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La evolución es posible gracias a una involución

Lunes, 15 de agosto de 2016
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virgen-embarazadaLc 1, 39-56

No debemos caer en el error de considerar a María como una entidad paralela a Dios, sino como un escalón que nos facilita el acceso a Él. El cacao mental que tenemos sobre María, se debe a que no hemos sido capaces de distinguir en ella dos aspectos: uno la figura histórica, la mujer que vivió en un lugar y tiempo determinado y que fue la madre de Jesús; otro la figura simbólica que hemos ido creando a través de los siglos, siguiendo los mitos ancestrales de la Diosa Madre y la Madre Virgen. Las dos figuras han sido y siguen siendo muy importantes para nosotros, pero no debemos mezclarlas.

De María real, con garantías de historici­dad no podemos decir casi nada. Los mismos evangelios son extremadamente parcos en hablar de ella. Una vez más debemos recordar que para aquella sociedad la mujer no contaba. Podemos estar completamente seguros de que Jesús tuvo una madre y además, de ella dependió totalmente su educación durante los once o doce primeros años de su vida. El padre en la sociedad judía del aquel tiempo, se desentendía totalmente de los niños. Solo a los 12 ó 13 años, los tomaban por su cuenta para enseñarles a ser hombres; hasta entonces se consideraban un estorbo.

De lo que el subconsciente colectivo ha proyectado sobre María, podíamos estar hablando semanas. Solemos caer en la trampa de equiparar mito con mentira. Los mitos son maneras de expresar verdades a las que no podemos llegar por vía racional. Suelen ser intuiciones que están más allá de la lógica y son percibidas desde lo hondo del ser. Los mitos han sido utilizados en todos los tiempos, y son formas muy valiosas de aproximarse a las realidades más misteriosas y profundas que afectan a los seres humanos. Mientras existan realidades que no podemos comprender, existirán los mitos.

En una sociedad machista, en la que Dios es signo de poder y autoridad, el subconsciente ha encontrado la manera de hablar de lo femenino de Dios a través de una figura humana, María. No se puede prescindir de la imagen de lo femenino si queremos llegar a los entresijos de la divini­dad. Hay aspectos de Dios, que solo a través de las categorías femeninas podemos expresar. Claro que llamar a Dios Padre o Madre son solo metáforas para poder expresarnos. Usando solo una de las dos, la idea de Dios queda falsificada porque podemos quedar atrapados en una de las categorías masculinas o femeninas.

El hecho de que la Asunción sea una de las fiestas más populares de nuestra religión es muy significativo, pero no garantiza que se haya entendido correctamente el mensaje. Todo lo que se refiere a María tiene que ser tamizado por un poco de sentido común que ha faltado a la hora de colocarle toda clase de capisayos que la desfiguran hasta incapacitarla para ser auténtica expresión de lo divino. La mitología sobre María puede ser muy positiva, siempre que no se distorsione su figura, alejándola tanto de la realidad que la convierte en una figura inservible para un acercamiento a la divinidad.

La Asunción de María fue durante muchos años una verdad de fe aceptada por el pueblo sencillo. Solo a mediados del siglo pasado, se proclamó como dogma de fe. Es curioso que, como todos los dogmas, se defina en momentos de dificultad para la Iglesia, con el ánimo de apuntalar privilegios que la sociedad le estaba arrebatando.

Hay que tener en cuenta que una cosa es la verdad que se quiere definir y otra muy distinta la formulación en que se mete esa verdad. Ni Jesús, ni María, ni ninguno de los que vivieron en su tiempo, hubieran entendido nada de esa definición dogmática. Sencillamente porque está hecha desde una filosofía completamente ajena a su manera de pensar. Para ellos el ser humano no es un compuesto de cuerpo y alma, sino una única realidad que se puede percibir bajo diversos aspectos, pero sin perder nunca su unidad.

La fiesta de la Asunción de María nos brinda la ocasión de profundizar en el misterio de toda vida humana. A todos nos preocupa cuál será la meta de nuestra existencia. Se trata de la aplicación a María de toda una filosofía de la vida, que puede llevarnos mucho más allá de consideraciones piadosas.

En la más clásica filosofía occidental encontramos tres conceptos que se han calificado como trascendentales: “unum”, “verum”, “bonum” (unidad, verdad y bondad). Pero la más simple lógica nos dice que, si esos conceptos se pueden aplicar a todos los seres, no hay lugar para sus contrarios: multiplicidad, falsedad y maldad. Esta contundente conclusión nos lleva a desestimar estas cualidades contrarias y negativas, como realidades realmente existentes. Este aparente callejón sin salida nos obliga a considerar estas tres últimas realidades como apariencias sin consistencia verdadera.

Allí donde encontramos multiplicidad, falsedad, maldad, debemos profundizar hasta descubrir la hondura de todo ser: la unidad, la verdad y la bondad. Toda apariencia debe ser superada para encontrarnos con la auténtica realidad. Esa REALIDAD está en el origen de todos y está escondida en todo. En el momento que desaparezcan las apariencias, se manifestará toda realidad como una, verdadera y buena. Es decir que la meta de todo ser se identificará con el origen de toda realidad.

La creación entera está en un proceso de evolución, pero aquella realidad hacia la que tiende, es la realidad que le ha dado origen. Ninguna evolución sería posible si esa meta no estuviera ya en la realidad que va a evolucionar. Ex nihilo nihil fit, (de la nada, nada puede surgir) dice también la filosofía. Si como principio de todo lo que existe ponemos a Dios, resultaría que la meta de toda evolución sería también Dios.

Lo que queremos expresar en la celebración de una fiesta de la Asunción de María, es precisamente esto. No podemos entender literalmente el dogma. Pensar que un ser físico, María, que se encuentra en un lugar, la tierra, es trasladado localmente a otro lugar, el cielo, no tiene ni pies ni cabeza. Hace unos años se le ocurrió decir al Papa Juan Pablo II que el cielo no era un lugar, sino un estado. Pero me temo que la inmensa mayoría de los cristianos no ha aceptado la explicación, aunque nunca la doctrina oficial había dicho otra cosa.

El dogma es un intento de proponer que la salvación de María fue absoluta y total, es decir, que alcanzó su plenitud. Esa plenitud solo puede consistir en una identificación con Dios. Como en el caso de la ascensión, se trata de un cambio de estado. María ha terminado el ciclo de su vida terrena y ha llegado a su plenitud. Pero no a base de añadidos externos sino por un proceso interno de identificación con Dios. En esa identificación con Dios no cabe más. Ha llegado al límite de las posibilidades. Todas las apariencias han sido superadas. Esa meta es la misma para todos. En lenguaje bíblico, “cielos” significa el ámbito de lo divino, por tanto María está ya en “los cielos”.

Cuando nos dicen que fue un privilegio, porque los demás serán llevados de la misma manera al cielo, pero después del juicio final, ¿de qué están hablando? Para los que han terminado el curso de esta vida, no hay tiempo. Todos los que han muerto están en la eternidad, que no es tiempo acumulado, sino un instante. Concebir el más allá, como si fuera continuación del más acá, nos ha metido en un callejón sin salida; y parece que muchos se encuentran muy a gusto en él. Del más allá no podemos saber nada. Lo único que podemos descartar es que sea prolongación de la vida de aquí.

 

Meditación-contemplación

El Magníficat es un excelente cántico de alabanza,
resumen de las aspiraciones de todo un pueblo,
que confía plenamente en Dios
y en la salvación que había prometido a los antepasados.
……………………

Este poema pone en boca de María estos sentimientos
y nos invita a desarrollarlos interiormente,
teniendo en cuenta que las obras de Dios
nunca se manifiestan en fenómenos espectaculares.
……………………

La obra la desplegó Dios en María.
Fue posible porque fue capaz de decir “Fiat”.
La seguirá desplegando en cada uno de nosotros,
en la medida en que sepamos estar, como ella, disponibles.
…………………

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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“María Magdalena, pionera de la igualdad”, por Juan José Tamayo

Jueves, 11 de agosto de 2016
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mary-magdalene-6e5a131d0dc85e1439fe556313b910251421f22f-s6-c30A las mujeres y a las organizaciones feministas que luchan por la emancipación de las mujeres en una sociedad patriarcal, con mi solidaridad fraterno-sororal y en sintonía

Durante las últimas décadas se está produciendo un importante movimiento de recuperación de la figura de María Magdalena por parte de especialistas del Nuevo Testamento, preferentemente mujeres, que leen los textos fundantes de la fe cristiana en perspectiva de género, de historiadores e historiadoras de los orígenes del cristianismo, que llevan a cabo una reconstrucción no patriarcal de los primeros siglos de la religión cristiana, y de la teología feminista, que aplica a los textos la hermenéutica de la sospecha..

Papel fundamental han jugado en esta recuperación los evangelios llamados “apócrifos”, sobre todo los de carácter gnóstico, entre los que cabe citar el Evangelio de Tomás, el Evangelio de Felipe, El Evangelio de María (del que me ocupé en EL PAÍS-BABELIA, 13 de mayo de 2006) y Pistis Sofía, a quienes algunos investigadores conceden gran importancia por la información que proporcionan sobre las distintas tendencias del cristianismo naciente. Para un conocimiento de estos y otros textos gnósticos recomiendo la obra Textos gnósticos. Biblioteca de Nag Hammadi, 3 vols., Trotta, 1997-2000, editada por Antonio Piñero, catedrático de Filología del Nuevo Testamento en la Universidad Complutense de Madrid.

Resulta difícil una reconstrucción histórica de la figura de María Magdalena, por la falta de datos, ya que los evangelios, tanto los llamados canónicos como los apócrifos, ofrecen pocos datos sobre ella y constituyen un género literario muy peculiar. En este intento de reconstrucción vamos a empezar por una aproximación  el movimiento de Jesús, del que María Magdalena formó parte y fue una figura relevante.

Un movimiento igualitario de hombres y de mujeres

Las actuales investigaciones sociológicas, de historia social, de antropología cultural y de hermenéutica feminista sitúan el grupo de seguidores y seguidoras de Jesús en el horizonte de los movimientos de renovación del judaísmo del siglo I, junto con los esenios, terapeutas, penitenciales y otros. Lo ubican asimismo dentro de los movimientos que lucharon contra la explotación patriarcal en las distintas culturas: griega, romana, asiática y judía. En la historia de Israel hubo intensas luchas protagonizadas por mujeres que jugaron un papel político y cultural muy importante.

Las primeras seguidoras de Jesús eran mujeres galileas que se reunían para comidas comunes, eventos de oración y encuentros de reflexión religiosa con el sueño de liberar a ls mujeres en Israel Es precisamente esa corriente emancipatoria del dominio patriarcal la que posibilitó el nacimiento del movimiento de Jesús como movimiento igualitario de hombres y mujeres en el que éstas jugaron un papel central. Su presencia y protagonismo en dicho movimiento, reconoce la teóloga feminista Elisabeth Schüssler Fiorenza, son de la mayor importancia para la praxis de solidaridad desde abajo.

El movimiento de Jesús se torna así una corriente de protesta contra la teoría y la práctica patriarcales entonces vigentes. La actividad de las mujeres fue determinante para que el movimiento de Jesús continuara después de la ejecución de Jesús y se extendiera fuera del entorno judío. Ellas fueron las primeras en argumentar teológicamente a favor de la participación de los paganos en el banquete mesiánico.

Desde Galilea. Amigas y discípulas

Las diferentes tradiciones evangélicas coinciden en hablar de la existencia de un grupo numeroso de discípulas que acompañaron y siguieron a Jesús de Nazaret desde Galilea hasta el momento de su ejecución en el Gólgota. La mayoría de las veces se citan algunos nombres de mujeres dentro de un conjunto más amplio: María Magdalena, Juana (Lc 8,2-3). Es la misma tendencia seguida en el caso de los varones (Pedro, Santiago y Juan). Con ello se pretende mostrar el lugar destacado que unas y otros ocupaban en el grupo.

La mujer que aparece casi siempre citada en primer lugar entre las amigas de Jesús es María Magdalena, que toma el nombre de de su lugar de origen, Magdala, ciudad pesquera floreciente de la costa oriental del lago de Galilea, entre Cafarnaún y Tiberíades. Ella es discípula de primera hora, pertenece al grupo más cercano a Jesús, ocupa un lugar preeminente en él y hace el mismo camino que el Maestro hasta Jerusalén. En otras palabras, comparte su causa y su destino. Las mujeres que siguen a Jesús suelen ser citadas en los evangelios en referencia a un varón, por ejemplo, Juana, “la mujer de Cusa”; María Magdalena, no: una prueba más de su independencia de toda estructura patriarcal.

La fidelidad o infidelidad a una causa y a una persona se demuestran cuando vienen mal dadas, en la hora de la persecución y del sufrimiento. Cuando Jesús es condenado a muerte y ejecutado, los discípulos varones huyen por miedo a ser identificados como miembros de su movimiento y a correr la misma suerte que él.  Sólo las discípulas que le habían seguido desde Galilea le acompañan y están a su lado en la cruz (Mc 15,40; Mt 27,55-56; Lc 23,49.55). Dentro del grupo de mujeres que están junto a la cruz los sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) citan a María Magdalena en primer lugar.  Sólo en el evangelio de Juan aparece en último lugar. María funge como discípula fiel no de un Mesías triunfante, sino de un Crucificado por subvertir el orden establecido tanto religioso como político.

