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“María Zambrano y el sentido de lo sagrado”, por José María Aguirre Oraa

Viernes, 7 de julio de 2023
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IMG_9699“No se trata de abjurar de la razón, se trata de activar una razón más incluyente”

María Zambrano es una filósofa de gran relieve cuyas reflexiones han ganado progresivamente un espacio importante. Mujer cristiana y de izquierdas, nunca abandonó estas posiciones a lo largo de su vida.

El triunfo de la sublevación militar dirigida por Franco la condenó al exilio, por lo que no volvió a España hasta comienzo de los años ochenta.

Su pensamiento ha ido ganando con los años una importante audiencia y un reconocimiento intelectual destacado

María Zambrano es una filósofa de gran relieve cuyas reflexiones han ganado progresivamente un espacio importante. Mujer cristiana y de izquierdas, nunca abandonó estas posiciones a lo largo de su vida. El triunfo de la sublevación militar dirigida por Franco la condenó al exilio, por lo que no volvió a España hasta comienzo de los años ochenta. Su pensamiento ha ido ganando con los años una importante audiencia y un reconocimiento intelectual destacado.

Ella ha reflexionado con cierta amplitud y en varios textos destacados sobre la realidad de lo sagrado y sobre el importante papel que lo sagrado juega en la construcción de la vida y de la cultura de las personas. Y lo ha hecho de una manera original, como original es su perspectiva filosófica. En este sentido la consideración sobre lo sagrado constituye uno de los ejes fundamentales de su pensamiento por cuanto inspira claramente de manera constitutiva su proyecto filosófico antropológico y ontológico. Se podría decir que esta reflexión sobre lo sagrado subyace a sus consideraciones más metafísicas y las fundamenta.

María Zambrano identifica lo sagrado con la forma primigenia y primaria como la realidad se presenta al hombre antes de cualquier diferenciación ontológica, como el ámbito indiferenciado que encierra en sí todas las posibles realidades: «…la realidad no es atributo ni cualidad que les conviene a unas cosas sí y a otras no: es algo anterior a las  cosas, es una irradiación de la vida que emana de un fondo de misterio; es la realidad oculta, escondida: corresponde, en suma, a lo que hoy llamamos “sagrado”». Se trataría de una realidad primaria que enlaza con la perspectiva desarrollada por Anaximandro con su idea del «apeiron», una realidad a partir de la cual todo germina.

Todo su propósito va a consistir en comprender cómo es y se constituye la experiencia humana de lo sagrado, en desvelar hasta qué punto la persona humana está conformada por su trato con la realidad primera y primigenia. Las características de esta realidad, antes de poder ser pensada, son las mismas características que definen y constituyen lo sagrado: lo oculto, lo ininteligible, lo inaccesible, lo otro, lo temible…

«La realidad agobia y no se sabe su nombre […]. Lo primero que se precisa para la aparición de un espacio libre, dentro del cual el hombre no tropiece con algo, es concretar la realidad en la forma de ir identificando; de ir descubriendo en ella entidades, unidades cualitativas. Es el discernimiento primero, muy anterior al lógico, a la especificación de la realidad en géneros y especies, y que la prepara. No hay “cosas”, ni seres todavía en esta situación; solamente quedarían visibles después de que los dioses han aparecido y tienen nombre y figura».

La razón tiene necesidad de encontrar una situación previa de resistencia a la realidad para lograr abrirse un espacio propio mediante la identificación y concreción de entidades separadas y con cualidades propias. La propia e íntima necesidad de construir un mundo que le salve del caos conduce inevitablemente a la invención de los dioses, a la apertura del ámbito de lo divino, inteligible y tranquilizador porque así la razón puede entrar en trato con ellos. Además, y esto es fundamental, hay una lógica ontológica porque la aparición de los dioses supone también, para Zambrano, la posibilidad de la pregunta, de la pregunta inicial por la propia vida humana, es decir la pregunta por su ser.

Esta pregunta por la afirmación (humana) de sí mismo abre la posibilidad de entrar en diálogo con los dioses. Con ello se despierta la actitud de preguntar y aparece la conciencia, que incluye, como su reverso ineludible, la pérdida de la inocencia primera. Nos hallamos ante la pregunta decisiva sobre su ser y de esta forma en su respuesta la persona humana espera encontrar la conformación de su destino. Los dioses significan, para Zambrano, el fin del «delirio de persecución», la construcción de un espacio y un tiempo humanos.

