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Relación de Comunión

Domingo, 11 de junio de 2017
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Maurice Zundel escribió páginas emocionantes sobre el corazón humano, este espacio donde la conciencia que se despierta accede en el sentido de su dignidad de su inviolabilidad, y que se revela, detrás del mí prefabricado y condicionado que lo recubre, como un espacio de pura acogida del otro, el espacio que no puede ser violado por principios autoritarios, ni siquiera divinos, sino que vive de la apertura y de la comunión con el Otro, a la imagen del Dios de Pobreza que  se desposee de él mismo perpetuamente en la relación de ofrenda que mantienen entre ellas las tres Personas de la Trinidad.

” (…) La Trinidad es la liberación de una pesadilla en la que la humanidad se debate cuando se sitúa frente a una divinidad de la que depende y a la que es sometida: ¿Por qué Él bastante más que yo? ¿Por qué soy la criatura, y Él el Creador? ¿Por qué, si es mi creador, me puso en esta situación de saber que yo soy su esclavo? ¿Por qué me dio justo bastante inteligencia para comprender que dependo de Él? ¡Hay una rebelión sorda e implacable qué sube del corazón del hombre en esta confrontación de su espíritu con esta especie de Dios que aparece en él como la apisonadora del espíritu!

En la apertura del Corazón de Dios a través del Corazón del Cristo, hay justamente esta manifestación increíble y maravillosa que Dios es Dios porque se comunica, que es Dios porque se da todo, porque el es la desapropiación infinita y eterna, porque tiene la transparencia de un niño, la transparencia en la que toda especie de apropiación es imposible, donde la mirada siempre es dirigida hacia “El Otro”, donde la personalidad, donde el yo, es sólo un altruismo puro e infinito. ¡Allí está la gran confidencia qué resplandece en el Evangelio de Cristo! ¡La perla del reino, es para que Dios sea este Dios!

¡Jesús, revelándonos la Trinidad, nos libró de Dios! Nos libró de este Dios pesadilla, exterior a nosotros, límite y amenaza para nosotros: ¡nos libró de aquel Dios! Nos libró de nosotros mismos que necesariamente estábamos, y sordamente, aunque no nos atrevíamos a reconocerlo, en rebelión contra este Dios.

Con la Trinidad, entramos en el mundo de la relación. (…)

Subsistir en forma de don, subsistir como una relación con los demás otro, subsistir en una respiración pura de amor, tenemos ahí el Dios que se transparenta y se revela personalmente en Jesucristo. (…)

Lo que justamente es tan patético, y lo que nos hace sensible la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y el paso que trasciende que hay que obrar del uno al otro, es que, mientras que en el Antiguo Testamento el pecado supremo, el pecado original, es querer ser como Dios, en el Nuevo,  es esto mismo lo único que es necesario. (…)

¡Se trata de ser como Dios! Y, en el fondo, esta intuición nietzscheana, esta voluntad de ser Dios, de no sostener a ningún Dios aparte de sí mísmo, es el bosquejo de una vocación auténtica. ¡Pero atención! ¡Sí, ser como Dios, pero después de haber reconocido en Dios justamente  la desapropiación infinita, la pobreza suprema, el despojo translúcido!

Si Dios es aquel Dios, si hay en nuestro corazón una espera infinita, ser como Dios, ahora esto quiere decir desapropiarnos fundamentalmente de nosotros mismos para que nuestra vida se cumpla como la suya en un don sin reserva.”

*

Maurice Zundel,
Le Problème que nous sommes“, Le Sarment, Fayard, 2000, pp 39-42

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Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tengan vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

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Juan 3, 16-18

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Del desaparecido blog À Corps… À Coeur:

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“Soli Deo gloria “, por Carlos Osma

Sábado, 20 de mayo de 2017
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homeless_youth_insert_by_bigstockDe su blog Homoprotestantes:

En su último libro “Història del protestantisme als Països Catalans1”, el exvicepresidente de la Generalitat Josep-Lluís Carod-Rovira, afirma que desde mediados del siglo XIX hasta finales del siglo XX la identidad evangélica se forjó a menudo en contraposición al catolicismo. Durante más de un siglo el anticatolicismo se convirtió en un factor de cohesión dentro del mundo protestante. Algo bastante comprensible si se tiene en cuenta la discriminación, e incluso la violencia, a la que fueron sometidos los protestantes por parte de la Iglesia Católica en este periodo, tanto en Cataluña como en el resto del Estado Español. Desde mi punto de vista, este anticatolicismo, si bien no ha desaparecido del todo, sí que ha dejado de tener esa capacidad de unir a las diferentes familias y comunidades evangélicas.  Como consecuencia, el anticatolicismo ya no es un elemento que configura la identidad protestante.

Hace unas semanas, en una entrevista realizada a un conocido dirigente evangélico catalán, éste identificaba a la ideología de género y al colectivo LGTBI, como el problema más grave al que se tienen que enfrentar las iglesias evangélicas en la actualidad, pero también el más peligroso al que se han enfrentado en los últimos ciento cincuenta años. Es imposible que dicho comentarista apocalíptico, que forma parte de una familia de tradición evangélica, desconozca la historia protestante en este país. ¿Está proyectando algún problema personal? ¿No será la homofobia interiorizada el problema más grave al que él se ha tenido que enfrentar? Sea cual sea la respuesta, nuestro (¿armarizado?) conferenciante nos está dando una pista muy importante para entender el fenómeno que está teniendo lugar dentro del movimiento evangélico actual: la homofobia está ocupando el lugar que el anticatolicismo tenía hace unas décadas. Ella es la nueva masa con la que se pretende unir a un evangelicalismo profundamente dividido que anhela llegar a poseer la influencia que el catolicismo tiene en la sociedad.

Como cristianos y cristianas LGTBI al final no somos seres tan excepcionales, o al menos no más que el resto, me preguntaba si hay algún “cemento” con el que pretendemos reforzar también nuestras pequeñas y escasas comunidades, o simplemente con el que mantener en pie la casa, a menudo rudimentaria, de nuestra fe. Dice la tercera ley de Newton que “cuando un objeto ejerce una fuerza sobre un segundo objeto, éste ejerce una fuerza de igual magnitud y dirección pero en sentido opuesto sobre el primero”. Algo que en nuestro caso se podría traducir como: “Si la homofobia es la fuerza que da identidad a las iglesias, la resistencia contra la homofobia es la que se la otorga a los creyentes LGTBI”. Y si llegamos a la conclusión de que es así, y de que al final nuestra experiencia de fe está afectada tan profundamente por la homofobia que recibimos, podríamos preguntarnos si debería ser así, o si hay algún otro elemento que nos puede ayudar a liberarnos del juicio que el heterocentrismo ejerce sobre nosotras y nosotros. ¿Puede ser nuestro cristianismo algo más que una reacción contra la homofobia? ¿Puede nuestra experiencia de fe asentarse sobre una roca distinta? ¿Cuál debería ser el pegamento con el que unir y dar sentido a nuestras comunidades, nuestro seguimiento, nuestra vida cristiana?

Soli Deo gloria” es para las iglesias surgidas de la Reforma uno de los cinco principios sobre los que debe estar fundamentada la vida cristiana. Y lo que vendría a decir es que todo lo que hacemos cristianos y cristianas no debería buscar nuestra glorificación, ni hacer más grande nuestro orgullo, sino como dice el Apóstol Pablo: “Haced todo para la gloria de Dios2”. Dicho así, parece todo muy bonito y espiritual, y los creyentes LGTBI podríamos comprar el eslogan para convertirlo en el motor que nos ayude a conducir nuestra vida cristiana, dejando la reacción contra la homofobia en un segundo plano. Pero a la hora de la verdad los que hemos despertado del sueño de la ingenuidad sabemos que muchos egoísmos, ignorancias, cobardías, e incluso alguna que otra torpeza, se justifican poniendo cara de buen cristiano y diciendo que todo se hace para la gloria de Dios. ¿Qué nos van a decir a las personas LGTBI sobre ésto? Incluso quienes en el nombre de Dios nos han deseado lo peor, quienes nos han insultado, quienes han querido alejar a nuestra familia de nosotras, o incluso quienes nos han deseado la muerte, lo han hecho para la gloria de Dios. Pero no sólo ellos, si somos sinceros con nosotros mismos, es posible que tras nuestro trabajo por la justicia, se esconda una voluntad de recibir al menos un pedacito de esa gloria que deberíamos dar solo a Dios.