Primera testigo de la resurrección

Las distintas tradiciones evangélicas coinciden en presentar a las mujeres como las primeras testigos de la resurrección. Cuando ellas visitan el sepulcro el primer día de la semana, un ángel les comunica que el Crucificado ha resucitado y les pide que vayan a comunicar la noticia a los discípulos (Mt 28, 2-8). Inmediatamente después es Jesús Resucitado quien les sale al encuentro y les hace la misma petición. Tradiciones divergentes coinciden en presentar a María Magdalena como la primera testigo de la Resurrección.

Parece tratarse de una tradición muy antigua. El “final de Marcos” (Mc 16, 9-20) -añadido tardío al evangelio- afirma que Jesús se apareció primero a María Magdalena (Mc 16, 9), quien comunica la noticia a los discípulos que habían compartido su vida con él (Mc 16, 10). La reacción de éstos ante el anuncio de María Magdalena es de incredulidad por creer que se trata de un desatino. El testimonio de las mujeres carecía de valor entonces. ¡Cuánto más en un asunto de tanta trascendencia!

El Evangelio de Juan también presenta la aparición de Jesús a María Magdalena como la primera. La principal discípula y seguidora de Jesús se convierte en la persona que se encuentra con el Resucitado antes que los propios discípulos varones. El primer dato a tener en cuenta en este relato es que, al hallar el sepulcro vacío, Pedro y Juan se retiran, mientras que María Magdalena, según un sermón francés del siglo XVIII descubierto por el poeta Rainer María Rilke en 1911, “busca por doquier a su único, al único objeto de su amor, al único e inalterable apoyo de su corazón exánime”.

En ese encuentro hay una tonalidad íntima. Jesús llama a María por su nombre. Ella lo reconoce al instante y le llama “Rabbonní”, que es la forma de dirigirse los discípulos más cercanos al maestro (Jn 20,16-17). El breve diálogo que se entabla entre ambos brota de la confianza que había caracterizado sus relaciones anteriores. Como observa Schillebeeckx, entre María y Jesús sigue dándose la misma “comunicación vital” que mantuvieran en vida. Más aún: María experimenta a Jesús como Viviente.

Pero ahí no termina todo. Por indicación de Jesús, María comunica a los discípulos su experiencia del Resucitado: “He visto al Señor” (Jn 20,18). Ella cumplió las tres condiciones para ser admitida en el grupo apostólico: haber seguido a Jesús desde Galilea (Lc 8, 2-3); haber visto a Jesús resucitado (Jn 20,18); haber sido enviada por él a anunciar la resurrección a sus hermanos (Jn 20,17). Los apóstoles aparecen en las tradiciones evangélicas como testigos secundarios de la resurrección. Acceden a ella a través de la experiencia y del testimonio de las mujeres. Su actitud inicial es reservada, recelosa, más aún, desconfiada.

Según Schillebeeckx, “parece que las experiencias de estas mujeres contribuyeron a que la causa de Jesús se pusiera en movimiento” 1. Opinión compartida y sólidamente fundamentada por la hermenéutica bíblica feminista. En concreto, el reconocimiento de María Magdalena como primera testigo del Resucitado explica su protagonismo en el cristianismo primitivo.

Sin embargo, en las cartas paulinas y otros escritos del Nuevo Testamento el testimonio de las mujeres sobre Jesús resucitado no aparece y María Magdalena es sustituida por Pedro. Ello se debe a la situación jurídica de entonces, unida a una Iglesia sometida al dominio masculino, que muy pronto comenzó a eliminar a las mujeres del protagonismo que tenían en el movimiento de Jesús.

El silenciamiento, por parte de Pablo y de otras tradiciones neotestamentarias, de la aparición de Jesús a María Magdalena y a otras mujeres supuso la exclusión de éstas de los ámbitos de responsabilidad comunitaria. Con la pronta instauración de estructuras patriarcales y de la teología androcéntrica en la vida y organización de la comunidad cristiana se interrumpieron las posibilidades y expectativas que se abrían con el reconocimiento de las mujeres como primeras testigos del Resucitado.

A pesar del silencio de Pablo y de otros escritos del Nuevo Testamento, las mujeres constituyen el eslabón indispensable de la transmisión del mensaje evangélico, más aún, el eslabón esencial para la fe en Cristo resucitado y el nacimiento de la comunidad cristiana. Sin el testimonio de las mujeres quizá no hubiera continuado el movimiento de Jesús y difícilmente hubiera surgido la Iglesia. ¿Quién podría narrar en las asambleas eucarísticas las experiencias de la muerte y de la resurrección de Jesús, sino las mujeres, principales testigos, y quizá las únicas? Ellas fueron testigos de cómo una víctima era rehabilitada y el Crucificado vencía a la muerte por la fuerza del Dios de la vida.

En los orígenes del cristianismo, en varias iglesias cristianas María de Magdala tuvo una importancia tan grande, si no mayor, que Pedro. Con el paso del tiempo fue perdiendo relevancia hasta ser suplantada por la tradición de la maternidad divina de María, que llegó a predominar sobre la figura misma de su hijo Jesús de Nazaret, el iniciador del cristianismo como movimiento igualitario de hombres y mujeres. La mariología desplazó a la cristología.

Evangelios gnósticos: Evangelio de TomásEvangelio de FelipeEvangelio de María y Pistis Sofía: Compañera del Salvador

En los Diálogos de Revelación de los evangelios apócrifos de carácter gnóstico, María Magdalena aparece como interlocutora preferente de Jesús resucitado, hermana de Jesús, discípula predilecta y compañera del Salvador. Tal cercanía del maestro provoca los celos de algunos apóstoles, especialmente de Pedro, quien, según Pistis Sophia, reacciona en estos términos: “Maestro, no podemos soportar a María Magdalena, porque nos quita todas las ocasiones de hablar contigo; en todo momento está preguntando y no nos deja intervenir”.

En dichos evangelios, a las que hoy se les está dando un importante valor, ya que nos permiten un conocimiento más riguroso del cristianismo primitivo y de sus diferentes tendencias, aparecen otras voces y otras interpretaciones, reprimidas por el patriarcado cristiano, que se impuso muy pronto a través de la ortodoxia androcéntrica.

Apóstol de apóstoles es el título que dio a María Magdalena Hipólito de Roma, quien no considera a las mujeres mentirosas, sino portadoras de la verdad y apóstoles de Cristo. Igualmente elogioso es el testimonio de San Jerónimo: “… y sobre todo, cómo María Magdalena recibió el epíteto ‘fortificada con torres’ por su fervor y la fuerza de su fe, y recibió el privilegio de ver a Cristo resucitado, incluso antes que los apóstoles” (Epist. CXXVII).

En el proceso de patriarcalización, clerizalización y jerarquización del cristianismo, María de Magdala fue relegada al olvido; más aún, fue presentada y representada como prostituta arrepentida, sirvienta de Jesús en agradecimiento por haber expulsado de ella los malos espíritus de los que estaba poseída, penitente con los vestidos desgarrados que llora por sus pecados pasados y por los que cometerían en el futuro las mujeres, mujer “de mala vida”. Otra fue la suerte de María de Nazaret, madre de Jesús, declarada Inmaculada, Madre de Dios, elevada a los altares, asunta al cielo en cuerpo y alma, piropeada con miles y miles de advocaciones, tratada casi con honores divinos. Toca ahora bajar a María de Nazaret del pedestal para devolverle su verdadera identidad: hermana nuestra y recuperar el protagonismo de María Magdalena como pionera de la igualdad.

Juan José Tamayo
Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones
Universidad Carlos III de Madrid


1 Edward Schillebeeckx, Jesús. La historia de un Viviente, Cristiandad, Madrid 1981, 318.

Fuente Fe Adulta

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Ante la Cruz…

Viernes, 25 de marzo de 2016
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 ANTE LA CRUZ

Ante la cruz me llamas
en tu agonía.
Ante la cruz me llamas.
Y he aquí que tropiezo
con las palabras.

Porque si dices ante
¿no me pides, Señor,
sino que mire
frente a frente la cruz
y que la abrace?

Si te miro, Señor,
y Tú me miras,
es un horno de amor
lo que en ti veo,
y lo que veo en mí,
Señor, no es nada,
nada, nada, Señor,
sino silencio.

Un silencio vacío:
si Tú lo llenas
se habrá hecho la luz
en las tinieblas.

Y si en la cruz te abrazo
y Tú me abrazas,
el silencio, Señor,
es más palabra.

Ante la cruz, Señor,
aquí me tienes,
ante la cruz, Señor,
pues Tú lo quieres.

II

VÍA DOLOROSA

I

PARA DECIR LO QUE PASÓ AQUEL VIERNES…

…a Jesús, en cambio, lo hizo azotar
y lo entregó para que fuese crucificado.
(Mt.27,26)

Para decir lo que pasó aquel viernes
en los palacios de Jerusalén y en sus afueras
no bastan las palabras.
Por eso no hay
en las avenidas del relato
-Mateo, Marcos, Juan- sino una capa
de misericordia, un leve
y condensado recuerdo a los azotes.
Para decir lo que pasó aquel viernes
en los palacios de Jerusalén: la sangre,
los insultos, los golpes, la corona
de espinas,
los gritos, la locura, la ira desatada
contra el más bello y puro de los hombres,
contra el más inocente…
para decir lo que pasó aquel viernes
solo valen las lágrimas.

II

SIMÓN DE CIRENE SE ENCUENTRA CON LA CRUZ

Al salir encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón,
y le obligaron a que cargara con la cruz de Jesús.
(Mt. 27, 32)

Pesan los días y pesan los trabajos
y en las venas el cansancio es veneno
que apresura los pasos hacia el dulce
reposo del hogar;
los pasos hacia el dulce
abrazo del amor y del sueño.
Ni siquiera
hay espacio en el alma para el canto
de un pájaro. Tampoco para el sordo
rumor que empieza a arder
sobre el polvo en la plaza.
Viene Simón el de Cirene convertido
en pura sed, en pura
materia de fatiga.
Esa cruz
le sobreviene como un alud de asombro
y rebeldía.
Pero
entre la náusea de la sangre sabe
que siempre hay un dolor que añadir al dolor.
Entre la náusea de la sangre mira
y encuentra esa mirada como un pozo
encendido,
como un pozo
donde se funde el Galileo
con el dolor del mundo.
Apenas un instante y el abrazo
del corazón y la madera hasta la cima.
Vuelve Simón el de Cirene. Queda
una cruz en su piel.
Y una mirada.

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III

MUJER EN JERUSALÉN

Lo seguía muchísima gente, especialmente
mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.
(Lc. 23, 27)

Mis ojos suben por las calles de Jerusalén
bajo una lluvia de dolor,
bajo una lluvia
que va a lavar el mundo.
Mis ojos suben arrimados
a la cal de las paredes
mientras todo el fragor del sufrimiento
se hace eco en mis párpados.
Puedo sentir tu sed,
la quemazón de tus rodillas rotas
sobre los filos de la tierra.
Toma mi corazón, toma mis lágrimas,
déjalas que ellas laven tus heridas
ahora que soy
mujer en Jerusalén y que te sigo.
Mis ojos se adelantan
por los empedrados de Jerusalén
para encontrar los tuyos.
Y no hay en ellos
rebeldía.
Bajo la cruz
Tú eras una antorcha
de mansedumbre. Derramabas
una piedad universal con cada aliento.

Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí
(Lc.23,28)

¿Y cómo no llorar, Señor?
Déjame, al menos,
si no llorar por Ti, llorar contigo.

III

GÓLGOTA

I

EL CORAZÓN DE LAS MUJERES

Muchas mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea
para asistirlo, contemplaban la escena desde lejos.
(Mt 27, 55)

Estirándose sobre la distancia,
el corazón de las mujeres
se hizo cruz en el Gólgota.
¡Oh corazón de las mujeres, cruciforme,
arca lúcida,
oscura estancia del amor y permanente
arcaduz del misterio!
¡Oh corazón de las mujeres,
prodigioso arroyo fiel que mana
desde el mar de Galilea hasta el Calvario!
¡Y más allá del Calvario, hasta los límites
verticales y alzados,
hasta la orilla de la fe donde se trueca
el destino del hombre!
Mujeres, con vosotras he visto
la salvación del mundo,
su rostro ensangrentado, la medida
de sus brazos abiertos,
la extensión de su abrazo,
que acerca hasta nosotros
la dádiva incansable de sus manos
abiertas y horadadas para siempre.
Y he visto su corazón de par en par,
su corazón como una cueva dulce,
su corazón, abrigo
para toda intemperie.
He visto con vosotras
los pies del redentor, nunca cansados
de venir hacia mí, también heridos
de mí, por mí, también clavados
para la eternidad.
¡Oh pies de Cristo
impresos
sobre la arena de mi corazón!
¡Oh Cristo que atrajiste
hasta Ti el corazón de estas mujeres,
déjame ahora
latir en su latido:
contemplarte.

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II

STABAT MATER

Estaba la madre al pie
de la cruz. La madre estaba.
Enhiesta y crucificada,
color de nardo la piel.
En el pecho el hueco aquel
que vacío parecía.
No me lo cierres, María
que quiero encerrarme en él,
que quiero encerrarme y ver
todo lo que tú veías.
Sé tú mi madre, María,
como lo quería Él.

