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Madeleine Delbrêl (1904-1964)

Miércoles, 16 de octubre de 2024
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PARA CONSTRUIR UNA IGLESIA MÁS AMABLE Y AMOROSA

Diego Fares, 

Madeleine Delbrêl

Escribir sobre Madeleine Delbrêl es escribir sobre «una de las más grandes místicas del siglo XX», cómo dijo el cardenal Martini [1]. Y si es verdad lo que el mismo cardenal afirmó sobre la Iglesia – «La Iglesia está atrasada 200 años. ¿Cómo es posible que no se sacuda? ¿Tenemos miedo, miedo en lugar de coraje?»[2] -, releyendo la vida de Madeleine podemos decir que en esta hija suya, en su testimonio de vida y en su pensamiento, la Iglesia se adelantó 80 años.

Martini, al hablar del atraso, se refería principalmente a la Iglesia en Europa y al aspecto institucional. Decía: «La Iglesia está cansada en la Europa del bienestar y en Estados Unidos. Nuestra cultura está envejecida, nuestras Iglesias son grandes, nuestras casas religiosas están vacías y el aparato burocrático de la Iglesia está fermentando, nuestros ritos y nuestra vestimenta son pomposos. ¿Acaso estas cosas expresan lo que somos nosotros hoy? […] El bienestar pesa. Estamos ahí como el joven rico que se marchó entristecido cuando Jesús lo llamó para convertirlo en su discípulo. Sé que no podemos dejar todo fácilmente. Pero al menos podemos buscar hombres libres que estén más cerca del prójimo. […] ¿Dónde están esas personas llenas de generosidad como el buen samaritano?, ¿que tienen fe como el centurión romano?, ¿el entusiasmo de Juan Bautista?, ¿quién busca lo nuevo como Pablo?, ¿quiénes son fieles como María Magdalena? Aconsejaría al Papa y a los obispos que busquen doce personas fuera de lo común para los puestos de dirigencia. Hombres que estén cerca de los más pobres y que estén rodeados de jóvenes y que prueben cosas nuevas. Necesitamos enfrentarnos con hombres que ardan, de modo que el espíritu pueda difundirse por todas partes»[3].

Madeleine es una de esas grandes mujeres que reúnen en sí la fidelidad de María Magdalena, la audacia de Pablo, la generosidad del buen samaritano y la fe y el entusiasmo en y por Jesús de tantos personajes del Evangelio. Muchas, por no decir todas sus propuestas de vida cristiana en medio del mundo – especialmente en los lugares de periferia geográfica y existencial, como la Ivry marxista de hace 80 años – , son las que Francisco actualiza hoy en sus gestos y escritos oficiales.

Retrato

Madeleine Delbrêl nació el 24 de octubre de 1904 en Mussidan (Dordoña, Francia). Inesperadamente para sus más cercanos, falleció un 13 de octubre de 1964, en su casa de la Rue Raspail 11, en Ivry-sur-Seine, la «villa marxista» donde había elegido ir a vivir y a servir con sus compañeras de comunidad, 30 años antes.

Su amigo y propagador de sus obras, Jacques Loew, nos brinda su mejor retrato, escrito por Krystyna W., compañera de Madeleine, del que tomamos un fragmento: «Vista de lejos, daba el perfil de una mujer sutil, ágil y frágil, pero su porte, y cada gesto, trasuntaba la energía y la decisión de un viejo combatiente en quien el reflejo de estar preparado para entrar en acción siguiendo las órdenes recibidas ha dejado huellas indelebles. Si uno se acercaba a ella, aparecían sus ojos: grandes, luminosos, color marrón claro, que te miraban con atención. Incluso si no tenías ganas de hablar hasta ese momento, algo hacía que se entablara un diálogo, una conversación, en el sentido profundo, etimológico de la palabra. Si no eras capaz de hablar o si no tenías necesidad, todo podía limitarse a un estrechón de manos, a una mirada profunda. Pero, si dejándote atraer por la expresión de su rostro, te animabas a correr el riesgo de dejar entrever un poco de tu alegría o de tu pena, entonces todo su rostro se animaba, como si el viento hiciera temblar la superficie transparente del agua: las expresiones de la compasión, de la comprensión auténtica, del sufrimiento realmente sentido, permitían ver, como a través de una puerta entreabierta, el inmenso camino que había tenido que recorrer esta mujer para llegar a generar encuentros así»[4].

Hija única de Jules Delbrêl y de Lucile Junière, heredó de su padre, ferroviario, el dinamismo, el sentido de la organización y el don de la comunicación; y de su madre, la sensibilidad, la firmeza y el encanto cautivador. Debido a los traslados por el trabajo de su padre y a su salud frágil, Madeleine recibió una formación no convencional. A los doce años hizo su primera comunión, deseada y ferviente, pero a partir de entonces, el trato con amigos cultos y no creyentes de su padre ejercería en ella una fuerte influencia que la llevó a declararse atea a los 17 años. Marcó su vida el encuentro con Jean Maydieu, joven del que se enamora y que la corresponde, pero que la dejará para entrar en la orden dominicana en 1925.

En 1926, Dios se abre una brecha en su vida y Madeleine, deslumbrada, se convierte. Al reflexionar que no es rigurosamente imposible que Dios exista, decide tratarlo como una persona viva y, en consecuencia, comienza a rezar[5]. Según ella testimonia, el Evangelio, con el que el padre Jacques Lorenzo le enseñó a interactuar, «le explotó» en el corazón y la convirtió de atea de un Dios abstracto en creyente fiel del Dios vivo, una persona a quien se puede amar, como dice Santa Teresa.

En 1933, luego de haber obtenido el diplomado en enfermería y de ser admitida en la Escuela práctica de servicio social, junto a Suzanne Lacloche y Hélène Manuel ingresan para siempre en la comuna de Ivry, para vivir el evangelio entre la gente obrera y estar al servicio de la Parroquia de San Juan Bautista[6]. En 1943, visita su comunidad el padre Jacques Loew. Comienza entre ellos una colaboración y amistad estrecha. En diciembre del mismo año Madeleine publica Misioneros sin barca. Hasta 1946, en que decide dedicarse a tiempo completo a su comunidad, Madeleine desplegó una actividad incansable en el servicio social, primero privadamente y luego en cargos públicos, con diferentes administraciones, marxistas y anti-marxistas, siendo respetada y buscada por todos[7]. Madeleine resiste la «tentación marxista»: trabaja codo a codo con todos, pero desde su amor por Jesucristo y la Iglesia. Su fidelidad al Papa la lleva en agosto de 1952 a peregrinar a Roma con el fin de rezar en San Pedro por la renovación misionera que ha surgido en Francia, para que permanezca en la unidad de la Iglesia. En 1953, realiza una nueva peregrinación en medio de la crisis del movimiento de sacerdotes obreros, para interceder por ellos ante Pío XII. En 1961 abren una fraternidad en Costa de Marfil, adonde viajará a pesar de no encontrarse bien de salud. En 1962 se le pedirá un trabajo sobre las formas de ateísmo contemporáneo con vistas al Concilio. Madeleine envía un dossier sobre «Ateísmo y evangelización» pocos días antes de la apertura conciliar. Muere en 1964. En 1996 es declarada Sierva de Dios.

Madeleine y papa Francisco

Francisco confiesa no haber conocido en su juventud mucho de la vida y los escritos de Madeleine, pero lo que le impresiona de esta «gran mujer» es «cómo se metía en las barriadas más pobres»[8].

Dos breves menciones a la venerable. En el 2015, el papa Francisco y el resto de los miembros de la curia romana se reunieron en Ariccia, en la Casa Divin Maestro de los religiosos paulinos, para realizar los Ejercicios Espirituales. El retiro de Cuaresma estaba dedicado a la vida del profeta Elías; pero «junto a Elías, hubo una “compañera” de viaje en los ejercicios de la curia. En el programa preparado para la ocasión por la Prefectura de la Casa Pontificia, al lado de una imagen de un icono que representaba al profeta con su carro de fuego, hay un breve escrito de la mística francesa Madeleine Delbrêl. «La verdadera soledad», se lee, «no es la ausencia de los hombres, es la presencia de Dios», y continúa: «no hay soledad sin silencio. El silencio: a veces es callar, siempre es escuchar»[9].

El Papa también citó expresamente a Madeleine en la audiencia dirigida a los sacerdotes de la diócesis de Créteil, e invitó a rogar por su intercesión: «Pedid insistentemente al Espíritu Santo que os guíe e ilumine. Que os ayude, en el ejercicio de vuestro ministerio, a hacer que la Iglesia de Jesucristo sea amable y amorosa, de acuerdo con la bella expresión de la Venerable Madeleine Delbrȇl[10]. Con esta fuerza proveniente de lo alto, os sentiréis empujados a salir para estar más cerca de todos cada día, especialmente de aquellos que están heridos, marginados, excluidos»[11].

Madeleine_Delbrel2Madeleine Delbrêl es una de las Santas de la puerta de al lado de las que siempre habla el Papa; una mujer que situó su vida en medio de las barriadas pobres marxistas y ateas de Ivry. Es la mujer que, para escuchar a Dios, no se va al desierto de arena, sino al desierto de las multitudes, al medio de la calle, al metro, a los barrios más pobres: va con la actitud de la que quiere ser hermana de todos y servir a todos y, escuchando a cada uno, aprender a escuchar la voz de Dios, que habla siempre a través de los más pequeñitos y abandonados.

Escribir sobre Madeleine Delbrêl implica un continuo deshacer el camino andado hacia la literatura para reemprender el camino hacia el evangelio. En la corrección trabajosa de sus escritos se nota este empeño de Madeleine no de hacer literatura, sino de sacar todo lo que pueda quitar la palabra a Dios. En su meditación sobre el silencio hará notar que el silencio es activo: activa escucha de Dios. Que no lo impiden los ruidos normales ni las palabras normales de la vida. Lo impide la actitud del que con sus palabras le quita la palabra a Dios. El 15 de marzo de 1956 ella hace notar que no escribía por el gusto de escribir: «evitar caer un día u otro en la “literatura”, lo que me parecería el peor de los males»[12]. Por eso, cuando escribe, dice que no quiere hacer un trabajo de síntesis, sino dejar – siguiendo la vida – que se constituya un dossier sobre diversos aspectos de los temas.

Si Madeleine viviera hoy podríamos decir que cada exhortación apostólica y encíclica del Papa hubiera caído como anillo al dedo a su carisma y a sus aspiraciones. Al respecto, afirma don Luciano Luppi: «Cuando leemos hoy la Evangelii gaudium del papa Francisco, o Fratelli tutti, a la luz de muchos pasajes de la obra de Delbrêl, se observa una sorprendente consonancia entre los dos. Y, sin embargo, han pasado décadas desde entonces. ¿Por qué? Las motivaciones pueden ser múltiples. El papa Francisco y Madeleine Delbrêl tienen varias cosas en común: la cercanía a las enseñanzas espirituales de san Francisco y san Ignacio; una lectura del Evangelio que no es abstracta o espiritualista, sino preocupada de la adhesión profunda a lo concreto del Evangelio y de la vida; la voluntad de dejarse interpelar por el dolor de los pobres, escogiendo compartir la marginalidad y la pequeñez, el conocimiento vivo del Evangelio como el de una noticia sorprendente y decisiva, de la que el cristiano no puede sino sentirse en deuda con todos»[13].

