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“Tiempo para todo”, por Gema Juan, OCD

Miércoles, 5 de agosto de 2015
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20124888145_cf884c4699_mDe su blog Juntos Andemos:

La sabia palabra del libro del Eclesiastés dice: «Hay un momento para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol». Como si se hiciera eco de esa palabra, Teresa de Jesús escribía a su gran amigo Antonio Gaytán diciéndole: «Sepa que como en este mundo hay tiempos diferentes, así en el interior, y no es posible menos… y vaya mirando a lo que le inclina más su espíritu». Hay tiempos diferentes… y tiempo para todo.

Teresa había experimentado la prisa y la calma, los agobios de los mil asuntos de la vida y el descanso de la amistad, tanto la divina como la humana. Conocía los humores que zarandean a los seres humanos y lo que el cansancio puede hacer en un buen espíritu, agostándolo y haciéndolo tambalear.

También había disfrutado el regalo de la naturaleza y en el Libro de la Vida decía: «Aprovechábame a mí también ver campo o agua, flores. En estas cosas hallaba yo memoria del Criador, digo que me despertaban y recogían y servían de libro».

No solo le acercaban a Dios todas esas cosas, sino que entendía que son un descanso para el cuerpo y el alma. Por eso, ponía mucho interés en que las casas que iba fundando tuvieran huerta y buenas vistas, porque –decía– «para nuestra manera de vivir es gran negocio». Y así, tratando de la casa en la que convenía estar en Sevilla, escribía a su querida María de San José: «Siempre advierta que es menester vistas más que estar en buen puesto, y huerta si pudieren».

Inclinada a la discreción y enemiga de los excesos, dirá a Gracián, su descalzo más protegido, en un momento en que se le iba la mano en esfuerzos y penitencias: «Yo digo, mi padre, que será bien que vuestra paternidad duerma. Mire que tiene mucho trabajo, y no se siente la flaqueza hasta estar de manera la cabeza que no se puede remediar, y ya ve lo que importa su salud». Así de sabia y humana era.

En la misma línea, decía a su hermano Lorenzo: «No piense le hace Dios poca merced en dormir tan bien, que sepa es muy grande; y torno a decir que no procure que se le quite el sueño, que ya no es tiempo de eso».

Teresa era poco amiga de las ñoñerías y le disgustaba que había quienes pensaban que «todo nos ha de matar y quitar la salud» y con esa excusa dejaban de esforzase en el amor y el servicio. Por eso avisaba de la necesidad de «vencer estos corpezuelos» para que no lleven las riendas de la vida.

Pero sabía que muchas dificultades venían, sencillamente, de «indisposición corporal (y de) las mudanzas de los tiempos y las vueltas de los humores». Por eso, era contraria a forzar a las personas, porque eso solo provoca desazón, un «afligimiento –decía– que no sirve de más de inquietar el alma».

Invitaba a la creatividad, a la amplitud de miras y a buscar modos de estar con Dios, cuando no se puede orar, por cansancio u otros motivos: «Sirva entonces al cuerpo por amor de Dios, porque otras veces muchas sirva él al alma, y tome algunos pasatiempos santos de conversaciones que lo sean, o irse al campo».

Teresa animaba a descubrir la propia disposición y lo necesario en cada ocasión, y a comprender que «en todo se sirve Dios», cuando se entra en el camino del amor. Por eso, añadía: «Suave es su yugo, y es gran negocio no traer el alma arrastrada, como dicen, sino llevarla con suavidad para su mayor aprovechamiento».

Dar descanso al cuerpo y al alma, porque el corazón también necesita solaz. A la misma María de San José, por ejemplo le decía: «Para descansar de otras ocupaciones cansosas sería bien vuestra merced no dejase de escribirme alguna vez, que cierto cuando veo su letra me es gran merced y alivio».

«Hay tiempos diferentes» y ya que –como decía a su hermano Lorenzo– «siempre suele Dios traer tiempos para cumplir los buenos deseos», hay que saber vivir el descanso.

Recrearse con la naturaleza y en soledad, como le escribía en otra carta, desde Toledo: «Tengo una celdilla muy linda, que cae al huerto una ventana, y muy apartada». Y recrearse con los buenos amigos que, a veces, cuidan mejor que uno mismo, como decía a Gracián: «Dios me libre de mí, que tan poco caso hago de mi descanso. Plega al Señor me dé alguno en que pueda yo descansar mi alma, muy despacio con vuestra paternidad».

