Comentarios desactivados en Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
Las lecturas, en las que leemos que “Dios los hizo hombre y mujer” y que el divorcio está aparentemente prohibido, han sido tan duramente utilizadas contra las personas LGBTQ+ y las personas divorciadas que no teníamos muchas ganas de reflexionar sobre ellas ni publicar ningún artículo. Persistímos en esta reflexión porque confiamos en que Dios habla a través de las Escrituras… Y habla más positivamente que “sus” iglesias, las iglesias que dicen seguirle.
CONTIGO
¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.
¿Mi gente?
Mi gente eres tú.
El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.
¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?
*
Luis Cernuda
***
“… De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.”
*
Marcos 10, 2-16
***
*
Una pareja de esposos tiene derecho a acoger y celebrar el día de su matrimonio viviéndolo como un triunfo incomparable. Si las dificultades, las resistencias, los obstáculos, las dudas y las vacilaciones no han sido simplemente orillados, sino lealmente afrontados y vencidos – y es ciertamente un bien que las cosas no discurran de una manera demasiado suave-, entonces ambos esposos habrán obtenido efectivamente el triunfo decisivo de su vida; con el «sí» que se han dicho recíprocamente han decidido con toda libertad dar una nueva orientación a toda su vida; ambos han desafiado con serena seguridad todos los problemas y las perplejidades que la vida hace nacer frente a cada vínculo duradero entre dos personas y han conquistado, mediante un acto de responsabilidad personal, una tierra nueva para su vida.
El matrimonio es más que vuestro amor recíproco. Posee un valor y un poder mayores, porque es una institución santa de Dios, a través de la cual quiere conservar a la humanidad hasta el fin de los días. Desde la perspectiva de vuestro amor, os veis solos en el escenario del mundo; desde la perspectiva del matrimonio, sois un eslabón en la cadena de las generaciones que Dios hace nacer y morir para su gloria, llamándolas a su Reino.
Desde la perspectiva de vuestro amor veis solo el cielo de vuestra alegría personal; el matrimonio os inserta de una manera responsable en el mundo y en la responsabilidad de los hombres; vuestro amor os pertenece a vosotros solos, es personal; el matrimonio es algo suprapersonal, es un estado, un ministerio. Dios hace vuestro matrimonio indisoluble, lo protege de todo peligro interior y exterior; Dios quiere ser el garante de su indisolubilidad.
Ésta es una alegre certeza para cuantos saben que ninguna fuerza en el mundo, ninguna tentación, ninguna debilidad humana, puede desatar lo que Dios mantiene unido; más aún, quien sabe esto puede decir con confianza: «Lo que Dios ha unido no lo puede separar el hombre». Libres de todas las ansias que el amor lleva siempre consigo, podéis deciros, con seguridad y confianza total: no podremos perdernos nunca más, pues nos pertenecemos recíprocamente hasta la muerte por voluntad de Dios.
Vivid juntos perdonándoos recíprocamente vuestros pecados, sin lo cual no puede subsistir ninguna comunidad humana, y mucho menos un matrimonio. No seáis autoritarios entre vosotros, no os juzguéis ni os condenéis, no os dominéis, no echéis la culpa el uno a la otra ( * ), sino acogeos por lo que sois y perdonaos recíprocamente cada día, de corazón. Desde el primero al último día de vuestro matrimonio, debe seguir siendo válida esta exhortación: acogeos… para la gloria de Dios. Habéis oído la palabra que Dios dice sobre vuestro matrimonio. Dadle gracias por ella, dadle gracias por haberos guiado hasta aquí y pedidle que funde, consolide, santifique y custodie vuestro matrimonio: de este modo seréis «algo para alabanza de su gloria».
*
Dietrich Bonhoeffer, Resistencia y sumisión,
Ediciones Sígueme, Salamanca 1983.
***
( * ) El uno al otro, la una a la otra, añadimos nosotros…
Comentarios desactivados en Adolfo Dufour:”Luis Cernuda es un poeta imperecedero porque los temas que trata son universales”
Fotograma de la película documental “Luis Cernuda, el habitante del olvido” en el que aparece una fotografía de Luis Cernuda con el fondo de un libro y una máquina de escribir. — Atrapasueños
Un nuevo documental de Adolfo Dufour recuerda la figura del poeta sevillano condenado al olvido tras exiliarse en tiempos de la Guerra Civil
“Él ahonda en el amor y en el desamor, en la pasión y en el desgarro”
“En España se censuraba parte de sus poemas y Cernuda no quería ese tipo de censura”
Madrid 09/06/2023
Sara Hincapié
La pieza cinematográfica Luis Cernuda, el habitante del olvido, producida por Atrapasueños Cinema, recorre la vida del poeta de la Generación del 27 desde su ciudad natal hasta el exilio. A partir de poemas y libros autobiográficos, el propio Luis Cernuda narra su existencia a través de la voz del cantaor Juan Pinilla.
El documental cuenta con la interpretación de distintos versos por parte de la cantautora Lucía Sócam y la actriz Gloria Vega. Para el director de la película, Adolfo Dufour, el poeta fue uno de los más sobresalientes de su generación a la altura de Federico García Lorca o Miguel Hernández.
¿Por qué considera que es importante recuperar la figura de Luis Cernuda en la actualidad?
Porque los temas que trata permanecen, son universales, los sentimos todas las personas. Él lo expresa de una manera tan intensa, tan profunda, tan emocional, que te lleva a la reflexión y es muy importante que se le oiga en la actualidad. También porque ha permanecido un poco en la trastienda, cuando es un poeta que a nivel literario es maravilloso.
¿Qué es lo que desea transmitir con este documental?
Lo fundamental es que se sienta la necesidad de leer a Cernuda, que es un poeta imperecedero porque los temas que trata son desde su experiencia vital y son universales: la soledad, que es el sentimiento que habita todo su ser e impregna su obra, y el amor en un sentido más profundo. Independientemente de que sea homosexual o heterosexual, él ahonda en el amor y en el desamor, en la pasión y en el desgarro. También la mirada sensible hacia los demás que lo lleva a ser un hombre comprometido con la necesidad de sus semejantes hasta participar en misiones pedagógicas y adoptar un compromiso con el cambio social y con las cuestiones avanzadas de la República. Es un compromiso que él mantiene siempre a lo largo de toda su vida.
