Comentarios desactivados en A la Resurrección se llega antes y mejor por el amor: Magdalena y Discípulo Amado
Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:
Algunas consideraciones
01.- El sepulcro: la muerte plena.
Probablemente con el simbolismo de la plenitud del número “siete”: en el texto evangélico de hoy aparece siete veces la expresión: “sepulcro”, se nos está diciendo que Jesús, como todo ser humano, ha muerto, morimos, completamente.
El huerto del sepulcro aparece en varios momentos (Jn 19,41; 20,14). El huerto es una alusión al paraíso terrenal, al comienzo de la humanidad, de una nueva humanidad en Cristo.
Estamos en el primer día de la semana de la nueva creación. Amanecía, pero la comunidad eclesial estaba a oscuras.
02.- ¿Informe semanal?
Si un equipo de televisión se hubiese desplazado a Jerusalén, al sepulcro – huerto en la mañana de Pascua para hacer un “informe semanal”, no habría podido tomar ni una sola imagen, sencillamente porque Jesús, ya Cristo resucitado, está más allá de nuestra historia, de nuestra percepción. La resurrección la “vieron” Magdalena, el Discípulo Amado, Magdalena, Tomás, etc. porque creyeron. Le vieron en la fe. Vieron porque creyeron.
03.- Magdalena, la resurrección de Jesús desde el Cantar de los Cantares
La clave de lectura de todo el pasaje de la Magdalena y la resurrección está en el Cantar de los Cantares (un canto de bodas, de amor del AT).
Magdalena -comenta un santo Padre- “lo amó vivo, lo amó muerto, lo amó resucitado”.
Al Señor llegamos siempre por vía del amor.
Magdalena se levanta muy temprano, cuando todavía está oscuro (Cantar de los Cantares (CC) 3,1 / Jn 20,1)
Y se pone a buscarlo por la ciudad santa de Jerusalén (CC 3,2 / Jn 20,1).
Ambas mujeres, la del Cantar de los Cantares y Magdalena, preguntan a las personas con quienes se encuentran: los guardias de la ciudad / los ángeles / el jardinero, si lo han visto, (CC 3,3 / Jn 20,13.15).
La esposa del Cantar de los Cantares y Magdalena terminan por encontrar al amado. (CC 3,4a; Jn 20,17).
El amor es lo que le hace llegar a Magdalena, y a todos, a la fe (confianza) en la Resurrección.
04.- María Magdalena va al sepulcro al amanecer, pero de noche.
Los demás evangelistas hablan de la resurrección a la salida del sol (Mc 16,1). M Magdalena (los discípulos) van al sepulcro de noche, han quedado derrumbados. La noche y las tinieblas indican siempre carencia de Cristo.
¿Tal vez como nosotros? [1] ¿Vivimos en las sombras de la muerte?
Cristo había resucitado ya, pero estaban y -quizás- estamos en tinieblas.
La única respuesta al problema de la muerte del momento cultural que nos toca vivir son los tanatorios y la incineración.
La Pascua es la respuesta cristiana a la muerte, es el amanecer de la espesa noche que nos amenaza.
05.- Magdalena ve la losa del sepulcro quitada.
Magdalena no va al sepulcro a ver a Cristo resucitado, sino que va, como otras mujeres, a embalsamar, a tratar el cadáver de Jesús. Lo mismo que nosotros cuando vamos al cementerio, vamos a encontrar nuestros muertos, quizás a orar por ellos. Magdalena no piensa en Cristo resucitado. “Ve la losa quitada”, pero no llega a la fe en el resucitado. Magdalena no ve nada y no sabe dónde lo han puesto. Tampoco nosotros vemos mucho tras la muerte y nos quedamos en la “nada”, en el vacío. Por eso Magdalena vuelve a la comunidad. Hay que activar la fe, para “ver” al resucitado.
06.- El discípulo amado y Pedro
Quien llega antes a la fe en el Resucitado es quien más ama. El que más ama, más corre. Esto nos ocurre en todos los ámbitos de la vida.
Es evidente que no se trata de una carrera física, un pequeño maratón, sino que se trata más bien de un proceso de fe.
Hay que estudiar, cuidar la exegesis, la teología sobre la resurrección de Cristo, sobre toda la Biblia, pero a la fe y esperanza en la vida se llega por el amor.
07.- Feliz Pascua.
Desde la mañana de Pascua se abre para el creyente una nueva vida, un nuevo modo de ver la vida. El que ama, tiene prisa, corre, vey cree. Tengamos prisa y corramos por vivir en paz y esperanza.
Resucitamos en cada vida que nace, en cada momento que nos perdonan y perdonamos, en cada gesto de acogida, en la esperanza infinita…
Desde la Resurrección del Señor: Feliz Pascua.
[1] En el evangelio de San Juan la noche no es una cuestión física, sino personal.
Comentarios desactivados en María Magdalena: pionera de la igualdad.
Del blog de Juan José Tamayo:
“Tenemos una tarea urgente: despatriarcalizar a Dios, a Jesús de Nazaret y a las organizaciones cristianas”
Durante las últimas décadas se está produciendo un fuerte movimiento de recuperación de la figura de María Magdalena por parte de especialistas de la biblia cristiana, que leen los textos en perspectiva de género, de historiadores e historiadoras
Fue precisamente esa corriente que pretendía emanciparse del dominio patriarcal la que posibilitó el nacimiento del movimiento de Jesús como discipulado igualitario de hombres y mujeres, en el que estas ocuparon un lugar central y no puramente periférico
Las mujeres que siguen a Jesús suelen ser citadas en los evangelios en referencia a un varón; María Magdalena, no: una prueba más de su independencia de toda estructura patriarcal
Ella cumplió las tres condiciones para ser admitida en el grupo apostólico: haber seguido a Jesús desde Galilea, haber visto a Jesús resucitado y haber sido enviada por él a anunciar la resurrección
El reconocimiento de María Magdalena como primera testigo del Resucitado explica su protagonismo en el cristianismo primitivo, al mismo nivel que Pedro, e incluso mayor en algunas iglesias
María Magdalena nos convoca el 22 de julio, día de su fiesta, a un gran encuentro contra las brechas de la desigualdad cada vez mayores entre el Norte Global y el Sur Global y los dualismos excluyentes, por la sororidad-fraternidad eco-humana y la ciudada-nía y cuidada-nía entre los seres humanos y la naturaleza con capacidad para superar las discriminaciones e injusticias de género y de todo tipo que destruyen el tejido eco-social. Con motivo de tan importante efeméride voy a hacer una reflexión sobre la figura de María Magdalena, la otra Magdalena desconocida, olvidada, maltratada, a quien defino como “pionera de la igualdad (no clónica)”.
Durante las últimas décadas se está produciendo un fuerte movimiento de recuperación de la figura de María Magdalena por parte de especialistas de la biblia cristiana, que leen los textos en perspectiva de género, de historiadores e historiadoras, que llevan a cabo una reconstrucción antipatriarcal de los primeros siglos del cristianismo, y de la teología feminista, que hace unalúcida y certera hermenéutica de la sospecha de los textos patriarcales. Papel fundamental han desempeñado en esta recuperación los evangelios de carácter gnóstico, entre los que cabe citar el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe, el Evangelio de María y Pistis Sophia.
El movimiento igualitario de Jesús de Nazaret
Las actuales investigaciones sociológicas, de historia social, antropología cultural y hermenéutica feminista sobre los orígenes del cristianismo sitúan el grupo de seguidores y seguidoras de Jesús en el horizonte de los movimientos de renovación del judaísmo del siglo I, junto con los esenios, terapeutas, penitenciales y otros. Lo ubican asimismo dentro de los movimientos que lucharon contra la explotación patriarcal en las distintas culturas: griega, romana, asiática y judía. En la historia de Israel/Palestina hubo intensas luchas protagonizadas por mujeres que ocuparon un lugar político y cultural muy importante.
Las primeras seguidoras de Jesús eran mujeres galileas que se reunían para comidas comunes, eventos de oración y encuentros de reflexión religiosa con el sueño de la liberación de las mujeres en Israel/Palestina. Fue precisamente esa corriente que pretendía emanciparse del dominio patriarcal la que posibilitó el nacimiento del movimiento de Jesús como discipulado igualitario de hombres y mujeres, en el que estas ocuparon un lugar central y no puramente periférico. La presencia y el protagonismo de las mujeres en dicho movimiento, reconoce la teóloga Elisabeth Schüssler Fiorenza, fue de la mayor importancia para la praxis de la solidaridad desde abajo. Su actividad fue determinante para que el movimiento de Jesús continuara después de la ejecución del fundador y se extendiera fuera del entorno judío.
Las diferentes tradiciones evangélicas coinciden en señalar que estas mujeres fueron protagonistas en momentos fundamentales del movimiento puesto en marcha por Jesús de Nazaret: al comienzo en Galilea, en su seguimiento como itinerantes, junto a la cruz en el Gólgota y en la resurrección como primeras testigos. La mayoría de las veces se citan tres nombres de mujeres dentro de un grupo femenino numeroso (Lucas 8,2-3, por ejemplo, cita a María Magdalena, Juana y Susana). Es la misma tendencia seguida en el caso de los varones (Pedro, Santiago y Juan). Con ello se pretende mostrar el lugar destacado que unas y otros ocupan en la comunidad.
La mujer que aparece casi siempre citada en primer lugar en el grupo de las amigas y discípulas de Jesús es María Magdalena, que toma el nombre de su lugar de origen, Magdala, pequeña ciudad pesquera de la costa oriental del lago de Galilea, entre Cafarnaún y Tiberíades. Ella es discípula de primera hora, pertenece al grupo más cercano a Jesús, ocupa un lugar preeminente en él, hace el mismo camino que el Maestro hasta Jerusalén, comparte su proyecto de liberación y su destino. Las mujeres que siguen a Jesús suelen ser citadas en los evangelios en referencia a un varón; María Magdalena, no: una prueba más de su independencia de toda estructura patriarcal.
La fidelidad o infidelidad a una causa y a una persona se demuestran “cuando vienen mal dadas”, en la hora de la persecución y del sufrimiento. Cuando Jesús es condenado a muerte, los discípulos varones huyen por temor a ser identificados como miembros de su movimiento y correr la misma suerte que él. Solo las mujeres que le habían seguido desde Galilea le acompañan en el camino hacia el Gólgota y están a su lado en la cruz. Dentro del grupo de mujeres, como acabo de indicar, los evangelios citan a María Magdalena en primer lugar. Ella funge como discípula fiel no de un Mesías triunfante, sino de un crucificado por subvertir tanto el orden establecido religioso como el político de carácter imperial y patriarcal.
Testigo de la resurrección
Los distintos relatos evangélicos coinciden en presentar a las mujeres como testigos de la resurrección y a María Magdalena como la primera entre ellas. Es precisamente ella quien comunica la noticia a los discípulos, quienes reaccionan con incredulidad. Ella cumplió las tres condiciones para ser admitida en el grupo apostólico: haber seguido a Jesús desde Galilea, haber visto a Jesús resucitado y haber sido enviada por él a anunciar la resurrección. El reconocimiento de María Magdalena como primera testigo del Resucitado explica su protagonismo en el cristianismo primitivo, al mismo nivel que Pedro, e incluso mayor en algunas iglesias.
Sin embargo, en las cartas paulinas y otros escritos dela Biblia cristiana, el testimonio de las mujeres ya no aparece, y María Magdalena es sustituida por Pedro. Ello se debe a que la Iglesia estaba empezando a someterse al dominio masculino, que muy pronto comenzó a suprimir el importante lugar ocupado por las mujeres en el movimiento de Jesús.
El silenciamiento, por parte de Pablo y de otras tradiciones de la Biblia cristiana, de la aparición de Jesús a María Magdalena y a otras mujeres llevó derechamente a la exclusión de estas de los ámbitos de responsabilidad comunitaria. Pero, a pesar de ese silenciamiento, las mujeres constituyen la referencia indispensable de la transmisión del mensaje evangélico; más aún, son el eslabón esencial para el nacimiento de la comunidad cristiana. Sin el testimonio de las mujeres, hoy quizá no habría Iglesia cristiana.
Interlocutora preferente de Jesús
En los diálogos de revelación de los Evangelios de tendencia gnóstica, María Magdalena aparece como interlocutora preferente de Cristo resucitado y hermana de Jesús, discípula predilecta y compañera del Salvador.
Esa posición privilegiada provoca celos en algunos apóstoles, especialmente en Pedro, quien, según el apócrifo Pisis Sophia, reacciona en estos términos: “Maestro, no podemos soportar a María Magdalena porque nos quita todas las ocasiones de hablar; en todo momento está preguntando y no nos deja intervenir”.
Apóstola de apóstoles es el título que da a María Magdalena Hipólito de Roma, quien no considera a las mujeres mentirosas, sino portadoras de la verdad, y las llama apóstolas de Cristo. En la misma línea se expresa Jerónimo, quien reconoce a María Magdalena el privilegio de haber visto a Cristo resucitado “incluso antes que los apóstoles”.
La opción de Jesús ante el amor de Magdalena
Sin embargo, con el proceso de patriarcalización, clerizalización y jerarquización del cristianismo, María de Magdala fue relegada al olvido; más aún, es representada como la penitente y la sirvienta de Jesús en agradecimiento por haber expulsado de ella los malos espíritus. Mejor suerte tuvo María de Nazaret, madre de Jesús, que fue declarada Madre de Dios, elevada a los altares y tratada casi con honores divinos.
Veinte siglos después, se vuelve a hacer justicia a María Magdalena. Lo que hace falta es vencer las resistencias del pensamiento androcéntrico y de la organización patriarcal de la mayoría de las iglesias cristianas, y recuperar en la práctica la tradición del movimiento de Jesús como discipulado de iguales en el seguimiento de Jesús y el proseguimiento de su causa de liberación de todas las esclavitudes.
El movimiento feminista ha reconocido a María Magdalena como “pionera de la igualdad”. Es hora ya de que las iglesias cristianas hagan el mismo reconocimiento en su seno y devuelvan a las mujeres el protagonismo que tuvieron en el movimiento de Jesús y en el cristianismo primitivo y que deben recuperar hoy.
