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“En el mundo material, búsqueda del mundo espiritual”, por Leonardo Boff

Jueves, 11 de julio de 2024
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IMG_5881Vincent Van Gogh

“Merecemos un destino mejor, necesitamos beber de otras fuentes

¿Qué hacemos en este mundo? ¿Cuál es nuestro sitio en el conjunto de los seres? ¿Cómo actuar para garantizarnos un futuro que sea esperanzador para todos y para nuestra Casa Común? ¿Qué que podemos esperar más allá de esta vida?

Vivir el mundo espiritual puede mostrarnos caminos que nos saquen de la crisis de los tiempos actuales

Hay mucha gente harta de bienes materiales y del consumismo de nuestra cultura. Como contrapunto quiero situar el tema de los bienes espirituales en el contexto dramático, peligroso y esperanzador en el que se encuentra actualmente la humanidad, especialmente la humanidad humillada y ofendida que vive en el Sur Global, las víctimas de las 18 regiones en guerra, en particular en la Franja de Gaza, con visos de genocidio a cielo abierto, sin olvidar las muchas víctimas de la guerra Rusia-Ucrania.

Nuestra reflexión quiere captar la emergencia del mundo espiritual e insistir en su urgencia apremiante ante las amenazas de desaparición de la especie y de liquidación de la biosfera, ya sea por una guerra nuclear, por exceso de calor debido a cambios climáticos o por cualquier factor de desequilibrio del mismo planeta Tierra. Podrían eventualmente poner  en peligro el futuro común de la Tierra y de la humanidad.

En momentos así, dramáticos, el ser humano se sumerge en lo más profundo de sí y se plantea cuestiones básicas: ¿Qué hacemos en este mundo? ¿Cuál es nuestro sitio en el conjunto de los seres? ¿Cómo actuar para garantizarnos un futuro que sea esperanzadorpara todos y para nuestra Casa Común? ¿Qué que podemos esperar más allá de esta vida? Todas estas preguntas pertenecen al mundo espiritual.

En este contexto debemos plantearnos la cuestión del mundo espiritual, en otras palabras, de la espiritualidad. El mundo espiritual es una de las fuentes principales, aunque no la única, de inspiración de lo nuevo, de esperanza de buenos resultados, de generación de un sentido plenificador y de capacidad de autotrascendencia del ser humano, pues el ser humano sólo se siente plenamente humano cuando busca autosuperarse. La razón radica en que el ser humano se vivencia como proyecto infinito, repleto de virtualidades que, en parte, se realizan en la historia, y, en su totalidad, más allá de ella.

La razón radica en que el ser humano se vivencia como proyecto infinito, repleto de virtualidades que, en parte, se realizan en la historia, y, en su totalidad, más allá de ella

IMG_5880Comunidad Mario Purisic

Esa preocupación por el mundo espiritual es recurrente en nuestra cultura, no sólo en el ámbito de las religiones, que es su lugar natural, sino también en el ámbito de las búsquedas humanas tanto de los jóvenes como de los intelectuales, de famosos científicos y –para nuestra sorpresa– de grandes empresarios. En los últimos años he dado charlas aquí y fuera del país, a personas pertenecientes a esos grupos.

Que grandes empresarios se planteen cuestiones ligadas al mundo espiritual, o sea, a la espiritualidad confirma las dimensiones  de la crisis que nos asola. Significa que los bienes materiales que ellos producen, las lógicas productivistas y competitivas que incentivan, el universo de valores comerciales (todo se ha vuelto mercancía) que inspira sus prácticas no abordan los interrogantes referidos. Hay un vacío profundo, un hueco inmenso dentro de su ser. Por eso, pienso, que sólo el mundo espiritual puede llenarlo.

Es importante, sin embargo, mantener siempre nuestro espíritu crítico, porque con el mundo espiritual, con la espiritualidad, también se puede hacer mucho dinero. Hay verdaderas empresas que manejan discursos de espiritualidad, que no es raro que hablen más a los bolsillos que a los corazones. Hay líderes neopentecostales que son expresión del mercado con su predicación del evangelio de la prosperidad material y, recientemente, del dominio. Conquistan para los intereses de sus pastores a los fieles, religiosos y de buena fe.

