las demás relaciones. ¡Ciertamente! Pero, ¿la unión entre dos hombres o dos mujeres, aunque no sea un sacramento, no puede representar un ejemplo de comunión fecunda para todas las demás relaciones?
Si dos hombres o dos mujeres son fieles el uno al otro y expresan su sexualidad en una relación interpersonal intensa, ¿no son una pareja modelo? La fecundidad no se puede experimentar a nivel biológico sino a otros niveles: podría ser la adopción de un niño abandonado o, si esto no es posible, la apertura a formas de compromiso en el voluntariado, la política, la iglesia, la cultura, etc. La sexualidad y las relaciones de pareja deben ser siempre “generativas“, en un sentido más amplio que el meramente biológico. Y muchas riquezas ocultas saldrían a la superficie, en beneficio de toda la sociedad.
La comunidad cristiana debería llegar a decir, con valentía, que la homosexualidad, como la heterosexualidad, es un regalo de Dios. Mientras permanezcamos en concesiones o verdades a medias, no ayudamos a esclarecer. Proponer e indicar caminos para una homosexualidad integrada en una relación no sólo ayudaría a las personas homosexuales a liberarse de sufrimientos internos o de formas de adicción sexual, sino que sería una valiosa contribución para liberar a la sociedad de su profunda homofobia, que es una forma real de violencia. Sin dejar de lado que la visibilización de las parejas homosexuales estables y fieles ayudaría a la sociedad a liberarse de estereotipos y prejuicios sobre el mundo homosexual.
Bendecir a la pareja de dos personas del mismo sexo no es equivalente al matrimonio cristiano: significa sólo potenciar el bien que está en el corazón de la relación, para que llegue a ser madura y fecunda. Si la comunidad cristiana logra avanzar en esta dirección, dará una contribución extraordinaria a la humanización del mundo. Ser capaz de captar los signos de los tiempos y dar un salto de calidad cultural, ética y espiritual en este ámbito es una tarea que luego se extiende a otros ámbitos de época: la inmigración, la transición ecológica, la paz, la inteligencia artificial,…
La palabra y el mensaje cristianos todavía tienen mucho que decir sobre todos estos temas y tantos recursos que ofrecer para avanzar en el camino de la liberación de la humanidad de los bloqueos y la esclavitud que la oprimen. En este sentido, los cristianos serían verdaderos signos de profecía, ¡así como “sal de la tierra y levadura en la masa“!
“No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Gálatas 3, 28).
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La publicación de hoy es del editor en jefe de Bondings 2.0, Robert Shine.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo séptimo domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Las lecturas litúrgicas de hoy ponen fin a una semana difícil para mí.
Las lecturas, en las que leemos que “Dios los hizo hombre y mujer” y que el divorcio está aparentemente prohibido, han sido tan duramente utilizadas contra las personas LGBTQ+ y las personas divorciadas que no tenía muchas ganas de reflexionar sobre ellas.
Esto es particularmente cierto porque, en Roma, fui testigo de cómo la asamblea del Sínodo sobre la Sinodalidad comenzó con una nota decepcionante. Sus líderes, e incluso el Papa Francisco, parecen querer encerrar bajo llave cuestiones consideradas demasiado controvertidas. No es de sorprender que estas incluyan (y tal vez sean principalmente) cuestiones de género y sexualidad.
Persistí en esta reflexión porque confío en que Dios habla a través de las Escrituras y está hablando a través del Sínodo, aunque todavía no entienda bien el mensaje. Hay interpretaciones positivas para la comunidad queer de los mitos de la creación del Génesis que podría haber examinado. Y hay pequeños destellos de esperanza positiva para la comunidad queer en Roma si miro con suficiente atención. Pero decidí usar la lectio divina para orar con el Evangelio como lo hago la mayoría de las mañanas.
Mi práctica de la lectio divina es quizás un poco menos formal de lo que se practica más comúnmente. Leo el pasaje tres veces. En la primera lectura, lo tomo como un todo. En la segunda lectura, estoy atento a lo que me llama la atención del versículo o frase. En la tercera lectura, tomo sólo una palabra y la reflexiono un poco. A veces, me siento un rato con la palabra. A veces, tengo un poco de prisa por la mañana. Tuve la tentación de apresurarme cuando comencé a orar con el Evangelio de hoy.
En mi primera lectura, no podía quitarme de encima la frustración de que Jesús pareciera condenar el divorcio, y en términos tan fuertes. Después de una pausa, en la segunda lectura, surgió una frase que me sorprendió: “ningún ser humano debe separarse”. Las palabras de la misma prohibición que me frustraban eran ahora las que se me quedaron grabadas. Luego leí el Evangelio una tercera vez, y cuando llegué a esta frase, la palabra que permaneció en mi mente fue “no”.
“No” no es una gran palabra para un católico. El llamado al discipulado se trata de decir “sí” a Dios; Los males de la Iglesia provienen, en su mayoría, de decir “no”. Durante tres años, respondí “sí” a la invitación del Papa Francisco en este viaje sinodal, a menudo con gran entusiasmo y esperanza. En este viaje, traté de decir “sí” a lo que emergía y a lo que podría ser posible. Me uní a tantos católicos que comprendieron que esta irrupción del Espíritu Santo podría significar un gran avance para la Iglesia. ¿Por qué estaba ahora obsesionado con el “no”? Tal vez era solo una obsesión por una mala semana. Dejé la reflexión a un lado, pensando que mi cabeza estaría más despejada más tarde.
Sin embargo, el “no” se me quedó grabado. Esto es lo que creo que Dios estaba sugiriendo: por mucho que la fe sea un ejercicio de apertura y disposición, a veces necesitamos tener límites claros. Los fieles de todo el mundo han dejado en claro que la inclusión LGBTQ+ es una de sus principales preocupaciones y prioridades. Entonces, si la asamblea del Sínodo de este mes no puede hacer una declaración positiva sobre las personas LGBTQ+ este mes, no debería decir nada en absoluto.
Al defender esta omisión en el informe final, los delegados pro-LGBTQ+ estarían diciendo “no” a la rearticulación de enseñanzas negativas y dañinas, a dar un paso atrás en los logros alcanzados bajo el Papa Francisco y a permitir que un bloque minoritario que se opone tan fervientemente a la igualdad LGBTQ+ sea la voz decisiva.
Como dice el refrán, “Si no tienes nada bueno que decir, mejor no decir nada”.
Para ser claros, un resultado así sería algo decepcionante. Es desgarrador que la Asamblea General del año pasado ni siquiera pudiera incluir a las personas LGBTQ+ por su nombre en su informe final. Es un error que algunos líderes y delegados del Sínodo estén trabajando tan duro para mantener las cuestiones LGBTQ+ fuera de la agenda, especialmente considerando lo prominentes que fueron en las consultas anteriores. Y es una oportunidad perdida no solo para las personas queer y sus aliados, sino para toda la Iglesia Católica.
Pero decir “no” a los falsos compromisos y al lenguaje degradante en la Asamblea podría ser en realidad el “sí” de la fe. Es cierto que la iglesia global está dividida. Es honesto que las tensiones sobre género y sexualidad no se hayan podido abordar, ni siquiera mediante un proceso tan extenso. Y podría ser constructivo si toda esta verdad y honestidad impulsara a la iglesia a una mayor descentralización, permitiendo que las iglesias locales y regionales avancen a diferentes velocidades.
La asamblea del Sínodo tal vez no pueda lograr los avances que esperamos. Pero, como mínimo, los delegados deberían decir “no” a dar marcha atrás, para que con un vibrante “sí” podamos seguir adelante en nuestras parroquias, escuelas, congregaciones y ministerios con el verdadero trabajo de inclusión LGBTQ+.
—Robert Shine (él), New Ways Ministry, 6 de octubre de 2024
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Las lecturas, en las que leemos que “Dios los hizo hombre y mujer” y que el divorcio está aparentemente prohibido, han sido tan duramente utilizadas contra las personas LGBTQ+ y las personas divorciadas que no teníamos muchas ganas de reflexionar sobre ellas ni publicar ningún artículo. Persistímos en esta reflexión porque confiamos en que Dios habla a través de las Escrituras… Y habla más positivamente que “sus” iglesias, las iglesias que dicen seguirle.
CONTIGO
¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.
¿Mi gente?
Mi gente eres tú.
El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.
¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?
*
Luis Cernuda
***
“… De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.”
*
Marcos 10, 2-16
***
*
Una pareja de esposos tiene derecho a acoger y celebrar el día de su matrimonio viviéndolo como un triunfo incomparable. Si las dificultades, las resistencias, los obstáculos, las dudas y las vacilaciones no han sido simplemente orillados, sino lealmente afrontados y vencidos – y es ciertamente un bien que las cosas no discurran de una manera demasiado suave-, entonces ambos esposos habrán obtenido efectivamente el triunfo decisivo de su vida; con el «sí» que se han dicho recíprocamente han decidido con toda libertad dar una nueva orientación a toda su vida; ambos han desafiado con serena seguridad todos los problemas y las perplejidades que la vida hace nacer frente a cada vínculo duradero entre dos personas y han conquistado, mediante un acto de responsabilidad personal, una tierra nueva para su vida.
El matrimonio es más que vuestro amor recíproco. Posee un valor y un poder mayores, porque es una institución santa de Dios, a través de la cual quiere conservar a la humanidad hasta el fin de los días. Desde la perspectiva de vuestro amor, os veis solos en el escenario del mundo; desde la perspectiva del matrimonio, sois un eslabón en la cadena de las generaciones que Dios hace nacer y morir para su gloria, llamándolas a su Reino.
Desde la perspectiva de vuestro amor veis solo el cielo de vuestra alegría personal; el matrimonio os inserta de una manera responsable en el mundo y en la responsabilidad de los hombres; vuestro amor os pertenece a vosotros solos, es personal; el matrimonio es algo suprapersonal, es un estado, un ministerio. Dios hace vuestro matrimonio indisoluble, lo protege de todo peligro interior y exterior; Dios quiere ser el garante de su indisolubilidad.
