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Hombre libre

Martes, 12 de noviembre de 2019
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El Dios creador es libre. La criatura humana, plasmada según su imagen, también estará dotada de libertad. ¿Qué es lo que distingue, principalmente, al animal humano de los otros animales? Sobre todo, la conciencia de sí, la voz de la conciencia, el libre albedrío, la capacidad de tomar decisiones éticas. Mientras que los otros animales obran siguiendo su propio instinto, el animal humano está en su propia conciencia en presencia de Dios, elige. Dios dice cada día al hombre: «Ante ti están la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida y viviréis tú y tu descendencia» (Dt 30,19).

       Sólo ejercitando su libertad se vuelve el hombre auténticamente humano. En un mundo que se va haciendo día a día más inhumano -un mundo aparentemente controlado por el psicoanálisis, por las estadísticas y por las máquinas-, es urgente reafirmar, por parte de los cristianos, el valor supremo de la libertad humana. No hay nada más decisivo en todo el universo que las elecciones ponderadas llevadas a cabo por personas dotadas de razón y de conciencia.

       El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, puede alabar a Dios también por este mundo, restituir a su Creador como ofrenda la creación en una acción de gracias; y, mediante este acto de oblación, el hombre llega a ser verdaderamente humano, una persona en su integridad.

*

K. Ware,
Riconoscerete Cristo in voi,
Magnano 1994, pp. 30-32, passim.

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Hombre libre

Jueves, 17 de octubre de 2019
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1Freedom.2001.Zenos-Frudakis.

 

“Si estoy entre hombres que no están de acuerdo en absoluto con mi naturaleza, difícilmente seré capaz de acomodarme a ellos sin cambiar notablemente yo mismo.

El hombre libre que vive entre ignorantes se esfuerza cuanto puede por evitar sus favores.

Un hombre libre actúa honestamente, no engañosamente.

Sólo los hombres libres son verdaderamente útiles los unos a los otros y pueden crear amistades auténticas.

Es abolutamente permisible, por el derecho más elevado de la Naturaleza, que cada uno haga uso de la clara razón para determinar cómo vivir de un modo que le permita florecer”

*

Spinoza

Baruch Spinoza

ברוך שפינוזה

(Ámsterdam, 24 de noviembre de 1632 – La Haya, 21 de febrero de 1677)

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“Mi testamento espiritual en tres mensajes”, por José María García Mauriño

Miércoles, 11 de septiembre de 2019
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mauriñoBalance fecundo de vida…

1.- Mensaje de la edad avanzada

Haber cumplido los 80 se puede decir que es una edad avanzada, pero haber cumplido los 90 es haber entrado en una edad superavanzada. Por primera vez en mi vida he cumplido 90 años. Es la primera vez que acumulo 90 años de juventud. A esta edad se piensan muchas cosas, por ejemplo, si desde que se nace, la autenticidad y profundidad de la persona radica en el ser, más que en el hacer… A cierta edad de la vida, la esencia de la persona está ya plenamente en el ser; pero el Ser está configurado por el hacer: somos lo que hacemos es una sentencia de Ortega y Gasset. Somos ahora, a la edad avanzada, lo que hemos ido haciendo a lo largo de nuestra existencia.

El hacer se va dejando para las nuevas generaciones, que lo necesitan y lo pueden hacer mejor. Saber dar paso a la juventud desde esta conciencia y disposición interior, es importante. Saber hacerse a un lado, y no pretender seguir con ciertas tareas, que se las dejamos a los jóvenes, es un acierto de la edad de la sabiduría. Esta disposición me lleva a vivir en libertad y armonía con mi ser más profundo; a habitar el fondo insondable de mi tierra, mi yo más íntimo. Y, es desde esta conciencia como vivo con gozo la propia edad, con todo lo que ella conlleva de riqueza, pobreza y limitaciones. A mi edad veo muy mal y oigo peor… Son mis limitaciones. Yo cambio de ritmo, pero no de camino; continúo por la senda de la opción por los pobres, que ha guiado mi vida entera.

En la avanzada edad las fuerzas físicas disminuyen, la energía y dinamismo no es el mismo de la juventud; todo se realiza a paso lento, con un ritmo más bien pausado, acompasado, armonioso, melodioso; se ter- minó el ritmo estridente, rápido y a veces discordante; para dar paso a otro, mucho más suave y armonioso.

En la avanzada edad se da una belleza que ni la persona misma ha llegado a descubrir, y mucho menos los que la rodean. Aprender a vivir la belleza de las distintas etapas de la vida es señal de madurez, de un buen equilibrio mental, humano y espiritual.

Las notas de la avanzada edad son más armoniosas, porque la vida ha ido modelando el ser más profundo de la persona, redondeando las esquinas y picos que hacían que la vida reprodujese muchas notas discordantes, rompiendo la armonía, el equilibrio y la belleza de la “pieza”.

Pues la vida es como una partitura de música en la que aprendemos a reproducir las notas a lo largo y ancho de nuestra existencia. La nota esencial de la vida será la muerte, asumida desde la libertad de la vida. El sentimiento de que soy una creatura limitada, finita, es el acto de mayor libertad, la nota más armoniosa y justa que podemos cantar… Aunque el “canto” sea de un hombre mayor que apenas puede ver y oye muy mal.

El tiempo no es oro, el tiempo es vida, el tiempo es historia. El Tiempo es algo más que el oro, algo que ni se compra ni se vende, se Vive. El tiempo no es dinero, el tiempo son vivencias, experiencia, sentimientos, ideas, lucha por la vida y movimiento. El movimiento que tanto asusta al poder. La vida que florece, la vida que se impone, la vida que estalla y grita y piensa y siente, asusta al poder que nos prefiere callados, quietos, como muertos.

El poder nos quiere asustados. El poder nos asusta para dominarnos. Frente al miedo retorcido que retuerce las palabras y nos retuerce el cuello, hay que oponer la valiente sencillez y claridad de ideas y la sencilla pero difícil tarea de la libertad de pensamiento. Sin libertad de pensamiento, la libertad de expresión y la democracia no valen nada.

Yo lo he recordado en múltiples ocasiones: el mandato latino de Horacio que Kant divulgó como lema de la Ilustración. “Sapere aude”. Atrévete a pensar. ¡Piensa por ti mismo! Y si te atreves a pensar, te atreverás a vivir. Solo el que se atreve a vivir, puede llegar a vivir con libertad. La vida es el arte de vivir; somos “artesanos de la vida”. Se trata de salir de la minoría de edad para pasar a la edad madura.

La libertad es un don de la avanzada edad. Un fruto que va madurando en el transcurso de la existencia y que se recoge con gozo y alegría al atardecer de la vida, como quien se encuentra con un gran tesoro. La libertad es el tesoro más extraordinario que la persona puede adquirir. La naturaleza nos ha proporcionado la libertad, esa libertad interior que siempre lleva a obrar el bien y a amar en plenitud, sin miedos. Y también a actuar con justicia y equidad, a ser lo que realmente soy sin caretas, sin armadura que me desfigure. La libertad va unida a la autenticidad, a la verdad.

También es la edad de la fe profunda, la que deja a un lado las “seguridades” intelectuales, para dar paso a la confianza plena en Jesús, fiarse de él, a pesar de la oscuridad y las dudas. Estamos en las manos de Dios. Esta es la edad del creyente, es decir, de mi fe en Jesús y en el mensaje subversivo de Jesús, del que me fío y confío más que en mis propios razonamientos.

Y en esta avanzada edad se posee un “patrimonio” unificador, el cual da seguridad, paz, confianza y gozo de la misión cumplida, del compromiso realizado. Con la edad madura todo se va unificando para vivir, en paz, la entrega, la libertad y el amor.

