En 2016 el papa Francisco decretó que la conmemoración de María Magdalena (22 de julio) debía pasar a ser “fiesta litúrgica como el resto de los apóstoles”, llamándola “Apóstola de los apóstoles”. Según explicó el secretario de la Congregación para el Culto Divino de ese momento, esa decisión respondía “al contexto actual que requiere una reflexión más profunda sobre la dignidad de la mujer, la nueva evangelización y la grandeza del misterio de la misericordia divina”. Recordaba que ya Juan Pablo II había prestado atención a la importancia de la mujer en la misión de Cristo y de la Iglesia, poniendo énfasis en la figura de María Magdalena como primera testiga de la resurrección y quién anunció a los apóstoles ese acontecimiento. Por esto se afirma, en el decreto que, “Santa María Magdalena es un ejemplo de evangelización verdadera y auténtica, es decir, una evangelista que anuncia el gozoso mensaje central de Pascua”.
Sin embargo, esta recuperación de la figura de María Magdalena todavía no ha penetrado suficientemente en el imaginario y en la creencia de la mayoría de los cristianos. Persiste lo que se afirmó de ella durante siglos: pecadora (prostituta) a la que Jesús había perdonado. Esta imagen de María Magdalena surgió por haberla identificado con la pecadora arrepentida que entra en casa de Simón el fariseo (Lc 7, 36-50) y con María la hermana de Lázaro y Marta, la cual también unge a Jesús (Jn 12, 1-8). Cuando el texto de Lucas se refiere “a algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios” (8.2), está queriendo decir que fue curada de su enfermedad -probablemente muy grave -de ahí los siete demonios-, pero en ningún momento refiriéndose a su condición moral.
Aunque en la actualidad hay muchos estudios sobre María Magdalena, no se han concretado, en la práctica, todas las consecuencias que la correcta interpretación bíblica sobre ella trae para las mujeres en la Iglesia. La primera, es el reconocimiento de María Magdalena al mismo nivel que los apóstoles. De hecho, ella -y otras mujeres- le siguieron desde Galilea hasta Jerusalén, condición que luego se invoca en el libro de Hechos de los Apóstoles para nombrar al apóstol en reemplazo de Judas (Hc 1,21). Por lo tanto, no debería costar tanto imaginar a las mujeres formando parte del colegio apostólico. Tenemos la certeza que María Magdalena fue Apóstola y así lo celebramos.
Otra consecuencia es que siendo la primera evangelizadora no hay razón para no tomar las enseñanzas de las mujeres con el mismo valor que la de los varones. Todavía cuesta aceptar la enseñanza teológica impartida por mujeres en seminarios y facultades de teología. Por supuesto, algo ha cambiado y más mujeres son reconocidas en el ámbito teológico y en el servicio eclesial. Sin embargo, su participación sigue siendo pequeña, nada equitativa con respecto al número de varones que ocupan dichos espacios, ni sus logros académicos y pastorales son tomados con la misma seriedad, interés y respeto que tantas veces se toma el aporte de los teólogos y de los clérigos.
Quiero hacer notar, además, las pocas veces que damos a María Magdalena el título de “santa”. Efectivamente, ella lo es y así la podríamos llamar para seguir borrando esa imagen tan invocada de prostituta y que ha contribuido a identificar a las mujeres con los pecados referidos a la sexualidad. No sólo no hay muchos esfuerzos por llamarla santa, como tampoco de resaltar demasiado su fiesta. Sería una ocasión propicia para posicionar la verdad sobre ella. Mucho menos hay interés en llamarla Apóstola, ni primera evangelizadora aunque tres evangelistas relatan el envío que Jesús le hace para que anuncie a los discípulos su resurrección (Mc 16, 7; Mt 28, 7; Jn 20, 17) e, incluso Lucas, quien progresivamente fue invisibilizando el papel de las mujeres en su evangelio, de todas maneras, no deja de constatar que son las mujeres las que anuncian esa buena noticia a los apóstoles, colocando a María Magdalena en primer lugar (Lc 24, 9).
Últimamente se ha utilizado su figura -en la literatura y en el cine- para mostrarla como compañera de Jesús o resaltando su protagonismo en la primera comunidad, con el fin de contrarrestar la figura de Pedro. Pero, ninguna de estas dos aproximaciones, están en la Biblia.
En tiempos de trabajar por una Iglesia sinodal, seguir visibilizando a María Magdalena en los roles que verdaderamente tuvo al lado de Jesús y en la naciente comunidad cristiana, ayudará significativamente a acelerar la participación plena de las mujeres en la Iglesia. Por eso, es de desear que esta celebración de su fiesta, el próximo 22 de julio, podamos vivirla con más profundidad, sintiendo así que no es una rareza que 50 mujeres voten en el próximo sínodo sino, por el contrario, lo extraño es que no haya muchas más mujeres en esos niveles de decisión donde se gesta el futuro de la Iglesia, esta misma Iglesia que sin el primer anuncio hecho por María Magdalena, tal vez nunca habría existido.
Cabe anotar, finalmente que, a pesar de las resistencias al lenguaje inclusivo en algunos círculos eclesiásticos (y sociales), fue Santo Tomás quien habló de ella como “apóstola” y el Decreto de su fiesta mantiene ese término en femenino. Sería bueno, dejar las resistencias y acostumbrar nuestros oídos a los términos femeninos que permiten visibilizar a las mujeres. Sin darnos cuenta pronto esas palabras nos sonarían igual de normales que todos los términos que hasta hoy se han ido creando en nuestro lenguaje.
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Del blog Tras las huellas de Sophia:
Creo en un sólo Dios, Madre-Padre que creó todo lo visible y lo invisible, que impregna su amor en cada criatura y en la extensión del universo.
Creo en Jesús, Rabbí, Hijo único de Dios, que viene del Padre y vuelve hacía él a lo largo de todos los siglos. Engendrado, no creado, hijo de María de Nazaret, encarnado en su vientre por obra del Espíritu Santo.
Creo en su Palabra, en la manifestación viva de su Reino, en la presencia divina en cada milagro y en su humanidad presente en cada rostro que ilumina.
Fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato, resucitó al tercer día, se me presentó, enjuagando mis lágrimas y me envió: “ve y diles”.
Creo en su promesa, en el ministerio que me confió hasta el final de todos los tiempos, en su amor manifestado en la luz del camino al sepulcro.
Creo en el Espíritu Santo, señor y dador de vida, que con el Padre y el Hijo, derraman su sabiduría en cada uno de los seres que la buscan.
Creo en la comunidad de hombres y mujeres que seguimos a Jesús, en aquellos que sin haberlo visto creen, y en aquellos que han sido transfigurados, como yo, en su presencia.
Confieso que su amor nos ha redimido, espero su resurrección en cada uno de los corazones, en todos los siglos, confío su nombre al mundo futuro, amén.
En su obra La Ciudad de las Damas, de principios del siglo XV, la escritora francesa Christine de Pisan constataba la disparidad entre la imagen negativa de los varones sobre las mujeres y el conocimiento que tenía de sí misma y de otras mujeres. Los varones afirmaban que el comportamiento femenino estaba colmado de todo vicio; juicio que en opinión de Christine demostraba bajeza de espíritu y falta de honradez. Ella, por el contrario, tras hablar con muchas mujeres de su tiempo que le relataron sus pensamientos más íntimos y estudiar la vida de prestigiosas mujeres del pasado, les reconoce el don de la palabra y una inteligencia especial para el estudio del derecho, la filosofía y el gobierno.
La situación de entonces se repite hoy en la mayoría de las religiones, que se configuran patriarcalmente y nunca se han llevado bien con las mujeres. Estas no suelen ser consideradas sujetos religiosos ni morales, por eso se las pone bajo la guía de un varón que las lleve por la senda de la virtud. Se les niega el derecho a la libertad dando por supuesto que hacen mal uso de ella. Se les veta a la hora de asumir responsabilidades directivas por entender que son irresponsables por naturaleza. Son excluidas del espacio sagrado por impuras. Se las silencia por creer que son lenguaraces y dicen inconveniencias. Son objeto de todo tipo de violencia: moral, religiosa, simbólica, cultural, física, etc.
Sin embargo, las religiones difícilmente hubieran podido nacer y pervivir sin ellas. Sin las mujeres es posible que no hubiera surgido el cristianismo y quizá no se hubiera expandido como lo hizo. Ellas acompañaron a su fundador Jesús de Nazaret desde el comienzo en Galilea hasta el final en el Gólgota. Recorrieron con él ciudades y aldeas anunciando el Evangelio (=Buena Noticia), le ayudaron con sus bienes y formaron parte de su movimiento.
La teóloga feminista Elisabeth Schüssler Fiorenza ha demostrado en su libro En memoria de ellaque las primeras seguidoras de Jesús eran mujeres galileas liberadas de toda dependencia patriarcal, con autonomía económica, que se identificaban como mujeres en solidaridad con otras mujeres y se reunían para celebrar comidas en común, vivir experiencias de curaciones y reflexionar en grupo.
El movimiento de Jesús era un colectivo igualitario de seguidores y seguidoras, sin discriminaciones por razones de género. No identificaba a las mujeres con la maternidad. Se oponía a las leyes judías que las discriminaban, como el libelo de repudio y la lapidación, y cuestionaba el modelo de familia patriarcal. En él se compaginaban armónicamente la opción por los pobres y la emancipación de las estructuras patriarcales. Las mujeres eran amigas de Jesús, personas de confianza y discípulas que estuvieron con él hasta el trance más dramático de la crucifixión, cuando los seguidores varones lo abandonaron.
En el movimiento de Jesús las mujeres recuperaron la dignidad, la ciudadanía, la autoridad moral y la libertad que les negaban tanto el Imperio Romano como la religión judía. Eran reconocidas como sujetos religiosos y morales sin necesidad de la mediación o dependencia patriarcal. Un ejemplo es María Magdalena, figura para el mito, la leyenda y la historia, e icono en la lucha por la emancipación de las mujeres.
A ella apelan tanto los movimientos feministas laicos como las teologías desde la perspectiva de género, que la consideran un eslabón fundamental en la construcción de una sociedad igualitaria y respetuosa de la diferencia. María Magdalena responde, creo, al perfil que Virginia Woolf traza de Ethel Smyth: “Pertenece a la raza de las pioneras, de las que van abriendo camino. Ha ido por delante, y talado árboles, y barrenado rocas, y construido puentes, y así ha ido abriendo camino para las que van llegando tras ella”.
Las mujeres fueron las primeras personas que vivieron la experiencia de la resurrección, mientras que los discípulos varones se mostraron incrédulos al principio. Es esta experiencia la que dio origen a la Iglesia cristiana. Razón de más para afirmar que sin ellas no existiría el cristianismo. No pocas de las dirigentes de las comunidades fundadas por Pablo de Tarso eran mujeres, conforme al principio que él mismo estableció en la Carta a los Gálatas: “ya no hay más judío ni griego, esclavo ni libre, varón o hembra”.
Sin embargo, pronto cambiaron las cosas. Pedro, los apóstoles y sus sucesores, el papa y los obispos, se apropiaron de las llaves del reino, se hicieron con el bastón de mando, que nada tenía que ver con el cayado del pastor para apacentar las ovejas, mientras que a las mujeres les impusieron el velo, el silencio y la clausura monacal o doméstica. Eso sucedió cuando las iglesias dejaron de ser comunidades domésticas y se convirtieron en instituciones políticas e Iglesia.
¿Cuándo se reparará tamaña injusticia para con las mujeres en el cristianismo? Habría que volver a los orígenes, más en sintonía con los movimientos de emancipación que con las Iglesias cristianas de hoy. Es necesario cuestionar la primacía –el primado- de Pedro, que implica la concentración del poder en una sola persona e impide el acceso de las mujeres a las responsabilidades directivas compartidas.
Hay que recuperar el discipulado de María Magdalena, “Apóstol de los Apóstoles”, como la llama Elisabeth Schüssler en un artículo del mismo título pionero en las investigaciones feministas sobre el Testamento cristiano, en referencia al reconocimiento que se le daba en la Antigüedad cristiana. Es necesario revivir, refundar el cristianismo de María Magdalena, inclusivo de hombres y de mujeres, en continuidad con los profetas y las profetisas de Israel y con el profeta Jesús de Nazaret, pero no con la sucesión apostólica, de marcado acento jerárquico-patriarcal.
Un cristianismo olvidado entre las ruinas valladas de la ciudad de Magdala, lugar de nacimiento de María Magdalena, que visité hace tres años, a siete kilómetros de Cafarnaún, donde tuvo su residencia Jesús de Nazaret durante el tiempo que duró su actividad pública. En las excavaciones que se llevan a cabo en Magdala se descubrió en 2009 una importante sinagoga Ahí se encuentra la memoria subversiva del cristianismo originario liderado por Jesús y María Magdalena, que fue derrotado por el cristianismo oficial.
Pero de aquel cristianismo sepultado bajo esas ruinas emerge un cristianismo liberador vigoroso, desafiante, y empoderado a través de los movimientos igualitarios que surgen en los márgenes de las grandes iglesias cristianas, como surgió en los márgenes el primer movimiento de Jesús, de María Magdalena y de otras mujeres que le acompañaron durante los pocos meses que duró su actividad pública..
Es necesario heredar la autoridad moral y espiritual de María de Magdala como amiga, discípula, sucesora de Jesús y pionera de la igualdad. En definitiva, Jesús Nazaret, María Magdalena, Cristina de Pisan, Virginia Woolf, los movimientos feministas, las comunidades de base y la teología feminista de las religiones caminan en dirección similar. Por ahí han de ir las nuevas alianzas, creadas desde abajo y no desde el poder, en la lucha contra la violencia de género y la exclusión social de las mujeres.
+++
Juan José Tamayo es miembro del Comité Científico del Instituto Universitario de Estudios de Género de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica (Fragmenta, Barcelona, 2013) y de Invitación a la utopía. Ensayo histórico para tiempos de crisis (Trotta, Madrid, 2012), que tiene un capítulo dedicado a la utopía feminista.
Comentarios desactivados en Celebrando a Santa María Magdalena, recordamos que la resurrección también es para nosotros
El post de hoy es una reflexión para la Fiesta de Santa María Magdalena. Para encontrar las lecturas de ese día, haga clic aquí.
El colaborador invitado de hoy es Russ Petrus, codirector de FutureChurch, una organización de reforma que busca cambios que brinden a todos los católicos romanos la oportunidad de participar plenamente en la vida y el liderazgo de la Iglesia. Antes de su trabajo con FutureChurch, Russ sirvió en el ministerio parroquial en Boston y Cleveland. Tiene una Maestría en Divinidad de la Escuela de Teología y Ministerio de Boston College, completando la mayoría de sus estudios en la Escuela de Teología Weston Jesuit.
El 7 de julio fue mi sexto trabajo con FutureChurch, una organización de reforma que busca cambios que brinden a todos los católicos romanos la oportunidad de participar plenamente en la vida y el liderazgo de la Iglesia. Completamente inconsciente de ello, mi esposo Daniel compartió la memoria de Facebook, escribiendo: “Qué gran cambio fue en nuestras vidas cuando te mudaste a este trabajo…” Me inundó la emoción al recordar ese día. A medida que nos acercamos a la fiesta del 22 de julio de Santa María de Magdala, me doy cuenta cada vez más de los ecos de la historia de María en la mía. Y orando con su testimonio, me encuentro, de una manera completamente nueva, confiada y enviada para anunciar la resurrección, tal como ella lo fue hace unos 2.000 años.
Después de años de saber que era gay, finalmente reuní el coraje para salir del armario en 2001 cuando era estudiante de primer año en Canisius College, una escuela jesuita, en Buffalo, NY. Salté a los brazos abiertos del equipo de ministerio del campus que me celebró, mis dones y mis relaciones. Fue durante mis cuatro años de licenciatura que discerní un llamado al ministerio. Salí y me enamoré de Daniel, quien ahora es mi esposo. Finalmente, viviendo auténticamente, amándome a mí mismo y siendo amado por quien era, me sentí realmente vivo. Y especialmente cuando estaba involucrado en el ministerio.