La patriarcalización de Dios y de Jesús se traduce en organizaciones cristianas jerárquico-patriarcales, que, en un círculo vicioso, legitiman, apoyan y refuerzan el patriarcado político, familiar, moral, educativo, etc. Patriarcado religioso y patriarcado político ejercen una doble legitimación
Despatriarcalizar a Dios y a Jesús de Nazaret
Afirma la prestigiosa intelectual feminista Mary Daly (1928-2010) en su libro emblemático Más allá de Dios Padre. Hacia una filosofía de la liberación de la mujer (1973): “Si Dios es varón, el varón es Dios”. En la misma dirección apunta Kate Millet, referente del feminismo radical, en su obra pionera Política sexual (1970): “El patriarcado tiene a Dios de su lado”. Hoy se sigue presentando a Dios como varón, que solo se deje presentar por varones y convierte a estos en “masculinidades sagradas”, en contra del relato de la creación del Génesis que habla del hombre y de la mujer creados a imagen de Dios. Se continúa patriarcalizando a Jesús de Nazaret, convirtiendo un hecho biológico en principio teológico que excluye a las mujeres de toda representación jesuánica. La patriarcalización de Dios y de Jesús se traduce en organizaciones cristianas jerárquico-patriarcales, que, en un círculo vicioso, legitiman, apoyan y refuerzan el patriarcado político, familiar, moral, educativo, etc. Patriarcado religioso y patriarcado político ejercen una doble legitimación.
Tenemos una tarea urgente: despatriarcalizar a Dios, a Jesús de Nazaret y a las organizaciones cristianas. Es condición necesaria para recuperar el cristianismo igualitario de María Magdalena y re-crear comunidades cristianas libres de discriminaciones de género, religión, cultura, identidad sexual, clase social, etc. Dicha tarea hay que llevarla a cabo en sintonía y colaboración con los movimientos feministas, que deben apoyar la causa de la igualdad y la justicia en las iglesias y las religiones, al tiempo que las comunidades cristianas y religiosas igualitarias deben hacer causa común con los movimientos de emancipación de las mujeres.
Deconstruir las masculinidades hegemónicas y sagradas
Ah, y sin olvidar que dicha causa requiere luchar contra las masculinidades hegemónicas en la sociedad y contra las masculinidades sagrada en las religiones, lo que exige la implicación de los varones feministas en la deconstrucción de las masculinidades tóxicas, que predominan en las mentes y las prácticas de los varones y dominan todas las esferas de la vida pública, y la construcción de nuevos modelos de masculinidad: masculinidades otras, alternativas, que eliminen, y no reproduzcan, los roles aprendidos desde la infancia en torno a lo femenino y lo masculino.
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Del blog de Pedro Miguel Lamet:
¿Cómo fue el amor de Jesús a María Magdalena?
Eran la bruma azul con que el sueño dibuja los adioses y Dios se hace tejido y primavera. ¡Y cómo eran de puras las palabras que lloraban sus ojos en mí recién nacidos como coplas, quejidos de lo eterno!
11.07.2022 | Pedro Miguel Lamet
¡RABBONI!
Le buscaba la voz como una antorcha
en la garganta oscura de la estancia,
con el sabor a tiemblo que amanece
allá en el blanco amor de adolescencia.
Y mis pies conservaban aún
todo el aroma sutil
de aquella seda:
cabellos de mujer, misterio de la noche
derramada.Amar a veces es decir me dueles.
Te espían mis sentidos por el hueco
pasillo del recuerdo,
la cueva de lo ignoto que desande
preguntas aún suspensas de la infancia.
Eran sus manos las alas de un deseo
que había llegado a ser desvencijado amor
sin nombre, mil veces derramado
en un sabor a esquina, a asco, a beso
por denario.
Eran la bruma azul
con que el sueño dibuja los adioses
y Dios se hace tejido y primavera.
¡Y cómo eran de puras las palabras
que lloraban sus ojos en mí recién nacidos
como coplas, quejidos de lo eterno!
Escuchar era el agua de un arroyo
que nacía de dentro buscando el manantial.
¡Oh pámpanos antiguos, que vuelven
a la vida!
Me gustaba aquel nombre con son de bajamar
y el timbre de sus labios quebrándose en la tarde
al pronunciar “Rabboni”,
mientras el Padre andaba
asomado a los lagos perfectos de sus ojos.
Me gustaba mirararla, caminar en la noche
con su paso de niña que no pesa,
blanca huida de risas que se esfuman
desde el quicio vibrante de un tiemblo de palmera.
¡Qué frágil la blancura del aire de su manto!
Era el amor así espejo de mi Espejo
y yo tan solo el Hombre.
¿No es hermoso ser hombre solamente?
La voz puso el amor al borde del abismo
y el sueño estaba en hora con mi asombro.
Pero no pude ser solo un israelita
enamorado
y amar con ese amor de solo un hombre…
Había que andar de nuevo aquel camino
y cubrirlo de sangre.
¿Se escurrirá el perfume entre mis dedos
para ser todo el Hombre con mi hombre?
Aun con la muerte cerca su voz me golpearía
en los oídos, oliendo a Jericó sobre los pies llagados:
¡Rabboni! ¡Maestro mío!
Y en cada golpe clavándose aquel verso: “Amar a veces es decir me dueles”.
*
Pedro Miguel Lamet
***
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“No sé cómo amarte“: la novela de Pedro Miguel Lamet sobre María Magdalena.
En su obra La Ciudad de las Damas, de principios del siglo XV, la escritora francesa Christine de Pisan constataba la disparidad entre la imagen negativa de los varones sobre las mujeres y el conocimiento que tenía de sí misma y de otras mujeres. Los varones afirmaban que el comportamiento femenino estaba colmado de todo vicio; juicio que en opinión de Christine demostraba bajeza de espíritu y falta de honradez. Ella, por el contrario, tras hablar con muchas mujeres de su tiempo que le relataron sus pensamientos más íntimos y estudiar la vida de prestigiosas mujeres del pasado, les reconoce el don de la palabra y una inteligencia especial para el estudio del derecho, la filosofía y el gobierno.
La situación de entonces se repite hoy en la mayoría de las religiones, que se configuran patriarcalmente y nunca se han llevado bien con las mujeres. Estas no suelen ser consideradas sujetos religiosos ni morales, por eso se las pone bajo la guía de un varón que las lleve por la senda de la virtud. Se les niega el derecho a la libertad dando por supuesto que hacen mal uso de ella. Se les veta a la hora de asumir responsabilidades directivas por entender que son irresponsables por naturaleza. Son excluidas del espacio sagrado por impuras. Se las silencia por creer que son lenguaraces y dicen inconveniencias. Son objeto de todo tipo de violencia: moral, religiosa, simbólica, cultural, física, etc.
Sin embargo, las religiones difícilmente hubieran podido nacer y pervivir sin ellas. Sin las mujeres es posible que no hubiera surgido el cristianismo y quizá no se hubiera expandido como lo hizo. Ellas acompañaron a su fundador Jesús de Nazaret desde el comienzo en Galilea hasta el final en el Gólgota. Recorrieron con él ciudades y aldeas anunciando el Evangelio (=Buena Noticia), le ayudaron con sus bienes y formaron parte de su movimiento.
La teóloga feminista Elisabeth Schüssler Fiorenza ha demostrado en su libro En memoria de ellaque las primeras seguidoras de Jesús eran mujeres galileas liberadas de toda dependencia patriarcal, con autonomía económica, que se identificaban como mujeres en solidaridad con otras mujeres y se reunían para celebrar comidas en común, vivir experiencias de curaciones y reflexionar en grupo.
El movimiento de Jesús era un colectivo igualitario de seguidores y seguidoras, sin discriminaciones por razones de género. No identificaba a las mujeres con la maternidad. Se oponía a las leyes judías que las discriminaban, como el libelo de repudio y la lapidación, y cuestionaba el modelo de familia patriarcal. En él se compaginaban armónicamente la opción por los pobres y la emancipación de las estructuras patriarcales. Las mujeres eran amigas de Jesús, personas de confianza y discípulas que estuvieron con él hasta el trance más dramático de la crucifixión, cuando los seguidores varones lo abandonaron.
En el movimiento de Jesús las mujeres recuperaron la dignidad, la ciudadanía, la autoridad moral y la libertad que les negaban tanto el Imperio Romano como la religión judía. Eran reconocidas como sujetos religiosos y morales sin necesidad de la mediación o dependencia patriarcal. Un ejemplo es María Magdalena, figura para el mito, la leyenda y la historia, e icono en la lucha por la emancipación de las mujeres.
A ella apelan tanto los movimientos feministas laicos como las teologías desde la perspectiva de género, que la consideran un eslabón fundamental en la construcción de una sociedad igualitaria y respetuosa de la diferencia. María Magdalena responde, creo, al perfil que Virginia Woolf traza de Ethel Smyth: “Pertenece a la raza de las pioneras, de las que van abriendo camino. Ha ido por delante, y talado árboles, y barrenado rocas, y construido puentes, y así ha ido abriendo camino para las que van llegando tras ella”.
Las mujeres fueron las primeras personas que vivieron la experiencia de la resurrección, mientras que los discípulos varones se mostraron incrédulos al principio. Es esta experiencia la que dio origen a la Iglesia cristiana. Razón de más para afirmar que sin ellas no existiría el cristianismo. No pocas de las dirigentes de las comunidades fundadas por Pablo de Tarso eran mujeres, conforme al principio que él mismo estableció en la Carta a los Gálatas: “ya no hay más judío ni griego, esclavo ni libre, varón o hembra”.
Sin embargo, pronto cambiaron las cosas. Pedro, los apóstoles y sus sucesores, el papa y los obispos, se apropiaron de las llaves del reino, se hicieron con el bastón de mando, que nada tenía que ver con el cayado del pastor para apacentar las ovejas, mientras que a las mujeres les impusieron el velo, el silencio y la clausura monacal o doméstica. Eso sucedió cuando las iglesias dejaron de ser comunidades domésticas y se convirtieron en instituciones políticas e Iglesia.
¿Cuándo se reparará tamaña injusticia para con las mujeres en el cristianismo? Habría que volver a los orígenes, más en sintonía con los movimientos de emancipación que con las Iglesias cristianas de hoy. Es necesario cuestionar la primacía –el primado- de Pedro, que implica la concentración del poder en una sola persona e impide el acceso de las mujeres a las responsabilidades directivas compartidas.
Hay que recuperar el discipulado de María Magdalena, “Apóstol de los Apóstoles”, como la llama Elisabeth Schüssler en un artículo del mismo título pionero en las investigaciones feministas sobre el Testamento cristiano, en referencia al reconocimiento que se le daba en la Antigüedad cristiana. Es necesario revivir, refundar el cristianismo de María Magdalena, inclusivo de hombres y de mujeres, en continuidad con los profetas y las profetisas de Israel y con el profeta Jesús de Nazaret, pero no con la sucesión apostólica, de marcado acento jerárquico-patriarcal.
Un cristianismo olvidado entre las ruinas valladas de la ciudad de Magdala, lugar de nacimiento de María Magdalena, que visité hace tres años, a siete kilómetros de Cafarnaún, donde tuvo su residencia Jesús de Nazaret durante el tiempo que duró su actividad pública. En las excavaciones que se llevan a cabo en Magdala se descubrió en 2009 una importante sinagoga Ahí se encuentra la memoria subversiva del cristianismo originario liderado por Jesús y María Magdalena, que fue derrotado por el cristianismo oficial.
Pero de aquel cristianismo sepultado bajo esas ruinas emerge un cristianismo liberador vigoroso, desafiante, y empoderado a través de los movimientos igualitarios que surgen en los márgenes de las grandes iglesias cristianas, como surgió en los márgenes el primer movimiento de Jesús, de María Magdalena y de otras mujeres que le acompañaron durante los pocos meses que duró su actividad pública..
Es necesario heredar la autoridad moral y espiritual de María de Magdala como amiga, discípula, sucesora de Jesús y pionera de la igualdad. En definitiva, Jesús Nazaret, María Magdalena, Cristina de Pisan, Virginia Woolf, los movimientos feministas, las comunidades de base y la teología feminista de las religiones caminan en dirección similar. Por ahí han de ir las nuevas alianzas, creadas desde abajo y no desde el poder, en la lucha contra la violencia de género y la exclusión social de las mujeres.
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Juan José Tamayo es miembro del Comité Científico del Instituto Universitario de Estudios de Género de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica (Fragmenta, Barcelona, 2013) y de Invitación a la utopía. Ensayo histórico para tiempos de crisis (Trotta, Madrid, 2012), que tiene un capítulo dedicado a la utopía feminista.
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El post de hoy es una reflexión para la Fiesta de Santa María Magdalena, que es el próximo jueves 22 de julio. Para encontrar las lecturas de ese día, haga clic aquí.
El colaborador invitado de hoy es Russ Petrus, codirector de FutureChurch, una organización de reforma que busca cambios que brinden a todos los católicos romanos la oportunidad de participar plenamente en la vida y el liderazgo de la Iglesia. Antes de su trabajo con FutureChurch, Russ sirvió en el ministerio parroquial en Boston y Cleveland. Tiene una Maestría en Divinidad de la Escuela de Teología y Ministerio de Boston College, completando la mayoría de sus estudios en la Escuela de Teología Weston Jesuit.
El 7 de julio fue mi sexto trabajo con FutureChurch, una organización de reforma que busca cambios que brinden a todos los católicos romanos la oportunidad de participar plenamente en la vida y el liderazgo de la Iglesia. Completamente inconsciente de ello, mi esposo Daniel compartió la memoria de Facebook, escribiendo: “Qué gran cambio fue en nuestras vidas cuando te mudaste a este trabajo…” Me inundó la emoción al recordar ese día. A medida que nos acercamos a la fiesta del 22 de julio de Santa María de Magdala, me doy cuenta cada vez más de los ecos de la historia de María en la mía. Y orando con su testimonio, me encuentro, de una manera completamente nueva, confiada y enviada para anunciar la resurrección, tal como ella lo fue hace unos 2.000 años.