2.- Mensaje de Bondad

Lo importante es restaurar la BONDAD en el mundo. Hay mucha maldad en el mundo, hay mucha injusticia. Ser buenos es ser buenas personas y esto comporta una exigencia ética. “El principal talante ético es la bondad” –escribía A.Machado–. La bondad es una actitud vital ante la vida, una actitud alegre, una vida sencilla que hace cosas sencillas, ordinarias, cada día. Pero haciéndolas de forma extraordinaria se puede cambiar el mundo, decía Galeano. Significa no perder nunca el ánimo, no perder nunca la esperanza. Significa defender siempre los derechos humanos, preocuparse por humanizar la justicia, quitar el hambre en el mundo, defender siempre la libertad y los valores éticos fundamentales.

La bondad es incompatible con el capitalismo: porque es una opción de vida y nuestro actual sistema es un sistema de muerte. Quiero un mundo donde la bondad sea tan fuerte que sea capaz de acabar con las guerras y con el hambre en todo el planeta. Una bondad atravesada por la Justicia, y empapada en el compromiso por los Derechos Humanos, es una conducta solidaria y liberadora, y es propia de una buena persona.

Una bondad que toma parte y partido por los más débiles y excluidos de la sociedad es, sin duda, lo propio de una buena persona.

Una bondad llena de compasión por el sufrimiento humano, desobediente con las leyes injustas, es propia de una buena persona.

Una bondad que es incapaz de hacer daño a nadie es propia de una buena persona.

Una bondad que sabe perdonar siempre cualquier ofensa, es propia de una buena persona.

Una bondad que se acepta como la mejor persona, amiga y compañera de sí misma en esta vida, configura una personalidad muy madura.

En definitiva, una bondad que supera la mediocridad de la mayoría.

La bondad es compasión en el sentido profundo del término, y está transida de indignación ética, ya que la conmoción interna experimentada (esa es la indignación ética) se traduce en una exigencia ineludible contra la injusticia y sus causas.

La indignación ética percibe como intolerable el sufrimiento humano y reacciona frente a él, no se queda de brazos cruzados. Esta compasión, este padecer-con, siempre apuesta por el cambio transformador. Decimos esto porque el término “bueno” puede dar lugar a equívocos. Ser bueno de verdad tiene un carácter rebelde y desobediente frente al orden establecido.

La bondad no se predica, ni se enseña, ni se impone. La bondad se contagia. El que es bondadoso/a, crea un clima de bondad. Y eso cambia la vida; La de uno; Y la de los demás. Ser siempre bondadoso, reconocer los propios límites y las propias contradicciones. Sólo así podremos hacer que, pase o no pase la crisis, viviremos mejor. Y nos sentiremos mejor.

Ya sé que esto no es la panacea universal. Sería ingenuo pensar que sólo con el “buenismo” se arregla el mundo. No. Entre otras razones porque la bondad lleva consigo no quedarse callados y pasivos cuando uno ve sufrir, y sufrir tanto, a los más débiles. El que se calla, en tales condiciones, no se distingue por su bondad, sino por su cobardía, por su miedo, por intereses inconfesables. Eso no es bondad. Eso da vergüenza verlo, sufrirlo y hasta pensarlo. Porque, es un hecho, la bondad es lo que más nos asusta y hasta nos desconcierta.

No tiene nada que ver con ese dicho que “todo el mundo es bueno” (tó er mundo é güeno) o con ser un “bonachón”. Juan XXIII era el Papa “bueno” pero armó un escándalo con el concilio Vaticano II. No se trata sólo de ser mejores, de ser más buenos; lo que se pretende es organizar la convivencia para que todos y todas seamos capaces de ser felices. No es nada fácil tratar de ser buenas personas en una sociedad que se rige por códigos capitalistas.

A Jesús no lo mataron por ser “bueno”: lo mataron porque estorbaba, denunciaba a los que mantenían las injusticias y entró en un duro conflicto con los dirigentes políticos y religiosos. Sólo podremos hablar de bondad, si asumimos la tarea ética de luchar contra este (des)orden establecido por quienes se empeñan en mantener un mundo en el que sólo unos pocos viven muy bien, mientras una inmensa mayoría malvive o muere lentamente.

3.- Mensaje de rebeldía

Este es mi mensaje: Jesús dijo no podéis servir a Dios y al dinero. Yo he optado por servir al Dios de la vida y de la libertad y rechazar al dios del dinero, al dios del capital, que es el reino de la muerte y de la esclavitud.

Quiero mantener siempre vivo el espíritu de rebeldía frente a este sistema de muerte, que es lo mismo que luchar y gritar el derecho de los pobres para vivir con dignidad. Es decir, exigir el derecho de los empobrecidos a tener propiedad privada de unos bienes necesarios que les permitan tener lo indispensable para una vida humana, como pueden ser: el trabajo, la vivienda, la alimentación, sanidad (médicos y medicinas), cultura (que todo el mundo sepa leer y escribir, ocio, tiempo libre).

Cuanto mayor voy siendo, me siento más rebelde, porque sin duda veo la injusticia con mayor claridad. Soy un antisistema, (y no lo digo gritando y con el puño levantado, sino sencillamente pero con voz firme e inalterable). Soy un insubordinado de este mundo insostenible. Insisto en la necesidad de disentir, de desobedecer, de oponernos con justicia a este capitalismo depredador, este modelo injusto. No nos podemos rendir. Creo que tenemos el deber de vivir. Tenemos el deber de pensar libremente.

Tenemos también el derecho, el derecho que nos niegan quienes deberían garantizar ese derecho. Pero no se puede negar la vida, La vida vence. La vida empuja. La vida crea. Otro mundo no solo es posible, es seguro.

Cuesta aprender a vivir, es decir, amar la vida sobre todas las cosas, la vida digna, la vida humana y humanizada, una vida que reúna la humanidad, el bienestar y la justicia suficientes para ser merecedora de tal nombre. Se trata de la apasionante tarea que es vivir, aprender a vivir, que la vida puede sobre el silencio, la palabra sobre el ruido, el pensamiento sobre la sinrazón, la humanidad sobre el capital.

Esta es la edad de la fortaleza, de la serena rebeldía, de la audaz sensatez, de saber decir que NO a este sistema depredador y decir que SÍ a la solidaridad con los excluidos de este mundo.

José María García Mauriño. Madrid, 9 de agosto de 2019

Fuente Atrio

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Pascua: Celebración de la libertad

Miércoles, 24 de abril de 2019
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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El misterio de Pascua no se celebra sólo en Pascua, sino en todos los días del año… es la celebración de nuestra libertad cristiana, y reaviva nuestra misma libertad… El poder de la Pascua ha irrumpido en nosotros con la resurrección de Cristo… La Pascua es la hora de nuestra liberación… Para comprender la Pascua y vivirla, debemos renunciar a nuestro temor a la novedad y a la libertad“.

“El cristiano no tiene más Ley que Cristo. Su Ley es la nueva vida misma, que se le ha dado en Cristo. Su Ley no está escrita en libros, sino en las honduras de su corazón, no por pluma de hombre sino por el dedo de Dios. Su obligación ahora no es simplemente obedecer sino vivir. No tiene que salvarse a sí mismo; está salvado por Cristo. Debe vivir para Dios en Cristo, no sólo como quien busca salvación sino como quien está salvado.

Casi se diría que esta verdad es el gran escándalo del cristianismo. Es la piedra que constantemente es rechazada por los constructores. Es el elemento de nuestra fe que tememos y nos negamos a mirar de frente…”.