Pero los portadores permanentes del mundo espiritual son las personas consideradas comunes, que viven la rectitud de la vida, el sentido de solidaridad y cultivan el espacio de lo Sagrado, ya sea en sus religiones e iglesias, ya sea en el modo como piensan, obran, interpretan la vida y cuidan de la naturaleza.

Lo que importa es que mundialmente hay una demanda de valores no materiales, de una redefinición del ser humano como un ser que busca un sentido plenificador, que está en busca de valores que propician alegría de vivir. En todas partes encontramos seres humanos, especialmente jóvenes, indignados con el destino previamente definido en términos de economía, cuando se dice que “no hay alternativa” (TINA=There is no Alternative), con el sistema de mercado bajo el cual estamos obligados a vivir, que se niegan a aceptar los caminos que los poderosos obligan a seguir a la humanidad. Esos jóvenes dicen: “No permitiremos que nos roben el futuro. Merecemos un destino mejor, necesitamos beber de otras fuentes para encontrar una luz que ilumine nuestro camino y nos de esperanza”.

IMG_5879¿Qué espiritualidad para afrontar el nuevo paradigma en el que estamos?

Por eso resulta importante introducir desde el principio una distinción –no para separar, sino para distinguir– entre el mundo religioso, la religión, y el mundo espiritual, la espiritualidad. Lo ha hecho el Dalai Lama de forma extremadamente brillante y esclarecedora en el libro Una Ética para el Nuevo Milenio (Sextante, Rio de Janeiro 2000). Son términos que usamos sin saber con certeza lo que significan. Me permito citar un tema del libro cuya comprensión comparto y hago mía.

«Juzgo que la religión (mundo religioso) está relacionada con la creencia en el derecho a la salvación predicada por cualquier tradición de fe, creencia que tiene como uno de sus aspectos principales la aceptación de alguna forma de realidad metafísica o sobrenatural, incluyendo posiblemente una idea de paraíso o nirvana. Asociado a esto hay enseñanzas o dogmas religiosos, rituales, oraciones, etc».

«Considero que la espiritualidad (mundo espiritual) está relacionada con aquellas cualidades del espíritu humano –tales como amor y compasión, paciencia y tolerancia, capacidad de perdonar, contentamiento, noción de responsabilidad, noción de armonía– que traen felicidad tanto a la propia persona como a los demás».

«Ritual y oración, junto con las cuestiones de nirvana y salvación, están directamente ligados a la fe religiosa, pero esas cualidades no precisan ser interiores. No existe por tanto ninguna razón por la que un individuo no pueda desarrollarlas, incluso en alto grado, sin recurrir a cualquier sistema religioso o metafísico» (p.32-33).

Como se deduce, esas reflexiones son cristalinas pues muestran la distinción necesaria entre el mundo religioso, la religión y el mundo espiritual, espiritualidad. Una vez distinguidas, pueden relacionarse y  convivir, pero sin depender necesariamente una de otra. Vivir el mundo espiritual puede mostrarnos caminos que nos saquen de la crisis de los tiempos actuales.

*Leonardo Boff, teólogo y filósofo ha escrito Espiritualidad: camino de transformación, Rio 2001; Meditación de la luz: camino de la sencillez, Vozes 2010.

Traducción de MªJosé Gavito Milano

Fuente Religión Digital

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Jesús de Nazaret repudia el materialismo

Martes, 10 de diciembre de 2019
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riquezasA propósito de Lc 20,27-40

José Rafael Ruz Villamil
Yucatán (México).

ECLESALIA, 29/11/19.- En la Tierra de Israel del primer tercio del siglo I, es, sin duda, el grupo de los saduceos el más permeable al dominio romano. Involucrados históricamente en la cosa política, los saduceos están asociados desde antaño con el sacerdocio que controla Templo de Jerusalén como sacerdotes jefes incluyendo, desde luego, al sumo sacerdote: “Cuentan sobre todo con los ricos; no tienen al pueblo de su parte […] esta doctrina es profesada por pocos, pero éstos son hombres de posición elevada”. Con estas pocas palabras Flavio Josefo deja un boceto de los saduceos.