“La nada asemeja ser la sombra de un todo que no accede a ser discernido, el vacío de un lleno tan compacto que es su equivalente, la negativa muda informulada a toda revelación. Es lo sagrado “puro” sin indicio alguno de que permitirá ser develado”

A lo largo de la historia Zambrano subraya que se han dado múltiples formas de trato con los dioses que han ido constituyendo diversas configuraciones culturales. Pero, también el hombre ha experimentado la necesidad de negar lo divino, una negación que surge del deseo profundo de emancipación. Como consecuencia de esto, lo divino se vuelve a ocultar y, de nuevo, la situación se ve abocada a encontrarse rodeada de una realidad primaria y primigenia que se presenta como la nada. La nada sólo se nos entrega en las entrañas, se nos da en su sentir, porque en realidad la nada no puede ser pensada, no puede ser idea, es «lo otro», la alteridad más abismal del ser.

Dios y la nada son las dos caras de una misma realidad, la realidad del ser y su negación, su anverso y su reverso. La nada es lo irreductible que encuentra la libertad humana cuando pretende ser absoluta. Y precisamente en la nada reaparece el fondo sagrado desde el que la persona ha ido despertando de su sueño inicial. «Es lo sagrado que reaparece en su máxima resistencia. Lo sagrado con todos sus caracteres: hermético, ambiguo, activo, incoercible. Y, como todo lo que resiste al hombre, parece esconder una promesa. […] La nada asemeja ser la sombra de un todo que no accede a ser discernido, el vacío de un lleno tan compacto que es su equivalente, la negativa muda informulada a toda revelación. Es lo sagrado “puro” sin indicio alguno de que permitirá ser develado»

Sin embargo, convendría recordar que la nada, como lo sagrado, es también germen y sus entrañas contienen la matriz de todo sentido, pues de ella emergen nuevos dioses y nuevas entidades. Desde la nada el ser humano puede despertar, conquistar su espacio y su tiempo y recuperar su ser originario. «Dios ha muerto», dijo Nietzsche. Con ello se ha hundido otra vez su semilla, ahora en las entrañas humanas, en nuestro propio infierno. Cuando se abisma el ser, la realidad luminosa y viva, no caemos en la nada, sino en el laberinto infernal de nuestras entrañas de las que no podemos desprendernos, ya que, si sucediera esto, se puede aniquilar todo en la existencia humana: la conciencia, el pensamiento y toda idea sustentada en él. Incluso el alma misma, ese espacio mediador viviente, puede abismarse también hasta dar la ilusión de un aniquilamiento total.

«Todo lo que es luz o acoge la luz, puede caer en las tinieblas. Mas las tinieblas mismas quedan; es la nada, la igualdad en la negación, quien nos acoge como una madre que nos hará nacer de nuevo. Una oscuridad que palpita y de donde inexorablemente hay que nacer nos acoge, unas tinieblas que nos dan de nuevo a luz. Dios, su semilla, sufre con nosotros y en nosotros este viaje infernal, este descenso a los infiernos de la posibilidad inagotable; este devorarse, amor vuelto contra sí. Dios puede morir, podemos matarlo…, más sólo en nosotros, haciéndolo descender a nuestro infierno, a esas entrañas donde el amor germina, donde toda destrucción se vuelve ansia de creación. Donde el amor padece la necesidad de engendrar y toda la sustancia aniquilada se convierte en semilla. Nuestro infierno creador. Si Dios creó de la nada, el hombre solo crea desde su infierno nuestra vida indestructible»

En esta relación con lo insondable la persona consigue conquistar los dioses y las configuraciones de estos. Y los diferentes modos de entender el diálogo con los dioses representan el germen seminal de las distintas culturas que se han ido creando sin cesar en los distintos pueblos y tiempos. Las culturas constituyen las respuestas que el ser humano se ha dado a la pregunta inicial y representan la resolución de su problema y de su enigma fundamentales: cómo entender la propia vida y cómo encontrar su lugar en el universo.

IMG_9808Cada cultura ha existido constituyéndose sobre dos fundamentos: primeramente, se trata de encontrar el rostro de sus dioses y en segundo lugar hay que haberse resistido a ellos, es decir, haber conquistado su ser frente a lo heterogéneo, frente a lo otro, el ámbito de lo divino. La alteridad es lo que hace posible la separación, la diferenciación. Sin esta alteridad, sin esta separación el ser humano no hubiera podido saber de sí, conquistarse a sí mismo. Sabe de sí gracias a su trato con los dioses, pues, al crearlos, se ha conquistado a sí mismo.