De todas formas, y a pesar de reconocer que nunca es fácil saber la motivación que nos lleva a actuar de una manera u otra, es posible que podamos buscar algún elemento que nos permita evaluar si de verdad lo que buscamos es dar la gloria a Dios o si seguimos mirándonos el ombligo. Si fuera posible, podríamos hacer de este principio de la Reforma, un factor que de verdad defina nuestra identidad cristiana y que nos ayude tanto a nivel personal como a la hora de relacionarnos con otras personas. Y quizás lo más fácil es preguntarnos de qué manera podemos dar la gloria a Dios, y si en nuestra tradición judeocristiana hay pistas que nos pueden ayudar a descubrirlo. La verdad es que no hay que rebuscar demasiado en la Biblia para llegar a textos que nos señalan el camino: “¿Para qué me sirve, dice el Señor, la multitud de vuestros sacrificios?… No me traigáis más vana ofrenda; el incienso me es abominación… Dejad de hacer lo malo, aprended a hacer el bien, buscar el derecho, socorred al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda… Venid luego, dice el Señor, y estemos a cuenta3. Textos en los que se nos dice con claridad que dar la gloria a Dios tiene que ver con la actitud que tenemos hacia los demás, sobre todo con las personas más desfavorecidas y con las que sufren. Se resume en hacerles el bien y tratarles justamente, o en palabras de Jesús: “amarles como a nosotros mismos”. Ponerse a su nivel, o más bien en su piel, y actuar como nos gustaría que actuaran con nosotras. Así que a la hora de decidir cómo deberíamos actuar para hacerlo de manera “cristiana”, o mejor dicho “humana”, con la intención de “dar solo la gloria a Dios”, el criterio más importante que nos puede ayudar, no es tanto que dice un determinado texto de la Biblia, sino si hemos entendido el clamor de los oprimidos y hemos decidido colaborar con ellas y ellos para buscar la liberación.

La lucha por los derechos de las personas LGTBI también es una lucha por la liberación de millones de personas, así que evidentemente es una lucha que pretende dar solo la gloria a Dios, y eso lo sabemos muy bien quienes hemos padecido las consecuencias de la homofobia. Pero únicamente ella misma no puede dar consistencia a nuestra fe, o a nuestras comunidades inclusivas, ya que correríamos el peligro de ser simples activistas en un entorno cristiano. Una reacción comprensible a la presión que la homofobia ejerce sobre nosotros, pero no una razón que nace del evangelio. Y pienso que es sobre el evangelio, y no sobre lo que dice de nosotras y nosotros la homofobia cristiana, sobre lo que cristianos y cristianas LGTBI deberíamos fundamentar nuestra experiencia de fe. No buscamos acabar con la homofobia, que también, sino que nuestra voluntad es dar toda la gloria a Dios, en ella deberíamos concentrar nuestra labor. Y para no perdernos en simple palabrería, esa que siempre acaba diciendo lo que queremos escuchar, podemos hacer pasar todas nuestras obras por el fuego del prójimo, que nos permitirá quedarnos solo con aquellas con las que de verdad hemos dado la gloria a Dios, y no a nosotros mismos.

Carlos Osma

Notas:

1Carod-Rovira, J. “Història del protestantisme als Països Catalans” Ed. TRES I QUATRE, SL. Valencia, 2016.
21 Cor 10,31

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad , , ,

Vivir desde dentro

Lunes, 20 de marzo de 2017
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Leído en Fe Adulta:

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Necesitamos vivir desde lo más profundo, desde nuestra interioridad habitada por la divinidad…

Porque vivimos como aletargados, anestesiada nuestra humanidad. Necesitamos despertar.