Una Iglesia que “se construye”

Un hecho singular en la vida de Madeleine ayuda a comprender su concepción de la Iglesia. En 1952 Madeleine hizo un viaje relámpago a Roma para rezar ante la tumba de Pedro. Había manifestado a sus compañeras la necesidad de rezar por la misión de Francia. Estaba convencida de que a los sacerdotes obreros les estaba faltando el fundamento de la oración de todos los cristianos y había sentido la necesidad de hacer una peregrinación a Roma para orar ante la tumba de San Pedro. Iba a pedir que la gracia del apostolado que le había sido dado a Francia no se perdiera, sino que se mantuviera en la unidad y que esta gracia fuera reconocida y fortalecida por la Iglesia. Sin embargo, alguien le susurró al oído que le parecía un poco caro hacer un viaje de ida y vuelta a Roma sólo para rezar unas horas en San Pedro.

Esa misma semana, una amiga sudamericana de Madeleine que había visitado la comunidad, no habiendo podido comprar flores para dejar de regalo, compró un billete de lotería. Lo dejó sobre la mesa y nadie le prestó atención, hasta que se dieron cuenta de que era un billete ganador. ¡Y exactamente de la suma que se requería para hacer un viaje como el que quería hacer Madeleine! Fue así como ella viajó dos días y dos noches, estuvo 12 horas casi ininterrumpidas rezando en San Pedro – «à cœur perdu… et à perdre cœur» – y luego regresó a su tierra. Toda esta peripecia la hacía sin saber que un tal Jean Guègen la estaba esperando ese 6 de mayo de 1952 en Termini, con un billete para una audiencia con Pío XII.

En el prólogo a su biografía de Madeleine, Guéguen cuenta que en marzo de 1952 una amiga de Madeleine, con la que se habían conocido estando ella de gira por Roma, le escribió pidiéndole que recibiera «a una amiga» que llegaría a Roma, a la estación de Termini. Guèguen no conocía el aspecto de Madeleine y no lograron encontrarse[14]. Al regresar a su casa, Jean puso el billete para la audiencia con el Papa Pío XII en una carta y se lo envió a Madeleine al nº 11 de la calle Raspail, en Ivry. Cuando Madeleine lo recibió, le escribió una carta al Papa pidiendo perdón y así comenzó la amistad con Jean Guèguen[15]. Al año siguiente, Guèguen le ayudará a obtener la entrevista. Este es quizá un bello ejemplo del desfase de tiempos entre lo que el Espíritu obra en el corazón de un miembro pequeño del pueblo fiel de Dios y lo que obra en la maquinaria oficial de la iglesia jerárquica. Lo interesante no es el desfase, sino cómo lo vive con buen espíritu la primera interesada. En su libro Noi delle strade, Madeleine cuenta que fue a Roma para rezar y no para pedir «luces», pero algunas cosas se le impusieron como una misión[16]. Una, que Jesús, que había hablado tanto del poder del Espíritu Santo y de su vitalidad a propósito de la Iglesia, dijo que la habría edificado sobre Pedro, que se había convertido en una piedra. «¡Una piedra a la que se le ha pedido que ame! Según el pensamiento de Cristo la Iglesia no debe ser sólo algo vivo, sino algo construido[17]».

Esta revelación, que se le impone sencillamente, del pensamiento de Cristo acerca de una Iglesia que debe ser «construida», resuena en todas las dimensiones y acciones de la vida de Madeleine. Destacamos cuatro. La primera, que para construir la Iglesia hay que «hacer lugar a Dios». No necesariamente un gran lugar. Basta dejar que Él se abra una brecha y entre en nuestra vida. Segundo: para construir la Iglesia hace falta situarse. No en cualquier lugar ni en todo el espacio, sino allí donde el Espíritu abrió su brecha. A veces hemos confundido el espíritu de ir a todos los pueblos con ocupar territorialmente todo el mundo, cuando de hecho, hay lugares donde hay que permanecer y otros de los que hay que sacudir hasta el polvo de las sandalias, al menos hasta que venga un tiempo favorable. En tercer lugar, para construir la Iglesia hay que profundizar. Profundizar en la oración y en la conversión. Por último, para construir la Iglesia hay que incluir a todos.

La brecha: permitir que Dios se haga lugar

Para construir la Iglesia hay que permitirle al Señor que se haga lugar. «A los veinte años – confesaría años despúes Madeleine – fui literalmente “deslumbrada por Dios”; lo que había encontrado en Él no lo había encontrado en nada. Fue el abad Lorenzo quien hizo estallar, para mí, el Evangelio… el cual se convirtió no sólo en el libro del Señor vivo, sino en el libro del Señor para ser vivido»[18].

Madeleine descubre a un Señor que está del lado de la vida. Un Dios que no niega la danza, la poesía, la música, la literatura, el teatro, la filosofía… Ahora que ve la vida de esta manera cada minuto adquiere una importancia singular. Gracias al abad Lorenzo Dios deslumbró a Madeleine, el Evangelio se abrió paso en su vida no como una luz que viene de lo alto y entra en la oscuridad de un bosque, sino como una luz que «estalla», como una onda expansiva de luz que se expande desde adentro hacia afuera. Así concebirá Madeleine la misión del cristiano, como la misión de dar vida y salud al que nunca la tuvo o ya no la tiene. Afirma: «Si los cristianos deben recibir la Gracia en ellos, rezar y sufrir para que la evangelización del mundo sea eficaz, para que los pecadores sean curados, esto no puede eximirlos de ser, cada uno en la frontera con el no creyente con el que confina = brecha para el Evangelio»[19].

Recibir la gracia en sí está en tensión con ser brecha para que la gracia llegue a los demás. No se trata solo de «ser» iluminados por el Evangelio, sino de, al mismo tiempo, ser «brecha» para que pase a los otros esta luz. Y no solo para que pase: importa también discernir dónde esta luz del Evangelio está ya operante: «Discernir en toda persona lo que es luz, incluso fragmentaria, incluso distorsionada. Ser conscientes de que es difícil arrancar la cizaña sin arrancar el trigo bueno. Buscar poner en toda persona siempre más y más grano bueno, sin ocuparse de la cizaña. Respetar a cada uno: no ensuciar su ideal a causa de sus desencantos o rencores. No combatir contra el mal, sino sembrar un poco de vida donde se encuentra el mal, ya que el mal es ausencia de bien[20].

Situarse

Para construir la Iglesia hay que situarse. Madeleine fue una mujer situada, que encontró su lugar en el mundo y allí echó raíces y fructificó. El lugar tiene que ver no solo con la construcción, sino con las cosas superfluas que se dejan de lado para que la vida crezca en lo esencial. Se va a vivir a las barriadas pobres porque la palabra, para ser experimentada y escuchada y entendida, necesita este espacio de la proximidad y cercanía.

Pero lo que maravilla es cómo se concreta esta concepción suya, que es a la vez la más simple y tradicional: la del mal como ausencia de bien. Se concreta en ir a vivir allí donde, más que «haber» mal, lo que hay es «ausencia de bien». Sin ocuparse de la cizaña, ir a sembrar un poco de bien y de vida donde falta. No se trata de ir a arrancar la cizaña sino a sembrar(se) como un poco de trigo bueno. Es todo lo contrario de alejarse del mundo e ir al desierto para vivir allí la propia santidad. Para Madeleine, es en medio de los hombres donde Dios ama estar. Se convierte así en la mujer que una y otra vez pone su vida como levadura en la masa. Madeleine como las santas de la puerta de al lado, se mete en medio de su pueblo para hacerle lugar a Dios en la acción y en la palabra.

La acción con la que Madeleine le hace lugar al obrar de Dios tiene que ver con el estilo de las bienaventuranzas. Afirma Madeleine en «Felices los mansos»: «Para cumplir tu obra sobre la tierra, tú Señor no tienes necesidad de nuestras acciones sensacionales, sino de un cierto volumen de acatamiento amoroso, de un cierto grado de obediente docilidad, de un cierto peso de ciego abandono, situado no importa donde en medio de la multitud de los hombres. Y si en un solo corazón se encontraran juntos todo este peso de abandono, este acatamiento amoroso y esta docilidad, el aspecto del mundo cambiaría, ciertamente. Porque este solo corazón te abriría el camino, se convertiría en la brecha para tu invasión, en el punto débil donde cedería la rebelión universal»[21]. La invasión de la que habla Madeleine recuerda lo que dice el papa Francisco acerca del «desborde de la Misericordia»: «Se trata de discernir el punto concreto – de apertura, de fragilidad, de abajamiento – que permite el desborde de Dios. Cuando decimos “punto concreto”, nos referimos al hecho de que el desborde puede ocurrir sea por medio de una intervención en el momento justo, sea por un cambio de tono, o quizás por un gesto de abajamiento y/o de acercamiento al otro, que desequilibria lo que bloqueaba la relación vital»[22].

Profundizar

Para construir la Iglesia es necesario profundizar. A partir de 1933, en que se establece en Ivry, Madeleine pasa de la idea de una «misión en extensión», con las consiguientes partidas a lugares lejanos, desarraigos y nuevas fundaciones, a lo que ella llama una «misión en profundidad»[23]. Lo expresa mejor que en ningún otro escrito en un breve retrato de Santa Teresita del Niño Jesús: «Quizás Teresa de Lisieux, patrona de todas las misiones, fue designada para vivir al comienzo de este siglo un destino en el cual el tiempo estaba reducido al mínimo, los actos reconducidos a lo minúsculo, el heroísmo indiscernible a los ojos que lo ven, la misión limitada a un metro cuadrado: y esto para que nos enseñase que ciertas eficacias se escapan a la medida del reloj, que la visibilidad de los actos no siempre los recupera, que a las misiones en extensión se estaban por agregar aquellas en intensidad (que van) al fondo de las almas humanas, las misiones en profundidad, allí donde el espíritu del hombre interroga al mundo y oscila entre el misterio de un Dios que lo quiere pequeño y despojado y el misterio del mundo que lo quiere poderoso y grande. Prueba evidente de que consolidar un compromiso misionero con el marxismo no es algo accesorio, un refuerzo artificial, sino un retomar las fuerzas vitales en el lugar mismo en que se quiere minar la fe»[24].

En una charla que dio a sus compañeras de comunidad en 1956[25], Madeleine hace unas reflexiones muy hermosas y prácticas acerca de saber aprovechar los momentos en que se nos vuelve cercano Jesús haciendo lugar a Dios en la profundidad. Su charla era sobre la oración, porque es en la oración donde se nos aproxima Jesús, donde maduran la apertura del Reino y nuestra capacidad para entrar en él. Madeleine afronta un problema muy actual: no tenemos ni espacios ni tiempos adecuados para rezar. No los tenemos tal como los imaginamos cuando pensamos cómo deberían ser un lugar y un tiempo de oración, según una imagen un poco idealizada de la vida contemplativa. Ella nos hace ver que la oración es encuentro con el Dios vivo: cuando rezamos «nos encontramos al Cristo vivo»[26]. Y para las personas vivas siempre hay tiempo y espacio, aunque no sea el ideal (y si no lo hay, las personas mismas se lo hacen).