Ésta es una alegre certeza para cuantos saben que ninguna fuerza en el mundo, ninguna tentación, ninguna debilidad humana, puede desatar lo que Dios mantiene unido; más aún, quien sabe esto puede decir con confianza: «Lo que Dios ha unido no lo puede separar el hombre». Libres de todas las ansias que el amor lleva siempre consigo, podéis deciros, con seguridad y confianza total: no podremos perdernos nunca más, pues nos pertenecemos recíprocamente hasta la muerte por voluntad de Dios.
Vivid juntos perdonándoos recíprocamente vuestros pecados, sin lo cual no puede subsistir ninguna comunidad humana, y mucho menos un matrimonio. No seáis autoritarios entre vosotros, no os juzguéis ni os condenéis, no os dominéis, no echéis la culpa el uno a la otra ( * ), sino acogeos por lo que sois y perdonaos recíprocamente cada día, de corazón. Desde el primero al último día de vuestro matrimonio, debe seguir siendo válida esta exhortación: acogeos… para la gloria de Dios. Habéis oído la palabra que Dios dice sobre vuestro matrimonio. Dadle gracias por ella, dadle gracias por haberos guiado hasta aquí y pedidle que funde, consolide, santifique y custodie vuestro matrimonio: de este modo seréis «algo para alabanza de su gloria».
*
Dietrich Bonhoeffer, Resistencia y sumisión,
Ediciones Sígueme, Salamanca 1983.
***
( * ) El uno al otro, la una a la otra, añadimos nosotros…
Comentarios desactivados en “En defensa de la mujer”. 27 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10, 2-16)
Lo que más hacía sufrir a las mujeres en la Galilea de los años treinta del siglo I era su sometimiento total al varón dentro de la familia patriarcal. El esposo las podía incluso repudiar en cualquier momento abandonándolas a su suerte. Este derecho se basaba, según la tradición judía, nada menos que en la ley de Dios.
Los maestros discutían sobre los motivos que podían justificar la decisión del esposo. Según los seguidores de Shammai, solo se podía repudiar a la mujer en caso de adulterio; según Hillel, bastaba que la mujer hiciera cualquier cosa «desagradable» a los ojos de su marido. Mientras los doctos varones discutían, las mujeres no podían elevar su voz para defender sus derechos.
En algún momento, el planteamiento llegó hasta Jesús: «¿Puede el hombre repudiar a su esposa?». Su respuesta desconcertó a todos. Las mujeres no se lo podían creer. Según Jesús, si el repudio está en la ley, es por la «dureza de corazón» de los varones y su mentalidad machista, pero el proyecto original de Dios no fue un matrimonio «patriarcal» dominado por el varón.
Dios creó al varón y a la mujer para que fueran «una sola carne». Los dos están llamados a compartir su amor, su intimidad y su vida entera, con igual dignidad y en comunión total. De ahí el grito de Jesús: «Lo que ha unido Dios, que no lo separe el varón» con su actitud machista.
Dios quiere una vida más digna, segura y estable para esas esposas sometidas y maltratadas por el varón en los hogares de Galilea. No puede bendecir una estructura que genere superioridad del varón y sometimiento de la mujer. Después de Jesús, ningún cristiano podrá legitimar con el evangelio nada que promueva discriminación, exclusión o sumisión de la mujer.
En el mensaje de Jesús hay una predicación dirigida exclusivamente a los varones para que renuncien a su «dureza de corazón» y promuevan unas relaciones más justas e igualitarias entre varón y mujer. ¿Dónde se escucha hoy este mensaje?, ¿cuándo llama la Iglesia a los varones a esta conversión?, ¿qué estamos haciendo los seguidores de Jesús para revisar y cambiar comportamientos, hábitos, costumbres y leyes que van claramente en contra de la voluntad original de Dios al crear al varón y a la mujer?
Comentarios desactivados en “Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. Domingo 06 de octubre de 2024. Domingo 27º ordinario
Leído en Koinonia:
Génesis 2, 18-24: Y serán los dos una sola carne. Salmo responsorial: 127: Que el Señor nos bendiga todos los días de nuestra vida. Hebreos 2, 9-11: El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Marcos 10, 2-16: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
En la primera lectura nos encontramos con el segundo relato de la creación, que está centrado en la creación del hombre y de la mujer, ambos formados de tierra y aliento divino. Los dos son hechura de Dios, y por lo tanto deberían ser iguales, a pesar de su diversidad. La relación perfecta entre los dos no está garantizada ni escrita en su sangre: es una conquista de la libertad que ellos deben construir. Un proyecto de unidad que compromete la responsabilidad de cada uno.
El autor de la carta a los hebreos nos dice que la pasión y la muerte de Jesús no son fines en sí mismos, sino solamente un camino hacia la resurrección y la salvación plena. Los cristianos no nos podemos quedar contemplando al crucificado del viernes santo, construyendo nuestra vida desde el dolor, el sufrimiento y la muerte. La misma epístola nos dice que el propio Jesús “en los días de su vida mortal presentó, con gritos y lágrimas, oraciones y súplicas, al que lo podía salvar de la muerte”. Esto quiere decir que él mismo luchó por encontrar una alternativa que no estaba sujeta a su voluntad sino a hacer la voluntad del Padre. Estamos en hora de superar todo tipo de devoción que se queda en la contemplación de los sufrimientos y dolores de Jesús y construir nuestra vida cristiana desde la esperanza que nos ofrece la resurrección.
En el evangelio, los fariseos ponen a prueba a Jesús preguntándole qué piensa sobre el divorcio y si era lícito repudiar a una mujer. La respuesta de Jesús es significativa cuando caemos en cuenta de que, tanto en el judaísmo como en el mundo greco-romano, el repudio era algo muy corriente y estaba regulado por la ley. Si Jesús respondía que no era lícito, estaba contra la ley de Moisés. Por eso les devuelve la pregunta y les dice que la ley de Moisés es provisional y que ahora se han inaugurado los tiempos de la plenitud en los que la vida se construye desde un orden social nuevo, en el que el hombre y la mujer forman parte de la armonía y el equilibrio de la creación. La novedad de esta afirmación de Jesús saltaba a la vista; en su interpretación desautorizaba no sólo las opiniones de los maestros de la ley que pensaban que a una mujer se le podía repudiar incluso por una cosa tan insignificante como dejar quemar la comida, sino incluso, relativizaba la misma motivación de la ley de Moisés. Además tiraba por tierra las pretensiones de superioridad de los fariseos, que despreciaban a la mujer, como despreciaban a los niños, a los pobres, a los enfermos, al pueblo. Nuevamente, al defender a la mujer, Jesús se ponía de parte de los rechazados, los marginados, los ‘sin derechos’.
Pero como los discípulos en esto compartían las mismas ideas de los fariseos, no entendieron y, ya en casa, le preguntaron sobre lo que acababa de afirmar. Jesús no explicó mucho más, simplemente les amplió las consecuencias de aquello: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra la primera; y lo mismo la mujer: si repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio”.
El segundo episodio de nuestro evangelio nos presenta un altercado de Jesús con sus discípulos porque ellos no permiten que los niños se acerquen a Jesús para que él los bendiga. Los discípulos pensaban que un verdadero maestro no se debía entretener con niños porque perdía autoridad y credibilidad. Decididamente algo no era claro en ellos. No acababan de asimilar las actitudes de Jesús ni los criterios del Reino. Y Jesús se enojó con ellos; su paciencia también tenía límites y si algo no toleraba era el desprecio hacia los marginados. Y les dijo con mucha energía: dejen que los niños se me acerquen. ¿Con qué derecho se lo impiden, cuando el Padre ha decidido que su Reinado sea precisamente en favor de ellos? ¿No entienden todavía que en el Reino de Dios las cosas se entienden totalmente al contrario que en el mundo?
Los niños que no pueden reclamar méritos, carecen de privilegios y no tienen poder, son ejemplo para los discípulos, porque están desprovistos de cualquier ambición o pretensión egoísta y por eso pueden acoger el Reino de Dios como un don gratuito. De los que son como ellos es el Reino de Dios, dice Jesús.
Es necesario que nuestra experiencia cristiana sea verdaderamente una realidad de acogida y de amor para todos aquellos que son excluidos por los sistemas injustos e inhumanos que imperan en el mundo. Nuestra tarea fundamental es incluir a todos aquellos que la sociedad ha desechado porque no se ajustan al modelo de ser humano que se han propuesto. Si nos reconocemos como verdaderos seguidores de Jesús, es necesario comenzar a trabajar por la humanidad que a los débiles de este mundo se les ha arrebatado.
Una nota crítica:
Para este tema del evangelio, que centrará hoy la homilía de este domingo en muchas comunidades cristianas, el divorcio, la liturgia propone como primera lectura el relato de la creación del hombre y de la mujer, en el relato del Génesis, lógicamente. Por ser de la Biblia, por ser del Génesis, por ser del relato de la creación… todo pareciera dar a suponer que contiene en sí mismo el fundamento religioso último y máximo de la visión cristiana del matrimonio. Probablemente, en muchas homilías, el relato bíblico se constituirá en la única referencia, en la referencia totalizante y suprema, y se querrá sacar de ella el fundamento integral de la postura actual de la Iglesia sobre el matrimonio. ¿No será eso fundamentalismo?
Hoy ya sabemos que el relato de la «creación» no es un relato científico, de historia natural; más aún: no tiene nada que decir ante lo que la ciencia nos dice hoy sobre el origen de la Tierra, de la Vida, de nuestra especie humana o sobre nuestra sexualidad. El relato no es histórico, no hay que entenderlo como una narración de algo que realmente ocurrió… hoy nadie sostiene lo contrario. En las catequesis bíblicas solemos decir ahora que tenemos que «tratar de captar lo que los autores bíblicos querían decir…», que no era lo que la mera letra dice… En realidad, no se trata ni de eso siquiera, porque los autores bíblicos no escribían para nosotros, ni estaban pensando en un mensaje distinto de lo que leemos.