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III

CIERRA EL CIELO LOS OJOS …

Desde el mediodía hasta las tres de la tarde
la tierra se cubrió de tinieblas.
(Mt. 27, 45)

Cierra el cielo los ojos:
cae
la noche a plomo sobre el mediodía
de aquel viernes de abril en el Calvario.
No puede el cielo ser tan impasible
cuando en la cruz está muriendo un hombre,
ya solo sufrimiento y sangre,
cuando muere
el amado de Dios.
¿O acaso vuelve el rostro el cielo
también
y es abandono
lo que creían sombra?
Pesa, pesa, pesa…
Pesa esta oscuridad
que hace crujir los hombros
mientras el ser se vence
inexorablemente hacia el abismo.
Esta tiniebla tiene
peso, longitud, altura,
y penetra en el alma
y duele y vela
la mirada de Dios en la distancia.
¿No hay otro modo, Señor, no hay otro modo
de morir, de vivir, que hacer a ciegas
esta larga jornada de camino?
Pues si ha de ser así, Señor, te pido
que al menos en la muerte no me falte
un bordón de plegaria: que no olvide
tu nombre dulce con el que llamarte.

IV

EL GRITO

Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito entregó su espíritu
(Mt.27, 50)

Un grito. Luego el silencio.
Y en silencio estoy aquí
mientras resucitas Tú
y resucitan los muertos.
¡Cristo, ten piedad de mí!

Con Cristo

*

Mercedes Marcos Sánchez,

Poeta ante la Cruz (Meditación en Mateo)

***

***

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Oración del Discípulo

Sábado, 13 de febrero de 2016
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Leído en ECLESALIA:

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Aquí estoy, Señor,

tal como Tú me has hecho,

tratando de descubrir en el día a día,

el sentido que tu voluntad ha impreso a mi vida.

En ese caminar propio me sobreañades

la vida de Jesús, que me ayuda ,

marcando mojones en el camino.

Soy uno entre tantos,

hermano universal de todos,

igual que todos,

servidor de todos,

superservidor en todo caso

de los más pobres.

Mi ser es amor,

verificable en el amor al prójimo,

vicario tuyo.

Sé que estás en todos, creyentes o no,

y a nadie exiges más de lo que es.

No me queda sino trabajar,

pacífica y amorosamente,

en todo lugar,

pues tu Reino allí está y crece,

donde está cualquier persona.

Tu Palabra llega a todos los hombres,

cómo sólo Tú sabes.

Mi misión evangelizadora es ser yo,

interconectado en todos y con todo,

abarcando la totalidad de tu Reino.

Estaré a la escucha,

en respeto y comprensión,

sin estorbar,

sin discriminar,

sin imponer,

sin lamentarme,

sin enfatuarme,

acechando el reverbero de tu amor,

que de todos sale y a todos llega.

Seré feliz, cuando en todos me vea feliz,

en esa familia tuya universal,

sustentadora de todo amor.

Voy a seguirte como María,

hermana de humanidad y madre universal.

Seré feliz, si acierto a hacer creíble tu presencia ,

en la entrañable casa de la Tierra

imperecedera luego en la Casa del cielo.

*

Benjamín Forcano

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“Tinajas vacías, vino nuevo y Epifanía de la Vida”, por Juan Masiá sj

Martes, 12 de enero de 2016
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jesus-talhas-vinho03De su blog Vivir y pensar en la Frontera:

Se celebraba una boda en Caná de Galilea. María y Natanael estaban allí desde una semana antes hospedados en casa de los parientes (Jn 2, 1). María preparaba para alojar a los invitados de la novia, entre los que se hallaba Jesús, y Natanael se encargaba de recibir a los amigos del novio. “¿Podemos, debemos… o queremos ir nosotros también?”, preguntaron los discípulos de Jesús. “Bueno, sois muchos, pero con tal de que no alborotéis y…, por supuesto, que traigáis algo para reponer los odres vacíos… sois bienvenidos”.

A mitad de la fiesta, María avisa a Jesús : “Se están acabando los odres de Séforis. Ya va siendo hora de que le ofrezcáis a los novios vuestro vino de Taibeh”(Jn 2, 3). “Mujer, qué prisa tienes, aún es pronto, no ha llegado la hora (Jn 2, 4), deja que entretanto se refresquen con un botijo de agua de las tinajas del patio”. “Pero, hombre, qué cosas tienes. Esas son las Tinajas de la Ley, solo se usan para rituales. Además, si supieras… hace años que ni siquiera sirven ya para el rito, están vacías y secas(Jn 2, 6-7). “Ya lo sé”, ríe Jesús. “Por eso encargué a Andrés y Simón que escondiesen allí nuestros odres de regalo a los novios, para sacarlos en su momento. Cuando llegue la hora, mujer, cuando llegue la hora (Jn 2, 4; 4, 23; 7, 30; 13, 33; etc…)”.

María asintió satisfecha y dijo a los sirvientes: “Id con estos a reponer las bebidas” (Jn 2, 5). “¿Adónde?” “Al patio grande, donde están rellenando de otra agua las Tinajas de la Ley” (Jn 2, 6-7). Al poco rato salían los sirvientes trayendo los odres de Taibeh, sacados de su escondite en el seno de las tinajas y comenzaron a escanciar. El capataz de cocineros probó un sorbo mientras adobaba las ensaladas. “¡Qué buen cuerpo tiene este vino! ¿Por qué no lo habrán servido antes? ( Jn 2, 10)”.

Natanael, sorprendido, comenta: “Ahora entiendo por qué decía Andrés que con Jesús podemos solucionar la falta de vino (Jn 1, 40-45). A tu hijo tendremos que ponerlo en cabeza de lista por Nazaret, en vez de los de la casta subvencionada por el Sanedrín”.

“Eso sí que no. Mi hijo huye de que le hagan cabecilla, si lo votáis se escapa al monte (Jn 6, 15), que bien sabe él lo que piensa cada uno de vosotros (Jn 2, 34-35)”.

“Es verdad, a mí me adivinó el pensamiento, decía que se fijó en mí cuando estaba bajo la higuera. ¡Increíble!” (Jn 1, 48)

“Eso no es nada, Natanael, lo que te queda por ver (Jn 1, 50), verás cosas mayores, cuando llegue el día en que este Hijo de hombre y mujer les cante las cuarenta a los de la casta derecha del Templo y a los de la casta izquierda de los zelotes (Jn 2, 13-22)”.

Hasta aquí la ficción de realidad de la Epifanía de la Vida, la verdad narrada por la ficción. El Evangelio de las bodas de Caná va bien para la liturgia de Año Nuevo. Recordamos la riqueza simbólica de esa perícopa joannea (Jn 2, 1-11) sobre Jesús-vino nuevo y la alianza de la nueva espiritualidad, en vez de la religiosidad avinagrada.

Este pasaje (Jn 2, 1-11) se podría titularInvestidura de Jesús, esposo de nueva espiritualidad (Jn 1, 32; Jn 3, 27-30)).

La exégesis nos desvela su simbolismo así:

El vino nuevo, abundante y gratuito es el prototipo de todos los signos reveladores que inundan el cuarto evangelio con agua nueva, vida nueva, mandamiento nuevo, comunidad nueva.

No se trata de un milagro de conversión mágica de agua en vino, sino de un relato simbólico de la boda nueva, de la nueva alianza entre el novio divino y la comunidad universal.

A María (figura femenina en paralelo con la masculina de Natanael) se la trata como mujer y esposa, porque representa, como explica el exegeta Juan Mateos, la esponsalidad del pueblo fiel de la antigua alianza, que espera el cumplimiento de las promesas. Las tinajas de piedra, sigue diciendo Juan Mateos, “en el centro de la narración, representan la Ley, que presenta a un Dios susceptible que rompe por cualquier motivo su relación con la humanidad (impureza) ocultando el amor de Dios; obsesiona al hombre con su indignidad y le promete restablecer la relación de la humanidad con Dios mediante la purificación. No contienen agua (las llenarán por orden de Jesús), su promesa de purificación es falsa… (Nuevo Testamento, trad. de J. Mateos y Alonso Shökel, ed. Cristiandad, 1987, p.451).

Pieza clave de la trama son estas tinajas vacías, como vacía, hueca, seca, y estéril era la situación a que había llegado la institución y el sistema heredado de la antigua alianza. No viene Jesús a negar la Alianza antigua, sino a dar vida de nuevo a la Alianza resucitada. Pero el vino nuevo se conservará en odres nuevos (Mt 9, 17) y se servirá en copas nuevas. Las tinajas rituales vacías y la institución necrosada ya no valen para conservarlo ni para servirlo.

Al celebrar la Epifanía de la Vida en este Año Santo de la Misericordia, brindaremos para que el vino nuevo de Jesús vivifique a la comunidad con la alegría del Evangelio y asegure la reforma de Francisco.

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Navidad: Sé valiente, sé feliz …

Lunes, 28 de diciembre de 2015
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Del blog de la Communion Béthanie (1, 2):

sigena

Espera…

La Creación se reúne en el pesebre donde se unen:
peñascos, ciprés y olivos, el agua del pozo, el fuego del braseros…
Marie contempla y guarda todo esto en su corazón, esperanza del salvador:
el Hijo de Dios crece en su carne.
” Contemplar, maravillarse, respetar Divina creación… “

*

Navidad

Era justo medianoche … José, el buey y el asno se arrodillaron los tres y el pequeño nació, no dio un grito, nació con la sonrisa los brazos grandes abiertos… Los ángeles en el campo entonaron a plena vos este himno glorioso… “Gloria in excelsis Deo

El astro reluciente guiaba los pasos de todas las figuritas que se dirigían hacia el pesebre para alabar al divino niño… Descubriendo al Niños Jesús, les caían gruesas lágrimas como aceitunas, tanta era la emoción, la alegría les inundaba el corazón… sus rostros estaban radiantes. ¡Los animales, fatigados de haber jugado y vigilado toda la noche, se acurrucaron cerca del pequeño Jesús para darle calor!

valiente, sé feliz …
¡Amaos los unos a los otros… !
Y PAZ en la tierra
a los hombres de buena voluntad.

***

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Dios será tu hijo y tú su madre

Sábado, 26 de diciembre de 2015
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Luis-Morales-Virgen-nino_EDIIMA20140108_0110_5

“La humildad de María es tan apreciada por Dios
que él mismo se complace en ser su hijo.
Si tu eres humilde y puro como una virgen
muy pronto Dios será tu hijo y tú su madre.”

*
Angelus Silesius (1624-1677)

***

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“Virginidad y alumbramiento: la sexualidad, transformada”, por Juan Masiá Clavel

Sábado, 26 de diciembre de 2015
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nativity-storyDe su blog Vivir y pensar en la frontera:

Cuando confesamos en el Credo que “Jesucristo nació de la Virgen María por obra y gracia del Espíritu Santo”, la incredulidad escéptica se sonríe y nos tacha de ignorar la fisiología.

Cuando explicamos la virginidad como receptividad para la gracia y creatividad de la criatura agraciada,o la procreación como cooperación con el Espíritu Creador que nos creó como criaturas creadoras , la credulidad fundamentalista se escandaliza y nos acusa de negar la virginidad o contaminar la cristología con la sexualidad. No entienden la sexualidad navidalmente transformada.

A quienes entienden la virginidad literalmente en sentido biológico, les parece incompatible con la maternidad y paternidad.

A quienes entienden la sexualidad como algo contaminante y contaminador, les parece inapropiada para la relación de María y José y para la de ambos con Jesús.

Por eso el antiguo catecismo de Ripalda se creía obligado a decir que Jesús “salió del seno de su madre como un rayo de sol atraviesa un cristal sin romperlo ni mancharlo”.

Hay que superar estos dos malentendidos: el de la incredulidad, que no reconoce el sentido simbólico de la virginidad; y el de la credulidad fundamentalista, que entiende virginidad y sexualidad maniqueamente como dos polos opuestos de bien y mal. Para superarlos hay que entender bien el mensaje del Génesis sobre la creación por el Espíritu Creador de criaturas con vocación y misión de ser co-creadoras y cuidadoras de la vida.

Leemos en el Génesis que Dios encargó a los humanos “crecer, llenar la tierra y cultivarla” ( Gen 1, 22; 1, 28). Crecer, pero cuidando el crecimiento. Multiplicarse, pero cuidando la población. Transformar lo natural, pero sin destruirlo. Les encargó colaborar a la creación, ser creadores y cuidadores de lo creado, cuidarse mutuamente y cuidar el jardín de la casa común (como recuerda el Papa Francisco en Laudato si).

Creced, dice el Espíritu Creador, creced y cuidad, creced y cuidaos; ayudaos a crecer mutuamente, haciendo los cónyuges de dos personas una.

Vio Dios que lo creado es bueno. La sexualidad es buena, cuidadla y cuidad a la persona. El criterio al manipular téccnicamente la sexualidad (desde la contracepción a la procreación médicamente asistida, etc) será que utilicéis la técnica al servicio de la salud y de la relación personal respetada. Cuidad y cuidaos.

Multiplicaos y cuidad el crecimiento; por tanto, regulad la natalidad: ni escasa, ni exagerada; cultivad la tierra, usando la técnica para favorecer la creación, en vez de destruirla.

Con esta teología de la creación, con este “eco-evangelio”, se puede hablar de la compatibilidad de virginidad y alumbramiento, así como se puede hablar también de la compatibilidad de los diversos métodos de regulación de la natalidad con la procreación responsable.

Las palabras claves de esta teología son “procreación y co-creación”, porque el Espíritu Creador nos creó como criaturas creadoras.

Por eso se puede decir que cuando cultivamos la tierra y usamos responsablemente la tecnología estamos procreando o co-creando.