Después de años de saber que era gay, finalmente reuní el coraje para salir del armario en 2001 cuando era estudiante de primer año en Canisius College, una escuela jesuita, en Buffalo, NY. Salté a los brazos abiertos del equipo de ministerio del campus que me celebró, mis dones y mis relaciones. Fue durante mis cuatro años de licenciatura que discerní un llamado al ministerio. Salí y me enamoré de Daniel, quien ahora es mi esposo. Finalmente, viviendo auténticamente, amándome a mí mismo y siendo amado por quien era, me sentí realmente vivo. Y especialmente cuando estaba involucrado en el ministerio.
Lucas 8: 2-3 nos dice que, habiendo sido sanada de siete demonios, María de Magdala, junto con otras mujeres, siguió a Jesús y apoyó su ministerio con sus recursos. Me pregunto: ¿Cuáles eran los demonios de los que María fue sanada? Sabemos que no fueron los siete pecados capitales (esa es una invención posterior que le impuso el Papa Gregorio I). Pero, ¿eran el tipo de duda, miedo al rechazo, imágenes de un Dios que no la amaba, una misoginia internalizada similar a la homofobia internalizada, temas que nosotros, como católicos LGBTQ +, también somos demasiado familiares? ¿O eran dolencias físicas, como la depresión, la ansiedad, el abuso de sustancias o los pensamientos suicidas paralizantes físicamente que tienen demasiadas personas LGBTQ +? Y cuando Jesús la sanó, ¿cómo fue eso? ¿Fue tan simple como mostrar su amor incondicional y abrazarla por lo que era y los dones que tenía para compartir?
Vivo con mi llamado al ministerio, lo seguí a Weston Jesuit School of Theology en Cambridge, MA, y obtuve una Maestría en Divinidad, aprendiendo todo lo que pude, absorbiendo el amor de Dios por mí, por todos nosotros, tal como lo había hecho María Magdala. hecho como siguió a Jesús desde Galilea.
Cualquiera que sea la apariencia de su curación, María debe haberse sentido verdaderamente viva después de ella: abrazándose a sí misma, siguiendo a Jesús, amando y siendo amada por él, aprendiendo de él y participando en su ministerio. ¿Qué más podría haberla obligado a seguirlo hasta la cruz, incluso cuando los discípulos varones se dispersaron atemorizados?
Después de años de vivir con integridad, las cosas comenzaron a cambiar para mí cuando comencé a trabajar en parroquias diocesanas. La vida honesta y auténtica que una vez había abrazado no fue bien recibida ni acogida en mi propia iglesia. De hecho, ser auténtico se convirtió en una carga, una amenaza para mi sustento y todo por lo que había trabajado y estudiado tan duro. En este ambiente hostil, como los hombres que habían seguido a Jesús, me encontré negando… escondiéndome… traicionando. Pronto volví al armario, coaccionado allí por consejeros y pastores bien intencionados y por amenazas de las autoridades eclesiales. Cerré mi página de Facebook y seleccioné cuidadosamente todo lo que publiqué o se publicó sobre mí. Daniel y yo siempre vivimos en el extremo opuesto de la ciudad de la parroquia para que nadie nos viera accidentalmente por ahí. Si alguien se cruzaba con nosotros en una cita, lo presentaba como mi “amigo”.
Con el tiempo, mi cuerpo comenzó a repugnar, mostrando serios signos de estrés crónico. Dos terapeutas me dijeron que no podía seguir viviendo esta vida encerrado. Dado el estrés de los dos, no es de sorprender que mi relación con Daniel estuviera en un terreno difícil. Sin embargo, no sabía qué más hacer. Todavía estaba pagando mi título y no pude evitar preguntarme si los catorce años anteriores y los miles de dólares habían sido en vano.
Los evangelios nos dicen que ya sea sola (Jn 20,1) o con otras mujeres (Mt 28,1; Mc 16,1; Lc 23,55-24,3) María de Magdala se dirige al sepulcro en esa primera Pascua peligrosa. Mañana. ¿Qué pasó por su mente cuando llegó a ungir el cuerpo de Jesús? ¿Se preguntó si todo había sido en vano? ¿Se arrepintió de haber “desperdiciado” sus preciosos recursos? ¿Ungir su cuerpo le traerá el cierre? ¿Podría hacer las paces con todo lo que había sucedido? Y al mirar dentro de la tumba vacía, ¿se sintió confundida y asustada sin saber qué hacer a continuación?
Entonces sucede: ¡Jesús resucitado se le revela! Le confía la Buena Nueva de la Resurrección y la envía a proclamarla en su nombre. Y como fiel seguidora que ha sido todo el tiempo, va y anuncia la noticia a los apóstoles. ¡Resurrección! La vida había cambiado, no solo para ella, sino para todos y para siempre.
Mientras miraba dentro de mi propia cueva oscura, finalmente llegué a la conclusión de que era hora de hacer un cambio, lo que sea que eso signifique. Entonces, abrí una ventana del navegador y comencé mi búsqueda de una nueva forma de ministerio. Y, para mi sorpresa, encontré una vacante para un Director de Programa de tiempo completo en FutureChurch, una organización dedicada a la justicia en la iglesia. ¡Solicité y me contrataron! Como María de Magdala, no podría haber sabido lo que encontraría al enfrentar mi tumba, pero no debería haberme sorprendido al encontrar el amor de Dios por mí incluso en ese lugar desolado.
Hoy, vivo mi vida y mi ministerio como mi yo auténtico. Y, con gratitud, recuerdo lo que ese cambio significó para mí y para Daniel: ambos podríamos vivir y ser las personas que Dios amaba. Cuando el matrimonio igualitario se convirtió en la ley del país, nos casamos. Ahora, podemos vivir donde queramos vivir, y cuando salimos en una cita, puedo presentarlo con orgullo como mi esposo. Una vez más soy el católico gay ruidoso y orgulloso que amaba ser. ¡Resurrección!
Mientras me esfuerzo por vivir mi llamado, me solidarizo con otros que están luchando: con Dios, con la Iglesia, con la familia, con mis compañeros de trabajo o con otras personas importantes. He experimentado mis propios demonios, mi propio llanto en una tumba vacía. Sin embargo, con gratitud, sé que la resurrección no fue solo para Jesús. Lo compartió. Con María de Magdala primero, y con todos nosotros –como algo para vivir, algo para anunciar– cada día de nuestra vida. Entonces, mientras celebramos la Fiesta de Santa María de Magdala, invito a aquellos que están sufriendo a manos de los líderes de la iglesia a recordar a María de Magdala, orar con ella y confiar en el amor y cuidado incondicional de Dios por ustedes. La resurrección también es para ti.
FutureChurch promueve la celebración de la fiesta de María de Magdala en las comunidades católicas de todo el país y del mundo. Para obtener más información sobre nuestros recursos y oportunidades para celebrar a María de Magdala, haga clic aquí.
ECLESALIA, 11/04/22.- De los cuatro evangelios canónicos, tres abren el relato del proceso y la pasión de Jesús de Nazaret, contándonos cómo una mujer baña, con un perfume caro, los pies de Jesús, en el transcurso de una cena. No me voy a detener ahora en precisar o discutir de cuál mujer se trata: si es una María desconocida, si es María de Magdala o de Betania, si es o no una pecadora pública (a quienes les interese esta aclaración pueden consultar: Carmen Bernabé Ubieta, «María Magdalena. Tradiciones en el cristianismo primitivo» de Verbo Divino, Estella 1994). Para ubicarnos en el contexto de estas reflexiones nos basta una constatación: Jesús cena con un grupo de hombres y una mujer irrumpe en el espacio y tiempo de la comida para bañar con nardo los pies de aquel al que considera su maestro. Los textos también dejan constancia de una cosa: Jesús acepta de buen grado el gesto y el regalo, y defiende a la mujer de los ataques a los cuales es sometida por miradas llenas de incomprensión y envidia.
Es significativo que este hecho de la cotidianidad de Jesús, un hecho importante para él en vísperas de su muerte, se produzca o se presente en Betania: el espacio de la amistad, de la convivialidad… el espacio en el que varias veces en su ir y venir, Jesús de Nazaret se detiene para estrechar lazos gratuitos, para trenzar afectos, para expresar su amor, para reponer fuerzas y continuar con su misión.
¿En qué situación del conjunto del relato está inscrito este hecho? Inmediatamente antes: en lo que podría considerarse la apertura de este micro-relato (Juan 11, 55 / Marcos 14, 1 y Mateo 26, 1) los textos enmarcan la acción de la mujer. Detengámonos en este marco, en las palabras de Mateo:
«Cuando Jesús terminó su enseñanza, dijo a sus discípulos:
Como ustedes saben, dentro de dos días será la fiesta de la Pascua y el Hijo del Hombre será entregado para que lo crucifiquen.
Por aquel tiempo, los jefes de los sacerdotes y los ancianos de los judíos se reunieron en el palacio de Caifás, el sumo sacerdote, e hicieron planes para arrestar a Jesús mediante algún engaño y matarlo» .
( MT. 26, 1-4)
El clima que se vive es de agitación: Se acerca la celebración de la Pascua fiesta trascendental para el pueblo judío, momento de grandes hechos históricos y de posibles decisiones. Los jefes del pueblo ya han decidido prender a Jesús y condenarlo de todas maneras… solo están buscando cómo hacerlo. Por su parte, Jesús tiene plena conciencia del momento que vive: sabe y siente que su vida está en peligro y trata de compartir esa conciencia con sus discípulas y discípulos, con sus amigas y amigos.
Pero los textos, más allá quizás de lo que conscientemente quieren decir, dejan en claro que los hombres no saben acoger este mensaje. Por el contrario: sus sentimientos, su mirada, están en otra parte: ¿es lícito realizar ese gasto superfluo cuando los pobres, en abstracto e hipotéticamente, pueden llegar a necesitar ese dinero? Sus mentes y sus sensibilidades incomodadas por la cercanía de esa mujer, se traducen y expresan en una condena frente a una actitud que definitivamente no saben ni pueden entender. Los pobres se convierten en el pretexto para sacarse de encima el malestar que les supone esa Otra/Distinta presencia… esa otra/distinta forma de estar, de ser y de relacionarse.
Mateo y Marcos inmediatamente después de narrarnos la unción en Betania, nos cuentan los caminos de la traición de Judas. Otro hombre cuya ubicación en el grupo, clara ubicación de poder: manejaba el dinero, no le permitió comprender el momento ni captar la persona del amigo/maestro.
Es entonces cuando el texto le da ingreso a la mujer, a la sensibilidad femenina. La sensibilidad femenina, acostumbrada por su práctica cultural, a mirar donde otros no miran y a sentir lo que otros no sienten. Esa mujer percibe el peligro, pero sobre todo percibe la angustia de Jesús, su dolor, su inquietud… angustia y dolor que unas horas (¿?), unos días (¿?), más tarde se va a expresar en sudor en forma de sangre en el huerto.
La mirada de esa mujer, seguidora y amiga de Jesús, descubre todo lo que hay en su interior, siente su desesperación, siente el peligro que lo acecha. La mujer está acostumbrada a vivir en concreto, en su cuerpo, en el cuerpo de cada una/o:
«Salomón el justo, tiene en sus brazos un niño y ante él se encuentran dos mujeres que lo reclaman como hijo propio, lloran, se desesperan y juran ambas estar diciendo la verdad. Entonces Salomón manda traer una espada y ordena que el infante sea cortado en dos, que se le dé un pedazo a una y el otro a la otra. Solo en ese instante una de las dos mujeres suplica: Dádselo vivo a la otra. Deja de lado la verdad, renuncia a la verdad de las palabras, para obtener algo verdadero: la vida del niño. Por consiguiente, gracias a una mentira Salomón reconoce a la madre verdadera. Una anomalía en un sistema que coloca la verdad entre los valores más importantes y que formula su concepto de conocimiento como un itinerario continuo hacia ella… una mujer lleva inscrito en su cuerpo esta posibilidad siempre, sea madre o no lo sea: esto determina una relación con la realidad, con el hacer, con el proyectar, con la verdad de las palabras, distinta de la del hombre».
En momentos límites las palabras no sirven, entonces adquieren todo su significado los gestos, los símbolos. Esta mujer, cuya memoria estamos evocando, escoge un gesto muy preciso reconfortar un cuerpo, un cuerpo amenazado por el peligro y por la muerte. Los sinópticos nos narran una escena en la que el perfume le es rociado a Jesús en su cabeza… Juan nos habla de que son los pies los escogidos por esta mano femenina que no solo los refresca en nardo, sino que los seca (los acaricia), con sus propios cabellos.
En cualquier caso se trata de regalar al cuerpo del amigo, con un suave y fino perfume que le haga menos triste, menos agreste, menos indefenso y menos solitario su dolor. La mujer -ya sabemos- tiene una inmensa capacidad de amor: «…las mujeres seguimos inmersas en la ilusión del amor aprovechando la infinita capacidad que tenemos para el mismo y, los varones -ajenos a lo femenino- incapaces de comprender su profundo significado» (María Lady Londoño: «El amor una utopía para reconstruir«, en el número tres de la revista «En otras Palabras» -Bogotá, 1997-). Es entonces, ese amor, el que permite a la mujer captar al otro en su momento. Ese amor le permite absolutizar el dolor, pasando por encima de convenciones, cálculos y razones… ese amor le permite regalar el consuelo. Porque solo el amor, el ágape, nos hace posible un real reconocimiento del tú.
Esta mujer nos recuerda a tantas mujeres del pueblo que muchas veces no entendemos: mujeres que ante el dolor se desmesuran y no se rigen por razones, discursos, medidas, posibilidades… sino que se entregan totalmente para mitigar dolores, soledades, heridas… Jesús se siente interpretado en su sentir por este gesto femenino y les dice a quienes la critican: «… está muy bien lo que ha hecho conmigo… cuando ella derramaba el perfume sobre mi cuerpo, me estaba preparando para la sepultura…» El sabe que la mujer ha percibido hasta el fondo su angustia ante la cercanía de la muerte.
En ocasiones nosotras/os no somos capaces de este tipo de gestos porque evaluamos y sentimos desde múltiples ángulos y/o razones… pero no desde el sentir del otro… no somos capaces de meternos en la carne del que vive en su cuerpo el sufrimiento. Si las mujeres (y los hombres, invitados por nosotras…) fuéramos capaces de acariciar los cuerpos doloridos, muchas de las realidades de nuestros países, ciudades, barrios y veredas… podrían perder algo de su dureza, de su desamparo.
