“Muchos de aquellos que buscan a Dios lo buscan lejos de las instituciones” por Manuel Mandianes
Antes, la sombra del campanario y el pulpito lo regulaban todo, hoy su sombra y su eco no van más allá del dintel de la sacristía. La desconfianza en las instituciones, incluida la Iglesia, pone el punto de mira en la transparencia y busca encajar con las nuevas tecnologías. El mundo se ha vuelto adulto y el sujeto se ha emancipado. El contexto de cada persona ha crecido y sigue creciendo de manera exponencial en los últimos años.
La muerte de las utopías y el debilitamiento de las ideologías lleva consigo la falta de una escala valorativa interna para decidir lo mejor; es el yo quien juzga de todo. El concepto de secularización va ocupando un lugar que hasta ahora no había tenido nunca. Nada dura, todo hay que cambiarlo, casi cada día, por lo nuevo, lo moderno.
Xavier Zubiri decía que los tres productos más gigantescos del espíritu humano son la metafísica, el derecho romano y la religión de Israel. Hoy puede añadírsele, en grandeza, la ciencia moderna. La Iglesia siempre ha manifestado un miedo, que le produce una parálisis fulminante, ante las novedades porque van contra la moral y la ética, olvidando que muchos principios no son más que normas, costumbres, tradiciones, conducta que convierte a la Iglesia en una institución que, a veces, parece anacrónica y desorientada, extranjera a su tiempo, custodia de un mensaje que ha perdido el significado para muchos contemporáneos.
La ciencia, más temprano que tarde, hará lo que sea capaz de hacer. Muchos preceptos y reglas no vienen a los cristianos de Jesús, sino que son costumbres adquiridas a lo largo de la historia. Los cristianos, en muchos casos como todo el resto de la humanidad, han dedicado más tiempo a construir refugios que a derribar muros y abrir ventanas lo que les ha permitido un confortable aislamiento. La ingeniería genética y otras ciencias, no se detendrán ante nada, y aquello de Horacio, virtutem doctrina parit, no es más que un deseo. Muchos sacerdotes, muchos fieles están convencidos de que el mundo actual es ateo, despreocupado de las cosas espirituales.
La gente de hoy busca experiencias, sentimientos y aún muchos de aquellos que buscan a Dios lo buscan lejos de las instituciones. Es por ello que surgen distintas, diferentes y muy variedades espiritualidades que generan sectas, movimientos, grupos de meditación, espiritualidad, prácticas religiosas, diversidad de relaciones con el misterio para responder al deseo y necesidad de absoluta, deseos de infinito, de religiosidad a la carta, “apertura” y “ordenación” a lo trascendente, diría Rahner. Experiencias que tratan de anular la distancia entre el yo y el absolutamente otro: lo divino, lo mistérico, lo sagrado.
En todo caso, la gente lo vive como una apertura personal a lo trascendente. Sin duda, muchas sectas siguen explotando la vulnerabilidad de la mente humana que es curiosa por naturaleza. El mundo de hoy se dedica a buscar tesoros escondidos o del pasado porque el presente, lo que tiene a mano, no le satisface. El mundo busca memoria, raíces, dioses o ídolos porque ha abandonado la tradición. El mundo desencantado busca un reencantamiento porque no puede vivir sin ilusiones, sin metas, sin proyectos, sin sentido. El narcisismo no le deja mirar más allá del número sus zapatos, manipular al otro en su debilidad se ha convertido en un arte. Las instituciones políticas, sociales, religiosas y los partidos políticos, están en crisis.
La percepción y la relación de los fieles con la Iglesia han cambiado como han cambiado las relaciones de los ciudadanos con todas las instituciones y las del consumidor con las marcas y con todas las instituciones. Parece ser que el número de creyentes ha disminuido, en contrapartida los que siguen creyendo son más conscientes de su fe; en España, en ciertos ambientes, ser cristiano es revolucionario.
A todo ello corresponde una nueva relación del hombre con Dios. De momento no ha surgido ninguna solución definitiva. El fundamentalismo no es más que uno de estos intentos. Se rechaza todo lo dogmático y se valora todo lo que el hombre puede hacer. Muchos hombres creen que negando a Dios los atributos que siempre se le habían atribuido él se hace, e rechazo, dueño de ellos. En la mayoría de los casos no se niega a Dios, se le ignora y se prescinde de él. El “otro es tu hermano”, del Evangelio, ha sido sustituido por el ego de Descartes.