Lucas 8: 2-3 nos dice que, habiendo sido sanada de siete demonios, María de Magdala, junto con otras mujeres, siguió a Jesús y apoyó su ministerio con sus recursos. Me pregunto: ¿Cuáles eran los demonios de los que María fue sanada? Sabemos que no fueron los siete pecados capitales (esa es una invención posterior que le impuso el Papa Gregorio I). Pero, ¿eran el tipo de duda, miedo al rechazo, imágenes de un Dios que no la amaba, una misoginia internalizada similar a la homofobia internalizada, temas que nosotros, como católicos LGBTQ +, también somos demasiado familiares? ¿O eran dolencias físicas, como la depresión, la ansiedad, el abuso de sustancias o los pensamientos suicidas paralizantes físicamente que tienen demasiadas personas LGBTQ +? Y cuando Jesús la sanó, ¿cómo fue eso? ¿Fue tan simple como mostrar su amor incondicional y abrazarla por lo que era y los dones que tenía para compartir?
Vivo con mi llamado al ministerio, lo seguí a Weston Jesuit School of Theology en Cambridge, MA, y obtuve una Maestría en Divinidad, aprendiendo todo lo que pude, absorbiendo el amor de Dios por mí, por todos nosotros, tal como lo había hecho María Magdala. hecho como siguió a Jesús desde Galilea.
Cualquiera que sea la apariencia de su curación, María debe haberse sentido verdaderamente viva después de ella: abrazándose a sí misma, siguiendo a Jesús, amando y siendo amada por él, aprendiendo de él y participando en su ministerio. ¿Qué más podría haberla obligado a seguirlo hasta la cruz, incluso cuando los discípulos varones se dispersaron atemorizados?
Después de años de vivir con integridad, las cosas comenzaron a cambiar para mí cuando comencé a trabajar en parroquias diocesanas. La vida honesta y auténtica que una vez había abrazado no fue bien recibida ni acogida en mi propia iglesia. De hecho, ser auténtico se convirtió en una carga, una amenaza para mi sustento y todo por lo que había trabajado y estudiado tan duro. En este ambiente hostil, como los hombres que habían seguido a Jesús, me encontré negando… escondiéndome… traicionando. Pronto volví al armario, coaccionado allí por consejeros y pastores bien intencionados y por amenazas de las autoridades eclesiales. Cerré mi página de Facebook y seleccioné cuidadosamente todo lo que publiqué o se publicó sobre mí. Daniel y yo siempre vivimos en el extremo opuesto de la ciudad de la parroquia para que nadie nos viera accidentalmente por ahí. Si alguien se cruzaba con nosotros en una cita, lo presentaba como mi “amigo”.
Con el tiempo, mi cuerpo comenzó a repugnar, mostrando serios signos de estrés crónico. Dos terapeutas me dijeron que no podía seguir viviendo esta vida encerrado. Dado el estrés de los dos, no es de sorprender que mi relación con Daniel estuviera en un terreno difícil. Sin embargo, no sabía qué más hacer. Todavía estaba pagando mi título y no pude evitar preguntarme si los catorce años anteriores y los miles de dólares habían sido en vano.
Los evangelios nos dicen que ya sea sola (Jn 20,1) o con otras mujeres (Mt 28,1; Mc 16,1; Lc 23,55-24,3) María de Magdala se dirige al sepulcro en esa primera Pascua peligrosa. Mañana. ¿Qué pasó por su mente cuando llegó a ungir el cuerpo de Jesús? ¿Se preguntó si todo había sido en vano? ¿Se arrepintió de haber “desperdiciado” sus preciosos recursos? ¿Ungir su cuerpo le traerá el cierre? ¿Podría hacer las paces con todo lo que había sucedido? Y al mirar dentro de la tumba vacía, ¿se sintió confundida y asustada sin saber qué hacer a continuación?
Entonces sucede: ¡Jesús resucitado se le revela! Le confía la Buena Nueva de la Resurrección y la envía a proclamarla en su nombre. Y como fiel seguidora que ha sido todo el tiempo, va y anuncia la noticia a los apóstoles. ¡Resurrección! La vida había cambiado, no solo para ella, sino para todos y para siempre.
Mientras miraba dentro de mi propia cueva oscura, finalmente llegué a la conclusión de que era hora de hacer un cambio, lo que sea que eso signifique. Entonces, abrí una ventana del navegador y comencé mi búsqueda de una nueva forma de ministerio. Y, para mi sorpresa, encontré una vacante para un Director de Programa de tiempo completo en FutureChurch, una organización dedicada a la justicia en la iglesia. ¡Solicité y me contrataron! Como María de Magdala, no podría haber sabido lo que encontraría al enfrentar mi tumba, pero no debería haberme sorprendido al encontrar el amor de Dios por mí incluso en ese lugar desolado.
Russ Petrus
Hoy, vivo mi vida y mi ministerio como mi yo auténtico. Y, con gratitud, recuerdo lo que ese cambio significó para mí y para Daniel: ambos podríamos vivir y ser las personas que Dios amaba. Cuando el matrimonio igualitario se convirtió en la ley del país, nos casamos. Ahora, podemos vivir donde queramos vivir, y cuando salimos en una cita, puedo presentarlo con orgullo como mi esposo. Una vez más soy el católico gay ruidoso y orgulloso que amaba ser. ¡Resurrección!
Mientras me esfuerzo por vivir mi llamado, me solidarizo con otros que están luchando: con Dios, con la Iglesia, con la familia, con mis compañeros de trabajo o con otras personas importantes. He experimentado mis propios demonios, mi propio llanto en una tumba vacía. Sin embargo, con gratitud, sé que la resurrección no fue solo para Jesús. Lo compartió. Con María de Magdala primero, y con todos nosotros –como algo para vivir, algo para anunciar– cada día de nuestra vida. Entonces, mientras celebramos la Fiesta de Santa María de Magdala, invito a aquellos que están sufriendo a manos de los líderes de la iglesia a recordar a María de Magdala, orar con ella y confiar en el amor y cuidado incondicional de Dios por ustedes. La resurrección también es para ti.
FutureChurch promueve la celebración de la fiesta de María de Magdala en las comunidades católicas de todo el país y del mundo. Para obtener más información sobre nuestros recursos y oportunidades para celebrar a María de Magdala, haga clic aquí.
Comentarios desactivados en “La tumba vacía, el triunfo del amor”, por Gabriel Mª Otalora
De su blog Punto de Encuentro:
| Gabriel Mª Otalora
No pocos críticos se han opuesto a la historia del sepulcro vacío afirmando que se trataba de la creación de una leyenda fabulada. Pero una de las evidencias más convincentes proviene de sus descubridoras, en femenino: fueron mujeres. Lo significativo es que en el tiempo de Jesús, las mujeres no tenían autoridad. La mujer no tenía derecho a prestar testimonio, excepto en algunos casos excepcionales, los mismos en que se aceptaba también el de un esclavo pagano, tal era la consideración que se tenía de ellas.
Si los relatos de la resurrección se hubieran inventado, como sostienes algunos, las mujeres no hubieran sido consideradas las primeras testigos. Con el descrédito que arrastraban por su condición de mujeres, su testimonio no se hubiese incorporado en sus relatos de manera unánime. Veamos:
Evangelio de Mateo = María Magdalena y la otra María descubrieron el sepulcro vacío y un ángel les revela que ha resucitado. Jesús les sale al encuentro. Evangelio de Marcos = María Magdalena, María la de Santiago y Salomé van al sepulcro y el ángel les anuncia la resurrección. Jesús se aparece a María Magdalena. Evangelio de Lucas = María Magdalena, Juana y María la de Santiago se les aparece el ángel con el anuncio de la Resurrección. Evangelio de Juan = María Magdalena descubre el sepulcro vacío y lo comunica a los discípulos. Cuando estos comprueban que el sepulcro estaba vacío, ella se queda llorando creyendo que habían robado el cuerpo de Jesús. Entonces se aparecen dos ángeles y Jesús, a quien no reconoce en un primer momento. Cristo la convierte en misionera (Jn 20, 17 y 18). Con diferentes detalles, ellas son las que reciben el primer anuncio de la Resurrección y solo a ellas se les encomienda el primer anuncio, con la Magdalena de protagonista.
Lo que se desprende de todo ello es que las mujeres fueron importantes teológicamente: de una mujer nació el Salvador, y mujeres fueron las que anunciaron la Resurrección.
Tras el testimonio de las mujeres, tenemos el de los apóstoles a posteriori, que llegaron a dar la vida proclamando que habían experimentado a Jesús resucitado y la Buena Noticia que anunciaban. Pero lo importante es que la resurrección es real desde la perspectiva de la fe hasta lograr un poderoso movimiento religioso muy influyente en la historia. Jesús no funda la Iglesia, pero la Iglesia se funda en las raíces y la savia de Cristo resucitado.
Los primero sujetos de esta experiencia son los que habían conocido a Jesús antes de su muerte. Podemos decir que las apariciones muestran a los miembros de la comunidad como testigos de Jesús y de Cristo resucitado. De hecho, perdieron la fe en Jesús como Mesías al verlo crucificado, muerto y sepultado. Tras su experiencia pascual, primero hubo incredulidad. El maestro querido se presenta y no es reconocido: sobre este punto los testimonios evangélicos concuerdan. Es Él mismo quien les conduce al punto de hacerles caer en la cuenta de lo que los profetas anunciaron cientos de años antes: el sufrimiento y la muerte del Mesías. Un elemento histórico, ciertamente. La transformación de su fe les permite reconocerle; la fe es necesaria, pero sólo el Resucitado puede hacerla nacer. Sin la fe, los signos tienden a desmoronarse.
El misterio de Cristo, muerto y resucitado, constituye el fundamento de nuestra fe en Dios-Amor; no podemos hablar del misterio como tal, pero sí de que es de la resurrección de Jesús de donde nace la comunidad embrionaria en la que se comienza a vivir la Buena Noticia. De esta experiencia brota sentirse amado y la consecuencia de amar a los congéneres, a las criaturas, a todo lo creado para ser hermano universal que sirve como lo hizo Jesús. Este es el camino para convertirnos en esperanza de resurrección entre tantos hermanos nuestros crucificados por los dolores de la vida, y a quienes tenemos que ver con los ojos de Jesús.
En su obra La Ciudad de las Damas, de principios del siglo XV, la escritora francesa Christine de Pisan constataba la disparidad entre la imagen negativa de los varones sobre las mujeres y el conocimiento que tenía de sí misma y de otras mujeres. Los varones afirmaban que el comportamiento femenino estaba colmado de todo vicio; juicio que en opinión de Christine demostraba bajeza de espíritu y falta de honradez. Ella, por el contrario, tras hablar con muchas mujeres de su tiempo que le relataron sus pensamientos más íntimos y estudiar la vida de prestigiosas mujeres del pasado, les reconoce el don de la palabra y una inteligencia especial para el estudio del derecho, la filosofía y el gobierno.
La situación de entonces se repite hoy en la mayoría de las religiones, que se configuran patriarcalmente y nunca se han llevado bien con las mujeres. Estas no suelen ser consideradas sujetos religiosos ni morales, por eso se las pone bajo la guía de un varón que las lleve por la senda de la virtud. Se les niega el derecho a la libertad dando por supuesto que hacen mal uso de ella. Se les veta a la hora de asumir responsabilidades directivas por entender que son irresponsables por naturaleza. Son excluidas del espacio sagrado por impuras. Se las silencia por creer que son lenguaraces y dicen inconveniencias. Son objeto de todo tipo de violencia: moral, religiosa, simbólica, cultural, física, etc.
Sin embargo, las religiones difícilmente hubieran podido nacer y pervivir sin ellas. Sin las mujeres es posible que no hubiera surgido el cristianismo y quizá no se hubiera expandido como lo hizo. Ellas acompañaron a su fundador Jesús de Nazaret desde el comienzo en Galilea hasta el final en el Gólgota. Recorrieron con él ciudades y aldeas anunciando el Evangelio (=Buena Noticia), le ayudaron con sus bienes y formaron parte de su movimiento.
La teóloga feminista Elisabeth Schüssler Fiorenza ha demostrado en su libro En memoria de ellaque las primeras seguidoras de Jesús eran mujeres galileas liberadas de toda dependencia patriarcal, con autonomía económica, que se identificaban como mujeres en solidaridad con otras mujeres y se reunían para celebrar comidas en común, vivir experiencias de curaciones y reflexionar en grupo.
El movimiento de Jesús era un colectivo igualitario de seguidores y seguidoras, sin discriminaciones por razones de género. No identificaba a las mujeres con la maternidad. Se oponía a las leyes judías que las discriminaban, como el libelo de repudio y la lapidación, y cuestionaba el modelo de familia patriarcal. En él se compaginaban armónicamente la opción por los pobres y la emancipación de las estructuras patriarcales. Las mujeres eran amigas de Jesús, personas de confianza y discípulas que estuvieron con él hasta el trance más dramático de la crucifixión, cuando los seguidores varones lo abandonaron.
En el movimiento de Jesús las mujeres recuperaron la dignidad, la ciudadanía, la autoridad moral y la libertad que les negaban tanto el Imperio Romano como la religión judía. Eran reconocidas como sujetos religiosos y morales sin necesidad de la mediación o dependencia patriarcal. Un ejemplo es María Magdalena, figura para el mito, la leyenda y la historia, e icono en la lucha por la emancipación de las mujeres.
A ella apelan tanto los movimientos feministas laicos como las teologías desde la perspectiva de género, que la consideran un eslabón fundamental en la construcción de una sociedad igualitaria y respetuosa de la diferencia. María Magdalena responde, creo, al perfil que Virginia Woolf traza de Ethel Smyth: “Pertenece a la raza de las pioneras, de las que van abriendo camino. Ha ido por delante, y talado árboles, y barrenado rocas, y construido puentes, y así ha ido abriendo camino para las que van llegando tras ella”.
Las mujeres fueron las primeras personas que vivieron la experiencia de la resurrección, mientras que los discípulos varones se mostraron incrédulos al principio. Es esta experiencia la que dio origen a la Iglesia cristiana. Razón de más para afirmar que sin ellas no existiría el cristianismo. No pocas de las dirigentes de las comunidades fundadas por Pablo de Tarso eran mujeres, conforme al principio que él mismo estableció en la Carta a los Gálatas: “ya no hay más judío ni griego, esclavo ni libre, varón o hembra”.
Sin embargo, pronto cambiaron las cosas. Pedro, los apóstoles y sus sucesores, el papa y los obispos, se apropiaron de las llaves del reino, se hicieron con el bastón de mando, que nada tenía que ver con el cayado del pastor para apacentar las ovejas, mientras que a las mujeres les impusieron el velo, el silencio y la clausura monacal o doméstica. Eso sucedió cuando las iglesias dejaron de ser comunidades domésticas y se convirtieron en instituciones políticas e Iglesia.
¿Cuándo se reparará tamaña injusticia para con las mujeres en el cristianismo? Habría que volver a los orígenes, más en sintonía con los movimientos de emancipación que con las Iglesias cristianas de hoy. Es necesario cuestionar la primacía –el primado- de Pedro, que implica la concentración del poder en una sola persona e impide el acceso de las mujeres a las responsabilidades directivas compartidas.
Hay que recuperar el discipulado de María Magdalena, “Apóstol de los Apóstoles”, como la llama Elisabeth Schüssler en un artículo del mismo título pionero en las investigaciones feministas sobre el Testamento cristiano, en referencia al reconocimiento que se le daba en la Antigüedad cristiana. Es necesario revivir, refundar el cristianismo de María Magdalena, inclusivo de hombres y de mujeres, en continuidad con los profetas y las profetisas de Israel y con el profeta Jesús de Nazaret, pero no con la sucesión apostólica, de marcado acento jerárquico-patriarcal.
Un cristianismo olvidado entre las ruinas valladas de la ciudad de Magdala, lugar de nacimiento de María Magdalena, que visité hace tres años, a siete kilómetros de Cafarnaún, donde tuvo su residencia Jesús de Nazaret durante el tiempo que duró su actividad pública. En las excavaciones que se llevan a cabo en Magdala se descubrió en 2009 una importante sinagoga Ahí se encuentra la memoria subversiva del cristianismo originario liderado por Jesús y María Magdalena, que fue derrotado por el cristianismo oficial.