La verdad es que no deberíamos abandonar una postura de profunda humildad en este campo, porque los cristianos, durante casi toda nuestra historia, hasta hace unos cien años –algo más para los protestantes– hemos estado pensando lo contrario de esto que ahora decimos. Hemos estado pensando que eran textos históricos, que había que entender al pie de la letra y que había que creerlos ciegamente, y que su contenido era real, e incluso «más que científico, estaba por encima de la ciencia» (la ciencia no podría contradecirlos): porque eran textos directamente divinos, revelados, y por tanto dogmáticos. Hace apenas 100 años el Pontificio Instituto Bíblico, la máxima autoridad oficial católico-romana, condenó taxativamente a quienes pusieran en duda el «carácter histórico» de los once primeros capítulos del Génesis… y en todo el conjunto de la Iglesia se pensaba así, desafiando arrogantemente a la ciencia.
Durante siglos, durante más de un milenio, el texto del relato de la creación que hoy leemos ha sido utilizado para justificar directa o indirectamente el androcentrismo, o sea, la inferioridad de la mujer, creada «en segundo lugar», y «de una costilla de Adán». Más aún: durante más de dos mil años –y aún hoy, para la mayor parte de la civilización occidental– este texto ha justificado el antropocentrismo, el mirar y entender la realidad toda como puesta al servicio de este ser diferente, superior a todos los demás, «sobre-natural», que sería el ser humano, poniéndolo todo bajo «el valor absoluto de la persona humana», a cuyo servicio y bajo cuyo dominio habría puesto Dios toda la «creación», con el mandato de explotar omnímodamente la naturaleza: «crezcan y multiplíquense, y dominen la Tierra»…
Desde hace medio siglo un coro reciente y creciente de científicos y humanistas achacan a los textos bíblicos la minusvaloración y el desprecio que la tradición cultural occidental ha sentido y ejercido sobre la naturaleza, hasta provocar la actual crisis ambiental que nos ha puesto al borde del colapso y amenaza con colapsar efectivamente.
Viene todo esto a decir que hoy no podemos deducir directamente de los textos bíblicos nuestra visión de los problemas humanos -matrimonio y divorcio incluidos-, como si la construcción de nuestra visión moral y humana dependiera de unos textos que en buena parte contienen las experiencias religiosas de unos pueblos nómadas del desierto hace unos tres mil años… Sería bueno que los oyentes de las homilías supieran discernir con sentido crítico la dosis de fundamentalismo que algunas de nuestras construcciones morales clásicas pueden contener. Sería todavía mejor que los autores de las homilías incorporaran a sus contenidos esta visión crítica y esta superación del fundamentalismo. Debemos salir del bibliocentrismo: no podemos vivir encerrados en un libro, con toda nuestra perspectiva, categorías y normas sometidas al limitado alcance cultural de un libro de hace varios milenios… Si queremos buscar las palabras más profundas que puedan iluminarnos, debemos buscarlas también y sobre todo en la Realidad, en la Naturaleza, en el libro del cosmos, de la Vida y de nuestra propia misteriosa naturaleza…
Comentarios desactivados en 6.10.24. Iglesia es familia: curar padres; abrazar, bendecir y empoderar niños (Dom 27 TO, Mc 10, 13-16)
Del blog de Xabier Pikaza:
Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él.” Y los abrazaba y los bendecía (empoderaba) imponiéndoles las manos.
Esta postal consta de dos partes. (a) Tres milagros de niños sin nombre, a quienes Jesús curando a sus padres (archisinagogo, cananea, hombre de poca fe). (b) Una iglesia que abraza, bendice, e impone sus manos (concede autoridad) a los niños (. El texto base está tomado de La Familia en la Biblia
| X. Pikaza
Situar el tema
Jesús no ha insistido en la fecundidad de la mujer (en su tarea de madre), ni ha desarrollado que se sepa el primer mandamiento de Gen 1, 27: “Creced, multiplicaos, llenad la tierra…». Le interesan los niños en sí, necesitados de ayuda para vivir y así, por ellos, ha destacado el aspecto “natal” de la existencia, el hecho de que todos dependemos unos de los otros, especialmente los niños, un elemento esencial de su mensaje.
No insiste en problemas muy “actuales” (concepción y embarazo, control de natalidad y aborto…), sino en los niños ya nacidos como tarea básica de la comunidad cristiana. Lógicamente, su mensaje ha de entenderse desde su proyecto general de Reino y desde la situación actual de la familia, en el centro de una gran paradoja. Desde fondo quiero ofrecer en esta postal un pequeño evangelio de los niños, centrado en dos motivos importantes de los evangelio, en especial del de Marcos
1.TRES MILAGROS. EL PROBLEMA ON LOS PADRES, NO LOS NIÑOSArchisinagogo con hija (Mc 5, 21-42)
Es un hombre importante del sistema socio-religioso, tiene una hija enferma, y no encuentra manera de curarla. Por eso acude a Jesús pidiéndole ayuda
Enfermedad de familia. Es un archi-sinagogo (como un arzi-obispo). Dirige la sinagoga famosa de Cafarnaúm, pero no puede curar/educar a su hija que al descubrirse mujer, con el primer flujo de sangre, doce años, parece apagarse y morir, como diciendo que no tiene sentido madurar a la vida (sometimiento) de mujer en aquellas circunstancias.
Son muchas las niñas/mujeres que han sufrido y sufren al llegar a esa edad, dominadas bajo un gran trastorno personal y de familia. Es normal que sientan la condición y exigencia de su cuerpo, diferente ya y diferenciado, preparado para el amor y la maternidad, pero amenazado por un duro control familiar y una ley de varones (padres y hermanos, vecinos y posibles esposos) que especulan sobre ellas, convirtiéndolas en rica y frágil mercancía. Se descubren objeto del deseo de unos hombres que quizá no las respetan, ni escuchan, y así responden de la única forma que pueden, enfermando, a no ser que alguien les conceda fuerza para vivir.
Parece que esta niña, hija del archisinagogo, no se atreve a recorrer la travesía de su feminidad amenazada, dentro desu familia y de su entorno. Es víctima de su condición de mujer, y se siente condenada por el fuerte deseo de posesión de los varones (machos) y por la dura ley sacral de una sociedad que le convierte en víctima sumisa de las leyes de pureza y de los miedos, de los planes y violencias de los otros (varones, representantes de la ley de familia). Hasta ahora podía haber sido feliz, niña en la casa, hija de padres piadosos (sinagogos), resguardada y contenta en el mejor ambiente. Pero, al hacerse mujer, se descubre moneda de cambio, objeto de deseos, miedos, amenazas, represiones.
Le han bastado doce años. Ha madurado de pronto, con la primera menstruación, en la escuela de la feminidad amenazada, y en ese momento descubre (conoce con su cuerpo y/o su alma) lo que significa ser mujer en esa circunstancia, padeciendo en su cuerpo adolescente (que debía hallarse resguardado en su casa familiar), un tipo de terror que sufren de manera especial las mujeres amenazadas: hemorroísas, leprosas… Por su misma condición de niña hecha mujer empieza a vivir amenazada por la muerte.
Según Marcos, la sinagoga/iglesia era el lugar donde se escondía el demonio del poseso (Mc 1, 21-28), y donde el sábado importaba más que la salud del hombre de la mano seca (3, 1-6)… Lógicamente, el Archisinagogo parecía tener todo lo bueno y, sin embargo, no podía acompañar a su hijaen la travesía de su maduración como mujer; animaba a su comunidad, pero tenía que matar o dejar morir (como nuevo Jefté, cf. Jc 11) a su hija.
La niña tendría que haber sido feliz, deseando madurar para casarse con otro archisinagogo como su padre, repitiendo así la historia de su madre y de las mujeres “limpias”, envidiadas, de la buena comunidad judía. Pero a los doce años, edad en la que debían empezar a cumplirse sus sueños de vida, ella renuncia. No acepta este tipo de existencia, y no tiene medios o capacidad para optar por un camino diferente; no le queda más salida que la muerte. Y de esa forma, de un modo quizá inconsciente, “decide” vitalmente morir, en gesto callado de autodestrucción, sometida a un tipo de enfermedad que, por la palabra final de Jesús (¡dadle de comer!: 5, 43), parece tener rasgos de anorexia.
Esta es signo (paradigma) de miles y millones de adolescentes que empiezan a ser mujeres padeciendo un tipo de enfermedad vinculada con el ser mujer en estas circunstancias, niñas con miedo, amenazadas por un tipo de sociedad violenta, llena de violaciones y opresiones.
La escena nos introduce en el centro de una crisis de familia que se manifiesta y estalla en su miembro más débil, que es la hija. No sabemos nada de la madre (que aparece sólo hacia el final: Mc 5,40), aunque podemos imaginar que sufre con la hija, identificándose con ella (pues en aquel contexto social había una simbiosis quizá más fuerte que hoy entre madres e hijas). El drama está representado por el padre, que puede presidir la sinagoga (ser jefe de comunidad) pero que resulta incapaz de ofrecer compañía, palabra y ayuda a su hija. Por eso, como va indicando paso a paso el evangelio de Marcos, el verdadero milagro (para curación de la hija) será la conversión del padre, que deberá creer y transformarse por el testimonio de la hemorroísa, para acoger y educar a la hija.
Terapia de familia, análisis del “milagro”. Leído en ese fondo, el texto ofrece una terapia de padre (familia), semejante a la de Mc 9, 14-29 (pasaje del que hablaremos más tarde). La niña cerrada en sí no tiene fuerzas, no puede superar el muro que eleva en torno de ella el entorno social, de manera que por sí misma no puede curarse, a no ser que cambie el entorno, es decir su padre, el jefe judío de la sinagoga, a quien podemos ver como representante de muchos padres que, buscando su propia seguridad, siguen dejando de hecho que sus hijos/as mueran o se destruyan, incapaces de encontrar familia.
