De los mares iris…
Dedicado, en este día de la Virgen del Carmen, a todos los hombres y mujeres que, como lo hizo mi padre, y su padre y su abuelo… bregan en el Mar…
En el mar de la duda en que bogo
ni aun sé lo que creo:
¡sin embargo, estas ansias me dicen
que llevo algo
divino aquí dentro!
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Gustavo Adolfo Bécquer
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En aquel tiempo, aún estaba Jesús hablando a la gente cuando llegaron su madre y sus hermanos. Se habían quedado fuera y trataban de hablar con él.
Alguien le dijo:
-¡Oye! Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que quieren hablar contigo.
Respondió Jesús al que se lo decía:
+ ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?
Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo:
+ Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.
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Mateo 12,46-50
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El encuentro de María con Jesús en medio de su predicación es un momento importante de la revelación de la identidad del Maestro de Nazaret y de la de su madre, acompańada en este episodio por algunos parientes.
María aparece siempre en el evangelio en comunión con todos, y conduce a la comunión con el Hijo. Ahora bien, el paso desde la fraternidad-familiaridad puramente natural a la espiritual, que María vive ya (como Lucas ha demostrado en su evangelio de la infancia), se vuelve ahora evidente en las palabras del Hijo.
La pregunta retórica de Jesús, consciente de la presencia de su familia natural y de la necesidad de proclamar la novedad de su relación con él en otro ámbito, es por lo menos significativa. Se trata de poner de manifiesto el necesario paso que se ha dado ahora con la nueva familia que el mismo Jesús está formando con sus discípulos: ‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?’ (v. 48). Su respuesta, en una revelación que forma también parte constitutiva de la nueva fraternidad que acontece mediante la acogida de Jesús, de su Palabra, es claramente indicativa: ‘Éstos son mi madre y mis hermanos’ (v. 49). Se ensancha el círculo de los familiares de Jesús, porque supera las medidas del clan y de la familia natural. Y así se establece la nueva relación de consanguinidad que es la vida de la Palabra y, en concreto, el cumplimiento de la voluntad del Padre celestial.
María, la sierva, la discípula, la madre que se ofrece por completo a fin de que se cumpla la voluntad del Padre, es el ejemplo sumo de esta comunión familiar con Jesús, a través del vínculo de la Palabra escuchada y vivida, como con frecuencia subrayan los Padres de la Iglesia. También el cristiano engendra en sí mismo a Jesús mediante el cumplimiento de la Palabra. Corresponde muy bien a la espiritualidad del Carmelo, toda ella centrada en la escucha, meditación y contemplación de la Palabra, la visión de María que presenta a Jesús sus verdaderos hermanos e hijos suyos, instruidos por ella en el cumplimiento de la voluntad del Padre.
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Salve
Estrella de los mares
De los mares iris
De eterna ventura
Salve
O fénix de hermosura
Madre del divino amor
De tu pueblo
A los pesares
Tu clemencia de consuelo
Fervoroso llegue al cielo
Hasta a ti hasta ti
Nuetro clamor
Salve
Salve
Estrella de los mares
Salve estrella de los mares
Si, fervoroso llegue al cielo
Hasta ti hasta ti
Nuestro clamor.
Salve salve
Estrella de los mares
Estrella de los mares
Salve;
Salve,
Salve salve
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La devoción a la Virgen del Carmen hunde sus raíces en un lugar y en un tiempo bien precisos. El lugar es el monte Carmelo, cadena montańosa de Galilea, que se asoma al mar por un alto promontorio y por el otro lado da a la llanura de Esdrelón.
Karmel significa ‘jardín’ en hebreo. Es el monte santo, lugar de la oración y donde moró Elías, cantado en la Escritura por su belleza. En este monte – y más precisamente en uno de sus valles-, algunos de los cruzados venidos de Occidente dedicaron, a comienzos del siglo XIII, una iglesia a la Virgen María, poniendo bajo su protección la Regla de vida que les había dado Alberto, patriarca de Jerusalén y tomando el título de Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.
Desde aquel momento, la figura de la Virgen, Madre y Hermana, acompańa a la historia del Carmelo, de sus santos y de sus santas. Se trata de una historia de favores de la Virgen y de santidad de los miembros de su orden. El Carmelo ha contemplado en María a la Virgen purísima, a la Madre espiritual, a la Estrella del mar. Ha recibido como don, para extenderlo a todos los devotos, el escapulario, signo de protección y de alianza, prenda de salvación eterna.
Se eligió la fecha del 16 de julio porque el 17 de julio del ańo 1274, el segundo Concilio de Lyon sancionó la permanencia de la orden (que debía ser suprimida). La conmemoración fue extendida a toda la Iglesia por Benedicto XIII en 1726.
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