La posmodernidad ha rescatado lo sagrado sin absoluto y sin rostro, hay un profundo deseo de espiritualidad, se han vulgarizado y popularizado los símbolos religiosos atribuyéndoles un significado muy diferente del original. Tal vez sean intentos de encontrar la certidumbre y llenar el vacío que existe en el núcleo de experiencia moderna. Algunos de estos esfuerzos representan un esfuerzo por crear una espiritualidad sin Dios y sin lo sobrenatural, pero en todo caso representan una intensa necesidad de lo espiritual, con frecuencia excluida, al menos marginada, de una sociedad laica. Como toda empresa creativa, la búsqueda de una fe moderna resulta ardua. A veces la teología se ha convertido en un fetiche de valor supremo en vez de un medio para llegar a una realidad inefable y misteriosa.
El mundo creado no es sagrado pero el hombre que vive en él necesita el misterio, pero a diferencia de antes, la fe del carbonero, hoy la trascendencia está sometida a la crítica de la razón. Es hecho de no tener religión no significa incredulidad ni perdida de fe en una dimensión trascendental o ausencia de una determinada religiosidad sino autonomía en su gestión lo que supone, aunque no de manera consciente, una diferencia entre fe y religión, aunque lleva consigo formas de religión, aunque tengan poco que ver con las tradicionales. La posmodernidad está viviendo un estallido incontrolable, una efervescencia evidente y una seducción inexplicable de lo sagrado y de lo divino, un deseo ardiente e ilimitado de unión con lo ilimitado.
La Iglesia tiene que ponerse al día, seguir las tendencias en lo esencial; es decir, en la medida en que son mojones que indican por donde va a ir el futuro. La moda es pasajera, efímera, pero es una especie de comunicación, la búsqueda del misterio de la belleza por eso nunca se puede agotar, que puede llegar a muchos y para evangelizar hay que combinar la luz del pasado con la luz del futuro filtrada por el presente. La vida del creyente no debe de ser una recreación sino una revelación para que se enamoren de lo que revelamos. Hay que jugar con conceptos, trasgredir normas sin aferrarse a nada. Mucha gente desea huir del ruido, del fragor del día a día para, en silencio, encontrarse con lo perdurable. El silencio, como búsqueda de una espiritualidad, muchas veces, trasversal, se ha convertido en un bien escaso, difícil de encontrar para conectar con el yo más profundo y con lo otro, ¿Dios, lo sagrado, el misterio? A mucha gente le importa más el envoltorio que el regalo, pero la mayoría busca el regalo.
El gran reto es hacer que la humanidad vuelva los ojos al Jesús de Nazaret porque el ateísmo moderno no busca demostrar que Dios no existe sino la indiferencia, el olvido de Dios. Sus grandes dioses son los futbolistas porque a una tierna edad son famosos, ricos y “las mujeres se echan a sus pies”, me dijo la madre de un niño que apuntaba maneras con el balón. La humanidad no puede vivir delante de un panteón vacío; ha sacado los viejos dioses y los ha llenado de otros nuevos. De todos modos, los nuevos dioses no vencen ni ocupan totalmente nunca a los viejos. Conoces como nadie, porque lo vives en carne propia, la relación entre fama y poder, la cantidad de poder que da la fama y lo mal o bien que a1uel se puede utilizar. Y como muchos lo utilizan para tener más poder o para amasar fortunas descomunales. Tu vida es como un homenaje a los héroes que encontramos en la vida diaria capaces de comportamientos extraordinarios en situaciones extremas. Sabes que la culpa de lo que pasa no es de Dios sino de los hombres que no secundan los de Dios sino sus intereses.
Viéndote, oyéndote, veo atisbos de eternidad hasta en las cosas más pequeñas y me llevas a Charles Foucauld quien decía: “Por amor a Dios es lo mismo mondar patatas que construir catedrales”. “La mística es algo que, en lugar de facilitar la huida del sufrimiento y de la muerte, de los problemas y conflictos, lleva a sumergirse dentro de ellos y a abrazarlos compasivamente, con un profundo deseo de solidaridad y comunión”, escribe M. C. Bingemer en “El Misterio y el Mundo”. La vivencia de la fe, tiene lugar dentro del momento que a cada uno toca vivir, es un paso por la historia. El cristiano no busca el sentido de su vida, el sentido de la vida es su fundamento.
Dios se revela al hombre en el fluido del tiempo, en lo que pasa y en lo que no pasa; en lo visible y en lo invisible. Das la impresión de que te sientes bien en todas partes, pero es seguro que en donde mejor te sientes es el medio de los últimos de la tierra. Jesús vivió, como hombre, su situación que no es la de ningún otro. Si nos dejamos mirar por Jesús, luego nos sentiremos lo que realmente somos: uno de tantos seres humanos que caminan, que suben montañas, que nadan, que comen, que aman, que sienten el fracaso, que se alegran, que ríen, que lloran. Y tu, Francisco, eres uno de esos, te sientes un hombre como los demás, aunque elegido para ser cabeza visible de la Iglesia. Leer más…
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