‒ Enferma la hija (thygatrion) y su padre va en busca de Jesús para pedirle que la cure (Mc 5, 22-24b). Tiene doce años y sin embargo el texto la presenta por dos veces como niña (paidion, korasion: 5, 40-41) que acentúa su rasgo infantil, presexuado. Es como si no quisiera madurar y hacerse mujer, de manera que intenta quedarse fijada en la infancia. Precisamente porque eso es imposible, y porque no puede resolver su situación, ella se va muriendo. Como representante de una estructura social y religiosa que es incapaz de ofrecer vida a su hija, este Archisinagogo busca a Jesús, pidiendo que le imponga las manos para que se salve (5, 23). Este hombre habita, según eso, en un espacio de contradicción, siendo causa de enfermedad y muerte para su niña, pero, como presintiendo su culpa, va hacia Jesús para pedirle su ayuda.
‒ Jesús viene y entra en la habitación de la niña con su padre y su madre (5, 37-40 Jesús toma consigo además a tres discípulos varones (Pedro, Santiago y Juan: 5, 37). No van como curiosos, ni están allí de adorno. Son miembros de la comunidad o familia mesiánica (cristiana) que ofrece espacio de maduración y garantía de solidaridad a la niña que se hace mujer. Significativamente son varones, pero llegan a la casa con Jesús como seres humanos (respetuosos, no dominadores), para entrar en la habitación de una niña enferma que, según se dice, probablemente ha muerto, está muriéndose, por miedo a crecer entre los hombres. Superando un tipo de sinagoga donde la niña parece condenada a morir, encontrarnos aquí una familia cambiada, un padre y una madre que desean compartir una esperanza de vida con la niña, en medio de un grupo de discípulos que pueden ofrecer un espacio de madurez solidaria, es decir, de Iglesia. En ese nivel, la niña no es judía ni cristiana, en clave confesional, sino simplemente una persona que empieza a vivir como mujer, en compañía de los padres y de los discípulos que entran en su habitación y son testigos del gesto Jesús, que le agarra por la mano le dice que se levante. Leer más…
La formación de los discípulos, a la que Marcos dedica la segunda parte de su evangelio, abarca aspectos muy diversos y no se atiene a un orden lógico. Si el domingo pasado se habló de amigos y enemigos, y del problema del escándalo, el evangelio de hoy se centra en el divorcio. El relato contiene dos escenas: en la primera, los fariseos preguntan a Jesús si se puede repudiar a la mujer y reciben su respuesta (2-9); en la segunda, una vez en la casa, los discípulos insisten sobre el tema y reciben nueva respuesta (10-12).
Los fariseos y Jesús
Desde allí se encaminó al territorio de Judea al otro lado del Jordán. De nuevo concurrió a él la gente y, según su costumbre, los enseñaba. 2Se acercaron unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron:
‒ ¿Puede un hombre repudiar a su mujer?
Les contestó:
‒ ¿Qué os mandó Moisés?
Respondieron:
‒ Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.
Jesús les dijo:
‒ Porque sois obstinados escribió Moisés semejante precepto. Pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer, y por eso abandona un hombre a su padre y a su madre, se une a su mujer, y los dos se hacen una carne. De suerte que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha juntado que el hombre no lo separe.
La pregunta de los fariseos resulta desconcertante, porque el divorcio estaba permitido en Israel y ningún grupo religioso lo ponía en discusión. Desde antiguo se admite, como en otros pueblos orientales, la posibilidad del divorcio. Más aún, la tradición rabínica piensa que el divorcio es un privilegio exclusivo de Israel. El Targum Palestinense (Qid. 1,58c, 16ss) pone en boca de Dios las siguientes palabras: «En Israel he dado yo separación, pero no he dado separación en las naciones»; tan sólo en Israel «ha unido Dios su nombre al divorcio».
La ley del divorcio se encuentra en el Deuteronomio, capítulo 24,1ss donde se estipula lo siguiente: «Si uno se casa con una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa…»
Un detalle que llama la atención en esta ley es su tremendo machismo: sólo el varón puede repudiar y expulsar de la casa. Pero la ley es conocida y admitida por todos los grupos religiosos. A la pregunta de los fariseos cualquier judío piadoso habría respondido: sí, el hombre puede repudiar a su mujer.
Sin embargo, Jesús, además de ser un judío piadoso, se muestra muy cercano a las mujeres, las acepta en su grupo, permite que le acompañen. ¿Estará de acuerdo con que el hombre repudie a su mujer? Así se comprende el comentario que añade Mc: le preguntaban «para ponerlo a prueba». Los fariseos quieren poner a Jesús entre la espada y la pared: entre la dignidad de la mujer y la fidelidad a la ley de Moisés. En cualquier opción que haga, quedará mal: ante sus seguidoras, o ante el pueblo y las autoridades religiosas.
La reacción de Jesús es tan atrevida como inteligente. Porque él también va a poner a los fariseos entre la espada y la pared: entre Dios y Moisés. Empieza con una pregunta muy sencilla que se puede volver en contra suya: “¿Qué os mandó Moisés?”Y luego contraataca, distinguiendo entre lo que escribió Moisés en determinado momento y lo que Dios proyectó al comienzo de la historia humana.
En el Génesis, Dios no crea a la mujer para torturar al varón (como en el mito griego de Pandora), sino como un complemento íntimo, hasta el punto de formar una sola carne. En el plan inicial de Dios, no cabe que el hombre abandone a su mujer; a quienes debe abandonar es a su padre y a su madre, para formar una nueva familia.
Las palabras de Génesis 1,27 sugieren claramente la indisolubilidad: el varón y la mujer se convierten en un solo ser. Pero Jesús refuerza esa idea añadiendo que esa unión la ha creado Dios; por consiguiente, «lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». Jesús rechaza de entrada cualquier motivo de divorcio.
La aceptación posterior del repudio por parte de Moisés no constituye algo ideal, sino que se debió a «vuestro carácter obstinado». Esta interpretación de Jesús supone una gran novedad, porque sitúa la ley de Moisés en su contexto histórico. La tendencia espontánea del judío era considerar toda la Torá (el Pentateuco) como un bloque inmutable y sin fisuras. Algunos rabinos condenaban como herejes a los que decían: «Toda la Ley de Moisés es de Dios, menos tal frase». Jesús, en cambio, distingue entre el proyecto inicial de Dios y las interpretaciones posteriores, que no tienen el mismo valor e incluso pueden ir en contra de ese proyecto.
Los discípulos y Jesús
Entrados en casa, le preguntaron de nuevo los discípulos acerca de aquello. El les dice:
‒ Quien repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera. Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio.
Esta escena saca las conclusiones prácticas de la anterior, tanto para el varón como para la mujer que se divorcian. Las palabras: Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio, cuentan con la posibilidad de que la mujer se divorcie, cosa que la ley judía solo contemplaba en el caso de que la profesión del marido hiciese insoportable la convivencia, como era el caso de los curtidores, que debían usar unos líquidos pestilentes. En cambio, la legislación romana sí admitía que la mujer pudiera divorciarse. Por eso, algunos autores ven aquí un indicio de que el evangelio de Marcos fue escrito para la comunidad de Roma. Aunque en los cinco primeros siglos de la historia de Roma (VIII-III a.C.) no se conoció el divorcio, más tarde se introdujo.
Reflexión final
Cada vez que se lee este evangelio en la misa, donde los matrimonios que participan no están pensando en divorciarse, y las religiosas no pueden hacerlo, cabe pensar que podría haber sido sustituido por otro. Sin embargo, la realidad del divorcio se ha difundido tanto en los últimos años, y afecta de manera tan directa a muchas familias cristianas, que es bueno recordar el ideal propuesto por el Génesis de la compenetración plena entre el varón y la mujer. Hay motivos para dar gracias a Dios los que siguen unidos y para pedir por los que se hallan en crisis y por los que han emprendido una nueva vida.
El evangelio de hoy viene con un paréntesis. Hay un texto entre paréntesis que puede omitirse por razones pastorales. Sucede en más de una ocasión y es cierto que a veces el texto es muy largo pero en lugar de quitarle al evangelio podríamos acortar homilías…
Nos racionan el evangelio igual que la comunión. Las formas con las que comulgamos se parecen poco al pan que se come en una cena.
Sea como sea cuesta creer que exista alguna razón pastoral por la cual haya que omitir estos tres versículos de hoy, en un evangelio que, por otra parte, es corto.
Es cierto que parece que habla de dos temas que no tienen nada que ver. Por un lado, la obstinación de los varones con el divorcio. Por el otro, los niños que se acercan a Jesús.
Lo que hay de fondo es lo mismo: exclusión. Los varones (los judíos y los discípulos) están a favor de excluir a las mujeres, dejarlas fuera. Y los discípulos también quieren dejar fuera a los niños. Excluirlos. Impedir que toquen a Jesús.
Es la tentación del poder que nos hace creer que solo un pequeño grupo, o una sola persona es la que conoce y sabe lo que es mejor para todas las demás. A más poder, mayor tentación. Y cuántos más años se ostenta el poder más nos aliamos con él. Hasta el punto de volvernos ciegas a nuestras propias injusticias.
Todos los poderes son peligrosos pero quizá el peor de todos es el poder “religioso” que en último término nos hace creer que nuestro punto de vista es la voluntad de Dios.
Jesús no se cansó de advertirnos en este sentido: “No llaméis Padre…”, “escoged el último puesto”, “el que quiera ser el primero…” Nos sabemos de memoria las palabras de Jesús, pero aun así caemos una y otra vez.
Es muy complicado ser hermanas y hermanos, siempre buscamos algo que nos coloque en un escalafón diferente. “Que si yo llevo ya muchos años”, “que si a mí me han encargado esto…” Nos guste o no todos tenemos dentro el virus de la exclusión y más activo de lo que queremos reconocer.
Tan familiar que ni lo vemos y todos sus efectos nos parecen razonablemente justificables. Lo que en otras personas apuntamos como pecado, racismo o exclusión, cuando está en nuestro “haber” le cambiamos el nombre. Si negamos información a alguien es para su bien o por el bien de una tercera persona. Cuando no escuchamos a alguien es porque no sabe del tema.
Nuestra empatía no es tan amplia y acogedora como nos gustaría y lo más fácil es “culpar” al otro, como hacían los varones al excluir a las mujeres o como hacían los discípulos al excluir a los niños.
