Fotos: Javier Noceti
Julio César Boffano se consagró a Dios convencido de que era el camino para un mundo más justo, más igualitario, más esperanzador. Fue seminarista, se hizo sacerdote y como estudiante viajó a la capital italiana como miembro de la Compañía de Jesús. Allá en Roma, en el corazón mismo del Vaticano, descubrió mentiras, engaños, hipocresía; advirtió que la homosexualidad campeaba entre los religiosos y que él sería “un gay más”. Presenció (y sufrió) abusos de poder. Vio que el sexo y la lascivia eran moneda corriente y que los curas homosexuales eran más homofóbicos que la minoría, los hetero.
Tuvo sexo con practicantes, curas, obispos y cardenales. Hasta que uno de sus amantes, como Dios lo trajo al mundo -nunca mejor aplicado- y con una copa de champán en la mano, se burló del Todopoderoso. A Julio le empezó a caer la ficha: el importante religioso, sin la sotana (y despojado de toda prenda), se mofaba de todo en lo que él creía y en lo que el propio cardenal juraba creer. Algo no andaba bien, no cerraba.
Julio se asumió gay, y un día se lo contó a otro cura. Este le dijo que él también era gay y estaba orgulloso de serlo. Lo besó y lo invitó a la cama. Julio frecuentó saunas y boliches gays, y allí siguió cruzándose con muchos religiosos que en los pasillos del Vaticano se hacían los nunca vistos. Se unió a un grupo de curas homosexuales preocupados por la homofobia de la Iglesia Católica. Buscaban entender cómo podía ser que la Iglesia Católica promoviera la familia tradicional y despreciara la homosexualidad, si ellos, los elegidos de Dios, eran homosexuales. En esas reuniones discutían, reflexionaban, cenaban… y también tenían sexo entre ellos.
Julio César Boffano (54), ex cura devenido en político frenteamplista, hoy es concejal del municipio B de Montevideo, y trabaja como consultor en derechos humanos y comunicación integral. Acaba de lanzar su libro autobiográfico (Conocerme me hizo libre, de editorial Planeta) donde narra sus vivencias como cura en el cerno mismo de la Iglesia Católica Apostólica Romana. Denuncia vidas paralelas, privilegios y abusos, como el que le tocó vivir en carne propia cuando era solo un niño y el DT del baby fútbol en Paysandú le dijo que tenía que tomarle las medidas para el short y se lo llevó al vestuario.
Boffano asegura que los depredadores sexuales en la Iglesia se sienten redimidos o exculpados. Se convencen de que no están rompiendo el celibato por tener sexo con varones (muchas veces niños), dice. Y cuando alguno es denunciado, es transferido a otro destino, dado el sentido sanador del perdón.
-¿Por qué escribir un libro con tus vivencias como excura gay?
-Hace muchos años que Claudia Garín (editora de Planeta) me venía insistiendo con que mi historia era buena para un libro. Yo le decía que no. Hubo un momento en 2017, cuando yo estaba en Roma, ella me volvió a decir. Y le dije: “Está bien, ahora sí, estoy preparado”. Lo empecé a escribir recién en 2019. Me costó porque me removió muchas cosas, tuve que volver a hacer terapia en el medio del libro, tuve pesadillas. Me costó mucho contar el tema de mi abuso, que no lo sabía nadie. Eso para mí era muy importante: contar eso, cómo se pasa de víctima a sobreviviente y lo que implica para un varón. Eso está invisibilizado para los varones, hablo de reconocer que fuiste víctima de abuso sexual, de que fuiste violado. A la editorial le interesó más lo del ex cura gay y todo lo que viví adentro de la Iglesia. Me pareció importante que se supieran muchas cosas.
-Tu libro, biográfico y catártico, denuncia abusos sexuales en la Iglesia, habla de vidas paralelas, de hipocresía y doble discurso, y de cómo la Iglesia Católica es homofóbica, pero una gran mayoría de los curas en el entorno del Vaticano son gays. Decís: “Leyendo en investigaciones y relatos de religiosos que se apartaron de la Iglesia, descubrís que en el Vaticano la gran mayoría de los obispos y cardenales son homosexuales, entre estos, muchos practicantes. En la interna se refieren a ellos como ‘los que cantan en el coro’ o ‘los de la parroquia'”. Citás al periodista francés Frederic Martel y agregás: “La homosexualidad se extiende a medida que se asciende en la jerarquía católica, la proporción de homosexuales aumenta y en el colegio cardenalicio esta es la regla, la heterosexualidad es la excepción”. ¿No es una exageración?
