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“¿Es la Biblia “Palabra de Dios”?·, por Consuelo Vélez

Miércoles, 13 de octubre de 2021
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Un-hombre-estudia-la-Bibliaestudios-biblicosDe su blog Fe y Vida:

“Veo tanta ingenuidad en los que nutren su vida con otras tradiciones que creen que todo lo que leen es verdad absoluta”

Hay mucha gente que relativiza la palabra de Dios porque está cansada de que se haya invocado tantas veces para mantener doctrinas o leyes que más que ayudar a las personas, les ponen cargas pesadas sobre sus hombros

Durante muchos siglos se leyó la Biblia de manera literal y se la invocó para afirmar que Dios dice esto o aquello. Por supuesto la ingenuidad o ignorancia sobre esa lectura literal es evidente

Es urgente una formación bíblica adecuada que muestre que aquello es una deformación y que, bien interpretada, es palabra de Dios en la medida que usando mediaciones humanas nos da testimonio de cómo descubrir la presencia de Dios en nuestra historia

Planteo esta pregunta de si la Biblia es “Palabra de Dios” porque últimamente he escuchado algunas afirmaciones que parecen relativizarla, también porque mucha gente no cae en cuenta de lo que significaría esto si lo creyéramos a fondo y, finalmente, porque otras personas buscan “palabras de sabiduría” en muchos otros escritos fuera de la tradición cristiana y, sin duda, les ayudan mucho para su vida.

Vayamos por partes. En el primer caso, hay mucha gente que relativiza la palabra de Dios porque está cansada de que se haya invocado tantas veces para mantener doctrinas o leyes que más que ayudar a las personas, les ponen cargas pesadas sobre sus hombros. Ante esto hay que reconocer que la interpretación adecuada del texto bíblico es una conquista “relativamente” reciente y por eso durante muchos siglos se leyó la Biblia de manera literal y se la invocó para afirmar que Dios dice esto o aquello. Por supuesto la ingenuidad o ignorancia sobre esa lectura literal es evidente. Por ejemplo, se toma al pie de la letra que Jesús calmó la tempestad (Mt 8, 26) pero no se toma al pie de la letra el que “si tu ojo es ocasión de pecado, arráncatelo” (Mt 5, 29).

Ya es una afirmación aceptada por la Iglesia que la Biblia fue escrita mucho después de que suceden los acontecimientos que allí se narran y no con la intención de relatarnos detalles precisos de lo que allí pasó sino de testimoniar la presencia de Dios a favor de su pueblo en esos acontecimientos que se cuentan allí. Lo hacen con los géneros literarios de su tiempo y desde las categorías y esquemas de su contexto. Por eso es imprescindible utilizar los métodos exegéticos y hermenéuticos adecuados para entender el texto. Ahora bien, aunque esa tarea es propia de los/as biblistas, no significa que no se enseñe a todo el pueblo de Dios que para acercarse a dicho texto hay que hacerse por lo menos dos preguntas básicas: ¿Qué quiso decir el autor bíblico con ese texto en su contexto? ¿Qué dice ese texto bíblico hoy para nosotros? Sin olvidar que las circunstancias son distintas y que la biblia no es un recetario para aplicar literalmente sino un horizonte de sentido para interpretar nuestro presente.

Es decir, lo que es “Palabra de Dios” no es la literalidad del texto sino el testimonio de fe que los autores/as sagrados nos han dejado en el texto bíblico -una maravillosa mediación humana para mantener en el espacio y tiempo dicho testimonio-. Por lo tanto, tienen razón aquellos que ya están cansados de escuchar predicaciones bíblicas fundamentalistas o literales que no se entienden para el hoy. Por eso es urgente una formación bíblica adecuada que muestre que aquello es una deformación y que, bien interpretada, es palabra de Dios en la medida que usando mediaciones humanas nos da testimonio de cómo descubrir la presencia de Dios en nuestra historia.