Oración
Trinidad Santa, no permitas que ande buscando piedras con las que castigar a las demás cuando mi pecado es el mismo. Amén.
Comentarios desactivados en Si hay verdadero amor, el matrimonio es indestructible.
DOMINGO 27º (B)
Mc 10, 2-16
Seguimos en el contexto de subida a Jerusalén y la instrucción a los discípulos. La pregunta de los fariseos, tal como la formula Marcos, no es verosímil. El divorcio estaba admitido por todos. Lo que se discutía eran los motivos que podían justificar un divorcio. En el texto paralelo de Mateo dice: ¿Es lícito repudiar a la mujer por cualquier motivo? Esto sí tiene sentido, porque lo que buscaban los fariseos era meter a Jesús en la discusión de escuela.
En tiempo de Jesús el matrimonio era un contrato entre familias. Ni el amor ni los novios tenían nada que ver con el asunto. La mujer pasaba de ser propiedad del padre a ser propiedad del marido. El divorcio era renunciar a una propiedad que solo podía hacer el propietario, el marido. No debemos pretender encontrar respuestas a los problemas del matrimonio de hoy en soluciones que se dieron hace dos mil años. Las relaciones matrimoniales y familiares han cambiado drásticamente y necesitan soluciones nuevas.
No podemos hablar hoy de matrimonio sin hablar de sexualidad; y no podemos hablar de sexualidad sin hablar del amor y de la familia. Son los cuatro pilares donde se apoya una verdadera humanidad. Es la situación social que más puede afectar al progreso de lo específicamente humano; debemos aprovechar al máximo los conocimientos de las ciencias humanas y no quedarnos anclados en visiones arcaicas, por muy espirituales que parezcan.
El matrimonio es el estado natural de un ser humano adulto. En el matrimonio se despliega el instinto más potente del hombre. Todo ser humano es por su misma naturaleza sexuado. Bien entendido que la sexualidad es algo mucho más profundo que unos atributos biológicos externos. ¡Cuánto sufrimiento se hubiera evitado y se puede evitar aún si se tuviera esto en cuenta! La sexualidad es una actitud vital instintiva que lleva al individuo a sentirse varón o mujer y le permite desplegar la naturaleza característica de cada sexo.
La base fundamental de un matrimonio está en una adecuada sexualidad. Un verdadero matrimonio debe sacar todo el jugo posible de esa tendencia, humanizándola al máximo. La plenitud humana consiste en la posibilidad de darse al otro y ayudarle a ser él, sintiendo que en ese darse, encuentra su propia plenitud. En esta posibilidad de humanización no hay límites. Es verdad que tampoco los hay al utilizar la sexualidad para deshumanizarse. La línea divisoria es tan sutil que la mayoría de los seres humanos no llegan a percibirla.
Lo importante no es el acto sino la actitud de cada persona. Siempre que se busca por encima de todo el bien del otro y es expresión de verdadero amor, la sexualidad humaniza a ambos. Siempre que se busca en primer lugar el placer personal, utilizando al otro como instrumento, deshumaniza. El matrimonio no es un estado en que todo está permitido. Estoy convencido de que hay más abusos sexuales dentro del matrimonio que fuera de él.
Hoy no tiene sentido hablar de matrimonio sin dejar claro lo que es el amor. Si una relación de pareja no está fundamentada en el verdadero amor, no tiene nada de humana. Pero lo complicado es aquilatar lo que queremos decir con amor. Es una palabra tan manoseada que es imposible adivinar lo que queremos decir con ella en cada caso. Al más refinado de los egoísmos, que es aprovecharse de lo más íntimo del otro, también le llamamos amor.
El afán de buscar el beneficio personal arruina toda posibilidad de unas relaciones humanas. Esta búsqueda de otro, para satisfacer mis necesidades, anula todas las posibilidades de una relación de pareja. Desde la perspectiva hedonista, la pareja estará fundamentada en lo que el otro me aporta, nunca en lo que yo puedo darle. La consecuencia es nefasta: las parejas solo se mantienen mientras se consiga un equilibrio de intereses mutuos.
Esta es la razón por la que más de la mitad de los matrimonios se rompen, sin contar los que hoy ni siquiera se plantean una unión estable, sino que se conforman con sacar en cada instante el mayor provecho de cualquier relación personal. Desde estas perspectivas, por mucho que sea lo que una persona me está dando, en cualquier momento puedo descubrir a otra que me puede dar más. Ya no tendré motivos para seguir con la primera. También puede darse el caso de encontrar otra persona que, dándome lo mismo, me exige menos.
El amor consiste en desplegar la capacidad de darse sin esperar nada a cambio. No tiene más límites que los que ponga el que ama. Aquel a quien se ama no puede poner los límites. Pero la superación del falso yo y el descubrimiento de mi auténtico ser es limitado y debemos reconocerlo. Debemos tomar conciencia clara de cuál es la diferencia entre el servicio y el servilismo. Jesús dijo que tan letal es el someter al otro como dejarse someter. Si la pareja ha superado mi capacidad de aguante, debo evitar que me someta y aniquile.
Desde nuestro punto de vista cristiano, tenemos un despiste monumental sobre lo que es el sacramento. Para que haya sacramento, no basta con ser creyente e ir a la iglesia. Es imprescindible el mutuo y auténtico amor. Con esas tres palabras, que he subrayado, estamos acotando hasta extremos increíbles la posibilidad real del sacramento. Un verdadero amor es algo que no debemos dar por supuesto. El amor no es puro instinto, no es pasión, no es interés, no es simple amistad, no es el deseo de que otro me quiera. Todas esas realidades son positivas, pero no son suficientes para el logro de una mayor humanidad.
Cuando decimos que el matrimonio es indisoluble, nos estamos refiriendo a una unión fundamentada en un amor auténtico, que puede darse entre creyentes o no creyentes. Puede haber verdadero amor humano-divino aunque no se crea explícitamente en Dios, o no se pertenezca a una religión. Es impensable un auténtico amor si está condicionado a un limitado espacio de tiempo. Un verdadero amor es indestructible. Si he elegido una persona para volcarme con todo lo que soy y así desplegar mi humanidad, nada me podrá detener.
El divorcio, entendido como ruptura del sacramento, es una palabra vacía de contenido para el creyente. La Iglesia hace muy bien en no darle cabida en su vocabulario. No es tan difícil de comprender. Solo si hay verdadero amor hay sacramento. La mejor prueba de que no existió auténtico amor, es que en un momento determinado se termina. Es frecuente oír hablar de un amor que se acabó. Ese amor, que ha terminado, ha sido siempre un falso amor, es decir, egoísmo que solo pretendía el provecho personal interesado y egoísta.
Los seres humanos nos podemos equivocar, incluso en materia tan importante como esta. ¿Qué pasa, cuando dos personas creyeron que había verdadero amor y en el fondo no había más que interés recíproco? Hay que reconocer sin ambages que no hubo sacramento. Por eso la Iglesia solo reconoce la nulidad, es decir, una declaración de que no hubo verdadero sacramento. Y no hacer falta un proceso judicial para demostrarlo. Es muy sencillo si en un momento determinado no hay amor, nunca hubo verdadero amor y no hubo sacramento.
«Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre»
Jesús, como siempre, va mucho más allá de la pregunta planteada: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer? … Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre» … Dios une en el amor, y el amor conyugal es probablemente la experiencia que más nos acerca a Dios; su mejor reflejo; lo que más nos ayuda a intuir su esencia. Es por ello que esta unión siempre se ha considerado un sacramento, es decir, un hito excepcional en el encuentro con Dios.
Tradicionalmente hemos caído en el error de pensar que Dios une por medio del sacerdote y a través del rito matrimonial, pero la unión ya existía desde mucho antes de llegar a la ceremonia; la ceremonia es sólo el signo, el sacramento es la vida en común de los esposos.
Pero esa unión que proclama el oficiante puede ser, o no, obra de Dios. Si la unión está basada en el amor es obra de Dios y es indisoluble; el hombre no puede separarla porque es mucho más fuerte que él. Pero el amor no es el único vínculo que lleva a una pareja al pie del altar, pues las hay que llegan unidas por el dinero, la conveniencia social, los intereses familiares o la mera atracción física… y no parece que Dios haya tenido mucho que ver en ellas, y podrán ser efímeras.
Por otra parte, no todo lo que parece amor es amor. Muchas parejas se casan muy enamoradas y luego fracasan, y la causa está en que el enamoramiento se parece mucho al amor, pero no es amor. El enamoramiento es pasión, y las pasiones nos convierten en personas pasivas; inermes ante ellas. El amor es esencialmente acción, lo que significa que el salto del uno al otro requiere esfuerzo, trabajo, respeto y compromiso… No es gratis, pero cuando se logra, todo el esfuerzo parece poco.
Sabemos que nuestro amor es verdadero cuando se manifiesta en el deseo de la felicidad del otro; en sentirse bien si el otro está bien aun cuando esto suponga un sacrificio propio. Porque amar es básicamente dar, no recibir. La esfera más importante del dar es el dar de sí mismo y cuando se da así, no se puede dejar de recibir; de hacer de la otra persona un dador, y compartir ambos la alegría de lo que han creado (Erich Fromm).
Un último apunte. La Iglesia se basa en el texto del evangelio de hoy para defender a ultranza el ideal del matrimonio indisoluble basado en el amor. Y es un ideal admirable que se funda en una de las manifestaciones humanas más positivas y humanizadoras como es el amor conyugal. Pero un ideal es un ideal, y no es bueno convertirlo en una exigencia que condene a los cónyuges fallidos a una convivencia imposible, o cuya quiebra lleve consigo el rechazo de la Iglesia hasta el punto (al que se llegó) de negar los sacramentos a personas que se sentían necesitadas de ellos.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
Comentarios desactivados en Igualdad del hombre y la mujer.