También cuando estamos fomentando la unión en paz, igualdad y concordia de todos los vivientes, sin exclusión, estamos procreando.

Y la pareja que se inter-penetra íntimamente para fomentar su unión y crecimiento personal, está procreando, no solo cuando engendra una criatura, sino cuando se unen para construir esa realidad de una persona en dos personas; aspiran a lo largo de la vida a hacer que sea indisoluble el matrimonio (que no lo sería tan solo por bendición litúrgica o determinación canónica el día de la boda; la indisolubilidad, como se decía en el Sínodo, es don y tarea a realizar…).

En ese sentido también la unión de la pareja no heterosexual puede estar abierta a la vida, al darse vida mutuamente y ayudarse a crecer mutuamente y hacer de dos personas una.

Todo esto es co-creación, pro-creación o cooperación con la acción del Espíritu que nos creó como criaturas co-creadoras.(Y por eso inseparables la bioética, la ecoética y la ética de la justicia, como insiste Laudato si).

A quienes hacen una lectura fundamentalista de la Biblia les escandaliza que expliquemos la Anunciación a María y el sueño de José como narraciones mito-poéticas, quizás porque piensan o temen que las reduzcamos a mera ficción literaria. Pero en estas narraciones, que no son ni hechos científicos de laboratorio ni ficciones imaginativas, se desvelan realidades profundas, como también en muchos sueños que desvelan nuestra conciencia profunda, difícilmente expresable.

Cuando Mateo cuenta en forma de narración onírica el anuncio de que nacerá el Salvador, –la pesadilla de José, a quien se le dice en sueños una verdad profunda-, cita una frase conocida de Isaías: “Mirad, una joven está encinta, dará a luz un hijo, cuyo nombre apropiado será Emanuel, que significa Dios con nosotros”(Is 7, 14). La interpretación de esa frase como “la virgen está encinta” (en vez de decir “una joven está encinta”), al juntarse con la interpretación del concebir “por obra del Espíritu Creador” como si fuese incompatible con “intervención de varón o mujer, sin relación sexual”, han servido a lo largo de los años para reforzar la lectura fundamentalista.

Cuando Lucas cuenta en forma de aparición angélica –no exenta de elementos relacionables con lo onírico y mitopoético del sueño de José- el descubrimiento por María de que no basta la relación con la otra persona para el alumbramiento de una vida, sino que hace falta “que la cubra el poder del Espíritu Creador”, está abriendo los ojos de la conciencia profunda a la realidad de que engendrar no es fabricar, sino procrear.

Han de penetrarse mutuamente los progenitores; pero, además, han de dejarse penetrar ambos por el poder del Espíritu Creador que los convierte en procreadores.

Dejarse penetrar por el Espíritu Creador es ser receptivo y virginal, dejarse hacer criatura creadora; hay que ser muy “virginal” para poder procrear. Y, a la inversa, no se pierde la virginidad al unirse, sino se realiza como creatividad. Por eso son compatibles virginidad y alumbramiento.

Virginidad significa dejarse agraciar, receptividad total para dejarse fecundar por el Espíritu de Vida, por el Espíritu Creador que nos convierte en co-creadores y hace a la criatura creativa.

Otro cantar será que, dado lo ambiguo y paradójico de la sexualidad del animal vulnerable, la unión sexual conlleve la doble posibilidad de unir a las personas o distanciarlas, de ayudarlas a crecer o impedir el crecimiento, de ser constructiva o destructiva, de ser éxtasis o violación, de ser o no ser virginal en el sentido receptivo y creativo de la palabra. Pero ese es otro tema, el de la sexualidad ambigua del animal vulnerable…que hay que dejar para otro capítulo.

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“TX9”, por Dolores Aleixandre

Jueves, 24 de diciembre de 2015
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portal-belenmamm t u tddwm mdd ggg sr acá bu. Esto que acaban de leer es la versión que ha aparecido en la pantalla de mi nuevo móvil en lugar de “Esta tarde hacemos compra” que es lo que yo quería escribir. Motivo: había pulsado sin querer la tecla TX9 que propone un “texto predictivo”. Acostumbrada como tantos de mi generación a tratar a mamporrros una Olivetti, no consigo adaptar mis dedos a estos teclados tan melindrosos y, como reincido en la equivocación una vez y otra, termino por aborrecer conjuntamente la tecla y su significado: qué agobiante es esto de un texto que decide por su cuenta, pienso enfadada; no hay derecho a que te impongan desde fuera lo que quieres decir o ser; a mí que no me asfixien con predicciones…

En medio de estas divagaciones, aparecen las primeras bolas doradas navideñas, esas que a algunos les provocan depresión pero que en mí tienen un efecto balsámico: llega el Imprevisible, el Impredecible, el Improbable, el Anómalo, el Excéntrico, el Divergente, el Rarísimo. (Me encanta endosarle esos títulos que nunca aparecerán en los libros de teología).

Nacido de mujer, nacido bajo la ley, con la TK9 gravitando también sobre él, dispuesta a sumergirle sin remedio en trayectorias de estancamiento y circularidad. Un mensajero poco aficionado a la innovación le había aplicado el texto predictivo correspondiente: “Será grande, Hijo del Altísimo, sentado en el trono de David, reinando por los siglos de los siglos…”, pero él se las arregló para escapar de la tecla y desde su nacimiento se sacudió augurios y predicciones: vaya grandeza rara mostrarse tan pequeño; qué poco pedigree davídico ser hijo de inmigrantes galileos; menudo trono de risa el de un pesebre y una cuadra; qué peste a estiércol en vez de a los olores mesiánicos homologados de mirra y áloe.

Se había salido del guión establecido, le había cogido el gusto y las cosas fueron a más: – “Qué, María, ¿no se os casa el chico?”, preguntaban las vecinas, – “Con lo espabilado que es y lo majo, podría apuntarse a un master en Rabinato. Dicen que los que hacen el erasmus en Séforis salen casi todos colocados…” Y ella callada. Y él callado también, silbando la melodía del Siervo mientras aserraba tablones. Ni Salomón, ni David, ni Ezequías: le gustaba aquel personaje oscuro y silencioso, colgado de Dios, que aguantaba las cargas de otros, entregaba la vida y elegía siempre el último lugar.

A la hora de independizarse, compartió intemperies con una panda de idealistasinfronteras.com
. Carente del gen del cálculo, del instinto de auto conservación, del aferramiento a lo propio, tomaba opciones insólitas, arriesgaba rupturas, ensayaba lenguajes peculiares. A su lado la gente se sentía liberada del fatalismo de destinos que creían inexorables: un paralítico volvía a caminar; un ciego daba un salto desde su cuneta y entraba en la luz; una mujer encorvada se enderezaba; Zaqueo abría su casa a Jesús y su dinero dejaba de interesarle; el viejo Nicodemo nacía de nuevo.

Los que pensaban que nunca podrían escapar de sus adicciones (dinero, poder, ira, desesperanza…), descubrían la belleza de una vida simple, la anchura de perdonar, la asombrosa libertad de servir gratuitamente, el ánimo para comenzar de nuevo.

“La muerte no tiene ya dominio sobre él”, decía Pablo. ¡Ni la TX9 tampoco!, cantaron los ángeles en Belén inundando de resplandor aquella noche, amenazada como las de hoy por sombríos textos predictivos (), parecidísimos a esos en los que querríamos encerrar sin salida a políticos ineptos o a sinodales cerriles.

Pero “desde las alturas” nos invitan a mantener pulsada otra tecla, la S, esa que inunda de alegría nuestra pantalla vital con la impredecible noticia de que Somos mente Queridos.

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¡Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá…!

Domingo, 20 de diciembre de 2015
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Dorothy Webster Hawksley, (1884-1970) Visitación de María a su prima Isabel

(Dorothy Webster Hawksley, (1884-1970): Visitación de María a su prima)

María de la Espera y el Profeta por nacer

“¿Por qué huyes de las playas sumergidas de Galilea,

de las arenas y del agua del espliego?

¿Por qué dejas el mundo cotidiano, Virgen de Nazaret,

los amarillos botes pesqueros, las granjas,

los patios olorosos a vino, las bajas bodegas,

las prensas de aceite, las mujeres junto al pozo?

¿Por qué huyes de estos mercados,

de los jardines suburbanos,

de las trompas, de las celosas azucenas,

y lo dejas todo, tan dulce entre los limoneros?

A ninguna ciudad has confiado

las nuevas ocultas tras tus ojos.

Has sumergido la palabra de Gabriel en pensamientos como lagos,

has torcido hacia la montaña pétrea,

hacia regiones sin árboles,

Virgen de Dios, ¿por qué tus vestidos son como velas?

El día en que Nuestra Señora, llena de Cristo,

cruzó el umbral de su pariente,

¿no se posaron sus plantas ligeras, como oro sobre las losas del pavimento?

Sus ojos, grises como palomas,

¿no se posaron como la paz de un nuevo mundo sobre aquellas casa,

sobre la Isabel del milagro?

Su saludo

canta en el valle de piedra como una campana cartuja.

Y San Juan, no nacido,

despierta en el seno materno,

salta a los ecos del descubrimiento.

Canta en tu celda, menudo anacoreta;

¿cómo la viste, en la ciega tiniebla?

¿Qué sílaba arcana

despertó tu fe joven a esa loca verdad:

que un infante no nacido podía bañarse en el Espíritu de Dios?

¡Oh gozo quemante,

qué mares de vida plantó aquella voz!

¿Con qué nuevo sentido

percibió tu sabio corazón el Sacramento de Ella

y conoció a su enclaustrado Cristo?…..”

*

Thomas Merton.
Las lágrimas de los leones ciegos. El despertar de San Juan Bautista,
versión de Luis Alonso Schokel (fragmento)
Tomado del blog Amigos de Thomas Merton

***

 

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:

“¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.”

*

Lucas 1, 39-45

***

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“Rasgos de María”. 4 Adviento – C (Lucas 1,39-45)

Domingo, 20 de diciembre de 2015
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04_adviento_CLa visita de María a Isabel le permite al evangelista Lucas poner en contacto al Bautista y a Jesús antes incluso de haber nacido. La escena está cargada de una atmósfera muy especial. Las dos van a ser madres. Las dos han sido llamadas a colaborar en el plan de Dios. No hay varones. Zacarías ha quedado mudo. José está sorprendentemente ausente. Las dos mujeres ocupan toda la escena.

María que ha llegado aprisa desde Nazaret se convierte en la figura central. Todo gira en torno a ella y a su Hijo. Su imagen brilla con unos rasgos más genuinos que muchos otros que le han sido añadidos posteriormente a partir de advocaciones y títulos más alejados del clima de los evangelios.

  • María, «la madre de mi Señor». Así lo proclama Isabel a gritos y llena del Espíritu Santo. Es cierto: para los seguidores de Jesús, María es, antes que nada, la Madre de nuestro Señor. Este es el punto de partida de toda su grandeza. Los primeros cristianos nunca separan a María de Jesús. Son inseparables. «Bendecida por Dios entre todas las mujeres», ella nos ofrece a Jesús, «fruto bendito de su vientre».
  • María, la creyente. Isabel la declara dichosa porque «ha creído». María es grande no simplemente por su maternidad biológica, sino por haber acogido con fe la llamada de Dios a ser Madre del Salvador. Ha sabido escuchar a Dios; ha guardado su Palabra dentro de su corazón; la ha meditado; la ha puesto en práctica cumpliendo fielmente su vocación. María es Madre creyente.
  • María, la evangelizadora. María ofrece a todos la salvación de Dios que ha acogido en su propio Hijo. Esa es su gran misión y su servicio. Según el relato, María evangeliza no solo con sus gestos y palabras, sino porque allá a donde va lleva consigo la persona de Jesús y su Espíritu. Esto es lo esencial del acto evangelizador.
  • María, portadora de alegría. El saludo de María contagia la alegría que brota de su Hijo Jesús. Ella ha sido la primera en escuchar la invitación de Dios: «Alégrate… el Señor está contigo». Ahora, desde una actitud de servicio y de ayuda a quienes la necesitan, María irradia la Buena Noticia de Jesús, el Cristo, al que siempre lleva consigo. Ella es para la Iglesia el mejor modelo de una evangelización gozosa.

José Antonio Pagola

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Dom 22.12.13. Adviento: Eva-Negra, una Mujer Embarazada

Domingo, 20 de diciembre de 2015
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imagesDel blog de Xabier Pikaza:

Domingo 4º de Adviento. Ciclo A. Se han llenado de nuevo las calles con árboles y luces de colores, de las nieves del norte llega el Papa Noel, y de todas partes emergen como esencia de la navidad perfumes caros, sueños de dinero fácil (lotería) del país, otros bienes inciertos de la gran Fiesta del Consumo.

Pues bien, para la liturgia de este día el Árbol de Navidad es una Mujer Embarazada, Mamá-Noel, Eva-Negra, una mujer que aparece sin nombre en el texto de Isaías, sin marido ni amante conocido, pero que se eleva firme y cuida a su niño en camino (en el camino de su vientre y de su mismo corazón), en medio de la guerra que amenaza con destruir en su entorno todo lo que existe(éste es tema clave de la lectura básica del Adviento, que se proclama en la liturgia de este domingo: Is 7, 1-14).

Contexto y tema

En el centro del gran huracán de la lucha entre los pueblos, del hambre y la venganza, ella mantiene su fidelidad al hijo que nace, que es hijo de Dios, siendo hijo de todos en conjunto y de cada uno en particular, y le pone como nombre Emmanuel, Dios con nosotros. Éste es uno de los signos más fuertes de la historia humana, el signo supremo de la Navidad.