Porque vivimos como distraídos, saturados de estímulos. Necesitamos poner atención.

Porque vivimos como alterados, irritados e irascibles. Necesitamos volver al centro.

Vivir desde dentro… Desde la sincera necesidad de vivir plenamente. Cultivando vida de calidad.

Vivir desde dentro… Dándome cuenta de la verdad… Liberarme de fantasías y tergiversaciones de la realidad. Observar sin juzgar, aceptar sin resistencia pero sin resignación.

Vivir desde dentro… Estando presentes en el presente. No dejar que nos arrastre la ansiedad de lo que vendrá, ni el sufrimiento de lo que ha sido. Estar aquí, siendo y haciendo con atención.

Vivir desde dentro… En silencio. Aquietar, serenar, pacificar, reconciliar… Volver al centro de nuestro ser y reconocer la presencia divina que habita en el corazón y en quien habitamos siempre.

Vivir desde dentro… Orando. Individual y colectivamente. Cultivando la relación natural con Dios; y las relaciones cotidianas desde Dios.

Vivir desde dentro… Liberándome de mis expectativas, de búsquedas compulsivas, y de muchas interpretaciones; aprender a desapegarme y recibir, agradecer, compartir y dar gratuitamente.

Vivir desde dentro… Liberando  a los demás de juicios, etiquetas y sentencias estériles. Dejar de atacar y culpar infantilmente. Asumir la parte de responsabilidad que a cada quien nos corresponda.

Vivir desde dentro… Cuando haya buen clima, y cuando haya tempestad; por la noche o en el día. Sonriendo con buen humor y respirando hondo con esperanza y amor.

Vivir desde dentro, para relacionarme sanamente conmigo mismo(a), con las demás personas con la creación y con Dios. Que la vida, en mí y en cada criatura, me fascine y conmueva.

Vivir desde dentro, no es buscar simplemente relajación, sino realismo que pacifique.

Vivir desde dentro, no es buscar simplemente el confort, sino el Reinado de Dios.

Vivir desde dentro, no es aislarse ni ensimismarse, sino abrirse a la comunicación.

Vivir desde dentro, confiando en Dios…

Vivir desde dentro, comulgando con Cristo y en Cristo…

Vivir desde dentro, invocando y evocando al Espíritu Santificador…

Vivir desde dentro para ser quien soy, estar como estoy, y hacer lo que me corresponda hacer.

Vivir desde dentro, sin miedo a morir, pero disfrutando, en cada instante, vivir.

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Rogelio Cárdenas  Msps

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“Solo Cristo salva”, por Carlos Osma

Jueves, 9 de marzo de 2017
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solocristoDe su blog Homoprotestantes:

Cuando cristianos y cristianas lgtbi hablamos de salvación, podemos evadirnos de la realidad y empezar a hacer teología ficción, como esa que llena libros infumables de teología, estanterías de seminarios decadentes, o bancos de iglesias respetables que sirven a la “verdadera doctrina”. Y lo podemos hacer porque tenemos tantas ganas de ser como el resto de creyentes, que nos lanzamos en brazos de la imitación. Y es que en realidad, reconozcámoslo, lo que a nosotras nos salva, lo que nos otorga el perdón por nuestra “disidencia” es que no se nos note demasiado el plumero. Y así, con una voz grave, intensa, respetable, (pero sobre todo que repita el mantra de la iglesia de la que queremos formar parte), podemos empezar a explicar que la salvación es universal o solo para unos cuantos escogidos, que es para siempre o puede perderse, que es por la fe o que necesita de alguna obra por parte nuestra…. y bla, bla, bla… Palabrería hueca sin alma, sin experiencia.