Resucito

“Para algunos cristianos, en la práctica, la cruz se ha hecho signo, no de la victoria de Cristo, sino de la victoria de la ley. Miran la cruz principalmente como el signo de ese castigo que correspondería a todos los que violan la Ley…”.

“No es la observancia de la obligación lo que nos salva del pecado, sino algo mucho más grande: es el amor“.

“No oscurezcamos el gozo de la victoria de Cristo siguiendo en el cautiverio y en la tiniebla, sino declaremos Su poder viviendo como hombres libres que han sido llamados por Él a salir de la tiniebla a su admirable Luz“.

*

Thomas Merton
Tiempos de celebración

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Jesús, el libre…

Domingo, 7 de abril de 2019
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“Jesús fue verdaderamente libre. Su libertad estaba arraigada en su conciencia espiritual de que era el hijo amado de Dios, Sabía, en lo profundo de su ser, que pertenecía a Dios antes de nacer, que había sido enviado para proclamar el amor de Dios y que retornaría a Dios después de haber cumplido su misión. Esto le dio la libertad de hablar y obrar sin tener que complacer al mundo y el poder de responder al sufrimiento de las gentes con el amor de Dios, que sana.

Por eso dice el Evangelio : ‘Toda la multitud buscaba tocarlo, porque de él salía una virtud que sanaba a todos (Lucas 6, 19).”
*
Henri Nouwen
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Jesus y la adultera

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:

“Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?”

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:

– “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.”

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.

Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.

Y quedó sólo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó:

– “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?

Ella contestó:

– “Ninguno, Señor.”

Jesús dijo:

“Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.”

*

Juan 8, 1-11

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Quizás no hemos comprendido que Jesús se ha revelado al más lejano, al más despreciado. Jesús no pide a la samaritana, a la adúltera o al ladrón que se confiesen. Pero cuando les mira con ternura infinita se rinden.

Pero, en el fondo, ¿qué es el pecado?, ¿en qué consiste el mal? Donde vemos una injusticia, un pecado, quizás Dios descubra sólo un sufrimiento, un grito de socorro que él escucha. ¿Es esto misericordia? ¿Es éste el motivo de su venida a nuestro mundo? Cuando Dios se hace hombre, todo el mal del mundo cae sobre sus espaldas. Y él de este mal sabe sacar sólo amor, amor que manifestará hasta su último aliento de vida, hasta la última gota de sangre, hasta experimentar el mayor sufrimiento humano: la muerte.

Pero luego resucita: el amor es más fuerte que la muerte. El sufrimiento padecido por todos los humanos, desde el del más pequeño, el más frágil, el todavía no nacido, el niño que nunca crecerá, hasta el del criminal o el del santo, él lo ha rescatado en su propia piel, lo ha transformado en puro amor para la eternidad. Basta que le sigamos por el mismo camino. Se trata de aceptar, de acoger el sufrimiento tratando de impedir que se transforme en mal. En el otro sólo debo ver el sufrimiento que hay que superar con el amor. Jesús asumió el sufrimiento de la Magdalena. Este sufrimiento que ella, por ligereza, o por venganza, o por miedo a sufrir, dejó transformar en pecado […].

El que se ha equivocado mucho contra Cristo pero percibe que él ha asumido todo su sufrimiento, se convierte en loco de amor por Dios y no ve la hora de hacer por los demás lo que Jesús ha hecho con él. Los verdaderos convertidos no pueden menos de asemejarse a Cristo, uniéndose en su lucha contra el mal, convirtiéndose en otros tantos crucificados clavados por el sufrimiento de los otros hasta hacerlo resucitar en amor. El mundo habla de arrepentimiento, de penitencia… es sólo el amor el que arde.

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E.-M. Cinquin,
Tufti contro, meno Dios. L’utopia di Betania,
Turín 1984, 49-52, passim.

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“El miedo a la libertad”, por Antonio Zugasti.

Sábado, 2 de marzo de 2019
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9788449322501 En 1941, en los momentos más duros de la guerra contra las potencias fascistas, Erich Fromm publica su famoso libro El miedo a la libertad, un lúcido análisis de las causas que han llevado al surgimiento y el auge de las ideologías fascistas. En él nos viene a decir que el fascismo es la expresión política del miedo a la libertad; no es un fenómeno de un momento y de un país determinado, sino que es la manifestación de una crisis profunda que abarca los cimientos mismos de nuestra civilización. Erich Fromm se refería, naturalmente a la civilización burguesa- capitalista que dominaba en ese momento en los países occidentales.

        Esa civilización, que dio origen el siglo pasado al nacimiento del nazismo y el fascismo, no sólo no se ha debilitado o reducido, sino que se ha extendido al mundo entero y domina férreamente sobre la gran mayoría de la humanidad. No resulta pues nada extraño que en ese caldo de cultivo vuelvan a surgir unos movimientos de clara inspiración fascista. Ciertamente no van a ser una copia exacta del nazismo de Hitler o el fascismo de Mussolini, pero el mismo miedo la libertad está empujándoles en idéntica línea autoritaria a irracional.

        Una característica fundamental de esta civilización es el individualismo. Ha roto los lazos que tradicionalmente unían a las personas con los grupos sociales en que estaban integradas. Unos lazos que limitaban la libertad, pero otorgaban seguridad y amparo en las contingencias de la vida. Ahora el hombre se encuentra libre, pero está solo frente al mundo. Un mundo en el que la ambición es la guía suprema de los seres humanos; y la competencia, la lucha por la riqueza, es la relación fundamental que se establece entre todos los miembros de la sociedad.

        Vivimos sumergidos en esa cultura burguesa, fomentada por unos poderosos medios de comunicación en manos del gran capital. Esta cultura habla continuamente de nuestra libertad, pero deja en la sombra los poderes económicos que configuran nuestra sociedad e influyen decisivamente en nuestras vidas. Carga sobre nuestra responsabilidad personal el resultado de todos los acontecimientos en que nos vemos inmersos. Nos invita a luchar duramente por el triunfo, pero, sí llega el fracaso, nos acusará de ser los culpables, de que no hemos hecho lo suficiente para triunfar. Oculta la existencia de unas fuerzas económicas que condenan al fracaso a la mayor parte de la humanidad. Vienen a decirnos eso de “sálvese el que pueda”, y los que no puedan, que se aguanten ¡haber luchado más! Lo que no nos dirán es que el barco no tenía suficientes botes salvavidas y forzosamente muchos tenían que ahogarse.

desobediencia-El miedo a la libertad – Erich Fromm

        El neoliberalismo está acabando con los restos del estado de bienestar, el último asidero al que los seres humanos podíamos agarrarnos para no quedar totalmente a la intemperie. Por el contrario las amenazas que el individuo debe enfrentar van alcanzado cada vez mayores dimensiones. La desocupación de muchos millones de personas debido a la crisis económica ha aumentado su sentimiento de inseguridad. La precariedad en el empleo hace vivir con la sensación de estar siempre en la cuerda floja. Vivimos en una sociedad libre, pero es una libertad que da miedo. Y el miedo es un mal consejero. La continua sensación de inseguridad provoca angustia existencial y empuja a que mucha gente busque su seguridad en la pertenencia a grupos cerrados, fundamentalistas y autoritarios. A refugiarse en nacionalismos estrechos y excluyentes, en los que el miedo a la libertad se manifiesta en el miedo y el rechazo a los otros.

Fuente Atrio

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“Harari: ¿somos libres?”, por José Arregi

Miércoles, 6 de febrero de 2019
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Yuval Noah Harari, brillante historiador y escritor judío, es también un pensador clarividente, muy informado de los últimos avances científicos y tecnológicos.