Ella es el signo de todas las madres que acogen al niño de su entraña, a pesar de que no tengan marido (como José), a pesar de que los reyes de la tierra no se ocupen de ellas, ni de sus hijos, sino de ganar sus guerras. Entre los 35.000 niños que mueren cada día de hambre y desamparo social, sin nadie que les acoja de verdad, hoy preparamos la fiesta de la Madre-Fiel, la Eva-Negra que lleva en su vientre al Niño de la Esperanza.

Esa madre con niño en camino es la mayor protesta y testimonio de la historia humana. No todo es malo en la tierra. Hubo una madre embarazada que decidió acoger al niño y llamarse Emmanuel. Ayudar a esa madre y a todas las madres con niño, y a todos los niños que no tienen ni siquiera madre capaz de acogerles: eso es Navidad

Así lo he podido anunciar esta mañana (el 18.12.13, a las 7, 45 hora española) en la Radio Nacional de Colombia, donde me preguntaban por el signo de la Eva-Negra… entendida como “madre de la humanidad”. (Según la genética, la Eva mitocondrial, el ancestro común más reciente femenino que poseía las mitocondrias de las cuales descienden toda la población humana actual, habría sido una mujer que vivió en una zona del África centro-oriental hace unos 150.000 años).

De esa madre (Eva-Negra) vendríamos todos, por ella y en ella seríamos todos hermanos. Un signo como ese, interpretado en forma profética, está en el texto base de la liturgia de este domingo último de Adviento. Así lo retoma e interpreta el evangelio (Mt 1, 18-24) del que hablaré mañana. Es el texto clave de la profecía del Emmanuel, la primera lectura de este domingo.

Texto

En el tiempo de Ajaz, rey de Judá, subió Rasón, rey de Siria, con Pécaj, rey de Israel, a Jerusalén para atacarla, más no pudieron hacerlo. 2 La casa de David había recibido este aviso: «Aram se ha unido con Efraím», y se estremeció el corazón del rey y el corazón de su pueblo, como se estremecen los árboles del bosque por el viento. 3 Entonces Yahveh dijo a Isaías: «Ea, sal con tu hijo Sear Yasub al final del caño de la alberca superior, por la calzada del campo del Batanero, al encuentro de Ajaz, 4 y dile: «¡Alerta, pero ten calma! No temas, ni desmaye tu corazón por ese par de cabos de tizones humeantes…

En aquellos días, el Señor habló a Acaz: “Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo hondo del abismo o en lo alto del cielo.” Respondió Acaz: “No la pido, no quiero tentar al Señor.” Entonces dijo Dios: “Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros” Cuajada y miel comerá hasta que sepa rehusar lo malo y elegir lo bueno (Is 7, 1-14)

Introducción

Situemos el texto. Estamos hacia el 733 a. de C. Los reyes de la costa siro-palestina (de Samaria y de Damasco) quieren oponerse al rey de Asiria, que intenta invadir el territorio, desde el sur de la actual Turquía hasta Egipto. Buscan el apoyo del rey de Jerusalén, pero Jerusalén se opone (porque ha pactado en secreto del Egipto). Por eso declaran guerra a su rey y suben dispuestos al combate. Tiemblan los habitantes de la ciudad sagrada de Sión, el rey prepara la defensa. Recordemos que el rey es eficiente y, conforme a los principios de este mundo, debe defenderse. Pero ante el rey se alza el profeta. Ya están frente a frente.

El rey confía en las armas y en los pactos militares: inspecciona las defensas de la ciudad y espera la ayuda de los egipcios.
El profeta confía solamente en el Dios de la vida … y en una mujer embarazada; por eso ofrece un signo de carácter humano, no militar. El rey no quiere signos de profetas que rechazan el uso de las armas y que dejan a los hombres indefensos ante la llamada vacía de la gracia. El profeta insiste: “la virgen (la doncella, la mujer) está encinta y dará a luz un niño…”.

En un sentido muy profundo, esa palabra sobre la muchacha que da a luz y cuida al hijo en medio de la guerra es, para los cristianos, la comulminación del Testamento israelita, la más honda palabra del Adviento. Por eso queremos comentarla brevemente, resaltando nueve de sus rasgos. Según las circunstan¬cias podrá (y deberá) acentuarse más alguno de ellos.

1) Éste es ante todo un signo de paz.

Acab deseaba una señal de guerra: cien mil pares de jinetes bien armados, capaces de triunfar en la batalla. En contra de eso, el profeta le presenta una señal de paz: una muchacha encinta, un niño que va a nacer, precisamente ahora, en medio de la guerra, cuando mueren por doquier los hombres, cuando el hambre se extiende, cuando tiemblan de miedo los corazones de todos los hombres.

Éste es camino de Dios: los grandes varones armados se levantan para la guerra y se combaten mutuamente (se dominan, se destruyen) por cuestiones de poder y de dinero; pero ellos no son signo de Dios; sus armas son muerte, su lucha no es Navidad. En contra de eso, la mujer embarazada, el niño frágil pueden presentarse y se presentan como señal de verdadera humanidad, signo de Dios sobre la tierra: ellos representan la paz de Dios sobre la batalla de la historia. Frente a la ciudad de guerra del rey emerge aquí la casa de paz para los hombres.

2) El Dios del profeta, un anuncio de vida en contra de la guerra y opresión del sistema.

La guerra de Acaz y de los reyes siro-palestinos se halla al servicio de la muerte: es signo de violencia que se perpetúa sin fin sobre la tierra, en espiral de destrucciones. Todo lo que destruye es anti-Navidad. Toda opresión es contraria al Dios de la vida.

Pues bien, en contra de eso, Dios viene a presentarse como un Dios de vida. Por eso, su señal es la mujer que se halla embarazada: mientras haya muchachas que engendren en amor (aunque hayan sido quizá violadas por soldados o amantes sin conciencia), mientras haya mujeres que acojan y cuidan con amor al hijo de su entraña podrá hablarse de Dios sobre la tierra; mientras nazcan y se eduquen los niños sobre el mundo existe adviento, hay esperanza de reino para el hombre.

3) Eva universal, el signo es la mujer

El texto hebreo dice una doncella (almah) ha concebido, sin especificar de quien se trata: se trata, simplemente, de una mujer joven, capaz ya de engendrar y de ponerse al servicio de la vida. La traducción litúrgica lo mismo que Mt 1, 23 han interpretado esa doncella como virgen (parthenos), resaltando de esa forma la presencia de Dios y su misterio en el camino de la vida, a través de una mujer. Pero estrictamente hablando, ni virgen ni parthenos significan que esta mujer es “sexualmente virgen”, sino humanamente fecunda Sea como fuere, la señal de Dios recibe forma y gestos de mujer.

Frente al poder de los varones que dominan la tierra y se destruyen en violencia, Dios ha decidido salvar la humanidad por el amor de la mujer. No se trata de afirmar que las mujeres sean superiores o mejores. El texto no se puede interpretar en perspectiva moralista. Pero el profeta sabe que ellas se encuentran más oprimidas en esta sociedad que está centrada en la violencia político-militar de los varones. Pues bien, desde el fondo de su opresión, las mujeres siguen encontrándose al servicio de la vida; por eso pueden presentarse y se presentan como una señal de Dios, son signo de esperanza, son Adviento para los humanos.

4) El texto no dice quién es el padre…

Los exegetas han hecho mil especulaciones. Puede ser el mismo rey, que va a tener un hijo, puede ser el profeta… que también tendrá un hijo. Pero no se sabe, no se dije. Eso deja abiertas todas las posibilidades. El padre biológico de este niño puede ser un soldado, que se ha ido a la guerra o no volverá…. O puede ser un soldado que ha venido a la guerra y ha violado a la doncella… O puede ser un hombre cualquiera, un violador perverso o un amante marido…., que después, a la hora decisiva, no están. Sólo está la mujer con el niño que va a venir, mujer sin auxilio (aquí no hay un José que recibe al niño misterioso, como en Mt 1, 18-25).

En ese “hueco de padre” (ausente, muerto, evadido…) se sitúa Dios, que va a realizar funciones de Padre. En ese sentido, el padre humano no es necesario para la Navidad, pero es necesario el Padre Dios… que actúa a través de la madre embarazada. Desde ese fondo, la tradición católica ha podido decir que esta madre es virgen en sentido biológico. Pero aquí lo que importa no es el sentido biológico, sino humano, del término. Aunque falte el padre, aunque los hombres se maten en la guerra, habrá una mujer que acoge el niño, habrá Navidad.

5) Señal de Dios es igualmente el niño.
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Por ahora no se sabe si será varón o mujer. Es simplemente un niño, ser pequeño que está necesitado de la ayuda y del cariño de los grandes. Recordemos la escena: sobre la muralla de Jerusalén están gritando las trompetas; los fuertes varones adultos se preparan para la guerra, discuten, vociferan, pensando que resuelven de esa forma los problemas de la tierra. Pues bien, el profeta se ríe (o se sonríe) diciendo: lo verdaderamente valioso es este niño, como promesa de vida que Dios pone en nuestras manos.

Siguiendo esa línea, el evangelio dirá que el “reino” de Dios se hace presente en los pequeños, en los pobres y en los niños, en aquellos que no pueden defenderse con su mente o con sus manos. Ciertamente, nosotros interpretaremos este pasaje a la luz del Nacimiento de Jesús (Dios se encarna como niño). Pero nunca podremos entenderlo a no ser que lo miremos desde el fondo de todos los pequeños y los pobres que también son signo de Dios sobre la tierra. Cada niño que nace es Navidad para Dios… aunque en muchos casos ese niño no sea aceptado por los hombres.

6) Ésta es una señal de protesta social, de protesta antimilitar.

Frente a la grandeza exterior de una sociedad que intenta vencer en forma militar y dominar en actitud de poder o de prestigio (político, religioso, cultural…), el profeta ofrece el signo “pobre” de una mujer y de un niño que están abandonados, marginados, expulsados de la buena sociedad, por causa de la guerra de este mundo. Sólo de esa forma, ellos pueden ser representantes de todos los expulsados de la tierra: los que no tienen poder, los que terminan derrotados en la guerra.

La mayoría de los hombres intentamos dominar el mundo por medio de algún tipo de espada y después nos presentamos como bienhechores de los mismos que oprimimos (cf Mc 10, 35-45). Pues bien, en contra de eso el profeta ha destacado como signo de Dios a los pequeños: la mujer y el niño amenazados, en medio de la guerra. Se dice que cada día mueren 30.000 niños en el mundo… por causa de la guerra de los grande (de las naciones triunfadoras, del capitalismo social, del egoísmo consumista de los ricos…).

Mueren cada día 30.000 hijos de Dios, que no han tenido una madre con poder y dinero, con cariño y capacidad social, para acogerles. Por eso, la Navidad del Hijo de Dios, acogido en amor por María, en medio de la pobreza más extrema y de la expulsión social… es un signo de condena en contra de esta navidad consumista, que recuerda a Jesús de Belén pero mata a los hijos de Dios en este mundo.

7) Dios mismo está presente en el fondo de la escena.

Mujer encinta y niño recién nacido son signo de Dios sobre la tierra: son signo de grandeza verdadera, en medio de la guerra suscitada por las fuerza opresoras, mentirosas de este mundo; mujer encinta y niño son signo de amor en el centro de un volcán de odios; signo de esperanza allí donde en la guerra parecen ya perderse y acabar todas las esperanzas. Este Dios de Adviento es, a la vez, Dios de ternura y de poder. Quizá pudiéramos decir que Dios es la misma ternura, es el amor de corazón, en medio de una tierra que parece abandonada a la violencia; por eso viene a reflejarse en la unidad de madre y niño.

Pero, al mismo tiempo, Dios es el poder de la vida que se expresa a través del amor de esta mujer, la Eva-Negra, la Madre Israel: frente a las trompetas de la guerra que acaban destruyéndose a sí mismas en gesto de violencia, se desvela aquí la potencia creadora de un amor que triunfa como amor sobre la tierra.

Esta es la revolución de Dios: quiere transformarlo todo desde abajo (desde al amor de madre y niño), para conseguir que este mundo sea lugar de vida y esperanza para todos los marginados. Pero es un Dios del poder callado, que siendo Padre de los 30.000 niños que mueren de hambre cada día… parece mantenerse en silencio. ¿Por qué callas, oh Dios? Quizá para que actuemos nosotros. Esta es la señal Adviento, es la esperanza creadora de la Navidad.

8) El signo de Dios recibe un nombre: al niño han de llamarle “Emmanuel”, Dios con nosotros. Volvamos a la escena.

El rey de este mundo prepara la guerra y rechaza la señal de Dios, dejando así que los 30.000 niños mueran de hambre. La política y la economía de este mundo dejan morir a esos niños, en medio de una Navidad de consumo infinito de los ricos. A pesar de eso, el profeta le ofrece la señal: aunque los hombres no quieran aceptarle, Dios insiste. Aunque los reyes de este mundo quieran matar a los niños de los otros (de los emigrantes pobres, de los pueblos hundidos en la miseria)…este niño Yoshua-Emmanuel nacerá y será acogido.

El signo de Dios es este niño acogido, al que se puede y se debe llamar Emmanuel: Dios está en la vida que crece, amenazada, superando los riesgos de este mundo. En el fondo de esa vida, en la vida de cualquier abandonado o pequeño se halla Dios, el Hijo de Dios que se encarna en la debilidad y en el camino de la historia. Por eso, el adviento es tiempo de fe: se trata de abrir los ojos y descubrir el nacimiento de Dios en la pequeñez de nuestra tierra.