Todavía, por si acaso no hay ventanas con vistas, ni espacios más amables ni tiempos largos de descanso, Teresa invitará a descansar en lo profundo, donde habita Dios, y dirá: «Os será consuelo deleitaros en este castillo interior… podéis entrar y pasearos por él a cualquier hora».

Y en una de sus Cuentas de Conciencia, describe el mejor descanso: «Me vino un recogimiento con una luz tan grande interior que me parece estaba en otro mundo, y hallóse el espíritu dentro de sí en una floresta y huerto muy deleitoso tanto, que me hizo acordar de lo que se dice en los Cantares: Veniat dilectus meus in hortum suum».

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“Conversar”, por Gema Juan OCD

Domingo, 21 de junio de 2015
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18891654116_552f14f6c8_mDe su blog Junto Andemos:

Teresa de Jesús es doctora de la Iglesia y maestra de espirituales, está reconocida como una de las grandes místicas de todos los tiempos, pero ha elegido un modo muy sencillo para enseñar y compartir su experiencia: conversar con quien desea crecer.

Era una mujer que se sentía hecha para la relación, que disfrutaba comunicando y que, a la vez, luchaba con las palabras, inmensas e insuficientes, para poder decir lo que quería. Por eso, había escrito: «¡Oh Dios mío, quién tuviera entendimiento y letras y nuevas palabras para encarecer vuestras obras como lo entiende mi alma!». Quería nuevas palabras, para decir algo del infinito amor que había descubierto.

Y para tanta grandeza, prefería un camino llano, para que fueran muchos los que lo transitaran. Por eso, Teresa conversaba. Quería «engolosinar» y a eso animaba a sus hermanas, cuando les pedía que aprendieran a conversar para «despertar a alguna alma para este bien»: el bien de vivir con el «amigo verdadero» que es Dios.

La escritora estadounidense, M. Wheatley decía que «la conversación humana es la forma más antigua y más fácil de cultivar las condiciones necesarias para cambiar, personal y comunitariamente, en las organizaciones y a nivel planetario». Teresa había experimentado algo de eso: que conversar puede hacer abrir los ojos, reorientar los caminos y abrir puertas selladas.

De joven, lo había comprobado en sí misma. Contaba que entre las agustinas del convento adonde la llevó su padre, para que se formase y madurase, había una monja cuya conversación caló en ella y decía: «Comenzando a gustar de la buena y santa conversación de esta monja, holgábame de oírla cuán bien hablaba de Dios, porque era muy discreta y santa… Comenzó esta buena compañía a desterrar las costumbres que había hecho la mala y a tornar a poner en mi pensamiento deseos de las cosas eternas».

Teresa tenía capacidad innata para la amistad, para crear lazos, para establecer redes de comunicación. Después de esta experiencia, a través de un largo camino, fraguará en ella la conciencia de que su don para la comunicación era una responsabilidad y lo pondrá al servicio de Dios y de las gentes.

Una buena parte de la conversación que lleva entre manos Teresa, al escribir sus grandes obras, tiene que ver con todo esto: con el imperioso deseo de comunicar lo que ha entendido, de clarificarlo también, y de compartir el camino que ha recorrido.

Sus textos están llenos de expresiones que reflejan la conversación: «Yo os digo… diréisme», «os diré, trataré, os pido yo… si decís que… ¿qué pensáis?». Y de recomendaciones, para animar a conversar, a tener trato unos con otros, los buenos amigos de Dios. Decía: «Grandísima cosa es tratar con los que tratan de esto» y aún añadía que quien mucho conversa con esos buenos amigos, crece y avanza más deprisa en el camino del amor.

Una de las primeras hijas de Teresa, María de san José, reconocía que la conversación de la «Madre» era lo que la había movido a comprometer su vida en el seguimiento de Jesús: «Tratando a nuestra Madre y a sus compañeras, las cuales movían a las piedras con su admirable vida y conversación, y lo que me hizo ir tras ellas fue la suavidad y gran discreción de nuestra buena Madre».

Ya no es solo Teresa, va a generar un estilo, un modo de vivir en permanente diálogo, es decir, en disposición de escuchar y de comunicarse. Quien conversa con ella, aprende a conversar: con Dios y con los demás.