Aquí, Madeleine hace una consideración muy interesante acerca de una cercanía que, si no se da «horizontalmente», siempre se puede dar «en profundidad»[27]. Recuerda que en la antigüedad, para obtener calor había que quemar madera o sacar carbón, lo cual requería trabajar sobre grandes extensiones de tierra. Hoy se «perfora» un pozo petrolífero y se obtiene un combustible aún mejor. La cuestión es que el deseo de calor y de energía es lo que mueve a buscar los medios. En la oración es igual: el deseo de Jesús – de su calidez y de su energía vital – es el que crea espacios de oración y hace que se encuentren momentos maduros dondesea que uno esté.

Escuchemos a Madeleine sobre los espacios y tiempos para rezar: «El retiro al desierto puede consistir en cinco estaciones del metro al fin de un día en el cual estuvimos perforando un pozo (profundizando con nuestro deseo de Jesús) hacia esos mínimos instantes que la vida nos regala. Y por el contrario, el desierto mismo puede ser sin “retiro” si hemos esperado a estar allí para empezar a desear el encuentro con el Señor. Nuestras idas y nuestros retornos – y no solamente aquellos que se hacen de un lugar a otro, sino también los momentos en los que nos vemos obligados a esperar – ya sea para pagar en la caja, para que se libere el teléfono o para que se haga un lugar en el micro, son momentos de oración preparados para nosotros en la medida en que nosotros nos hayamos preparado para ellos. A ver los momentos desperdiciados porque no estábamos listos, podemos considerarlos como aquello que son: un pecado venial. Pero si un día en nuestra relación con el Señor no se tratará más de considerar pecados, sino amor, quizá tomaríamos conciencia de haber sido ridículos amantes»[28]. «¡Ridículos amantes!» Qué bien captado lo esencial y qué bien expresado. El que ama aprende rápido de sus errores sin necesidad de que otro se los eche en cara.

La cercanía o lejanía del Reino, en la cosmovisión de Delbrêl, es cuestión de amor. El que está enamorado profundiza todo el día en el deseo de encontrar a la persona amada y no se pierde la oportunidad de un encuentro porque sea breve; al contrario, si se trata de un encuentro casual, en el que se tiene poquísimo tiempo, se aprovecha mejor, y da una alegría más grande que si se hubiera planeado y se contara con todo el tiempo del mundo. Continúa Madeleine: «Harían falta muchísimos ejemplos para hacer comprender que en el Evangelio no es el tiempo o el lugar lo que más cuenta. Entre personas que se aman, el tiempo que han tenido para decírselo a veces ha sido brevísimo. Cada uno ha tenido tal vez que salir para su trabajo o para cumplir con una obligación. Pero ese trabajo y esa obligación no habrán sido ese día otra cosa que el eco de las pocas palabras dichas con amor en pocos minutos. Si hemos perdido a alguien a quien amamos y nos encontramos con una carta suya o con alguna nota que nos dicen un poco de su vida nos parece haber encontrado un tesoro. Y nuestro espíritu queda verdaderamente pleno con este tesoro. Y si por casualidad estas notas hablaran acerca de lo que esta persona amada pensaba de nosotros, lo que deseaba que nosotros hiciéramos, esas palabras se convertirían en nuestro pensamiento dominante. El Evangelio es un poco todo esto para nosotros o, al menos, debería serlo. Si lo queremos estudiar desde el punto de vista histórico o teológico el Evangelio requerirá tiempo. Pero si en el Evangelio buscamos algo del Señor vivo que todavía ignoramos: su palabra, su pensamiento, su modo de obrar, aquello que quiere de nosotros; en fin, algo de Él mismo, éste “Él mismo” que buscamos en todos los lugares donde Él nos dice que está, y que nunca encontramos tanto como querríamos, para esto, no es de tiempo que tenemos necesidad. Más exactamente: es de todo nuestro tiempo que, en un cierto sentido, tendremos necesidad. En efecto, vivir no exige tiempo: se vive todo el tiempo, y el Evangelio debe ser, antes de todo, vida para nosotros. Para que las palabras del Evangelio que hemos leído, rezado, y que quizá hemos estudiado, puedan realizar su trabajo de vida en nosotros, es necesario llevarlas con nosotros todo el tiempo que les es propio, para que la luz que les es propia nos ilumine y vivifique»[29].

Incluir

Un modelo actual de inclusión era para ella Charles de Foucauld. «Para estos hombres [como el padre de Foucauld] el amor a Jesucristo lleva al amor a todosnuestros hermanos. […] Sin esperar resultados, sin alterarse por su total fracaso; conserva su paz cuando, después de pasar toda su vida en el desierto, su único balance es la conversión – no muy firme – de un africano y de una anciana. Ama por amar, porque Dios es amor y está en él, y porque amando «hasta el extremo» a todos los suyos, imita – en la medida de lo posible – a su Señor[30]. «Señor, haz que todos los humanos vayan al cielo», es la primera oración que se propone enseñar a los catecúmenos que nunca tendrá[31]. Para Madeleine, el Padre de Foucauld ha resucitado para nosotros «la figura fraterna de todos de Jesús en Palestina, que acoge en su corazón, a lo largo de los caminos, a obreros y sabios, judíos y gentiles, enfermos y niños, tan sencillo que a todos les resulta inteligible. Nos enseña que, al lado de los apostolados necesarios, en los que el apóstol debe impregnarse del medio que tiene que evangelizar y con el que casi tiene que desposarse, hay otro apostolado que requiere una simplificación de todo el ser, un rechazo de todo lo adquirido anteriormente, de todo nuestro yo social, una pobreza que da vértigo. Esta especie de pobreza evangélica o apostólica nos da una disponibilidad total para reunimos en cualquier sitio con cualquiera de nuestros hermanos, sin que ningún bagaje innato o adquirido nos impida correr hacia él. Al lado del apostolado especializado, se plantea la cuestión del todo a todos[32].

Reza Madeleine en su «Liturgia de los sin oficio», una noche entre 1945 y 1950, en que va con sus compañeras a un café y contempla a tantas personas que «solo están allí por no estar en otro sitio»: «Dilata nuestro corazón para que quepan todos; grábalos en ese corazón para que queden inscritos en él para siempre»[33]. Para construir la Iglesia hay que incluir a todos. La presencia de todos en el deseo básico, inicial, cotidiano, y el trabajo por hacer real esta inclusión de todos, uno a uno, será lo que dé la medida y las estructuras de la construcción. El uno a uno es un universal concreto: es por donde se desborda la misericordia de Dios.

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  1. Cfr D. Roccheti, «Madeleine Delbrêl, una donna di fuoco», en https://www.amicidilazzaro.it/index.php/madaleine-delbrel-una-donna-di-fuoco/
  2. Cfr G. Sporgill, «Chiesa indietro di 200 anni», en Corriere della Sera (https//bit.ly/36pxMHI), 1 de septiembre de 2012.
  3. Ibid.
  4. M. Delbrêl, Noi delle strade, Milano, Gribaudi, 1969, 8-9, con la introducción de Jacques Loew, de 1957.
  5. Cfr. Ibid., 17; M. Delbrêl, Ville marxiste, terre de mision, París, Editions du Cerf, 1957, 225.
  6. La caridad de Jesús fue el nombre que dieron a su comunidad de mujeres laicas Madeleine y sus primeras compañeras en 1933. El grupo no estaba ligado a ninguna organización, no preveía votos ni promesas oficiales. La vida común era muy intensa. El fin era unirse lo más posible a Cristo en pleno mundo, imitar su vida, obedecer al Evangelio y transmitirlo. Lo cual exigía una vida de oración fuerte y dejarse conducir por la caridad hacia una acción siempre concreta, viendo un hermano en el prójimo, tratándolo sin tacticismos, sino con todo el amor de Jesús (cfr M. Delbrêl, «Pedido de información a propósito de su modo de vida», en https://it.cathopedia.org/wiki/Anne_Marie_Madeleine_Delbrêl#La_Charit.C3.A9_de_J.C3.A9sus.
  7. En 1937 obtiene con la nota máxima el diploma de asistente social. Su tesis «Amplitud independencia del servicio social» es publicada inmediatamente. En 1938 publica «Nosotros, gente de la calle» en la revista Études Carmelitaines. El 21 de septiembre de 1939 es nombrada asistente social de la comuna de Ivry. En 1940, la administración comunista es destituida en Ivry y Madeleine coordinará todo el servicio social. Cuando regresen los comunistas, en 1944, continuará su trabajo colaborando con ellos.
  8. Conversación personal con el autor.
  9. Cfr C. Santomiero, «Francesco agli esercizi: in compagnia di Elia e Madeleine Delbrel», en https://it.aleteia.org/2015/02/23/francesco-agli-esercizi-in-compagnia-di-elia-e-madeleine-delbrel/
  10. «L’Église, il faut s’acharner à la rendre aimable. L’Église, il faut s’acharner à la rendre aimante»: «Hay poner todo el empeño para volver amable a la Iglesia, hay que esforzarse al máximo para hacerla amable». (M. Delbrêl, Nous autres, gens des rues, París, Seuil, 1995, 137).
  11. Francisco, Discurso a los sacerdotes de la diócesis de Créteil, 1 de octubre de 2018.
  12. M. Delbrêl, La alegría de creer, Santander, Sal Terrae, 1997, 22.
  13. L. Luppi, «Delbrêl, la mistica che ama le periferie come Bergoglio», en Credere, 15 de Marzo de 2015, 48-51.
  14. Cfr J. Guèguen, Madeleine Delbrêl. Una mistica nel mondo, Milano, Massimo, 1997, 6-8.
  15. «Jean se convierte en el hombre de confianza y el facilitador de los contactos cada vez que va a Roma. Este visita con frecuencia el 11 rue Raspail, en Ivry, y se vuelve un familiar de los “Equipes Madeleine Delbrêl”, bastante después de la muerte de Madeleine, el 13 de octubre de 1964» (G. François, «Décès du Père Jean Gueguen, premier postulateur de la cause en béatification de Madeleine Delbrêl» en Église catholique en Val-de-Marne [https://bit.ly/36qm5R7].
  16. Le escribe Madeleine a Jean: «Cuatro personas que no conocía antes de estos últimos años me ayudaron sin motivo. Tú eres una de ellas y puedo decirte que las cuatro, en diferentes terrenos, me han dado incomparablemente más de lo que puedes imaginar» (M. Delbrêl, La alegría de creer, cit. 27). ¿De qué se había «hecho cargo» Madeleine cuando le escribió: «Lo que tengo como encargo, es, después de Dios, gracias a ti»? (traducción nuestra del francés). Tal vez, sin Jean Guéguen, Madeleine «sólo» habría ido a Roma a rezar. Para ella eso era lo esencial. Pero Jean la había «cargado» (con una misión) poniéndola en contacto con Pío XII y con el obispo Veuillot. A partir de entonces, Madeleine fue a Roma cada año durante los siguientes diez años. Guéguen la había ayudado a concretar ese «indispensable ir y venir entre la jerarquía y los fieles», sin el cual la misión no podría prosperar. Sobre todo y más allá de eso, Jean fue también el amigo inesperado durante los años más difíciles, de 1955 a 1958, cuando la «Caridad» estaba en crisis y el apoyo a Madeleine se había esfumado. Fueron entonces cuatro los que ayudaron a Madeleine «sin razón», cuatro personas providenciales mientras Madeleine vivía con gran dificultad este tiempo de gran dolor y aislamiento (cfr J. Guéguen, Madeleine Delbrêl. Una mistica nel mondo, cit., 66-67).
  17. M. Delbrêl, Noi delle strade, cit., 134-136.
  18. Cfr D. Roccheti, «Madaleine Delbrêl, una donna di fuoco», cit.
  19. M. Delbrêl, «Lettera del 18 aprile 1951 a padre J. Loew», en Id., Insieme a Cristo per le strade del mondo, vol. 2: Corrispondenza 1942-1952, Milano, Gribaudi, 2008, 167.
  20. Ibid., 176-177.
  21. Id., La alegría de creer, cit., 53.
  22. D. Fares, «Il cuore di “Querida Amazonia”. Trabbocare mentre si è in cammino», en Civ. Catt. 2020 I 535.
  23. M. Delbrêl, La alegría de creer, cit. 19.
  24. Id., Noi, delle strade, cit., 11-12.
  25. Cfr Id., La alegría de creer, cit., 209 ss.
  26. Ibid., 214.
  27. Cfr Ibid., 217-218.
  28. Ibid., 219.
  29. Ibid., 219-220.
  30. Id., «Por qué amamos al Padre de Foucauld», en La alegría de creer cit., 40-41.
  31. Ibid., 42.
  32. Ibid., 45.
  33. Ibid., 206.