Que entremos al trapo de tener que explicar que podemos ser cristianas y lesbianas, evangélicas y transexuales, católicos y gays, bisexuales y protestantes, ya dice mucho de nuestras propias inseguridades y de lo asumida que tenemos la ideología heteronomativa que ha impuesto la idea de que si eres cristiano eres heterosexual. Una ideología que nos quema vivos desde los púlpitos de las iglesias, o que nos ofrece bulas a cambio de pagar el precio de la sumisión, del no cuestionamiento de su poder, un poder que a nosotros se nos revela como demoníaco. Nuestra salvación, pasa por su aceptación, por su respeto, y lo triste es que muchas de nosotras nos lo hemos creído, y ponemos toda nuestra energía en ir amontonando buenas obras a ojos de nuestros tribunales eclesiásticos particulares, sabiendo en el fondo, que más que liberadas, vivimos enjauladas.

En su comentario al libro de Romanos, Lutero dice unas palabras sobre las que todas las personas lgtbi deberíamos reflexionar: “Aquellos presumidos que… por la fe sola pretenden tener entrada, no por Cristo, sino pasando al lado de Cristo, como si después de haber recibido la gracia por la justificación, Cristo ya no fuese necesario para ellos. Y como éstos, hay muchos en nuestros días que hasta intentan convertir las obras de la fe en obras de la ley y de la letra en provecho propio: después de haber recibido la fe por medio del bautismo y el arrepentimiento, pretenden que ahora también ellos mismos han de resultar del agrado de Dios en cuanto a su propia persona, sin Cristo, cuando en verdad es necesario tanto lo uno como lo otro: tener fe, por supuesto, pero también tener al mismo tiempo y para siempre a Cristo como Mediador de esta fe. Y es que quizás, a veces, demasiadas veces, el Mediador de nuestra fe no es Cristo, sino las obras que intentamos realizar para aparecer como buenos cristianos dignos de ser aceptados por nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra iglesia.

Para nosotras, personas lgtbi, no habrá liberación, salvación, que no pase por Cristo. Nuestras buenas obras que satisfacen las demandas heteronormativas, son solo obras de la ley, del legalismo. Para nuestra salvación es necesaria la fe, pero no fe en personas e instituciones al servicio de la heteronormatividad, sino en quien predicó el evangelio, fué crucificado y resucitó: Cristo. Cuando nos abandonamos en los brazos de los deseos heteronormativos, nos alejamos de Cristo, nos alejamos de la salvación. Y puede parecer lo contrario, porque es más fácil vivir en paz con un entorno religioso que nos incita a cumplir con lo que se espera de nosotras, que seguir al maestro, seguir a quien puso al ser humano y su felicidad por delante de cualquier institución. Es más fácil someterse, y actuar como si no lo estuviésemos haciendo, como si hubiésemos elegido nuestra humillación por amor a Cristo. Pero no lo hemos hecho por él, lo hemos hecho por cobardía, por falta de fe en Jesucristo, por eso no nos sentimos liberados, por eso no estamos salvadas.

Cuando la Biblia nos habla de tener fe en Cristo, no se refiere a aceptar a Jesús como salvador, como quien tiene un amuleto o simplemente una imagen a la que se aferra por miedo a la vida y a la muerte. Tener fe en Cristo significa seguimiento, solo Cristo salva, nada de lo que nosotros somos o dejamos de ser añade algo a esa salvación. Nuestra homosexualidad, nuestra identidad de género, nuestra bisexualidad… no posibilita o impide la salvación de la que Jesucristo es intermediario. Solo en el seguimiento de Cristo alcanzamos la salvación, en el seguimiento de quien se atrevió a ser diferente al resto, de quien se atrevió a mostrar una identidad diferente a la que se esperaba del Mesías, el que se posicionó del lado de quienes estaban excluidos por parte de los buenos religiosos de su tiempo. Solo cuando estamos dispuestos a caminar sobre las aguas, a perderlo todo por la llamada a la acción de Jesús, es cuando alcanzamos la salvación que Dios desea para nosotras y nosotros. Una salvación que no tiene nada que ver con la represión, sino con la felicidad y con la vida. Porque solo Cristo fue crucificado para que nosotras y nosotros tuviésemos vida. Solo él es nuestro intermediario, solo es a él a quien deberíamos querer agradar.