La mayor conquista humana ha consistido en percibir los dioses por revelación y en expresar su realidad primigenia y mistérica mediante la poesía o mediante el pensamiento. En esta tarea constante e inagotable para la existencia humana se engendran las culturas. La construcción de los espacios y tiempos humanos se lleva a cabo en relación con los divinos. Las liturgias y los rituales estructuran la articulación de los ámbitos humanos y divinos: se trata de espacios y tiempos en los que la persona entra en relación con lo sagrado y de espacios y tiempos propios de su vida. Esta relación tiñe la vida personal y colectiva de los pueblos, porque en ella se encuentra el sentido que inspira su memoria y su quehacer.

De esta forma se puede indicar que María Zambrano entiende que la religiosidad se encuentra en la raíz del nacimiento de las culturas y en la configuración social que éstas adquieren. Mari Jose Clavo lo señala de manera muy acertada: «El trato con los dioses, los sentimientos y expectativas que le acompañan, el sentido del mundo y de la vida, el entendimiento de la condición humana frente al poder de la divinidad, se ha ido expresando en la poesía a través de las narraciones mito-poéticas, los rituales y liturgias, los cantos sagrados. Para nuestra autora la poesía, expresión primordial de la religiosidad, es de donde nace la filosofía, ambas, filosofía y poesía tienen su origen en la necesidad humana».

La reflexión de María Zambrano subraya que todas las divinidades tienen su historia y unas van dejando paso a otras debido a la constante creatividad cultural humana. La cultura occidental y la modernidad han configurado el imperio de la razón, que se ha desarrollado sobre el postulado de su autosuficiencia y de su autonomía y que se ha logrado mediante la emancipación de toda instancia superior a ella, mediante la negación de los dioses. Esta cultura ha considerado real únicamente lo racional, configurando así su mundo cultural y social, pero excluyendo de la realidad todos los aspectos irracionales que conforman la vida espiritual del hombre.

El espacio sagrado ha sido anulado incluso como espacio original y ha sido calificado por la modernidad como lo vacío, como la nada. Sin embargo, según María Zambrano esta nada es el resultado de un devenir histórico, es un acontecimiento concreto. En consecuencia, no nos encontramos ante una tesis sobre la historia de la humanidad o una perspectiva ontológica definitoria, sino que estamos situados ante un devenir histórico concreto. Esto no afecta en sí a la presencia de lo sagrado, sino que más bien ahora lo sagrado asume el rostro de la nada, se diviniza la nada, se diviniza la ausencia de la divinidad y se presenta lo puramente sagrado. Se ocultan los dioses, pero no el fondo indefinido de lo sagrado.

A lo largo de la historia ha habido tiempos en que la divinidad ha sido negada. Esta negación ha obedecido en ocasiones a la desesperación humana por la inactividad de los dioses, por su indiferencia ante la vida del hombre que transcurre en su indigencia sin expectativas. Otras veces esto se debe al impulso humano de volver a sus límites, de encontrarse consigo mismo en soledad sin necesidad de una divinidad. La ausencia de Dios se manifiesta de dos formas distintas. Por una parte, hay un ateísmo racional, que niega a Dios entendiéndolo como una entidad problemática que no pasa los criterios requeridos por la argumentación racional para demostrar su existencia. Por otra parte, existe otro ateísmo que consiste en la angustia, en el sentimiento de orfandad y soledad que deja en el hombre la impronta indeleble del vacío de la divinidad.

El racionalismo moderno ha privilegiado como reales los aspectos objetivables de la existencia humana, es decir aquellos que pueden convertirse y analizarse como objetos. El resto de las realidades pierde consistencia y significatividad, pero eso no significa que ese resto no se encuentre en la existencia humana, pues la vida resiste a la razón y la persona humana se encuentra ineludiblemente con sus angustias, sus sueños, sus delirios, sus zonas oscuras que anhela comprender.

Y curiosamente en el análisis de Zambrano la actividad fundante del yo racional no ha permitido vivir al ser humano de modo más seguro, siendo más dueño de su vida y de su historia, sino que, por el contrario, se encuentra ahora escindido y angustiado ante la nada contemporánea. Lo divino ha quedado eliminado como tal, borrado bajo el nombre familiar y conocido de Dios. Lo divino aparece múltiple, irreductible, hecho «ídolo» en la historia, pues la historia parece devorarnos con la misma insaciable e indiferente avidez de los ídolos más remotos. La persona humana está siendo reducida, allanada en su condición a simple número, degradado bajo la categoría de la cantidad.