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IMG_7995Diego Fares: 

Fue un miembro del Colegio de Escritores de La Civiltà Cattolica, entre 2015 y 2022. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1976, se ordenó sacerdote en 1986: su padrino de ordenación fue el entonces Provincial de los jesuitas en Argentina, Jorge Mario Bergoglio. Tras graduarse en teología, obtuvo un doctorado en filosofía con una tesis sobre “La fenomenología de la vida en el pensamiento de Hans Urs von Balthasar” (1995). Antes de incorporarse a nuestra revista, fue profesor de Metafísica en la Universidad del Salvador (USAL), en Buenos Aires, y de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA). Entre los años 1995 y 2015 trabajó como Director de El Hogar de San José, para personas en situación de calle y pobreza extrema. El padre Fares falleció el día 19 de julio de 2022, dejando un valioso legado de escritos sobre diversos temas.

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Nosotros, gente de la calle.

Miércoles, 18 de septiembre de 2024
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Los corazones de los hombres de nuestro tiempo están lenta y astutamente asfixiados por una ausencia universal: la del bien. Conocer a una persona verdaderamente buena produce un auténtico fenómeno de oxigenación del corazón en otras personas.

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Madeleine Delbrêl,
Nosotros, los demás habitantes de la calle
(libros de la vida/colección Seuil, 1995)

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imagen: Richard Hooker, Bishopsgate, City de Londres / Inglaterra (https://themorningnews.org/gallery/by-the-bus-stop1)

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La Palabra…

Sábado, 24 de agosto de 2024
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En la fiesta de Bartolomé, apóstol ( Juan 1,45-51): 

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El cristiano cree, gracias a la Palabra de Dios, que el hombre es inmortal, que toda la humanidad está destinada a la eternidad.

El cristiano cree en la resurrección de todos los muertos de la humanidad, de todos los cuerpos. Cree en la humanidad inmortal. Pero cree en virtud de la Palabra de Dios, no de una especie de prestidigitación mágica… y grotesca. Cree en la prolongación de los misterios de la vida más allá de la muerte, en la consumación de la vida mediante la muerte; cree que la misma muerte tiene una razón de ser; cree que la muerte sigue siendo atroz, pero no que sea absurda.

Como todo hombre razonable, el cristiano ve su propia vida, desde el nacimiento a la muerte, como un devenir continuo acompańado de una destrucción continua. Sin embargo, el cristiano cree que en este y por este devenir se consuma la germinación, el desarrollo del hombre inmortal que hay en él, pero que se va haciendo en él cada día y que permanecerá tal como haya llegado a ser, en la eternidad, para la eternidad.

Este hombre inmortal se hace en cada uno a través de sus opciones. Aquello por lo que opta es lo que fija al hombre inmortal en su pleno vigor o en lo peor de la miseria humana. En la hora de su muerte, el hombre se habrá convertido en alguien que vivirá con Dios para siempre o en alguien que existirá lejos de Dios para siempre.

*

Madeleine Delbrêl

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Encuentros…

Sábado, 13 de julio de 2024
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“Dios no permite los encuentros inútiles y si nos hemos conocido es para encontrar la una en la otra algo que nos haga avanzar en Él un poco más”.

*

Madeleine Delbrêl
carta a una de sus amigas en mayo de 1931

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Encontrar a Dios.

Jueves, 11 de abril de 2024
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Si vas al fin del mundo, encontrarás la huella de Dios;

si vas al fondo de ti mismo, encontrarás a Dios”.

*

 Madeleine Delbrêl

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Gente de la calle.

Jueves, 8 de febrero de 2024
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Hay lugares donde sopla el Espíritu, pero hay un Espíritu que sopla en todos los lugares.

Hay personas a las que Dios toma y pone aparte. Hay otros a los que deja en medio de la gente, a los que «no retira del mundo».

Esta es la gente que tiene un trabajo ordinario, que tiene un hogar ordinario o son solteros ordinarios. Gente que tiene enfermedades ordinarias, con su pena ordinaria. Gente que tiene una casa ordinaria, que viste ropas ordinarias. Es la gente de la vida ordinaria.

La gente que se encuentra en cualquier calle. Aman la puerta que da a la calle, como sus hermanos invisibles al mundo aman la puerta que se cierra definitivamente tras ellos.

Nosotros, la gente de la calle, creemos con todas nuestras fuerzas que esta calle, que este mundo donde Dios nos ha puesto, es para nosotros el lugar de nuestra santidad.

Creemos que no carecemos de nada, porque, si algo de lo necesario nos faltara, Dios ya nos lo habría dado

*

Madeleine Delbrêl

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“¿Y si Dios existiera?” Jacques Loew, primero ateo, luego sacerdote obrero, luego…

Lunes, 20 de noviembre de 2023
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IMG_1001“Para hablar de Dios, de la Iglesia, de su conversión en el otoño de 1932 y luego de su experiencia como sacerdote obrero, como misionero, como poeta, como hombre siempre en búsqueda, tomé el camino hacia la abadía de Échourgnac, en las colinas del Périgord, en diciembre de 1995”

“Jacques Loew había venido aquí a terminar sus días. Caminamos bajo los grandes árboles y lo vi encantado como lo hizo una vez frente a una flor y escuchando las voces de la creación”

“Tenía 87 años. Construcción poderosa, ojos penetrantes, sonrisa de bondad y coraje. Jacques Loew me contó su historia”

“Vivió tiempos de guerra, conoció a filósofos y escritores, ateos y creyentes, criticó a la Iglesia y la amó profundamente, se hizo amigo de las mujeres que hacían la calle y sintió una profunda simpatía por Madeleine Delbrêl, la atea en los altares”

(settimananews).- Para hablar de Dios, de la Iglesia, de su conversión en el otoño de 1932 y luego de su experiencia como sacerdote obrero, como misionero, como poeta, como hombre siempre en búsqueda, tomé el camino hacia la abadía de Échourgnac, en las colinas del Périgord, en diciembre de 1995.

Jacques Loew había venido aquí a terminar sus días. Caminamos bajo los grandes árboles y lo vi encantado como lo hizo una vez frente a una flor y escuchando las voces de la creación.

¿Y si Dios existiera?

Tenía 87 años. Construcción poderosa, ojos penetrantes, sonrisa de bondad y coraje. En su pequeña habitación en la abadía de Nuestra Señora de la Esperanza, en la Dordoña, una tierra que se extiende desde Burdeos hasta Périgueux, Jacques Loew me contó su historia. Vivió tiempos de guerra, conoció a filósofos y escritores, ateos y creyentes, criticó a la Iglesia y la amó profundamente, se hizo amigo de las mujeres que hacían la calle y sintió una profunda simpatía por Madeleine Delbrêl, la atea en los altares.

Nació en 1908 en Clermont Ferrand, Auvernia, pertenecía a una familia acomodada. Era un ateo total, fascinado por Anatole France, un escritor de moda, que le enseñó un “escepticismo elegante y sensual“. Bautizado en la Iglesia Católica, Jacques recibió su primera comunión en la Iglesia Protestante. Creció en la indiferencia religiosa.

A la edad de 24 años, abogado en Niza, cayó enfermo de tuberculosis. En la casa de cura se hizo la pregunta: “¿Existe Dios? ¿Es una leyenda? ¿No depende la negación de su existencia, por casualidad, de nuestra ignorancia”?

Y continuó: “Había traído al sanatorio el Nuevo Testamento, que me dio el pastor protestante al final de la escuela dominical. Pedí a los monjes cartujos, cerca del sanatorio, que me recibieran por unos días. Eran los días de la Semana Santa. Participé en los ritos litúrgicos, no entendí casi nada, pero me estremeció. El Jueves Santo todo el pueblo iba a comulgar y yo me quedé en  mi sitio. Una pregunta inquietante: ¿pero están locas estas personas que van a recibir la comunión? ¿Hay algo que no veo en la hostia que reciben”?

Estaba nevando. La nieve caía y recogí un copo de nieve. Admiré su perfección, su belleza. Tuve la intuición de que había alguien detrás del copo de nieve más pequeño. El arco no puede ser el fruto del caos. Debe haber una inteligencia, un artista supremo detrás de los copos de nieve. Sentí que tenía asegurada una belleza ilimitada y una inteligencia creativa. Fue la primera intuición de la posibilidad de la existencia de Dios”.

Comenzó a orar, aunque no estaba del todo seguro de la existencia de Dios. El Dios hecho hombre se convirtió en una idea fija. “Mi corazón, mi ser profundo, yo mismo, el ateo del pasado, quedó impregnado de gestos, frases, del destino de Jesús, que se convirtió en mi ser, mi actuar, mi oración, mi acción. Me reconocí en la parábola del tesoro escondido en un campo. Cavamos y encontré la fe, el tesoro de la fe”.

En 1934, Jacques entró en el noviciado de los dominicos y, cinco años más tarde, recibió la ordenación sacerdotal. Estudió la Biblia y tuvo la suerte de vivir al lado del padre Lagrange, el erudito alejado de Roma por su olor a herejía: “Nunca una palabra de resentimiento hacia Roma. Me enseñó a superar las dificultades, que luego me lloverían a mí”.