En cada uno de sus libros (Homo Sapiens, Homo Deus, 21 Lecciones) exhibe una extraordinaria capacidad de análisis y de síntesis de la historia de nuestra especie y de nuestros retos de futuro, enormes, inminentes retos. Es un centinela atento que enciende señala peligros y las alarmas: ¿qué queremos que sea nuestra especie humana dentro de 50 o de 100 años?

Uno de nuestros mayores retos es la libertad. Pero ¿qué es la libertad? Casi siempre la identificamos con el “libre albedrío”, entendido como capacidad de tomar decisiones sin estar determinado por nada.

Desengañémonos, esa libertad del libre albedrío es una quimera, insiste Harari, y todos los datos –psicológicos, sociológicos, biológicos, neurológicos– me inclinan a darle la razón en eso. Tiendo a pensar, como él, que todas nuestras decisiones son producto de mecanismos bioquímicos, de una cadena de reacciones químicas que determinan el desarrollo de un organismo vivo.

Cuando en la cabina de los colegios electorales, a solas y sin testigos escogemos la papeleta de un partido y la introducimos en un sobre que nadie podrá identificar, pudiera parecer que lo hacemos por libre albedrío. No es así.

Nuestro voto es en realidad el resultado de infinitos factores –ideas, sentimientos, hormonas y todas nuestras decisiones anteriores– que hacen que mis neuronas se inclinen por este partido más bien que por otro. Lo que no equivale a decir, cosa que Harari no explicita, que nuestras decisiones se reduzcan a mecanismos bioquímicos o a una serie de operaciones matemáticas llamadas algoritmos.

Pero esa es otra historia: cómo todo lo que emerge es más que las condiciones –átomos, moléculas, neuronas, hormonas…– de las que emerge. De menos sale más, aunque el menos y el más son categorías nuestras más que discutibles. Digamos que de lo viejo brota lo nuevo, y así sucede sin fin.

Pues bien, todos los vivientes toman decisiones, y todas sus decisiones son el resultado de una complejísima red de causas, entre los que cuentan las decisiones anteriormente tomadas. Cada decisión es una especie de “efecto mariposa”, como lo es siempre el tiempo meteorológico, como esta fina lluvia fría que cae en Aizarna, efecto final del vuelo entrelazado de miles de millones “mariposas” o causas desde la Amazonía hasta el Cantábrico.

Así es como toma decisiones la bacteria, procesando la información que es capaz de recabar. En su aparente simplicidad, se trata de una operación muy compleja. Pero mucho más complejas son las decisiones que adopta el ciclamen fucsia de la ventana. Y muchísimo más las del petirrojo que viene a picar las migajas de la terraza. Y mucho más aun las del perro: puede ladrar, atacar, acercarse y jugar, o huir…. Decidirá según le dicte el cerebro de acuerdo al sinfín de informaciones que procesar en un instante.

Nuestras decisiones son incomparablemente más complejas todavía, pero nuestro libre albedrío como tal es tan irreal como el de la bacteria, el ciclamen, el perro o el chimpancé. Solo que nuestras decisiones dependen de un conjunto infinitamente mayor de factores que en buena parte no hemos elegido nosotros.

Yo no elegí a mis padres, ni mi ADN, ni a mis 13 hermanos, ni el caserío ni la tierra en que nací, ni la educación que recibí, ni una sola de mis neuronas, ni a ninguna de las personas cuya relación más me ha marcado, ni los pensamientos y emociones que brotan en mí mientras escribo esto. Mis 86.000 millones de neuronas conectadas a través de 430 billones de sinapsis procesan una ingente información en una fracción de segundo –es increíble– y “yo” decido; se puede decir que es mi cerebro, mi unidad central de información, el que decide.

No decido, ciertamente, por libre albedrío, aunque es verdad que también mis decisiones de hoy, al igual que actúan sobre mi cerebro y su organización concreta, determinan lo que soy y lo que seré, lo que decidiré mañana. ¿Por qué decidimos? Supongo que algún día se podrá construir el algoritmo matemático que da razón de cada decisión.

Solo por nuestro desconocimiento seguimos pensando al ser humano como dotado de libre albedrío, a diferencia de los demás animales, aunque no es así en verdad. Nos diferencia el grado de complejidad, si bien cada grado de complejidad constituye un salto de “cualidad”: del átomo a la molécula, de la bacteria a la planta, de la planta al animal, etc.

Pero pensar que el grado de complejidad actual del Homo Sapiens es la cima de la evolución y la finalidad última de todo el universo es un simple prejuicio o una presunción. Lo que es cierto es que todo está abierto, que la evolución sigue y que algún día el Homo Sapiens quedará atrás, muy atrás. Y con él todo lo que pensamos sobre nosotros mismos, sobre la realidad en su conjunto o sobre Dios.

Que el Homo Sapiens es una forma pasajera me parece indiscutible. La cuestión es el modo como eso sucederá. ¿Quedará atrás, por ejemplo, como tantas víctimas de la historia o de la evolución han quedado atrás al haber sido cruelmente exterminadas por los más poderosos, o como tantos humanos han sido exterminados por los más poderosos de nuestra propia especie?

Aquí se plantea la tremenda cuestión sobre la que insiste Harari con mucha razón a propósito del libre albedrío: ¿qué pasará cuando alguna empresa o gobierno pueda disponer del algoritmo o del conjunto –aunque no sea absoluto– de las complejísimas operaciones que determinan mis emociones y decisiones?

Alguien o algo podría conocer los motivos más ocultos de todas nuestras decisiones, y podríamos acabar siendo meros títeres en manos de no sabemos quién o qué. ¿Lo vamos a consentir? ¿No está pasando ya que los fake news –difundidos por los grandes medios, elWhatsApp, Facebook…– están determinando como nunca hasta hoy la decisión de los electores y haciendo que sean presidentes enemigos de la libertad, la libertad y la fraternidad? He ahí nuestra responsabilidad humana epocal y global.

Ahora bien, ¿tiene sentido apelar a la responsabilidad si acabo de negar el libre albedrío? Me parece que sí, en la medida en que, como pienso, libre albedrío y libertad no son de ningún modo sinónimos. Harari tampoco explicita esta diferencia, aunque no la niega. Justamente, apelo a una libertad entendida como responsabilidad, independientemente del libre albedrío.

La libertad no consiste en decidir sin condicionamientos que nos determinen, sino en ir aprendiendo a decidir mejor: por la educación, la vida sana, la reflexión y la meditación, la música y el silencio, la transformación de las estructuras sociales, y también, ¿por qué no?, la neuroterapia y las pastillas…

La libertad no consiste en no estar determinado en nuestras decisiones, sino en ser conscientes –aunque sea parcialmente– de las condiciones que nos determinan, y en saber adoptar una buena decisión, “buena” en el sentido de aquella que nos permita ser más buenos y felices. La libertad no consiste en la facultad de elegir entre el bien y el mal sin determinismo, sino en querer y poder obrar el bien estando determinados.

La libertad consiste, diría San Agustín, en querer el bien y hacerlo porque lo queremos. La libertad no consiste en poder elegir entre el bien y el mal sin que nadie ni nada nos empuje o coaccione, gracias a un supuesto “libre albedrío” neutro o gracias, al menos, a un supuesto resquicio no condicionado de dicho libre albedrío: eso no existe.

Cuando deseamos algo pernicioso para nosotros mismos o los demás, no somos libres. Solo somos libres, seguiría diciendo con San Agustín, cuando deseamos lo bueno y el deseo del bien nos determina. Cuanto más positivamente estemos condicionados y determinados, más libres somos.

En conclusión, no poseemos el libre albedrío, pero podemos ser “libres”, no a pesar de los condicionamientos, sino a través de ellos. La libertad es la facultad de ser, de avanzar hacia la realización cada vez más plena de nuestro ser, nuestro ser bueno, en la incertidumbre y a tientas, en medio de todos los condicionamientos determinantes que ni siquiera conocemos.