El seguimiento de Cristo, no es un seguimiento individualista, sino que se realiza junto a otras personas, algunas de las cuales es posible que ni siquiera se definan como cristianas. La tentación de crearse un Cristo a nuestra imagen y semejanza, se desvanece en la convivencia con otras personas que también pretenden seguirle. “Solo Cristo”, no excluye al resto de creyentes, ni al resto de la humanidad, porque Cristo es el lugar de encuentro de quienes trabajan por la justicia y por la vida. Y ésto lo debemos tener muy en cuenta las personas lgtbi, ya que la exclusión que hemos padecido, o que todavía padecemos, puede ser una justificación para el individualismo, para el “Solo Cristo y yo”. Y aunque debemos ponernos a salvo de las ideologías y comunidades cristianas que intentan separarnos de Jesús, que nos exigen obras para satisfacer las demandas heteronormativas, no por eso debemos creer que somos solo nosotros los que seguimos a Cristo correctamente. La comunidad cristina es un arcoíris diverso en el que nosotras no alcanzamos a reflejar todos los colores, pero que sin nuestra presencia tampoco llega a verse completo. Siempre hay personas al lado del Cristo al que seguimos, si no fuese así, estaríamos siguiendo una ilusión, no a Jesús de Nazaret. Solo Cristo nos salva, pero no solo nos salva a nosotros.

Que levantemos nuestra voz, como hace cinco siglos hiciera Lutero y otras y otros reformadores, es imprescindible para seguir reformando la Iglesia. Una Iglesia de la que podemos decir por experiencia que se ha alejado de Cristo y ha vuelto a situar la ley, en nuestro caso la ley que exige el cumplimiento de los preceptos heteronormativos, como mediadora entre los seres humanos y Dios. Pero en el cristianismo el único intermediario es Jesús, un Jesús en el que las personas lgtbi nos sentimos reflejadas, en el que nuestras experiencias son cuestionadas, en el que nuestro amor es bendecido, y en el que nuestra identidad de género es incluida. Un Jesús que se ha acercado para decirnos que le sigamos a él, no a una religiosidad presa por las obras de la ley, y que en su seguimiento, compartido con otros seres humanos, encontraremos la salvación. Pero no una salvación entendida como éxito o reconocimiento individual, si buscamos eso es mejor seguir aferrados a la ley, sino una salvación que busca la justicia, la liberación y la felicidad, tanto individual como colectiva.

Como bien expresó Agustín de Hipona “Quien está lejos de Dios, está lejos de sí, alienado de sí mismo y sólo puede encontrarse si se encuentra con Dios y así.. alcanzar su verdadera identidad”, pero nuestra aproximación a Dios no tiene lugar cuando actuamos como el resto del mundo espera, las buenas obras no nos acercan a Dios. El abismo que nos separa de Dios, que nos separa de nosotros mismos y del resto de seres humanos sólo puede ser salvado por Cristo. Sólo él es el mediador, todo lo demás nos hace perder la vida. Por eso los cristianos lgtbi deberíamos dejar de poner tantas veces los oídos en lo que la homofobia religiosa dice sobre nosotras, y fijar nuestra vista en Jesús, el verdadero dador de vida. Solo Cristo salva.

Carlos Osma

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“El silencio me sostiene y me libera”, por Enrique Martínez Lozano

Miércoles, 18 de enero de 2017
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silencio-es-sinonimo-500x334Desde siempre sentí una atracción especial por el silencio, antes incluso de saber lo que era. Desde niño, sentía la necesidad de quedarme a solas; siendo joven, empecé a buscar espacios de silencio en monasterios cartujos y cistercienses. Y percibía que el silencio me “recomponía”, aquietándome por dentro y armonizando toda mi existencia.

Sin embargo, la innegable atracción se daba la mano con la dificultad que experimentaba. Buscaba el silencio, pero rara vez lograba acallar el oleaje mental y emocional. Había demasiado ruido –miedo y soledad– y demasiado ego en mi interior. Y me faltaba mucho para comprender que el silencio no tiene que ver tanto con lo exterior, cuanto con la mente y el yo. Me faltaba mucho trabajo interior –trabajo psicológico y práctica meditativa adecuada– para ir aprendiendo a aquietar la mente y silenciar el ego.