Conoció al padre Lebret, un ex oficial naval que se convirtió en dominico, quien le confió la tarea de estudiar la situación en Marsella, especialmente en el puerto, y llegó a la conclusión: “Para conocer verdaderamente a los hombres, es necesario convertirse en estibador, trabajador portuario”.

Trabajador en el puerto

El 1 de enero de 1941, comenzó a trabajar en el puerto, pensando estar allí el tiempo de una investigación sociológica, cinco o seis semanas, tal vez unos meses. Permaneció doce años y varios meses. «Vengo de un entorno burgués, tenía una cultura clásica y jurídica, había elegido ser dominico, un hombre de estudio y, en cambio, aquí estoy entre españoles, italianos, armenios, malteses que me han hecho comprender lo que es el hombre».

“Tenía dudas. Soñé con el mar, la tranquilidad, los libros. Pero recordé los momentos de mi conversión, aquellas frases evangélicas que habían removido mi vida hasta el punto de entregarla totalmente a Dios y al mundo entero. Comprendí entonces que no bastaba con compartir el cansancio del trabajo, sino que era necesario vivir en comunidades de vida y destino con los más humildes y los más desheredados. Como Jesús en el Evangelio”.

Golpe en el corazón. En 1954, la Santa Sede prohibió a los sacerdotes obreros continuar su trabajo. Sufrió mucho, aceptó y explicó a sus compañeros portuarios por qué, a diferencia de muchos otros, obedecía a Roma. No se desanimó y volvió a pensar en su viejo proyecto: la fundación de un instituto misionero que compartiera la vida de los barrios, a la manera del apóstol Pablo y que los sacerdotes se ganaran el pan trabajando.

Fundó la “Misión Obrera Santos Pedro y Pablo con un programa extremadamente pobre. Compartir la vida de Dios y unir a los hombres entre sí y con Dios en Jesucristo. El instituto fue aprobado por la autoridad eclesiástica y se extendió a varios países. En Friburgo, Suiza, fundó la “Escuela de la Fe”.

En el 70, Pablo VI, siempre atento a los asuntos de los sacerdotes obreros, lo llamó al Vaticano para predicar los ejercicios espirituales a la curia romana.

El encanto del silencio

En 1981, Loew volvió a sentir el encanto de una abadía. Primero se retiró a Citeaux, en Borgoña, la abadía fundada en 1098 y que se convirtió, con San Bernardo en 1104, en el centro de la orden cisterciense.

En 1986 ingresó en la abadía de Notre-Dame de Tamié en Alta Saboya. Luego eligió la abadía de Échourgnac: “Uno mi silencio al de las monjas trapenses de estricta observancia, un silencio que me devuelve la sirena de los barcos, el crujido de las cuerdas y también las blasfemias de mis compañeros de trabajo“.

¿Cómo te sientes ahora?Al final de mi vida, ¿sabes quién soy? Un hombre pobre que busca a Dios. No he terminado de buscar a Dios”.

¿Cómo explica su simpatía por Madeleine Delbrêl? Porque veo en su vida, en su experiencia, mi vida, mi experiencia. Ambos ateos, tanto contra la Iglesia como contra los sacerdotes, ambos buscando algo, Alguien“.

 Hacía frío ese día de 1995 cuando lo conocí. La abadía estaba en el silencio del invierno. Las monjas habían cantado las vísperas. Una cena frugal y luego completas, la oración que cierra el día.

Luego, el sueño. Para Jacques Loew, el sueño y la expectativa del encuentro con el Señor de su conversión, del testimonio en el puerto, de la alabanza y del silencio. Pero también del encuentro y abrazo con Michèle, la prostituta, que escribió su experiencia “De la calle a la libertad”.

Enferma de un tumor cancerígeno, murió el 25 de noviembre de 1986. Se había convertido en una mística. Y el encuentro con Madeleine Delbrêl, la atea, la conversa, la mística. “Creo … en la resurrección de la carne, la vida eterna. Déjame decirte que ya no puedo esperar para verlos nuevamente“.

Fuente Religión Digital

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Pepa Torres: De amor y sororidad en tiempos de incertidumbre.

Viernes, 22 de septiembre de 2023
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IMAGEN RED “Eres una sola persona, pero cuando te mueves, una comunidad entera de mujeres camina contigo”
(Rupi Kaur).

¿Se pueden deconstruir los elementos patriarcales (o por lo menos algunos) de la espiritualidad ignaciana desde las aportaciones de la espiritualidad y la teología feminista y la categoría “género”? Este es el “propósito” de la Red Miriam de espiritualidad ignaciana femenina [1], que en el próximo octubre cumplirá 10 años de existencia y 40 años del origen de nuestra matriz originaria, que fueron las congregaciones femeninas de espiritualidad ignaciana.

Uno de nuestros proyectos más consolidados es el Círculo de espiritualidad «Yada»: “Conocer por experiencia”. Este verano hemos celebrado nuestro X Encuentro, con el tema «De amor y sororidad en tiempos de incertidumbre».

En el maravilloso entorno natural de Berriz (Vizcaya), acogidas por el Centro de Espiritualidad Barnezabal (interioridad abierta) de las Mercedarias de Berriz, 24 mujeres de diversos lugares del estado, desde Las Palmas a Galicia, pasando por Albacete, Madrid, Zaragoza, Bilbao o Pamplona, hemos participado en esta experiencia de “cuidado” entre mujeres desde las claves de la espiritualidad ignaciana vivida en femenino y desde la perspectiva de género. Una semana de oración para:

· Hacer silencio y releer la vida a la luz de la Palabra y de la consciencia corporal (acuerpar la experiencia).

· Buscar y hallar el Amor en todas las cosas (EE 1).

· “Aplicar  sentidos” y “gustar internamente”.

· Reconocer al Amor “nuevamente encarnado” (EE 109).

· En actitud de discernimiento.

· Desde la perspectiva de género y en sororidad.

· Reorientar estilos de vida y compromisos por otro mundo y otras relaciones posibles, convencidas que la experiencia de fe no se puede separar del compromiso con la eco-justicia.

· Contrastar experiencias en grupo y de forma personalizada.

Un espacio circular, no jerárquico, en el que un equipo de facilitadoras-acompañantes ofrecen orientaciones desde claves bíblicas, espirituales y de consciencia corporal, como “ayudas” para vivir unos días de oración, hacer procesos personalizados y a la vez acompañados, desde la comunidad de mujeres que se va creando a lo largo de la semana. Un espacio que propicia también compartir saberes que brotan del conocimiento vital de las propias participantes. Un espacio circular, construido desde la sororidad, porque como señala Juliana de Norwich, una de las genealogías femeninas que recuperamos en este itinerario espiritual:

«Dios es el punto central del círculo. No hay nadie que lo sea sino Él. Todo esto me lo mostró con gran gozo diciendo: “Mira, yo soy Dios. Mira, que yo estoy en todas las cosas. Mira, yo hago nuevas todas las cosas. Mira, nunca retiro las manos de mi trabajo no lo haré nunca por toda la eternidad. Mira, yo llevo todas las cosas al fin que he preparado para ellas. Hago esto con la misma sabiduría amor y poder con que la creé. ¿Cómo puede haber algo hecho que no esté bien hecho? Dios quiere que sepamos que Él-Ella nos mantiene a salvo en lo bueno y en lo malo. (…) Él-Ella es nuestra vestidura. Nos arropa y nos envuelve en su amor. Nos abraza en su amor y no nos soltará jamás» (Libro de las visiones y las Revelaciones).

La experiencia que se va trenzando a lo largo del encuentro se hace a partir de seis mimbres fundamentales:

· La Palabra de Dios como partera de transformaciones profundas. De ahí la centralidad de las orientaciones bíblicas y los pasajes del Evangelio propuestos para las meditaciones y contemplaciones e interpretados desde una exégesis feminista.

· La historia y, en concreto, la historia de las mujeres. Las genealogías femeninas que vamos recuperando. Mujeres que nos han precedido, maestras de vida y espiritualidad desde la profundidad y la libertad de sus textos.

· Nuestras propias historias, momentos vitales y coyuntura histórica, donde sigue aconteciendo la encarnación, porque como señala Dorothy Day:«la encarnación es ahora, la encarnación es hoy»

· La Palabra de nuestros propios cuerpos y del cuerpo de la tierra, como cuerpo de Dios (Sally Mcfague), así como los ejercicios de consciencia corporal, que nos ayudan a escucharlo.

· La necesidad de celebrar creativamente la vida, la reconciliación, la fraternidad y sororidad humana, la comunión con la naturaleza la utopía en la que la Ruah nos empuja a seguir embarrándonos los pies, el corazón, los sentidos, la inteligencia y los afectos en ella desde la sabiduría del discernimiento.

· La iconografía y diversidad de imágenes femeninas que nos han acompañado en el itinerario de cada día y que nos recuerdan que la belleza y la creatividad son manifestaciones de la Sophia de Jesús y “ayudas” para adentrarnos en la fuente del ser.

Los temas que hemos ido gustando internamente en este Yada 2023 han sido:

· Cuidar el corazón: espiritualidad, cuidado e incertidumbre.

· Enraizadas en el amor (el amor como principio y fundamento).

· Acuerpar el amor. Cuerpo de mujer, cuerpo de la tierra. El amor se hace vínculo y sororidad. Jesús, una masculinidad alternativa.

· Heridas de vida. Sororidad y vínculos entre mujeres.

· El amor se hace justicia y cuidado. Amistad social y amor político. Hasta que la vida sea un banquete: pan lucha, fiesta: La Misa de las mujeres.

· Amar hasta el extremo.

· Renacer desde dentro.

· Memoria del corazón y envío: Recoger nuestros pasos.

Las genealogías femeninas que nos han acompañado en este camino han sido: Madeleine Delbrêl, Hadewijch de Amberes y las beguinas, Margarita Maturana, Rut y Noemi, la mujer del perfume, Etty Hillesum, la samaritana, Exeria, Dorothy Day, las mujeres al pie de la cruz, Maria Skobtosova. María de Magdala y las mujeres portadoras de perfumes del Evangelio…

También desde el compartir saberes vitales de las mujeres participantes surgió una noche un rico conversatorio sobre dos realidades fronterizas que nos desafían como mujeres en la iglesia y en la sociedad civil: feminismo y antimilitarismo ante la realidad de la guerra de Ucrania y tantas guerras invisibles en el mundo y los avances y desafíos de la pastoral de la diversidad sexual desde Euskadi.

En definitiva, una rica y sanadora experiencia que nos remite nuevamente a la pregunta inicial con que comenzaba este texto: ¿se pueden deconstruir los elementos patriarcales de la espiritualidad ignaciana desde las aportaciones de la espiritualidad y la teología feminista y la categoría “género”? Desde la Red Miriam de espiritualidad femenina estamos convencidas que merece la pena no cejar en el intento de hacerlo. Necesitamos recuperar la libertad y la osadía de ser contemplativas en la acción, contemplativas en la relación, más allá del patriarcado.