Pero de aquel cristianismo sepultado bajo esas ruinas emerge un cristianismo liberador vigoroso, desafiante, y empoderado a través de los movimientos igualitarios que surgen en los márgenes de las grandes iglesias cristianas, como surgió en los márgenes el primer movimiento de Jesús, de María Magdalena y de otras mujeres que le acompañaron durante los pocos meses que duró su actividad pública..
Es necesario heredar la autoridad moral y espiritual de María de Magdala como amiga, discípula, sucesora de Jesús y pionera de la igualdad. En definitiva, Jesús Nazaret, María Magdalena, Cristina de Pisan, Virginia Woolf, los movimientos feministas, las comunidades de base y la teología feminista de las religiones caminan en dirección similar. Por ahí han de ir las nuevas alianzas, creadas desde abajo y no desde el poder, en la lucha contra la violencia de género y la exclusión social de las mujeres.
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Juan José Tamayo es miembro del Comité Científico del Instituto Universitario de Estudios de Género de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Cincuenta intelectuales para una conciencia crítica (Fragmenta, Barcelona, 2013) y de Invitación a la utopía. Ensayo histórico para tiempos de crisis (Trotta, Madrid, 2012), que tiene un capítulo dedicado a la utopía feminista.
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El post de hoy es una reflexión para la Fiesta de Santa María Magdalena, que es el próximo jueves 22 de julio. Para encontrar las lecturas de ese día, haga clic aquí.
El colaborador invitado de hoy es Russ Petrus, codirector de FutureChurch, una organización de reforma que busca cambios que brinden a todos los católicos romanos la oportunidad de participar plenamente en la vida y el liderazgo de la Iglesia. Antes de su trabajo con FutureChurch, Russ sirvió en el ministerio parroquial en Boston y Cleveland. Tiene una Maestría en Divinidad de la Escuela de Teología y Ministerio de Boston College, completando la mayoría de sus estudios en la Escuela de Teología Weston Jesuit.
El 7 de julio fue mi sexto trabajo con FutureChurch, una organización de reforma que busca cambios que brinden a todos los católicos romanos la oportunidad de participar plenamente en la vida y el liderazgo de la Iglesia. Completamente inconsciente de ello, mi esposo Daniel compartió la memoria de Facebook, escribiendo: “Qué gran cambio fue en nuestras vidas cuando te mudaste a este trabajo…” Me inundó la emoción al recordar ese día. A medida que nos acercamos a la fiesta del 22 de julio de Santa María de Magdala, me doy cuenta cada vez más de los ecos de la historia de María en la mía. Y orando con su testimonio, me encuentro, de una manera completamente nueva, confiada y enviada para anunciar la resurrección, tal como ella lo fue hace unos 2.000 años.
Después de años de saber que era gay, finalmente reuní el coraje para salir del armario en 2001 cuando era estudiante de primer año en Canisius College, una escuela jesuita, en Buffalo, NY. Salté a los brazos abiertos del equipo de ministerio del campus que me celebró, mis dones y mis relaciones. Fue durante mis cuatro años de licenciatura que discerní un llamado al ministerio. Salí y me enamoré de Daniel, quien ahora es mi esposo. Finalmente, viviendo auténticamente, amándome a mí mismo y siendo amado por quien era, me sentí realmente vivo. Y especialmente cuando estaba involucrado en el ministerio.
Lucas 8: 2-3 nos dice que, habiendo sido sanada de siete demonios, María de Magdala, junto con otras mujeres, siguió a Jesús y apoyó su ministerio con sus recursos. Me pregunto: ¿Cuáles eran los demonios de los que María fue sanada? Sabemos que no fueron los siete pecados capitales (esa es una invención posterior que le impuso el Papa Gregorio I). Pero, ¿eran el tipo de duda, miedo al rechazo, imágenes de un Dios que no la amaba, una misoginia internalizada similar a la homofobia internalizada, temas que nosotros, como católicos LGBTQ +, también somos demasiado familiares? ¿O eran dolencias físicas, como la depresión, la ansiedad, el abuso de sustancias o los pensamientos suicidas paralizantes físicamente que tienen demasiadas personas LGBTQ +? Y cuando Jesús la sanó, ¿cómo fue eso? ¿Fue tan simple como mostrar su amor incondicional y abrazarla por lo que era y los dones que tenía para compartir?
Vivo con mi llamado al ministerio, lo seguí a Weston Jesuit School of Theology en Cambridge, MA, y obtuve una Maestría en Divinidad, aprendiendo todo lo que pude, absorbiendo el amor de Dios por mí, por todos nosotros, tal como lo había hecho María Magdala. hecho como siguió a Jesús desde Galilea.
Cualquiera que sea la apariencia de su curación, María debe haberse sentido verdaderamente viva después de ella: abrazándose a sí misma, siguiendo a Jesús, amando y siendo amada por él, aprendiendo de él y participando en su ministerio. ¿Qué más podría haberla obligado a seguirlo hasta la cruz, incluso cuando los discípulos varones se dispersaron atemorizados?
Después de años de vivir con integridad, las cosas comenzaron a cambiar para mí cuando comencé a trabajar en parroquias diocesanas. La vida honesta y auténtica que una vez había abrazado no fue bien recibida ni acogida en mi propia iglesia. De hecho, ser auténtico se convirtió en una carga, una amenaza para mi sustento y todo por lo que había trabajado y estudiado tan duro. En este ambiente hostil, como los hombres que habían seguido a Jesús, me encontré negando… escondiéndome… traicionando. Pronto volví al armario, coaccionado allí por consejeros y pastores bien intencionados y por amenazas de las autoridades eclesiales. Cerré mi página de Facebook y seleccioné cuidadosamente todo lo que publiqué o se publicó sobre mí. Daniel y yo siempre vivimos en el extremo opuesto de la ciudad de la parroquia para que nadie nos viera accidentalmente por ahí. Si alguien se cruzaba con nosotros en una cita, lo presentaba como mi “amigo”.
Con el tiempo, mi cuerpo comenzó a repugnar, mostrando serios signos de estrés crónico. Dos terapeutas me dijeron que no podía seguir viviendo esta vida encerrado. Dado el estrés de los dos, no es de sorprender que mi relación con Daniel estuviera en un terreno difícil. Sin embargo, no sabía qué más hacer. Todavía estaba pagando mi título y no pude evitar preguntarme si los catorce años anteriores y los miles de dólares habían sido en vano.
Los evangelios nos dicen que ya sea sola (Jn 20,1) o con otras mujeres (Mt 28,1; Mc 16,1; Lc 23,55-24,3) María de Magdala se dirige al sepulcro en esa primera Pascua peligrosa. Mañana. ¿Qué pasó por su mente cuando llegó a ungir el cuerpo de Jesús? ¿Se preguntó si todo había sido en vano? ¿Se arrepintió de haber “desperdiciado” sus preciosos recursos? ¿Ungir su cuerpo le traerá el cierre? ¿Podría hacer las paces con todo lo que había sucedido? Y al mirar dentro de la tumba vacía, ¿se sintió confundida y asustada sin saber qué hacer a continuación?
Entonces sucede: ¡Jesús resucitado se le revela! Le confía la Buena Nueva de la Resurrección y la envía a proclamarla en su nombre. Y como fiel seguidora que ha sido todo el tiempo, va y anuncia la noticia a los apóstoles. ¡Resurrección! La vida había cambiado, no solo para ella, sino para todos y para siempre.
Mientras miraba dentro de mi propia cueva oscura, finalmente llegué a la conclusión de que era hora de hacer un cambio, lo que sea que eso signifique. Entonces, abrí una ventana del navegador y comencé mi búsqueda de una nueva forma de ministerio. Y, para mi sorpresa, encontré una vacante para un Director de Programa de tiempo completo en FutureChurch, una organización dedicada a la justicia en la iglesia. ¡Solicité y me contrataron! Como María de Magdala, no podría haber sabido lo que encontraría al enfrentar mi tumba, pero no debería haberme sorprendido al encontrar el amor de Dios por mí incluso en ese lugar desolado.
Hoy, vivo mi vida y mi ministerio como mi yo auténtico. Y, con gratitud, recuerdo lo que ese cambio significó para mí y para Daniel: ambos podríamos vivir y ser las personas que Dios amaba. Cuando el matrimonio igualitario se convirtió en la ley del país, nos casamos. Ahora, podemos vivir donde queramos vivir, y cuando salimos en una cita, puedo presentarlo con orgullo como mi esposo. Una vez más soy el católico gay ruidoso y orgulloso que amaba ser. ¡Resurrección!
Mientras me esfuerzo por vivir mi llamado, me solidarizo con otros que están luchando: con Dios, con la Iglesia, con la familia, con mis compañeros de trabajo o con otras personas importantes. He experimentado mis propios demonios, mi propio llanto en una tumba vacía. Sin embargo, con gratitud, sé que la resurrección no fue solo para Jesús. Lo compartió. Con María de Magdala primero, y con todos nosotros –como algo para vivir, algo para anunciar– cada día de nuestra vida. Entonces, mientras celebramos la Fiesta de Santa María de Magdala, invito a aquellos que están sufriendo a manos de los líderes de la iglesia a recordar a María de Magdala, orar con ella y confiar en el amor y cuidado incondicional de Dios por ustedes. La resurrección también es para ti.
FutureChurch promueve la celebración de la fiesta de María de Magdala en las comunidades católicas de todo el país y del mundo. Para obtener más información sobre nuestros recursos y oportunidades para celebrar a María de Magdala, haga clic aquí.
Comentarios desactivados en María Magdalena ¿por qué nos cuesta llamarla “santa”?, por Consuelo Vélez
De su blog Fe y Vida:
“Tenemos la certeza que María Magdalena fue Apóstola y así lo celebramos”
En 2016 el papa Francisco decretó que la conmemoración de María Magdalena (22 de julio) debía pasar a ser “fiesta litúrgica como el resto de los apóstoles”, llamándola “Apóstola de los apóstoles”
“Esta recuperación de la figura de María Magdalena todavía no ha penetrado suficientemente en el imaginario y en la creencia de la mayoría de los cristianos. Persiste lo que se afirmó de ella durante siglos: pecadora (prostituta) a la que Jesús había perdonado”
“Otra consecuencia es que siendo la primera evangelizadora no hay razón para no tomar las enseñanzas de las mujeres con el mismo valor que la de los varones”
En 2016 el papa Francisco decretó que la conmemoración de María Magdalena (22 de julio) debía pasar a ser “fiesta litúrgica como el resto de los apóstoles”, llamándola “Apóstola de los apóstoles”. Según explicó el secretario de la Congregación para el Culto Divino de ese momento, esa decisión respondía “al contexto actual que requiere una reflexión más profunda sobre la dignidad de la mujer, la nueva evangelización y la grandeza del misterio de la misericordia divina”.
Recordaba que ya Juan Pablo II había prestado atención a la importancia de la mujer en la misión de Cristo y de la Iglesia, poniendo énfasis en la figura de María Magdalena como primera testiga de la resurrección y quién anunció a los apóstoles ese acontecimiento. Por esto se afirma, en el decreto que, “Santa María Magdalena es un ejemplo de evangelización verdadera y auténtica, es decir, una evangelista que anuncia el gozoso mensaje central de Pascua”.
Sin embargo, esta recuperación de la figura de María Magdalena todavía no ha penetrado suficientemente en el imaginario y en la creencia de la mayoría de los cristianos. Persiste lo que se afirmó de ella durante siglos: pecadora (prostituta) a la que Jesús había perdonado. Esta imagen de María Magdalena surgió por haberla identificado con la pecadora arrepentida que entra en casa de Simón el fariseo (Lc 7, 36-50) y con María la hermana de Lázaro y Marta, la cual también unge a Jesús (Jn 12, 1-8).
Cuando el texto de Lucas se refiere “a algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios” (8.2), está queriendo decir que fue curada de su enfermedad -probablemente muy grave -de ahí los siete demonios-, pero en ningún momento refiriéndose a su condición moral.
Aunque en la actualidad hay muchos estudios sobre María Magdalena, no se han concretado, en la práctica, todas las consecuencias que la correcta interpretación bíblica sobre ella trae para las mujeres en la Iglesia. La primera, es el reconocimiento de María Magdalena al mismo nivel que los apóstoles. De hecho, ella -y otras mujeres- le siguieron desde Galilea hasta Jerusalén, condición que luego se invoca en el libro de Hechos de los Apóstoles para nombrar al apóstol en reemplazo de Judas (Hc 1,21). Por lo tanto, no debería costar tanto imaginar a las mujeres formando parte del colegio apostólico. Tenemos la certeza que María Magdalena fue Apóstola y así lo celebramos.
Otra consecuencia es que siendo la primera evangelizadora no hay razón para no tomar las enseñanzas de las mujeres con el mismo valor que la de los varones. Todavía cuesta aceptar la enseñanza teológica impartida por mujeres en seminarios y facultades de teología. Por supuesto, algo ha cambiado y más mujeres son reconocidas en el ámbito teológico y en el servicio eclesial. Sin embargo, su participación sigue siendo pequeña, nada equitativa con respecto al número de varones que ocupan dichos espacios, ni sus logros académicos y pastorales son tomados con la misma seriedad, interés y respeto que tantas veces se toma el aporte de los teólogos y de los clérigos.
Quiero hacer notar, además, las pocas veces que damos a María Magdalena el título de “santa”. Efectivamente, ella lo es y así la podríamos llamar para seguir borrando esa imagen tan invocada de prostituta y que ha contribuido a identificar a las mujeres con los pecados referidos a la sexualidad. No sólo no hay muchos esfuerzos por llamarla santa, como tampoco de resaltar demasiado su fiesta. Sería una ocasión propicia para posicionar la verdad sobre ella.
Mucho menos hay interés en llamarla Apóstola, ni primera evangelizadora aunque tres evangelistas relatan el envío que Jesús le hace para que anuncie a los discípulos su resurrección (Mc 16, 7; Mt 28, 7; Jn 20, 17) e, incluso Lucas, quien progresivamente fue invisibilizando el papel de las mujeres en su evangelio, de todas maneras, no deja de constatar que son las mujeres las que anuncian esa buena noticia a los apóstoles, colocando a María Magdalena en primer lugar (Lc 24, 9).
Últimamente se ha utilizado su figura -en la literatura y en el cine- para mostrarla como compañera de Jesús o resaltando su protagonismo en la primera comunidad, con el fin de contrarrestar la figura de Pedro. Pero, ninguna de estas dos aproximaciones, están en la Biblia.
En tiempos de trabajar por una Iglesia sinodal, seguir visibilizando a María Magdalena en los roles que verdaderamente tuvo al lado de Jesús y en la naciente comunidad cristiana, ayudará significativamente a acelerar la participación plena de las mujeres en la Iglesia. Por eso, es de desear que esta celebración de su fiesta, el próximo 22 de julio, podamos vivirla con más profundidad, sintiendo así que no es una rareza que 50 mujeres voten en el próximo sínodo sino, por el contrario, lo extraño es que no haya muchas más mujeres en esos niveles de decisión donde se gesta el futuro de la Iglesia, esta misma Iglesia que sin el primer anuncio hecho por María Magdalena, tal vez nunca habría existido.
Cabe anotar, finalmente que, a pesar de las resistencias al lenguaje inclusivo en algunos círculos eclesiásticos (y sociales), fue Santo Tomás quien habló de ella como “apóstola” y el Decreto de su fiesta mantiene ese término en femenino. Sería bueno, dejar las resistencias y acostumbrar nuestros oídos a los términos femeninos que permiten visibilizar a las mujeres. Sin darnos cuenta pronto esas palabras nos sonarían igual de normales que todos los términos que hasta hoy se han ido creando en nuestro lenguaje.
