“Maranatha”, por José Arregi.
Tras la muerte de Jesús, el atrevido profeta judío de la compasión subversiva, las primeras comunidades cristianas de Palestina lo invocaban con esa palabra aramea formada de dos: “Marana, tha. Ven, Señor”. Y mientras repetían con ardor esta sencilla invocación, se les llenaba el pecho de consuelo y fortaleza para seguir esperando, practicando la esperanza, anticipando su cumplimiento.
Pensaban que Jesús, mártir de su bondad rebelde y sanadora, había sido arrebatado por Dios hasta el cielo junto a sí –esas cosas pensaban entonces– y que pronto, muy pronto, volvería del cielo a la tierra para cumplir de una vez para siempre aquella esperanza que había anunciado y que había sido la razón de su condena: el “reino de Dios” o la liberación de todos los seres, el fin de toda opresión, el levantamiento de todas las condenas, y una gran mesa compartida llena de pan y de vino.
Al retorno esperado de Jesús lo llamaron en griego Parusía o Epifanía, en latín Adventus. Son los términos –presencia, manifestación, venida– con que en el imperio romano designaban las raras visitas del emperador a alguna ciudad o rincón del imperio. Pero los cristianos invocaban a Jesús como el anti-emperador. Lo invocaban con el corazón y lo hacían presente en la vida. Todo se llenaba de luz y de presencia, transformándolo todo.
Nosotros no esperamos que Jesús vuelva, pues nunca se fue. Ni que venga del cielo, pues el cielo es en todas partes. Ni que Dios lo envíe, porque Dios es Todo en todo, o está en camino de serlo. Ya no podemos creer como ellos, pero amamos y confiamos como ellos.
Su mismo ardor nos inspira, su misma esperanza nos alienta. No habrá fin del mundo, pues el universo puede ser eterno. Pero hay un mundo que debe acabar: este mundo aplastado por Mamón, el Capital o el Mercado. Hay una eternidad que debemos inaugurar cada día, en cada instante: la eternidad de la vida buena, justa y dichosa. No es verdad que “hay lo que hay” . No nos harán creer que otro mundo no es posible. Esperar es transformar este mundo en otro mundo humano, fraterno, y mucho más feliz. Esperar es reformar lo que impide vivir, como respirar es nutrir todas las células del cuerpo. Si esperamos, podemos. Maranatha.
Todo es permanente Adviento, transformación, movimiento. Espacio en expansión, galaxias inmensas, estrellas que parecen tan quietas, planetas, aire y fuego, nubes y mares, moléculas, átomos y electrones, partículas y ondas y todo lo que no conocemos, que es casi todo… ¿Qué es lo que mueve esa energía que lo mueve todo, sino el santo Espíritu, impulso viviente de toda la santa materia espiritual? ¿Qué es Dios sino este Adviento y Presencia que es y que viene, Calma viviente, Corazón latiente en el que somos y respiramos?
Respiremos. Maranatha. Hoy empezamos los cristianos cuatro semanas que llamamos de “Adviento”.
Hacemos nuestros los anuncios y figuras de los profetas de Israel. Más allá de creencias y ritos, vamos en busca del glorioso advenimiento de un mundo nuevo. Que todos los seres humanos, del norte y del sur, caminemos unidos, sintiéndonos hermanos de todos los seres. Que ningún ser humano sea aplastado, tampoco un gusanillo. Que no alce la espada pueblo contra pueblo, que nadie se adiestre para la guerra. Que la tierra sea lavada de la sangre inocente derramada, y habite el lobo con el cordero.
Que la justicia sea el árbitro de las naciones, que ningún pobre sea vendido por un par de sandalias, que no haya daño ni estrago en la tierra. Que la bondad nos conmueva más que ninguna amenaza, que miremos la herida más que la culpe, y la mirada cure al herido, transforme al violento, convierta al corrupto. Que la justicie llene la tierra como las aguas colman el mar. Que la justicia y la paz se besen.
El tiempo urge, pero la paz nos sostiene, a la vez que nos empuja. La paz contigo, hermana. Y contigo, hermano. Maranatha. El mundo que esperamos está viniendo, es adviento. Paso a paso, latido a latido lo hacemos llegar.
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