“Una Cuaresma provocativa e impertinente”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF
De su blog Kristau alternatiba (Alternativa cristiana):
Me gustaría introducir la Cuaresma ofreciendo algunas ideas pastorales, junto con algunas consideraciones deliberadamente provocadoras. Impulsos visionarios –no me atrevo a llamarlos proféticos– para desear que todos vivamos un tiempo incómodo, que nos escandalice, que nos sorprenda y nos obligue a perder el control sobre las situaciones, sobre las certezas que hemos acumulado. Lo cual nos lleva a buscar no solos sino, a través del Espíritu, junto con las comunidades a las que servimos.
Un tiempo que en sí mismo no quiere dar respuestas, sino abrirnos a preguntas generadoras, preguntas para habitar en estos cuarenta días. No son las respuestas las que desencadenan las conversiones, sino las preguntas reales y auténticas. No es el cómo ni el qué lo que nos mueve: estos son ámbitos que nos hacen sentarnos, problematizar, a sentirnos aplastados…
Es el “por qué”, o “el cómo sería si”, lo que se convierte en la pregunta generadora de todo espíritu narrativo, como bien lo describió Paul Ricoeur en su ensayo “Tiempo y narración”: la acción metafórico-simbólica rompe la referencia descriptiva, liberando una radical poder que nos cuenta nuestro ser-en-el-mundo. Se genera una impertinencia, pero ésta se realiza y alcanza una significación ontológica (conversión profunda del ser) sólo si se metaforiza el verbo ser mismo y nos percibimos como un ser-como o un ver-como, ampliando nuestra existencia.
“Es precisamente a las obras de ficción a las que debemos en gran medida la ampliación de nuestros horizontes de existencia. Las obras literarias representan la realidad aumentándola con todos sus significados gracias a la capacidad de abreviación, saturación y culminación, maravillosamente ilustrada por la construcción de la trama”.
La Cuaresma, tiempo que nos exige atravesar la oscuridad de la existencia para llegar renovados a la luz de la Resurrección, se caracteriza en la tradición cristiana por tres grandes «signos» o «prácticas de conversión»: la limosna, la oración y el ayuno.
Estas prácticas, como indica Jesús en el Sermón de la Montaña -Mt 6,1-18-, tienen una doble función: por una parte son condiciones que favorecen un proceso de cambio profundo, por otra son expresión tangible de esta transformación que no es sólo fruto del compromiso personal, sino que encuentra su fuente en el Padre.
Estos tres «signos» no sólo son importantes para cada creyente en el camino de la conversión, sino que tienen un valor que podríamos definir «pastoral» y, por tanto, válido para la comunidad cristiana. Para nosotros son tres movimientos que deben interpelarnos, tres signos de impertinencia espiritual capaces de ampliar nuestra existencia. La Cuaresma no es un tiempo de mortificación, sino de expansión, de liberación de una muerte que ha ocurrido, pero que aún no hemos procesado.
Sí, ha muerto una época. Sí, ha muerto un modelo de Iglesia, ha muerto un cristianismo y sus formas. Liberémonos de ese hedor que, si no lo percibimos, es indicio de muerte interior. He aquí el poder de la impertinencia que puede darnos un empujón: como un interrogante provocador que reanima un corazón «lento y dormido» -es la expresión que usa Lucas para describir el corazón de los dos de Emaús- para ayudarnos a levantarnos de nuevo y vivir la nuevo que ya esta aquí.
1.- La limosna
Una característica de la práctica de la limosna descrita por Jesús es el secreto del gesto de caridad. La eficacia de esta práctica está directamente ligada a la capacidad de descentralizar y actuar en secreto, dando así al otro el lugar principal.
Desde el punto de vista pastoral, esto podría significar operar una sana descentralización desde nuestros centros pastorales: desde las Curias, desde las parroquias, desde las oficinas centrales,…, para dar ‘secretamente’ a las comunidades cristianas esparcidas por los territorios la posibilidad de crecer en libertad.
Si antes en el centro estaban los motores que hacían funcionar la máquina diocesana o parroquial o congregacional o…, ahora se trata de lograr que se desarrollen experiencias semiespontáneas, difundidas entre los lugares de la vida ordinaria. ¿Tan ilusorio es cambiar por el simple hecho de no cambiar?
¿Por qué no aceptar el escándalo o la impertinencia de reducir los cargos de una Congregación, Diócesis, Curia,…, a sólo tres o cuatro? ¿El escándalo de dejar de utilizar términos como Director, Colaborador, Oficina, Superior,…? Si estoy llamado a animar y desarrollar un área o zona, ¿qué utilidad tienen estas expresiones y los modelos que hay detrás de ellas? ¿Cómo sería una Curia compuesta sólo por 4 áreas -sólo a modo de ejemplo-: generatividad, fragilidad, responsabilidad, belleza…-) en las que injertar el ADN de la acción divina/pastoral (liturgia, caridad y anuncio)? Dividir lo que debería estar unido por su naturaleza genera ciertas patologías pastorales que están ante nuestros ojos. ¿Y qué sería si dentro de cada área, en lugar de un director, tuviéramos un referente/responsable de la liturgia, uno de la caridad y uno del anuncio dentro de un juego trinitario, relacional, recíproco?
Por supuesto, esta perspectiva exige una decisión firme y segura de “perder el control”, renunciando a la estabilidad de las estructuras y los programas. Pero quizá abre algún espacio para ese secreto tan querido por el Padre, que prefiere la gratuidad y la libertad del don.