Seguimos…

 

Pepa Torres

Cristianisme i justicia, 4 Septiembre 2023 (blog.cristianismeijusticia.net)

 [1] https://redmiriam.blogspot.com/

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La Alegría de creer

Jueves, 31 de agosto de 2023
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Madeleine

Ya que las palabras no están hechas para permanecer inertes en nuestros libros,
sino para tomarlas y correr el mundo en nosotros,
permite, oh Señor, algunas chispas de esa lección de felicidad,
de ese fuego de alegría que encendiste un día en la montaña
nos toquen, nos muerdan, nos atropellen, nos invadan.

Que penetren como “chispas en la hojarasca”
y recorremos las calles de la ciudad acompañando la ola de las multitudes
contagiando la dicha, contagiando alegría.

Porque ya estamos hartos
de todos los heraldos de malas noticias, de tristes noticias:
hacen tanto ruido que ya no resuena tu palabra.

Que nuestro silencio estalle en su ruido, que palpita con tu mensaje.

*

Madeleine Delbrêl

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Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.

Domingo, 18 de junio de 2023
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1950784

No te he negado

Por causa de Tú causa me destrozo
como un navío, viejo de aventura,
pero arbolando ya el joven gozo
de quien corona fiel la singladura.

Fiel, fiel…, es un decir. El tiempo dura
y el puerto todavía es un esbozo
entre las brumas de esta Edad oscura
que anega el mar en sangre y en sollozo.

Siempre esperé Tú paz. No Te he negado,
aunque negué el amor de muchos modos
y zozobré teniéndote a mi lado.

No pagaré mis deudas; no me cobres.
Si no he sabido hallarte siempre en todos,
nunca dejé de amarte en los más pobres.

*

Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la espera
Editorial Sal Terrae, Santander 1986

***

Scene 07/53 Exterior Galilee Riverside; Jesus (DIOGO MORCALDO) is going to die and tells Peter (DARWIN SHAW) and the other disciples this not the end.

 

En aquel tiempo, al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.

Entonces dijo a sus discípulos:

«La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.»

Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.

Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judás Iscariote, el que lo entregó.

A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:

«No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.»

*

Mateo (9,36–10,8

***

Quien posee tu Espíritu irá. Nos imaginamos que para ir hacen falta calles, paradas y paisajes que cambien. Mas tu camino no va por ahí. Es la vida, sencillamente. La vida que corre y en la que nos movemos si hemos levantado anclas […]. <<Id…>>, repite abundantemente el evangelio. Para estar contigo en la misma senda hace falta andar, aun cuando la pereza nos empuje a pararnos. Nos has elegido para mantener un equilibrio extrańo. Un equilibrio que no puede establecerse ni mantenerse si no es en movilidad, en ejercicio. Un poco como una bicicleta sin cruceta, que no rueda; una bicicleta que queda abandonada contra un muro hasta que alguien la ensambla y la hace rodar velozmente por la calle. Nuestra condición es de una inseguridad vertiginosa, universal. En cuanto que somos conscientes, nuestra vida se hace oscilante y huidiza. No podemos estar erguidos, a no ser para caminar y zambullirnos de un salto en la caridad. Comienza otro día. Jesús quiere vivirlo conmigo. El no se ha retirado. Camina entre los hombres de hoy. Jesús, por todas partes, no ha dejado de ser enviado. No podemos eximirnos de ser en cada instante, los enviados de Dios en el mundo. Jesús, por medio de nosotros, no deja de ser enviado, durante este día que empieza, a toda la humanidad, de nuestro tiempo, de cualquier tiempo, de mi ciudad y del mundo. A través de los hermanos mas próximos, él nos hará servir; amar, salvar; las ondas de su caridad llegarán hasta el final del mundo, llegaran hasta el final de los tiempos.

*

Madeleine Delbrél,
El pequeño monje. Un cuaderno espiritual,

Turin i99o, 73.7787.88).

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Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde… el Defensor, el Espíritu Santo… será quien os lo enseñe todo

Domingo, 22 de mayo de 2022
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A nosotros van dirigidas estas palabras… Jesús nos envía un defensor que nos irá enseñando todo recordando lo que Él nos ha enseñado…

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“Hay que hacer la guerra más dura, que es la guerra contra uno mismo. Hay que llegar a desarmarse.

Yo he hecho esta guerra durante muchos años. Ha sido terrible. Pero ahora estoy desarmado.

Chile Ya no tengo miedo a nada, ya que el Amor destruye el temor.

Estoy desarmado de la voluntad de tener razón, de justificarme descalificando a los demás. No estoy en guardia, celosamente crispado sobre mis riquezas.

Acojo y comparto. No me aferro a mis ideas ni a mis proyectos.

Si me presentan otros mejores, o ni siquiera mejores sino buenos, los acepto sin pesar. He renunciado a hacer comparaciones. Lo que es bueno, verdadero, real, para mí siempre es lo mejor.

Por eso ya no tengo miedo. Cuando ya no se tiene nada, ya no se tiene temor.

Si nos desarmamos, si nos desposeemos, si nos abrimos al hombre-Dios que hace nuevas todas las cosas, nos da un tiempo nuevo en el que todo es posible.

¡Es la Paz!”

*

Atenágoras I (1886-1972),
patriarca de Constantinopla,

*

(en: OLIVIER CLÉMENT, Dialogues avec le Patriarche Athénagoras I, Éd. Fayard, Paris 1969, p.183. Traducido y ofrecido por Xavier Melloni, en Cetr.)

***

El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.

Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.

La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado.” Si me amárais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.”

*

Juan 14, 23-29

***

Sin el Espíritu Santo, es decir, si el Espíritu Santo no nos plasma interiormente y si nosotros no recurrimos a él de manera habitual, prácticamente, puede ocurrir que caminemos al paso de Jesucristo, pero no con su corazón. El Espíritu nos hace conformes en lo íntimo al Evangelio de Jesucristo y nos hace capaces de anunciarlo al exterior (con la vida). El viento del Señor, el Espíritu Santo, pasa sobre nosotros y debe imprimir a nuestros actos cierto dinamismo que le es propio, un estímulo al que nuestra voluntad no permanece extraña, sino que la trasciende. Dios nos dará el Espíritu Santo en la medida en que acojamos la Palabra allí donde la oigamos.

Debería haber en nosotros una sola realidad, una sola verdad, un Espíritu omnipotente que se apoderara de toda nuestra vida, para obrar en ella, según las circunstancias, como espíritu de caridad, espíritu de paciencia, espíritu de mansedumbre, aunque es el único Espíritu, el Espíritu de Dios. Todos nuestros actos deberían ser la continuación de una misma encarnación. Sería preciso que entregáramos todas nuestras acciones al Espíritu que hay en nosotros, de tal modo que se pueda reconocer su rostro en cada una de ellas.

El Espíritu no pide más que esto. No ha venido a nosotros para descansar; es infatigable, insaciable en el obrar; sólo una cosa se lo puede impedir: el hecho de que nosotros, con nuestra mala voluntad, no se lo permitamos, o bien no le otorguemos la suficiente confianza y no estemos convencidos hasta el fondo de que él tiene una sola cosa que hacer: obrar. Si le dejáramos hacer, el Espíritu se mostraría absolutamente incansable y se serviría de todo. Basta con nada para apagar un fuego diminuto, mientras que un fuego inflamador lo consume todo. Si fuéramos gente de fe, podríamos confiarle al Espíritu todas las acciones de nuestra ¡ornada, sean cuales sean, y las transformaría en vida-

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Madeleine Delbrél,
Indivisibile amore. Frammenti di lettere,
Cásale Monferrato 1994, pp. 43-45, passim

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Claroscuro

Domingo, 27 de febrero de 2022
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 Claroscuro del sentido,
claroscuro de la fe.

Creo la luz que se ve,
veo el misterio escondido.

Claroscuro voy perdido
de belleza y de verdad.

Sombras, decidme. Callad,
luces sabidas.

Creer
es la manera de ver
total la realidad.

*

Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la Espera
Editorial Sal Terrae, Santander 1986

***

 

En aquel tiempo, Jesús les puso también esta parábola:

¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?

El discípulo no es más que su maestro, pero el discípulo bien formado será como su maestro.

¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?

¿Y cómo puedes decir a tu hermano: «Hermano, deja que te saque la mota que tienes en el ojo», cuando no ves la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces verás bien para sacar la mota del ojo de tu hermano.

No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno.

Cada árbol se conoce por sus frutos. Porque de los espinos no se recogen higos, ni de las zarzas se vendimian racimos.

El hombre bueno saca el bien del buen tesoro de su corazón, y el malo de su mal corazón saca lo malo. Porque de la abundancia del corazón habla su boca.

*

Lucas 6, 39-45

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El Señor es luz, y esto será para nosotros un medio incomparable para un encuentro más íntimo con él. Una cosa es segura, y es que el amor de Dios somete nuestro corazón a dura prueba. Para que nuestro corazón se vuelva capaz de este amor, es necesario que Cristo lo convierta de manera incesante. Durante esa conversión, que tal vez dure hasta el final de nuestra vida, deberemos sufrir unas veces por mezquindades, otras por parcialidad, otras por errores de nuestro amor.

Y tierno es el corazón capaz de misericordia con todos los hombres, incluidos también nosotros. La ternura «bautizada» sigue siendo ternura y se convierte en misericordia. Jesús es totalmente esta ternura; es la ternura con todo lo que es bello y bueno, por ser creación de Dios; pero, al mismo tiempo, es misericordia, a saber: un corazón que conoce la miseria de los esplendores creados…, enfermos de pecado, devastados por el mal. Es menester que nunca tengamos que reprocharnos a nosotros mismos una firmeza que no esté «redoblada» por un verdadero calor del corazón y por una caridad exigente. Arriémonos los unos a los otros en nuestra pobreza, dentro de nuestros límites: éstos son el signo visible de las misericordias de Dios con nosotros. Esta es la fe en espíritu y en verdad. Pensemos que todos nosotros somos pobres y que el Señor ama a los pobres, y que nosotros le amamos precisamente a él en los pobres. Esta sensación interior de nuestra miseria y de la misericordia omnipotente, para ser verdadera, debe ir acompañada de nuestra disposición exterior de personas que han sido ampliamente perdonadas y a las que, un día u otro, se les ha pedido que perdonen ellas un poquito. Se trata de asumir ante los otros la actitud que asumimos ante Dios. Y eso simplemente porque no somos otra cosa entre nosotros más que pecadores entre otros pecadores, hombres y mujeres perdonados en medio de otros hombres y mujeres perdonados.

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Madeleine Delbrél,
Indivisibile amore,
Cásale Monf. 1994, pp. 100-102, passim).

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“El por qué amamos al padre de Foucauld” de Madeleine Delbrêl

Viernes, 18 de junio de 2021
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Madeleine Delbrel falleció el 24 de octubre de 1964.  Había nacido en 1904. En el “Boletín trimestral de las Amistades de Carlos de Foucauld”, hay un artículo muy interesante sobre este aniversario. Henos aquí algunos extractos, traducidos del francés:

“Asistencia social, poeta y mística, Madeleine Delbrel vivió en Ivry-sur-Seine (barriada  parisina, Francia), barriada marxista, tierra de misión, como ella llamaba a Ivry en uno de los títulos de su libro. Ella testifica sin ruido, con algunas compañeras, de su fe cristiana y de su fidelidad a la Iglesia. Con su equipo, lee y relee los escritos de Carlos de Foucauld que están ya publicados, y redacta en noviembre de 1946 un artículo para una revista de los PP. Dominicos”

 He aquí algunos párrafos de ese artículo:

“EL  POR QUÉ AMAMOS AL PADRE DE FOUCAULD

La considerable influencia que el “hombre del desierto” tuvo sobre nuestro tiempo entrenó un buen número de vocaciones contemporáneas. La amplia síntesis que representa su vida explica  por qué  vidas tan dispares pueden reclamarse de él. ¡Por sí mismo él es la reunión de tantos contrastes!