La libertad es el poder de ser más plenamente desde los propios condicionamientos o, dicho de otra forma, sin libre albedrío. La libertad es el Espíritu o la energía material-espiritual que habita en todos los seres, también en nosotros, y nos mueve a guiar nuestra vida en medio de los innumerables condicionamientos que somos y que en una medida que también desconocemos podemos transformar, de modo que nos ayudemos a nosotros mismos y ayudemos a los demás a ser más libres, a ser más.

No poseemos, pues, libre albedrío, pero aspiramos a ser libres, a realizar cada vez más nuestro ser verdadero, es decir: a ser más felices siendo más hermanos, prójimos, buenos. Es un aprendizaje vital. Esa libertad es nuestra vocación, y nos va en ello la vida común de la humanidad y de todos los vivientes.

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Libertad y creatividad

Lunes, 19 de noviembre de 2018
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Del blog de Henri Nouwen:

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“Me sorprende constantemente el hecho de que aquellos que están más desprendidos de las cosas de la vida, que al vivir han aprendido que no hay nada ni nadie a lo que aferrarse, son las personas realmente creativas. Son libres para moverse constantemente lejos de los lugares familiares y seguros para moverse hacia las áreas nuevas e inexploradas de la vida”.

*

Henri Nouwen,
Una carta de consuelo

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Dios es grande y es libre

Martes, 9 de octubre de 2018
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Del blog de Henri Nouwen:

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“Siempre estamos tentados, de manera muy fuerte y muy sutil, de señalarnos a nosotros mismos o a los demás donde está trabajando Dios y donde no lo está, cuando está presente y cuando no lo está; pero no hay nadie, ni cristiano, ni sacerdote, ni monje, que tenga un conocimiento especial de Dios. Dios no puede ser limitado por ningún concepto humano o pronóstico. Es más grande que nuestra mente y nuestro corazón, y perfectamente libre de revelarse donde y cuando quiera”

*

Henri Nouwen

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Salir del atasco.

Miércoles, 29 de agosto de 2018
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00821-sacar-tornillo-atascado“Así como toda planta crece de una semilla y deviene, al fin, en un roble. Así un hombre se convierte en lo que ha nacido para ser. Debería llegar allí, pero la mayoría queda atascada”, dijo el psicoanalista suizo Carl Jung en 1957. Así me sentía yo hace un año cuando partí a Chile para hacer el Curso de Otoño que dictaron el biólogo y epistemólogo Humberto Maturana y su colega Ximena Dávila: atascada. ¿Quién no se ha sentido alguna vez identificado con esta sensación? En un proyecto, un vínculo, la resolución de algún asunto importante, en la búsqueda de la vocación o el tránsito de algún duelo. El atasco puede ocurrir por ausencia de movimiento, pero la mayoría de las veces suele ser un esfuerzo aparentemente estéril. Se intenta traspasar puertas, cambiar de postura, ir de un lado a otro, pero sin éxito. Es un movimiento interior que resulta extenuante.

De las conversaciones que surgieron en el curso, hubo una que me resonó especialmente, y fue en el momento en que hablábamos de la necesidad que tienen las empresas de innovar, de cambiar, y de la dificultad que existe para alcanzar las transformaciones deseadas. Maturana puso en jaque al auditorio y explicó que lo que ocurría era que estábamos errando en la pregunta. Si de innovar se trataba, la pregunta importante no era “¿Qué tengo que cambiar?” sino “¿Qué quiero conservar?”. Solo una vez que definiéramos aquello, dijo, se activaría la posibilidad de que todo cambiara en torno a lo que se conservaba.

En un momento determinado del curso, Maturana nos propuso que cada uno pensara en su propia vida y respondiera a la pregunta “¿Qué quiero conservar?”. Tamaña tarea… Podría asegurar que es infinitamente más fácil hacer un listado de las cosas que queremos cambiar de nosotros que de las que queremos conservar. Aun después de varios minutos de reflexión, yo apenas pude escribir una sola cosa: la libertad para ser capaz de vivir la vida que Dios pensó para mí, incluso a riesgo de que no coincidiera con la que yo tenía planeada. Fue una sola cosa, pero para mí fue sagrada.

Un año más tarde, pude ver que vivir sostenidamente esa libertad me llevó a que mi vida cambiara de una manera que nunca habría imaginado ni podría haber previsto. Bajé 34 kilos, solté mi trabajo en una corporación para empezar a hacerlo en una fundación y me mudé de Córdoba a Buenos Aires. La paradoja es que todos estos cambios externos me reforzaron la intuición de que el tesoro nunca está en la copa, sino que se esconde en las raíces.

Según Maturana, una de las claves para respondernos qué queremos conservar es preguntarnos antes “¿Dónde me duele la vida?”. Cuando pienso en las transformaciones que experimenté después de aquel curso, creo que no es menor el hecho de que el otoño pasado la vida me doliera en varios frentes. Venía de haber perdido de manera inesperada a personas muy queridas y aún estaba digiriendo la reciente separación de mis padres. Sentía que mi vida, tal cual la concebía, se derrumbaba sin que yo pudiera hacer nada para detener ese proceso. Fue un tsunami interior que podía ser tan devastador como fundante.

Logré tomar dimensión del proceso de fondo de los cambios posteriores al derrumbe con las palabras del filósofo e historiador de las religiones Mircea Eliade: “En la extensión homogénea e infinita, donde no hay posibilidad de hallar demarcación alguna, en la que no se puede efectuar ninguna orientación, la hierofanía [algo sagrado que se nos muestra] revela un ‘punto fijo’ absoluto, ‘un centro’ (…) Para vivir en el mundo hay que fundarlo, y ningún mundo puede nacer en el ‘caos’ de la homogeneidad y de la relatividad del espacio profano”.

En ese momento no fui consciente, pero al responder a la pregunta de Maturana lo que hice fue fundar mi mundo en un lugar más grande que mi ombligo. La vida se había encargado de echar por tierra mi omnipotencia, la de pensar que podía y debía controlarlo todo. Caídos mis sostenes conocidos, me pregunté: “¿Qué es eso que no se cae aun cuando todo lo demás se derrumba?”.

La respuesta nunca llega desde la razón, sino que aparece mientras andamos. La búsqueda de lo Sagrado, aun cuando sentía no haberlo encontrado, era en sí misma una respuesta; me daba un orden, una orientación. Intentar vivir coherentemente con el valor sagrado que de manera consciente decidí conservar me llevó a la creación de un nuevo cosmos que mi alma añoraba en aparente silencio. Un mundo que, parada desde mi ego, no había logrado construir, por mucho que hubiera intentado. Para eso tuve que, irremediablemente, emprender un camino que implicó sacrificio. La palabra sacrificio proviene del latín sacrum facere, que significa ‘hacer sagradas las cosas, honrarlas, entregarlas’. En el sacrificio sincero hay algo que ofrendo, que acepto “perder”, pero esa renuncia no es sufriente en tanto tengo conciencia de que me conduce a un bien más grande y valioso que le da sentido. Para que esto ocurra, tengo que reconocer que ese Bien, esa Presencia que me trasciende, existe.