-Eso es lo que te hace creer la Iglesia Católica. Es lo que la gente necesita creer: que estoy exagerando. No lo podés procesar, es muy difícil, es como el tema de los abusos. Pero Martel, que hizo una investigación de 500 páginas, lo demuestra con muchos testimonios y fuentes. Y es algo que sabemos. A ver, yo lo viví de adentro, me encontré con esa Roma, y fui encontrando que la heterosexualidad era la excepción. Incluso, los heterosexuales son más gay-friendly, y los homosexuales eran los más homofóbicos. Aunque yo me estuve acostando con un cura, un obispo, un cardenal, de la boca para afuera podían ser de lo más homofóbicos. Porque lo ven como un modo de proteger, un modo que no se sospeché sobre ellos. Es hipocresía.
-Incluso, más adelante decís que llama la atención que papas como Juan Pablo II y Benedicto XVI tuvieran un discurso tan homofóbico, cuando estuvieron rodeados de gays…
“La prostitución masculina gay en Roma se mantiene, y en gran parte gracias a los curas. Y es horrible, es una pena, es una tristeza. Pero funciona así. Ahora con Francisco los curas tienen mucho miedo”
-Totalmente. Casi todos los curas, y los cardenales y los obispos, y los secretarios de esos dos papas eran gays. Y muchísimos practicantes. Pero no se dice, y no existe algo que no se dice. El pecado era decirlo, no hacerlo.
-En los alrededores de la estación de trenes romana, en Termini, “curas, obispos y cardenales del Vaticano” van a buscar trabajadores sexuales inmigrantes e indocumentados para tener sexo por un puñado de euros. Supongo que iban a buscar inmigrantes indocumentados porque al estar en una situación de irregularidad, no los podían denunciar. Por eso cuando había chantajes o robos, los religiosos nunca denunciaban. ¿no?
-Claro, los curas calladitos la boca. Y eso sigue pasando, mirá que yo viajo bastante a Roma y lo compruebo cada vez que voy. La prostitución masculina gay en Roma se mantiene, y en gran parte gracias a los curas. Y es horrible, es una pena, es una tristeza. Pero funciona así. Y ahora con un gran miedo, además, porque Francisco, que también está rodeado de muchos gays (no tantos como los dos anteriores), con Francisco los curas tienen mucho miedo. Ahora soy yo el que los protejo: les digo: “che, cuídate, no me mandes tal cosa, no te hagas ver conmigo cuando estoy ahí”.
-Menuda tarea la de asumirse gay en el Vaticano, ¿no? La enorme mayoría no se asumía, no había salido del closet. Y a vos te costó mucho encontrar el momento de planteárselo a un cura que escogiste para confiárselo. Y en el momento en que te decidís, el cura te contesta: “Yo soy gay, estoy orgullo de serlo” y te besa en la boca… Supongo que te habrá descolocado.
-¡Totalmente! Mirá, hablamos mucho de salir del armario. Pero, ¿qué significa? Vos tenés que decírtelo vos mismo. Yo me lo decía: “No hay caso, me gustan los hombres”. “Tengo que decírselo a alguien”, ese es el siguiente paso. Elegí un cura que me inspiraba confianza. Entonces le dije: “Creo, me parece, que soy homosexual”, como con miedo… Y él me dijo esas palabras: “Yo soy gay, estoy orgulloso de serlo”, y me encajó un chupón. Y sí me descolocó, pero me gustó al mismo tiempo. Y enseguida me dijo: “¿Querés hacer el amor conmigo?” Yo le dije que sí, pero no pude. Fuimos a la cama, pero no pude. Me apabulló la situación. Y eso es también un abuso, un abuso de poder. No se hace eso. Después descubrí que eso es muy común, sobre todo con los nuevos.
-¿Cómo podés ser un elegido de Dios, si la Iglesia condena la homosexualidad? ¿Te hacía ruido eso?
-Claro. Vos sentís que sos homosexual -que fue lo que me pasó a mí-, y te preguntás: “¿Cómo puedo ser homosexual y el elegido de Dios?” Te están diciendo que eso está mal, que es antinatural. Entonces, tenés que ocultarlo, tenés que negarlo, entonces se va creando esta doble vida, estas hipocresías. Yo sí tuve doble vida, pero nunca la hipocresía de salir a hablar en una homilía contra la homosexualidad o contra los divorciados. Fui muy coherente conmigo mismo.