NO VIVIMOS EL PLAN DE DIOS DESDE LA CREACIÓN Y ASÍ NOS VA
Vaya por delante que es únicamente por el compromiso adquirido con Fe Adulta de comentar la liturgia de este domingo, que me dispongo a escribir unas letras porque si por mí fuera, no gastaría ni tinta ni esfuerzo en comentar unas lecturas en las que tenemos que emplear un montón de tiempo en explicar lo que no quieren decir, y entresacar el auténtico mensaje de liberación y de vuelta a los orígenes al principio de la Creación.
Por eso, resulta muy doloroso, y quienes establecen los textos bíblicos para las lecturas litúrgicas tendrían que saberlo, volver una y otra vez a escuchar esos pasajes que no nos proporcionan un juicio moral de Jesús ante situaciones como el divorcio, porque ese no era en ningún momento su propósito, y sin embargo nos vuelven a recordar que no vivimos el ideal por el que fuimos creados: la igualdad, la mutualidad, la complementación entre los sexos.
La cuestión del evangelio del domingo se centra en la pregunta con doble intención por parte de los fariseos a Jesús sobre si le está permitido al marido repudiar a la mujer. ¿Por qué le hacen esa pregunta si saben que la ley mosaica lo permite? ¿Qué quieren, que Jesús diga que no, y “pillarle” contradiciendo la ley de Dios dada a Moisés?
Para darles respuesta Jesús se remonta al Génesis (parte del texto que se nos presenta como primera lectura de la liturgia de hoy) Gn 2: 18-24. “Dios los hizo varón y hembra por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser”.
“Por lo obstinados que sois”… les dice Jesús os dejó escrito Moisés ese mandamiento. El plan de Dios era otro muy distinto…pero el egoísmo, la búsqueda de placer instantáneo, la falta de compromiso real en una relación de amor maduro lleva a “destrozar” la vida de tantas mujeres que a lo largo de la historia han sido y siguen siendo tratadas como objetos.
Jesús, con su predicación del Reino de Dios, cimienta las relaciones humanas en el amor, en el entendimiento mutuo, en el respeto y en el servicio bien entendido. Precisamente Jesús nos presenta a un Dios Abba que está por encima de la ley y los preceptos: la ley mata, el espíritu da vida.
Resulta imposible reconciliar el Dios ley y el Dios Abba de Jesús. Son dos lenguajes tan diferentes, dos experiencias tan distintas que solo pueden llevar al conflicto.
¿Buscamos en Jesús respuestas a cuestiones concretas que tienen que ver con las decisiones morales? Jesús apela a nuestra conciencia, a nuestra dignidad, de manera personal. No hay una ley que aplique a todos los casos por igual.
Y además, ¿cómo vamos a entender esa pregunta hoy cuando en aquellos tiempos la mujer era vista como propiedad del marido, su alianza de matrimonio era algo acordado entre dos varones: él y el padre de la novia? Se podía deshacer de ella como quien se deshace de algo que ya no le sirve. ¿Cómo podemos usar este texto para decir que en nuestra religión no aceptamos el divorcio? ¿Tenía entonces la mujer alguna posibilidad de romper el compromiso con su marido?
Recientemente, ante la noticia de la vuelta de los talibanes al gobierno de Afganistán después de tantos años de guerra, el mundo occidental se ha puesto en pie y reaccionamos entre otras cosas a su “maltrato y abuso” de las mujeres.
Las mujeres estamos cansadas de tener que defender nuestros derechos con respecto a los varones en múltiples áreas de nuestras vidas y cómo no, en la iglesia católica. Sí, puntualizo en la iglesia católica, porque otras iglesias cristianas hace tiempo que se han dado cuenta de que el patriarcado ha dominado durante demasiados siglos nuestras culturas y también ¡cómo no!, nuestra manera de hacer iglesia. No es que otras comunidades lo tengan ya todo conseguido, pero desde luego sus decisiones responden más a los signos de los tiempos que las nuestras.
No podemos admitir en pleno siglo XXI que las mujeres sigamos sufriendo el “dominio” de los varones. Sin embargo, nos deberíamos preguntar en nuestras comunidades cristianas, ¿cómo vivimos la igualdad, la mutualidad, la paridad entre mujeres y hombres? ¿Se hace real el mensaje de Jesús de liberación de cargas culturales, religiosas, tradiciones en lo que se refiere a los ministerios, las tomas de decisiones? LAS MUJERES DECIMOS QUE NO. El plan de Dios desde el principio de la creación no lo vivimos… y así nos va.
Es propio de los textos sagrados absolutizar una norma moral, que se consideraba fundamental en la época en que fueron escritos. Por eso, cuando, con el paso del tiempo, aparece en los humanos una forma diferente de verla, las religiones -en general, todos los que hacen una lectura literalista de aquellos escritos- alzan la voz contra el cambio, reclamando que se siga cumpliendo lo que la moral religiosa propugnaba.
Esto es especialmente palpable, como era de esperar, en lo relativo al campo de la sexualidad: un tema sensible e incluso tabú para el mundo religioso, en el que, sin embargo, los cambios culturales han sido vertiginosos en un tiempo relativamente breve. Basta ver, como muestra, el modo como se plantea todavía hoy la cuestión de la homosexualidad en no pocos ámbitos religiosos, que la siguen considerando como “pecado nefando”.
El problema no es otro que la absolutización de lo que en su momento era una norma intocable, unida al literalismo aplicado a la lectura de los textos religiosos. Lo absolutizado se considera de validez eterna, porque se cree -eso dice la lectura literal- que expresa, sin excepciones posibles, la voluntad divina.
En mi opinión, ambos principios son, sin embargo, erróneos: absolutización y literalismo han sido también creencias socialmente construidas, que no se sostienen nada más que en la adhesión ciega de un cierto fanatismo, que prefiere la seguridad del “siempre ha sido así” a la indagación honesta de la verdad, desde el propio momento que nos toca vivir.
Viniendo al texto que leemos hoy, nadie duda de que en todo amor genuino se busca “ser dos en una sola carne”. Pero una cosa es el horizonte hacia el que se camina y otra, en ocasiones bien diferente, lo que es posible vivir a una pareja concreta. Son tantos los condicionamientos de todo tipo -la mayor parte de ellos y los más graves, inconscientes- que puede llegar el momento en que el divorcio sea la actitud más adecuada.
Comentarios desactivados en El divorcio no es un triunfo sino una terapia
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.- Matrimonio / Familia
La Palabra de este domingo aborda esta realidad tan humana como difícil que es el matrimonio: sus dimensiones, sus problemas.
No es bueno que el hombre esté sólo hemos escuchado en la primera lectura.
El ser humano no se realiza sólo, sino que somos personas y ser persona significa “ser en relación”. No somos solamente individuos aislados, sino que somos, vivimos y nos realizamos con los demás en el mundo. El ser humano vive en grupo en familia, con el pueblo, con la sociedad, con los amigos, con Dios. Somos relación.
La afectividad, la sexualidad y el amor son también una relacionalidad.
02.- Los seres humanos somos iguales en dignidad.
De una manera mítica, casi como un dibujo animado, el Génesis nos dice que la mujer nace de la costilla de Adán: podría significar que hombre y mujer son del mismo aliento vital (respiración), lo cual significa que somos y tenemos la misma dignidad: hombre y mujer los creó.
Pero las antropologías de los pueblos, las mismas religiones han creado una sima en la apreciación y valoración entre el hombre y la mujer. (Los movimientos feministas actuales dan fe de esta situación).
Esta cuestión habría que tenerla en cuenta a la hora del problema de la unión y así como de la posible ruptura matrimonial (divorcio).
Por otra parte, en el AT el divorcio era un derecho del hombre, no de la mujer. La mujer no podía pedir la ruptura.
03.- Realidades tan hermosas como difíciles.
Las lecturas de la Eucaristía de hoy nos sitúan ante importantes dimensiones de la vida: el amor, la afectividad, la sexualidad, el matrimonio, la convivencia, la familia, las relaciones, etc., realidades hermosas, pero al mismo tiempo, difíciles. La convivencia, lo social y comunitario es difícil siempre.
Y hoy en día es mayor la complejidad de los problemas porque se da un maremagnum de concepciones diversas de la sexualidad, modos de legalizar -o no- el matrimonio canónico, civil, parejas de hecho, parejas del mismo sexo, trans, duración del amor, el sentido de la fidelidad y de la responsabilidad, las posibles rupturas
04.- El matrimonio es una unión en amor.
Se supone que cuando una pareja se casa (seamos clásicos), es porque se aman y deciden compartir la vida y realizarla juntos.
¿Pero cómo vivir esta realidad cuando el amor fracasa?
Lo primero que podemos decir es que ha fracasado un proyecto vital.
Un matrimonio puede fracasar por mil motivos: por desaveniencias, infidelidades, incompatibilidades, desencuentros, enfrentamientos familiares, motivos económicos, etc.
05.- El fracaso del divorcio como terapia
¿Es necesario la separación o el divorcio?
El divorcio es la salida a un amor que ha llegado a punto muerto, es una cierta terapia a un fracaso del amor originario.
A algunos católicos les encantaría que Roma permitiera el divorcio y los divorciados que han vuelto a casarse pudieran comulgar
De hecho en algunas Iglesias ortodoxas permiten segundas nupcias como una salida al fracaso del primer matrimonio, con el sentido de “remedio” por aquello de que mejor casarse que quemarse” (1Cor. 7: 9). Port otra parte, todo el mundo tiene derecho a rehacer su vida.
Pero el divorcio (o la nulidad), necesario por otra parte, no solucionaría el problema de fondo.
Los fracasos matrimoniales y el divorcio no son una cuestión eclesiástica, aunque esta cuestión adquiere una dimensión especial en la iglesia. El fracaso en el amor es una cuestión humana.
Creo yo que el divorcio no es un éxito sino una terapia para un fracaso.
Hay situaciones insostenibles de malos tratos, de incomprensión, de incompatibilidad, diferencias, de infidelidad, de hijos que pueden hallar salida en el divorcio (o nulidad).
Un divorcio / separación no es sino que un amor en punto muerto. Hasta aquí hemos llegado y no podemos continuar. Todo lo que había de amor, ilusión, proyectos, encuentro, etc. ha concluido.