Cuando habla del «amigo de amigos», dice: «Comenzóme mucho mayor amor y confianza de este Señor en viéndole, como con quien tenía conversación tan continua». Y aunque siga refiriéndose a este amigo, puede extenderse a toda buena compañía lo que poco antes había escrito: «Una compañía santa no hace su conversación tanto provecho de un día como de muchos; y tantos pueden ser los que estemos con ella, que seamos como ella».

Por todo eso, la maestra se sienta a conversar con quien quiere avanzar en la amistad con Dios y aconseja procurar «amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo». Después, dejará para todos los creyentes una consigna clara: conversar es tender puentes, es un modo de enseñar, de compartir la sabiduría y de crear comunión. Por eso, escribe:

«Procurad ser afables y entender de manera con todas las personas que os trataren, que amen vuestra conversación y deseen vuestra manera de vivir y tratar, y no se atemoricen y amedrenten de la virtud. A religiosas importa mucho esto: mientras más santas, más conversables».

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“Hacer historia”, por Gema Juan OCD

Domingo, 24 de agosto de 2014
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14999916485_ce0790189e_mComo  la de Teresa, esta comunidad ha nacido para “hacer historia“, para vivir nuestra libertad como oportunidad para ser mejores, para hacer brecha, para abrir un nuevo cauce para las aguas que Dios ha hecho emerger y que forman parte de ese inmenso Océano, diverso y fecundo que es la Iglesia… Por so, formamos comunidad, no estamos ni aislados ni desconectados, no queremos guardarnos nuestras “riquezas“, sino que queremos compatirlas porque creemos que nadie sobra y que odemos enriquecer a quien con nosotros quiera caminar.

Leído en su blog Juntos Andemos:

La historia de la humanidad es la historia de una superación incesante, de continuos hallazgos, de generosidades, anónimas y conocidas, pequeñas e inmensas. La historia es un río que no se detiene, fecunda y arrolla pero también permite ser parte para aumentar el caudal e incluso, redefinir el curso del agua.

El valor de muchos hombres y mujeres para dar pasos y desafiar principios obsoletos, y su humildad para hacer ensayos y enfrentar errores ha creado historia y sigue haciéndolo. Y cada vez que un ser humano vive su libertad –como decía Camus– como una oportunidad para ser mejor, hace una brecha, abre un nuevo cauce para las aguas.

Teresa de Jesús hizo algo de esto, aunque no a solas. Es cierto que tenía «duende», ese genio encantador y misterioso de su personalidad que la hacía amable y querida, aguda y sencilla a la vez. Ella y su profunda experiencia espiritual habrían sido un regalo para la historia pero, en realidad, han sido mucho más que eso.

Un 24 de agosto, tomaba cuerpo una idea madurada a lo largo del tiempo. Un sinfín de conversaciones, de experiencias compartidas, de búsquedas y discernimientos, a veces difíciles, habían dado a luz algo precioso: una nueva forma de vida.

Nacía en medio de grandes zozobras. Lo cuenta Teresa: «Las grandes contradicciones y persecuciones que hubo» y «los grandes trabajos y tentaciones» que pasó. Ella misma se tambaleaba: «Por una parte, me parecía imposible, por otra, no lo podía dudar». Pero tenía tanta fuerza la experiencia de haber encontrado los tesoros del amor y era tan grande el «deseo de repartirlos con otros», que se lanzó.

Ahí está el germen de algo mayor. Teresa podía haber sido un precioso arroyo de agua fresca, pero se convirtió en un benéfico aluvión porque no se aisló ni desconectó, no se guardó lo que tenía.

Explicaba J. A. Marina que cuando una inteligencia –en cualquier campo que se dé– no se aísla, es capaz de generar valores comunitarios y de crear nuevas formas de vida. Así sucede con Teresa. Hace historia compartiendo porque, de ese modo, crea una nueva «manera de vivir y tratar».

Desafió los diques de su tiempo, consciente de que su condición de mujer, monja y sin abolengo la tenía «sujeta, sin solo un maravedí, ni quien con nada me favoreciese». Pero encontró el modo de hacer pasar el agua. Después, cuando pensaba en lo que había hecho, decía: «Hallé lo bueno haberlo el Señor hecho todo de su parte».

No le bastaba haber descubierto la fuente de agua viva de la que mana todo; «querría bebiesen los otros», decía. Tenía conciencia de que por su medio «quería el Señor hacer bien a muchas personas», así que quería aumentar el caudal de la historia y abrir un nuevo cauce.