En el segundo caso, también es entendible que una tradición tan antigua se vaya desgastando y, más si no se actualiza. Con lo cual, en cada Eucaristía escuchamos al finalizar las lecturas que el lector dice: “Palabra de Dios” y el pueblo responde: “Te alabamos Señor” o “Gloria a Ti, Señor” en el caso del Evangelio. Pero se ha vuelto tan rutinario o se motiva tan poco esa lectura o se explica tan mal esa palabra que la gente no permanece atenta o no llega a “saborear” lo que eso significaría si lo creyéramos a fondo. No estamos escuchando una palabra cualquiera sino una que nos hace posible que sepamos cómo han entendido a Dios los que nos precedieron y cómo podemos entenderlo nosotros hoy. Eso sí, con la humildad suficiente de saber que lo que entendemos sobre Dios siempre es mucho menos de lo que Él es y que como está mediado por nuestra comprensión, podemos matizarla y señalar nuevos aspectos, en la medida que seguimos meditando sobre ella. En este último sentido, si creyéramos que la Biblia es Palabra de Dios, la tarea teológica se referiría mucho más a ella, no solo invocándola para “justificar” alguna idea que decimos, sino para dejarnos sorprender y enriquecer con lo que ella nos dice -ya que es una palabra viva, no muerta-. Pero, como ya lo he dicho otras veces, muchas publicaciones teológicas y muchos eventos académicos, adolecen de la perspectiva bíblica a la hora de presentar sus reflexiones.

Finalmente, nuestro mundo ya esta mucho más configurado con la pluralidad de expresiones culturales y religiosas. De ahí que la cercanía con otras maneras de ver la vida, de darle sentido, de enriquecer las comprensiones ya es una práctica adquirida. Y, resulta una experiencia muy rica -como variada y polifacética es la vida humana-, reconocer que toda la verdad o la manera de ver las cosas, no la tenemos desde la tradición cristiana y que hay muchos libros de sabiduría que nos ayudan y enriquecen. Pero dos observaciones sobre esto. La primera, para los que somos cristianos ojalá que no perdamos la riqueza que nuestra propia tradición nos regala y siga siendo fuente de sentido para nuestra vida. La segunda, saber que con cualquier otro libro de sabiduría hay que tener el mismo cuidado interpretativo que señalé para la Biblia. A veces, veo tanta ingenuidad en los que nutren su vida con otras tradiciones que creen que todo lo que leen es verdad absoluta. Eso también puede revelar una ignorancia o ingenuidad total, admitiendo a veces planteamientos que rayan con lo absurdo. Como toda mediación humana, cualquier horizonte de sentido que se proponga, puede tener errores, manipulaciones, intencionalidades que nos siempre son positivas. Ojalá que el discernimiento sea siempre la actitud para acercarnos a todo libro de sabiduría, pero, a los que nos ha constituido la tradición cristiana, sería muy importante, no olvidar la profundidad de lo que creemos: en una mediación humana -bien interpretada- Dios nos habla como un amigo y su palabra es viva y eficaz, capaz de penetrar el alma y el espíritu y discernir los pensamientos y las intenciones del corazón (Cf. Hb 4,12).

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Y, si Dios fuera Ateo

Jueves, 23 de septiembre de 2021
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61LPa09QdcLJuan Zapatero Ballesteros,
Sant Feliú de Llobregat (Barcelona).

ECLESALIA, 10/09/21.- Alguien dijo en su día “Si las vacas pudieran imaginar a Dios, lo imaginarían en forma de vaca”. Y es que parece ser que existe una tendencia innata a que la persona imagine con forma humana todo ser espiritual o materialmente invisible. De hecho, ya en el siglo V antes de Cristo, el filósofo griego Jenófanes de Colofón criticaba la concepción antropomórfica que se tenía de los dioses, representados siempre con formas humanas diversas. En el caso de las religiones monoteístas, con formas masculinas, todas ellas, y con facciones externas que dejan entrever poder, sobre todo; de hecho en la liturgia cristiana la mayoría de las oraciones comienzan precisamente con estas palabras u otras muy parecidas “Oh, Dios todopoderoso…”.

