Sinceridad
Del blog Nova Bella:
En la última fase de la madurez, uno puede, debe, ser sincero consigo mismo.
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Saul Bellow
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Del blog Nova Bella:
En la última fase de la madurez, uno puede, debe, ser sincero consigo mismo.
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Saul Bellow
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De su blog Otro mundo es posible:
A mi edad
me sigue seduciendo la belleza,
la sorpresa de cada perfil y la figura
que se cruza en mi senda temprana,
con la que se empapa la mirada y su delirio
desde el primer rocío del alba y su mañana.
A mi edad
las anhelantes emociones se disfrazan
de interiores paladeos, calmos,
absorbentes, delicados,
que preanuncian, a veces,
un desenlace vibrante, inesperado.
A mi edad
la realidad se impone en las heridas
que ahondan hasta el hueso,
las alteraciones de la primavera pausada,
la necesidad de aceptar el otoño
y la tenue gasa que vela mi vista cansada.
A mi edad
quedan tras los restos del sereno declive
de los años, la sonrisa de los días idos,
la persistencia de la duda y la indignación,
el leve aleteo del silencio y su universo,
la insumisa presencia de la ternura y la pasión.
A mi edad
suelo acudir al rincón de la memoria
sin melancolías ni nostalgias,
por si algún parecido permanece latente
en la escala de mis cromosomas y mis genes
de aquel que fui, oculto tras el espejo transparente.
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Miguel Ángel Mesa
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Del blog Nova Bella:
De algunos lugares que están siempre ardiendo
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Del blog Nova Bella:
“El yo se vuelve adulto y veraz al enfrentarse con el carácter incurable de su deseo: el mundo es tal que ninguna cosa otorgará al yo una identidad colmada y completa”
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ECLESALIA, 29/01/21.- Ya he superado los sesenta años (voy camino de cumplir 62) y cuando alguien me dice (porque me mira con buenos ojos) que no aparento la edad que tengo, lo primero que hago es agradecérselo, pero le comento a continuación que ya he entrado en la cuarta edad, porque divido la existencia en cuatro etapas: la primera hasta los 20 años, la segunda hasta los 40, la tercera hasta los 60 y la cuarta a partir de la sesentena.
Hablando en serio, creo que una de las mayores presiones que ejerce la sociedad actual sobre las personas mayores, que ya peinamos canas, es la no aceptación del paso de los años, reconociendo que hemos entrado en otra etapa vital.
La publicidad de toda clase nos impone el querer ser siempre jóvenes, aparentándolo mediante cremas que nos rejuvenezcan, vistiéndonos con la ropa de nuestros hijos, haciendo ejercicios físicos que ya no somos capaces de aguantar, y otros muchos reclamos más… aparentando ser quienes no somos.
Pienso que es bueno, necesario y esencial, cuidar bien de nuestro cuerpo, vestirnos como mejor nos encontremos ante el espejo, seguir bailando, paseando y haciendo deporte, para mejorar nuestra salud, etc. Pero reconociendo bien nuestros límites y los años que tenemos.
Creo incluso que hoy día es algo contracultural, una postura auténticamente alternativa, el hacer gala de nuestra edad, pues aquí seguimos, con alegría, en este momento de nuestra vida, aunque ya nos visiten algunos achaques, se nos cuelen unas goteras y tengamos que reconocer diversas carencias.
Es heroico, en la mayoría de las ocasiones, saber decir que no a lo que no puedes hacer ya en este momento vital. Pero admitidas las propias limitaciones con serenidad, desde la realidad personal de cada uno, brota el agradecimiento inmenso por todo lo que se ha vivido y la dicha por todo lo que nos queda por vivir, por experimentar, por compartir, por disfrutar… Y para ello, aquí dejo algunos ingredientes necesarios para conseguirlo:
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
De su blog Punto de Encuentro:
| Gabriel Mª Otalora
Franz Kafka apuraba sus últimas semanas de vida consumido por una tuberculosis que le llevaría a la tumba. Paseando por un parque con su amada Dora Diamant vio a una niña desconsolada porque acaba de perder su muñeca. Conmovido por el llanto de la pequeña, como buen escritor que era se inventa una historia: Tranquila, le dice a la niña, tu muñeca no se ha perdido, se ha marchado de viaje y no le ha dado tiempo a despedirse. Pero me ha dejado una carta en la que te explica lo que acabo de contarte.