Úrsula de los Santos, María de S. José, Antonia del Espíritu Santo y María de la Cruz son cuatro mujeres prácticamente desconocidas, pero que hicieron posible el paso que Teresa de Jesús daba en la historia. Son las primeras descalzas. Atrevidas y enamoradas, como ella, canalizaron unas fuerzas vivas que significaban un cambio real en el panorama humano y religioso de su tiempo.

Unas mujeres capaces de decidir lo que querían hacer con sus vidas, que eligieron la libertad del servicio. Iniciaron una vida de soledad, máximamente sencilla y silenciosa, centrada en la persona de Jesús. Y donde la amistad, la búsqueda del bien común, informaba todo. De ellas, impresionaba a Teresa su «gran valor… y el ánimo que Dios las daba para padecer y servirle».

De necesidad había de alterarse el curso del agua, en un tiempo que acumulaba ruidos vacíos de linajes e intereses, y que mantenía retirada de todo a la mujer.

En 1562, Teresa y sus compañeras cambiaban el rumbo de la historia. Iniciaban un «modo y manera de vivir» que no iba a quedar encerrado en los muros de su casita. Su forma de vida tenía las compuertas abiertas.

Los linajes, los intereses y la discriminación siguen levantando diques. Por eso, sigue siendo necesario el valor y la humildad para dar pasos y, como decía Teresa, para «ser parte para que algún alma se llegase más a Dios» que, para ella significaba decir ser parte en mejorar la vida de los demás.

Decía algo que parece contradictorio, pero no lo es: que «querría huir de las gentes y… se querría meter en mitad del mundo, por ver si pudiese ser parte para que un alma alabase más a Dios». En el fondo, esos deseos dicen que la «manera de vivir» que propone no tiene un único molde, porque el agua no puede tenerlo.

Y Teresa no pretendió otra cosa que aumentar el caudal, sabiendo que Dios está en la historia del mundo y que esa historia no es previsible, pero está llena de nombres grandes y pequeños que eligen «hacer historia». Hombres y mujeres que al poner en común lo que tienen en sí –como aquellas cuatro descalzas– hacen posible dar un paso adelante.

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“Trascendencia en clave menor: El humor (III)”, por Gema Juan OCD

Martes, 19 de agosto de 2014
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14655653442_33f77496cc_mLeído en su blog Juntos Andemos:

Cuando se observa lo que hacía reír a Teresa, se descubre una manera extraordinaria de vivir, de enfrentarse a las dificultades, de encajar los reveses. La risa desvela en ella una madurez espléndida. Porque para reparar en lo cómico es necesario no estar a la defensiva, quitarse el tono importancioso de encima y estar abierto a que las circunstancias descoloquen lo que parece ya fijado.

La percepción de lo cómico que puede haber en una situación desdramatiza y rompe el miedo. Es una idea que aparece, con frecuencia, en Fundaciones. El humor desmitifica, aleja de pensar que se posee toda la verdad en cualquier asunto, es decir, es un buen bastón para la humildad y, puede ser, como hemos visto, un gran liberador. Todo esto tiene mucho que ver con la espiritualidad que promueve Teresa.

No era amiga de «santos encapotados» y explicaba que «hay algunas personas que parece se les ha de ir la devoción si se descuidan un poco», o sea, que tienen que tener todo muy medido y compuesto para que «no se les vaya un poquito de gusto y devoción». También, con cierta sorna, escribía a Gracián que hay quien «pensará, si ha estrujado algunas lágrimas, que aquello es la oración».

La vida espiritual y la oración no son cosas para encerrarse en uno mismo, más bien justo al revés. El ceño fruncido, el gesto serio, la afectación, la poca alegría, el no poder burlarse de uno mismo, en el doble sentido de la palabra, reírse sanamente y así escapar del propio enjaulamiento… Todo eso no pertenece a una espiritualidad sana.

Para Teresa, el sentido del humor y la capacidad de reír están ligados a la santidad. Lo expresa muy claramente en un momento en el que se enfrenta a algo muy desagradable. Se han propagado calumnias contra el P. Gracián, a cuenta de su trato con algunas carmelitas. Primero dirá a María de San José que «son disparates; que lo mejor es reírse de ellos, y dejarlos decir».

Pero irá más lejos. Le disgusta que Gracián caiga en defenderse absurdamente, y escribirá: «Hacer caso de esos desatinos, ni ponerlos en plática; téngolo por mucha imperfección; sino reírse de ellos». Reírse es invertir el orden de las cosas. Cambiarlo, de modo que resulta un orden más liberador.