Pues bien; esto que sucede a nivel físico y exterior, suele pasar también a nivel de cualidades y valores; en este sentido, el Dios de estas tres religiones posee virtudes, nunca defectos evidentemente, en el grado más elevado y superior respecto al que tienen las personas creyentes en ellas; tales, como por ejemplo, la bondad, la misericordia, la benevolencia, etc. Curiosamente, yo supongo que de manera totalmente inconsciente, a este Dios también se le atribuyen maneras de ser, de pensar y de actuar humanas; algunas veces, cuando son positivas, en el grado más excelso, como acabo de decir; otras, en cambio, intentando proyectar en Él nuestros deseos de superar las propias deficiencias, por un lado, o de hacerle partícipe de nuestras concepciones personales por lo que a la vida, al cosmos y a las cosas se refiere; también en cuanto al modo de concebir, entender y practicar la religión, posiblemente con el fin la mayoría de las veces de convencernos y de justificar de esa forma que estamos en lo correcto. Podríamos decir, por tanto, que, si es verdad que Dios no puede experimentar, en cuanto a la actitud de creer, las vicisitudes, oscuridades y dudas que puede llegar a experimentar en general toda persona creyente, sí que puede “creer”, de hecho “cree”, solamente que en grado excelso y absoluto; ello quiere decir que, para nosotros de alguna manera, “Dios es creyente”. Y que bien sería que fuera así para que nosotros pudiéramos justificar con ello en algunos momentos nuestros trapicheos y actitudes poco humanas, poco religiosas y nada cristianas en el caso que nos atañe.

Aunque las gustaría a muchas y muchos, en primer lugar, que Dios creyera a pie juntillas en la carrera “meritoria” que, por cierto, tanto suele complacer, en mayor o menor nivel, a la mayoría de creyentes, por no decir a todos, de cara a ser queridos por Él, a serlo con más intensidad o a que no lo fueran otras personas por no haber hecho tales méritos o no haberlos hecho en la cantidad suficiente, cabe decir que el Dios que mostró Jesús en el Evangelio no cree en absoluto en ninguna de esas nimiedades, menos aún, cuando se pueden cuantificar y medir, por ser visibles, tal y como mandan los “cánones”, no fuere que conciencias “laxas y permisivas”, a nivel religioso, denominasen mérito a cualquier acto de la voluntad. Por eso precisamente, el propio Jesús ya tuvo que salir a zanjar esta visión, cuando “un rico se jactaba de poner pingües monedas en el cepillo del Templo frente a una pobre viuda que había dejado unos céntimos” (Lu 21,1-4).

Dios está muy por encima, también, de dogmas y verdades religiosas; sobre todo, cuando la vivencia de dichos dogmas y verdades resultan muchas veces totalmente estériles, por impedir o, en el mejor de los casos, no ayudar a asumir un compromiso verdadero con la vida de las personas y el entorno que las rodea “Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó…” (Lc, 10,30-37).

No cree, tampoco, en el culto ni en las prácticas religiosas, cuando se las otorga finalidad en si mismas o se las concibe como el camino más expedito para mostrar el amor que se le rinde a Él “por encima de todas las cosas”; ignorando que el verdadero amor a Dios es inseparable del amor a las personas (Mt 22, 36-39).

Dios no cree, sencillamente porque es contrario a su esencia, en el Bautismo como requisito para convertir hijas e hijos suyos y en miembros de “su pueblo” a todas y todos cuantos reciben dicho sacramento; sin menoscabo, evidentemente, de la preeminencia que deben tener en ese “pueblo” quienes reciben el sacramento del Orden Sacerdotal. Y no cree en un sacramento como único instrumento de filiación, porque para Él la vida es, por encima de todo, el gran y verdadero sacramentos “Yo soy el que soy” (Ex 3,13-14); una vida, por cierto, de la que muchos no participan o lo hacen casi vacía de dignidad.

Tampoco cree en una Iglesia donde solamente los varones tienen acceso a los ministerios sagrados y, por tanto, solamente “ellos” pueden estar al frente de las comunidades, pudiendo solamente “ellos” también, valga la redundancia, presidir la “Cena del Señor” y perdonar los pecados.

No solamente no cree, sino que detesta con todas sus fuerzas, que la versión del libro del Génesis “Varón y hembra los creó” (Gn 5,2), se corresponda con los parámetros morfológicos, psíquicos y afectivos que el vulgo ha venido manteniendo como naturales desde antiguo; resultando así más fácil distinguir la rectitud de la perversión y, por ende, la moralidad de la inmoralidad. Y ello, precisamente, por haber entendido de manera literal la versión de dicho libro.

No; nos hemos topado con un Dios que no solamente no es creyente, sino más aún, que muestra un profundo “ateísmo” en estas y otras muchas cuestiones, cuya lista sería casi interminable. Y, todo ello precisamente, porque es un Dios que ama la vida y ama a todos los hombres y mujeres de manera totalmente generosa y gratuita.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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