Comentarios desactivados en “ Esperamos resucitar”, por Felisa Elizondo, teóloga
“Resurrección es el nombre de nuestra esperanza”
“En el ambiente de estos días cercanos a la Pascua vuelven a mi mente imágenes y palabras asociadas a ese día que comienza con una larga Vigilia”
“A lo largo de unos cuantos decenios, exegetas, historiadores y teólogos han analizado detenidamente los textos bíblicos en los que, a veces con sobriedad extrema, aparecen el término y sus sinónimos referidos, en primer lugar, a un crucificado”
“Exegetas e historiadores, y desde luego teólogos, no han dejado de señalar que la fe en la resurrección es un fogonazo de luz que nos alcanza y en la que puede descansar nuestra esperanza. Valgan como ejemplo algunas intervenciones que citaremos abreviándolas”
“‘Morir –ha dejado dicho el poeta Christian Bobin, mirando la lápida de su padre– no cierra el libro en la última página’. Y para quien cree, la promesa de resucitar contiene también la del reencuentro”
| Felisa Elizondo, teóloga
En el ambiente de estos días cercanos a la Pascua vuelven a mi mente imágenes y palabras asociadas a ese día que comienza con una larga Vigilia. En primer plano, la representación de enormes dimensiones, ideada por Pericle Fazzii, fundida en bronce y cobre que preside el Aula Nervi (llamada así por el arquitecto que la proyectó), la magnífica Sala vaticana destinada a las Audiencias. Pintores y escultores geniales han probado la dificultad de representar lo impensable del misterio, y no debió ser menor la del autor de la Rissurrezione que domina desde el trasfondo aquel recinto.
Es sabido que la obra fue encargada ya en 1964 por san Pablo VI, que se expuso a la vista de todos en 1971. El escultor admite que quiso representarla “como un estallido de tierra, como una enorme tempestad en forma de un mundo en explosión” que rodea al Cristo que se alza sereno. El trabajo muestra un excepcional dominio de materiales duros, adelgazados y modelados hasta dar al conjunto una sorprendente impresión de ligereza. De ese modo, aparece como un imponente relieve que quiere dar idea del alcance y la fuerza de la resurrección de Jesús, que arrastra consigo, eleva y transfigura esta tierra nuestra.
Contemplada con calma, esta Rissurrezione parece decir en bronce algo que tampoco las palabras alcanzan a aferrar: que el Resucitado es “la tierra de los vivos”. La cita llega desde la inscripción de una iglesia ortodoxa de Constantinopla, y Olivier Clément, que la recoge, comenta: “No es la reanimación de un cadáver según las condiciones “de este mundo”, sino la inversión de dichas condiciones, la transformación universal que comienza en una humanidad convertida en la humanidad de Dios” (La alegría de la resurrección, 2016, 106-107).
En mi percepción –que es seguramente la de muchos más– esta representación, forjada por un broncista insigne, refleja el clima de la renovación conciliar que en pleno siglo pasado hizo revivir en las conciencias, con declaraciones solemnes, la promesa bíblica de “unos cielos nuevos y una nueva tierra”. Y podría acogerse también al título de La Pascua de la creación, que encabeza el libro póstumo de Juan Luis Ruiz de la Peña, uno de los tratados más apreciados en la teología reciente escrito en castellano. De hecho, el impacto de ese fondo espectacular en el que el metal parece aligerarse al máximo para dar idea de una materia que se transforma, encaja bien con las palabras y los textos que tratan de decir en el mundo de hoy, con la mayor justeza posible, lo que la memoria cristiana ha conservado desde los primeros decenios de nuestra era.
Decir “resurrección” hoy
A lo largo de unos cuantos decenios, exegetas, historiadores y teólogos han analizado detenidamente los textos bíblicos en los que, a veces con sobriedad extrema, aparecen el término y sus sinónimos referidos, en primer lugar, a un crucificado. Y que apuntan también a lo que sus seguidores podían esperar. Sabemos que apenas transcurridos veinte años de la crucifixión, hacia el año 47, Pablo de Tarso recordaba a los corintios que lo primero que trasmitió fue “que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer día”(Cor 15, 3-4). Y que en otros lugares del Nuevo Testamento, con el lenguaje de la vida o de la exaltación, se encuentra también el testimonio de lo increíble pero real sucedido en Jesús de Nazaret. Un testimonio que llega desde seguidores primero desilusionados y luego exultantes. Anuncio que presagia lo que felizmente nos aguarda y aguarda a la creación entera.
Los estudios a que nos hemos referido han vuelto a poner de relieve lo nuclear y decisivo para la humanidad y la creación entera de la irrupción de vida realizada en Jesús, como “el primero de los hermanos”. Se trata de la “experiencia fundante”, que los discípulos transmitieron con fórmulas y relatos diversos y que la tradición ha conservado. Una experiencia pascual vivida en la fe que los llevó hasta dar su vida por extender a más aquel anuncio feliz. Una memoria viva que culmina las celebraciones cristianas ahora mismo.
Exegetas e historiadores, y desde luego teólogos, no han dejado de señalar que la fe en la resurrección es un fogonazo de luz que nos alcanza y en la que puede descansar nuestra esperanza. Valgan como ejemplo algunas intervenciones que citaremos abreviándolas.
“Ha resucitado“, un anuncio glosado por Benedicto XVI
En su libro Jesús de Nazaret (1913), el papa Benedicto dedicó algunas páginas a las distintas lecturas de los pasajes de la Escritura que se ofrecen en el panorama teológico reciente. A lo largo de su pontificado, con ocasión de celebraciones pascuales, pronunció varias homilías en las que expresa, con profundidad y sencillez a un tiempo, cómo la confesión de fe en el Resucitado posibilita y reclama de quien cree una vida convertida y humildemente esperanzada.
En 2006, inició la Vigilia Pascual con la pregunta del ángel a las mujeres que acudían al sepulcro: “¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí, ha resucitado” (Mc 16, 6). Y añadía: “Lo mismo nos dice también a nosotros el evangelista en esta noche santa: Jesús no es un personaje del pasado. Él vive y, como ser viviente, camina delante de nosotros; nos llama a seguirlo a Él, el viviente, y a encontrar así también nosotros el camino de la vida (…) En Pascua nos alegramos porque Cristo no ha quedado en el sepulcro, su cuerpo no ha conocido la corrupción; pertenece al mundo de los vivos, no al de los muertos; nos alegramos porque Él es –como proclamamos en el rito del cirio pascual– Alfa y al mismo tiempo Omega, y existe por tanto, no sólo ayer, sino también hoy y por la eternidad (cf. Hb 13, 8)”.
Reconocía también la extrañeza que encuentra ahora mismo ese anuncio: “En cierto modo, vemos la resurrección tan fuera de nuestro horizonte, tan extraña a todas nuestras experiencias, que, entrando en nosotros mismos, continuamos con la discusión de los discípulos: ¿En qué consiste propiamente eso de «resucitar»? ¿Qué significa para nosotros? ¿Y para el mundo y la historia en su conjunto?”.
Un misterioso y decisivo acontecimiento
La interrogación –proseguía el Papa en la homilía– no se satisface con la respuesta de un milagro, el de un cadáver reanimado, sino que nos afecta de otra manera: “La resurrección de Cristo es precisamente algo más, una cosa distinta. Es –si podemos usar por una vez el lenguaje de la teoría de la evolución– la mayor «mutación», el salto más decisivo en absoluto hacia una dimensión totalmente nueva que se haya producido jamás en la larga historia de la vida y de sus desarrollos: un salto de un orden completamente nuevo, que nos afecta y que atañe a toda la historia”.
Y argumentaba: “La pregunta se detiene en lo decisivo de que este hombre se encontraba… en un mismo abrazo con Aquel que es la vida misma, un abrazo no solamente emotivo, sino que abarcaba y penetraba su ser. Su propia vida no era solamente suya, era una comunión existencial con Dios y un estar insertado en Dios, y por eso no se la podía quitar realmente (…) Así destruyó el carácter definitivo de la muerte, porque en Él estaba presente el carácter definitivo de la vida. Él era una cosa sola con la vida indestructible, de manera que ésta brotó de nuevo a través de la muerte (…) Su comunión existencial con Dios era concretamente una comunión existencial con el amor de Dios, y este amor es la verdadera potencia contra la muerte, es más fuerte que la muerte”.
Estallido de luz y explosión de amor
“La resurrección –prosigue la homilía– fue como un estallido de luz, una explosión del amor que desató el vínculo hasta entonces indisoluble del «morir y devenir». Inauguró una nueva dimensión del ser, de la vida, en la que también ha sido integrada la materia, de manera transformada, y a través de la cual surge un mundo nuevo”.
Se trata –viene a decir– de un estallido que nos afecta de lleno: “Es un salto cualitativo en la historia de la «evolución» y de la vida en general hacia una nueva vida futura, hacia un mundo nuevo que, partiendo de Cristo, entra ya continuamente en este mundo nuestro, lo transforma y lo atrae hacia sí”. Semejante acontecimiento –sigue diciendo– nos llega mediante la fe y el bautismo, un rito que forma parte desde antiguo de la celebración pascual. Y a este propósito afirma que el bautismo, que implica nada menos que muerte y resurrección, comporta “renacimiento, transformación en una nueva vida”: “Un yo insertado en un nuevo sujeto más grande, transformado, bruñido, abierto a la inserción en el otro, en el que adquiere su nuevo espacio de existencia”.
“El gran estallido de la resurrección –insiste– nos ha alcanzado en el bautismo para atraernos. Quedamos así asociados a una nueva dimensión de la vida en la que, en medio de las tribulaciones de nuestro tiempo, estamos ya de algún modo inmersos…”
Todavía antes de terminar se refiere a un tema siempre presente en la liturgia: la alegría pascual. En estos términos: “Ésta es la alegría de la Vigilia pascual. La resurrección no ha pasado, la resurrección nos ha alcanzado e impregnado. A ella, es decir al Señor resucitado, nos sujetamos, y sabemos que también Él nos sostiene firmemente cuando nuestras manos se debilitan. Nos agarramos a su mano, y así nos damos la mano unos a otros, nos convertimos en un sujeto único y no solamente en una sola cosa”.
Y en un último párrafo: “La vida eterna, la inmortalidad beatífica, no la tenemos por nosotros mismos ni en nosotros mismos, sino por una relación, mediante la comunión existencial con Aquel que es la Verdad y el Amor y, por tanto, es eterno, es Dios mismo. La meta”.
El nombre de nuestra esperanza
Hemos prestado atención especial a esta exégesis del creer en la resurrección porque llega de un creyente, un papa teólogo muy consciente de hablar de algo tan singular como la resurrección de Jesús y la nuestra en un tiempo de realismo corto, tentado de inmanencia, aunque siga siendo sensible al dolor y desearía evitar desastres y desgracias. A las frases reseñadas podrían sumarse otras expresiones que han quedado impresas en escritos posteriores. Sin olvidar la actitud serena y la confianza humilde que, en coherencia con lo que había escrito y predicado, mostró ante la cercanía de su propia muerte.
Releyendo otras reflexiones hechas en la teología reciente sobre el significado y alcance de lo que confesamos, se podría encontrar afirmado que la fe-esperanza de resurrección hace de la nuestra “una humanidad realzada: “La idea de salvación(también de la muerte) –insistía el teólogo belga Adolf Gesché– se funda en una idea elevada del ser humano”. Y en el mismo tono añadía: “Es verdad que el hombre muere, pero… no debe creer que está hecho para la muerte: el hombre está hecho para la vida”. Y creer que Jesús ha resucitado supone o es inseparable de reconocer la dignidad incomparable de cada ser humano: “Proclamar que ya no puedo tratar a nadie como si no estuviera destinado a la resurrección”. Afirmaciones que responden a una convicción de fondo: “Creer en Dios y en su Cristo es un modo de creer en el hombre” (El destino (2004) p.105)
Una confianza humilde
Ahora bien, afirmar que el último destino es un destino de Vida no equivale a dejar en el olvido que, también para quien cree, la muerte sigue siendo “el último enemigo”, y el dique con que topan todas las expectativas. El realismo cristiano acepta que ni siquiera una fe sincera llega a vencer el temor cuando la debilidad de nuestro cuerpo se deja sentir o cuando nos estremecemos ante el silencio de quienes mueren.
Además, si no parece que en otro tiempo fuera fácil, ahora mismo no es extraño encontrar especialmente difícil el artículo del Credo que habla de la “resurrección de la carne”. De hecho, su traducción por “resurrección de los muertos” intenta restar dificultad. Con todo, se puede recordar que aquella formulación, situada en su contexto, quiso evitar el espiritualismo desencarnado. Y que no se aleja del lenguaje empleado por san Pablo al hablar de un “cuerpo espiritual/espiritualizado” un “cuerpo de gloria”. Un lenguaje que honra nuestro entero vivir humano, que será al fin transfigurado.
Esta es, en último término, la esperanza audaz que el artículo del Credo expresa desde siglos atrás con “resurrección de la carne”. Una confesión que hoy suscita cierta extrañeza, hasta el punto de que algunas versiones prefieren hablar de “resurrección de los muertos”. Con todo, aceptado que el término “carne” necesita ser situado en el contexto en que comenzó a usarse en el Símbolo de la fe, tiene razón de ser porque, a distancia de un espiritualismo desencarnado, sugiere que será cada uno, con su experiencia vital cumplida, quien tras la muerte entrará en la Vida que no cesa.
El nombre de nuestra esperanza
Ahora bien, afirmar que el último destino es destino de vida, no equivale a dejar en el olvido que, también para quien cree, la muerte sigue siendo “el último enemigo”, y el dique con que se topan todas las expectativas. Con realismo cristiano, hay que reconocer que ni siquiera una fe sincera llega a vencer plenamente al temorcuando la debilidad de nuestro cuerpo se deja sentir o cuando nos estremecemos ante el silencio de quien muere.
Pero hay frases en la liturgia que parecen cobrar mayor verdad y eficacia en los momentos de perplejidad, cuando asistimos al desmoronarse de nuestro cuerpo de carne o nos rodea un clima de realismo crudo, y hasta nihilista: “Aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la esperanza de la futura inmortalidad” (aquí por “resurrección”). Y en el decir escueto del latín han llegado hasta nosotros dos palabras que condensan toda una convicción: “La vida no se pierde, se transforma”. Escuchar una y otra sentencia en las voces de otros creyentes han venido siendo y son ayudadoras de la esperanza.
Los relatos pascuales atestiguan que el mismo Jesús, que probó la fatiga, el dolor lacerante de una cruz y bajó a la tumba, fue reconocido al fin “glorioso”, “a la derecha del Padre”. Los textos recogen también su promesa de hacernos partícipes de su dicha. Aunque no podemos experimentar por anticipado lo que esperamos, dar crédito a su resurrección es aguardar, aunque sea en la penumbra, que se cumpla en nosotros ese último destino que nos asocia a Él y a cuantos “han pasado de la muerte a la Vida”.
De la Iglesia se dice, con una profundidad y urgencia que no escapa a un autor antes citado, que es “una matriz de resurrección, una escuela de resurrección. Tanto en lo más íntimo de las ermitas, de las cárceles o de los hospitales, como en la vida de cada día, Hoy –sigue nuestro autor– es necesario introducir de nuevo en la cultura signos de resurrección para abrir en la historia de los hombres un camino hacia la divino-humanidad” (O. Clément, op cit, 109).
Resurrección es el nombre de nuestra esperanza: “Morir –ha dejado dicho el poeta Christian Bobin, mirando la lápida de su padre– no cierra el libro en la última página”. Y para quien cree, la promesa de resucitar contiene también la del reencuentro con quienes siguen viviendo de otro modo y a los que el amor no nos deja olvidar.
Comentarios desactivados en “Dios tiene la última palabra”. 09 de abril de 2023. Pascua de Resurrección (A). Mateo 28, 1- 10.
La resurrección de Jesús no es solo una celebración litúrgica. Es, antes que nada, la manifestación del amor poderoso de Dios, que nos salva de la muerte y del pecado. ¿Es posible experimentar hoy su fuerza vivificadora?
Lo primero es tomar conciencia de que la vida está habitada por un Misterio acogedor que Jesús llama «Padre». En el mundo hay tal «exceso» de sufrimiento que la vida nos puede parecer algo caótico y absurdo. No es así. Aunque a veces no sea fácil experimentarlo, nuestra existencia está sostenida y dirigida por Dios hacia una plenitud final.
Esto lo hemos de empezar a vivir desde nuestro propio ser: yo soy amado por Dios; a mí me espera una plenitud sin fin. Hay tantas frustraciones en nuestra vida, nos queremos a veces tan poco, nos despreciamos tanto, que ahogamos en nosotros la alegría de vivir. Dios resucitador puede despertar de nuevo nuestra confianza y nuestro gozo.