En este sentido, el pueblo y la lógica de las culturas populares pueden enseñarnos mucho:
«Como he repetido abundantemente, el hombre de nuestro pueblo no es individuo, sino relación. La convivencia lo constituye por dentro. Está pues dotado de convivencialidad que se sustenta sobre una relacionalidad de sentido materno, una matri-relacionalidad. Si se quiere, la familia matricentrada sería el espacio micro de la relación, la micro-matri-relación. Desde ahí puede pensarse la macro-relación, la expansión de la relación a ámbitos cada vez más amplios hasta cubrir todo el ámbito nacional» (4).
ALEJANDRO MORENO OLMEDO: «EL ARO Y LA TRAMA«. CENTRO DE INVESTIGACIONES POPULARES, CARACAS – 1995
Cuantas veces las seguidoras/discípulas de Jesús de Nazaret y su evangelio, no somos capaces de detenernos en el gesto amable y la mirada gratuita, no somos capaces de bañar con nardo el cuerpo de los otros y otras, porque el tiempo no nos da, porque no podemos perder el ritmo de nuestros anuncios, de nuestras misiones, porque el trabajo o el horario, nos esperan…
Muchas veces igual, no somos capaces de bañar el cuerpo del otro, porque en nuestra desviada tradición hemos anulado los cuerpos…
«Sin lugar a duda, incluso en su dimensión biológica, el ser humano necesita del tacto para su desarrollo integral, pues las más importantes estructuras cognitivas dependen de este alimento afectivo para alcanzar un adecuado nivel de competencia… Sin matriz afectiva, el cerebro no puede alcanzar sus más altas cimas en la aventura del conocimiento. La más urgente necesidad que debe suplir un nicho afectivo es la del contacto…» (5).
La actitud de Jesús en este pequeño relato o acontecer, es una clara respuesta/acogida, un complemento a la actitud de la mujer: se pone de su parte, la defiende ante los ojos ciegos que no son capaces de ver. Jesús entra en comunión profunda con esta mujer que acaricia su cuerpo y se siente interpelado por ella, no le llega por el contrario la interpelación de quienes alegan la necesidad abstracta de los pobres… Es radicalmente claro que Jesús ve, siente y ama en sintonía femenina
*Seis días antes de la Pascua, Jesús fue a Betania, donde vivía Lázaro, a quien él había resucitado.
Allí hicieron una cena, en honor de Jesús; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa comiendo con él.
María trajo unos trescientos gramos de perfume de nardo puro, muy caro, y perfumó los pies de Jesús; luego se los secó con sus cabellos.
Y toda la casa se llenó del aroma del perfume.
Entonces Judas Iscariote que era quien lo iba a traicionar dijo:
– Por qué no se ha vendido este perfume para ayudar a los pobres?…
Jesús le dijo:
– Déjala, pues lo estaba guardando para el día de mi entierro. A los pobres siempre los tendrán entre ustedes, pero a mí no siempre me tendrán.
Comentarios desactivados en Las primicias del amor.
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro… María se quedó afuera, junto al sepulcro, llorando…
– Mujer ¿por qué lloras?
Ella les dijo:
– Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto.
Apenas dijo esto, volvió la cara y vio allí a Jesús pero no sabía que era él.
Jesús le preguntó:
– Mujer ¿por qué lloras? ¿A quién buscas…?
– Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo ha puesto para que yo vaya a buscarlo.
Jesús entonces le dijo:
– ¡María!
Ella se volvió y le dijo en hebreo:
– Rabonní que quiere decir Maestro.
(Juan 20, 1-18)
Tanto en el evangelio de Juan, como en Mateo (cap. 25) y Lucas (cap. 24), los textos dejan un claro testimonio de que la aparición de Jesús resucitado a las mujeres está íntimamente ligada con su presencia en el sepulcro. Es esta relación de continuidad, que ellas establecen entre la vida y la muerte, la que las capacita para ver antes que nadie al resucitado. “Solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”, parecen decirnos estas mujeres al retomar la frase de Saint Exupery en su libro El Principito.
Pero un relato especialmente bello de aparición, en el que se concentra un potencial simbólico y vivencial impresionante es el que nos hace Juan del encuentro entre Jesús resucitado y María de Magdala. Es la relación inmensamente cercana y amorosa que a lo largo de sus vidas mantuvieron Jesús y María Magdalena, la que explica esta primera y gran aparición: “Por tanto no se cree en Cristo, en el sentido que le da el evangelio de Juan, precisamente en virtud de la resurrección de la mañana de Pascua; más bien al contrario: sólo le es posible ver la resurrección de Jesús en la mañana pascual, a quien ha experimentado en su propio cuerpo que la persona de Jesús es en sí misma vida, luz y resurrección”(1).
Quiero insistir en la urgencia con que María (y otras mujeres…) regresan al sepulcro, “El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro”. No hay cansancio o sueño que valga, nada es más urgente que retomar el contacto… María corre porque su corazón se lo exige y se entrega sin medirse, sin pensar en nada más. Unos versículos más adelante el narrador nos muestra la reacción de la misma María y de otros compañeros ante la realidad de la piedra removida y el sepulcro vacío, entonces volvemos a contemplar a esta mujer en la gran pasión que la une a Jesús. Mientras los discípulos, otra vez con demasiada prisa, se alejan para contar a otros lo sucedido, ella reposa su dolor: “María se quedó afuera, junto al sepulcro, llorando”.
De alguna manera padece una experiencia mística, experiencia atravesada por el dolor, que la paraliza. Al hablar de la relación de esta mujer con Jesús Eugen Drewermann nos dice:
“Pero nadie le amó tanto y estuvo tan pendiente de él como esa mujer de Magdala. Porque para ella lo significaba todo. Si de María la madre de Jesús, decimos que sólo vivió para él, de María Magdalena tendríamos que decir que sólo vivió por él… Lo que ella podía ser, lo fue sólo por Jesús; sin él no podía ya seguir viviendo… Ella no le siguió como otros, sólo sabía que era él el único lugar en el mundo, en el que ella podía vivir y en el que podía abandonarse a la vida…”(2).
Nuestro seguimiento al Maestro de Nazaret, puede ser contrastado con el de esta mujer, primera mística del cristianismo… ¿en qué medida la entrega de nuestra persona es realmente radical? Y si sabemos que en el camino de Galilea, el amor a Jesús, a Dios… ES el amor al hermano…¿en qué medida nuestra pasión por el servicio, por la acogida, por la sanación al otro, es realmente fuerte, de tal manera que nos paralice para cualquier otra actividad y/o interés?
El tercer momento del relato en el que me quiero fijar es en los versículos 14 al 17. De nuevo nos encontramos con la actitud de Jesús que recibe y acoge el amor de esta mujer. El relato es muy claro: Es ella la primera persona a quien Jesús se aparece en la plenitud de su gloria. Sabemos muy bien la importancia del primer amor (Apocalipsis 2, 1-7). La primera luz que irradia en nuestras vidas y proyecta su fuerza más allá de las desilusiones, los fracasos, las luchas y los pesares…
Esas primicias las da Jesús a una mujer. No se trata tan sólo de esa expresión un poco extraña -y en últimas desestimulante- que la tradición eclesial acuñó para desembarazarse un poco de la fuerza de esta mujer: apóstol de los apóstoles… Se trata por el contrario de una clarísima expresión de predilección… Predilección trascendente y radical: Jesús resucitado se muestra por primera vez ante unos ojos femeninos que se han preparado cuidadosamente con su amor, su entrega y su pasión para verlo, para recibirlo.
Predilección que antes que todo nos habla de una relación… relación de prioridad, de primicias, de amor/ágape que se desborda.
¿En qué medida nuestra mirada se ha hecho capaz de experimentar estas primicias del amor y la resurrección? ¿En qué medida nuestra prisa ante las demandas y los deberes… inclusive ante la urgencia de la misión -urgencia que tuvieron Pedro y los otros, y que les retrasó su encuentro con el resucitado- nos impide preparar el corazón y la mirada para ver lo esencial? ¿Para acoger en nuestro interior lo que verdaderamente importa?
Carmiña Navia
Fuente Fe Adulta
NOTAS:
(1) EugenDrewermann: EL MENSAJE DE LAS MUJERES. Editorial Herder, Barcelona 1996
Comentarios desactivados en “Memoria histórica de las mujeres, las grandes olvidadas de la Iglesia”, por Juan José Tamayo
“María Magdalena: apóstola de los apóstoles y una de las pioneras en la lucha por la libertad y la liberación de las mujeres”
Con las religiones –o mejor, sus jerarquías- las que imponen a las mujeres una moral de esclavas y subalternas, resumida en estos siete verbos: obedecer, someterse, aguantar, soportar, sacrificarse por, cuidar de, perdonar
A dicha moral el feminismo opone como alternativa una ética sustentada en los verbos: resistir, rebelarse, negarse a, empoderarse, ser autónoma, compartir los cuidados, exigir perdón, arrepentimiento, propósito de la enmienda, reparación y no repetición
El sexismo es inherente al patriarcado que recurre sistemáticamente a la violencia contra las mujeres y los sectores más vulnerables de la sociedad, niños y niñas, en todas sus modalidades desde su silenciamiento e invisibilidad hasta los feminicidios, que se cuentan por millones a lo largo de la historia
En la fiesta de María Magdalena, apóstola de los apóstoles y una de las pioneras en la lucha por la libertad y la liberación de las mujeres, quiero hacer memoria de nuestras antepasadas, las grandes olvidadas de la historia. Y lo hago empezando por una crítica de la razón moderna e ilustrada que afirmó la universalidad de los derechos humanos y de la razón y, en un acto de incoherencia, se los negó a las mujeres, víctimas de una racionalidad selectiva de carácter patriarcal. Un ejemplo, entre muchos, de dicha incoherencia lo encontramos en Kant quien se olvida de su consigna de pensador ilustrado “atrévete a pensar” cuando afirma con total contundencia que “una mujer letrada […] tendrá además que tener barba”, es decir, tendría que ser hombre.
Con la historia en la mano, hemos de reconocer que entre las víctimas de las masacres humanas, las más numerosas, agredidas y olvidadas, las que han sufrido todo tipo de discriminaciones y la negación de su dignidad, de sus derechos y de su libertad, aquellas a las que se les ha negado hacer sus proyectos autónomos de vida, a quienes se les han destruido sus esperanzas, a quienes se les ha prohibido hasta soñar, han sido y siguen siendo las mujeres.
Ellas son las principales víctimas del sexismo en alianza múltiple y complicidad permanente con el capitalismo en sus diferentes modalidades -hoy el neoliberalismo-, el etnocentrismo, el clasismo, el colonialismo, el imperialismo, la depredación de la naturaleza, el racismo patriarcal, los fundamentalismos de todo tipo, las religiones, etc.
Son las religiones –o mejor, sus jerarquías- las que imponen a las mujeres una moral de esclavas y subalternas, resumida en estos siete verbos: obedecer, someterse, aguantar, soportar, sacrificarse por, cuidar de, perdonar. A dicha moral el feminismo opone como alternativa una ética sustentada en los verbos: resistir, rebelarse, negarse a, empoderarse, ser autónoma, compartir los cuidados, exigir perdón, arrepentimiento, propósito de la enmienda, reparación y no repetición.
El cambio en la moral religiosa patriarcal para con las mujeres exige previamente una teoría crítico-feminista de las religiones, de su organización, de su doctrinas androcéntricas, de sus deidades masculinas y de las masculinidades sagradas que legitiman los comportamientos de los varones, por muy inmorales que sean, basándose en la masculinidad divina, sobre todo en las religiones monoteístas.
El sexismo es inherente al patriarcado que recurre sistemáticamente a la violencia contra las mujeres y los sectores más vulnerables de la sociedad, niños y niñas, en todas sus modalidades desde su silenciamiento e invisibilidad hasta los feminicidios, que se cuentan por millones a lo largo de la historia.
Es con las mujeres con quienes más deuda tiene la humanidad, la tenemos los hombres, instalados en lo privilegios de la masculinidad hegemónica, a los que tenemos que renunciar si queremos que sea sincera y creíble nuestra incorporación a la lucha feminista. Es a las mujeres a quienes hemos de recordar nosotras de manera especial el día de María Magdalena, que el símbolo ha toma do como uno de sus símbolos de liberación. Y utilizo el femenino intencionadamente porque nosotros somos ellas,su causa es la nuestra.
Es de ellas de quienes tenemos que hacer genealogía, memoria subversiva, recordar sus sufrimientos y sus luchas en defensa de la vida, de la libertad y de la naturaleza. Es a ellas a quienes hay que reconocer sus creaciones culturales, sociales, la mayoría de las veces minusvaloradas, olvidadas o negadas. Gracias a ellas también la historia ha avanzado por el camino de la liberación y de la emancipación.
Sin embargo, el patriarcado les ha negado el protagonismo en esos avances y se los ha atribuido de manera exclusiva e injustamente a los varones, y de entre ellos a los reyes, príncipes, papas, emperadores, faraoones, aristócratas, plutócratas, etc. despreciando las actividades de las mujeres, sobre todo las que ejercen en la vida cotidiana, y negando trascendencia a lo doméstico, que es el espacio donde han sido recluidas.
Solo uniéndonos a las luchas feministas para rehabilitar la dignidad negada de las mujeres se podrá construir una cultura de paz y una justicia de género
Solo uniéndonos a las luchas feministas para rehabilitar la dignidad negada de las mujeres se podrá construir una cultura de paz y una justicia de género. De lo contrario, la cultura de paz se convertirá en violenta barbarie y la justicia de género no pasará de ser un slogan vacío de contenido que se tornará injusticia patriarcal y mantendrá a las mujeres en una situación de discriminación.
Se está produciendo un cambio de paradigma, que ya resulta imparable. Hasta ahora para las mujeres todos eran deberes y obligaciones. Ahora es el tiempo de sus derechos: a la queja, a la protesta, a la insumisión, al disenso, a la autonomía, a la libertad, a los derechos sexuales y reproductivos. Hasta ahora los únicos pactos eran los que sellaban los varones, para aferrarse al poder y repartírselo patriarcalmente, excluyendo a las mujeres de ellos.