No deja de sorprender su humor ante graves dificultades. Cuando escribe al Rey, tras el secuestro de Juan de la Cruz y por causa de los malos modos que usa con las monjas, se referirá al fraile que anda tramando todo, diciendo: «Dicen le han hecho vicario provincial, y debe ser porque tiene más partes para hacer mártires que otros».

Y del nuncio Sega, que tantas y tan serias trabas estaba poniendo a la familia descalza, que empezaba a echar a andar, dirá: «Para personas perfectas, no podíamos desear cosa más a propósito que al señor nuncio, porque nos ha hecho merecer a todos».

El humor es también una forma de mirar y percibir el mundo. Esa mirada le hace decir: «¡Qué al revés anda el mundo!», al hablar de «honras y mayorías», es decir, del modo de entender el estatus quienes creen ser espirituales. Y escribe con mucha ironía: «Cosa es para reír, o para llorar… que no manda la Orden que no tengamos humildad».

También logra reírse del falso aplauso que a veces se da entre las gentes. Sabe que es engañoso, algo hueco y vacío de verdad. Ella ha logrado, poco a poco, una nueva postura: «Solía afligirme mucho de ver tanta ceguedad en estas alabanzas y ya me río como si viese hablar un loco».

Volverá a usar la ironía para evidenciar situaciones que piden cambio. Así, muestra la incoherencia de quienes inventan penitencias y luego no saben vivir bien en la vida ordinaria, de quienes justifican sus costumbres y «querrían que otros las canonizasen», o comenta en sus cartas que «no parece bien estos mocitos, descalzos y en mulas con sus sillas». Para paliar una contradicción y encaminar hacia la verdadera espiritualidad, mejor un poco de humor que de desprecio.

Su ironía no se convierte en sarcasmo. No quiere ofender, pero tampoco puede evitar que haya quien se resienta. Por ejemplo, cuando dice a sus hermanas que, aunque la Inquisición prohíba libros espirituales, «no os quitarán el paternóster y el avemaría», el censor se molestó mucho, tachó lo escrito y apuntó: «Parece que reprende a los inquisidores, que prohíben libros de oración».

En última instancia, como recomendaba en las Constituciones, procuraba no ser enojosa sino que hasta en las burlas, mantenía la discreción. Aunque, por el ejemplo, en el famoso Vejamen –el pequeño certamen espiritual que organizó–, al responder humorísticamente a las participaciones espirituales, alguno de sus amigos encajara muy mal la ironía.

La «trascendencia en clave menor» deja muchas puertas abiertas y queda para pensar por qué una mujer tan espiritual, maestra y mística, imprime a sus obras este tono, esta mirada especial con tanto humor. Por qué intercala historietas, algunas muy cómicas, en el relato de sus Fundaciones, o bromas y comentarios irónicos en medio de la gran historia de amistad que cuenta en sus libros. Teresa dice algo con todo ello, algo de Dios y de los seres humanos.

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“Trascendencia en clave menor: El humor (II)”, por Gema Juan OCD

Martes, 12 de agosto de 2014
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14464939468_ac796bfc5f_mLeído en su blog Juntos Andemos:

Teresa de Jesús era una mujer de gran receptividad. Su vida, sus escritos y sus amistades lo muestran claramente. Tenía gran sensibilidad para comprender y hacerse cargo de los demás, también para percibir su entorno, las posibilidades y las carencias.

Esa es una de las razones por las que el humor era uno de sus grandes aliados. Porque, como decía Carlyle, «la esencia del humor es la sensibilidad; la cálida y tierna simpatía por todos los tipos de existencia». Teresa invita a vivir con sensibilidad y simpatía. Y, de hecho, ella siempre ha procurado «dar contento adondequiera que estuviese» y «sentir con pena las penas» de los demás.

Esa empatía le permite bromear con su hermana y amiga María de San José, diciéndole: «¡Oh, qué vana estará ella ahora con ser medio provinciala!», en una ocasión en que María debe asumir ciertas responsabilidades, o con su hermano Lorenzo: «Riéndome estoy cómo él me envía confites, regalos y dineros, y yo cilicios». Sintoniza con lo que viven ambos y, al mismo tiempo, les deja caer un pequeño mensaje.