¿Por qué piensa que Luis Cernuda pudo caer en el olvido?
Cayó en el olvido fundamentalmente por la terrible tragedia del golpe de Estado, el consecuente exilio de las personas comprometidas con la República y la represión cultural a toda la gran cultura del exilio y los grandes científicos. Se le proscribió de este país. Es verdad que siguió escribiendo muchísimo y fue valorado por personas como Octavio Paz en México, pero fue un recorrido itinerante, siempre cargando con la maleta de la soledad. Acabó en México, donde volvió a encontrar aquel atisbo del paraíso perdido que era el sur de España, el único sitio donde realmente él fue feliz y disfrutó de la vida.
En España estuvo mucho tiempo sin poder ser leído, incluso en La realidad y el deseo las mayorías de ediciones fueron en México porque en España se censuraba parte de sus poemas y Cernuda no quería ese tipo de censura, como tampoco quiso volver nunca, aunque tuvo oportunidad ya en los años 50, pero siempre rechazó volver siempre que siguiese la dictadura en España.
La película cuenta con una gran riqueza documental, ¿cuál fue el proceso de documentación?
Hay que agradecer toda la colaboración que hicieron las fundaciones, que hacen un papel fundamental en la cultura de este país y que muy pocas veces se les reconoce o se las menciona. Recibimos ayudas de fundaciones, reuniendo documentación. Gracias a toda esa ayuda y esa colaboración pudimos conformar una documentación muy importante que iban a ser el soporte de imágenes del documental. No es un documental al uso, sino un documental de creación que intenta transmitir al espectador las emociones de Cernuda y centrarse en los parámetros que movieron su vida, uno era la soledad y otro era la mirada sensible hacia los demás.
Comentarios desactivados en Llamándome, como un amigo llama.
LAZARO
Era de madrugada.
Después de retirada la piedra con trabajo,
Porque no la materia sino el tiempo
Pesaba sobre ella,
Oyeron una voz tranquila
Llamándome, como un amigo llama
Cuando atrás queda alguno
Fatigado de la jornada y cae la sombra.
Hubo un silencio largo.
Así lo cuentan ellos que lo vieron.
Yo no recuerdo sino el frío
Extraño que brotaba
Desde la tierra honda, con angustia
De entresueño, y lento iba
A despertar el pecho,
Donde insistió con unos golpes leves,
Ávido de tornarse sangre tibia.
En mi cuerpo dolía
Un dolor vivo o un dolor soñado.
Era otra vez la vida.
Cuando abrí los ojos
Fue el alba pálida quien dijo
La verdad. Porque aquellos
Rostros ávidos, sobre mí estaban mudos,
Mordiendo un sueño vago inferior al milagro,
Como rebaño hosco
Que no a la voz sino a la piedra atiende,
Y el sudor de sus frentes
Oí caer pesado entre la hierba.
Alguien dijo palabras
De nuevo nacimiento.
Mas no hubo allí sangre materna
Ni vientre fecundado
Que crea con dolor nueva vida doliente.
Sólo anchas vendas, lienzos amarillos
Con olor denso, desnudaban
La carne gris y fláccida como fruto pasado;
No el terso cuerpo oscuro, rosa de los deseos,
Sino el cuerpo de un hijo de la muerte.
El cielo rojo abría hacia lo lejos
Tras de olivos y alcores;
El aire estaba en calma.
Mas temblaban los cuerpos,
Como las ramas cuando el viento sopla,
Brotando de la noche con los brazos tendidos
Para ofrecerme su propio afán estéril.
La luz me remordía
Y hundí la frente sobre el polvo
Al sentir la pereza de la muerte.
Quise cerrar los ojos,
Buscar la vasta sombra,
La tiniebla primaria
Que su venero esconde bajo el mundo
Lavando de vergüenzas la memoria.
Cuando un alma doliente en mis entrañas
Gritó, por las oscuras galerías
Del cuerpo, agria, desencajada,
Hasta chocar contra el muro de los huesos
Y levantar mareas febriles por la sangre.
Aquel que con su mano sostenía
La lámpara testigo del milagro,
Mató brusco la llama,
Porque ya el día estaba con nosotros.
Una rápida sombra sobrevino.
Entonces, hondos bajo una frente, vi unos ojos
Llenos de compasión, y hallé temblando un alma
Donde mi alma se copiaba inmensa,
Por el amor dueña del mundo.
Vi unos pies que marcaban la linde de la vida,
El borde de una túnica incolora
Plegada, resbalando
Hasta rozar la fosa, como un ala
Cuando a subir tras de la luz incita.
Sentí de nuevo el sueño, la locura
Y el error de estar vivo,
Siendo carne doliente día a día.
Pero él me había llamado
Y en mí no estaba ya sino seguirle.
Por eso, puesto en pie, anduve silencioso,
Aunque todo para mí fuera extraño y vano,
Mientras pensaba: así debieron ellos,
Muerto yo, caminar llevándome a la tierra.
La casa estaba lejos;
Otra vez vi sus muros blancos
Y el ciprés del huerto.
Sobre el terrado había una estrella pálida.
Dentro no hallamos lumbre
En el hogar cubierto de ceniza.
Todos le rodearon en la mesa.
Encontré el pan amargo, sin sabor las frutas,
El agua sin frescor, los cuerpos sin deseo;
La palabra hermandad sonaba falsa,
Y de la imagen del amor quedaban
Sólo recuerdos vagos bajo el viento.
Él conocía que todo estaba muerto
En mí, que yo era un muerto
Andando entre los muertos.
Sentado a su derecha me veía
Como aquel que festejan al retorno.
La mano suya descansaba cerca
Y recliné le frente sobre ella
Con asco de mi cuerpo y de mi alma.
Así pedí en silencio, como se pide
A Dios, porque su nombre,
Más vasto que los templos, los mares, las estrellas,
Cabe en el desconsuelo del hombre que está solo,
Fuerza para llevar la vida nuevamente.