9) Ésta es la señal que proclaman los antiguos y nuevos profetas.

Adviento es tiempo de profetas: de hombres que saben descubrir y presentar la señal de Dios en medio de la tierra. Así actuó Isaías, así tenemos que actuar nosotros. Por eso, la celebración de este domingo final del adviento ha de expresarse en forma de compromiso activo: en medio de la nueva guerra de este mundo, en una sociedad donde parece que se ahoga para siempre la esperanza, entre unos hombres y mujeres dominados por el miedo y la violencia, tenemos que descubrir (preparar y proclamar) la señal de Dios para los hombres. Sobre los 30.000 niños que mueren cada día (al servicio de todos ellos) nace este niño Emmanuel, que tiene madre, que tiene Dios.

Los otros dos textos del día

El evangelio (Mt 1, 18-23) ha interpretado la palabra y gesto de Isaías desde el nacimiento de Jesús. Frente al rey incrédulo y violento está José, el hombre que duda y sueña, el hombre que sufre y busca, hasta que encuentra la señal de Dios para aceptarla y cumplirla generosamente, acogiendo a la madre y al niño. También nosotros, como José, debemos aceptar el signo del Emmanuel (que en esta Navidad serán María y Jesús, con todos los pequeños y oprimidos) para expresar y realizar de esa manera el signo de Dios sobre la tierra. (Mañana trataremos de ello).

La carta de Pablo (Rom 1, 1-7) sitúa este camino de adviento y navidad sobre el trasfondo de la pascua. El niño que ahora nace como Hijo de David ha de iniciar un camino que le lleva hasta la muerte; sólo así podrá resucitar glorioso, culminado su adviento y navidad, como Hijo de Dios que ha derrotado a los poderes de la muerte y nos conduce hasta el misterio del Padre en el Espíritu. Pero con esto desbordamos ya el esquema del adviento.

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Dom 20. XII. 15. Concilio de mujeres, con María, Gebîra cristiana

Domingo, 20 de diciembre de 2015
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VisitaciónDomingo 4 Adviento. Lc 1, 39-45. Después de Juan Bautista (domingos anteriores), viene en Adviento María, la Madre de Jesús, con Isabel, su “prima”, un Concilio de Mujeres.

Adviento es encuentro, promesa y concilio de mujeres, alabanza de Isabel a María, a la que llama: bendita de Dios (¡elegida!) y bienaventurada por ser la primera creyente de la Iglesia cristiana (¡siendo judía!)

En ese contexto se sitúa la palabra clave de la Iglesia que llama a María Gebîra, madre del Señor mesiánico ; su autoridad consiste en no tener otra autoridad que el servicio a la vida:

Dios es Gibbor, autoridad suprema, padre/madre creador que abre en el espacio infinito de su Vida un “espacio de vida” para todos los seres que existen. Por eso, Dios es Adviento.

url Maria es Gebîra, expresión humana de la autoridad de Dios Padre/Madre, porque ella abre en su historia personal un espacio y camino para el mismo Hijo de Dios entre los hombres.Por eso se le da la misma autoridad de Dios, él es Gibbor, ella es Gebîra… Es autoridad porque ha sido capaz de acoger el don de Dios y de ponerse al servicio de su obra

También la Iglesia actual ha de ser Gebîra, tiene que estar en tiempo de “parto”, pues lleva en su vientre algo más grande que ella misma, y sólo podrá “dar a luz” a Dios en la historia de los hombres si renuncia a sus grandezas externas, hechas de dineros y privilegios, de honores y poderes que no son de Dios.

Por eso, quiero decir, que Adviento es el tiempo de las mujeres… esto es, de aquellos hombres y mujeres que tienen algo que ofrecer, algo que dar… poniéndose al servicio del amor de Dios que llevan en sus vientres, amor que les envuelve y trasciende, haciéndoles servidores de la vida. Así se anuncia el tema que sigue, que presentaremos comentando el texto de la liturgia del domingo

Dividimos la escena en dos partes:

a) Visitación. María quiere compartir su experiencia de mujer y madre con otra mujer, su “prima” Isabel, la madre del Bautista. Los hombres (al menos los de entonces) son apenas capaces de entender estas historia, están en otras cosas (incluso los obispos y papas). María se lo tiene que decir a otra mujer, para celebrar con ella su Concilio de Dios. Toda la historia de la esperanza humana, la humanidad entera se condensa en dos mujeres.

b) Madre de mi Señor, Gebîra cristiana. ¿Quién soy yo para que me visite “la Madre de mi Señor”. Desde la perspectiva del Antiguo Testamento, la única mujer importante (gebîra, señora: fuerte) es la madre del Rey, como seguiremos indicando. Pues bien, María es gebîra de un modo distinto, según el evangelio de Lucas.

Texto:Lucas 1, 39-45

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!

¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.”

1. Visitación, tiempo de mujeres (Lc 1, 39-45)

La escena de la Visitación (Lc 1, 39-45) nos sitúa en un espacio intenso de mujeres. Es como si, al llegar el momento culminante de la revelación, los varones pasaran a segundo plano. Ciertamente, han realizado y en algún sentido siguen realizando funciones socialmente importantes: hacen guerras, traman negocios, sirven como sacerdotes en el templo, estudian y explican el sentido de la Ley como escribas, definen y encarnan la pureza del pueblo elegido como fariseos…

Esos y otros oficios de varones fueron otrora valiosos (y crueles); pero al llegar la plenitud de los tiempos (cf. Gal 4, 4; Mc 1, 14-15) acaban resultando secundarios, pues Dios no necesita sacerdotes ni guerreros, fariseos ni escribas como los antiguos. El cuidado de la vida y la misma vida del mesías de Dios, con el futuro salvador para los hombres, está en manos de mujeres.

Por eso, María, que ha recibido palabra de Dios y lleva al Hijo divino en su entraña, queriendo compartir su experiencia con Isabel, mujer pariente, futura madre del Bautista, conforme a lo que ha dicho el Ángel de la Anunciación (Lc 1, 36), corre a visitarla. Se encuentran frente a frente las mujeres, llevando en sus entrañas el secreto de Dios, el presente y futuro de la vida.

El Bautista crece en las entrañas de Isabel y recibe allí en misterio de gozo la certeza de que acaba (se cumple ya y culmina) toda vieja penitencia de la vida; por eso salta, bailando de alegría, en el mismo vientre de su madre (1, 44).

En nombre de ese hijo que baila y tomando la palabra de videntes y jerarcas de la Antigua Alianza, como encarnación del pueblo israelita que ha esperado por siglos el momento, Isabel canta la grandeza de la madre del Mesías:

a) Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre…

b) Bienaventurada tú, pues has creído,
porque se cumplirá lo que el Señor te ha prometido (Lc 1, 42-45).

Ésta es la bendición y bienaventuranza que dirigen a María los creyentes del Antiguo Testamento. Han esperado largos siglos, dirigidos, animados, por la voz de los profetas. Ahora pueden sentirse satisfechos. Ha llegado el cumplimiento y así lo testifica, en nombre de todos, Isabel, mujer israelita, madre profética.

Los varones (sacerdotes, escribas, fariseos…) permanecen silenciosos, han quedado mudos como el mismo padre Zacarías (1, 20). En el fondo, todos ellos tienen miedo del Mesías. Sólo esta mujer que ha engendrado en su vejez, asumiendo la voz del profeta que lleva en su entraña, puede entender y recibir a la madre mesiánica, proclamando sobre ella la gran voz del cumplimiento de los tiempos. Estamos en el centro de la oración más querida de los cristianos católicos (después del Padrenuestro), que es el Ave-María:

a) Bendita tú entre las mujeres. Esta es voz de bendición, es decir, de gracia creadora y abundancia. Bendecía Dios al ser humano con el fruto de los campos, los rebaños y los hijos; bendecía el sacerdote desde el templo con palabra de paz para su pueblo (cf. Núm 6, 22-27; Dt 28, 1-14). Ahora bendice la madre Isabel: como mujer emocionada, satisfecha, contempla a María y no le tiene envidia; recibe el don o gracia que proviene del Señor (del Hijo de María) y lo agradece; por eso, con palabra clara, culminando el Antiguo Testamento y tomando la palabra de los sacerdotes de su pueblo (mudos ya como lo muestra Zacarías: 1,20), ella bendice a la Madre mesiánica y al fruto de su seno que es el Cristo. María descubre que no se encuentra sola; hay una mujer que le acompaña.

b) Bienaventurada tú, porque has creído. El Ave-Maria no ha incluido esta palabra esencial: María (la bendita) se vuelve “bienaventurada”, es decir, heredera del Reino de Dios, porque “ha creído”. Ésta es su grandeza. La bendición se vuelve bienaventuranza o makarismo.

Condensado de antemano unas palabras de Jesús (cf. Lc 6, 20-21), María aparece como la primera bienaventurada de la historia porque ha creído en Dios en cuerpo y alma. Ella es por fe la verdadera amiga de Dios: ha confiado en la Palabra, la ha acogido en sus entrañas, la ha hecho vida en el misterio más profundo de su vida; por eso es bienaventurada, modelo de felicidad para todos los creyentes.

María se ha dejado llenar por la bendición y bienaventuranza de su prima. No tiene nada que añadir, no debe explicar o comentar cosa ninguna, pues todo es claro. Simplemente asiente: recibe agradecida la palabra de Isabel y le contesta dando gracias a Dios con el Magnificat (que aquí no comentamos).

2. María, Gebîra /Lc 1, 43): ¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?

Esta palabra nos sitúa la primera “confesión cristiana” de María, la Madre del Señor. Isabel, su “prima” (personificación del Antiguo Testamento, profecía) define a María como “la madre de mi Señor”, es decir de Dios hecho presente (Kyrios). Éste es el punto de partida de la experiencia cristiana de María, sabía Lutero (y como algunos grupos protestantes quizá no han logrado comprender del todo). Por eso es bueno reflexionar sobre el tema, y así lo haré, siguiendo lo que digo en el Gran Diccionario de la Biblia (Verbo Divino, Estella 2015),

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Las funciones del hombre y de la mujer son muy distintas dentro del contexto bíblico israelita. El hombre es fuerte (es valioso) como guerrero y dominador; la mujer, en cambio, como madre, pues como simple esposa ella se encuentra a merced del marido que puede expulsarla de casa por ley (cf. Dt 24, 1-4); sólo si es madre y se encuentra defendida por sus hijos, ella empieza a importar en la familia. Así aparece claro en las tradiciones de la monarquía: el varón es rey por sí mismo; la mujer, en cambio, no reina o importante por sí misma, ni siquiera como esposa, sino sólo como madre de unos hijos importantes.

(1) La mujer como gebîra.

Sólo la madre de un hijo rey puede llamarse reina, apareciendo como gebîra: grande o poderosa. Ese título implicaba dignidad y poderes especiales. Betsabé era gebîra bajó Salomón (su hijo), que le recibe con honor y la sienta a su derecha (1 Rey 2, 19; cf. 2 Rey 1l, 1 ss; 5, 21). Por eso, el libro de los Reyes no menciona a las esposas, sino a las madres de los reyes. Parece que la dignidad oficial de gebîra se recibía el momento de la entronización del hijo (cf. 2 Rey 23, 31.36; 24, 8.18), de tal forma que la reina madre (madre de un rey) la conservaba aún después de la muerte del hijo (cf. 1 Rey 15, 13). Leer más…

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“Tres ejemplos y un anuncio”. Domingo 4º de Adviento. Ciclo C.

Domingo, 20 de diciembre de 2015
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Maria+-+IsabelDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Cuando faltan pocos días para la Navidad, las lecturas nos ofrecen tres ejemplos excelentes para vivir el sentido de esta fiesta y un mensaje de esperanza.

En aquellos días, María se puso de camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.”

El ejemplo de Isabel: alabanza, asombro, alegría

            Aunque en el relato del evangelio la iniciativa es de María, poniéndose en camino hacia un pueblecito de Judá, los verdaderos protagonistas son Isabel, la única que habla, y Juan, el hijo que lleva en su seno. A través de su reacción y sus palabras expresa el evangelista Lucas los sentimientos que debe tener cualquier cristiano ante la presencia de Jesús y María: alabanza (“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”), asombro (“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”), alegría (“la criatura saltó de gozo en mi vientre”). Estos tres sentimientos se los inspira, según Lucas, el Espíritu Santo; ya que generalmente no lo tenemos tan presente como debiéramos, es este un buen momento para pedirle que infunda también en nosotros eso mismos sentimientos.

El ejemplo de María: fe

            Las palabras de Isabel, que comienzan con una alabanza de María y de Jesús, terminan con otra alabanza de María: “¡Bendita tú que has creído!” Y esto debe hacernos pensar en la grandeza del misterio que celebramos. No es algo que se pueda entender con argumentos filosóficos ni demostrar científicamente. Es un misterio que exige fe. Y en ese camino misterioso, María se nos ofrece como modelo.

El ejemplo de Jesús: cumplir la voluntad de Dios (Hebreos 10,5-10)

Hermanos: Cuando Cristo entró en el mundo dijo: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni victimas expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: ‘Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.” Primero dice: “No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias”, que se ofrecen según la Ley. Después añade: “Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.” Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.

