Lunes Santo: Tres meditaciones sobre el Evangelio de San Juan 12, 1-11, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF
De su blog Kristau Alternatiba (Alternativa Cristiana):
La unción de Betania: un derroche de afecto por Jesús
La Semana Santa comienza con un Evangelio extraordinario.
Una cena en casa con amigos, una mujer, manos y cabellos empapados de perfume, no hay palabras, las manos y su ternura hablan.
Llegará el tiempo de las llagas, pero por ahora sólo brotan caricias en el cuerpo de Jesús.
Ese perfume valía diez veces el precio de Judas.
La mujer paga diez veces el dinero de la traición, le dice a Jesús: ¡alguien te traicionará y te venderá, pero yo te amaré y te compraré diez veces más!
Tiene en sus manos los pies de Jesús, del viajero, del caminante, los pies del itinerante que no tiene dónde reposar la cabeza y de quien ha recorrido todos los pueblos de Galilea.
María los abraza para decirle: no te vayas más, quédate aquí, conmigo, con nosotros. Y quiero que sepas que dondequiera que Tú vayas, yo iré, y tu Dios será el mío.
Y el corazón de Jesús recibe, de las caricias de aquellas manos que le ungen, un balsámico conforto y una grande y fuerza feliz.
Una caricia, cuando es verdadera, transforma a un hombre.
Y la unción de Betania, este conmovedor lavatorio de los pies, anticipa tres días el otro lavatorio, el de Jesús a sus discípulos y, quién sabe, quizá lo inspira.
Jesús aprende los gestos fuertes del amor de una mujer.
Aquí el hombre y Dios se encuentran: cuando ama, el hombre realiza gestos divinos. Cuando el hombre ama a Dios hace cosas muy humanas.
Y la casa se llenó de perfume.
¿De qué sirve un poco de perfume en nuestra historia?
El perfume no cambió el destino de Jesús, no cambiará el nuestro, pero cambia el aire, la atmósfera de la casa y del corazón.
Intentemos, en familia y en casa, como María, inventar una caricia nueva, una declaración de amor para decir, sin palabras: eres precioso para mí. Diez veces precioso. Eres invaluable… darte un precio sería despreciarte.
Una cosa que aprendemos de este Evangelio: ¡lo preciosa que es la vida!
Quizás una vida vale poco, pero nada vale tanto como una vida.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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El perfume de Betania: la sobreabundancia del amor
La escena central de la unción de Betania representa el Amor que se dona, que se derrama sobre la humanidad para la salvación. Un Amor reconocido y acogido.
El gesto de derramar el perfume es el mismo que aparece en otros gestos y palabras evangélicas como, por ejemplo, el vino en las bodas de Caná. Es lo superfluo necesario, es “ese plus” que puede no estar y que sin embargo indica la humanidad que se dona con autenticidad de amor, de afecto, de cariño, de simpatía, de disponibilidad, de derroche, hasta el límite, pero porque la persona vale más que todo, tiene un valor inestimable. Es por tanto el signo del valor de la persona y de la primacía del encuentro personal.
Es un gesto desinteresado y gratuito, total, en el que se da todo lo que se tiene. Jesús, en el pasaje del evangelista Marcos, explica: «Esta mujer hizo lo que pudo» (cf. Mc 14,8). Esto nos recuerda la ofrenda de la viuda que, aun no habiendo hecho nada desde el punto de vista de la eficiencia, hizo todo porque se expresó a sí misma de manera toral y radical (cf. Mc 12,44). Lo que realmente cuenta es la forma oblativa del gesto: no importa realmente cuál sea el gesto.
La escena de Betania, en la práctica, pinta al mismo tiempo dos retratos: el de Jesús y el del discípulo: el de Jesús que, dejándose clavar en la cruz, continúa donándose todo, amando hasta el derroche, y el de aquel que, encantado por Jesús y por su exceso de amor gratuito, se deja invadir e impregnar por Él, y se deja salvar, se deja amar, dando luego, a su vez, el “más”, donándose todo de manera creativa, desinteresada, gratuita.
En contraste surge la figura del discípulo mediocre.
Betania es la “casa de la amistad”. Jesús volvía allí con frecuencia, porque «amaba a Marta, a María y a Lázaro» (Jn 11,5). Aquí estamos en la casa de Simón el leproso, pero el contexto es el mismo: “Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con Él” (Jn 12,2).
En la escena, María está de pie, con una mano sobre el corazón y con la otra derramando ungüento; Ella está completamente vuelta hacia Jesús, con infinita ternura, atenta a cada gesto que pueda distraerla de lo que experimenta y lleva en el corazón.
El episodio evangélico está narrado según la versión de Marcos, que es también la de Mateo. Juan dice que estamos en Betania y esta mujer que entra es María de Betania. En Marcos y Mateo ella no tiene nombre, es una mujer misteriosa que se convierte en un símbolo muy fuerte. ¿De qué? De cómo los creyentes, aquellos que supieron creer, acogieron y reconocieron a Jesús.
Y así María de Betania o esta misteriosa mujer que entra en el banquete, nos dice algunas cosas más que importantes y sugerentes. Mientras tanto podemos notar que ella es una mujer hermosa. La mujer samaritana también es hermosa. Esta belleza expresa la belleza espiritual que hay dentro de ella.
Entra en este banquete, lleva en la mano «un frasco de alabastro lleno de perfume de nardo puro de gran precio» (Mc 14,3), lo parte y vierte su contenido sobre la cabeza de Jesús. ¿Por qué? El autor del relato de la escena subraya la ruptura del frasco, porque algo más se había roto en ella, se había roto su corazón.