Así rogué, con lágrimas,
Fuerza de soportar mi ignorancia resignado,
Trabajando, no por mi vida ni mi espíritu,
Mas por una verdad en aquellos ojos entrevista
Ahora. La hermosura es paciencia.
Sé que el lirio del campo,
Tras de su humilde oscuridad en tantas noches
Con larga espera bajo tierra,
Del tallo verde erguido a la corola alba
Irrumpe un día en gloria triunfante.
*
Luis Cernuda “Las nubes”
Un emocionante poema escrito en difíciles tiempos, entre el final de la Guerra Civil española y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Exiliado en Inglaterra, con el corazón muy herido por la orgía de sangre que se estaba derramando en tantos frentes de muerte y destrucción, buscando acaso luz y serenidad, se asoma Cernuda al Evangelio descubriendo la emocionada belleza y fuerza de la resurrección de Lázaro identificándose con el amigo de Jesús, muerto que vuelve a la vida. Más tarde, en el relato autobiográfico “Historial de un libro” se refiere a estos versos en los siguientes términos:
“Lázaro, una de mis composiciones preferidas, quiso expresar aquella sorpresa desencantada, como si, tras de morir, volviese otra vez a la vida.”
*
“Lázaro”
Al final sólo queda
la voz, la voz, la poderosa voz
de la llamada:
—Lázaro,
ven fuera…
*
José Ángel Valente
*
De: “Interior con figuras” – 1973-1976
Recogido en “José Ángel Valente – Poesía completa”
***
En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.
Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo:
–“Señor, tu amigo está enfermo.”
Jesús, al oírlo, dijo:
-“Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.”
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos:
–“Vamos otra vez a Judea.”
Los discípulos le replican:
–“Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?”
Jesús contestó:
–“¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz”.
Dicho esto, añadió:
-“Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.”
Entonces le dijeron sus discípulos:
–“Señor, si duerme, se salvará.”
Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les replicó claramente:
–“Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.”
Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
–“Vamos también nosotros y muramos con él.”
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
–“Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.”
Jesús le dijo:
–“Tu hermano resucitará.”
Marta respondió:
–“Sé que resucitará en la resurrección del último día.”
Jesús le dice:
–“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?”
Ella le contestó:
–“Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:
–“El Maestro está ahí y te llama.”
Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole:
–“Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.”
Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó:
-“¿Donde lo habéis enterrado?”
Le contestaron:
-“Señor, ven a verlo.”
-Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
–“¡Cómo lo quería!”
Pero algunos dijeron:
–“Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?”
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús:
-“Quitad la losa.”
Marta, la hermana del muerto, le dice:
-“Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.”
Jesús le dice:
-“¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”
Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
-“Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.”
Y dicho esto, gritó con voz potente:
-“Lázaro, ven afuera.”
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
–“Desatadlo y dejadlo andar.”
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
*
Juan 11,1-45
***
La fe, siempre la fe. El Maestro la pide, la busca, ordena las circunstancias para que nazca y se desarrolle en las almas. Si permite la muerte del amigo, no es porque no se apiade de la tristeza y el dolor de Marta y María -le veremos pronto llorar-, sino porque es necesario un milagro, un gran milagro, para consolidar la fe de los apóstoles antes de la pasión, ya cercana, que el odio que surge en los judíos (*) por la resonancia de la resurrección de Lázaro va a precipitar. Esta muerte es para la fe.
Tened confianza, hermanos, cuando vuestras oraciones parece que no son escuchadas. No penséis que no han tocado el corazón de Jesús. Si aparentemente han caído en el vacío, no es que él no vea nuestras lágrimas. Con una mirada certera y sin distracciones, él va siguiendo todos los avances del mal. Si no viene en el momento esperado, quiere decir que todavía no ha llegado su hora. Reserva su acción para una conversión que engrandezca y manifieste más la gloria de Dios, que haga nuestra re más firme y perseverante. ¡Confianza!
El sabe elegir su momento y, cuando llega este momento, dice: “Ahora vamos a su casa” (Jn 11,7). Avisada de la llegada del Mesías, Marta sale a su encuentro y dice: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano” (v. 21). Él le responde con una promesa que supera toda esperanza y parece desconcertar su fe: “Tu hermano resucitará” (v. 23). Jesús, queriendo que surja y resplandezca la fe y la confianza deseada, descorre el velo que oculta el íntimo secreto de su alma: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (vv. 25s). La fe de Marta se sublima; sobrepasa lo creado, llega a lo invisible y acoge la llama del amor del Salvador allí donde nace, para dispersarse por el mundo: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (v. 27) .
*
Cardenal Saliége, Ecrits spirituels,
París 1960, 135s, passim.
***
***
(*) Se refiere a las autoridades judías, no al pueblo, evitemos toda muestra de antisemitismo.
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CONTIGO
¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.
¿Mi gente?
Mi gente eres tú.
El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.
¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?
*
Luis Cernuda
***
“… De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.”
*
Marcos 10, 2-16
***
*
Una pareja de esposos tiene derecho a acoger y celebrar el día de su matrimonio viviéndolo como un triunfo incomparable. Si las dificultades, las resistencias, los obstáculos, las dudas y las vacilaciones no han sido simplemente orillados, sino lealmente afrontados y vencidos – y es ciertamente un bien que las cosas no discurran de una manera demasiado suave-, entonces ambos esposos habrán obtenido efectivamente el triunfo decisivo de su vida; con el «sí» que se han dicho recíprocamente han decidido con toda libertad dar una nueva orientación a toda su vida; ambos han desafiado con serena seguridad todos los problemas y las perplejidades que la vida hace nacer frente a cada vínculo duradero entre dos personas y han conquistado, mediante un acto de responsabilidad personal, una tierra nueva para su vida.
El matrimonio es más que vuestro amor recíproco. Posee un valor y un poder mayores, porque es una institución santa de Dios, a través de la cual quiere conservar a la humanidad hasta el fin de los días. Desde la perspectiva de vuestro amor, os veis solos en el escenario del mundo; desde la perspectiva del matrimonio, sois un eslabón en la cadena de las generaciones que Dios hace nacer y morir para su gloria, llamándolas a su Reino.