Algunas situaciones se solucionan con el divorcio, pero el fracaso del amor, el sufrimiento, no. La imposible convivencia, la educación de los hijos, incluso la economía pueden encontrar salida en un divorcio, pero el fracaso y el problema de fondo permanecen.
De hecho el divorcio es una legislación que legaliza una ruptura, pero no mejora a las personas. Puede mejorar algunos aspectos de la vida, pero no mejora la situación del fondo de la persona.
El divorcio no vuelve buenos y fieles a los divorciados
Es un ejemplo: Si un juez absuelve o concede la amnistía a un delincuente, ello no significa que tal delincuente mejore su condición íntima moral, personal.
06.- Fidelidad
El problema de fondo es el de la fidelidad personal. Fidelidad no solamente en el plano sexual, que también, sino fidelidad a la persona: fidelidad para con uno mismo y para los demás: esposo / esposa e hijos.
Los humanos somos “trenes” de largo recorrido, no “express”. Nuestra vida se configura con compromisos existenciales: compromisos propios personales: de matrimonio, de vocación, de responsabilidades, de fidelidad a los talentos que Dios nos ha dado, fidelidades a las personas que conviven con nosotros, fidelidad a Dios.
07.- Que Dios ayude a vivir el amor.
Que Dios nos ayude a vivir en el amor original de la vida.
Que nos mantengamos en la fidelidad al amor y a las responsabilidades de la vida
Comentarios desactivados en “Mujeres, niños y tantos excluidos: principales destinatarios del Reino”, por Consuelo Vélez
De su blogFe y Vida:
Comentario al evangelio del domingo XXVII del Tiempo Ordinario 6-10-2024
Jesús está hablando desde otro contexto, otra cultura y por eso, el énfasis de este texto no está puesto en si Jesús condena el divorcio sino en la postura de Jesús frente a las mujeres.
Entender los valores del reino de Dios que siempre pone de primeras a los excluidos, no porque sean mejores, sino porque el reino es gratuidad
Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: ¿Puede el marido repudiar a la mujer? Él les respondió:
+ ¿Qué les prescribió Moisés?
Ellos le dijeron:
– Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.
Jesús les dijo:
+ Teniendo en cuanta la dureza de su corazón escribió para ustedes este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.
Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. Él les dijo:
+ Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.
Le presentaban unos niños para que los tocara: pero los discípulos les reñían. Más Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo:
+ Dejen que los niños vengan a mí, no se lo impida, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo les aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él. Y abrazaba a los niños y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.
(Mc 10, 2-16)
El evangelio de Marcos nos trae este domingo dos escenas que nos van a recordar quiénes están en el centro del Reino de Dios. En este caso se va a referir a las mujeres y a los niños. Pero veamos, en cada caso, cuáles son las connotaciones propias.
Sobre las mujeres, el contexto es de poner a prueba a Jesús con las preguntas que le hacen. Los fariseos conocen perfectamente la Ley, pero al hacerle ese tipo de preguntas a Jesús muestran la intencionalidad de ver qué dice para poder acusarlo. Es una actitud que está presente en algunos sectores de Iglesia. Aferrados a leyes y normas hacen preguntas que no siempre se pueden responder con un sí o con un no, pero precisamente así quieren acusar al interrogado de estar del lado de la norma o de no estar. Vale la pena recordar que los asuntos humanos son mucho más complejos y por eso no se resuelven con una respuesta afirmativa o negativa. En estos casos no podemos olvidar que ha de intervenir siempre el discernimiento, la atención a las situaciones concretas que rodean cada caso y, en último término, al recinto sagrado de la conciencia de cada uno -por supuesto una conciencia moral bien formada- que toma la última decisión.
Pero volvamos al caso que nos ocupa. Los fariseos le preguntan a Jesús si el marido puede repudiar a la mujer. Jesús responde apelando a lo dicho por Moisés y aclarando que ese precepto se debe a la dureza del corazón de las personas. Continúa diciendo que, desde el principio, Dios creó al varón y a la mujer y la pareja humana está llamada a ser una sola carne. Por eso, aquello que es contrario al plan original de Dios, resulta inaceptable. Precisamente, la figura esponsal remite al amor de Dios a su pueblo, amar fiel para siempre.
Conviene advertir que Jesús está hablando desde otro contexto, otra cultura y por eso, el énfasis de este texto no está puesto en si Jesús condena el divorcio sino en la postura de Jesús frente a las mujeres. En esa cultura ellas no pueden tomar la decisión de separarse y, por el contrario, el varón puede hacerlo por casi cualquier motivo. El firmar el acta de repudio pareciera que liberaría a la mujer para casarse de nuevo, pero en la práctica, era muy difícil que eso ocurriera. La mujer repudiada corría la suerte de las viudas, totalmente desamparada. El apelo, entonces, a que la separación no debería ocurrir porque no es la voluntad de Dios, responde más a salvaguardar la vida y dignidad de las mujeres. Si lo miramos desde la actualidad hemos de recordar que ninguna violencia contra las mujeres ha de ser tolerada, así eso suponga la ruptura del vínculo matrimonial.
Marcos en su evangelio señala la casa como aquel lugar de intimidad, donde se reúne la familia del reino y dónde se puede instruir sobre dichos valores. Por eso el evangelio se refiere a la pregunta que nuevamente los discípulos le hacen a Jesús, estando ya en casa, sobre el mismo tema. Jesús sigue insistiendo en la llamada a la vivencia de ese amor que es capaz de hacer de dos un proyecto común, pero sin que eso signifique que Jesús está respondiendo a problemas actuales de manera literal.
Continua el evangelio tomando como centro de la conversación a los niños y, en este contexto, ellos son símbolo de la gratuidad del reino. No hay que hacer ningún mérito para recibir el don del reino. En efecto, los niños no son apreciados en esa cultura hasta que se hagan mayores de edad y por eso, más que símbolo de inocencia o de pureza, son signo de exclusión que Jesús corrige al bendecirlos poniendo las manos sobre ellos. Y, precisamente, el reino se da a todos aquellos que la sociedad excluye, juzgando que no merecen nada. Jesús pide esa actitud de saberse nada para entender, por contraste, la gratuidad del reino que se nos regala.
Busquemos, entonces, entender los valores del reino de Dios que siempre pone de primeras a los excluidos, no porque sean mejores, sino porque el reino es gratuidad real y verdadera.
(Foto tomada de: https://www.redentoristasdecolombia.com/mujeres-y-ninos/)
Comentarios desactivados en Ortodoxos y coptos ratifican su oposición a la justificación de las relaciones homosexuales
Representantes de las Iglesias Ortodoxas y la Iglesia copta han mantenido un encuentro en el Monasterio de San Bishoy, Wadi El Natrun, para una reunión preparatoria enfocada en la unidad de las Iglesias. Entre los acuerdos figura el reafirmar la postura sobre el matrimonio como unión entre hombre y mujer, y el rechazo de las relaciones homosexuales
El encuentro ha sido organizado por Tawadross II, Patriarca copto de Alejandría, bajo el lema «El amor de Cristo nos apremia» (II Corintios 5:14).
La reunión ha comenzado con una oración en la Iglesia de la Transfiguración, presidida por el patriarca Tawadros, quien ha enfatizado la importancia de «construir relaciones de amor en Cristo, profundizar la comprensión mutua, el diálogo continuo y la oración incansable». El Patriarca Ecuménico Bartolomé ha enviado un mensaje subrayando la relevancia de la unidad cristiana y la cooperación mutua para no «poner un obstáculo al evangelio de Cristo» (I Corintios 9:12).
Los copresidentes de la Comisión Conjunta para el Diálogo Teológico entre las Iglesias Ortodoxas y los coptos, el Metropolitano Emmanuel de Calcedonia y el Metropolitano Thomas de Quosia y Mir, han presentado los avances previos del diálogo y han hecho recomendaciones para futuras acciones. También han recordado a los líderes que desempeñaron un papel crucial en las etapas anteriores de dicho diálogo.
Los participantes han evaluado los pasos concretos necesarios para restaurar la plena comunión entre las Iglesias, tomando en consideración el «Mapa de Ruta» preparado en Atenas en 2014. Las discusiones se han centrado en las Declaraciones Acordadas, su implementación y la manera de afrontar desafíos sociales y éticos contemporáneos
Además, las Iglesias han abordado temas como la crisis familiar y los desafíos antropológicos presentes en la sociedad actual. Los representantes han reafirmado su postura sobre el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer, y han expresado su rechazo a la justificación de las relaciones entre personas del mismo sexo bajo la «libertad humana absoluta».
Es oportuno señalar que tanto coptos como ortodoxos han manifestado su rotunda oposición al documento Fiducia Supplicans, por el que Roma da vía libre a la bendición de parejas homosexuales.
Los participantes han acordado que las dos Subcomisiones Conjuntas sobre temas litúrgicos y pastorales continúen su trabajo y que se cree un sitio web conjunto para facilitar el acceso a los documentos del diálogo bilateral. También han expresado su deseo de que, en 2025, todos los cristianos celebren la Pascua siguiendo la tradición canónica de Nicea, ya que se conmemorará el 1700 aniversario del Primer Concilio Ecuménico.
Comentarios desactivados en Bendecir a las parejas homosexuales puede recordar al mundo de qué se tratan realmente las relaciones
Derrick Witherington
La publicación de hoy es de Derrick Witherington, Ph.D., subdirector del Ministerio del Campus y profesor adjunto en la Universidad Loyola de Chicago, donde imparte cursos de teología sistemática, sacramental e histórica.
El verano pasado, presenté un artículo en la Sociedad de Teología Universitaria sobre las liturgias católicas recientemente desarrolladas para bendecir las uniones entre personas del mismo sexo en Bélgica y Alemania. A pesar de las instrucciones de la Fiducia Supplicans, el documento del Vaticano de 2023, que establece que la bendición de las parejas del mismo sexo debe ser totalmente espontánea, privada, no litúrgica y de ninguna manera considerada como igual al sacramento del matrimonio, estas bendiciones belga y alemana están enmarcadas de manera rúbrica, de naturaleza pública y explícitamente litúrgica. Además, una de estas liturgias incluso ha recibido la aprobación episcopal y ninguna de las dos ha sido criticada o condenada (hasta la fecha) por el Vaticano.