La ruptura del frasco indica que en la mujer hay un transporte de amor que nada puede detener, que la empuja hacia ese profeta, ese maestro, cuyo misterio ha intuido.
Y en efecto, rompe su frasco y derrama el ungüento sobre la cabeza de Jesús.
Mientras Él está sentado, ella ata un paño a su cinturón y envuelve los de Jesús para decir que lo ungirá de la cabeza a los pies, que ungirá a Jesús todo. A ella no le importa lo que digan los demás, no le importa el despilfarro, el uso del dinero que, según algunos, podría usarse de manera mejor (cf. Mc 14,5). A ella no le importa nada de esto, a ella le importa Cristo primero y hace todo lo que puede hacer por Cristo.
El gesto de la mujer es un gesto eminentemente sacerdotal: es la unción como Sacerdote, Rey y Profeta, como Mesías esperado, y lo realiza una mujer. Muchos de los presentes se quedan impactados y se enfadan, poniendo como pretexto la excusa del despilfarro, pero en realidad la verdadera razón es que no pueden tolerar el hecho en sí, es decir, que una mujer, una mujer en ese contexto, un banquete, tenga la presunción de hacer semejante gesto hacia el invitado de honor. Pero Jesús la defiende y da gran importancia a su gesto: «Por todo el mundo se proclamará el Evangelio y se contará lo que ésta ha hecho, para memoria suya» (Mc 14,9).
María, por tanto, hace esto porque tiene el corazón roto y por eso derrama sobre Jesús lo que para ella es más precioso, que es el símbolo de sí misma. Con este gesto quiere expresar la donación total de sí misma al Señor.
En la terminología bíblica y patrística, de hecho, el “vaso roto” recuerda el “corazón contrito”, roto por el arrepentimiento y el amor – la terminología utilizada es la misma – y es esto lo que María experimenta: lo que da/derrama sobre Jesús es todo de sí misma. En la cultura de la época, el perfume (šemen, en hebreo) indica lo esencial (šem) de lo esencial (en). Aquí lo esencial de lo esencial ya no es el perfume sino el amor.
En la cruz, del Corazón roto de Jesús, lo esencial de lo esencial que brota de Él es su propia vida para la vida del mundo. Quien, como María, ha comprendido el gesto de amor extremo de Jesús y le responde, hace lo mismo, es decir, le da todo. Y expresa esta entrega total al Señor con un gesto simbólico: vierte perfume sobre Jesús. María vierte sobre el Maestro lo que para ella es más preciado: un perfume de nardo, pero lo que representa es mucho más preciado. Ese frasco roto, de hecho, habla de ella, de su corazón roto por la abundancia y la violencia del amor. Cuando el amor hace estallar el egoísmo y quiebra los límites, nada puede contenerlo.
Así, en el centro de la escena de Betania se subraya el tema del corazón roto, del que emerge lo esencial de lo esencial, es decir, la propia vida entera, el don de sí. Así mismo en la cruz hay un corazón roto, sobre todo de ahí viene lo esencial de lo esencial, de la vida misma de Dios, el amor de Dios por la salvación del mundo. Podemos observar entonces que el gesto de Jesús, la vida de Jesús, lo que hizo y cómo lo hizo y lo vivió, nos ayuda a comprender cómo podemos responder, cómo nos sentimos movidos a responder.
Mirar la figura de esta mujer nos ayuda a detener nuestro corazón en estos contenidos profundos y esenciales de nuestra vivencia de la fe. En nuestra oración personal, en la contemplación del misterio que se nos revela en la escena de Betania, invocamos al Espíritu Santo, para que nos conceda la capacidad de comprender más profundamente el misterio del Corazón roto de Jesús en la cruz y de dejarnos tocar por su amor y por la revelación que nos ofrece en el gesto de María de Betania.
Quien piensa que dar a Dios es robar al hombre, aún no ha sido alcanzado por el amor. Toda la historia nos atestigua que, cuando el amor a Dios se seca, el amor al hombre se convierte en un moralismo estéril y en una filantropía vacía.
P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF
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Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón
Hemos entrado en la Semana Santa, en esta Semana Santa tan excepcional, y el primer regalo que nos ofrece la Escritura es este pasaje del Evangelio de Juan, cuando en Betania, seis días antes de Pascua, tiene lugar el banquete que quiere celebrar la resurrección de Lázaro. El regreso a la vida de este querido amigo de Jesús había conmocionado profundamente a los judíos y también a las hermanas de Lázaro.
De hecho, sabemos cómo después de cuatro días en el sepulcro los rabinos enseñaban que el cuerpo volvía definitivamente a ser polvo y Dios le quitaba ese aliento de vida que le había sido dado al principio.
Jesús, por tanto, es el dador de vida, el portador del aliento de vida que viene del Padre y la resurrección de Lázaro no es un milagro sino la presencia de Jesús entre ellos y entre nosotros, que consigue traer vida también allí donde la muerte ya se ha instalado. Y el verdadero signo es Jesús mismo, a quien en esta Semana Santa estamos invitados a descubrir a través de los Evangelios de la Pasión.
La casa de Betania, donde tiene lugar la cena, se debate entre la gratitud de las dos hermanas y los judíos por la nueva vida de Lázaro, pero también entre la envidia de aquellos, entre los fariseos y los Sumos Sacerdotes, que se sienten perturbados por el poder de la oración del Señor que se llama Hijo de Dios. Les perturba su manera de leer las Escrituras, que se entrelaza con la vida y la transforma. Están perturbados por el anuncio que hace del Reino de Dios y por su gran libertad. Leer más…
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