Desde la perspectiva de vuestro amor veis solo el cielo de vuestra alegría personal; el matrimonio os inserta de una manera responsable en el mundo y en la responsabilidad de los hombres; vuestro amor os pertenece a vosotros solos, es personal; el matrimonio es algo suprapersonal, es un estado, un ministerio. Dios hace vuestro matrimonio indisoluble, lo protege de todo peligro interior y exterior; Dios quiere ser el garante de su indisolubilidad.
Ésta es una alegre certeza para cuantos saben que ninguna fuerza en el mundo, ninguna tentación, ninguna debilidad humana, puede desatar lo que Dios mantiene unido; más aún, quien sabe esto puede decir con confianza: «Lo que Dios ha unido no lo puede separar el hombre». Libres de todas las ansias que el amor lleva siempre consigo, podéis deciros, con seguridad y confianza total: no podremos perdernos nunca más, pues nos pertenecemos recíprocamente hasta la muerte por voluntad de Dios.
Vivid juntos perdonándoos recíprocamente vuestros pecados, sin lo cual no puede subsistir ninguna comunidad humana, y mucho menos un matrimonio. No seáis autoritarios entre vosotros, no os juzguéis ni os condenéis, no os dominéis, no echéis la culpa el uno a la otra ( * ), sino acogeos por lo que sois y perdonaos recíprocamente cada día, de corazón. Desde el primero al último día de vuestro matrimonio, debe seguir siendo válida esta exhortación: acogeos… para la gloria de Dios. Habéis oído la palabra que Dios dice sobre vuestro matrimonio. Dadle gracias por ella, dadle gracias por haberos guiado hasta aquí y pedidle que funde, consolide, santifique y custodie vuestro matrimonio: de este modo seréis «algo para alabanza de su gloria».
*
Dietrich Bonhoeffer, Resistencia y sumisión,
Ediciones Sígueme, Salamanca 1983.
***
( * ) El uno al otro, la una a la otra, añadimos nosotros…
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LAZARO
Era de madrugada.
Después de retirada la piedra con trabajo,
Porque no la materia sino el tiempo
Pesaba sobre ella,
Oyeron una voz tranquila
Llamándome, como un amigo llama
Cuando atrás queda alguno
Fatigado de la jornada y cae la sombra.
Hubo un silencio largo.
Así lo cuentan ellos que lo vieron.
Yo no recuerdo sino el frío
Extraño que brotaba
Desde la tierra honda, con angustia
De entresueño, y lento iba
A despertar el pecho,
Donde insistió con unos golpes leves,
Ávido de tornarse sangre tibia.
En mi cuerpo dolía
Un dolor vivo o un dolor soñado.
Era otra vez la vida.
Cuando abrí los ojos
Fue el alba pálida quien dijo
La verdad. Porque aquellos
Rostros ávidos, sobre mí estaban mudos,
Mordiendo un sueño vago inferior al milagro,
Como rebaño hosco
Que no a la voz sino a la piedra atiende,
Y el sudor de sus frentes
Oí caer pesado entre la hierba.
Alguien dijo palabras
De nuevo nacimiento.
Mas no hubo allí sangre materna
Ni vientre fecundado
Que crea con dolor nueva vida doliente.
Sólo anchas vendas, lienzos amarillos
Con olor denso, desnudaban
La carne gris y fláccida como fruto pasado;
No el terso cuerpo oscuro, rosa de los deseos,
Sino el cuerpo de un hijo de la muerte.
El cielo rojo abría hacia lo lejos
Tras de olivos y alcores;
El aire estaba en calma.
Mas temblaban los cuerpos,
Como las ramas cuando el viento sopla,
Brotando de la noche con los brazos tendidos
Para ofrecerme su propio afán estéril.
La luz me remordía
Y hundí la frente sobre el polvo
Al sentir la pereza de la muerte.
Quise cerrar los ojos,
Buscar la vasta sombra,
La tiniebla primaria
Que su venero esconde bajo el mundo
Lavando de vergüenzas la memoria.
Cuando un alma doliente en mis entrañas
Gritó, por las oscuras galerías
Del cuerpo, agria, desencajada,
Hasta chocar contra el muro de los huesos
Y levantar mareas febriles por la sangre.
Aquel que con su mano sostenía
La lámpara testigo del milagro,
Mató brusco la llama,
Porque ya el día estaba con nosotros.
Una rápida sombra sobrevino.
Entonces, hondos bajo una frente, vi unos ojos
Llenos de compasión, y hallé temblando un alma
Donde mi alma se copiaba inmensa,
Por el amor dueña del mundo.
Vi unos pies que marcaban la linde de la vida,
El borde de una túnica incolora
Plegada, resbalando
Hasta rozar la fosa, como un ala
Cuando a subir tras de la luz incita.
Sentí de nuevo el sueño, la locura
Y el error de estar vivo,
Siendo carne doliente día a día.
Pero él me había llamado
Y en mí no estaba ya sino seguirle.
Por eso, puesto en pie, anduve silencioso,
Aunque todo para mí fuera extraño y vano,
Mientras pensaba: así debieron ellos,
Muerto yo, caminar llevándome a la tierra.
La casa estaba lejos;
Otra vez vi sus muros blancos
Y el ciprés del huerto.
Sobre el terrado había una estrella pálida.
Dentro no hallamos lumbre
En el hogar cubierto de ceniza.
Todos le rodearon en la mesa.
Encontré el pan amargo, sin sabor las frutas,
El agua sin frescor, los cuerpos sin deseo;
La palabra hermandad sonaba falsa,
Y de la imagen del amor quedaban
Sólo recuerdos vagos bajo el viento.
Él conocía que todo estaba muerto
En mí, que yo era un muerto
Andando entre los muertos.
Sentado a su derecha me veía
Como aquel que festejan al retorno.
La mano suya descansaba cerca
Y recliné le frente sobre ella
Con asco de mi cuerpo y de mi alma.
Así pedí en silencio, como se pide
A Dios, porque su nombre,
Más vasto que los templos, los mares, las estrellas,
Cabe en el desconsuelo del hombre que está solo,
Fuerza para llevar la vida nuevamente.