Aristócratas pues, los saduceos vienen a ser quienes, de algún modo, gobiernan Israel, ya desde el sacerdocio, ya desde la nobleza laica, pretendiendo imponer una lectura y una práctica de la Ley centrada en cuestiones de pureza e impureza legal, totalmente ajenas a lo que la misma Ley en sí pudiese aportar para el verdadero bienestar del hombre: al limitar su referencia religiosa a la literalidad de la Torá, los Profetas y los Escritos —sin admitir interpretaciones o adecuaciones de éstos textos— y al no aceptar el concepto de vida después de la muerte, tienen una idea de Dios estática, rígida que les permite un pragmatismo sumamente útil ante la ocupación romana, en tanto que ésta respete los privilegios que detentan.

Es, precisamente, un grupo de saduceos el que desafía a Jesús de Nazaret al proponerle un caso que, en sí, no es más que una mofa de la fe en la resurrección de los muertos. El asunto parte de la Ley del levirato, —del término latino levir: cuñado— que ordena: “Si unos hermanos viven juntos y uno de ellos muere sin tener hijos, la mujer del difunto no se casará fuera con un hombre de familia extraña. Su cuñado se llegará a ella y la tomará por esposa y cumplirá con ella como cuñado, y el primogénito que ella dé a luz perpetuará el nombre de su hermano difunto; así su nombre no se borrará de Israel”.

Sobra señalar que tal ordenamiento legal resulta orientado a proteger los derechos de propiedad del primogénito y, por consiguiente, a conservar la integridad del patrimonio familiar que, en un medio agrícola, ha de ser una unidad de producción misma que fragmentada produce menos. Añádase que la pregunta final de la cuestión planteada al Maestro —«Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque fue mujer de los siete»— puede entenderse como “¿de quién será propiedad la mujer?” en tanto que, según la observancia literal de la Ley, la esposa no es más que una de las propiedades del marido, y ya se tiene una aproximación al pensamiento saduceo que bien podría caracterizarse como materialismo religioso.

Y es que la respuesta de Jesús así lo deja ver: aún siendo, para entonces, la resurrección un concepto relativamente nuevo y, por consiguiente, en pleno desarrollo, se echa de ver que lo que está en juego es la trascendencia del hombre más allá de la muerte; trascendencia que, por su propia índole, no puede ser entendida como una continuidad de las estructuras socioeconómicas, así se basen éstas en la mismísima Ley. Y es que, en efecto, hay en el pensamiento judío un desarrollo harto interesante del concepto de vida después de la muerte: de la idea del sheol —un como inframundo en el que el se humano conserva sus características propias, aunque como una sombra de sí mismo— a la idea de la resurrección de la persona en su corporeidad total, hay, sin duda, un salto teológico cualitativo del que se encuentran rasgos en los libros de los Macabeos: «Tú, criminal, nos privas de la vida presente, pero el Rey del mundo, a nosotros que morimos por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna.»; «Es preferible morir a manos de hombres con la esperanza que Dios otorga de ser resucitados de nuevo por él; para ti, en cambio, no habrá resurrección a la vida».

Y es que el pensamiento judío concibe al hombre como una unidad total e indivisible, de donde la vida después de la muerte sólo puede ser pensada como la resurrección de la persona en su completitud, sí, pero en una otra dimensión que Jesús describe apoyándose en el concepto —nuevo, también, para entonces— de los ángeles: «…ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios por ser hijos de la resurrección».

“Entendida en clave judía o cristiana, la fe en la resurrección no es una añadidura a la creencia en Dios, sino una radicalización de la fe en él” (así H. Küng, El judaísmo, Madrid 1993). Una radicalización en beneficio de la comprensión del hombre como un ser trascendente por encima de la mera materialidad: cuestión, por cierto, de muchísima importancia en cuanto que es un rasgo —entre otros muchos— en el que se asienta su dignidad como persona. Porque si el ser humano es entendido como la resultante de una serie de procesos biológicos, químicos, eléctricos y más, que acaban con el cese de su funcionamiento, ¿qué importaría que venga a ser objeto de explotación? ¿Con qué motivos se podrían cuestionar los privilegios sustentados en la apología de la supuesta selección natural? ¿Qué sentido, qué valor tendría la repulsa del Evangelio a la desigualdad?

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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