Con la promesa de enseñarle la carta a la niña al día siguiente, Kafka no solo escribe y lee la misiva prometida sino que le dice para consolarla que la muñeca le escribirá todos los días una carta para contarle sus andanzas. Kafka se apresta al juego ¡durante tres semanas!, en las que no falla a la cita del parque con una nueva carta diaria a pesar de la enfermedad que le consume. Finalmente, se inventa un final de cuento: la boda de la muñeca con los detalles de su nueva vida con la promesa de que, en cuanto pueda, la muñeca volverá a encontrarse con la niña.
¿Fue un detalle pequeño o fue un gran gesto? No solo Dora Diamant recogió el hecho en su diario -publicado-, sino que Paul Auster lo pone en valor en su libro Brooklyn Follies. Kafka nunca pensó que pasaría a la posteridad también por esto.
Estamos en tiempos convulsos que demandan grandes cambios, algunos obligados y otros necesarios a pesar de las dificultades del momento. No es fácil que nadie se fije en los pequeños detalles, pero son los que construyen la cadena de valor de la existencia. En realidad, todo lo grande comienza por algo pequeñito. Dios mismo gusta hacerse presente en lo cotidiano, sin aspavientos ni atambores. Desde el mismo nacimiento de Jesús, que ya fue un hecho marginal, el evangelio tiene predilección por los efectos callados de la semilla del campo, el grano de mostaza, la siembra siempre frágil y silenciosa incluso cuando cae en terreno propicio, inapreciable hasta que llega el tiempo de la cosecha.
¿Qué vemos en una semilla, un fruto o un árbol? Un árbol, pero también puede verse un bosque, porque de la misma semilla va a salir todo. Ocurre lo mismo en la contemplación de la naturaleza, donde admiramos grandes cataratas, pero nos fijamos menos en el detalle de una sencilla flor. Depende del enfoque al que estemos dispuestos al observar la realidad. Cuántas veces pensamos en agradar a los demás buscando regalos o palabras grandilocuentes, cuando es en lo sencillo -que no simple- y en lo pequeño donde podemos acertar mejor. Esa sonrisa, ese beso, la canción que me dedican, ese consejo que buscas… tantos pequeños detalles que nos hacen felices.
Los bebés nos encandilan con gestos que son insignificantes pero que nos llenan de alegría y de felicidad. Tan importante es lo pequeño que incluso en los documentos oficiales la letra pequeña es dónde está lo relevante. Un pequeño instante de paz quizás nos llene más que un fin de semana de juerga; o una persona que nos escucha desde el corazón más que una gran charla en alguna reunión social. Lo importante es que lo pequeño sea de calidad, aunque cueste, para que se dé el bien de la otra persona.
Yo decido si veo una semilla insignificante o el potencial que ella posee. De esa decisión depende el éxito de convertir las cosas pequeñas en grandes. Y cuando vemos las cosas pequeñas que Dios nos ha dado, somos capaces de percibir lo que podemos lograr porque la realidad es paradójica, y lo pequeño suele ser lo acaba siendo grande de verdad. Todos venimos de lo pequeño, somos el producto de un diminuto esperma que luchó contra millones para encontrar un óvulo qué fecundar. Dios suele ver el potencial que las cosas tienen y no el tamaño.
De hecho, la principal virtud cristiana –la humildad- es la que nos conduce a valorar lo importante que se esconde en lo pequeño. Pero nosotros primero tratamos de entender y luego creemos. No es lo que dice el evangelio. Debemos creer a Dios: las cosas que nos ha regalado por amor podemos transformarlas en lago todavía más grande. No hay que decir “no puedo”, sino preguntar en oración humilde “como puedo hacerlo”.
Lo que hizo Kafka con esa niña exigió de su parte una renuncia pues sabiendo lo cerca que estaba su final, escribía sin parar. Tuvo que hacer un hueco diario para escribir la carta de la muñeca a aquella niña y leérsela en el parque para aliviarle su pena. Es un signo de madurez humana saber que la renuncia es una posibilidad que se ejercita con sabiduría cuando la desplegamos desde la generosidad. Sí, en lo pequeño está lo grande.
P.D.: Os animo a leer un libro delicioso:
Kafka y la muñeca viajera (Las Tres Edades nº 131)
de Jordi Sierra i Fabra
Del blog Nova Bella:
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“El arte quiere decir no calcular ni contar: madurar como el árbol, que no apremia su savia, y se yergue confiado en las tormentas de primavera, sin miedo a que detrás pudiera no venir el invierno.”