Así rogué, con lágrimas,
Fuerza de soportar mi ignorancia resignado,
Trabajando, no por mi vida ni mi espíritu,
Mas por una verdad en aquellos ojos entrevista
Ahora. La hermosura es paciencia.
Sé que el lirio del campo,
Tras de su humilde oscuridad en tantas noches
Con larga espera bajo tierra,
Del tallo verde erguido a la corola alba
Irrumpe un día en gloria triunfante.
*
Luis Cernuda “Las nubes”
Un emocionante poema escrito en difíciles tiempos, entre el final de la Guerra Civil española y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Exiliado en Inglaterra, con el corazón muy herido por la orgía de sangre que se estaba derramando en tantos frentes de muerte y destrucción, buscando acaso luz y serenidad, se asoma Cernuda al Evangelio descubriendo la emocionada belleza y fuerza de la resurrección de Lázaro identificándose con el amigo de Jesús, muerto que vuelve a la vida. Más tarde, en el relato autobiográfico “Historial de un libro” se refiere a estos versos en los siguientes términos:
“Lázaro, una de mis composiciones preferidas, quiso expresar aquella sorpresa desencantada, como si, tras de morir, volviese otra vez a la vida.”
*
“Lázaro”
Al final sólo queda
la voz, la voz, la poderosa voz
de la llamada:
—Lázaro,
ven fuera…
*
José Ángel Valente
*
De: “Interior con figuras” – 1973-1976
Recogido en “José Ángel Valente – Poesía completa”
***
En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.
Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo:
–“Señor, tu amigo está enfermo.”
Jesús, al oírlo, dijo:
-“Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.”
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos:
–“Vamos otra vez a Judea.”
Los discípulos le replican:
–“Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?”
Jesús contestó:
–“¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz”.
Dicho esto, añadió:
-“Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.”
Entonces le dijeron sus discípulos:
–“Señor, si duerme, se salvará.”
Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les replicó claramente:
–“Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.”
Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
–“Vamos también nosotros y muramos con él.”
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
–“Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.”
Jesús le dijo:
–“Tu hermano resucitará.”
Marta respondió:
–“Sé que resucitará en la resurrección del último día.”
Jesús le dice:
–“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?”
Ella le contestó:
–“Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:
–“El Maestro está ahí y te llama.”
Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole:
–“Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.”
Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó:
-“¿Donde lo habéis enterrado?”
Le contestaron:
-“Señor, ven a verlo.”
-Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
–“¡Cómo lo quería!”
Pero algunos dijeron:
–“Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?”
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús:
-“Quitad la losa.”
Marta, la hermana del muerto, le dice:
-“Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.”
Jesús le dice:
-“¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”
Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
-“Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.”
Y dicho esto, gritó con voz potente:
-“Lázaro, ven afuera.”
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
–“Desatadlo y dejadlo andar.”
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
*
Juan 11,1-45
***
La fe, siempre la fe. El Maestro la pide, la busca, ordena las circunstancias para que nazca y se desarrolle en las almas. Si permite la muerte del amigo, no es porque no se apiade de la tristeza y el dolor de Marta y María -le veremos pronto llorar-, sino porque es necesario un milagro, un gran milagro, para consolidar la fe de los apóstoles antes de la pasión, ya cercana, que el odio que surge en los judíos por la resonancia de la resurrección de Lázaro va a precipitar. Esta muerte es para la fe.
Tened confianza, hermanos, cuando vuestras oraciones parece que no son escuchadas. No penséis que no han tocado el corazón de Jesús. Si aparentemente han caído en el vacío, no es que él no vea nuestras lágrimas. Con una mirada certera y sin distracciones, él va siguiendo todos los avances del mal. Si no viene en el momento esperado, quiere decir que todavía no ha llegado su hora. Reserva su acción para una conversión que engrandezca y manifieste más la gloria de Dios, que haga nuestra re más firme y perseverante. ¡Confianza!
El sabe elegir su momento y, cuando llega este momento, dice: “Ahora vamos a su casa” (Jn 11,7). Avisada de la llegada del Mesías, Marta sale a su encuentro y dice: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano” (v. 21). Él le responde con una promesa que supera toda esperanza y parece desconcertar su fe: “Tu hermano resucitará” (v. 23). Jesús, queriendo que surja y resplandezca la fe y la confianza deseada, descorre el velo que oculta el íntimo secreto de su alma: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (vv. 25s). La fe de Marta se sublima; sobrepasa lo creado, llega a lo invisible y acoge la llama del amor del Salvador allí donde nace, para dispersarse por el mundo: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (v. 27) .
*
Cardenal Saliége, Ecrits spirituels,
París 1960, 135s, passim.
Comentarios desactivados en Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.
CONTIGO
¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.
¿Mi gente?
Mi gente eres tú.
El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.
¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?
*
Luis Cernuda
***
“… De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.”
*
Marcos 10, 2-16
***
*
Una pareja de esposos tiene derecho a acoger y celebrar el día de su matrimonio viviéndolo como un triunfo incomparable. Si las dificultades, las resistencias, los obstáculos, las dudas y las vacilaciones no han sido simplemente orillados, sino lealmente afrontados y vencidos – y es ciertamente un bien que las cosas no discurran de una manera demasiado suave-, entonces ambos esposos habrán obtenido efectivamente el triunfo decisivo de su vida; con el «sí» que se han dicho recíprocamente han decidido con toda libertad dar una nueva orientación a toda su vida; ambos han desafiado con serena seguridad todos los problemas y las perplejidades que la vida hace nacer frente a cada vínculo duradero entre dos personas y han conquistado, mediante un acto de responsabilidad personal, una tierra nueva para su vida.
El matrimonio es más que vuestro amor recíproco. Posee un valor y un poder mayores, porque es una institución santa de Dios, a través de la cual quiere conservar a la humanidad hasta el fin de los días. Desde la perspectiva de vuestro amor, os veis solos en el escenario del mundo; desde la perspectiva del matrimonio, sois un eslabón en la cadena de las generaciones que Dios hace nacer y morir para su gloria, llamándolas a su Reino.