No es la muerte la que tiene la última palabra, sino Dios. Hay tanta muerte injusta, tanta enfermedad dolorosa, tanta vida sin sentido, que podríamos hundirnos en la desesperanza. La resurrección de Jesús nos recuerda que Dios existe y salva. Él nos hará conocer la vida plena que aquí no hemos conocido.
Celebrar la resurrección de Jesús es abrirnos a la energía vivificadora de Dios. El verdadero enemigo de la vida no es el sufrimiento, sino la tristeza. Nos falta pasión por la vida y compasión por los que sufren. Y nos sobra apatía y hedonismo barato que nos hacen vivir sin disfrutar lo mejor de la existencia: el amor. La resurrección puede ser fuente y estímulo de vida nueva.
Hch 10,34-43: Nosotros hemos comido y bebido con él después de su resurrección Salmo responsorial 117: Este es el día en que actuó el Señor sea nuestra alegría y nuestro gozo Col 3,1-4: Busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo Jn 20,1-9: Él había de resucitar de entre los muertos
A) Primer comentario
Para este domingo de Pascua nos ofrece la liturgia como primera lectura uno de los discursos de Pedro una vez transformado por la fuerza de Pentecostés: aquél que pronunció en casa del centurión Cornelio, a propósito del consumo de alimentos puros e impuros, lo que estaba en íntima relación con el tema del anuncio del Evangelio a los no judíos y de su ingreso a la naciente comunidad cristiana. El discurso de Pedro es un resumen de la proclamación típica del Evangelio que contiene los elementos esenciales de la historia de la salvación y de las promesas de Dios cumplidas en Jesús. Pedro y los demás apóstoles predican la muerte de Jesús a manos de los judíos, pero también su resurrección por obra del Padre, porque “Dios estaba con él”. De modo que la muerte y resurrección de Jesús son la vía de acceso de todos los hombres y mujeres, judíos y no judíos, a la gran familia surgida de la fe en su persona como Hijo y Enviado de Dios, y como Salvador universal; una familia donde no hay exclusiones de ningún tipo. Ese es uno de los principales signos de la resurrección de Jesús y el medio más efectivo para comprobar al mundo que él se mantiene vivo en la comunidad.
Una comunidad, un pueblo, una sociedad donde hay excluidos o marginados, donde el rigor de las leyes divide y aparta a unos de otros, es la antítesis del efecto primordial de la Resurrección; y en mucho mayor medida si se trata de una comunidad o de un pueblo que dice llamarse cristiano.
El evangelio de Juan nos presenta a María Magdalena madrugando para ir al sepulcro de Jesús. “Todavía estaba oscuro”, subraya el evangelista. Es preciso tener en cuenta ese detalle, porque a Juan le gusta jugar con esos símbolos en contraste: luz-tinieblas, mundo-espíritu, verdad-falsedad, etc. María, pues, permanece todavía a oscuras; no ha experimentado aún la realidad de la Resurrección. Al ver que la piedra con que habían tapado el sepulcro se halla corrida, no entra, como lo hacen las mujeres en el relato lucano, sino que se devuelve para buscar a Pedro y al “otro discípulo”. Ella permanece sometida todavía a la figura masculina; su reacción natural es dejar que sean ellos quienes vean y comprueben, y que luego digan ellos mismos qué fue lo que vieron. Este es otro contraste con el relato lucano. Pero incluso entre Pedro y el otro discípulo al que el Señor “quería mucho”, existe en el relato de Juan un cierto rezago de relación jerárquica: pese a que el “otro discípulo” corrió más, debía ser Pedro, el de mayor edad, quien entrase primero a mirar. Y en efecto, en la tumba sólo están las vendas y el sudario; el cuerpo de Jesús ha desaparecido. Viendo esto creyeron, entendieron que la Escritura decía que él tenía que resucitar, y partieron a comunicar tan trascendental noticia a los demás discípulos. La estructura simbólica del relato queda perfectamente construida.
La acción transformadora más palpable de la resurrección de Jesús fue a partir de entonces su capacidad de transformar el interior de los discípulos -antes disgregados, egoístas, divididos y atemorizados- para volver a convocarlos o reunirlos en torno a la causa del Evangelio y llenarlos de su espíritu de perdón.
La pequeña comunidad de los discípulos no sólo había sido disuelta por el «ajusticiamiento» de Jesús, sino también por el miedo a sus enemigos y por la inseguridad que deja en un grupo la traición de uno de sus integrantes.
Los corazones de todos estaban heridos. A la hora de la verdad, todos eran dignos de reproche: nadie había entendido correctamente la propuesta del Maestro. Por eso, quien no lo había traicionado lo había abandonado a su suerte. Y si todos eran dignos de reproche, todos estaban necesitados de perdón. Volver a dar cohesión a la comunidad de seguidores, darles unidad interna en el perdón mutuo, en la solidaridad, en la fraternidad y en la igualdad, era humanamente un imposible. Sin embargo, la presencia y la fuerza interior del «Resucitado» lo logró.
Cuando los discípulos de esta primera comunidad sienten interiormente esta presencia transformadora de Jesús, y cuando la comunican, es cuando realmente experimentan su resurrección. Y es entonces cuando ya les sobran todas las pruebas exteriores de la misma. El contenido simbólico de los relatos del Resucitado actuante que presentan a la comunidad, revela el proceso renovador que opera el Resucitado en el interior de las personas y del grupo.
Magnífico ejemplo de lo que el efecto de la Resurrección puede producir también hoy entre nosotros, en el ámbito personal y comunitario. La capacidad del perdón; de la reconciliación con nosotros mismos, con Dios y con los demás; la capacidad de reunificación; la de transformarse en proclamadores eficientes de la presencia viva del Resucitado, puede operarse también entre nosotros como en aquel puñado de hombres tristes, cobardes y desperdigados a quienes transformó el milagro de la Resurrección.
El evangelio de hoy está recogido en la serie «Un tal Jesús» de los hermanos López Vigil, en el capítulo 125 ó 126, Sus audios, así como los guiones de literarios de los episodios y sus correspondientes comentarios teológicos se pueden encontrar y tomar en http://www.untaljesus.net
B) Segundo comentario: «El Resucitado es el Crucificado»
Como otros años, incluimos aquí un segundo guión de homilía, netamente en la línea de la espiritualidad latinoamericana de la liberación, que titulamos con ese conocido lema de la cristología de la liberación que encabeza este apartado.
Lo que no es la resurrección de Jesús
Se suele decir en teología que la resurrección de Jesús no es un hecho “histórico”, con lo cual se quiere decir no que sea un hecho irreal, sino que su realidad está más allá de lo físico. La resurrección de Jesús no es un hecho realmente registrable en la historia; nadie hubiera podido fotografiar aquella resurrección. La resurrección de Jesús objeto de nuestra fe es más que un fenómeno físico. De hecho, los evangelios no nos narran la resurrección: nadie la vio. Los testimonios que nos aportan son de experiencias de creyentes que, después, “sienten vivo” al resucitado, pero no son testimonios del hecho mismo de la resurrección.
La resurrección de Jesús no tiene parecido alguno con la “reviviscencia” de Lázaro. La de Jesús no consistió en la vuelta a esta vida, ni en la reanimación de un cadáver (de hecho, en teoría, no repugnaría creer en la resurrección de Jesús aunque hubiera quedado su cadáver entre nosotros, porque el cuerpo resucitado no es, sin más, el cadáver). La resurrección (tanto la de Jesús como la nuestra) no es una vuelta hacia atrás, sino un paso adelante, un paso hacia otra forma de vida, la de Dios.
Importa recalcar este aspecto para darnos cuenta de que nuestra fe en la resurrección no es la adhesión a un “mito”, como ocurre en tantas religiones, que tienen mitos de resurrección. Nuestra afirmación de la resurrección no tiene por objeto un hecho físico sino una verdad de fe con un sentido muy profundo, que es el que queremos desentrañar.
La “buena noticia” de la resurrección fue conflictiva
Una primera lectura de los Hechos de los Apóstoles suscita una cierta extrañeza: ¿por qué la noticia de la resurrección suscitó la ira y la persecución por parte de los judíos? Noticias de resurrecciones eran en aquel mundo religioso menos infrecuentes y extrañas que entre nosotros. A nadie hubiera tenido que ofender en principio la noticia de que alguien hubiera tenido la suerte de ser resucitado por Dios. Sin embargo, la resurrección de Jesús fue recibida con una agresividad extrema por parte de las autoridades judías. Hace pensar el fuerte contraste con la situación actual: hoy día nadie se irrita al escuchar esa noticia. ¿La resurrección de Jesús ahora suscita indiferencia? ¿Por qué esa diferencia? ¿Será que no anunciamos la misma resurrección, o que no anunciamos lo mismo en el anuncio de la resurrección de Jesús?
Leyendo más atentamente los Hechos de los Apóstoles ya se da uno cuenta de que el anuncio mismo que hacían los apóstoles tenía un aire polémico: anunciaban la resurrección “de ese Jesús a quien ustedes crucificaron”. Es decir, no anunciaban la resurrección en abstracto, como si la resurrección de Jesús fuese simplemente la afirmación de la prolongación de la vida humana tras la muerte. Tampoco estaban anunciando la resurrección de un alguien cualquiera, como si lo que importara fuera simplemente que un ser humano, cualquiera que fuese, había traspasado las puertas de la muerte.
El crucificado es el resucitado
Los apóstoles no anunciaban una resurrección muy concreta: la de aquel hombre llamado Jesús, a quien las autoridades civiles y religiosas habían rechazado, excomulgado y condenado.
Cuando Jesús fue atacado por las autoridades, se encontró solo. Sus discípulos lo abandonaron, y Dios mismo guardó silencio, como si estuviera de acuerdo. Todo pareció concluir con su crucifixión. Todos se dispersaron y quisieron olvidar.
Pero ahí ocurrió algo. Una experiencia nueva y poderosa se les impuso: sintieron que estaba vivo. Les invadió una certeza extraña: que Dios sacaba la cara por Jesús, y se empeñaba en reivindicar su nombre y su honra. “Jesús está vivo, no pudieron hundirlo en la muerte. Dios lo ha resucitado, lo ha sentado a su derecha misma, confirmando la veracidad y el valor de su vida, de su palabra, de su Causa. Jesús tenía razón, y no la tenían los que lo expulsaron de este mundo y despreciaron su Causa. Dios está de parte de Jesús, Dios respalda la Causa del Crucificado. El Crucificado ha resucitado, !vive!
Y esto era lo que verdaderamente irritó a las autoridades judías: Jesús les irritó estando vivo, y les irritó igualmente estando resucitado. También a ellas, lo que les irritaba no era el hecho físico mismo de una resurrección, que un ser humano muera o resucite; lo que no podían tolerar era pensar que la Causa de Jesús, su proyecto, su utopía, que tan peligrosa habían considerado en vida de Jesús y que ya creían enterrada, volviera a ponerse en pie, resucitara. Y no podían aceptar que Dios estuviera sacando la cara por aquel crucificado condenado y excomulgado. Ellos creían en otro Dios.
Creer con la fe de Jesús
Pero los discípulos, que redescubrieron en Jesús el rostro de Dios (como Dios de Jesús) comprendieron que Jesús era el Hijo, el Señor, la Verdad, el Camino, la Vida, el Alfa, la Omega. La muerte no tenía ningún poder sobre él. Estaba vivo. Había resucitado. Y no podían sino confesarlo y “seguirlo”, “persiguiendo su Causa”, obedeciendo a Dios antes que a los hombres, aunque costase la muerte. Leer más…
Comentarios desactivados en 9.4.23 La Pascua empieza por tres mujeres. Entrar en la tumba, morir con Jesús, recrear el mundo (Mc 16, 1-8)
Del blog de Xabier Pikaza:
Éste es el mensaje de Jesús, ésta es la iglesia.
Tres mujeres van a despedir a Jesús con aromas, como se despide a los muertos.
Pero ven la tumba abierta y entran. Han de morir con Jesús, compartir su vida y anunciarla al mundo entero.
Jesús les da el encargo de “poner en marcha a la iglesia” (discípulos de Jesús y Pedro…). Pero tienen miedo. No pueden cumplir el encargo de Jesús, no van a Galilea. Parece que quedan en Jerusalén/Roma/Bizancio… guardando la vacía de Jesús hasta hoytumba (2023).
¿Podrán cumplir las tres mujeres el encargo de Jesús?. ¿Seguirán teniendo miedo? ¿Será la culpa de los varones que no aceptamos laPascua de la mujeres, no entramos en el sepulcro de Jesús, no resucitamos con él?
| X.Pikaza
Mc 16, 1-9
(a. Mujeres) 1 Pasado el sábado, María Magdalena, y María la de Jacob y Salomé compraron perfumes para ir a embalsamar a Jesús. 2 Y muy de mañana, el día después del sábado, a la salida del sol, fueron al sepulcro. 3 Iban comentando:¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro? 4 Y mirando vieron que la piedra había sido corrida, aunque era inmensamente grande.
(b. Joven de pascua, Jesús) 5 Cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, que iba vestido con una túnica blanca. Ellas se asustaron. 6 Pero él les dijo: No os asustéis. Buscáis a Jesús el nazareno, el crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Mirad el lugar donde lo habían puesto. 7 Pero id, decid a sus discípulos y a Pedro: El os precede a Galilea; allí lo veréis, tal como os dijo.
(c. Mujeres, discípulos y Pedro. No ha llegado aún la pascua).Pero ellas, saliendo del sepulcro huyeron. Tenían gran miedo, estaban fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, pues tenían miedo
Introdcción
Las palabras del joven de pascua («id a Galilea… allí le veréis»: auton opsesthe, Mc 16, 7) abren un horizonte de esperanza y un camino de fe-compromiso desde el hueco del sepulcro, para unirnos a Jesús, para morir y resucitar con él.
Esta experiencia de las mujeres marca una nueva trayectoria en la historia. No se trata de un simple ajuste de rumbo, sinodeun cambio radical de “territorio”.
Se trata de empezar de nuevo el camino de Jesús, desde Galilea, sin quedarnos en Jerusalén (como habían querido muchos seguidores de Jesús.
Se trata de saber que lo importante no es aquello que sucederá al final (en la culminación del tiempo, más allá del mundo), sino lo que podemos y debemos hacer en este tiempo, retomando el camino de Jesús en Galilea, pero no simplemente como antes, sino sabiendo quién ha sido y es Jesús, a quien han matado precisamente en Jerusalén, cuando quiso implantar allí el Reino de Dios.
En este contexto no son fundamentales las posibles “apariciones” concretas de Jesús resucitado, por más significativas que ellas sean, como ha confesado Pablo (1 Cor 15, 3-9) y como han escenificado los capítulos finales de los otros evangelio
Marcos quiere algo distinto quiere retomar la experiencia básica de Jesús, condensada en el signo de la “tumba ”, en la que debemos entrar, para renacer con él… (una muerte vencida, una cruz salvadora) y en la palabra de pascua cristiana del “joven” que habla desde el hueco (vacío) de la tumba, proclamando que Jesús ¡ha resucitado! y diciendo a las mujeres (y por ellas a los demás discípulos) vayan a Galilea (¡allí le veréis como os dijo!), para retomar su obra.
Esta “visión” de la tumba abierta rompe un modelo de escatología apocalíptica (según la cual todo debía haber terminado, con la venida imperiosa del Hijo de hombre) y sitúa a los discípulos ante la necesidad de recuperar el pasado de Jesús pero no con visiones santas, con triunfos y victorias sobre el mundo. En contra de eso, el evangelio nos introduce en la tumba de Jesús, para descubrirnos muertos con él, por el…
16, 1-4. Entrar en el sepulcro, morir con/como él
Según Marcos, estas mujeres han visto enterrar a Jesús (15, 47) y por eso vuelven a su tumba, para culminar los ritos funerarios y así despedirse de él para siempre.