El alma nos habla a través del cuerpo. Cuando fui capaz de registrar que mis 34 kilos de sobrepeso me estaban haciendo mal, ya no quise ser flaca. Quise ser libre. Aun de mí misma. Y eso me liberó de una carga más grande. Entendí que la verdadera libertad es autodeterminación hacia el Bien. Vivir esa libertad implicó renuncias y sacrificio, pero descubrí que mientras más nos entregamos en pos de un Bien que nos trasciende, más nos abrimos a posibilidades de transformación que nos llevan a la plenitud. Muchas veces reflexioné sobre la propuesta de la modernidad de vivir en un mundo desacralizado y racional como una suerte de evolución. Pero hoy no me quedan dudas. Mis aprendizajes del último año me mostraron que vale la pena emprender la aventura de fundar nuestra vida en una presencia sagrada que nos trascienda. Porque como ya dijo Jung: “No puedo definir para ustedes qué es Dios, ni siquiera puedo decirles que Dios es; lo que puedo decir es que toda mi obra ha probado científicamente que el patrón de Dios existe en cada hombre; y que este patrón tiene a su disposición las mayores energías transformadoras de las que la humanidad es capaz”.

Carolina Abarca

Fuente Fe Adulta

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Un tiempo abierto, libre y compasivo

Viernes, 20 de julio de 2018
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“La vida contemplativa debe proporcionar un ámbito, un espacio de libertad, de silencio, en el que se permita a las posibilidades emerger y a las nuevas opciones, más allá de la rutina elegida, hacerse manifiestas. La vida contemplativa debería crear una nueva experiencia del tiempo, no como subterfugio ni inmovilidad, sino como temps vierge, tiempo virginal, no un vacío que llenar ni un espacio intacto que conquistar y violar, sino como un espacio que pueda disfrutar de sus potencialidades y esperanzas, y de su propia presencia a sí mismo. Un tiempo propio, pero no dominado por el propio ego y sus demandas; por lo tanto, abierto a los demás; un tiempo compasivo, arraigado en la sensación de una ilusión común y en la crítica a la misma”.

*

Thomas Merton.
(Nov de 1968)

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Integración

Jueves, 5 de julio de 2018
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«El hombre que ha logrado la integración final ya no se halla limitado por la cultura en la que ha crecido. Ha abrazado la totalidad de la vida… Ha experimentado las cualidades de todo tipo de vida: la existencia humana ordinaria, la vida intelectual, la creación artística, el amor humano, la vida religiosa. Trasciende todas esas formas limitadas, al tiempo que retiene todo lo mejor y universal que hay en ellas, “dando a luz finalmente un ser totalmente integral”. No sólo acepta a su propia comunidad, a su propia sociedad, a sus amigos y a su cultura, sino a toda la humanidad. No permanece atado a una serie limitada de valores, al punto de oponerlos a otros adoptando posturas agresivas o defensivas. Es totalmente “católico” en la mejor acepción de la palabra. Posee una visión y una experiencia unificadas de la única verdad que resplandece en todas sus diferentes manifestaciones, unas más claras que otras, unas más definidas y certeras que otras. No establece oposición entre todas estas visiones parciales, sino que las unifica en una dialéctica o en una visión interior de complementariedad. Con esta visión de la vida, puede aportar perspectiva, libertad y espontaneidad a la vida de los demás».

*

Thomas Merton,
Acción y contemplación.

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“Somos la vida, no hay lugar para el temor”, por Enrique Martínez Lozano.

Jueves, 11 de enero de 2018
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a_14wDe las afirmaciones que hizo Jesús, cada vez me parece más luminosa aquella en que dijo: “Yo soy la Vida”.

Es una palabra plena de sabiduría, que invita a salir de nuestra ignorancia básica y a reconocer la verdad profunda de esa expresión, aplicada a todos nosotros. Todos somos –y nunca podemos dejar de ser– Vida.

La ignorancia radical es la que hace reducir nuestra identidad a nuestra personalidad, haciéndonos creer que somos un “yo particular”, separado de los demás y desgajado de la Vida.

Esta creencia errónea es la fuente de todo sufrimiento, para nosotros mismos y para los demás.

Al identificarnos con el “yo individual” y creernos separados, nos sentimos “enfrentados” a la Vida y, en cierto modo, amenazados por lo que nos pudiera ocurrir. Eso nos hace vivirnos a la defensiva y, con frecuencia, en el temor.

Basados en la creencia (errónea) de la separación, dividimos todo lo que ocurre en “bueno” y “malo”, “positivo” y “negativo”, según los criterios del “yo particular” que creemos ser. Cuando sucede algo “positivo”, entramos en euforia; cuando, por el contrario, es “negativo”, nos sentimos frustrados.

Al mismo tiempo, nos situamos ante la realidad en clave de exigencia y de “debería”. Vivimos habitualmente enfrentados a lo que es, en la convicción de lo que “debería” o “no debería” ser. Con ello, no hacemos sino generar sufrimiento inútil: porque no existe sufrimiento mayor que el de oponerse a lo que es.

No hay liberación posible sin salir de aquella falsa creencia, es decir, sin comprensión (sabiduría).

La sabiduría consiste en reconocer que no existe nada separado de nada. Y que no hay nada que no sea manifestación y expresión de la única Vida. Todo es Vida, que se despliega –se “disfraza” – en infinitas formas: el nacer y el morir, la salud y la enfermedad, el éxito y el fracaso, el “bien” y el “mal” –etiquetas mentales–…: todo son “formas” que la Vida adopta.

Nosotros mismos somos la Vida, que ha adoptado una forma particular, en la personalidad concreta que tenemos. Pero la trampa consiste en creer que somos esa forma, en lugar de reconocernos como Vida.

Cuando reconoces que eres Vida, ¿dónde queda el temor, la ansiedad, la frustración, el sufrimiento…? Quedarán como inercias de nuestro mundo mental y emocional, pero podremos salir de ellos con más facilidad. Porque no miraremos los acontecimientos ni las circunstancias –sean cuales fueren– desde el yo que creíamos ser, sino desde la Vida que somos.

Visto desde ahí, caes en la cuenta de que todo lo que ocurra es expresión de la Vida: ¿cómo va a estar “mal”? La Vida no puede equivocarse.

No cabe error alguno: lo que sucede, es lo que tiene que suceder. Nunca puedes equivocarte, porque lo que hagas es lo que la Vida está haciendo en ese preciso momento. Como recuerda con frecuencia Jeff Foster, no tienes un destino prefijado: tu camino –tu destino– es lo que sucede.

Pero esto no puede verse ni entenderse desde la mente. Ella tiene sus propios parámetros, en la creencia de que es un hacedor independiente y autónomo, que puede actuar por su cuenta al margen de la Vida. Por eso, mientras alguien crea –y esta es la paradoja- que es un “yo particular” le resultará imposible comprender lo que se esconde detrás del “gran teatro del mundo”. Es necesario tomar distancia de la mente y a acceder a otro modo de ver –el “conocimiento silencioso” de sabios y de místicos- para percibir, sin duda alguna, que todo lo que captamos no es sino expresión multiforme de la Vida una, que es nuestra verdadera identidad.

Todo lo que te ocurra –estar sano o estar enfermo, tener éxito o fracasar, sentirte mejor o peor, comprender o no comprender, aceptar o rebelarte…–, todo sin excepción es Vida. Y la Vida es todo. Míralo desde ahí. No creas que tu yo se siente amenazado; reconoce que la Vida que eres toma ahora esa forma concreta… Pero sigue siendo Vida, y siempre está a salvo. Todo es Vida en un despliegue multicolor. Si lo ves, eso es Vida que se manifiesta; pero si no lo ves, eso es también Vida que se manifiesta de forma diferente. Suceda lo que suceda y estés como estés, incluso en el lecho de muerte, solo hay Vida –es lo que eres- adoptando formas cambiantes.

Por tanto, solo hay algo que podamos hacer: reconocernos en Ella y vivirnos desde Ella. La identificación con la mente y el con el yo –de donde venimos– tendrá mucha fuerza y a veces nos sorprenderemos aún creyendo que somos esa forma; sin embargo, la práctica nos hará diestros en reconocer nuestra verdadera identidad.