Veamos un par de oraciones de estas dos liturgias.
La liturgia de bendición belga está concebida como una oración de toda la asamblea sobre una pareja:
Dios y Padre, rodeamos hoy a N. y N. con nuestra oración. Tú conoces sus corazones y el camino que tomarán juntos de ahora en adelante. Haz que su compromiso mutuo sea fuerte y fiel. Que su hogar se llene de comprensión, tolerancia y cuidado. Que haya espacio para la reconciliación y la paz. Que el amor que comparten los deleite y los haga útiles a nuestra comunidad. Danos fuerza para caminar con ellos, juntos siguiendo los pasos de tu Hijo y fortalecidos por tu Espíritu.
Lo primero que hay que notar es que la base del compromiso mutuo de la pareja es su fidelidad mutua y su compromiso de ayudarse mutuamente a florecer mientras caminan en los pasos de Jesús y son fortalecidos por el Espíritu. La comprensión, la tolerancia, el perdón y la reconciliación deben ser características distintivas de la relación de pareja. Finalmente, el “fin” o telos de la relación está dirigido hacia afuera, hacia el servicio en su comunidad.
Esta dimensión externa y orientada al servicio de la relación de pareja es lo que me pareció más sorprendente. Una crítica homofóbica común a las personas queer es que son introspectivas y narcisistas, supuestamente ejemplificada por el hecho de que su unión no está orientada a la generación de vida de la misma manera que lo está un matrimonio heterosexual. Esta oración, sin embargo, es muy católica en el sentido de que considera la apertura a la generación de nueva vida como parte constitutiva de la bendita unión, pero la “vida” se entiende aquí de forma mucho más amplia que en un sentido biológico estrecho. La pareja bendecida está llamada a generar vida en el servicio al mundo que los rodea, caminando con los excluidos, creando espacios de sanación, hospitalidad y diálogo, y viviendo una vida común que irradie comprensión, tolerancia, perdón y reconciliación.
Este tema es aún más explícito en la liturgia alemana. Antes de la oración de bendición sobre la pareja, el que preside se dirige a la asamblea:
Hermanos y hermanas en la fe, hemos escuchado el testimonio de N. y N. El reino de Dios está germinando en nuestro tiempo cuando las personas se aman y comparten sus vidas juntas. Por eso, les pregunto: ¿están dispuestos a apoyar a N. y N. para que esta semilla [del Reino] pueda desarrollarse en su asociación y el mundo pueda perfeccionarse en el amor de Dios a través de su testimonio? Si es así, respondan: Sí, con la ayuda de Dios.
Aquí, el amor de la pareja se identifica explícitamente como un signo del Reino de Dios que emerge o “germina” en medio de nosotros. El apoyo que ofrece la comunidad a la pareja se considera como una forma de permitir que la “semilla del Reino” crezca y se desarrolle plenamente hasta que, al final, se perfeccione en el amor de Dios. La oración de bendición sobre la pareja continúa con este tema:
Te pedimos, Padre amoroso, que bendigas a N. y N. y la vida que comparten juntos. Recibe el corazón nuevo que les has dado y que enciende su amor. Permite que su alianza sea fructífera para tu iglesia y para todas las personas, para que tu amor pueda aumentar entre [nosotros] hasta que el mundo se complete en ti.
En esta oración, se identifica a Dios como la fuente de su amor y lo que lo enciende continuamente. Su compromiso mutuo se enmarca en términos de ser una alianza que da frutos orientados hacia afuera para la edificación de la Iglesia.
Comentarios desactivados en Padre Williams, párroco de Chicago: “Lamento profundamente cualquier confusión que esto haya causado al Pueblo de Dios”
Tras celebrar una bendición de una pareja de mujeres parecida al rito del matrimonio
La bendición se grabó en video y en ella aparece el Padre Williams, revestido con casulla y estola, en una celebración sencilla, en medio del templo, pero empática y cercana
Días después, al ver la ceremonia grabada, el padre Williams se arrepintió de la forma que imprimió a la celebración y quiso pedir disculpas públicamente
“Una semana después, más o menos, vi el vídeo. Inmediatamente me di cuenta de que había tomado una decisión muy pobre en las palabras y las imágenes captadas en el vídeo”
La petición de disculpas del párroco de San Vicente Paúl muestra la buena voluntad del cardenal Cupich, arzobispo de Chicago, para hacer cumplir íntegramente la Fiducia Supplicans
Todo vale contra el contrario-enemigo. Incluso el juego sucio. Esa parece ser la estrategia de los grupos tradicionalistas católicos en su guerra declarada contra ‘Fiducia supplicans’. Por eso, arremetieron contra la “bendición-boda” celebrada recientemente en una parroquia de Chicago, pero silenciaron por completo la posterior petición de disculpas del párroco que la presidió.
El pasado 21 de abril, el padre Joseph S. Williams, párroco de San Vicente de Paúl, en la archidiócesis de Chicago, que preside el cardenal Blase Cupich, realizó la bendición de una pareja formada por dos mujeres.
La bendición se grabó en video y en ella aparece el Padre Williams, revestido con casulla y estola, en una celebración sencilla, en medio del templo, pero empática y cercana, con el siguiente diálogo:
P. Williams: “¿Os comprometéis libremente a amaros como santas esposas?”.
Kelli: “Sí, me comprometo”.
Myah: “Sí, me comprometo”.
P. Williams: “Dios amoroso, aumente y consagre el amor que Kelli y Myah se tienen. Los anillos que se han intercambiado son un signo de su fidelidad y compromiso. Que sigan prosperando en tu gracia y bendición. Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor. La bendición de Dios sea con vosotros, Padre, Hijo y Espíritu Santo”.
Días después, al ver la ceremonia grabada, el padre Williams se arrepintió de la forma que imprimió a la celebración. Consciente de que Doctrina de la Fe aprobó formalmente en diciembre la bendición de parejas en situación irregular y de parejas del mismo sexo, pero especificando que tales bendiciones no equivalen a una boda y no deben emplear la vestimenta y los gestos que acompañan a una boda.
Y, en un gesto que le honra (y que, por supuesto no recogieron las terminales mediáticas rigoristas), quiso pedir disculpas públicamente: “La forma que tomó la bendición en el vídeo se debió a mi intento de proporcionarles un momento significativo de la gracia de Dios. Quería hacerlo bien”, dijo el padre Williams.
“Una semana después, más o menos, vi el vídeo. Inmediatamente me di cuenta de que había tomado una decisión muy pobre en las palabras y las imágenes captadas en el vídeo”, añade en su comunicado. Y concluye: “Lamento profundamente cualquier confusión y/o enfado que esto haya causado, particularmente al Pueblo de Dios“.
Por otra parte, la petición de disculpas del párroco de San Vicente Paúl muestra la buena voluntad del cardenal Cupich, arzobispo de Chicago, para hacer cumplir íntegramente la Fiducia Supplicans. Pero los rigoristas, para atacar a Francisco, difundieron la ceremonia a bombo y platillo, pero no les sirve (y silenciaron absolutamente) la petición de disculpas.
Comentarios desactivados en Sacerdote de Chicago bendice a los «cónyuges» del mismo sexo, alegando que Fiducia Supplicans lo permite
Un vídeo compartido en Instagram muestra al padre Joseph Williams bendiciendo a una pareja de mujeres en la parroquia de San Vicente de Paúl, vinculada a la universidad DePaul.
Un sacerdote de Chicago bendijo el mes pasado a una pareja del mismo sexo, afirmando que el reciente documento del Vaticano Fiducia Supplicans autorizaba tales bendiciones.
El padre Joseph Williams, párroco de la parroquia de San Vicente de Paúl, cerca del centro de Chicago, aparece en un vídeo del 22 de abril compartido en Instagram por Kelli Knight, ministra metodista y organizadora de la comunidad queer.
En el vídeo, se ve al padre Williams en la parroquia, afiliada a la universidad católica DePaul de Chicago, con Kelli y Myah Knight. “Myah siempre quiso casarse en la capilla de su alma mater, ¡así que la sorprendí con la bendición de nuestro matrimonio!”, escribió Kelli en el post.
En el vídeo, se puede ver al padre Williams preguntando a la pareja: “Kelli y Myah, ¿os comprometéis libremente a amaros como santas esposas y a vivir juntas en paz y armonía para siempre?”, y las dos mujeres responden: “Sí”.
“Dios amoroso, aumenta y consagra el amor que Kelly y Myah se tienen”, dice entonces el pastor. “Los anillos que se han intercambiado son el signo de su fidelidad y compromiso. Que sigan prosperando en tu gracia y bendición”, añade, y finaliza su discurso: “Que la bendición de Dios sea vuestra, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, amén”.
Ni el sacerdote ni la Arquidiócesis de Chicago respondieron inmediatamente a las peticiones de comentarios de los medios conservadores el viernes por la mañana. El párroco dijo a OSV News que su entendimiento de la Fiducia Supplicans es que “las parejas del mismo sexo pueden ser bendecidas siempre y cuando no refleje una situación matrimonial… siempre y cuando quede claro que no es un matrimonio”.
Al parecer, le dijo a Knight cuando ella preguntó por primera vez sobre la bendición: “Por favor, entienda que esto no es de ninguna manera un matrimonio, una boda, nada de eso. Se trata simplemente de una bendición de personas”.
La Fiducia Supplicans ha generado una controversia mundial desde que se promulgó por primera vez el pasado mes de diciembre. El Vaticano ordenó entonces que los sacerdotes católicos pudieran bendecir a parejas del mismo sexo como expresión de cercanía pastoral sin condenar sus relaciones sexuales.
En los meses posteriores, los obispos de todo el mundo se han mostrado profundamente divididos sobre la declaración. Algunos prelados han respondido calurosamente a la directiva, mientras que otros han asegurado que no aplicarán la práctica.
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