Yo me acuerdo de mi juventud, que los curas a los que eran maricas, amanerados o lesbianas, eran discriminados. Entonces te preguntás: “Dios me eligió, pero yo siento esto… ¿Cómo es? ¿Dios se equivocó? ¿Yo me equivoqué?” Hasta que hice todo el proceso y terminé concluyendo: “Dios no tiene nada que ver con esto… O tiene todo que ver: me eligió gay, me creó gay y me quiere gay”.
-Decís, al comienzo del libro: “Ingresé en la vida religiosa y me convertí en un gay más en una gran comunidad masculina, donde el sexo es moneda corriente, y donde a partir de esos vínculos uno puede ascender y asegurarse una vida de privilegios”. ¿Qué tan moneda corriente es el sexo? ¿Quiénes son los privilegiados para ascender, y en detrimento de quiénes?
-Los curas heterosexuales no es que no tengan relaciones sexuales, lo que pasa que para ellos es más complicado porque, justamente, la mujer en determinado momento te dice: “Bueno, elegí” o “quedé embarazada”. Y ahí hay que tomar una decisión.
“Yo en el Vaticano elegía: ‘Aquel. Me quiero acostar con aquel’. Eso tenía que ver con que yo era joven, desfachatado y tenía una gran autoestima, pero después empecé a pensar: ‘Este no es el Julio con el que yo soñé'”
El sexo es moneda corriente si vos elegís que así sea. Muchos curas lo reprimen y lo canalizan por otro lado: con el poder, con un súper auto, con cargos o lujos. Es moneda corriente porque -como me pasó a mí- cuando empezás a tener sexo en Roma empezás a descubrir que es un montón de gente… que tus propios compañeros, que los curas que conocés en el Vaticano. Yo en el Vaticano elegía: “Aquel. Me quiero acostar con aquel”. Eso tenía que ver con que yo era joven, desfachatado y tenía una gran autoestima, pero después empecé a pensar: “Este no es el Julio con el que yo soñé en Paysandú, en la Pastoral Juvenil de la Iglesia. ¿Qué estoy haciendo?” ¡Sí que se puede ascender! Se puede ascender si ese es tu propósito. Si yo me acuesto con un cardenal, ahora mismo, por ejemplo, pero no sería yo… Y eso fue lo que me salvó. Fui yo que tomé la decisión de alejarme, porque no podía estar como víctima y sobreviviente de abuso en un lugar donde eso se sigue escondiendo.
-Llegaste a Roma por primera vez en 1998 para vivir y estudiar con los jesuitas, en el edificio Il Gesú. Fuiste a estudiar a la Universidad Gregoriana, fundada por Ignacio de Loyola, en el corazón del Vaticano. Vos decís que te educaban para “conocerte a tí mismo”, pero siempre cuando seas funcional al sistema. Empezaste a estudiar la teología de la liberación, que decís que es perseguida por la Iglesia Católica. ¿Por qué?
-La teología de la liberación no solo fue perseguida, fue prácticamente exterminada por la Iglesia Católica. Ahora surge de algunas otras iglesias y algunos movimientos de gente de los 70, pero fue prácticamente exterminada. ¿Por qué? Porque la teología de la liberación está vinculada con las izquierdas, en general, y porque pone en el centro a las personas con sus derechos vulnerados, y poner en el centro a las personas con los derechos vulnerados, que tienen que ver con el Jesús en el que yo creo… Eso cuestionó las estructuras de la Iglesia Católica, cuestionó las visiones teológicas, cuestionó el poder el Vaticano.
A mí me gusta hablar de muchas iglesias dentro de la Iglesia Católica, porque al mismo tiempo tengo que ser respetuoso con una cantidad de gente que conozco, que quiero y que sé que se juegan la vida, y que están convencidos y hacen trabajos maravillosos. Pero tenés que saber que hay cuestiones en las que no se puede ser cómplice, porque traicionan y crucifican al Jesucristo en el que decís creer.
-En Roma comenzaste a frecuentar los saunas y boliches gays. ¿Ahí te cruzabas con otros curas gays, obispos, y gente del entorno del Vaticano?
-Sí, sobre todo con compañeros de mi comunidad. Y al otro día hacíamos como si nada. Me acuerdo que una vez uno me dejó una cartita en m cuarto diciéndome: “Tendríamos que ver por qué nos vimos en el lugar que nos vimos”. Y yo, que soy muy de encarar, lo encaré y le dije: “Che, ¿querés que hablemos?” Se puso todo colorado, le dio vergüenza; ahí empecé a descubrir… después conocí un decano de la facultad, y cuando conocí a uno que me presentó un cardenal, ya no precisé más ir a los saunas, porque el sexo lo tenía ahí mismo, en el Vaticano. Y no tenía que estar pagando la entrada de los saunas.