Necesidad incoercible de oración delante de Dios; don sin medida a todo ser que lo solicita. Imitación cándida de la vida en Cristo en Palestina, de sus gestos, de sus actos; conocimiento de su ambiente y adaptación a él.

Amor apasionado del prójimo más próximo; amor fiel a cada instante por la humanidad entera.

Una reconstitución tan tierna de la casa de Nazaret alrededor de una hostia expuesta; ‘recorridos de amistad’ por las pistas saharianas.

Obstinación heroica en una vocación diseñada con dureza; comprensión y preparación de la vocación del otro.

Dedicación al trabajo manual; perseverancia incansable en un trabajo de erudición.

Deseo incesante de una familia espiritual; vocación divina a una soledad de la que la muerte será su culminación.

¡Cómo sorprenderse que tantos que actualmente se entregan a Dios reconozcan su llamada y encuentren su modelo en estos cruces de gracias que fue su vida, cualquiera que sea el modelo de este don.

Del Padre de Foucauld hemos aprendido que, si para darse al mundo entero hay que aceptar de romper tantas amarras para dejarse “llevar”, no es necesario que este dejarse llevar esté contenido entre los muros de un monasterio. Puede hacerse marcando una clausura con piedras secas sobre la arena; puede hacerse en una caravana africana; puede realizarse en una de nuestras casas, en uno de nuestros talleres, mientras se sube una escalera, en un autobús; este dejarse llevar lo encontramos aceptando la estrechez, la incesante clausura del amor del prójimo más cercano. Dar a cada uno de los que nos acercamos la totalidad de una caridad perfecta, dejándose encadenar por esta dependencia constante y devoradora, vivir de forma natural el Sermón de la montaña, eso es dejarse llevar, la puerta estrecha que desemboca en la caridad universal.

Nos ha enseñado a estar perfectamente contentos de ocupar un lugar en este cruce de vida, dispuestos a amar a quienquiera que pase y a través de él todo aquello que, en el mundo, está sufriendo, perdido o en tinieblas. Él nos ha explicado que en su magnífica gratuidad reside la soberana eficiencia y que consentir en no ver nada de lo que hacemos, sino a amar de igual forma y para siempre, es el mejor camino para salvar a alguien, en cualquier lugar de la tierra”

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Madeleine Delbrêl

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Fuente Boletín trimestral de las Amistades de Carlos de Foucauld  Nº 153-154, 2004.

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Amar con el corazón

Miércoles, 8 de abril de 2020
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El flujo y reflujo de la caridad entre Dios y los hombres, este amor que el cristiano, solidario con toda la humanidad, recibe de Dios por todos y a todos remite a Dios, este amor y sólo esto es lo que constituye la victoria de Jesucristo, la misión y el esfuerzo de su Iglesia. Los dos polos de este amor son el amor filial a Dios y el amor fraterno con el prójimo.

El amor filial que ansia en cada momento lo que la esperanza espera; que cree tener todo el amor de Dios para amarlo. El amor filial que desea de Dios incesantemente lo que incesantemente recibe de él, que lo desea tanto como el respirar.

El amor fraterno que ama a cada uno en particular. No de cualquiera de cualquier modo, sino a cada uno como el Señor lo ha creado y redimido, a cada uno como Cristo lo ama. El amor fraterno que ama a cada uno como prójimo dado por Dios, prescindiendo de nuestros vínculos de parentesco, de pueblo, raza o simple simpatía. Que reconoce a cada uno su derecho por encima de nosotros mismos.

Sabemos que hay que amar al Señor “con toda el alma” y “con todas las fuerzas”. Pero olvidamos fácilmente que debemos amar al Señor con todo el corazón. Al no recordarlo, nuestro corazón se queda vacío. Como consecuencia, amamos a los demás con un amor más bien tibio. La bondad tiende a ser para nosotros algo externo al corazón. Vemos lo que puede ser útil al prójimo, tratamos de actuar en consecuencia, pero no llega mucho al corazón.

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Madeleine Delbrêl,
Las comunidades según el Evangelio,
Madrid 1998, 88s, passim

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Todos estamos predestinados al éxtasis…

Sábado, 4 de abril de 2020
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Cuando aquellos a quienes amamos nos piden algo, les damos las gracias por pedírnoslo. Si tú deseases, Señor, pedirnos una única cosa en toda nuestra vida, nos dejarías asombrados, y el haber cumplido una sola vez tu voluntad sería el gran acontecimiento de nuestro destino. Pero como cada día, cada hora, cada minuto, pones en nuestras manos tal honor, lo encontramos tan natural que estamos hastiados, que estamos cansados… Y, sin embargo, si entendiésemos qué inescrutable es tu misterio, nos quedaríamos estupefactos al poder conocer esas chispas de tu voluntad que son nuestros minúsculos deberes. Nos deslumbraría conocer, en esta inmensa tiniebla que nos cubre, las innumerables, precisas y personales luces de tus deseos. El día que lo entendiésemos, iríamos por la vida como una especie de profetas, como videntes de tus pequeñas providencias, como agentes de tus intervenciones.

Nada sería mediocre, pues todo sería deseado por ti. Nada sería demasiado agobiante, pues todo tendría su raíz en ti. Nada sería triste, pues todo sería querido por ti. Nada sería tedioso, pues todo sería amor por ti.

Todos estamos predestinados al éxtasis, todos estamos llamados a salir de nuestras pobres maquinaciones para resurgir hora tras hora en tu plan. Nunca somos pobres rechazados, sino bienaventurados llamados; llamados a saber lo que te gusta hacer, llamados a saber lo que esperas en cada instante de nosotros: personas que necesitas un poco, personas cuyos gestos echarías de menos si nos negásemos a hacerlos. El ovillo de algodón para zurcir, la carta que hay que escribir, el niño que es preciso levantar, el marido que hay que alegrar, la puerta que hay que abrir, el teléfono que hay que descolgar, el dolor de cabeza que hay que soportar…: otros tantos trampolines para el éxtasis, otros tantos puentes para pasar desde nuestra pobre y mala voluntad a la serena rivera de tu deseo.

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Madeleine Delbrêl
La alegría de creer,
Santander 1 997, 1 35s.

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Esperar es mucho más que desear

Miércoles, 11 de diciembre de 2019
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Esperar es mucho más que desear, pero nosotros confundimos a menudo lo uno con lo otro. Esperar es aguardar lo que la fe nos hace conocer: se trata, a buen seguro, de cosas oscuras, aunque incomparablemente más plenas. Esperar es aguardar con una confianza ilimitada lo que no conocemos, pero de parte de aquel cuyo amor sí conocemos. Recibimos en la misma medida con la que esperamos. Esperar así es amar, amar con amor de caridad a Dios y a los otros, porque es hacer nuestras las «ideas» de Dios sobre él y sobre lo que cada uno debe recibir de él. O esperar o actuar, según las circunstancias… En ambos casos nos pide el Señor radicalismo, esto es, o esperar a fondo o actuar a rondo. Esperar lo que no depende de nosotros es una buena ocasión para poner en Dios una confianza sin fisura.

       Cuando debemos intervenir en algo que verdaderamente supera nuestras posibilidades, es preciso confiarlo a Dios. Y confiarlo a Dios significa fiarse de él. Para que esta confianza sea real, efectivamente buena, no debemos dejar sitio en nosotros a la inquietud. Lo que el Señor nos pide es creerle Dios, esperar en él, porque él es tan poderoso como Dios. Esperar, de bruces sobre la tierra, inmóviles. Pero esperar con una esperanza vital, indestructible.

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Madeleine Delbrêl,
Indivisibile amore,
Cásale Moni. 1994, pp. 77-79, passim.

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Embarque inmediato. Último aviso a los pasajeros

Martes, 29 de octubre de 2019
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450_1000De su blog Grano de Mostaza:

Me ha ocurrido en dos ocasiones, las dos en el aeropuerto de Roma: estar  esperando la salida de mi vuelo en una puerta de embarque equivocada,  por despiste mío o por  un cambio no anunciado de última hora, y escuchar con  sobresalto mi nombre por los altavoces conminándome a embarcar de inmediato. He recordado la anécdota al saber que un jesuita amigo y admirado, se está muriendo de cáncer y que fue quien me encargó, hace  unos años, escribir algo sobre “acompañar la muerte” en  la revista Manresa  que él dirigía. Y ahora pienso que,  lo mismo que en el aeropuerto hubiera agradecido tener cerca a alguien que me sacara de mi distracción, le deseo de todo corazón que a la hora de esa “salida” tan decisiva como es la final,   pueda contar con buena compañía.

Escribí entonces que los altavoces existenciales nos van avisando con tiempo: “No eres más que una suma de días”, decía Rabi’a,  una mística sufí del s. VIII, “cuando un día se va, con él se va una parte de ti. Y cuando una parte de ti se va, no tardará en irse todo”. Según Epicuro “En todas las demás cosas  es posible procurarse una seguridad pero, a causa de la muerte, los humanos habitamos en una ciudad sin muros”. Y para Madeleine Delbrel “llevamos nuestra muerte empezada y pronto terminada como nuestro propio y definitivo alumbramiento. Pero se trata de nacer bien cada vez que morimos, de nacer un poco cuando morimos un poco, y de nacer mucho cuando morimos mucho. Se trata, en este trato con la muerte, de aprender a tratar con la vida”

A pesar de que solemos vivir ajenos a esos avisos, en algún determinado momento,  tomamos conciencia de  la proximidad de la muerte y nos invade  un sentimiento de alarma que puede desembocar en ese miedo que, según Hebreos, conduce a la esclavitud (cfr. He 2,15). Nos sentimos entonces tan desvalidos  como una “ciudad sin muros” y con dos caminos abiertos ante nosotros: refugiarnos en el Único que puede cobijarnos o  buscar despavoridos falsas protecciones y defensas que, además de no preservarnos de la muerte, nos alejan de la Vida.

Cómo evitar esas trampas, cómo ayudar también a otros a desenredar esa madeja, cómo estar a su lado cuando los muros protectores se agrietan amenazando derrumbamiento y pequeñas muertes empiezan a asomarse por las ventanas.  Otros lo hicieron antes que nosotros: José estaba a la cabecera de Jacob, su padre, cuando este moría (Gen 48,2); Moisés tuvo cerca de él a Josué (Dt 32,44) y cuando Noemí, ya vieja y sola, emprendía el camino hacia su tierra de origen, su nuera Rut  acompañó su retorno. También Jesús en su camino hacia la muerte contó con el apoyo de Simón de Cirene para llegar hasta su final (Mc 15,21).