2.- La oración
El Señor Jesús nos invita a redescubrir una intimidad profunda en la oración y a no perdernos en demasiadas palabras, yendo directo a lo esencial. La oración es un vínculo íntimo con el Padre que los cristianos, como hermanos y hermanas, cultivan como fuente de su ser y de su actuar.
Pastoralmente, esta “intimidad perdida” representa un estilo que hace fructífera la oración y las relaciones comunitarias. Se trata, ante todo, de volver a poner en el centro la atención al crecimiento de cada bautizado, procurando que todas las energías contribuyan al redescubrimiento de este don para la vida de cada persona.
Se trata también de hacer más cálidas nuestras comunidades, ofreciendo un contexto vital adaptado al dinamismo bautismal de cada persona, superando el anonimato, el elitismo y la indiferencia que a veces se cuelan en las rutinas de la vida comunitaria.
Se trata de poner las relaciones en primer lugar, descuidando todo lo que no vaya en esa dirección y que constituye un factor de pura administración y de mera gestión. Saber recuperar la dimensión trinitaria. ¿Quizás en las últimas décadas hemos exaltado demasiado el principio de la encarnación por encima del trinitario? ¿Tal vez la primera fue más aceptable para el individuo y el hombre autodidacta de la cultura occidental? ¿Quizás esto nos ha llevado a dejar en un segundo plano la dimensión narrativo-relacional de la experiencia espiritual?
Durante mucho tiempo hemos utilizado términos como ‘lejos’ y ‘cerca’ sin ser conscientes de que el uso de estas categorías establecía una distancia con la curia, con la parroquia, con…, y no con Cristo, pensando que la curia, la parroquia,…, era el centro. ¿Tal vez deberíamos cambiar de categorías? ¿Por qué lejos y cerca? ¿No podríamos hablar de ‘caliente’ y ‘frío’ y reconocer que un tal Zaqueo era un ‘distante cálido’, y que muchos trabajadores (¡el término lo dice todo!) son vecinos fríos o tibios?
Todavía tenemos una visión funcional y espacial (control y gestión). En nuestra cabeza siempre tenemos la idea de un centro… de donde emanan acciones. ¿Por qué? Un centro pulsante que da sentido al resto o un punto hacia el que converger y en todo caso hacia el que fluir. ¿Por qué? ¿Qué pasaría si no fuera un centro, sino un conjunto de nodos? En una era líquida quizá no basta un centro sino una red de nodos y cada nodo es un centro, un espacio de sentido que contiene el todo trinitario.
Las metáforas quizá ya no sean válidas. Pensar en la Iglesia como un cuerpo en un tiempo dinámico y fluido sería pura ideología: una visión organicista hoy superada en todos los contextos humanos. Una gran comunidad no se construye “ladrillo a ladrillo”. No es la proximidad física la que genera pertenencia y comunidad.
A veces nos dicen que una acción más cálida y relacional produciría comunidades de élite. ¿Quizás no nos damos cuenta de que nuestras comunidades hoy son puramente elitistas? ¿Por qué, por ejemplo, en un contexto parroquial de 5.000 habitantes sólo una parte muy pequeña se siente parte y experimenta una pertenencia significativa a la comunidad?
En una comunidad “cálida”, incluso un no creyente o una persona en búsqueda de sentido puede encontrar un espacio fértil de vitalidad. En el calor de las relaciones auténticas se crea espacio para el discernimiento y estamos mejor preparados para aprender la novedad del Evangelio.
3.- El ayuno
Por último, es necesario hacer espacio. El ayuno pastoral es liberación de todo lo que estorba y obstaculiza la acción impredecible del Espíritu. Se trata de reducir la saturación de las agendas pastorales para dejar espacio a lo que todavía no se entiende o no se puede ver.
Hay algunas actividades que hoy ya no tienen relevancia o ya no producen los resultados deseados. Provocan pesadez y provocan gran gasto de energía. Si queremos que las cosas cambien verdaderamente, si queremos redescubrir un nuevo entusiasmo por la misión evangelizadora, es necesario experimentar nuevas experiencias pastorales y liberar nuevas energías.
Para quien lidera una comunidad hoy es necesario encontrar el coraje de no llenar la agenda de septiembre a junio, saber salir y estar dispuesto a perder. Nuestro tiempo no está hecho para dar pasos graduales y lineales con cautela, sino que hoy necesitamos una discontinuidad generativa. ¿Es tan sabio hoy un camino lento y gradual? Quizás estaba bien en un contexto estable. En el contexto actual, en lugar de proceder mediante planificación, ¿no es quizás más apropiado actuar a través de pequeñas experiencias que permitan respirar a lo nuevo, aceptando el error en la búsqueda de lo mejor y no en la gestión de lo soportable?
Pero sobre todo es imprescindible dejar algo atrás. Ésta es la dinámica de la Pascua: para resurgir hacia la nueva luz es necesario pasar por la oscuridad del sepulcro. Para una verdadera renovación eclesial es esencial dejar de lado el viejo paradigma pastoral que hoy ya no es eficaz.
Es de desear que vivamos cuaresma pascual, es decir, no como un tiempo de mortificación sino de liberación, tratando de vivir esas condiciones de conversión que son ya signo de esa novedad que el Espíritu va introduciendo en la Iglesia: descentralizando sin miedo a perder el control, redescubriendo la intimidad y el calor en la experiencia comunitaria y haciendo espacio para experimentar nuevos paradigmas pastorales capaces de testimoniar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo la belleza del Evangelio.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
(Remitido por el autor)
Comentarios recientes