Un ejemplo es el “Contrato social” de Jean-Jacques Rousseau, que solo reconoce derechos políticos a los varones y los niega a las mujeres. El pacto social no tenía vigencia en el hogar, donde la mujer debía estar sometida al marido. Léase para comprobarlo el capítulo V del libro de Rousseau Emilio o de la educación (Alianza Editorial, Madrid, 2011, segunda reimpresión, pp. 563 y ss), cuya protagonista es Sofía, la compañera de Emilio, que en las relaciones morales debe ser pasiva y débil y cuya función es “agradar al hombre”:
“En la unión de los sexos, cada uno concurre de igual forma al objetivo común, pero no de igual manera. De esa diversidad nace la primera diferencia asignable entre las relaciones morales de uno y otro. Uno debe ser activo y fuerte, el otro pasivo y débil; es totalmente necesario que uno pueda y quiera, basta que el otro resista poco. Establecido este principio, de él se sigue que la mujer está hecha para especialmente para agradar al hombre. Si el hombre debe agradarle a su vez, es una necesidad menos directa, su mérito está en su potencia, agrada por el mero hecho de der fuerte. Convengo en que no es esta la ley del amor, pero es la de la naturaleza, anterior al amor mismo” (p. 565).
Está comenzando el tiempo de los pactos entre mujeres, inclusivos de todas las personas y colectivos vulnerables. Hasta ahora, los cuerpos de las mujeres estaban colonizados, eran propiedad de los esposos, de los confesores, de los padres espirituales, de los asesores matrimoniales, y objeto de abusos sexuales. Ahora las mujeres reclaman y ejercen el derecho sobre su propio cuerpo. Hasta ahora lo que imperaba como ideal en las relaciones humanas era la fraternidad (de “frater”, hermano). A partir de ahora, las relaciones entre los seres humanos han de regirse por la fraternidad-sororidad (de “soror”, hermana).
Un antecedente de dicho cambio de paradigma lo tenemos en el proto-feminismo de pensadores como el padre Benito Feijoo o el filósofo francés Poulain de Barre con su afirmación “la mente no tiene sexo”. Se encuentra también en la primera ola del feminismo político representado por Olympia de Gouges que, como contrapunto a la androcéntrica Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, de la Revolución Francesa, escribió la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana (1791), en la que afirmaba que “si la mujer tiene el derecho de subir al cadalso, debe tener también igualmente el de subir a la Tribuna”. Olympia no logró subir a la Tribuna, pero sí subió al cadalso donde fue guillotinada. Representante de la primera ola del feminismo filosófico es Mary Wollstonecraft con Vindicación de los derechos de la mujer (1982), donde afirma: “no quiero que la mujer domine sobre el hombre, sino que sea dueña de sí misma”. Es este el lema del feminismo.
Comentarios desactivados en Carta abierta a María Magdalena: “La historia patriarcal de nuestro cristianismo tiene una profunda deuda contigo”
Del blog de Emma Martínez Ocaña Poner letra a mi canto:
Se te convirtió en la “pecadora”, “la adúltera”, la “llorona arrepentida”
“Tú sigues siendo un referente para quienes, también como tú, formamos parte del movimiento de Jesús y reclamamos que éste vuelva a ser una comunidad de iguales”
“Primero se intentó silenciar tu protagonismo en la vida de Jesús y en el de la primera comunidad; después se quiso robarte el título de la primero testigo de la Resurrección, para atribuírselo a Pedro, tal como hizo el evangelio de Lucas (24,34) y Pablo que ni siquiera te nombra entre los testigos de la Resurrección (1Cor 15,5-8)”
“Las mujeres cristianas te vamos reconociendo como nuestra patrona, la inspiradora y sostenedora de nuestras luchas, la que mantienes la antorcha de la verdad del sueño de Jesús: hacer de la sociedad una comunidad de iguales y para ello había que empezar haciéndolo posible, en un pequeño grupo, para que fuese creíble”
Querida María Magdalena: ¡qué alegría poder celebrar una año más tu fiesta en un momento de fuerte despertar en el mundo entero del movimiento de mujeres en la sociedad y en las Iglesias reclamando igualdad y derechos!
Tú sigues siendo un referente para quienes, también como tú, formamos parte del movimiento de Jesús y reclamamos que éste vuelva a ser una comunidad de iguales. También nos alegramos de que gracias a tantas teólogas y biblistas feministas podamos hoy reconocer tu verdadera identidad y qué pena de tanta documentación y tradiciones perdidas que nos podrían haber aportar más luz sobre tu persona y tu papel central en la vida de Jesús y en la primera comunidad!
La historia patriarcal de nuestro cristianismo tiene una profunda deuda contigo. Las autoridades religiosas y teológicas deberían pedirte perdón públicamente por la injusticia que han cometido con tu persona.
Primero se intentó silenciar tu protagonismo en la vida de Jesús y en el de la primera comunidad; después se quiso robarte el título de la primero testigo de la Resurrección, para atribuírselo a Pedro, tal como hizo el evangelio de Lucas (24,34) y Pablo que ni siquiera te nombra entre los testigos de la Resurrección (1Cor 15,5-8).
Una opción ideológica y política que sirvió para reclamar el derecho exclusivo de los varones para gobernar y obtener las “ordenes sagradas” y sostener así el patriarcado socialmente dominante, aunque eso fuese traicionar la opción de Jesús de una comunidad de iguales.
Sólo las tradiciones marginales como la de los gnósticos y maniqueos te otorgaron la importancia que te habías merecido y te escogieron como representante de sus doctrinas.
Con la exclusión del Canon de todos los Evangelios que no fueron reconocidos por la Iglesia oficial y la quema de los “escritos herejes” de los maniqueos y gnósticos se intentó liquidar tu figura y tu protagonismo.
Como dice la doctora Susan Haskins: “Con la desaparición de estos escritos ‘heréticos’, María Magdalena, heroína de los gnósticos, discípula principal, ‘compañera del Salvador’,’esposa’, ‘consorte’ y ‘pareja’ suyas, se desvaneció a su vez para resurgir brevemente entre los ortodoxos como testigo de la Resurrección y ‘apóstol de los apóstoles’, si bien sobre todo, y de mayor importancia para la historia del cristianismo y las mujeres, como una ramera arrepentida” [1].
Porque es verdad que para completar y justificar el robo de tu autoridad, como era imposible borrar tu presencia de los cuatro Evangelios, se te convirtió en la “pecadora”, “la adúltera”, la “llorona arrepentida” (aún se conserva el dicho de “llorar como una Magdalena”); la representante del “pecado de la carne” paradójicamente ¡tan femenino! Que paradoja ¿verdad? Y todo eso ¿cómo no? se ratifica con la autoridad Papal.
El papa Gregorio Magno (540-604) zanjó la discusión sobre tu identidad y proclama que “María Magdalena, Maria de Betania y la “pecadora” de Lucas, eran la misma persona”.
Pero felizmente el reconocimiento de tu misión como la Apóstol de los Apóstoles está recogido no solo en los textos analizados sino que se difundió en grabados de los siglos XI y XII, así como en las vidrieras del XIII de las catedrales de Chartres, Auxerre y Semur in Burgundy.
Pero hoy de nuevo las investigaciones feministas, y la de tantas teólogas y teólogos buscadores de la verdad, han vuelto a recuperar el esplendor de tu imagen. Pero aún están muy poco vulgarizadas sus conclusiones, aún eres una desconocida entre la mayoría de las personas de nuestra comunidad cristiana.
Aún hoy muchas te siguen identificando con la mujer “que amó mucho” así te nombró Jesús pero para el gran público sigue siendo la “adultera”(Lc 7,36-50). A Eva la pecadora del Antiguo testamento ya le salió una sustituta en el Nuevo, así quedó marcada nuestra condición femenina: nosotras somos las “tentadoras” (cuando el tentador reconocido por Jesús fue Pedro) y las “pecadoras”.
Las mujeres cristianas te vamos reconociendo como nuestra patrona, la inspiradora y sostenedora de nuestras luchas, la que mantienes la antorcha de la verdad del sueño de Jesús: hacer de la sociedad una comunidad de iguales y para ello había que empezar haciéndolo posible, en un pequeño grupo, para que fuese creíble.
Ayúdanos para ser de verdad seguidoras de Jesús, para gritar con nuestra vida que merece la pena seguir proclamando y haciendo verdad la Buena Noticia que nos encomendó. Ayúdanos también para que no nos falten las fuerzas, ni el humor, pues necesitamos una buena dosis de amor con humor para seguir ese camino que tú y otras muchas mujeres de tu tiempo y de todos los tiempos nos abrieron. Tú sabes de dificultades, rechazos, calumnias y menosprecios.
En ti nos inspiramos, te reconocemos como nuestra patrona, compañera de camino, alentadora de nuestra vocación apostólica, te celebramos con gozo y con coraje. Gracias por ti. Te escribo en nombre de las muchas discípulas de Jesús que queremos seguir haciendo posible y creíble una comunidad donde no haya ninguna discriminación por ninguna razón (sexo, raza, clase, orientación y/o identidad sexual).
Me despido por hoy, yo una de las muchas discípulas en camino.
[1] S. Haskins, María Magdalena. Mito y metáfora. Herder, Barcelona 1996. Para conocer las tradiciones sobre María Magdalena recomiendo también: C. Bernabé, María Magdalena. Tradiciones en el cristianismo primitivo, Verbo Divino, Estella 1994. Ambas obras con abundante bibliografía.
En su obra La Ciudad de las Damas, de principios del siglo XV, la escritora francesa Christine de Pisan constataba la disparidad entre la imagen negativa de los varones sobre las mujeres y el conocimiento que tenía de sí misma y de otras mujeres. Los varones afirmaban que el comportamiento femenino estaba colmado de todo vicio; juicio que en opinión de Christine demostraba bajeza de espíritu y falta de honradez. Ella, por el contrario, tras hablar con muchas mujeres de su tiempo que le relataron sus pensamientos más íntimos y estudiar la vida de prestigiosas mujeres del pasado, les reconoce el don de la palabra y una inteligencia especial para el estudio del derecho, la filosofía y el gobierno.
La situación de entonces se repite hoy en la mayoría de las religiones, que se configuran patriarcalmente y nunca se han llevado bien con las mujeres. Estas no suelen ser consideradas sujetos religiosos ni morales, por eso se las pone bajo la guía de un varón que las lleve por la senda de la virtud. Se les niega el derecho a la libertad dando por supuesto que hacen mal uso de ella. Se les veta a la hora de asumir responsabilidades directivas por entender que son irresponsables por naturaleza. Son excluidas del espacio sagrado por impuras. Se las silencia por creer que son lenguaraces y dicen inconveniencias. Son objeto de todo tipo de violencia: moral, religiosa, simbólica, cultural, física, etc.
Sin embargo, las religiones difícilmente hubieran podido nacer y pervivir sin ellas. Sin las mujeres es posible que no hubiera surgido el cristianismo y quizá no se hubiera expandido como lo hizo. Ellas acompañaron a su fundador Jesús de Nazaret desde el comienzo en Galilea hasta el final en el Gólgota. Recorrieron con él ciudades y aldeas anunciando el Evangelio (=Buena Noticia), le ayudaron con sus bienes y formaron parte de su movimiento.
La teóloga feminista Elisabeth Schüssler Fiorenza ha demostrado en su libro En memoria de ellaque las primeras seguidoras de Jesús eran mujeres galileas liberadas de toda dependencia patriarcal, con autonomía económica, que se identificaban como mujeres en solidaridad con otras mujeres y se reunían para celebrar comidas en común, vivir experiencias de curaciones y reflexionar en grupo.
El movimiento de Jesús era un colectivo igualitario de seguidores y seguidoras, sin discriminaciones por razones de género. No identificaba a las mujeres con la maternidad. Se oponía a las leyes judías que las discriminaban, como el libelo de repudio y la lapidación, y cuestionaba el modelo de familia patriarcal. En él se compaginaban armónicamente la opción por los pobres y la emancipación de las estructuras patriarcales. Las mujeres eran amigas de Jesús, personas de confianza y discípulas que estuvieron con él hasta el trance más dramático de la crucifixión, cuando los seguidores varones lo abandonaron.
En el movimiento de Jesús las mujeres recuperaron la dignidad, la ciudadanía, la autoridad moral y la libertad que les negaban tanto el Imperio Romano como la religión judía. Eran reconocidas como sujetos religiosos y morales sin necesidad de la mediación o dependencia patriarcal. Un ejemplo es María Magdalena, figura para el mito, la leyenda y la historia, e icono en la lucha por la emancipación de las mujeres.
A ella apelan tanto los movimientos feministas laicos como las teologías desde la perspectiva de género, que la consideran un eslabón fundamental en la construcción de una sociedad igualitaria y respetuosa de la diferencia. María Magdalena responde, creo, al perfil que Virginia Woolf traza de Ethel Smyth: “Pertenece a la raza de las pioneras, de las que van abriendo camino. Ha ido por delante, y talado árboles, y barrenado rocas, y construido puentes, y así ha ido abriendo camino para las que van llegando tras ella”.
Las mujeres fueron las primeras personas que vivieron la experiencia de la resurrección, mientras que los discípulos varones se mostraron incrédulos al principio. Es esta experiencia la que dio origen a la Iglesia cristiana. Razón de más para afirmar que sin ellas no existiría el cristianismo. No pocas de las dirigentes de las comunidades fundadas por Pablo de Tarso eran mujeres, conforme al principio que él mismo estableció en la Carta a los Gálatas: “ya no hay más judío ni griego, esclavo ni libre, varón o hembra”.
Sin embargo, pronto cambiaron las cosas. Pedro, los apóstoles y sus sucesores, el papa y los obispos, se apropiaron de las llaves del reino, se hicieron con el bastón de mando, que nada tenía que ver con el cayado del pastor para apacentar las ovejas, mientras que a las mujeres les impusieron el velo, el silencio y la clausura monacal o doméstica. Eso sucedió cuando las iglesias dejaron de ser comunidades domésticas y se convirtieron en instituciones políticas e Iglesia.