A partir de ahí, ya no juzgaremos las cosas desde el yo, sino que únicamente veremos Vida en todo lo que se manifiesta.

Dejaremos de repetir el error de tomarnos todo “personalmente”, creyendo que somos la “persona” separada o “yo particular” –esta es la causa de nuestro sufrimiento– y aprenderemos a no “personalizar” nada de lo que sucede.

Y entonces también podremos estar disponibles y desapropiados para permitir que la Vida fluya sin bloqueos a través de nosotros.

Y lo que brota de ahí es Paz, Ecuanimidad y Compasión: la Vida que fluye en libertad…

Enrique Martínez Lozano

Boletín Semanal

Fuente Fe Adulta

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Por qué dejarse encerrar

Lunes, 30 de octubre de 2017
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Del blog Pays de Zabulon:

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¿Por qué dejarnos encerrar por nuestros principios y limitarnos por nuestros temores, cuando nuestro espíritu, igual que un paraguas abierto sobre la vida, pide sólo navegar por las fuentes claras de la libertad?

*

Rosalie Pottemain de Laroque

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via Loquito

Foto : trabajo de Dainius Teiserskis sur deviantart, instagram ou tumblr

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Nacer libre y limpia en el Espíritu

Sábado, 12 de agosto de 2017
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Del blog del Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa:

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En cristiano el viento es Espíritu. Porque sí, porque lo quiso él mismo, o bueno, ella misma, o ellas,… o… en fin, Trinidad, esa experiencia de encuentro, de risa, de amor compartido, repartido y bienpartido que se llama Trinidad, nombre de mujer.

El viento sopla cuando quiere y como quiere. Es libre. Unas veces sopla de un sitio, otras de otro… El viento revuelve, incomoda,… y limpia.

No puedes atraparlo, ni con las manos, ni con los ojos, ni siquiera con los sueños. A veces pretendo quedarme con un poco de Espíritu, ya sabes, para los malos ratos y… nada, desaparece, y me deja un espacio que suena a canción de libertad.

La Ruah Santa revuelve la conciencia, desbarata el corazón enamorado, el cual sabe lo que ha de hacer pero teme hacerlo. El Espíritu de Jesús, no nos engañemos, es un amigo incómodo, que se pega a la oreja y te susurra universos casi increíbles que puedes conquistar… si te lanzas.

El Espíritu no es experiencia solo en Pentecostés, no, la Ruah Santa es anhelo interno que abre, fuerza, exige y pretende.

El Espíritu limpia. Después de un encuentro con Él la casa interior queda limpia, vacía, dispuesta a llenarse de verdad, de Verdad de la buena, de la que crece, se desarrolla y da fruto, unas veces 100, otras veces mil,…

Nacer de nuevo es entregarse al Espíritu, decirle que sí, que eso que susurra es cierto, que lo sé, pero que no me atrevo, que no es fácil, que tengo miedo.

El viento sopla cuando quiere, y yo dejo que mi alma sople con él, como haciendo pompas, creando ilusión.

Pero ella me dice que no, Ruah me insiste que no es ilusión, que es realidad y que busca entrega.

“No tengas miedo, Yo estoy contigo, desde ahora hasta el final”

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La Eutanasia, ¿un derecho humano?

Sábado, 15 de julio de 2017
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eutanasia3Un debate difícil que no podemos obviar…

A. Consideraciones previas

Abordar el asunto del derecho a morir con dignidad ha sido durante décadas, y aún siglos, un tema tabú en la sociedad española. La influencia de la moral católica en esa tradición ha sido tan determinante que ha marcado la conciencia colectiva de generación en generación.

No juzgaremos aquí la mayor o menor idoneidad histórica de esa Moral. Pero habremos de reconocer que ya no vivimos en una sociedad teocrática y teocéntrica, sino altamente secularizada, aunque no suficientemente laica, en la que la cuestión de cómo enfrentarse al final de la vida, en condiciones de dignidad, es un asunto para el que la moral católica ha dejado de tener respuestas aceptables para la ciudadanía de este país.

En cambio, en la conciencia universal ha ido asentándose la convicción de que la voluntad del paciente a decidir el cómo y el cuándo de su muerte es un derecho del ser humano (SH). Incluso en nuestro país, a pesar del rechazo del Congreso de los diputados, hay ya un clamor popular en favor del mismo. Para multitud de personas, se trataría de una concreción práctica de la libertad de pensamiento y de conciencia, reconocidos por el art, 18 de la Declaración universal de los DD.HH.

Entendemos, por tanto, que en este asunto, cuando se plantea como debate público sólo cabe un enfoque de Ética civil, sin intromisiones desde perspectivas de moral católica. Sabemos que el Catolicismo oficial prohíbe la eutanasia (Cfr. Catecismo católico, n. 2276-2279), y respetamos la opción de quienes creen que sólo Dios es el dueño de la vida y la muerte, y que las personas no pueden hacer uso de su libertad para tomar la decisión de morir, porque esa decisión solo le pertenece a Dios, que es quien determina el fin de cada SH.

Pero, desde la perspectiva universal de los derechos humanos, desde el principio democrático de la libertad de conciencia, es preciso asumir que sólo es posible la convivencia social aceptando el pluralismo antropológico y construyendo una Ética cívica, común a toda la ciudadanía.

Otra consideración: habrá quien, entre nosotros, considere que plantear este debate sobre la muerte digna en un mundo donde mueren diariamente más de 70.000 personas solo de hambre pudiera ser una frivolidad; una inquietud de quienes viven bien o muy bien, mientras que el gran problema de la mayor parte de la humanidad es cómo vivir cada día humanamente; que los pobres no se plantean cómo morir con dignidad, sino cómo vivir cada día y alcanzar un nuevo amanecer.

A lo cual, sólo cabe responder que ésta es nuestra realidad, que las cuestiones sobre el origen y fin de la existencia humana tienen sentido para todos y que, en todo caso, esa perspectiva de la desigualdad tan flagrante ayuda a relativizar el problema, y encuadrarlo en su verdadera dimensión.

B. Eutanasia y Muerte digna:

Aunque a veces se usan de modo indistinto, se trata de asuntos diferentes que conviene clarificar. Tienen un elemento común, el de afrontar el momento de la muerte con la máxima dignidad, sin sufrimiento ni traumas innecesarios. Pero, mientras el concepto de muerte digna se centra en los cuidados paliativos que han de aplicarse al enfermo para procurar el bien morir, (incluso en su propio domicilio), y evitar todo tipo de sufrimiento, si es técnicamente posible, la Eutanasia añade a eso la facultad del paciente de poder decidir cuándo poner el punto y final a su vida.

En consecuencia, se entiende por eutanasia el derecho de la persona a decidir, libre y conscientemente, el momento de su muerte, de acuerdo con su propia conciencia. Una decisión que debe ser formulada de modo claro, explícito, y hasta repetido (no puede ser la decisión de un momento de depresión o de delirio).

La mayoría de los autores convienen en que el ejercicio de ese derecho exige, al menos, los dos requisitos aludidos:

1º) Enfermedad grave que produzca graves sufrimientos en el enfermo (p.e. cáncer terminal), y riesgo mortal irreversible.

2º) Voluntad expresa del enfermo que puede ser emitida antes de llegar a la situación límite a través del llamado testamento vital.(Cf. Muñoz Conde, Derecho Penal, parte especial, Ed. Blanch, Valencia 1990,. pág. 75).