No hay varones que les acompañen y puedan descorrer con fuerza la piedra de la boca del sepulcro (16, 3). Pedro y los discípulos restantes han huido, y podemos suponer que siguen huyendo todavía hacia Galilea (la “promesa” de 14, 28 indica que no han llegado todavía, que Jesús irá primero). José de Arimatea, que ha cumplido su misión “judía” (15, 42-46), no está con ellas. El centurión de la cruz(15, 39) ha desaparecido…
− Pasado el sábado (16, 1). Han cumplido el ritmo de reposo y sacralidad que marca la ley del sábado, que a partir de aquí podrá verse tiempo viejo, culto a las fuerzas de este mundo que mantienen a Jesús en el sepulcro. Ese sábado puede interpretarse, según eso, como expresión de pecado, esto es, de triunfo de aquellos que han matado a Jesús y que descansan de su asesinato.
− María Magdalena, María la de Jacob, y Salomé (16, 1). Son las tres que hemos visto en 15,40, las mujeres fieles de Jesús, que le han seguido-servido, y que ahora quieren realizar el último servicio, con aromas para embalsamarle. Con ese gesto acabaría externamente su testimonio y tarea de amistad, llegando hasta el fin en su relación Jesús. Después sólo tendrían un recuerdo de muerte.
− Compraron perfumes… (16, 1). Desde el nivel en que se sitúa el texto, ellas no saben que Jesús ha sido ungido ya por la mujer del vaso de alabastro (cf. 14, 3-9). Por el contrario, un lector que ha entendido bien a Marcos sabe ya que Jesús no puede estar en el sepulcro al que caminan, pues él está presente en la palabra de pascua y su cuerpo (sôma) se ha hecho pan compartido para aquellos que le aceptan (cf. 14, 22). Qieren perfumar un cadáver… y así despedirse de él para siempre
− Y muy de mañana, el día después del sábado, a la salida del sol, fueron… (16, 2). Vinieron al sepulcro cuando salía el sol, que es el signo de la creación de Dios, el día que sigue al sábado… Por dos veces (16, 1,2) se repite que ha pasado el sábado, tiempo sagrado de la Ley de los judíos (día especial para ellos), de manera que empieza el Día del Sol, que es el mismo para todos. Ha pasado el sábado antiguo, se disipa la noche, sale el sol, que es signo de luz, día-vida universal, para todos los hombres y mujeres, aunque ellas todavía no lo sepan… Esta experiencia, a la salida del Sol, el día que sigue al sábado parcial (de los judíos), marca la experiencia de los cristianos de Marcos, que recuerdan todas las controversias de Jesús en torno al Sábado. De ahora en adelante, los cristianos celebrarán de un modo especial el Día del Sol.
− Y se decían: ¿quién nos correrá la piedra…? (16, 3). Son débiles, poco expertas en correr y descorrer la losa de la tumba. Quieren ungir a Jesús, vienen con perfumes; pero saben que son incapaces de mover la piedra, pues no tienen fuerza para ello.
− Y mirando vieron que la piedra se había sido corrida, aunque era inmensamente grande (16, 4). El texto no habla de un sepulcro “vacío”, sino más bien abierto. Esta referencia a la piedra “muy grande” (megas sphodra) tiene un sentido claramente simbólico. Antes, en el momento de cerrar la tumba, se decía que el mismo José de Arimatea (¡el solo!) la había corrido, haciéndola rodar, como si no hubiera tenido dificultades para ello (15, 46). Pero no es lo mismo “cerrar” una tumba (algo que se sitúa en un nivel humano), que abrirla, superando así la muerte (cosa que sólo Dios puede hacer), de manera que la piedra del sepulcro resulta diferente, en un caso y en otro. Por eso, en un sentido profundo, cuando las mujeres preguntan (16, 3) “quién podrá descorrer la piedra” están pensando que es preciso un “poder divino” para ello. Eso es lo que aparece ahora, cuando se afirma que “vieron que la piedra había sido corrida” (en pasivo divino), pues no se trata de una simple rueda-puerta de sepulcro, sino de la piedra-rueda de la muerte.
16, 5-7. Sepulcro abierto, entrar en el sepulcro
Normalmente se habla de “tumba vacía”, pero ese lenguaje resulta al menos ambiguo. La tumba de Jesús no está vacía, está abierta para todos los que quieran entrar en ella. No está vacía: Está llena de Dios, del mensaje de la resurrección… Las mujeres quieren ungir a Jesús y despedirse, el pero joven de la tumba (Jesús) les dice que no necesita más unción… Que salgan de la tumba, que “conviertan a la iglesia” (discípulos y Pedro…), y que vayan todos a Galilea para re-iniciar el camino del evangelio. Así de “bien” empieza el texto: Hay tres mujeres que ven la tumba abierta y entran…, sin miedo… no para ungir a un muerto, sino para retomar el camino de aquel que está Vivo.
− Y entrando en el sepulcro, vieron a un joven, sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca (16, 5). Es fundamental el gesto de “entrada” en el sepulcro, que, según lo visto al comentar 15, 42-46, debe representarse como una cámara excavada en la Piedra. Resulta extraño (¡cómo tienen valor para entrar en una tumba misteriosamente abierta!), y sin embargo entran, parece que sin miedo, como si aquella fuera su casa, viendo allí a un joven vestido de blanco (de cielo). Es evidentemente un ángel, un mensajero de Dios, o, quizá mejor, el mismo Dios que está allí para recibirles (o el mismo Jesús, que resucita en la muerte).
– Este joven (neaniskos), parece aquel que huyó desnudo cuando prendieron a Jesús y en realidad puede ser es el mismo Jesús, que ahora aparece cubierto con una “estola/túnica blanca”, una túnica/vestio de cielo, que les dice «¡No temáis!»…
−No temáis: buscáis a Jesús el nazareno, el crucificado (16, 6). El texto no ha dicho que tuvieran miedo al entrar, y, sin embargo, ahora que están dentro, el joven les dice que no se extrañen, que no teman (mê ekthambeisthe). Están en una tumba vacía de cadáver, pero llena de otra presencia, de una luz que se refleja en la túnica blanca del joven, que les comienza recordando lo que quieren; ungir un cadáver, venerar una tumba, perpetuar una historia que siempre termina en la muerte.
– Ellas han venido a despedir a un muerto, pero Jesús, enterrado aquí (como ellas saben, porque han visto dónde lo ponían: 15,47) no está, pues ha dado su vida en amor, y Dios ha descorrido sobre él la losa de la piedra de la muerte. Por eso, el joven (que es Jesús, que la presencia de Dios en la tumba llena de pascua) les muestra el lugar donde había estado, diciéndoles así que no está, sino que le encontrarán en Galilea,
− ¡Ha resucitado! No está aquí, mirad el lugar donde lo habían puesto(16, 6). La presencia de un cadáver puede dar seguridad a los amigos: es memoria tangible del muerto, recuerdo que dura, haciéndoles capaces de transformar su memoria y de pacificarla. En esa línea, muchos grandes edificios sagrados, incluso cristianos (en contra de lo que este pasaje supone, en referencia a Jesús), se alzan sobre enterramientos, para mantener la memoria de los muertos memorables. Pues bien, Jesús no ha dejado ni siquiera un cuerpo.
– El vacío del cadáver, la soledad que deja el muerto se ha convertido en lugar de proclamación de una presencia y de una vida superior: ¡ha resucitado! Sobre esa certeza pascual, no sobre una fijación de muerte (una tumba), se edifica la iglesia del Cristo. Si el sepulcro se encontrara lleno con el sôma de Jesús (cuerpo muerto, para la resurrección final) el evangelio debería entenderse desde los ritos nacionales del judaísmo. Frente a una religión de pureza sacerdotal, que sigue vinculada a la ley (ungir sin cesar a un cadáver, venerar a un muerto, perpetuar un pasado, en el entorno de Jerusalén), la palabra del joven de pascua dirige a las mujeres hacia Galilea, es decir, al espacio de la libertad universal del evangelio.
Las dos frases más repetidas por la iglesia en este domingo son: “Cristo ha resucitado” y “Dios ha resucitado a Jesús”. Resumen las afirmaciones más frecuentes del Nuevo Testamento sobre este tema.
Sin embargo, como evangelio para este domingo se ha elegido uno que no tiene como protagonistas ni a Dios, ni a Cristo, ni confiesa su resurrección. Los tres protagonistas que menciona son puramente humanos: María Magdalena, Simón Pedro y el discípulo amado. Ni siquiera hay un ángel. El relato del evangelio de Juan se centra en las reacciones de estos personajes, muy distintas.
EL primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
María reacciona de forma precipitada: le basta ver que han quitado la losa del sepulcro para concluir que alguien se ha llevado el cadáver; la resurrección ni siquiera se le pasa por la cabeza.
Simón Pedro actúa como un inspector de policía diligente: corre al sepulcro y no se limita, como María, a ver la losa corrida; entra, advierte que las vendas están en el suelo y que el sudario, en cambio, está enrollado en sitio aparte. Algo muy extraño. Pero no saca ninguna conclusión.
El discípulo amado también corre, más incluso que Simón Pedro, pero luego lo espera pacientemente. Y ve lo mismo que Pedro, pero concluye que Jesús ha resucitado.
El evangelio de san Juan, que tanto nos hace sufrir a lo largo del año con sus enrevesados discursos, ofrece hoy un mensaje espléndido: ante la resurrección de Jesús podemos pensar que es un fraude (María), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (discípulo amado).
¿Por qué espera el discípulo amado a Pedro?
Es frecuente interpretar este hecho de la siguiente manera. El discípulo amado (sea Juan o quien fuere) fundó una comunidad cristiana bastante peculiar, que corría el peligro de considerarse superior a las demás iglesias y terminar separada de ellas. De hecho, el cuarto evangelio deja clara la enorme intuición religiosa del fundador, superior a la de Pedro: le basta ver para creer, igual que más adelante, cuando Jesús se aparezca en el lago de Galilea, inmediatamente sabe que “es el Señor”. Sin embargo, su intuición especial no lo sitúa por encima de Pedro, al que espera a la entrada de la tumba en señal de respeto. La comunidad del discípulo amado, imitando a su fundador, debe sentirse unida a la iglesia total, de la que Pedro es responsable.
Las otras dos lecturas: beneficios y compromisos.
A diferencia del evangelio, las otras dos lecturas de este domingo (Hechos y Colosenses) afirman rotundamente la resurrección de Jesús. Aunque son muy distintas, hay algo que las une:
a) las dos mencionan los beneficios de la resurrección de Jesús para nosotros: el perdón de los pecados (Hechos) y la gloria futura (Colosenses);
b) las dos afirman que la resurrección de Jesús implica un compromiso para los cristianos: predicar y dar testimonio, como los Apóstoles (Hechos), y aspirar a los bienes de arriba, donde está Cristo, no a los de la tierra (Colosenses).
Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo:
«Vosotros conocéis lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él.
Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos.
Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos. De él dan testimonio todos los profetas: que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados».
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-4
Hermanos:
Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto; y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con él.
Comentarios desactivados en Domingo de Resurrección. Ciclo A. 09 de abril de 2023
“Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos”.
Los evangelios sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas, dejan recogidos tres anuncios de Jesús a sus discípulos. Por tres veces Jesús anuncia su muerte y resurrección. Tres veces y de una manera clara y directa. Pero nada. Los discípulos no entienden.
La muerte de Jesús les pilla de sorpresa, les llena de temor y saca lo peor de ellos: la traición, la infidelidad, el abandono. Metidos en su propio miedo no pueden pensar ni recordar el anuncio de su maestro: “que él había de resucitar de entre los muertos”.
Magdalena le busca pero le busco muerto y al no encontrarlo se abre a la vida. Se han llevado a su Maestro y eso la lleva a reunirse con sus condiscípulos. Pero para que todos juntos puedan hacer experiencia del Resucitado será necesario que cada uno haga su camino personal de apertura.
El discípulo amado llega primero al sepulcro, pero el primero en entrar será Pedro. Pedro entra pero no ve más que ausencia. Juan entra y descubre signos de resurrección.
Magdalena volverá y será la primera en encontrarse con el Resucitado. El proceso personal hacia la vida plena es diferente para cada persona.
La manera en la que cada persona caminamos tras las huellas de Jesús es única. Dios no hace copias, hace originales. Cada persona es una obra maestra de Dios única e irrepetible. Por eso nuestra relación de amistad con Él es genuina.
La mañana de Pascua nos devuelve la originalidad que somos cada una de nosotras. Cada encuentro con el Resucitado es único. Cada una de nosotras necesitamos hacer la experiencia y Dios nos brinda la oportunidad necesaria.
Oración
Irrumpe, Trinidad Santa, en nuestros temores y oscuridades con la novedad de tu Resurrección.
Comentarios desactivados en Es inútil buscar argumentos para demostrar su resurrección.
DOMINGO DE PASCUA (A)
Jn 20,1-9
Hoy es muy difícil decir algo adecuado. Estamos ante el misterio más profundo de nuestra religión y por tanto imposible de desvelar a través de conceptos. Lo más que puedo hacer es ayudaros a evitar errores que arrastramos y nos impiden descubrir la realidad que se esconde en esta fiesta. La VIDA, más allá de la vida biológica es lo más importante que podemos afrontar desde nuestra experiencia tan humana. Es una osadía intentar explicarlo, sabiendo de antemano que la tarea es imposible.
No nos dejemos engañar por los relatos de apariciones de los evangelios. Pueden ser una trampa en la que, con gran facilidad caemos. No nos pueden hablar de hechos reales, porque nada de lo que acontece puede llevar a lo sobrenatural. Lo que puedo ver y oír no me puede llevar a una visión trascendente de la vida. Hoy la exégesis nos explica cómo debemos entender esos relatos. Nunca intentan decirnos que lo que vieron fue lo que cambió su visión de lo que aconteció en Jesús, al contrario, todos los textos nos quieren llevar a la vivencia interna, que es donde descubrirás la Realidad.
Jesús había alcanzado la VIDA antes de morir. Y él fue consciente de ello. Él era el agua viva, dice a la Samaritana, Él había nacido del Espíritu, como pidió a Nicodemo; él vive por el Padre; él es la resurrección y la Vida. Ya en ese momento, cuando habla con sus interlocutores, está en posesión de la verdadera Vida. Eso explica que le traiga sin cuidado lo que pueda pasar con su vida biológica. Lo que verdaderamente le interesa es esa VIDA (con mayúscula) que él alcanzó durante su vida (con minúscula).
No caigamos en la trampa de entender la resurrección como la reanimación de un cadáver. La inmensa mayoría de los cristianos entendemos de ese modo la resurrección y quedamos atrapados en la materialidad. Un instante después de la muerte, el cuerpo no es más que estiércol. Los sentimientos que nos unen al ser querido muerto, por muy profundos y humanos que sean, no son más que una relación psicológica. Esos despojos no mantienen ninguna relación con el ser que estuvo vivo. La muerte devuelve al cuerpo al universo de la materia de una manera irreversible.
La posibilidad de reanimación de una apersona muerta, es la misma que existe de producir un ser humano partiendo de un montón de basura. Eso no tiene sentido ni para los hombres ni para Dios. Al empeñarnos en entender la resurrección como vuelta a la vida biológica, estamos demostrando nuestro apego al falso yo. Seguimos creyendo que somos lo biológico, lo individual, lo que me distingue de los demás y eso nos impide pensar en una manera distinta de Vida en la unidad del Todo.
Creer en la resurrección es experimentar que Jesús sigue vivo, pero de otra manera. Jesús resucitó antes de morir, porque hizo suya la misma Vida de Dios mientras vivía esta vida biológica. Debo descubrir que estoy llamado a esa misma Vida y poner toda la carne en el asador para desplegarla. No tengo que esperar nada, ni de Dios ni de Jesús. Todo lo que necesito está dentro de mí y no me faltará nunca. Ni creencias ni ritos ni conducta moral pueden suplir esta actitud vital que se me exige. La pelota estará siempre en mi tejado y solo yo estoy capacitado para jugarla.
A la Samaritana le dice Jesús: el agua que yo le daré se convertirá en un surtidor que salta hasta la Vida eterna. A Nicodemo le dice: Hay que nacer de nuevo; lo que nace de la carne es carne, lo que nace del espíritu es Espíritu. El Padre vive y yo vivo por el Padre, del mismo modo el que me asimile, vivirá por mí. Yo soy la resurrección y la Vida, el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. En todos estos pasajes, Jesús no habla para un más allá, sino en presente. ¿Creemos esto? Mucho me temo que seguimos entrampados en la confusión.