            En la mentalidad del pueblo, y de gran parte del clero de Israel, lo más importante en la relación con Dios era ofrecerle sacrificios de animales y ofrendas. En el fondo latía la idea de que Dios necesita alimentarse como los hombres. Los profetas, y también algunos salmistas, llevaron a cabo una dura crítica a esta mentalidad: lo que Dios quiere no es que le ofrezcan un buey o un cordero, sino que se cumpla su voluntad. Esta idea la recoge el autor de la Carta a los Hebreos y la pone en boca de Jesús (“Aquí estoy para hacer tu voluntad”), completándola con otra idea: los sacrificios de animales no tenían gran valor, había que repetirlos continuamente. En cambio, cuando Jesús se ofrece a sí mismo, su sacrificio es de tal valor que no necesita repetirse. Los sacrificios de animales pretendían establecer la relación con Dios, sin conseguirlo plenamente. El sacrificio de Jesús establece esa relación plena al santificarnos.

            Al mismo tiempo, el ejemplo de Jesús nos enseña a poner el cumplimiento de la voluntad de Dios por encima de todo, de acuerdo con lo que repetimos a menudo: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.

Un anuncio

Así dice el Señor: “Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornará a los hijos de Israel. En pie, pastorea con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su Dios. Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y éste será nuestra paz.

La primera lectura es un breve oráculo del libro de Miqueas, famoso porque lo cita el evangelio de Mateo cuando los magos de Oriente preguntan dónde debía nacer el Mesías. El texto se dirige a personas que han vivido la terrible experiencia de la derrota a manos de los babilonios, el incendio de Jerusalén y del templo, la deportación, la desaparición de la dinastía davídica. La culpa, pensaban muchos, había sido de los reyes, los pastores, que no se habían comportado dignamente y habían llevado a cabo una política funesta. En medio del desánimo y el escepticismo, el profeta anuncia la aparición de un nuevo jefe, maravilloso, que extenderá su grandeza hasta los confines del mundo y procurará la paz y la tranquilidad a su pueblo. Pero no será como los monarcas anteriores, será un nuevo David. Por eso no nacerá en Jerusalén, sino en Belén.

Complemento 1: sobre la visita de María a Isabel

Desde un punto de vista puramente histórico hay detalles extraños en este relato de Lucas. 1) María, embarazada, hace sola, sin la compañía de José, un viaje de tres o cuatro días desde Nazaret hasta un pueblo de la serranía de Judá cuyo nombre no se indica. Hoy día no sería muy raro; hace veinte siglos, mucho. 2) María no se queda hasta que nace el hijo de Isabel; se vuelve a Nazaret cuando su ayuda parece más necesaria.

Para comprender este relato hay que situarse en otra perspectiva. Durante el siglo I, los discípulos de Juan Bautista se habían extendido hasta la actual Turquía, y algunos de ellos se hicieron cristianos, según cuenta el libro de los Hechos. Pero muchos de ellos pensarían que el importante era Juan, que Jesús había ido a que lo bautizara. Y verían con cierto malestar cómo el grupo de los discípulos de Jesús aumentaba mientras el de ellos perdía importancia. En este contexto, la visita de María a Isabel adquiere un sentido especial: pretende que los discípulos de Juan tengan los mismos sentimientos que tuvieron Juan y su madre ante la presencia de Jesús: alabanza, asombro, inmensa alegría.

Complemento 2: sobre el oráculo de Miqueas

Aunque el texto es breve, el oráculo original era probablemente más breve todavía: se limitaba a anunciar un jefe de Israel nacido en Belén, que traería la paz y tranquilidad al pueblo. Esta promesa fue formulada en tiempos del exilio. Pero pasaban los años y no se cumplía. Entonces, para justificar el retraso, se añadieron unas extrañas palabras: “Los entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos vuelva a los hijos de Israel.” Antes de que aparezca el jefe es preciso tener un pueblo; hace falta que la madre (Judá o Jerusalén, concebidas como mujer) dé a luz muchos hijos y que los que habían sido deportados vuelvan a la tierra prometida. Cuando eso se cumpla, se realizará la promesa de un jefe ideal.

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¡BENDECID! (IV Adviento). 19 de diciembre, 2015. Ciclo C

Domingo, 20 de diciembre de 2015
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(Lc 1, 39-45)

“¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” (Lc 1, 42)

En esta era de las terapias me llama la atención que todavía no se hayan “re-inventado” la de bendecir y le hayan puesto un nombre en inglés. Aunque tal vez sí la han inventado y todavía no la conozco… Sea como sea el arte de bendecir da para muchos cursos, talleres y libros. Además su buenos efectos para la salud son constatables desde el principio.

Pero antes de seguir con la bendición echemos un vistazo al evangelio que nos regala este último domingo de adviento. Es un texto muy conocido, nos lo sabemos prácticamente de memoria: la visitación de María a su prima Isabel.

María, la mujer bendita de Nazaret, cuando recibe el encargo de ser la madre del Hijo de Dios, con una mezcla de asombro, temor y alegría, lo primero que hace es ponerse en camino, irse a compartir su experiencia con quien sabe que vive algo parecido.

María e Isabel son las dos grandes protagonistas del adviento. Las dos, rodeadas de fragilidad, una por su vejez y la otra por su juventud, no solo esperan, sino que sostienen la espera y hacen realidad la promesa.

Ayer leía en un misal de 1996 un pequeño comentario a lo que es el adviento. Hablaba de tres presonajes protagonistas del adviento: el pueblo, Isaías y Juan Bautista. El autor de dicho comentario olvidó por completo a las grandes estrellas: María e Isabel.

Isabel, que con sus años ha aprendido el hermoso arte de bendecir, es lo primero que hace cuando oye llegar a María: “-¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”

El encuentro entre estas dos mujeres nos invita a bendecir, a ponerle voz y palabra a todo lo bueno que descubrimos. No nos engañemos pensando que el encuentro entre María e Isabel tenía solo cosas buenas, las palabras de Isabel podrían haber sido muy diferentes, algo así como: “- ¡menudo lío en el que te has metido, María! cómo vamos a explicarle a la familia, al pueblo y a José que estás embarazada cuando ni siquiera estás casada.”

Lo de bendecir no es solo, ni principlamente, para los momentos idílicos, es más como la medicina que nos ayuda a descubrir el lado luminoso de la realidad. Quien bendice hace eso: señala la luz, lo bueno, y de ella recibe la fuerza y la claridad.

¡Bendecid! sí, tomando como modelo a Isabel ejercitemos el arte de bendecir.

¡Bendecid! y nuestra vida se llenará de bendición.

¡Bendecid! y la luz le seguirá ganando terreno a las tinieblas.

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Decir tu nombre, María

Martes, 8 de diciembre de 2015
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Decir tu nombre, María,
es decir que la Pobreza
compra los ojos de Dios.

Decir tu nombre, María,
es decir que la Promesa
sabe a leche de mujer.

Decir tu nombre, María,
es decir que nuestra carne
viste el silencio del Verbo.

Decir tu nombre, María,
es decir que el Reino viene
caminando con la Historia.

Decir tu nombre, María,
es decir junto a la Cruz
y en las llamas del Espíritu.

Decir tu nombre, María,
es decir que todo nombre
puede estar lleno de Gracia.

Decir tu nombre, María,
es decir que toda suerte
puede ser también Su Pascua.

Decir tu nombre, María,
es decirte toda Suya,
Causa de Nuestra Alegría.

*

Pedro Casaldáliga
Antología mariana

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad

Sínodo sobre la Familia. Jesús y su familia en los evangelios: Una relación conflictiva y superadora Evaristo Villar

Domingo, 23 de agosto de 2015
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cuerpo CristoLeído en la página web de Redes Cristianas

En la cultura y espiritualidad cristiana domina, en general, el monolitismo referente a la familia. Se habla de la “familia cristiana” como institución unívoca que prolonga la familia modélica de Jesús. Pero, a la luz de los evangelios, ¿fue tan modélica la familia de Jesús?

1. El conflicto en la familia de Jesús

Entre la extrañeza por las obras que hace y el poco aprecio de sus paisanos por la humildad de su origen, los tres evangelios sinópticos dejan constancia de la familia nuclear de Jesús: “¿No es este el carpintero [Mt 13,55 dice “el hijo del carpintero, y Lc 4, 22, del “hijo de José”], el hijo de María y hermano de Santiago y José, de Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas con nosotros”, Mc 6,3?1

Como atestigua Lucas en el libro de los Hechos 1, 14, parte de esta familia se encuentra en la naciente Iglesia después de la pascua. Santiago, a quien se conoce como “hermano del Señor” (Gal 1,9), presidió la Iglesia madre de Jerusalén (Hch 15,13), y, junto a Pedro y Juan, “dio la mano” a Pablo y Bernabé cuando tuvieron que acudir a Jerusalén para dar cuenta de su predicación entre los gentiles (Gal 2,9). Este dato se mantiene también durante el s. II en la tradición extracanónica2.

Pero, contrariamente a esta aparente “armonía familiar”, los evangelios sinópticos, más pegados al tiempo real de Jesús, dan algunas noticias sobre el comportamiento de la familia de Jesús antes de la pascua. Y no son precisamente apologéticas. Reflejan grandes tensiones entre Jesús y sus familiares. Una relación nada armónica que va desde el escepticismo que refleja el evangelio de Juan (“es que ni siquiera sus hermanos creían en él”, Jn 7,5) hasta el conflicto, como veremos a continuación. El modo extraño de comportarse Jesús acaba rompiendo la armonía de la familia que llega a pensar que padece “trastorno mental”. Y, para salvar ante el pueblo su reputación, la familia se siente en la obligación de recluirlo.

La escena que cuenta Marcos Mc 3, 21-31, seguido de Mateo y de Lucas, es paradigmática. Jesús está en casa de Pedro y una multitud, descontenta con el sistema (“no podían ni comer”) se apiña a su entorno. Pero “al enterarse los suyos se pusieron en camino para echarle mano, pues decían que había perdido el juicio… Llegó su madre con sus hermanos y, quedándose fuera, lo mandaron llamar”.

La fama de la familia, en especial de María, su madre, está en entredicho. “El hijo sensato, como rezaba el refrán popular, es alegría del padre, pero el hijo necio es pena para la madre” (Prov 10,1). En una sociedad agraria como aquella, el reconocimiento de la madre está en el número y valía de hijos varones; pero el fracaso de estos acarrea también el fracaso de la madre. Por esta razón han venido su madre y sus hermanos para retornarlo a la cordura familiar.

Entre la multitud, sentada en semicírculos a los pies de Jesús, alguien le pasa el aviso: “Tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera”. Ni siquiera entran para no hacerse cómplices de sus extravíos. Sin inmutarse, Jesús reacciona con una pregunta: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” A nadie, y menos a su madre, le podía dejar buen estómago esta respuesta. Si no fuera por la aclaración que, después de observar la reacción del auditorio, él mismo hace, cabría pensar en una grave desconsideración con su familia y hasta de una humillación pública de su madre. Pero no parece ser esa la intención de Jesús. En su respuesta deja claro que lo que más profundamente vincula a los seres humanos no es el origen, sino la participación en el mismo proyecto. “Mi madre y mis hermanos, dice, son quienes se ponen en camino para hacer lo que Dios anhela”. La participación en el Reino de Dios, viene a decir, no se funda tanto en la sangre o la carne, representada allí por su madre, cuanto en el proyecto de fraternidad que constituye a la gente por igual en hermanos y hermanas.

Reforzando esta escena emblemática de la casa de Pedro —pero ahora sin la presencia de los familiares directos— está esta otra que narra exclusivamente Lucas en 11, 27-28. Para todo el mundo es notorio que el establishment judío no soporta de buen grado la transformación física y mental de la gente que sigue y oye los discursos de Jesús. El poder oficial le acusa de magia por la terapia que practica y le exige señales del cielo para acreditar el origen divino de sus poderes. En estas, una mujer que lo viene siguiendo y conoce perfectamente el bienestar y la esperanza que infunde en las masas, grita mirando a Jesús y contra la ceguera de los dirigentes: “dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”. Jesús no la desmiente, pero aclara en seguida que la dicha, aun de esa madre afortunada, no está tanto en la vinculación natural con él, sino en la fidelidad de ambos al proyecto global de Dios: “Dichosos, mejor, los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen”.

Mantener estos datos conflictivos, contra la poderosísima tendencia de esa primera época cristiana a convertir a Jesús en leyenda y objeto de culto es, a juicio de Gerd Theissen, profesor de Nuevo testamento en Heidelberg, un buen indicio de su historicidad3.