Quizá lo que nos toca a nosotros es algo modesto: tratar de estar al lado de otros para ayudarles a descifrar los mensajes que llegan desde los “altavoces” y acierten con su verdadera “puerta de embarque”, conscientes al mismo tiempo de que también nosotros estamos en la lista de pasajeros.

Recuerdo el impacto que me produjo en la adolescencia aquella escena de la película “Balarrasa”, de tanto éxito en el medio nacional-católico de entonces: después de un accidente de coche, una mujer agonizaba y decía a su compañero al hacer balance de su vida: “Mira mis manos, están vacías”. Eso desencadenaba la conversión y vocación misionera del protagonista que tomaba la decisión de llegar a la muerte con las manos llenas. Más allá de lo bienintencionado del mensaje, la realidad es que ese camino puede conducir fácilmente al narcisismo o a la autosuficiencia. A la muerte llegamos todos con las manos afortunadamente vacías y tenemos que asumir serenamente esa realidad dejando que sea  Otro quien nos las llene.  Y cultivar ya desde ahora esa convicción  que expresa Erri de Luca: “No es el amante el que conoce el amor sino el amado, el que acepta quedar transfigurado por la visión de los ojos de otra persona”.

 Doy testimonio de que el amigo por el que rezo en estos momentos ha ido ejercitando a  lo largo de su vida la práctica de dejarse mirar así.

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Mariola L. Villanueva, teóloga: “A través de la compasión nos vamos haciendo aquello que acogemos”

Miércoles, 11 de septiembre de 2019
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teologa-Villanueva-Congreso-Juan-XXIII_2156794325_13893290_660x236Testimonios de Etty Hillesum, Madeleine Delbrêl y Dorothy Day en el Congreso de Teología

“A través de la compasión nos vamos haciendo aquello que acogemos”, ha remarcado

Mujeres como Hillesum, Delbrêl o Day hoy estarían en Lampedusa, haciéndose presentes en la crisis de refugiados, que es una crisis humanitaria porque “todo ser humano merece ser recibido”

Como parte de la clausura del “39 Congreso de Teología. Justicia y Compasión en un mundo desigual”, celebrado en la sede de CCOO de Madrid, la teóloga Mariola López Villanueva ha ofrecido esta mañana una ponencia sobre la experiencia de la ternura y la justicia en tres mujeres del siglo XX: Etty Hillesum (1914-1943), Madeleine Delbrêl (1904-1964) y Dorothy Day (1897-1933).

Con una voz dulce y entusiasmada, la periodista y profesora de Teología Bíblica en la Facultad de Granada ha ido entretejiendo las experiencias vitales de las tres “místicas” contemporáneas a través de sus semejanzas: los riesgos que corrieron por ayudar a los demás y esa actitud de “proximidad” y “compasión” con la que atravesaron los problemas de su época.

López Villanueva, también religiosa del Sagrado Corazón, ha afirmado que mujeres como Hillesum, Delbrêl o Day hoy estarían en Lampedusa, haciéndose presentes en la crisis de refugiados, que es una crisis humanitaria porque “todo ser humano merece ser recibido”. Citando al filósofo J. Maria Esquirol y al teólogo Leonardo Boff, ha defendido la acogida y la piedad como únicas herramientas contra el viejo miedo al extraño (xenofobia), invitando a los participantes del congreso a ser conscientes del sufrimiento ajeno.

Hacia una hospitalidad despojada

La teóloga ha introducido al auditorio en los itinerarios de las tres mujeres situándolas en la dureza y el dolor de sus coordenadas. El barrio comunista de París en el que Delbrêl trabajó como asistente social laica en comunidades de obreros. La casa de acogida en la que Day (religiosa, anarquista, activista social) ofrecía café y sopa a la población vulnerable de las barriadas de Nueva York y el campo de exterminio nazi en el que Hillesum fue encerrada en su juventud, por ser judía.

Después de reflexionar sobre la potencia con la que las tres figuras fueron capaces de cuidar de los demás, López Villanueva ha destacado otro de sus valores: la bondad. Aquella a través de la que Delbrêl identificaba a las personas a las que procuraba apoyo como personas, y no como “usuarios”. Aquella que Hillesum irradiaba en Auschwitz, por imposible que parezca, plasmando en el diario que escribía una mirada auténticamente libre de odio: He aprendido que cargando el propio peso uno puede convertirlo en bien“.

Reencontrar un amor personal

Para vivir en una actitud agradecida (“Supe que esa noche rezaría también por ese soldado alemán”, escribió Etty Hillesum), la teóloga ha recomendado a los asistentes al congreso reapropiarse de su ternura y “reconocer que el otro es como yo”. Empatía y ternura, que “es lo que no amenaza”, sino que nos aproxima realmente y, en palabras de Delbrêl, “desplaza algo en nosotros”. “A través de la compasión nos vamos haciendo aquello que acogemos”, ha remarcado López Villanueva.

Delbrêl sufría viendo cómo los que se decían católicos eran los que peor pagaban a los trabajadores de sus fábricas. Day, que estuvo presa en tres ocasiones por luchar contra el racismo, el patriarcado y otras desigualdades del mundo contemporáneo, sufría pensando en los dos lados de una tragedia: en el sufrimiento de la madre de una mujer que ha sido violada, pero también en el de la madre del violador. Y Hillesum sufría contemplando las caras de los otros judíos, que acabarían como ella, que murió en la cámara de gas con solo 29 años. ¿Cómo lograron sonreír frente a tanta barbaridad? Gracias a que leyeron poesía, abrazaron a los demás y, sobre todo, les miraron como a un igual. “Somos miembros unos de otros”, escribió Day, la que más vivió de las tres.

Mariola López ha finalizado su intervención invitando a los participantes a no retener los perfumes que guardan nuestras manos”. A ofrecer nuestros cuidados a los demás sin miedo, tanto en las alegrías como en las penas. Y a dar besos de los que “también se dan con la memoria”.

Fuente Religión Digital

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Inmortalidad

Martes, 3 de septiembre de 2019
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El cristiano cree, gracias a la Palabra de Dios, que el hombre es inmortal, que toda la humanidad está destinada a la eternidad.

El cristiano cree en la resurrección de todos los muertos de la humanidad, de todos los cuerpos. Cree en la humanidad inmortal. Pero cree en virtud de la Palabra de Dios, no de una especie de prestidigitación mágica… y grotesca. Cree en la prolongación de los misterios de la vida más allá de la muerte, en la consumación de la vida mediante la muerte; cree que la misma muerte tiene una razón de ser; cree que la muerte sigue siendo atroz, pero no que sea absurda.

Como todo hombre razonable, el cristiano ve su propia vida, desde el nacimiento a la muerte, como un devenir continuo acompañado de una destrucción continua. Sin embargo, el cristiano cree que en este y por este devenir se consuma la germinación, el desarrollo del hombre inmortal que hay en él, pero que se va haciendo en él cada día y que permanecerá tal como haya llegado a ser, en la eternidad, para la eternidad.

Este hombre inmortal se hace en cada uno a través de sus opciones. Aquello por lo que opta es lo que fija al hombre inmortal en su pleno vigor o en lo peor de la miseria humana. En la hora de su muerte, el hombre se habrá convertido en alguien que vivirá con Dios para siempre o en alguien que existirá lejos de Dios para siempre.

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Madeleine Delbrêl

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Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde… el Defensor, el Espíritu Santo… será quien os lo enseñe todo

Domingo, 26 de mayo de 2019
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A nosotros van dirigidas estas palabras… Jesús nos envía un defensor que nos irá enseñando todo recordando lo que Él nos ha enseñado…

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“Hay que hacer la guerra más dura, que es la guerra contra uno mismo. Hay que llegar a desarmarse.

Yo he hecho esta guerra durante muchos años. Ha sido terrible. Pero ahora estoy desarmado.

Ya no tengo miedo a nada, ya que el Amor destruye el temor.

Estoy desarmado de la voluntad de tener razón, de justificarme descalificando a los demás. No estoy en guardia, celosamente crispado sobre mis riquezas.

Acojo y comparto. No me aferro a mis ideas ni a mis proyectos.

Si me presentan otros mejores, o ni siquiera mejores sino buenos, los acepto sin pesar. He renunciado a hacer comparaciones. Lo que es bueno, verdadero, real, para mí siempre es lo mejor.

Por eso ya no tengo miedo. Cuando ya no se tiene nada, ya no se tiene temor.

Si nos desarmamos, si nos desposeemos, si nos abrimos al hombre-Dios que hace nuevas todas las cosas, nos da un tiempo nuevo en el que todo es posible.

¡Es la Paz!”

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Atenágoras I (1886-1972), patriarca de Constantinopla,

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(en: OLIVIER CLÉMENT, Dialogues avec le Patriarche Athénagoras I, Éd. Fayard, Paris 1969, p.183. Traducido y ofrecido por Xavier Melloni, en Cetr.)

***

El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.

Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.

La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado.” Si me amárais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.”

*

Juan 14, 23-29

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Sin el Espíritu Santo, es decir, si el Espíritu Santo no nos plasma interiormente y si nosotros no recurrimos a él de manera habitual, prácticamente, puede ocurrir que caminemos al paso de Jesucristo, pero no con su corazón. El Espíritu nos hace conformes en lo íntimo al Evangelio de Jesucristo y nos hace capaces de anunciarlo al exterior (con la vida). El viento del Señor, el Espíritu Santo, pasa sobre nosotros y debe imprimir a nuestros actos cierto dinamismo que le es propio, un estímulo al que nuestra voluntad no permanece extraña, sino que la trasciende. Dios nos dará el Espíritu Santo en la medida en que acojamos la Palabra allí donde la oigamos.

Debería haber en nosotros una sola realidad, una sola verdad, un Espíritu omnipotente que se apoderara de toda nuestra vida, para obrar en ella, según las circunstancias, como espíritu de caridad, espíritu de paciencia, espíritu de mansedumbre, aunque es el único Espíritu, el Espíritu de Dios. Todos nuestros actos deberían ser la continuación de una misma encarnación. Sería preciso que entregáramos todas nuestras acciones al Espíritu que hay en nosotros, de tal modo que se pueda reconocer su rostro en cada una de ellas.

El Espíritu no pide más que esto. No ha venido a nosotros para descansar; es infatigable, insaciable en el obrar; sólo una cosa se lo puede impedir: el hecho de que nosotros, con nuestra mala voluntad, no se lo permitamos, o bien no le otorguemos la suficiente confianza y no estemos convencidos hasta el fondo de que él tiene una sola cosa que hacer: obrar. Si le dejáramos hacer, el Espíritu se mostraría absolutamente incansable y se serviría de todo. Basta con nada para apagar un fuego diminuto, mientras que un fuego inflamador lo consume todo. Si fuéramos gente de fe, podríamos confiarle al Espíritu todas las acciones de nuestra ¡ornada, sean cuales sean, y las transformaría en vida-

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Madeleine Delbrél,
Indivisibile amore. Frammenti di lettere,
Cásale Monferrato 1994, pp. 43-45, passim

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