¿Cuándo se reparará tamaña injusticia para con las mujeres en el cristianismo? Habría que volver a los orígenes, más en sintonía con los movimientos de emancipación que con las Iglesias cristianas de hoy. Es necesario cuestionar la primacía –el primado- de Pedro, que implica la concentración del poder en una sola persona e impide el acceso de las mujeres a las responsabilidades directivas compartidas.
Hay que recuperar el discipulado de María Magdalena, “Apóstol de los Apóstoles”, como la llama Elisabeth Schüssler en un artículo del mismo título pionero en las investigaciones feministas sobre el Testamento cristiano, en referencia al reconocimiento que se le daba en la Antigüedad cristiana. Es necesario revivir, refundar el cristianismo de María Magdalena, inclusivo de hombres y de mujeres, en continuidad con los profetas y las profetisas de Israel y con el profeta Jesús de Nazaret, pero no con la sucesión apostólica, de marcado acento jerárquico-patriarcal.
Un cristianismo olvidado entre las ruinas valladas de la ciudad de Magdala, lugar de nacimiento de María Magdalena, que visité hace tres años, a siete kilómetros de Cafarnaún, donde tuvo su residencia Jesús de Nazaret durante el tiempo que duró su actividad pública. En las excavaciones que se llevan a cabo en Magdala se descubrió en 2009 una importante sinagoga Ahí se encuentra la memoria subversiva del cristianismo originario liderado por Jesús y María Magdalena, que fue derrotado por el cristianismo oficial.
Pero de aquel cristianismo sepultado bajo esas ruinas emerge un cristianismo liberador vigoroso, desafiante, y empoderado a través de los movimientos igualitarios que surgen en los márgenes de las grandes iglesias cristianas, como surgió en los márgenes el primer movimiento de Jesús, de María Magdalena y de otras mujeres que le acompañaron durante los pocos meses que duró su actividad pública..
Es necesario heredar la autoridad moral y espiritual de María de Magdala como amiga, discípula, sucesora de Jesús y pionera de la igualdad. En definitiva, Jesús Nazaret, María Magdalena, Cristina de Pisan, Virginia Woolf, los movimientos feministas, las comunidades de base y la teología feminista de las religiones caminan en dirección similar. Por ahí han de ir las nuevas alianzas, creadas desde abajo y no desde el poder, en la lucha contra la violencia de género y la exclusión social de las mujeres.
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Juan José Tamayo es miembro del Comité Científico del Instituto Universitario de Estudios de Género de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica (Fragmenta, Barcelona, 2013) y de Invitación a la utopía. Ensayo histórico para tiempos de crisis (Trotta, Madrid, 2012), que tiene un capítulo dedicado a la utopía feminista.
Comentarios desactivados en Celebrando a Santa María Magdalena, recordamos que la resurrección también es para nosotros
El post de hoy es una reflexión para la Fiesta de Santa María Magdalena, que es el próximo jueves 22 de julio. Para encontrar las lecturas de ese día, haga clic aquí.
El colaborador invitado de hoy es Russ Petrus, codirector de FutureChurch, una organización de reforma que busca cambios que brinden a todos los católicos romanos la oportunidad de participar plenamente en la vida y el liderazgo de la Iglesia. Antes de su trabajo con FutureChurch, Russ sirvió en el ministerio parroquial en Boston y Cleveland. Tiene una Maestría en Divinidad de la Escuela de Teología y Ministerio de Boston College, completando la mayoría de sus estudios en la Escuela de Teología Weston Jesuit.
El 7 de julio fue mi sexto trabajo con FutureChurch, una organización de reforma que busca cambios que brinden a todos los católicos romanos la oportunidad de participar plenamente en la vida y el liderazgo de la Iglesia. Completamente inconsciente de ello, mi esposo Daniel compartió la memoria de Facebook, escribiendo: “Qué gran cambio fue en nuestras vidas cuando te mudaste a este trabajo…” Me inundó la emoción al recordar ese día. A medida que nos acercamos a la fiesta del 22 de julio de Santa María de Magdala, me doy cuenta cada vez más de los ecos de la historia de María en la mía. Y orando con su testimonio, me encuentro, de una manera completamente nueva, confiada y enviada para anunciar la resurrección, tal como ella lo fue hace unos 2.000 años.
Después de años de saber que era gay, finalmente reuní el coraje para salir del armario en 2001 cuando era estudiante de primer año en Canisius College, una escuela jesuita, en Buffalo, NY. Salté a los brazos abiertos del equipo de ministerio del campus que me celebró, mis dones y mis relaciones. Fue durante mis cuatro años de licenciatura que discerní un llamado al ministerio. Salí y me enamoré de Daniel, quien ahora es mi esposo. Finalmente, viviendo auténticamente, amándome a mí mismo y siendo amado por quien era, me sentí realmente vivo. Y especialmente cuando estaba involucrado en el ministerio.
Lucas 8: 2-3 nos dice que, habiendo sido sanada de siete demonios, María de Magdala, junto con otras mujeres, siguió a Jesús y apoyó su ministerio con sus recursos. Me pregunto: ¿Cuáles eran los demonios de los que María fue sanada? Sabemos que no fueron los siete pecados capitales (esa es una invención posterior que le impuso el Papa Gregorio I). Pero, ¿eran el tipo de duda, miedo al rechazo, imágenes de un Dios que no la amaba, una misoginia internalizada similar a la homofobia internalizada, temas que nosotros, como católicos LGBTQ +, también somos demasiado familiares? ¿O eran dolencias físicas, como la depresión, la ansiedad, el abuso de sustancias o los pensamientos suicidas paralizantes físicamente que tienen demasiadas personas LGBTQ +? Y cuando Jesús la sanó, ¿cómo fue eso? ¿Fue tan simple como mostrar su amor incondicional y abrazarla por lo que era y los dones que tenía para compartir?
Vivo con mi llamado al ministerio, lo seguí a Weston Jesuit School of Theology en Cambridge, MA, y obtuve una Maestría en Divinidad, aprendiendo todo lo que pude, absorbiendo el amor de Dios por mí, por todos nosotros, tal como lo había hecho María Magdala. hecho como siguió a Jesús desde Galilea.
Cualquiera que sea la apariencia de su curación, María debe haberse sentido verdaderamente viva después de ella: abrazándose a sí misma, siguiendo a Jesús, amando y siendo amada por él, aprendiendo de él y participando en su ministerio. ¿Qué más podría haberla obligado a seguirlo hasta la cruz, incluso cuando los discípulos varones se dispersaron atemorizados?
Después de años de vivir con integridad, las cosas comenzaron a cambiar para mí cuando comencé a trabajar en parroquias diocesanas. La vida honesta y auténtica que una vez había abrazado no fue bien recibida ni acogida en mi propia iglesia. De hecho, ser auténtico se convirtió en una carga, una amenaza para mi sustento y todo por lo que había trabajado y estudiado tan duro. En este ambiente hostil, como los hombres que habían seguido a Jesús, me encontré negando… escondiéndome… traicionando. Pronto volví al armario, coaccionado allí por consejeros y pastores bien intencionados y por amenazas de las autoridades eclesiales. Cerré mi página de Facebook y seleccioné cuidadosamente todo lo que publiqué o se publicó sobre mí. Daniel y yo siempre vivimos en el extremo opuesto de la ciudad de la parroquia para que nadie nos viera accidentalmente por ahí. Si alguien se cruzaba con nosotros en una cita, lo presentaba como mi “amigo”.
Con el tiempo, mi cuerpo comenzó a repugnar, mostrando serios signos de estrés crónico. Dos terapeutas me dijeron que no podía seguir viviendo esta vida encerrado. Dado el estrés de los dos, no es de sorprender que mi relación con Daniel estuviera en un terreno difícil. Sin embargo, no sabía qué más hacer. Todavía estaba pagando mi título y no pude evitar preguntarme si los catorce años anteriores y los miles de dólares habían sido en vano.
Los evangelios nos dicen que ya sea sola (Jn 20,1) o con otras mujeres (Mt 28,1; Mc 16,1; Lc 23,55-24,3) María de Magdala se dirige al sepulcro en esa primera Pascua peligrosa. Mañana. ¿Qué pasó por su mente cuando llegó a ungir el cuerpo de Jesús? ¿Se preguntó si todo había sido en vano? ¿Se arrepintió de haber “desperdiciado” sus preciosos recursos? ¿Ungir su cuerpo le traerá el cierre? ¿Podría hacer las paces con todo lo que había sucedido? Y al mirar dentro de la tumba vacía, ¿se sintió confundida y asustada sin saber qué hacer a continuación?
Entonces sucede: ¡Jesús resucitado se le revela! Le confía la Buena Nueva de la Resurrección y la envía a proclamarla en su nombre. Y como fiel seguidora que ha sido todo el tiempo, va y anuncia la noticia a los apóstoles. ¡Resurrección! La vida había cambiado, no solo para ella, sino para todos y para siempre.
Mientras miraba dentro de mi propia cueva oscura, finalmente llegué a la conclusión de que era hora de hacer un cambio, lo que sea que eso signifique. Entonces, abrí una ventana del navegador y comencé mi búsqueda de una nueva forma de ministerio. Y, para mi sorpresa, encontré una vacante para un Director de Programa de tiempo completo en FutureChurch, una organización dedicada a la justicia en la iglesia. ¡Solicité y me contrataron! Como María de Magdala, no podría haber sabido lo que encontraría al enfrentar mi tumba, pero no debería haberme sorprendido al encontrar el amor de Dios por mí incluso en ese lugar desolado.
Hoy, vivo mi vida y mi ministerio como mi yo auténtico. Y, con gratitud, recuerdo lo que ese cambio significó para mí y para Daniel: ambos podríamos vivir y ser las personas que Dios amaba. Cuando el matrimonio igualitario se convirtió en la ley del país, nos casamos. Ahora, podemos vivir donde queramos vivir, y cuando salimos en una cita, puedo presentarlo con orgullo como mi esposo. Una vez más soy el católico gay ruidoso y orgulloso que amaba ser. ¡Resurrección!
Mientras me esfuerzo por vivir mi llamado, me solidarizo con otros que están luchando: con Dios, con la Iglesia, con la familia, con mis compañeros de trabajo o con otras personas importantes. He experimentado mis propios demonios, mi propio llanto en una tumba vacía. Sin embargo, con gratitud, sé que la resurrección no fue solo para Jesús. Lo compartió. Con María de Magdala primero, y con todos nosotros –como algo para vivir, algo para anunciar– cada día de nuestra vida. Entonces, mientras celebramos la Fiesta de Santa María de Magdala, invito a aquellos que están sufriendo a manos de los líderes de la iglesia a recordar a María de Magdala, orar con ella y confiar en el amor y cuidado incondicional de Dios por ustedes. La resurrección también es para ti.
FutureChurch promueve la celebración de la fiesta de María de Magdala en las comunidades católicas de todo el país y del mundo. Para obtener más información sobre nuestros recursos y oportunidades para celebrar a María de Magdala, haga clic aquí.
Comentarios desactivados en Ella corre y ellos tras ella
“¡Que la Pascua sea un tiempo de movimiento y cada cual discierna hacia donde correr!”
A propósito de Jn 20, 1-9
Mari Paz López Santos
Madrid
ECLESALIA, 04/04/21.- Después de los acontecimientos, del profundo sufrimiento de los días anteriores, que se había quedado pegado a todo su ser, se puso en camino al amanecer; que no era tal porque todavía estaba oscuro.
Quizás eran sus ojos que seguía velados por las lágrimas y la tiniebla interior. Pero aún le esperaba una oscuridad más profunda: el hueco del sepulcro abierto… ¡Se lo han llevado!
De pronto el universo entero parece que empezó a correr.
María Magdalena corrió a toda prisa a donde estaban Pedro y el otro discípulo a quien Jesús amaba. Sabemos que era Juan, el más joven, el que nos cuenta la historia. Le debió faltar el aliento cuando les dijo precipitadamente: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Aunque en ese momento sólo ella sabía lo que había sucedido, les habla en plural. Eso es una comprensión comunitaria. Les implica desde el minuto cero.
Pedro y el joven discípulo salieron inmediatamente camino del sepulcro. “Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Me he preguntado porque el joven Juan, no dio el primer paso para entrar en el sepulcro habiendo llegado con ventaja sobre Pedro. ¿Miedo? ¿Prefería que el mayor arriesgara primero? ¿Intuía pero todavía no creía?
Seguramente, como Pedro había sido investido de un liderazgo en el grupo,el joven discípulo le dejó paso para que iniciara la misión de servicio que Jesús le había encargado. Pedro sería la cabeza de la institución eclesial, pero en aquel momento imagino que su estado de ánimo sería de total abatimiento recordando las tres veces que negó a Jesús.
Juan quedó contemplando lo que pasaba y el texto dice que “vio y creyó”. Los signos le hicieron creer a la segunda. Curioso, porque lo suyo es creer sin ver. Era joven y tenía que seguir abriéndose al misterio de Dios, haya signos o no los haya.
Imagino que los dos volverían corriendo a contar a todos los demás lo que pasaba.
Preguntas al aire a la Iglesia institución: ¿Cómo traducir este correr juntos? ¿Cómo escuchar a las nuevas generaciones, a los decepcionados de todas las edades, a los que se fueron y no quieren volver? ¿Cómo salir del sepulcro de la inmovilidad y el retroceso institucional? ¿Por qué no enterrar el miedo en la tumba donde ya no hay nada? ¿Por qué no comunicar Vida? ¿Por qué no ir corriendo por ahí contando, con obras, que esto no acabo en la oscuridad de una muerte producida por la injusticia y la manipulación?
La muerte de Jesús fue un final que dio paso a un principio: Luz para siempre, para toda la humanidad.
¿Qué pasó con María Magdalena? Ella corrió y ellos tras ella, eso fue lo primero.
Y lo segundo, siguió corriendo, seguro: ¡Las mujeres tenían que saber lo que pasaba, ellas habían estado en primera línea siempre… hasta al pie de la cruz!
¡Que la Pascua sea un tiempo de movimiento y cada cual discierna hacia donde correr!
