Ser apóstoles…
“Todo lo puedo en aquel que me da fuerza”
(Flp 4,13).
Pero la respuesta raramente resulta difícil al primer llamamiento. La dificultad llega más tarde, cuando los errores, el cansancio, los fracasos y el decaimiento han invadido el alma del apóstol. Se había disparado como una flecha: “Vais a ver lo que vais a ver. Ellos (los viejos) no comprendieron nada“. Pero un día, como el profeta Elias, se comienza a murmurar: “Basta, Yavé! Lleva ya mi alma, que no soy mejor que mis padres” (1 Re 19,4). […] Al apóstol le sucede lo mismo que al profeta: su verdadera respuesta, su verdadero compromiso, no vienen sino en un segundo tiempo. […]
[…] Lejos de ser una contraindicación, la prueba del acerbo descubrimiento de nuestra incapacidad fundamental constituye el auténtico punto de partida: lo anterior no había sido más que un galope de ensayo, cuyo aspecto brillante ocultaba su fragilidad. Dios tiene su método, y raramente lo cambia. […]
Es capital para los apóstoles comprender la necesidad de esta purificación: Dios prende en nosotros una llama, pero es preciso que ésta consuma primero lo más humano de cuanto hay en nosotros, nuestras atracciones, nuestra naturaleza, nuestras inclinaciones. No es que la naturaleza y la inclinación de nuestras actitudes sean malas; Dios elige a sus servidores y los califica, pero es necesario que todo eso desaparezca en una alquimia misteriosa hasta tener como único motivo de acción el llamamiento de Dios, que envía: “In nomine Domini” (la divisa de Pablo VI).
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J. Loew,
Perfil del apóstol de hoy,
Verbo Divino, Estella 31969, pp. 32-34, passim
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