Como fácilmente se deduce, el debate no se centra hoy en lo que ha venido llamándose muerte digna, asunto en el que hay unánime consenso, sino en la apuesta por una ley de Eutanasia. Como exponente de esas diferencias, valga recordar que ya ha sido admitida a trámite en el Congreso la propuesta de una ley sobre la muerte digna, mientras que ha sido rechazada la propuesta de ley sobre eutanasia,

C. Derecho a decidir (con autonomía y libertad)

El enfoque ético de la eutanasia en el que nos apoyamos, considera la “buena muerte” (eso significa eu-tanasia) como un derecho de la persona, y se fundamenta en la idea de que la muerte debe considerarse como parte integrante de la vida. La persona, todo ser humano, expresa su dignidad a través de la libertad para decidir cómo vivir, dentro de sus circunstancias, y cómo morir, en el doble sentido de elegir el tipo de muerte que crea más conveniente, y de cuándo poner fin a la vida si entiende en conciencia que ha dejado de ser vida humana. Afirma que el SH es dueño de su vida y de su muerte.

Siendo esto así, parece obvia la demanda de sancionar este derecho de cualquier SH a morir con dignidad, reclamando que sea incluido de modo expreso en el ordenamiento jurídico de nuestro país y en la Declaración Universal de DD. HH.

Esa sanción en nada ha de interferir con la opción de quienes creen que sólo Dios es el dueño de la vida y la muerte de las personas y que, por ello, éstas no pueden hacer uso de su libertad para tomar la decisión de morir dignamente sin dolores ni sufrimientos, porque esa decisión solo le pertenece a Dios. Quienes así opinan y creen harán bien en actuar en consecuencia, pero no deberían, en base a esa concepción del mundo, impedir la misma capacidad a decidir en diferente sentido al resto de los mortales.

Como ya se ha dicho, en la base de este derecho a morir dignamente están razones puramente éticas fundadas en el principio de autonomía y libertad que, en el campo de la atención en salud implica que es el enfermo quien decide sobre su salud y/o curación (Cfr. Diego Gracia, “Fundamentos de bioética, págs. 182-187).

Aplicado a nuestro caso significa que la decisión de vivir o morir es una decisión estrictamente personal, tan personal que nadie la puede tomar en nombre del paciente. Ningún familiar, ni médico alguno, debería decidir sobre la forma de morir de nadie. Se trata del personalísimo ejercicio de la libertad,componente esencial de la dignidad de la persona, y un derecho fundamental. El SH debe ser libre para vivir y morir según sus propios principiosy valores. Es insustituible en sus decisiones.

Reconocer ese derecho implica que ninguna otra valoración de familiares o de personal sanitario puede prevalecer frente a la voluntad de la persona que toma una decisión tan trascendente. A diferencia de lo que ocurre hoy, no debería ser el médico quien decida sobre la muerte de sus pacientes. La preocupación del médico no debe ser tanto prolongar artificialmente la vida del paciente (a veces es una práctica cruel y bárbara), cuanto aliviar el sufrimiento del enfermo. Él es quien debe tomar la determinación de acabar físicamente con su vida, o de terminar su incurable enfermedad sin dolor y sin sufrimiento.

En resumen, la decisión sobre el morir pertenece al núcleo de la dignidad de las personas. Si las personas eligen cómo vivir y el sentido que le dan a su vida, también deben poder elegir su muerte, su modo de morir. Sea porque no quieren soportar una enfermedad terminal llena de dolores y sufrimientos insoportables, físicos o psicológicos, o sea porque no desean llegar al final de una vida que ya no es una vida humana, reducida a una expresión puramente biológica, una vida vegetativa.

Comisión de laicidad CCBM

Fuente Comunidades de Base de Madrid

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Esperando…

Viernes, 26 de mayo de 2017
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Del blog Nova Bella:

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¡Me parece que he estado esperando este instante, hace siglos, para encender mi lámpara y coger mis flores…!

Mientras fui prisionero de mi casa, y tuve cerradas mis puertas, mi corazón estaba siempre pensando en huir y vagar. Ahora, ante mi portón caído, me estoy quieto, esperando tu venida.

Me tienes atado con mi libertad.

Y siento el raudal de mi vida precipitarse al infinito

*

Rabindranath Tagore

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“Jesucristo Verdaderamente Vive”

Domingo, 16 de abril de 2017
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Cristo, resucitado y glorioso
es la fuente profunda de nuestra esperanza.
Su resurrección no es algo del pasado;
Entraña una fuerza de vida
que ha penetrado el mundo.

Donde parece que todo ha muerto,
por todas partes vuelven a aparecer
Brotes de la resurrección.
Es una fuerza imparable.

Verdad que muchas veces
parece que Dios no existiera:
Vemos injusticias, maldades, indiferencias
y crueldades que no ceden.

Pero también es cierto
que en medio de la oscuridad
siempre comienza a brotar algo nuevo,
que tarde o temprano produce un fruto.

En un campo arrasado
Vuelve a aparecer la vida,
tozuda e invencible.
Habrá muchas cosas negras,
Pero el bien siempre tiende
A volver a brotar y difundirse.

Cada día en el mundo renace la belleza,
Que resucita transformada
A través de los tormentos de la historia…
esta es la fuerza de la resurrección
y cada evangelizador
es un instrumento de este dinamismo.

*

Papa Francisco

 Exhortación Apostólica  “La alegría del Evangelio” n.276.

Fuente: Red Mundial de Comunidades Eclesiales

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¡Cristo verdaderamente ha resucitado!

¡Feliz Pascua!

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***

El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a quien quería Jesús, y le dijo:

– “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.”

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro. Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no había entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

*

Juan 20, 1-9

***

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En el centro de tu centro

Jueves, 3 de noviembre de 2016
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Del blog de Henri Nouwen:

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“Siempre que alguien nos hiere, ofende, ignora o rechaza, se produce en nosotros una profunda protesta interior. Puede tratarse de furia o depresión, de deseo de venganza o incluso del impulso de causarnos daño nosotros mismos. Podemos sentir una profunda urgencia de vengar nuestra herida, o bien refugiarnos en un sentimiento suicida de autodesprecio.

Aunque estas reacciones extremas puedan parecer excepcionales, nunca son ajenas a nuestros corazones. Durante largas noches le damos vueltas a menudo a las palabras o acciones con que hubiéramos podido responder a lo que nos dijeron o hicieron otros.

Justo en ese momento es cuando hemos de desenterrar nuestros recursos espirituales y encontrar el centro en nuestro interior, ese centro que está mucho más allá de nuestra necesidad de herir a otros o herirnos a nosotros mismos, el centro donde somos libres para perdonar y amar.”

*

Henri Nouwen

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Desde ahora libre… todo me pertenece.

Miércoles, 18 de mayo de 2016
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Del blog de la Communion Béthanie:

Tras las huellas vivas de Etty Hillesum

Mientras que nuestro mundo contemporáneo atraviese una crisis de sentido, una joven mujer judía puede ayudarnos a atravesar la prueba y a guardar la esperanza.

Del 1941 al 1943, en Amsterdam, Etty Hillesum mantiene un diario de una densidad excepcional. Consigna en 11 cuadernos las últimas experiencias de su vida. Este extraordinario documento es un verdadero testamento espiritual. Descubrimos allí su fe inquebrantable en el hombre al mismo tiempo que éste comte sus más negras fechorías durante la segunda guerra mundial. Etty Hillesum murió en Auschwitz el 30 de noviembre de 1943 después de haber pasado los últimos meses de su vida en el campo de tránsito de Westerbork al servicio de sus hermanos judíos.

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Y puesto que, desde ahora libre,

no quiero poseer absolutamente nada,

desde ahora todo me pertenece

y mi riqueza interior

es inmensa. “

*

Etty Hillesum

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Recordatorio

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