Desde la perspectiva de vuestro amor veis solo el cielo de vuestra alegría personal; el matrimonio os inserta de una manera responsable en el mundo y en la responsabilidad de los hombres; vuestro amor os pertenece a vosotros solos, es personal; el matrimonio es algo suprapersonal, es un estado, un ministerio. Dios hace vuestro matrimonio indisoluble, lo protege de todo peligro interior y exterior; Dios quiere ser el garante de su indisolubilidad.
Ésta es una alegre certeza para cuantos saben que ninguna fuerza en el mundo, ninguna tentación, ninguna debilidad humana, puede desatar lo que Dios mantiene unido; más aún, quien sabe esto puede decir con confianza: «Lo que Dios ha unido no lo puede separar el hombre». Libres de todas las ansias que el amor lleva siempre consigo, podéis deciros, con seguridad y confianza total: no podremos perdernos nunca más, pues nos pertenecemos recíprocamente hasta la muerte por voluntad de Dios.
Vivid juntos perdonándoos recíprocamente vuestros pecados, sin lo cual no puede subsistir ninguna comunidad humana, y mucho menos un matrimonio. No seáis autoritarios entre vosotros, no os juzguéis ni os condenéis, no os dominéis, no echéis la culpa el uno a la otra ( * ), sino acogeos por lo que sois y perdonaos recíprocamente cada día, de corazón. Desde el primero al último día de vuestro matrimonio, debe seguir siendo válida esta exhortación: acogeos… para la gloria de Dios. Habéis oído la palabra que Dios dice sobre vuestro matrimonio. Dadle gracias por ella, dadle gracias por haberos guiado hasta aquí y pedidle que funde, consolide, santifique y custodie vuestro matrimonio: de este modo seréis «algo para alabanza de su gloria».
*
Dietrich Bonhoeffer, Resistencia y sumisión,
Ediciones Sígueme, Salamanca 1983.
***
( * ) El uno al otro, la una a la otra, añadimos nosotros…
Comentarios desactivados en Llamándome, como un amigo llama.
LAZARO
Era de madrugada.
Después de retirada la piedra con trabajo,
Porque no la materia sino el tiempo
Pesaba sobre ella,
Oyeron una voz tranquila
Llamándome, como un amigo llama
Cuando atrás queda alguno
Fatigado de la jornada y cae la sombra.
Hubo un silencio largo.
Así lo cuentan ellos que lo vieron.
Yo no recuerdo sino el frío
Extraño que brotaba
Desde la tierra honda, con angustia
De entresueño, y lento iba
A despertar el pecho,
Donde insistió con unos golpes leves,
Ávido de tornarse sangre tibia.
En mi cuerpo dolía
Un dolor vivo o un dolor soñado.
Era otra vez la vida.
Cuando abrí los ojos
Fue el alba pálida quien dijo
La verdad. Porque aquellos
Rostros ávidos, sobre mí estaban mudos,
Mordiendo un sueño vago inferior al milagro,
Como rebaño hosco
Que no a la voz sino a la piedra atiende,
Y el sudor de sus frentes
Oí caer pesado entre la hierba.
Alguien dijo palabras
De nuevo nacimiento.
Mas no hubo allí sangre materna
Ni vientre fecundado
Que crea con dolor nueva vida doliente.
Sólo anchas vendas, lienzos amarillos
Con olor denso, desnudaban
La carne gris y fláccida como fruto pasado;
No el terso cuerpo oscuro, rosa de los deseos,
Sino el cuerpo de un hijo de la muerte.
El cielo rojo abría hacia lo lejos
Tras de olivos y alcores;
El aire estaba en calma.
Mas temblaban los cuerpos,
Como las ramas cuando el viento sopla,
Brotando de la noche con los brazos tendidos
Para ofrecerme su propio afán estéril.
La luz me remordía
Y hundí la frente sobre el polvo
Al sentir la pereza de la muerte.
Quise cerrar los ojos,
Buscar la vasta sombra,
La tiniebla primaria
Que su venero esconde bajo el mundo
Lavando de vergüenzas la memoria.
Cuando un alma doliente en mis entrañas
Gritó, por las oscuras galerías
Del cuerpo, agria, desencajada,
Hasta chocar contra el muro de los huesos
Y levantar mareas febriles por la sangre.
Aquel que con su mano sostenía
La lámpara testigo del milagro,
Mató brusco la llama,
Porque ya el día estaba con nosotros.
Una rápida sombra sobrevino.
Entonces, hondos bajo una frente, vi unos ojos
Llenos de compasión, y hallé temblando un alma
Donde mi alma se copiaba inmensa,
Por el amor dueña del mundo.
Vi unos pies que marcaban la linde de la vida,
El borde de una túnica incolora
Plegada, resbalando
Hasta rozar la fosa, como un ala
Cuando a subir tras de la luz incita.
Sentí de nuevo el sueño, la locura
Y el error de estar vivo,
Siendo carne doliente día a día.
Pero él me había llamado
Y en mí no estaba ya sino seguirle.
Por eso, puesto en pie, anduve silencioso,
Aunque todo para mí fuera extraño y vano,
Mientras pensaba: así debieron ellos,
Muerto yo, caminar llevándome a la tierra.
La casa estaba lejos;
Otra vez vi sus muros blancos
Y el ciprés del huerto.
Sobre el terrado había una estrella pálida.
Dentro no hallamos lumbre
En el hogar cubierto de ceniza.
Todos le rodearon en la mesa.
Encontré el pan amargo, sin sabor las frutas,
El agua sin frescor, los cuerpos sin deseo;
La palabra hermandad sonaba falsa,
Y de la imagen del amor quedaban
Sólo recuerdos vagos bajo el viento.
Él conocía que todo estaba muerto
En mí, que yo era un muerto
Andando entre los muertos.
Sentado a su derecha me veía
Como aquel que festejan al retorno.
La mano suya descansaba cerca
Y recliné le frente sobre ella
Con asco de mi cuerpo y de mi alma.
Así pedí en silencio, como se pide
A Dios, porque su nombre,
Más vasto que los templos, los mares, las estrellas,
Cabe en el desconsuelo del hombre que está solo,
Fuerza para llevar la vida nuevamente.