Si te confinas, siempre quedará Pentecostés, pero recuerda lo que llevamos aprendiendo hace ya más de un año: “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
Comentarios desactivados en María Magdalena: más allá de El código da Vinci
Su memoria se halla en la geografía, en dichos populares y en obras de arte
Tuvo una gran significación en los orígenes del cristianismo: fuente de autoridad, estuvo al lado de Jesús en los momentos más importantes, y fue testigo ocular en las apariciones, la primera en anunciar al resucitado
Juan Pablo II la definió como “apóstol de los apóstoles”
El presente número de la revista Reseña Bíblica, gracias a las aportaciones de prestigiosos colaboradores, trata de contribuir a ofrecer luz, desde una perspectiva actual, a esta enigmática y fascinante figura de la Biblia
| Editorial Verbo Divino
Editorial Verbo Divino acaba de publicar un nuevo número, el 107, de la revista Reseña Bíblica. Sobre esa mujer que llamaron Miriam, originaria de la ciudad pesquera de Magdala, y que de manera generalizada conocemos como María Magdalena. Su memoria se halla en la geografía, en dichos populares y en obras de arte, e innumerables iglesias se han construido bajo su advocación. Su figura, sabida y desconocida por igual, sigue fascinando y suscitando interés en cuanto se la nombra; su memoria ha sido leída y releída, construida y deformada, según circunstancias e intereses diversos.
Tuvo una gran significación en los orígenes del cristianismo, su memoria ha sido fuente de autoridad, estuvo al lado de Jesús en los momentos más importantes, y fue testigo ocular en las apariciones, la primera en anunciar al resucitado. Juan Pablo II la definió como “apóstol de los apóstoles”, y el papa Francisco la ha colocado en el calendario romano de los santos.
Pero, ¿quién fue realmente María Magdalena? El presente número de la revista Reseña Bíblica, gracias a las aportaciones de prestigiosos colaboradores, trata de contribuir a ofrecer luz, desde una perspectiva actual, a esta enigmática y fascinante figura de la Biblia y para reconocer a todas las mujeres que han sido y son protagonistas en el anuncio de Jesús. ¡Ya a la venta! Más información en Núm. 107- Reseña Bíblica María Magdalena; puede encontrarla en EVD, en su librería o quiosco habitual.
No pretendo ser ni creativo ni novedoso al escribir sobre María Magdalena en esta nota, menos después de que Carmen Bernabé escribiera su libro ¿Qué se sabe de…? María Magdalena (Verbo Divino 2020). Pero sí quiero tratar de aclarar algunas cosas…
Era frecuente ver que se ponía en paralelo como ejemplo de grandes pecadores y grandes arrepentimientos a san Agustín y santa María Magdalena. Y – como era de esperar por cierta perversión – sus pecados habían sido sexuales. Por ejemplo, la conversión de Francisco de Asís, que va a la guerra (con lo que esa palabra significa) y llega a ser el hermano universal no es tan importante como la conversión de Agustín que tuvo sexo (sic). Pareciera que las negaciones de Pedro y la huida de los demás amigos dejándolo sólo al Maestro no es tan grave como una supuesta e inexistente prostitución
No es la ocasión de ser detallado, pero, en el caso de la Magdalena, la falta de datos históricos de los Evangelios (que no están interesados en brindarlos, porque no son para eso los Evangelios), llevó a que con el tiempo se integraran en uno a dos o más personajes. La idea era “rellenar los huecos”. Así se unió a Judas con Tadeo, a Bartolomé con Natanael, por ejemplo. Y el caso emblemático fue María Magdalena, es decir, de Magdala. En los Evangelios encontramos una mujer anónima, en Betania, casa de Simón, que unge la cabeza de Jesús (Marcos 14,3), pero Juan nos dirá que esa fue María, de Betania, la que ungió los pies (Juan 12,3) y los secó con los cabellos. Ahora bien, Lucas nos narra, en otra casa, de otro fariseo, también Simón, que una “pecadora en la ciudad” ungió los pies de Jesús y llorando los secó con los cabellos. Es decir, sin duda, un hecho de la vida de Jesús es interpretado por los distintos evangelistas de distinta manera (anticipo de la sepultura, en Marcos y Juan, arrepentimiento de los pecados, en Lucas), y atribuido a diferentes personas: una “pecadora en la ciudad”, en Lucas, María de Betania en Juan, una mujer anónima, en Marcos. ¿Cómo terminamos en María Magdalena? Difícil saberlo.
A María de Magdala sólo la encontramos en los relatos de la Pasión, Sepultura y Resurrección una vez (Lucas 8,1-3), en donde Lucas adelanta lo ya anunciado (que un grupo de mujeres acompañó a Jesús desde Galilea a Jerusalén; cf. Marcos 15,40-41). Lo que nos había dicho Lucas es que de María Jesús había “expulsado siete demonios” (Lucas 8,2, lo que repetirá un añadido a Marcos en 16,9). Es sabido que el número siete es indicativo de plenitud, y que los demonios suelen referir a enfermedades o situaciones de alienación. Es decir, María había estado muy enferma y Jesús la había sanado, a partir de lo cual ella lo “siguió” (verbo que sin duda, indica discipulado). Quizás aquí radica la confusión… La obsesión con lo sexual (a partir del rechazo helenista del cuerpo, seguramente) llevó a entender los siete demonios como un gravísimo pecado sexual. Como en Lucas el relato de la “pecadora en la ciudad” y la referencia a María están cerca, “el plato estaba servido”: María Magdalena había sido prostituta. Quedaba otro elemento, si María (nombre notablemente común en el judaísmo, ya que había sido la hermana de Moisés), era de Magdala, ¿cómo decir que era de Betania? Lo cierto es que, en la liturgia, hoy tenemos fiesta de María Magdalena, de santa Marta, de Betania, pero no de María, de Betania (a pesar que, si se trata de la misma persona, parece ser que eligió mejor que Marta, Lucas 10,42).
Queda, todavía, un elemento más… el gnosticismo de los siglos II y III intentó confrontar con la Institución (Pedro), en nombre de la sabiduría, sofía. La Magdalena, discípula central, servía claramente para contrastarlos, y entonces la puso tan a la par que, en momentos, aparece como pareja de Jesús. Un tema teológico e ideológico se transformó en sexual. Y entonces, para muchos (todavía hoy) Magdalena fue compañera de Jesús. Es interesante notar que o era prostituta o era la pareja… Magdalena no importaba. Importaba su cuerpo.
Los evangelios la presentan como discípula (“seguía”, “servía” a Jesús). Y de tanta importancia como para que, salvo en la escena de la Madre de Jesús al pie de la cruz, la Magdalena siempre es mencionada en primer lugar. Incluso es llamativa la diferencia de los nombres de las otras mujeres que la acompañan en la escena de la ida al sepulcro en los cuatro evangelios: María de Santiago y Salomé (Marcos), la otra María (Mateo), María de Santiago y Juana (Lucas), solo ella (Juan), lo cierto es que los cuatro evangelios afirman la presencia de la Magdalena, y mencionándola siempre en primer lugar. Por eso es coherente que sea ella (haya sido como fuere su encuentro con el Resucitado; quizás en los momentos de duelo y visita a la tumba, frecuente en las mujeres de su tiempo) la que es enviada (apostelô, en griego) a avisar a los compañeros de Jesús sobre lo que acaba de ver. De allí que sea llamada “apóstola de los apóstoles”. ¡Nada menos!
*Eduardo de la Serna: Cura en Quilmes (Gran Buenos aires), del grupo de curas en Opción por los pobres (Argentina). Doctor en teología (Teresianum, Roma). Profesor emérito de Sagradas Escrituras, dedicado especialmente a San Pablo. Autor de varios libros y artículos académicos y de divulgación en Argentina y el exterior.
En su obra La Ciudad de las Damas, de principios del siglo XV, la escritora francesa Christine de Pisan constataba la disparidad entre la imagen negativa de los varones sobre las mujeres y el conocimiento que tenía de sí misma y de otras mujeres. Los varones afirmaban que el comportamiento femenino estaba colmado de todo vicio; juicio que en opinión de Christine demostraba bajeza de espíritu y falta de honradez. Ella, por el contrario, tras hablar con muchas mujeres de su tiempo que le relataron sus pensamientos más íntimos y estudiar la vida de prestigiosas mujeres del pasado, les reconoce el don de la palabra y una inteligencia especial para el estudio del derecho, la filosofía y el gobierno.
La situación de entonces se repite hoy en la mayoría de las religiones, que se configuran patriarcalmente y nunca se han llevado bien con las mujeres. Estas no suelen ser consideradas sujetos religiosos ni morales, por eso se las pone bajo la guía de un varón que las lleve por la senda de la virtud. Se les niega el derecho a la libertad dando por supuesto que hacen mal uso de ella. Se les veta a la hora de asumir responsabilidades directivas por entender que son irresponsables por naturaleza. Son excluidas del espacio sagrado por impuras. Se las silencia por creer que son lenguaraces y dicen inconveniencias. Son objeto de todo tipo de violencia: moral, religiosa, simbólica, cultural, física, etc.
Sin embargo, las religiones difícilmente hubieran podido nacer y pervivir sin ellas. Sin las mujeres es posible que no hubiera surgido el cristianismo y quizá no se hubiera expandido como lo hizo. Ellas acompañaron a su fundador Jesús de Nazaret desde el comienzo en Galilea hasta el final en el Gólgota. Recorrieron con él ciudades y aldeas anunciando el Evangelio (=Buena Noticia), le ayudaron con sus bienes y formaron parte de su movimiento.
La teóloga feminista Elisabeth Schüssler Fiorenza ha demostrado en su libro En memoria de ella que las primeras seguidoras de Jesús eran mujeres galileas liberadas de toda dependencia patriarcal, con autonomía económica, que se identificaban como mujeres en solidaridad con otras mujeres y se reunían para celebrar comidas en común, vivir experiencias de curaciones y reflexionar en grupo.
El movimiento de Jesús era un colectivo igualitario de seguidores y seguidoras, sin discriminaciones por razones de género. No identificaba a las mujeres con la maternidad. Se oponía a las leyes judías que las discriminaban, como el libelo de repudio y la lapidación, y cuestionaba el modelo de familia patriarcal. En él se compaginaban armónicamente la opción por los pobres y la emancipación de las estructuras patriarcales. Las mujeres eran amigas de Jesús, personas de confianza y discípulas que estuvieron con él hasta el trance más dramático de la crucifixión, cuando los seguidores varones lo abandonaron.
En el movimiento de Jesús las mujeres recuperaron la dignidad, la ciudadanía, la autoridad moral y la libertad que les negaban tanto el Imperio Romano como la religión judía. Eran reconocidas como sujetos religiosos y morales sin necesidad de la mediación o dependencia patriarcal. Un ejemplo es María Magdalena, figura para el mito, la leyenda y la historia, e icono en la lucha por la emancipación de las mujeres.
A ella apelan tanto los movimientos feministas laicos como las teologías desde la perspectiva de género, que la consideran un eslabón fundamental en la construcción de una sociedad igualitaria y respetuosa de la diferencia. María Magdalena responde, creo, al perfil que Virginia Woolf traza de Ethel Smyth: “Pertenece a la raza de las pioneras, de las que van abriendo camino. Ha ido por delante, y talado árboles, y barrenado rocas, y construido puentes, y así ha ido abriendo camino para las que van llegando tras ella”.
Las mujeres fueron las primeras personas que vivieron la experiencia de la resurrección, mientras que los discípulos varones se mostraron incrédulos al principio. Es esta experiencia la que dio origen a la Iglesia cristiana. Razón de más para afirmar que sin ellas no existiría el cristianismo. No pocas de las dirigentes de las comunidades fundadas por Pablo de Tarso eran mujeres, conforme al principio que él mismo estableció en la Carta a los Gálatas: “ya no hay más judío ni griego, esclavo ni libre, varón o hembra”.
Sin embargo, pronto cambiaron las cosas. Pedro, los apóstoles y sus sucesores, el papa y los obispos, se apropiaron de las llaves del reino, se hicieron con el bastón de mando, que nada tenía que ver con el cayado del pastor para apacentar las ovejas, mientras que a las mujeres les impusieron el velo, el silencio y la clausura monacal o doméstica. Eso sucedió cuando las iglesias dejaron de ser comunidades domésticas y se convirtieron en instituciones políticas e Iglesia.
¿Cuándo se reparará tamaña injusticia para con las mujeres en el cristianismo? Habría que volver a los orígenes, más en sintonía con los movimientos de emancipación que con las Iglesias cristianas de hoy. Es necesario cuestionar la primacía –el primado- de Pedro, que implica la concentración del poder en una sola persona e impide el acceso de las mujeres a las responsabilidades directivas compartidas.
Hay que recuperar el discipulado de María Magdalena, “Apóstol de los Apóstoles”, como la llama Elisabeth Schüssler en un artículo del mismo título pionero en las investigaciones feministas sobre el Testamento cristiano, en referencia al reconocimiento que se le daba en la Antigüedad cristiana. Es necesario revivir, refundar el cristianismo de María Magdalena, inclusivo de hombres y de mujeres, en continuidad con los profetas y las profetisas de Israel y con el profeta Jesús de Nazaret, pero no con la sucesión apostólica, de marcado acento jerárquico-patriarcal.
Un cristianismo olvidado entre las ruinas valladas de la ciudad de Magdala, lugar de nacimiento de María Magdalena, que visité hace tres años, a siete kilómetros de Cafarnaún, donde tuvo su residencia Jesús de Nazaret durante el tiempo que duró su actividad pública. En las excavaciones que se llevan a cabo en Magdala se descubrió en 2009 una importante sinagoga Ahí se encuentra la memoria subversiva del cristianismo originario liderado por Jesús y María Magdalena, que fue derrotado por el cristianismo oficial.
Pero de aquel cristianismo sepultado bajo esas ruinas emerge un cristianismo liberador vigoroso, desafiante, y empoderado a través de los movimientos igualitarios que surgen en los márgenes de las grandes iglesias cristianas, como surgió en los márgenes el primer movimiento de Jesús, de María Magdalena y de otras mujeres que le acompañaron durante los pocos meses que duró su actividad pública..