Por otra parte, el humor es liberador, permite invertir el orden de las cosas y dar la vuelta a situaciones adversas. Teresa lo utiliza para transformar cosas muy serias y convierte lo que puede ser una amenaza, en un aliado. Así lo hace ante la Inquisición, con la que sabía que podía tener serias dificultades por su condición de mujer espiritual, sus experiencias y sus actividades.

Contaba que le decían, con mucho miedo, que eran tiempos difíciles, «recios», y que podían acusarla a la Inquisición. Ella dirá: «A mí me cayó esto en gracia y me hizo reír, porque en este caso jamás yo temí, que sabía bien de mí que en cosa de la fe contra la menor ceremonia de la Iglesia que alguien viese yo iba, por ella o por cualquier verdad de la Sagrada Escritura me pondría yo a morir mil muertes. Y dije que de eso no temiesen».

Erasmo de Rotterdam explicaba en su Elogio de la locura que, en ocasiones, una necedad que no se puede desmontar con muchos y buenos argumentos, viene a deshacerse, se «desbarata en un instante», sencillamente, con la risa. Teresa lo sabía y a la hora de enseñar y corregir se apoyó en ella. Una risa cargada de lucidez y bondad, «risa redentora» la llamó Peter Berger.

A su querida María Bautista le dirá: «Yo le digo que me hace reír, como dice que otro día dirá lo que le parece de algunas cosas. ¡A usadas que tiene consejos que dar!». Y valora mucho que las hermanas del convento de la Encarnación escriben versos graciosos para sobrellevar las muchas dificultades que tenían. Se los envía a Gracián, y le escribe: «Para que vuestra paternidad se ría un poco, le envío esas coplas que enviaron de La Encarnación, que más es para llorar cómo está aquella casa; pasan las pobres entreteniéndose».

Se ríe de la simpleza de Ambrosio Mariano, para prevenirle: «En gracia me ha caído el decir vuestra reverencia que en viéndola la conocerá. ¡No somos tan fáciles de conocer las mujeres!». Y con tanto humor como amor reprende a su querido Gracián, en un momento en que él está muy desanimado: «No ande profetizando tanto con sus pensamientos».

Para reír es cuando escribe a María de San José: «Al padre fray Antonio de Jesús y al padre Mariano dé mis encomiendas, y que ya quiero procurar la perfección que ellos tienen de no escribirme». O cuando le habla de su salud: «Para mí ha sido mucho consuelo saber que tienen salud. Yo estoy como suelo, el brazo harto ruin y la cabeza también; no sé qué se rezan».

Esa risa o humor benigno se vuelve ironía en muchas ocasiones. Con ella, señala a los amigos cosas que han de revisar, es como un dedo que apunta pero sin herir. Le sirve, también, para crear complicidad, porque alude a situaciones y dificultades compartidas, como veremos más adelante.

Dirá al P. Mariano que nada de llamarla «reverenda y señora… parece que vuestra reverencia o yo nos hemos tornado calzados». Y le llama «doctor fray Mariano… vuestra merced reverencia», para que reaccione. Más fuerte –porque mayor amistad tiene– escribe a Gracián, cuando andaba tan cabizbajo: «Si con tan buena vida tiene ese cerro (acritud y pesimismo), ¿qué hubiera hecho con la que ha tenido fray Juan?» [que salía entonces de la cárcel].

La usa igualmente con sus hermanas. Por ejemplo, cuando toca el tema de no atarse en exceso al cuidado del cuerpo, dirá: «Algunas monjas no parece que venimos a otra cosa al monasterio sino a procurar no morirnos; cada una lo procura como puede».

Y, con todo, en el humor, como en tantas cosas buenas, es necesario tener mesura y discernimiento. «Aun en lo bueno hemos menester tasa y medida», escribía Teresa. Y por eso, mientras celebraba el buen humor de sus hermanas sevillanas, les avisaba que tuvieran cuidado al escribir a cierto clérigo: «Harto me huelgo que sea de ese humor. Con todo anden recatadas, que es tan perfecto que quizá lo que pensamos le hace devoción le escandalizará».

Con ingenio, pondrá motes divertidos a sus allegados. «Maestra de las ceremonias» llama a la criada de su hermano Lorenzo, o «Padre eterno» al muy querido jesuita Pablo Hernández. Humor e ironía se mezclan ahí, como en tantas ocasiones, creando el clima de amistad y confianza que tan querido era para Teresa.

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