Jesús había conseguido, como hombre, la plenitud de Vida del mismo Dios. Porque había muerto a todo lo terreno, a su egoísmo, y se había entregado por entero a los demás, llega a la más alta cota de ser como hombre mortal. Este admirable logro fue posible, después de haber descubierto que esa era la meta de todo ser humano, que ese era el único camino para llegar a hacer presente lo divino. Esta toma de conciencia la pudo alcanzar, porque había experimentado a Dios como Don. Una vez que se llega a la meta, es inútil seguir preocupándose del vehículo que hemos utilizado.
La liturgia de Pascua no está diciendo que, en cada uno de nosotros, hay zonas muertas que tenemos que resucitar. Nos está diciendo que debemos preocuparnos por la vida biológica, pero no hasta tal punto que olvidemos la verdadera Vida. Nos está diciendo que tenemos que estar muriendo todos los días y al mismo tiempo resucitando, es decir pasando de la muerte a la Vida. Si al celebrar la resurrección de Jesús no experimentamos una nueva Vida, es que nuestra celebración ha sido folclore. Aunque tengamos partes muertas, todos estamos ya en la Vida que no termina.
La experiencia pascual de sus inmediatos seguidores consistió en darse cuenta de esta realidad en Jesús, descubriéndola en ellos mismos. Es inútil tratar de descubrir a Jesús resucitado y viviendo, si antes no descubrimos en nosotros esa misma Vida que el posee. Esa toma de conciencia no puede llegar a través de explicaciones o argumentos teológicos. La razón no puede tener arte ni parte en este proceso. Para lo que nos puede servir la inteligencia es para superar los errores que nos impiden descubrirla.
En la medida que haga mía esa Vida, estoy garantizando mi resurrección. Como Jesús, tengo que resucitar antes de morir, de otro modo nada sucederá cuando me muera. En la vida espiritual, nada importante puede venir de fuera. Como decía Aristóteles de la biológica: la vida es movimiento desde dentro. Por olvidar una cosa tan obvia, la religión nos ha metido en un enredo. Nadie me tiene que dar nada porque lo tengo todo desde siempre. Descubrirlo y vivirlo es cosa mía. Si me dejo llevar por la corriente, nada conseguiré y el hedonismo me arrastrará en sus olas.
No te preocupes de lo que va a ser de ti cuando te mueras. Lo importante es vivir aquí y ahora esa VIDA. Todo lo demás ni está en tus manos ni debe importarte. Esperar un milagro que me mantenga vivo para siempre no tiene ni sentido ni provecho. La única manera de aprovechar mi vida, es desplegando la Vida que no acaba. Todo lo que no sea trabajar en esa dirección será perder el tiempo. No hay atajos ni posibles milagros de última hora. Todo depende de mi actitud vital y decidida. Solo permanecerá lo que en esta vida despliegue desde mi ser profundo.
Para profundizar
Cómo puede resucitar el que está vivo.
Jesús no estuvo muerto ni un instante.
Cambiemos el concepto de esa VIDA
Y cambiará la idea de la Pascua.
No hay sombra en un objeto si no le da la luz.
Podemos vivir en la sombra sin descubrir la luz.
Podemos vivir en la luz, sabiendo que la sombra está a la vuelta.
No podemos separar la muerte de la Vida,
Pero podemos olvidarnos de una de ellas.
No hay que pasar la muerte para vivir la Vida.
Como nos han contado tantas veces.
La Vida es ya mi ámbito, aunque no la descubra.
La pascua no es un tiempo, es un estado,
En el que todos permanecemos siempre.
Muerte y resurrección caminan de la mano
Y nunca pueden separarse del todo.
Jesús había resucitado antes de muerto,
Pero no lo pudieron sospechar sus seguidores.
La experiencia pascual obró el milagro
Y fue una bendición para nosotros.
Gracias a ellos sabemos que está vivo
Y que esa misma Vida está en nosotros.
Si solo nos fijamos en él, seguimos muertos.
La Pascua atañe a cada uno en lo más hondo.
No hay nada que esperar cuando lo tienes todo.
Busca dentro de ti lo que celebras
Y todo cambiará radicalmente.
«Llegó también Simón Pedro detrás de él, entró al sepulcro y vio las vendas y el sudario»
La sábana santa es una pieza de lino que presenta la imagen de un hombre que fue flagelado, crucificado, coronado con un casco espinoso y que recibió una herida en el costado; es decir, un hombre que sufrió las mismas torturas y murió de la misma forma que describen los evangelios. Cuando Juan Pablo II fue a visitar la sábana en Turín, afirmó que es un «espejo del evangelio», pues todo lo relatado en él sobre la pasión está constatado en el hombre de la sábana.
Eran tantos los indicios que apuntaban a su autenticidad, que el fervor popular vio en ella el sudario que envolvió a Jesús en el sepulcro. Pero en 1988 llegó la decepción, pues al ser sometida a la prueba del carbono 14 en tres laboratorios prestigiosos, el resultado fue unánime: databa de una fecha comprendida entre 1260 y 1390, lo que la convertía en un fraude elaborado en aquella época tan propicia a falsificar reliquias. A mayor abundamiento, esas fechas coinciden con su primera exposición pública.
Pero estos resultados nunca se consideraron concluyentes. En primer lugar, porque contradecían las evidencias anteriores, y, en segundo lugar, porque desde el ámbito científico se admite que el carbono 14 pude haberse alterado por la radiación que hipotéticamente grabó la imagen, o por el incendio sufrido por ella en 1532, o por su permanencia a la intemperie a lo largo de siglos. También se deben considerar los remiendos de algodón de sus bordes (de donde procedían las muestran) en tareas de restauración de aquella época.
Pero vayamos por partes. Remontándonos en el tiempo, cabe reseñar que desde el s. VI están documentadas gran número de referencias a un lienzo de características similares a la sábana santa llamado Mandylión. Existe controversia sobre la imagen que representa, pues según algunas versiones el Mandylión se circunscribía al rostro de Jesús, mientras que otras afirman que abarcaba el cuerpo completo. Sí sabemos que se trasladó con gran boato a Constantinopla en 944, y que fue robado por unos cruzados franceses y llevado a Francia. Aquí desapareció su pista.
La sábana santa apareció en Lirey, Francia, en 1357, y fue donada en 1453 al duque se Saboya por Margarita de Charny. Fue trasladada a Turín en 1578.
También desde un punto de vista histórico, diremos que el lino está tejido en forma de espiga; técnica habitual en Egipto y Oriente Medio en época de Jesús, pero que no llegó a Europa hasta el s. XV. Además, el estudio palinológico (del polen) de Max Frei, establece que la sábana no puede ser original de Europa, y que tuvo que haber estado varios siglos fuera de ella; cosa imposible si fue falsificada en Europa en los siglos trece o catorce.
Pero, siendo esto importante, lo verdaderamente singular se encuentra en su análisis técnico. En 1898, un abogado italiano fotografió la reliquia y encontró que el negativo fotográfico mostraba una imagen mucho más clara y precisa que la fotografía en sí; es decir, que los colores en la imagen real están invertidos; que toda la sábana es un gran negativo que, al ser pasado por el filtro del negativo fotográfico, nos da la imagen real. Este hecho es incompatible con la hipótesis de fraude, dada la ignorancia de la técnica fotográfica en aquella época.
En 1978 se sometió a un examen exhaustivo por parte de un grupo de investigadores del STURP (proyecto de investigación del sudario de Turín) cuyas conclusiones más relevantes fueron; que la sangre que aparece adherida a ella es humana y del grupo AB (muy raro en Europa y muy frecuente en Palestina), y que la evaluación ultravioleta e infrarroja muestra que no existe ningún tipo de pintura o tinte sobre la tela.
Pero lo más extraordinario había ocurrido poco antes, pues cuando una imagen de la sábana fue sometida en 1976 al analizador de imágenes VP-8 (desarrollado para la exploración de Marte), se obtuvo una imagen tridimensional totalmente inesperada. Según comenta el ingeniero P. M. Schumacher que participó en el diseño del VP-8 y realizó la prueba, esto no había ocurrido con ninguna otra imagen (ni ocurrió después). La explicación que da Schumacher a este hecho, es que hay una correspondencia matemática entre la intensidad de cada punto de la imagen y la distancia lógica entre un lienzo y un cuerpo cubierto por él.
Pero… ¿cómo se llegó a producir esta imagen?
Ésta es la gran pregunta a la que el mundo científico todavía no ha sabido responder. Los investigadores del STURP afirman que: «La imagen es el resultado de algo que provocó la oxidación, la deshidratación y la conjugación de la estructura de los polisacáridos de las microfibras del lino. Estos cambios pueden reproducirse en laboratorio… pero no se conoce ningún método que pueda explicar la totalidad de la imagen». Para ser más claros, ni hoy en día somos capaces de reproducirla.
Pues bien. Hasta aquí el relato sucinto de los hechos relativos a la síndone (si los repasan verán que no hay ninguna conjetura). A partir de aquí la interpretación que cada uno haga de ellos. Si les soy sincero les diré que la sábana santa no condiciona mi fe, pero me desconcierta, y, sobre todo, me resulta emocionante la simple posibilidad de que estemos en posesión de un testimonio de Jesús tan extraordinario como éste.
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer otro comentario a este evangelio publicado en fe adulta, pinche aquí
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Jn 20, 1-9
12 de abril de 2020
¿Cómo hablar de Resurrección en medio de esta situación que estamos viviendo? ¿Cómo entonar un Aleluya desde el drama del sufrimiento, del caos, de la muerte, de la noche de tantos duelos personales y colectivos, en un mundo paralizado y paralizante? Sobran palabras y quizá un silencio es la mejor respuesta. Pero la fe cristiana siempre ha sentido la responsabilidad de hacer una lectura creyente de los acontecimientos en un diálogo profundo con la realidad. Nuestra fe es exigente y radical porque nos pide ver más allá del drama humano. No hay más que ver la historia de Jesús y su desenlace. La fe cristiana es una posición ante la vida que no busca un consuelo narcótico, sino que sostiene la raíz de la existencia revelando que hay algo más que el drama humano y que puede ser traspasado y liberado.
El Evangelio de este Domingo inicia el penúltimo capítulo de Juan en el que se hace evidente la luz, la vida y la verdad que ha ido tejiendo todo el mensaje joánico. Narra la experiencia de tres referentes en el origen de nuestra fe: María de Magdala, Pedro y Juan. Son tres personas, pero no se representan a sí mismas porque presuponen tres prototipos de formas diferentes de acceder al mensaje de la Resurrección.
El texto ya nos sitúa en una nueva era: “El primer día de la semana” Ya no es el Sabbat el día religioso, hay una superación de la visión judía de la revelación de Dios y que va apuntando hacia una nueva Alianza entre la humano y lo Divino. María va muy de mañana al sepulcro, casi antes del amanecer. Estamos ante un símbolo que nos revela que, en el punto más oscuro de la noche, cuando la noche ya no puede ser más noche, justo el instante siguiente es ya el amanecer; nace la luz y algo nuevo asoma a la consciencia humana. El sepulcro es el símbolo de la muerte, de lo que ha perdido sentido, es el llanto y el drama humano hecho realidad. Jesús no está en la tumba vacía, sin embrago, puede ser una prueba negativa de su nueva existencia. María es capaz de leer un signo lleno de misterio y al mismo tiempo de esperanza: la piedra está quitada e interpreta que se han llevado el cuerpo de Jesús. Su reacción no es paralizante, va corriendo a contarlo y a abrir una nueva perspectiva de los hechos.
Pedro, que representa la autoridad, y Juan que representa el vínculo de amor con el Maestro, van corriendo juntos para ver qué está pasando. Dice el Evangelio que llega antes Juan, quizá porque está liberado del peso de la institución y va centrado en lo esencial que va dirigiendo su vida. Se asoma al sepulcro y no entró. Seguramente no necesitaba ya más signos que lo que su inspiración profunda le iba revelando. Pedro sí entró y comienza una descripción exhaustiva de lo que allí había. Signos, signos y signos. La mente humana necesita evidencias, necesita medir, necesita espacio, tiempo, formas, contar, separar, controlar. Pero también la mente humana es capaz de procesar una novedad que conecta con otra realidad profunda que no entra en las categorías tangibles. El evangelio de hoy nos sitúa ante una realidad que trasciende la evidencia física y la apertura a mirar de una manera diferente; nos conduce a una nueva visión de la vida. Hasta entonces, narra el Evangelio de Juan, no habían entendido que Jesús resucitaría y vencería a la muerte.
Nos encontramos ante la savia que va regando los vasos conductores del cristianismo que no se detiene en los límites humanos, sino que los amplía y trasciende. Es muy fácil creer en la Resurrección como dogma (si lo dicen los elegidos con tanta contundencia será verdad) recitarlo en el Credo, ponerlo como bandera de nuestra religión, esperar al fin de nuestra vida biológica para vivir con esa ilusión. Puede, incluso, darnos seguridad y tener cierto control en la ruta a la que vamos caminando. Lo realmente difícil es vivir la resurrección en el aquí y ahora, no vivirla como un premio sino como un nuevo modo de existencia, encontrar pequeños signos en la vida ordinaria que nos hablan de esa conexión con otra consciencia de la que también está hecho el ser humano. El Cielo y la Tierra en unidad, inseparables, la luz y la tiniebla, la muerte y la vida cohabitando en nuestro escenario vital. Un mensaje que nos habla de que la esencia humana es atemporal, no necesita signos, no tiene espacio, no tiene límites, sólo LUZ en un movimiento permanente hacia la plenitud.
Comentarios desactivados en Sepulcro, silencio y vida.
Domingo de Pascua
09 abril 2023
Jn 20, 1-9
Ante el sepulcro -el dato frío, doloroso e inexorable de la muerte-, la mente calla. Tal como señala el relato simbólico del cuarto evangelio, la mente lee que nos han “robado” al ser querido y “no sabemos dónde lo han puesto”, ni cuál ha sido su destino.
¿A dónde va la persona que muere? Si no quiere decir tonterías, la mente enmudece. La fe cristiana confiesa que Jesús resucitó de entre los muertos y que esa es la esperanza que nos aguarda a todos. Sin embargo, el Jesús del cuarto evangelio proclama la resurrección en presente: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25). Lo cual significa que, ya ahora, somos resurrección y vida.
La realidad a la que apunta la metáfora de la resurrección escapa a las coordenadas espaciotemporales, es decir, no es algo que pueda suceder en el tiempo y en el espacio. Apunta a la vida, la consciencia, la dimensión profunda de lo realmente real, aquella que permanece cuando todo cambia, a la plenitud de presencia que sostiene y constituye todo este mundo de formas cambiantes. En nuestra identidad profunda, somos precisamente esa plenitud de presencia –“resurrección y vida”, en palabras del evangelio- que trasciende el espacio-tiempo, sin principio y sin final.
Lo que sucede es que el yo no se conforma con ello y se apropia de esa esperanza, erigiéndose en sujeto de la misma, hasta decir: “Yo resucitaré”. Sin embargo, lo que llamamos yo es solo una forma transitoria y fugaz. En nuestra ignorancia, soñamos con un yo eterno -al yo le encantaría perpetuarse-, sin advertir que eso es algo en sí mismo contradictorio: ninguna forma puede ser eterna.
Distintas tradiciones sapienciales invitan a aprender a “morir antes de morir”. Saben que, solo en la medida en que morimos a la identificación con el yo, encontramos nuestra verdad profunda. Lo que muere es el yo; lo que vive es la consciencia -la vida- que somos. “Morir antes de morir” significa, por tanto, reconocer que somos vida -tal como decía Jesús- y “hacer el duelo” del yo y de sus expectativas.
¿Cómo veo el hecho de la muerte? ¿Qué vivo ante ella?
Comentarios desactivados en A la Resurrección se llega antes y mejor por el amor: Magdalena y Discípulo Amado
Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:
Algunas consideraciones
01.- El sepulcro: la muerte plena.
Probablemente con el simbolismo de la plenitud del número “siete”: en el texto evangélico de hoy aparece siete veces la expresión: “sepulcro”, se nos está diciendo que Jesús, como todo ser humano, ha muerto, morimos, completamente.