2. Apuntando directamente a las causas

El extraño comportamiento de Jesús con su madre y sus hermanos apunta directamente a las causas: su modelo de familia, como luego veremos, no coincide con el que ellos representan. El de Jesús es justamente la alternativa a la familia patriarcal. Frente a la dependencia y sumisión de la primera, Jesús apuesta abiertamente por la autonomía y la igualdad en las funciones y en los sexos. Veamos algunos ejemplos paradigmáticos:

. El referente a la paz y la espada, en Lc 12 51-53: “¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que paz no, sino división. Porque, de ahora en adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; se dividirá padre contra hijo e hijo contra padre, madre contra hija e hija contra madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra”. La decisión a favor o en contra de Jesús está causando, en las comunidades de Lucas, una división profunda en el seno de las familias. No hay paz, sino guerra porque, en el fondo, se están enfrentando dos proyectos alternativos, el de la verticalidad patriarcal y el de horizontalidad del proyecto de Jesús. Y todo esto se manifiesta tanto en el conflicto generacional que enfrenta a los hijos con los padres como en el conflicto de género que rompe la dependencia de las mujeres frente a los varones.4

. Odiar a la propia familia (Lc 14, 26). La expresión, para nuestra sensibilidad, resulta hiriente. No nos está permitido odiar a nadie y menos a la propia familia. Tampoco, así como suena, encaja bien en el pensamiento real de Jesús. Este aparece más certeramente expresado en este dicho a propósito de los enemigos: “Os han enseñado que se mandó: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos” (Mt 5, 43). Los paralelismos con otros lugares del Antiguo y Nuevo Testamento han inclinado a los exégetas a traducir el verbo griego “miseo” (odiar) por “amar menos” o “amar más” (como en Mt 10,37). Las nuevas Biblias castellanas5 entienden adecuadamente la opción alternativa por el seguimiento de Jesús al traducir este semitismo por “preferir”: ”Si uno quiere ser de los míos y no me prefiere a su padre y a su madre…”. Superado este semitismo, estamos, como en el dicho anterior sobre la paz y la espada, ante la doble ruptura generacional y de género. Ante el peligro de convertir la familia en gueto privilegiado y clasista, excluyente de los extraños y frecuente foco de egoísmo colectivo y posesivo, Jesús ofrece un proyecto de familia abierta, levantada sobre la gratuidad y la universalidad6.

. El divorcio o la igualdad del hombre y la mujer (Mc 10, 11; Mt 19, 8; Lc 16,18). Los tres evangelios sinópticos reflejan este dicho de Jesús. Pero, mientras Marcos lo acomoda a la mentalidad grecorromana, más liberal, Lucas se mantiene más pegado a la tradición androcéntrica judía: “Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con una repudiada comete adulterio”. Como afirma Dominic Crossan7, Jesús no se opone directamente al divorcio, sino a la legislación judía que lo convierte en privilegio exclusivo del varón. En este contexto jurídico, contra el que Jesús reacciona, se rompe el proyecto ideal del Génesis 2, 24 que apunta a la constitución, desde el amor, de un solo ser sin sometimientos ni dominios en la pareja. La ley judía está siendo injusta porque deshumaniza a la mujer y a toda la familia sometiéndolos al capricho y dominio del patriarca. El conflicto, una vez más, surge entre la igualdad que propugna el Reino y el sometimiento que vige en la familia patriarcal, reflejo, a su vez, del dominio de la clase dominante sobre el pueblo.

3. La alternativa de Jesús o la familia Dei

Chris-Calvey-as-Jesus-Approving-of-GaysEl tipo de familia que propone Jesús es en definitiva una respuesta crítica y, a la vez, una propuesta alternativa al modelo patriarcal vigente. Surge como reacción espontánea a la provocación ética que está generando la realidad sociopolítica y religiosa de la Galilea de su tiempo. Una realidad impuesta desde el poder que está dejando fuera de las instituciones oficiales a mucha gente. No podía ser nunca bueno un sistema que ignora y excluye a la mayoría social. Y la familia androcéntrica y patriarcal, que reproduce en el espacio doméstico este mismo desajuste social, es, por este motivo, rechazable. La alternativa de Jesús apuesta por una forma de articulación social que, invirtiendo el (des)orden establecido por las instituciones oficiales del imperio y del templo, comienza desde abajo, desde las víctimas que estas mismas instituciones están creando. Su propuesta o tipo de familia que Jesús propone y pone él mismo en marcha se concentra en lo que él mismo consideraba la familia Dei8. En esquema, se reduce a las dos claves siguientes:

Frente a la familia patriarcal fundada sobre la propiedad de los bienes y de las personas que se convierte en un sistema cerrado, excluyente, y frecuentemente posesivo, el nuevo proyecto se levanta sobre la sociabilidad y la gratuidad de los bienes y las personas, abierto a la inclusión y la universalidad. Y frente a la verticalidad que se impone desde arriba y reproduce el viejo (des)orden de autarquía y sumisión, Jesús propone un nuevo tipo desde abajo que se levanta desde la autonomía e igualdad de todos los miembros. Al poder monárquico y absoluto de la figura del padre que todo lo somete y domina se opone la toma de conciencia de la igual dignidad desde la que todas y todos son hermanos: “vosotros, en cambio, no llaméis a nadie “padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro “Padre”: el del cielo” (Mt 23, 9).

De entre la multitud de gente que lo seguía, algunas personas se comprometen con el nuevo modelo. Provienen desde distintas situaciones. Un colectivo amplio lo constituyen los que nada tienen, víctimas del sistema; otros lo hacen por vocación.

El primer grupo lo constituyen los que Holl calificó de “malas compañías”, es decir, los pobres y mendigos, los sin hogar y sin tierra, desarraigados y siempre en camino. Entre los segundos se cuentan los que, por opción, han dejado casa, hacienda o familia. Unos y otros van creando en torno a Jesús círculos de pertenencia de forma espontánea., desde los “meros oidores de su palabra” y los discípulos y discípulas que lo siguen de forma itinerante entre las aldeas hasta los mismos labradores que ponen su casa y sus bienes a disposición de los que anuncia un nuevo estilo de vida, el del Reino de Dios.

Una reflexión final

Pretender trasladar la realidad de hoy al evangelio y querer descubrir en él la presencia explícita de todos y cada uno de los tipos de convivencia que hoy se dan, es, quizás, demasiado artificial. Pero tampoco sería correcto dejar tanta vida fuera del evangelio.

Hay, a mi modo de ver, dos instancias desde las que todos estos tipos de familia entran por la puerta grande en la nueva Familia de Jesús o Familia Dei: desde la situación de exclusión, rechazo y marginación de la que—si no jurídicamente en algunos países— están siendo objeto sociopolítica y religioso-culturalmente en la “buena sociedad” y en las viejas iglesias. Son ellos hoy aquellas “malas compañías” de las que quiso rodearse Jesús en su día. Esto en primer lugar. Y, luego, desde el principio del amor, omnipresente en todos los rincones de los evangelios9. También hoy se puede oír la propuesta de Jesús: “amadlos como yo los he amado”.

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“Un arte evangélico”, por Gema Juan, OCD

Miércoles, 19 de agosto de 2015
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19526704498_8317c69583_mDe su blog Juntos Andemos:

La discreción de María en los evangelios es llamativa y una nota importante para la fe. Porque no solo habla de quién es la madre de Jesús, sino también de Dios, de cómo es y cómo obra. En todo caso, como decía el profesor Cothenet: «La discreción sobre el papel de María pertenece también al depósito de la fe, consignado en las Escrituras».

Esa discreción es un «detalle» de la humildad, tal como la concibe el Nuevo Testamento, donde al humilde se le descubre por su fidelidad en lo pequeño y por la alegría de saberse amado sin merecerlo. La humildad evangélica habla de acogida y no lleva cuentas del bien que hace, porque se lo atribuye a otro: a Dios.

Esa es la humildad de María, que acoge la bondad de Dios y se alegra con Él. Pensando en ella, pedía Teresa de Jesús a sus hermanas que la siguieran «en alguna cosita». Y escribía: «Parezcámonos, hijas mías, en algo a la gran humildad de la Virgen Sacratísima… Siquiera en algo, imitemos esta su humildad».

El modo de aparecer María en los evangelios evoca un personaje de Dickens, en la novela David Copperfield, el doctor Chillip, que se movía de medio lado por las habitaciones para no ocupar más espacio del necesario y así, no estorbar a nadie.

Como escribía un crítico literario actual, recordando este personaje, el arte de no molestar, de no ocupar más espacio del necesario, no tiene nada que ver con la poquedad de carácter ni con el temor sino, sencillamente, con el deseo de cuidar a los demás, de no «agredir» la existencia de los otros. Y, sobre todo, con la preocupación de no ponerse en medio sino de facilitar el paso.

María parece haber elegido estar de medio lado en los evangelios, para facilitar el acceso a Jesús, para no quitar espacio al Único, para darle paso a Él. La presencia de María es insustituible y después de Jesús, es la primera para la fe cristiana, pero gran parte de su grandeza reside en ese dar paso.

Esa es la mujer que muestran los evangelios, una mujer que aparece así porque «estaba firme en la fe» –como explicaba Teresa– y que, por ello, tuvo el mayor valor: el de reconocer y acoger en sí el don de Dios mismo.

Von Balthasar decía que «en nuestra época, es especialmente necesario ver a María tal como se presenta, no tal como nos gustaría imaginarla… para no olvidar su papel en la obra de salvación y en la Iglesia». Porque comprender la verdad de María es reconocer quién es Dios: es el que ve lo escondido, ve y aprecia lo «discreto», lo que muchas veces no cuenta a los ojos humanos. Y Dios es el que obra allí donde es recibido, del único modo que puede hacerlo: amando, es decir, bendiciendo y salvando.

Teresa reconoció en María a la mujer que fue capaz de dejarse habitar por Dios y que eligió libremente albergarlo. María es, en definitiva, la mujer que revela que la presencia de Dios no rompe lo humano sino que lo hace capaz de lo mayor. Desde aquí se pueden entender, de nuevo, las palabras de Teresa, al descubrirse habitada por Él:

«A mi parecer, si como ahora con verdad entiendo que en este palacio pequeñito de mi alma cabe tan gran Rey, que no le dejara tantas veces solo; alguna me estuviera con Él y más procurara que no estuviera tan sucio. Mas ¡qué cosa de tanta admiración, quien hinchera mil mundos con su grandeza, encerrarse en cosa tan pequeña! Así quiso caber en el vientre de su sacratísima Madre. Como es Señor, consigo trae la libertad, y como nos ama, hácese a nuestra medida».

A quienes no acaban de creer en este Dios o dudan de la fuerza del Espíritu, Teresa los invita a mirar a María, para aprender la mejor sabiduría, la de fiarse de Dios. Y refiriéndose especialmente a los «letrados», a quienes «quieren llevar las cosas por tanta razón y tan medidas por sus entendimientos, que no parece sino que han ellos con sus letras de comprender todas las grandezas de Dios», escribirá: «¡Si deprendiesen algo de la humildad de la Virgen sacratísima!».

Aprender algo de la humildad de María es escuchar lo que dice y comprender su modo de vivir la fe, que es hacer sitio, dar paso y facilitar, pero sin dejar de involucrarse, sin echarse atrás. Es implicarse.

A las palabras de María en el evangelio de Juan: «No tienen vino… haced lo que Él os diga», Von Balthasar añadía una pregunta: «¿No son suficientes para caracterizarla como el arquetipo de la Iglesia que toma partido por los pobres, en su misma pobreza?».

María está presente, su humildad y su discreción la hacen brillar en medio de muchas oscuridades que siguen ensombreciendo el mundo. María apunta el camino de la luz: tomar partido por Jesús y por sus preferidos.

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No se nos pierde, no; se va y se queda.

Sábado, 15 de agosto de 2015
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¿A dónde va, cuando se va, la llama?
¿A dónde va, cuando se va, la rosa?
¿Qué regazo, qué esfera deleitosa,
qué amor del Padre la alza y la reclama?

Esta vez como aquélla, aunque distinto;
el Hijo ascendió al Padre en pura flecha.
Hoy va la Madre al Hijo, va derecha,
al Uno y Trino, al trono en su recinto.

Por eso el aire, el cielo, rasga, horada,
profundiza en columna que no cesa,
se nos va, se nos pierde, pincelada
de espuma azul en el azul sorpresa.

No se nos pierde, no; se va y se queda.
Coronada de cielos, tierra añora
y baja en descensión de Mediadora,
rampa de amor, dulcísima vereda.

*

Gerardo Diego
(1896-1987)

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Sábado15 de Agosto de 2015. La Asunción

Sábado, 15 de agosto de 2015
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SSCC DelegacioPlata7

1ª LECTURA

Apocalipsis 11,19a;12,1.3-6a.10ab

Una mujer vestida del sol, la luna por pedestal

Se abrió en el cielo el santuario de Dios y en su santuario apareció el arca de la alianza. Después apareció una figura portentosa en el cielo: Una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas. Apareció otra señal en el cielo: Un enorme dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos y siete diademas en las cabezas. Con la cola barrió del cielo un tercio de las estrellas, arrojándolas a la tierra. El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar luz, dispuesto a tragarse el niño en cuanto naciera. Dio a luz un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos. Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios. La mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar reservado por Dios. Se oyó una gran voz en el cielo: “Ahora se estableció la salud y el poderío, y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo.”

Salmo responsorial: 44

De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir.

Hijas de reyes salen a tu encuentro,

de pie a tu derecha está la reina,

enjoyada con oro de Ofir. R.

Escucha, hija, mira: inclina el oído,

olvida tu pueblo y la casa paterna;

prendado está el rey de tu belleza:

póstrate ante él, que él es tu Señor. R.

Las traen entre alegría y algazara,

van entrando en el palacio real. R.

2ª LECTURA

1Corintios 15,20-27a

Primero Cristo como primicia; después todos los que son de Cristo

Hermanos: Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida. Pero cada uno en su puesto: primero Cristo, como primicia; después, cuando él vuelva, todos los que son de Cristo; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza.

Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte. Porque Dios ha sometido todo bajo sus pies.

EVANGELIO

Lucas 1,39-56

El Poderoso ha hecho obras grandes por mí; enaltece a los humildes

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludo a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:

– “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.”

María dijo:

“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia para siempre.”

María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

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Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy (15 de Agosto de 1977)

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