Así rogué, con lágrimas,
Fuerza de soportar mi ignorancia resignado,
Trabajando, no por mi vida ni mi espíritu,
Mas por una verdad en aquellos ojos entrevista
Ahora. La hermosura es paciencia.
Sé que el lirio del campo,
Tras de su humilde oscuridad en tantas noches
Con larga espera bajo tierra,
Del tallo verde erguido a la corola alba
Irrumpe un día en gloria triunfante.
*
Luis Cernuda “Las nubes”
Un emocionante poema escrito en difíciles tiempos, entre el final de la Guerra Civil española y el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Exiliado en Inglaterra, con el corazón muy herido por la orgía de sangre que se estaba derramando en tantos frentes de muerte y destrucción, buscando acaso luz y serenidad, se asoma Cernuda al Evangelio descubriendo la emocionada belleza y fuerza de la resurrección de Lázaro identificándose con el amigo de Jesús, muerto que vuelve a la vida. Más tarde, en el relato autobiográfico “Historial de un libro” se refiere a estos versos en los siguientes términos:
“Lázaro, una de mis composiciones preferidas, quiso expresar aquella sorpresa desencantada, como si, tras de morir, volviese otra vez a la vida.”
*
“Lázaro”
Al final sólo queda
la voz, la voz, la poderosa voz
de la llamada:
—Lázaro,
ven fuera…
*
José Ángel Valente
*
De: “Interior con figuras” – 1973-1976
Recogido en “José Ángel Valente – Poesía completa”
***
En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.
Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo:
–“Señor, tu amigo está enfermo.”
Jesús, al oírlo, dijo:
-“Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.”
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos:
–“Vamos otra vez a Judea.”
Los discípulos le replican:
–“Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?”
Jesús contestó:
–“¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz”.
Dicho esto, añadió:
-“Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.”
Entonces le dijeron sus discípulos:
–“Señor, si duerme, se salvará.”
Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les replicó claramente:
–“Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.”
Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
–“Vamos también nosotros y muramos con él.”
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
–“Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.”
Jesús le dijo:
–“Tu hermano resucitará.”
Marta respondió:
–“Sé que resucitará en la resurrección del último día.”
Jesús le dice:
–“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?”
Ella le contestó:
–“Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:
–“El Maestro está ahí y te llama.”
Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole:
–“Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.”
Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó:
-“¿Donde lo habéis enterrado?”
Le contestaron:
-“Señor, ven a verlo.”
-Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
–“¡Cómo lo quería!”
Pero algunos dijeron:
–“Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?”
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús:
-“Quitad la losa.”
Marta, la hermana del muerto, le dice:
-“Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.”
Jesús le dice:
-“¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”
Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
-“Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.”
Y dicho esto, gritó con voz potente:
-“Lázaro, ven afuera.”
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
–“Desatadlo y dejadlo andar.”
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Comentarios desactivados en Cómo llenarte, soledad
Del blog Nova bella:
“Tú, verdad solitaria, transparente pasión, mi soledad de siempre, eres inmenso abrazo; el sol, el mar, la oscuridad, la estepa, el hombre y su deseo, la airada muchedumbre, ¿qué son sino tú misma?
Por ti, mi soledad, los busqué un día; en ti, mi soledad, los amo ahora.”
Comentarios desactivados en “Estos días azules y este sol de la infancia”
Aunque nunca ha llegado a ser uno de mis poetas favoritos y considero que, como sucede con Miguel Hernández, la visibilidad que dieron a sus obras sendos discos de Joan Manuel Serrat ha propiciado el desconocimiento de escritores contemporáneos de mayor calidad como Luis Cernuda, no dejo de pensar en ese último verso escrito por Antonio Machado en sus últimos días.
Puede que, cansado después de atravesar a pie la frontera junto a su madre anciana, el poeta se detuviera un momento en Colliure para disfrutar de un cielo especialmente azul, a pesar del frío del comienzo del año, y que ese sol que calentaba levemente su piel le recordara el sol sevillano de “un huerto claro donde madura el limonero”, y comparase la inocente felicidad de aquellos años y la que era su situación de refugiado en Francia casi al término de la Guerra de España.
Y esta semana, mientras recibimos de manera incesante noticias de los refugiados de Siria, una sola fotografía da la vuelta al mundo exhibiendo, de manera tan impúdica pero quizá necesaria para revolver conciencias, un niño echado boca abajo, muerto en una playa de Turquía. Sus días ya no serán azules, ni quedará sol alguno para su infancia.
Un niño echado boca abajo, muerto en una playa de Turquía. Sus días ya no serán azules, ni quedará sol alguno para su infancia.
Hace unos días leí un librito de Chamamanda Ngozi Adichie, Todos deberíamos ser feministas, y en él, como dice incansablemente el Feminismo, denunciaba su autora esa pregunta clásica de por qué es preciso hablar como mujer y no como ser humano cuando reivindicamos Derechos Humanos. Idéntica cuestión se nos presenta cuando hablamos como lesbianas, gais, transexuales y bisexuales y utilizamos estas voces nuestras para insistir en la especificidad de nuestras vivencias, que añaden un matiz de diversidad a otras vivencias generales y precisamente por ello deben ser narradas.
Pero ¿cómo reivindicar lo específico cuando la tragedia es general y una imagen nos recuerda que los niños están muriendo independientemente de la que vaya a ser su orientación sexual o su identidad de género?
Es posible responder cantando: a partir de un poema de James Oppenheim nació Bread and roses, que acompañó a las mujeres obreras del sector textil en Lawrence, Massachussetts, durante la “huelga de pan y rosas” de 1912, con que reivindicaban sus derechos como trabajadoras además de hacerlo como mujeres. Ahora que ya somos tantas personas pidiendo el pan para los refugiados, sean nuestras voces diversas las que además pidan las rosas. Nuestra obligación debiera ser demandar los Derechos Humanos en general como seres humanos que somos, y exigir de manera específica la debida atención a nuestros derechos igualmente humanos como las personas lesbianas, gais, transexuales y bisexuales que también somos de manera inseparable.