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Rainer María Rilke
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Del blog Nova Bella:
Creo que existe un murmullo al interior de cada ser humano que le indica el camino a ese punto de su vida en el que se siente profundamente agradecido y enormemente afortunado. Y creo que todos nacemos con esa música interna. Pero entre más crecemos, más nos vamos haciendo sordos a ella.
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Toño Malpica
Page Tsou
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Del blog de Enrique Martínez Lozano Vivir lo que somos. Psicología y Espiritualidad, vía Fe Adulta:
Rumi, poeta y místico sufí, siglo XIII.
— ¿Qué es el veneno?
— Cualquier cosa más allá de lo que necesitamos es veneno. Puede ser el poder, la pereza, la comida, el ego, la ambición, el miedo, la ira, o lo que sea…
— ¿Qué es el miedo?
— La no aceptación de la incertidumbre. Si aceptamos la incertidumbre, se convierte en aventura.
— ¿Qué es la envidia?
— La no aceptación de la bienaventuranza en el otro. Si lo aceptamos, se torna en inspiración.
— ¿Qué es la ira?
— La no aceptación de lo que está más allá de nuestro control. Si aceptamos, se convierte en tolerancia.
— ¿Qué es el odio?
— La no aceptación de las personas como son. Si las aceptamos incondicionalmente, se convierte en amor.
— ¿Cuándo se avanza hacia la madurez espiritual?
1º Cuando se deja de tratar de cambiar a los demás y nos concentramos en cambiarnos a nosotros mismos.
2º Cuando aceptamos a las personas como son.
3º Cuando entendemos que todos están acertados según su propia perspectiva.
4º Cuando se aprende a “dejar ir”.
5º Cuando se es capaz de no tener “expectativas” en una relación, y damos de nosotros mismos por el placer de dar.
6º Cuando comprendemos que lo que hacemos, lo hacemos para nuestra propia paz.
7º Cuando uno cesa de demostrar al mundo lo inteligente se es.
8º Cuando dejamos de buscar la aprobación de los demás.
9º Cuando dejamos de compararnos con los demás.
10º Cuando se está en paz consigo mismo.
11º Cuando somos capaces de distinguir entre “necesidad” y “querer” y somos capaces de dejar ir ese querer…
12º Cuando dejamos de anexar la “felicidad” a las cosas materiales.
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Rumi,
poeta y místico sufí, siglo XIII.
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Del blog Amigos de Thomas Merton:
“En un koan zen, alguien dijo que un hombre iluminado no es alguien que busca o encuentra a Buda, sino, simplemente, un hombre normal y corriente que ha hecho cuanto tenía que hacer.
Detenerse no significa haber llegado. Detenerse es quedarse a un millón de millas de la meta y no hacer nada, dejar dicha meta a una distancia tan enorme como el universo entero.
En cuanto al llegar, cuando llegas, has fracasado. Sin embargo, ¡cuán cerca está la solución!. ¡Qué sencillo sería no tener nada más que hacer…con tal de que uno no tuviera nada más que hacer!
El hombre inmaduro no puede conseguirlo, haga lo que haga. Pero el fruto maduro cae del árbol sin siquiera pensar en ello. ¿Por qué? Porque el hombre que ha llegado a la madurez, descubre que nunca hubo nada que hacer, desde el comienzo mismo.”
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Thomas Merton
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Del blog À Corps… À coeur:
El día en que me quise de veras, comprendí que en todas las circunstancias, yo estaba en el lugar correcto en el momento adecuado. Y entonces pude relajarme. Hoy sé que esto se llama… Autoestima.
El día en que me quise de veras, pude percibir que mi ansiedad y mi sufrimiento emocional no eran nada más que una señal cuando voy en contra de mis convicciones. Hoy, sé que esto se llama… Autenticidad.
El día en que me quise de veras, dejé de querer una vida diferente y comencé a ver que todo lo que me llega contribuye a mi crecimiento personal. Hoy sé que esto se llama… Madurez.
El día en que me quise de veras, comencé a percibir el abuso en el hecho de forzar una situación o a una persona, con el solo fin de obtener lo que quiero, a sabiendas de que ni la persona ni yo mismo estamos listos y que no es el momento. Hoy sé que esto se llama… Respeto.
El día en que me quise de veras, dejé de tratar de tener siempre la razón y fui consciente de todas las veces en que me equivoqué. Hoy, he descubierto… la Humildad.
El día en que me quise de veras, dejé de revivir el pasado y de preocuparme por el futuro. Hoy vivo el presente, allí dónde sucede toda la vida. Hoy, vivo un solo día a la vez. Y esto se llama… la Plenitud.
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Autor Desconocido
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Recordatorio
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