-¿Cómo es eso de que concebían al celibato como tener sexo con alguien de otro sexo, y si era entre personas del mismo sexo no estaban violado el celibato? Se hacían trampas al solitario…
-Eso parece joda, pero era así, y sigue siendo así. El celibato estaba concebido para las relaciones heterosexuales. Nosotros renunciamos a un vínculo con mujeres, porque como no se asume la homosexualidad… Y la mayoría de los casos de curas abusadores lo hacen con varones usan eso como excusa: “Yo no cometo una falta contra el celibato porque tengo relaciones con varones”. Y todavía hay gente que se lo cree, yo lo agarraba para la joda. Pero la concepción del celibato es heterosexual, ¡cuando la mayoría son gays!
-Tuviste un romance con “su eminencia, el cardenal Fulano” que era tu protector. ¿Recibiste beneficios o fuiste privilegiado por estar con él? Contás que por estar con él te enterabas de cosas que no debías enterarte…
-No, salvo alguna vez que me dio plata y alguna cosa… Es muy difícil entender la estructura de la Iglesia Católica, es complejo, pero digamos que yo me enteraba de cosas que tienen que ver con la curia de los jesuitas, que sí tiene que ver con este cardenal. Y sí me enteraba de cosas que no debía haberme enterado y de algún modo me podía haber ayudado. Pero yo era tan ingenuo, tan arriesgado a la vez, que nunca utilicé esa información porque no me importaba nada.
“La mayoría de los casos de curas abusadores que lo hacen con varones usan eso como excusa: ‘Yo no cometo una falta contra el celibato porque tengo relaciones con varones’. Y todavía hay gente que se lo cree”
Una cosa es coger -yo no tenía problema con eso-, pero ya usarlo para otras cosas me hubiese hecho sentir mal conmigo mismo. Entonces, no. no lo usé, no tuve privilegios y apenas pude, lo corté. Lo podría haber usado, incluso ahora, pero eso sí hubiese sido traicionarme.
-Te sumaste al grupo Inter-nos, un grupo de curas y religiosos gays. ¿Qué era Inter-nos? ¿Para qué servía?
-La finalidad era reflexionar sobre lo que vivíamos dentro de la Iglesia como curas, como religiosos gays. Éramos gays asumidos, pero escondidos… Muchas veces nos reuníamos en casa de alguno que tenía su pareja. Reflexionábamos sobre eso, cómo vivir esto, por qué Jesús nos hizo así y la Iglesia nos dice que está mal, y sobre todo, tratar de no ser hipócritas. Hacíamos reflexiones y terminábamos comiendo juntos, y a veces…
-¿En la cama?
-También, sí. Y yo cuando escribí eso dije: “Esto no tiene nada que ver con el objetivo”, pero después lo pensé. Pero muchas veces en la intimidad (no solo el sexo) te contabas cosas que a veces no le contabas a otra persona. Eso pasa habitualmente. Y fue muy importante ese grupo porque reflexionábamos, aunque no cambió nada… por ahí nos cambió a nosotros. Fuimos juntos a la Marcha Gay, por ejemplo. Y teníamos miedo de que nos descubrieran (en la Iglesia).
-Asociás a los jesuitas con la frase “los trapitos sucios se lavan en casa”. ¿Por qué?
-Porque eso lo aprendí ahí, lo aprendí en la Compañía, te lo decían permanentemente. Pero además la actitud jesuítica es esa, el jesuita que nos comemos (dulce por fuera y salado por dentro) tiene que ver con eso, con que las cosas las tenemos que ver entre nosotros. El concepto del fundador, Ignacio de Loyola, es eso: la obediencia, lo que el superior te pide es lo que Dios te está pidiendo. Y las cosas las hablamos adentro y no salen (no deben salir) de acá adentro. Son muy buenos en eso.
-En la Compañía de Jesús empezaron a vigilarte y perseguirte, porque vos eras rebelde y desobediente. ¿En qué cosas desobedecías? ¿Qué les molestaba de vos? ¿Cómo te perseguían?
-Lo que molesta en la Compañía era que te salgas de la norma de la obediencia. No si cogés o no cogés; me lo dijo un superior a mí: “No importa que lo hagas, lo importante es que no se sepa”. Lo que molestaba era la militancia explícita, que vos hagas una militancia explícita de la diversidad sexual. Por eso fue un escándalo en mi ordenación, en 2002 acá en Uruguay, sólo por agradecer al grupo de gays y lesbiana que me habían acompañado en Roma. ¡Se armó un escándalo y hasta salió en la prensa! No se hace explícito, no te salgas de la norma, no seas muy diferente.
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