El huerto del sepulcro aparece en varios momentos (Jn 19,41; 20,14). El huerto es una alusión al paraíso terrenal, al comienzo de la humanidad, de una nueva humanidad en Cristo.
Estamos en el primer día de la semana de la nueva creación. Amanecía, pero la comunidad eclesial estaba a oscuras.
02.- ¿Informe semanal?
Si un equipo de televisión se hubiese desplazado a Jerusalén, al sepulcro – huerto en la mañana de Pascua para hacer un “informe semanal”, no habría podido tomar ni una sola imagen, sencillamente porque Jesús, ya Cristo resucitado, está más allá de nuestra historia, de nuestra percepción. La resurrección la “vieron” Magdalena, el Discípulo Amado, Magdalena, Tomás, etc. porque creyeron. Le vieron en la fe. Vieron porque creyeron.
03.- Magdalena, la resurrección de Jesús desde el Cantar de los Cantares
La clave de lectura de todo el pasaje de la Magdalena y la resurrección está en el Cantar de los Cantares (un canto de bodas, de amor del AT).
Magdalena -comenta un santo Padre- “lo amó vivo, lo amó muerto, lo amó resucitado”.
Al Señor llegamos siempre por vía del amor.
Magdalena se levanta muy temprano, cuando todavía está oscuro (Cantar de los Cantares (CC) 3,1 / Jn 20,1)
Y se pone a buscarlo por la ciudad santa de Jerusalén (CC 3,2 / Jn 20,1).
Ambas mujeres, la del Cantar de los Cantares y Magdalena, preguntan a las personas con quienes se encuentran: los guardias de la ciudad / los ángeles / el jardinero, si lo han visto, (CC 3,3 / Jn 20,13.15).
La esposa del Cantar de los Cantares y Magdalena terminan por encontrar al amado. (CC 3,4a; Jn 20,17).
El amor es lo que le hace llegar a Magdalena, y a todos, a la fe (confianza) en la Resurrección.
04.- María Magdalena va al sepulcro al amanecer, pero de noche.
Los demás evangelistas hablan de la resurrección a la salida del sol (Mc 16,1). M Magdalena (los discípulos) van al sepulcro de noche, han quedado derrumbados. La noche y las tinieblas indican siempre carencia de Cristo.
¿Tal vez como nosotros? [1] ¿Vivimos en las sombras de la muerte?
Cristo había resucitado ya, pero estaban y -quizás- estamos en tinieblas.
La única respuesta al problema de la muerte del momento cultural que nos toca vivir son los tanatorios y la incineración.
La Pascua es la respuesta cristiana a la muerte, es el amanecer de la espesa noche que nos amenaza.
05.- Magdalena ve la losa del sepulcro quitada.
Magdalena no va al sepulcro a ver a Cristo resucitado, sino que va, como otras mujeres, a embalsamar, a tratar el cadáver de Jesús. Lo mismo que nosotros cuando vamos al cementerio, vamos a encontrar nuestros muertos, quizás a orar por ellos. Magdalena no piensa en Cristo resucitado. “Ve la losa quitada”, pero no llega a la fe en el resucitado. Magdalena no ve nada y no sabe dónde lo han puesto. Tampoco nosotros vemos mucho tras la muerte y nos quedamos en la “nada”, en el vacío. Por eso Magdalena vuelve a la comunidad. Hay que activar la fe, para “ver” al resucitado.
06.- El discípulo amado y Pedro
Quien llega antes a la fe en el Resucitado es quien más ama. El que más ama, más corre. Esto nos ocurre en todos los ámbitos de la vida.
Es evidente que no se trata de una carrera física, un pequeño maratón, sino que se trata más bien de un proceso de fe.
Hay que estudiar, cuidar la exegesis, la teología sobre la resurrección de Cristo, sobre toda la Biblia, pero a la fe y esperanza en la vida se llega por el amor.
07.- Feliz Pascua.
Desde la mañana de Pascua se abre para el creyente una nueva vida, un nuevo modo de ver la vida. El que ama, tiene prisa, corre, vey cree. Tengamos prisa y corramos por vivir en paz y esperanza.
Resucitamos en cada vida que nace, en cada momento que nos perdonan y perdonamos, en cada gesto de acogida, en la esperanza infinita…
Desde la Resurrección del Señor: Feliz Pascua.
[1] En el evangelio de San Juan la noche no es una cuestión física, sino personal.
Comentarios desactivados en María Magdalena: pionera de la igualdad.
Del blog de Juan José Tamayo:
“Tenemos una tarea urgente: despatriarcalizar a Dios, a Jesús de Nazaret y a las organizaciones cristianas”
Durante las últimas décadas se está produciendo un fuerte movimiento de recuperación de la figura de María Magdalena por parte de especialistas de la biblia cristiana, que leen los textos en perspectiva de género, de historiadores e historiadoras
Fue precisamente esa corriente que pretendía emanciparse del dominio patriarcal la que posibilitó el nacimiento del movimiento de Jesús como discipulado igualitario de hombres y mujeres, en el que estas ocuparon un lugar central y no puramente periférico
Las mujeres que siguen a Jesús suelen ser citadas en los evangelios en referencia a un varón; María Magdalena, no: una prueba más de su independencia de toda estructura patriarcal
Ella cumplió las tres condiciones para ser admitida en el grupo apostólico: haber seguido a Jesús desde Galilea, haber visto a Jesús resucitado y haber sido enviada por él a anunciar la resurrección
El reconocimiento de María Magdalena como primera testigo del Resucitado explica su protagonismo en el cristianismo primitivo, al mismo nivel que Pedro, e incluso mayor en algunas iglesias
María Magdalena nos convoca el 22 de julio, día de su fiesta, a un gran encuentro contra las brechas de la desigualdad cada vez mayores entre el Norte Global y el Sur Global y los dualismos excluyentes, por la sororidad-fraternidad eco-humana y la ciudada-nía y cuidada-nía entre los seres humanos y la naturaleza con capacidad para superar las discriminaciones e injusticias de género y de todo tipo que destruyen el tejido eco-social. Con motivo de tan importante efeméride voy a hacer una reflexión sobre la figura de María Magdalena, la otra Magdalena desconocida, olvidada, maltratada, a quien defino como “pionera de la igualdad (no clónica)”.
Durante las últimas décadas se está produciendo un fuerte movimiento de recuperación de la figura de María Magdalena por parte de especialistas de la biblia cristiana, que leen los textos en perspectiva de género, de historiadores e historiadoras, que llevan a cabo una reconstrucción antipatriarcal de los primeros siglos del cristianismo, y de la teología feminista, que hace unalúcida y certera hermenéutica de la sospecha de los textos patriarcales. Papel fundamental han desempeñado en esta recuperación los evangelios de carácter gnóstico, entre los que cabe citar el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe, el Evangelio de María y Pistis Sophia.
El movimiento igualitario de Jesús de Nazaret
Las actuales investigaciones sociológicas, de historia social, antropología cultural y hermenéutica feminista sobre los orígenes del cristianismo sitúan el grupo de seguidores y seguidoras de Jesús en el horizonte de los movimientos de renovación del judaísmo del siglo I, junto con los esenios, terapeutas, penitenciales y otros. Lo ubican asimismo dentro de los movimientos que lucharon contra la explotación patriarcal en las distintas culturas: griega, romana, asiática y judía. En la historia de Israel/Palestina hubo intensas luchas protagonizadas por mujeres que ocuparon un lugar político y cultural muy importante.
Las primeras seguidoras de Jesús eran mujeres galileas que se reunían para comidas comunes, eventos de oración y encuentros de reflexión religiosa con el sueño de la liberación de las mujeres en Israel/Palestina. Fue precisamente esa corriente que pretendía emanciparse del dominio patriarcal la que posibilitó el nacimiento del movimiento de Jesús como discipulado igualitario de hombres y mujeres, en el que estas ocuparon un lugar central y no puramente periférico. La presencia y el protagonismo de las mujeres en dicho movimiento, reconoce la teóloga Elisabeth Schüssler Fiorenza, fue de la mayor importancia para la praxis de la solidaridad desde abajo. Su actividad fue determinante para que el movimiento de Jesús continuara después de la ejecución del fundador y se extendiera fuera del entorno judío.
Las diferentes tradiciones evangélicas coinciden en señalar que estas mujeres fueron protagonistas en momentos fundamentales del movimiento puesto en marcha por Jesús de Nazaret: al comienzo en Galilea, en su seguimiento como itinerantes, junto a la cruz en el Gólgota y en la resurrección como primeras testigos. La mayoría de las veces se citan tres nombres de mujeres dentro de un grupo femenino numeroso (Lucas 8,2-3, por ejemplo, cita a María Magdalena, Juana y Susana). Es la misma tendencia seguida en el caso de los varones (Pedro, Santiago y Juan). Con ello se pretende mostrar el lugar destacado que unas y otros ocupan en la comunidad.
La mujer que aparece casi siempre citada en primer lugar en el grupo de las amigas y discípulas de Jesús es María Magdalena, que toma el nombre de su lugar de origen, Magdala, pequeña ciudad pesquera de la costa oriental del lago de Galilea, entre Cafarnaún y Tiberíades. Ella es discípula de primera hora, pertenece al grupo más cercano a Jesús, ocupa un lugar preeminente en él, hace el mismo camino que el Maestro hasta Jerusalén, comparte su proyecto de liberación y su destino. Las mujeres que siguen a Jesús suelen ser citadas en los evangelios en referencia a un varón; María Magdalena, no: una prueba más de su independencia de toda estructura patriarcal.
La fidelidad o infidelidad a una causa y a una persona se demuestran “cuando vienen mal dadas”, en la hora de la persecución y del sufrimiento. Cuando Jesús es condenado a muerte, los discípulos varones huyen por temor a ser identificados como miembros de su movimiento y correr la misma suerte que él. Solo las mujeres que le habían seguido desde Galilea le acompañan en el camino hacia el Gólgota y están a su lado en la cruz. Dentro del grupo de mujeres, como acabo de indicar, los evangelios citan a María Magdalena en primer lugar. Ella funge como discípula fiel no de un Mesías triunfante, sino de un crucificado por subvertir tanto el orden establecido religioso como el político de carácter imperial y patriarcal.
Testigo de la resurrección
Los distintos relatos evangélicos coinciden en presentar a las mujeres como testigos de la resurrección y a María Magdalena como la primera entre ellas. Es precisamente ella quien comunica la noticia a los discípulos, quienes reaccionan con incredulidad. Ella cumplió las tres condiciones para ser admitida en el grupo apostólico: haber seguido a Jesús desde Galilea, haber visto a Jesús resucitado y haber sido enviada por él a anunciar la resurrección. El reconocimiento de María Magdalena como primera testigo del Resucitado explica su protagonismo en el cristianismo primitivo, al mismo nivel que Pedro, e incluso mayor en algunas iglesias.
Sin embargo, en las cartas paulinas y otros escritos dela Biblia cristiana, el testimonio de las mujeres ya no aparece, y María Magdalena es sustituida por Pedro. Ello se debe a que la Iglesia estaba empezando a someterse al dominio masculino, que muy pronto comenzó a suprimir el importante lugar ocupado por las mujeres en el movimiento de Jesús.
El silenciamiento, por parte de Pablo y de otras tradiciones de la Biblia cristiana, de la aparición de Jesús a María Magdalena y a otras mujeres llevó derechamente a la exclusión de estas de los ámbitos de responsabilidad comunitaria. Pero, a pesar de ese silenciamiento, las mujeres constituyen la referencia indispensable de la transmisión del mensaje evangélico; más aún, son el eslabón esencial para el nacimiento de la comunidad cristiana. Sin el testimonio de las mujeres, hoy quizá no habría Iglesia cristiana.
Interlocutora preferente de Jesús
En los diálogos de revelación de los Evangelios de tendencia gnóstica, María Magdalena aparece como interlocutora preferente de Cristo resucitado y hermana de Jesús, discípula predilecta y compañera del Salvador.
Esa posición privilegiada provoca celos en algunos apóstoles, especialmente en Pedro, quien, según el apócrifo Pisis Sophia, reacciona en estos términos: “Maestro, no podemos soportar a María Magdalena porque nos quita todas las ocasiones de hablar; en todo momento está preguntando y no nos deja intervenir”.
Apóstola de apóstoles es el título que da a María Magdalena Hipólito de Roma, quien no considera a las mujeres mentirosas, sino portadoras de la verdad, y las llama apóstolas de Cristo. En la misma línea se expresa Jerónimo, quien reconoce a María Magdalena el privilegio de haber visto a Cristo resucitado “incluso antes que los apóstoles”.
La opción de Jesús ante el amor de Magdalena
Sin embargo, con el proceso de patriarcalización, clerizalización y jerarquización del cristianismo, María de Magdala fue relegada al olvido; más aún, es representada como la penitente y la sirvienta de Jesús en agradecimiento por haber expulsado de ella los malos espíritus. Mejor suerte tuvo María de Nazaret, madre de Jesús, que fue declarada Madre de Dios, elevada a los altares y tratada casi con honores divinos.
Veinte siglos después, se vuelve a hacer justicia a María Magdalena. Lo que hace falta es vencer las resistencias del pensamiento androcéntrico y de la organización patriarcal de la mayoría de las iglesias cristianas, y recuperar en la práctica la tradición del movimiento de Jesús como discipulado de iguales en el seguimiento de Jesús y el proseguimiento de su causa de liberación de todas las esclavitudes.
El movimiento feminista ha reconocido a María Magdalena como “pionera de la igualdad”. Es hora ya de que las iglesias cristianas hagan el mismo reconocimiento en su seno y devuelvan a las mujeres el protagonismo que tuvieron en el movimiento de Jesús y en el cristianismo primitivo y que deben recuperar hoy.
La patriarcalización de Dios y de Jesús se traduce en organizaciones cristianas jerárquico-patriarcales, que, en un círculo vicioso, legitiman, apoyan y refuerzan el patriarcado político, familiar, moral, educativo, etc. Patriarcado religioso y patriarcado político ejercen una doble legitimación
Despatriarcalizar a Dios y a Jesús de Nazaret
Afirma la prestigiosa intelectual feminista Mary Daly (1928-2010) en su libro emblemático Más allá de Dios Padre. Hacia una filosofía de la liberación de la mujer (1973): “Si Dios es varón, el varón es Dios”. En la misma dirección apunta Kate Millet, referente del feminismo radical, en su obra pionera Política sexual (1970): “El patriarcado tiene a Dios de su lado”. Hoy se sigue presentando a Dios como varón, que solo se deje presentar por varones y convierte a estos en “masculinidades sagradas”, en contra del relato de la creación del Génesis que habla del hombre y de la mujer creados a imagen de Dios. Se continúa patriarcalizando a Jesús de Nazaret, convirtiendo un hecho biológico en principio teológico que excluye a las mujeres de toda representación jesuánica. La patriarcalización de Dios y de Jesús se traduce en organizaciones cristianas jerárquico-patriarcales, que, en un círculo vicioso, legitiman, apoyan y refuerzan el patriarcado político, familiar, moral, educativo, etc. Patriarcado religioso y patriarcado político ejercen una doble legitimación.
Tenemos una tarea urgente: despatriarcalizar a Dios, a Jesús de Nazaret y a las organizaciones cristianas. Es condición necesaria para recuperar el cristianismo igualitario de María Magdalena y re-crear comunidades cristianas libres de discriminaciones de género, religión, cultura, identidad sexual, clase social, etc. Dicha tarea hay que llevarla a cabo en sintonía y colaboración con los movimientos feministas, que deben apoyar la causa de la igualdad y la justicia en las iglesias y las religiones, al tiempo que las comunidades cristianas y religiosas igualitarias deben hacer causa común con los movimientos de emancipación de las mujeres.
Deconstruir las masculinidades hegemónicas y sagradas
Ah, y sin olvidar que dicha causa requiere luchar contra las masculinidades hegemónicas en la sociedad y contra las masculinidades sagrada en las religiones, lo que exige la implicación de los varones feministas en la deconstrucción de las masculinidades tóxicas, que predominan en las mentes y las prácticas de los varones y dominan todas las esferas de la vida pública, y la construcción de nuevos modelos de masculinidad: masculinidades otras, alternativas, que eliminen, y no reproduzcan, los roles aprendidos desde la infancia en torno a lo femenino y lo masculino.
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