Es necesario heredar la autoridad moral y espiritual de María de Magdala como amiga, discípula, sucesora de Jesús y pionera de la igualdad. En definitiva, Jesús Nazaret, María Magdalena, Cristina de Pisan, Virginia Woolf, los movimientos feministas, las comunidades de base y la teología feminista de las religiones caminan en dirección similar. Por ahí han de ir las nuevas alianzas, creadas desde abajo y no desde el poder, en la lucha contra la violencia de género y la exclusión social de las mujeres.
+++
Juan José Tamayo es miembro del Comité Científico del Instituto Universitario de Estudios de Género de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica (Fragmenta, Barcelona, 2013) y de Invitación a la utopía. Ensayo histórico para tiempos de crisis (Trotta, Madrid, 2012), que tiene un capítulo dedicado a la utopía feminista.
Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Y él fue consciente de ello. Él era el agua viva, dice a la Samaritana, Él había nacido del Espíritu, como pidió a Nicodemo; Él vive por el Padre; Él es la resurrección y la Vida. Ya en ese momento, cuando habla con sus interlocutores, está en posesión de la verdadera Vida. Eso explica que le traiga sin cuidado lo que pueda pasar con su vida biológica. Lo que verdaderamente le interesa es esa VIDA (con mayúscula) que él alcanzó durante su vida (con minúscula). La experiencia pascual de sus seguidores consistió en darse cuenta de esta realidad en Jesús.
No debemos entender la resurrección como la reanimación de un cadáver. Un instante después de la muerte, el cuerpo no es más que estiércol. Los sentimientos que nos unen al ser querido muerto, por muy profundos y humanos que sean, no son más que una relación psicológica. Esos despojos no mantienen ninguna relación con el ser que estuvo vivo. La muerte devuelve al cuerpo al universo de la materia de una manera irreversible. La posibilidad de reanimación es la misma que existe de hacer un ser humano partiendo de un montón de basura. Eso no tiene sentido ni para los hombres ni para Dios.
Jesús sigue vivo, pero de otra manera. Debo descubrir que yo estoy llamado a esa misma Vida. A la Samaritana le dice Jesús: el agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la Vida eterna. A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo, el que me asimile vivirá por mí. Yo soy la resurrección y la Vida, el que cree en mí aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. Jesús no habla para un más allá, sino en presente. ¿Creemos esto?
Jesús había conseguido, como hombre, la plenitud de Vida del mismo Dios. Porque había muerto a todo lo terreno, a su egoísmo, y se había entregado por entero a los demás, llega a la más alta cota de ser posible como hombre mortal. Este admirable logro fue realizable, después de haber descubierto que esa era la meta de todo ser humano, que ese era el único camino para llegar a hacer presente lo divino. Esta toma de conciencia fue factible, porque había experimentado a Dios como Don. Una vez que se llega a la meta, es inútil seguir preocupándose del vehículo que hemos utilizado para alcanzarla.
La liturgia de Pascua nos está diciéndonos que, en cada uno de nosotros, hay zonas muertas que tenemos que resucitar. Nos está diciendo que debemos preocuparnos por la vida biológica, pero no hasta tal punto que olvidemos la verdadera Vida. Nos está diciendo que tenemos que estar muriendo todos los días y al mismo tiempo resucitando, es decir pasando de la muerte a la Vida. Si al celebrar la resurrección de Jesús no experimentamos nosotros una nueva Vida, es que nuestra celebración ha sido simple folclore. Aunque tengamos partes muertas, todos estamos ya en la Vida que no termina.
Nota: por motivos de salud pública, en medio de la pandemia por el virus Covid-19, están prohibidos los actos de culto en numerosos países. Por si alguien quiere vivir de esta forma virtual la celebración dominical, facilitamos el enlace con el audio de la Eucaristía correspondiente al Domingo de Resurrección (ciclo A), que se grabó hace tres años: Pincha aquí para escuchar la Eucaristía.
Meditación
Resurrección y Vida expresan la misma realidad.
En la medida que haga mía la Vida,
Estoy garantizando la resurrección.
No te preocupes de lo que va a ser de ti en el más allá.
Lo importante es vivir aquí y ahora esa VIDA.
Todo lo demás ni está en tus manos ni debe importarte.
Para profundizar
¿Puede resucitar el que está vivo?
Jesús no estuvo muerto ni un instante
Cambiemos el concepto de esa VIDA
y cambiará la idea de la Pascua
No hay sombra en un objeto si no le da la luz
Podemos vivir en la sombra sin descubrir la luz
Podemos vivir en la luz aun sabiendo que la sombra está a la vuelta
Comentarios desactivados en Aleluias desde el silencio.
Jn 20, 1-9
12 de abril de 2020
¿Cómo hablar de Resurrección en medio de esta situación que estamos viviendo? ¿Cómo entonar un Aleluya desde el drama del sufrimiento, del caos, de la muerte, de la noche de tantos duelos personales y colectivos, en un mundo paralizado y paralizante? Sobran palabras y quizá un silencio es la mejor respuesta. Pero la fe cristiana siempre ha sentido la responsabilidad de hacer una lectura creyente de los acontecimientos en un diálogo profundo con la realidad. Nuestra fe es exigente y radical porque nos pide ver más allá del drama humano. No hay más que ver la historia de Jesús y su desenlace. La fe cristiana es una posición ante la vida que no busca un consuelo narcótico, sino que sostiene la raíz de la existencia revelando que hay algo más que el drama humano y que puede ser traspasado y liberado.
El Evangelio de este Domingo inicia el penúltimo capítulo de Juan en el que se hace evidente la luz, la vida y la verdad que ha ido tejiendo todo el mensaje joánico. Narra la experiencia de tres referentes en el origen de nuestra fe: María de Magdala, Pedro y Juan. Son tres personas, pero no se representan a sí mismas porque presuponen tres prototipos de formas diferentes de acceder al mensaje de la Resurrección.
El texto ya nos sitúa en una nueva era: “El primer día de la semana” Ya no es el Sabbat el día religioso, hay una superación de la visión judía de la revelación de Dios y que va apuntando hacia una nueva Alianza entre la humano y lo Divino. María va muy de mañana al sepulcro, casi antes del amanecer. Estamos ante un símbolo que nos revela que, en el punto más oscuro de la noche, cuando la noche ya no puede ser más noche, justo el instante siguiente es ya el amanecer; nace la luz y algo nuevo asoma a la consciencia humana. El sepulcro es el símbolo de la muerte, de lo que ha perdido sentido, es el llanto y el drama humano hecho realidad. Jesús no está en la tumba vacía, sin embrago, puede ser una prueba negativa de su nueva existencia. María es capaz de leer un signo lleno de misterio y al mismo tiempo de esperanza: la piedra está quitada e interpreta que se han llevado el cuerpo de Jesús. Su reacción no es paralizante, va corriendo a contarlo y a abrir una nueva perspectiva de los hechos.
Pedro, que representa la autoridad, y Juan que representa el vínculo de amor con el Maestro, van corriendo juntos para ver qué está pasando. Dice el Evangelio que llega antes Juan, quizá porque está liberado del peso de la institución y va centrado en lo esencial que va dirigiendo su vida. Se asoma al sepulcro y no entró. Seguramente no necesitaba ya más signos que lo que su inspiración profunda le iba revelando. Pedro sí entró y comienza una descripción exhaustiva de lo que allí había. Signos, signos y signos. La mente humana necesita evidencias, necesita medir, necesita espacio, tiempo, formas, contar, separar, controlar. Pero también la mente humana es capaz de procesar una novedad que conecta con otra realidad profunda que no entra en las categorías tangibles. El evangelio de hoy nos sitúa ante una realidad que trasciende la evidencia física y la apertura a mirar de una manera diferente; nos conduce a una nueva visión de la vida. Hasta entonces, narra el Evangelio de Juan, no habían entendido que Jesús resucitaría y vencería a la muerte.
Nos encontramos ante la savia que va regando los vasos conductores del cristianismo que no se detiene en los límites humanos, sino que los amplía y trasciende. Es muy fácil creer en la Resurrección como dogma (si lo dicen los elegidos con tanta contundencia será verdad) recitarlo en el Credo, ponerlo como bandera de nuestra religión, esperar al fin de nuestra vida biológica para vivir con esa ilusión. Puede, incluso, darnos seguridad y tener cierto control en la ruta a la que vamos caminando. Lo realmente difícil es vivir la resurrección en el aquí y ahora, no vivirla como un premio sino como un nuevo modo de existencia, encontrar pequeños signos en la vida ordinaria que nos hablan de esa conexión con otra consciencia de la que también está hecho el ser humano. El Cielo y la Tierra en unidad, inseparables, la luz y la tiniebla, la muerte y la vida cohabitando en nuestro escenario vital. Un mensaje que nos habla de que la esencia humana es atemporal, no necesita signos, no tiene espacio, no tiene límites, sólo LUZ en un movimiento permanente hacia la plenitud.
Comentarios desactivados en Más allá de la apariencia.
Domingo de Pascua
12 abril 2020
Jn 20, 1-9
El autor del evangelio parece ofrecer claves que muestran que se trata de un relato catequético que pretende un único objetivo, recogido en la última frase de todo el párrafo: afirmar que Jesús vive. Para ello utiliza el “mapa” judío que habla de “resurrección de entre los muertos”. A diferencia de la griega –que, separando “alma” y “cuerpo”, podrá hablar de “inmortalidad del alma”–, la antropología hebrea, radicalmente unitaria, solo puede mantener la afirmación de la vida después de la muerte apelando a una “resurrección” por parte de Dios.
“El primer día de la semana”, el amanecer, la oscuridad, la losa quitada… aparecen como elementos cargados de simbolismo que hablan de novedad radical: la muerte no es el final de nada, sino el comienzo de todo; la oscuridad se transforma en luz y toda “losa” pesada –de miedo y de muerte– es quitada.
La catequesis constituye una invitación a ver más allá de las apariencias o “vendas”, para lo cual se precisa una mirada nueva, que brota más fácilmente del corazón, del amor.
Tal mirada requiere silenciar la mente. Porque, de otro modo, no lograremos ver sino lo que siempre hemos visto, es decir, lo que nuestra mente nos dicta a partir de todo lo que ella ha recibido, aprendido e interiorizado. Pero todo lo que la mente puede ofrecernos son únicamente creencias, constructos mentales de todo tipo, carentes de consistencia. Para ver en profundidad es preciso descorrer el velo mental a través del silencio y reconocer Aquello que aparece cuando el pensamiento se ha silenciado. Krishnamurti lo expresó con acierto: “Solo una mente en silencio puede ver la verdad, no una mente que se esfuerza por atraparla”.
Comentarios desactivados en La vida es un duelo a muerte, que gana la VIDA
Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:
Algunas consideraciones
Pascua.
A pesar de los pesares y, aunque no lo parezca, es Pascua. La vida es más fuerte que la muerte. Cristo resucitó.
La resurrección del Señor es el fundamento de nuestra esperanza absoluta.
Esperamos y deseamos que la medicina y la ciencia terminen por dominar y vencer este virus, esta pandemia que llena de muerte y angustia la humanidad, pero el fundamento de nuestra esperanza absoluta es Cristo resucitado.
Magdalena, Pedro y el discípulo amado.
Los cuatro evangelistas nos hablan de que las primeras en llegar al sepulcro fueron algunas mujeres. Mateo, Marcos y Juan sitúan entre estas mujeres a Magdalena.
San Juan presenta a esta mujer Magdalena (de Magdala) al final de su evangelio, al pie de la cruz.
Magdalena amó a Jesús en vida, lo amó en la muerte y lo sigue amando en la Resurrección.
Pedro llegó “tardíamente” al sepulcro y solamente vio los signos de la muerte: el sepulcro, las vendas, el sudario.
El Discípulo, que se siente amado por Jesús llega primero al sepulcro, vio y creyó en la vida, en la Resurrección.
La resurrección es una cuestión de fe, no de verificación histórica.
Quiera Dios que la ciencia, la medicina consigan dominar y erradicar este virus. Las medidas higiénicas y de protección son necesarias, pero a la fe en la Vida y en resurrección se llega por el amor: Magdalena y el Discípulo Amado amaron al Señor y creyeron que vive por siempre.
También nosotros, como aquellas mujeres y discípulos hoy vemos los signos de muerte: sudarios, vendas, la losa del sepulcros… Nosotros vemos, estamos informados del número de muertos, cadáveres, morgue, etc. Pero quizás, no llegamos creer en la Vida, en el resucitado.
El sepulcro, la losa, las vendas, sudarios.
La pregunta que se hicieron aquellas mujeres es la misma que nos hacemos nosotros: ¿quién nos removerá la losa, el problema de la muerte, del sepulcro? La losa de la muerte de Jesús y de nuestra muerte.
Magdalena, como los demás, buscaban a Jesús en la muerte, por eso les cuesta trabajo reconocerle vivo.
JesuCristo resucitado no era un espíritu que anduviera errante por qué se yo qué espacios, mientras, de cuando en cuando, se aparecía hasta que finalmente subió al cielo en la Ascensión. El cielo no es un lugar físico, sino “la intimidad de Dios”, el amor, el abrazo del Padre al hijo pródigo y a su Hijo.
El amor no muere.
Quizás nos haría bien sembrar amor sencillo y discreto para, así, vivir en esperanza.
La resurrección no es un espectáculo
Habría sido un grandioso espectáculo, un golpe de fuerza del Deus ex machina. Pero la vida es más sencilla y humilde.
El místico antropólogo Teilhard de Chardin escribe.
La muerte nos entrega totalmente a Dios, nos traspasa a Él. En correspondencia, hemos de entregarnos a ella con gran amor y abandono, ya que no nos queda otra cosa que hacer, cuando se nos presenta, que dejarnos dominar y conducir enteramente por Dios.[1]
La cruz elevó a Jesús al ámbito de Dios. La Ascensión de Cristo en la tradición de San Juan es la cruz.
Feliz Pascua.
Desde la mañana de Pascua se abre una nueva vida para el creyente, para el que corre, vey cree.
Tenemos prisa –corrieron– por vivir y vivir en paz.
Resucitamos en cada vida que nace, en cada momento que nos perdonan y perdonamos, en cada gesto de acogida, en la esperanza infinita…
Desde la Resurrección del Señor: Feliz Pascua y corramos hacia la vida.
[1] P. Teilhard de Chardin Himno del Universo, LVII, Madrid, Ed Trotta, 2004.
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