Comentarios desactivados en “Para hablar de amor”, por Ramón Martínez
Pero qué bien escribe este hombre…
Para hablar de amor es difícil encontrar palabras. Más aún para este amor nuestro, este amor distinto, de nombre tantas veces prohibido. Para poder presentarse, durante siglos, no disfrutó de otra fórmula que no fuera decir “yo soy el Amor que no se atreve a pronunciar su nombre”1, y aún así muchas veces se le llamó amistad, tan injustamente, y tuvimos casi que pedir permiso, casi suplicando “deja que diga… amor. Su nombre es ése”2.
Qué diferente es hoy, cuando por fin es posible que aun siendo lesbiana, gay, transexual o bisexual cualquiera pueda “levantar su amor por el cielo / como una nube en la luz”3; ahora que en muchas partes del mundo ya no es preciso temer “la dulce boca que a gustar convida / un humor entre perlas destilado”4. Ya no hace falta que ante la insinuación gritemos “amor amor detén tu planta impura”5, y que tengamos como siempre que recurrir a escondernos “en el oscuro desván del lirio“6. Hoy hasta El Corte Inglés, aunque haya sido denunciado en Cataluña por contravenir la Ley contra la LGTBfobia vendiendo en sus librerías el libro Cómo prevenir la homosexualidad, nos hace aparecer en sus cortos para promocionar la compra y venta del amor en San Valentín.
Pero qué triste amor es ése, porque no es el nuestro. Ése es el buen amor de Bécquer y de Garcilaso, no el que nace de “un corazón infiel, desnudo de cintura para abajo”7; es el amor canónico, el que nos enseñaron, “el tierno amor para dormir al lado”8. Tal vez por eso no se nos ajusta, porque aunque tú y yo entendamos “que tu cuerpo de hombre con mi cuerpo de hombre / construyen un lugar necesario en el mundo”9 sabemos que tarde o temprano “el deseo girará locamente en pos de los hermosos / cuerpos que vivifican el mundo un solo instante”10. Este amor aprendido, tan ajeno a veces, no encaja con nuestros deseos ni nuestros intereses. Y lo sabemos, pero es difícil no recaer en sus brazos: igual que los ateos claman a Dios ante cualquier suceso, nosotros y nosotras volvemos a caer en la trampa de ese “mar que traga adolescentes rebeldes”11, ese amor con formas heterosexuales que vimos en nuestros padres, que sólo conoce un camino y que siempre, en algún momento, nos devolverá el dolor. Entonces “será preciso no olvidar la lección”12 y afirmar que, “si odiar da dolor, y amar es también doloroso, de los dos males / escojo el de herida más suave y ligera”13. Trata de construir una forma de amor propia, tuya específicamente, que no imite a nadie. Busca tus propias palabras, que se ajusten a tu propio amor, y ante todo, “no te resignes”14 porque, aunque tenemos derecho a equivocarnos una y mil veces, aunque “nuestras imperfecciones nos hacen merecedores de amor”15, “el amor no tiene esta o aquella forma, / no puede detenerse en criatura alguna”16.
Yo también, como todos, “amé ardientemente a cierta persona no siendo correspondido”17, y “a veces me pregunto que habrá sido de ti”18, tan heterosexualmente. Para mí, por como soy, equivocadamente. En su momento “como el ciervo huiste, / habiéndome herido, / salí tras ti, clamando, y eras ido”19, y aunque ahora “ya sólo me interesa / ser igual que Walt Whitman”20, y “ya puedes ver que he escapado de ti”21, recuerdo que fuiste “un bello niño de junco”22, y que, antes que decirte ahora un demasiado clásico y cortés “yo te he querido como nunca”23, sólo “celebro la presencia de tu cuerpo en mi vida”24. Nuestra brevísima historia se resume al recordarte que “eres fácil si rehuyo, y difícil si lo intento”25, más que seguro por mis propios errores al comportarme como quien no soy. Y aunque ahora me digas de nuevo “suéltame y sigue tu camino”26, “más allá de la vida, / quiero decírtelo con la muerte; / más allá del amor, / quiero decírtelo con el olvido”27. Pero no que te quise, eso quizá sea cosa sólo para heteros. Quiero decirte “únicamente esto. / Que en los actos sociales pienso en ti”28. Y al mismo tiempo contradecirme, recaer un momento, y hacerte llegar el último mal poema que no llegaste a leer. Porque, de momento, sólo las formas heterosexuales nos sirven para hablar de amor. Sigamos buscando nuestras propias formas, de camino hacia Ítaca, y entre tanto honremos “a aquellos que en sus vidas / custodian y defienden las Termópilas”29 mientras “aramos libres surcos por ola y por espuma”30.
Aunque pretendas mantener el muro,
la almena que levantas contra el miedo,
sabes muy bien que, si me empeño, puedo
hacer más blando un corazón tan duro.
Porque aunque quieras parecerme oscuro,
altivo y desdeñoso, yo me quedo
con tus momentos buenos, cuando accedo
al otro tú que escondes inseguro.
Yo quiero ser tu campo de batalla,
columpio y parque para tantos juegos,
la piel que llenes siempre de arañazos.
Tú baja algunas veces la muralla
y déjate de tanto cortafuegos,
que contra tu temor bastan mis brazos.
1Lord Alfred Douglas, 2Jacinto Benavente, 3Luis Cernuda, 4Luis de Góngora, 5Vicente Aleixandre, 6Federico García Lorca, 7Jaime Gil de Biedma, 8Jaime Gil de Biedma, 9Juan Antonio González Iglesias, 10Luis Cernuda, 11Luis Cernuda, 12Jaime Gil de Biedma, 13Eveno, 14Walt Whitman, 15Juan Antonio González Iglesias, 16Luis Cernuda, 17Walt Whitman, 18Jaime Gil de Biedma, 19Juan de la Cruz, 20Juan Antonio González Iglesias, 21Walt Whitman, 22Federico García Lorca, 23Vicente Aleixandre, 24Juan Antonio González Iglesias, 25Estratón, 26Walt Whitman, 27Luis Cernuda, 28Juan Antonio González Iglesias, 29Konstantin Kavafis, 30Oscar Wilde,
Comentarios desactivados en “Si el hombre pudiera decir lo que ama”…
Feliz día de San Valentín:
Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.
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