“Con este propósito propone una perspectiva filosófica nueva, que, en lugar de negar y excluir, se enfrente a la nada, recorra la nada y la acepte como algo que se encuentra en la interioridad del hombre. Es necesario recuperar lo irracional, recuperar lo sagrado en la vida que ahora se encuentra en la experiencia de la nada”

A María Zambrano le preocupa cómo salir de esa situación de desintegración de la realidad en que se encuentra el ser humano en estos momentos. Con este propósito propone una perspectiva filosófica nueva, que, en lugar de negar y excluir, se enfrente a la nada, recorra la nada y la acepte como algo que se encuentra en la interioridad del hombre. Es necesario recuperar lo irracional, recuperar lo sagrado en la vida que ahora se encuentra en la experiencia de la nada. «Existir es resistir, ser “frente a”, enfrentarse. El hombre ha existido cuando, frente a sus dioses, ha ofrecido una resistencia. Job es el más antiguo “existente” de nuestra tradición occidental. Porque frente al Dios que dice: “SOY el que ES”, resistió en la forma más humana, más claramente humana de resistencia; llamándole a razones. ¿Se atreve el hombre de hoy a pedir razones a la historia? Aunque ella sea su ídolo, el hacerlo lleva consigo pedirse razones a sí mismo. Confesarse, hacer memoria para liberarse»

CB7FF61F-A83A-4596-86AE-4261751D93BDLa deificación que arrastra la limitación humana, la impotencia de ser Dios, propia de nuestra cultura moderna, provoca que lo divino se configure como ídolo insaciable, a través del cual el hombre, sin darse cuenta, devora su propia vida, destruye él mismo su existencia. Su propia impotencia de ser Dios es la que se le presenta y representa, lo que hace que venga a caer así en un juego «diabólico» de fatalidades, de las que en su obstinación no encuentra salida.

«Y liberarse humanamente es reducirse, ganar espacio, el “espacio vital”, lleno por la inflación de su propio ser. […] Reducir lo humano llevará consigo, inexorablemente, dejar sitio a lo divino, en esa forma en que se hace posible que lo divino se insinúe y aparezca como presencia y aun como ausencia que nos devora. […] Reducirse, entrar en razón, es también recobrarse. Y puesto que ha caído bajo la historia hecha ídolo, quizás haya de recobrarse adentrándose sin temor en ella, como el criminal vencido suele hacer volviendo al lugar de su crimen; como el hombre que ha perdido la felicidad hace también, si encuentra el valor: volver la vista atrás, revivir su pasado a ver si sorprende el instante en que se rompió su dicha»

A María Zambrano le preocupa cómo salir de esa situación de desintegración de la realidad en que se encuentra el ser humano en estos momentos. Por ello, propone una perspectiva filosófica que, en lugar de negar y excluir, se enfrente a la nada, recorra la nada y la acepte como algo que se encuentra en la interioridad del hombre. Es necesario recuperar lo irracional, recuperar lo sagrado en la vida que ahora se encuentra en la experiencia de la nada. «Su filosofía de la crisis se fundamenta en la necesidad de analizar la nada teniendo en cuenta tanto la resistencia que esta opone como la que debemos oponerle. Recordemos su postulado: los hombres han existido cuando han mostrado su resistencia a los dioses.

La resistencia contemporánea implica, fundamentalmente, el abandono del racionalismo, la recuperación de la memoria, de sentires y palabras originarios, y la humanización de la historia. La unidad entre razón, poética y religiosidad se da en los límites de lo profano, lo divino y lo sagrado». Aquí encontramos un nuevo camino, un sendero en el bosque que hay que recorrer sabiendo de su dificultad, pero también esperando encontrar espacios de vida y de luz que puedan iluminarnos y confortarnos. No se trata de abjurar de la razón, se trata de activar una razón más incluyente, que vaya más allá de una razón objetivante y empirista, una razón amplia. La defensa de lo humano en toda su amplitud y radicalidad se encuentra en la reactivación de esta perspectiva. A esto nos llama María Zambrano.

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1 ZAMBRANO, M., El hombre y lo divino, en Obras Completas III, Barcelona,
Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2011, 114.
2 IBID., p. 112
3 IBID., p. 217-218.
4 IBID., p. 194.
5 CLAVO M. J. «El pensamiento de María Zambrano (1904-1991)» Se trata de un artículo
inédito de un libro colectivo en preparación AGUIRRE ORAA J. M. (Ed) Historia de la
filosofía española. Siglos XIX, XX y XXI
6 ZAMBRANO, M., Op. cit., p. 108
7 IBID., p. 108-109
8 LIZAOLA J., «Las categorías de lo sagrado y lo divino en María Zambrano», en Aurora
Papeles del «Seminario de Maria Zambrano», nº 18, 2017, p. 95.

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad ,

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