Hoy sigo experimentando dificultades y mi ego se sigue desbocando. Sin embargo, se me ha regalado una certeza impagable: que el silencio no es “algo” que vaya buscando porque me hace bien, sino que es otro nombre de la Realidad que me sostiene y, en último término, me constituye. Y ahora entiendo, finalmente, por qué me atraía con tanta intensidad: el Silencio es la “casa”, nuestra verdadera identidad. Lo contiene todo –también los ruidos, los pensamientos y las emociones con sus vaivenes–, pero no se reduce a nada de ello.

Tras ese regalo, vivo el Silencio, no como algo bienhechor, ni tampoco como una práctica beneficiosa, sino como un estado de consciencia que me permite reencontrarme conmigo mismo en profundidad y con todos los seres.

Ahora sé también que no hay nada que lo pueda romper. Y por eso vuelvo a él en medio de cualquier actividad e incluso de cualquier alteración. Volver a él es venir a casa y encontrarme con lo que soy, con lo que somos: Aquello que está siempre a salvo y no puede ser dañado. He descubierto así el Silencio como fuente de liberación.

Y no se trata de ningún esfuerzo por “construir” o “producir” ese silencio sanador. Es mucho más sencillo: se trata simplemente de dejarse atraer y aprender a descansar en él. El resto viene dado. No implica tanto esforzarse en poner atención cuanto descansar en la atención que somos.

Descansar, vivir en el Silencio significa poner consciencia en todo aquello que hago y vivo: en la tarea que estoy realizando, en la relación que mantengo, en la preocupación que aparece, en la inquietud que altera, en el dolor que desasosiega…, e incluso en la oscuridad que parece cegarme. Sea lo que sea, simplemente, pongo consciencia en aquello que está sucediendo –me introduzco en el estado de consciencia que es el Silencio– y permanezco en la Presencia que soy. Y compruebo, una y mil veces, que lo que brota de ese estado no tiene nada que ver con lo que aparece en el estado mental. El Silencio me unifica y me libera, me mantiene en casa, me otorga una capacidad cada vez más fácil de resituarme cuando mi ego ha tomado el mando y me regala el gozo de experimentar que soy uno con la Vida.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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Se acerca vuestra Liberación

Sábado, 10 de diciembre de 2016
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10-curiosos-trucos-que-haran-tu-vida-mas-sencilla-y-que-realmente-funcionanPregón del Adviento
Carmen herrero Martínez, Fraternidad Monástica de Jerusalén, Tenerife

ECLESALIA, 28/11/16.- Un día, hace ya mucho, mucho tiempo, tantos años como llevan los hombres y mujeres sobre la tierra, Adán y Eva dijeron que se separaban de Dios y le dieron la espalda; empezando a caminar por otros caminos, no por los caminos que él quería y había elegido para ellos y para toda la Humanidad. Pero Dios, en su paciencia infinita, aunque se entristeció y se quedó apenado, prometió visitarles y seguir siendo su amigo. Así es el corazón de Dios: todo amor, lleno de compasión y de misericordia.

A lo largo del tiempo Dios iba renovando su promesa, su alianza, cada vez que los hombres le daban la espalda y eran infieles a su amistad. Para ello enviaba, al pueblo de Israel, hombres llamados profetas, recordándoles la promesa y alianza de Dios: “Dios va a venir. Prepárense y conviértanse”. Este mensaje tuvieron que repetirlo muchas veces, ya que su pueblo seguía por caminos paralelos a los de Dios. Pero, un día, llegó un profeta, que fue el último de los profetas antes de la visita del Gran Profeta. Este profeta se llamaba Juan Bautista. Él empezó a gritar: “Ya está cerca, ya viene. Dense prisa, arrepiéntase y caminen a la luz del Señor”. Y así fue. Una noche, que no sabemos muy bien ni el año ni la hora, Dios nos visitó por medio de su Hijo, Jesús, nacido en Belén de una doncella llamada María, y José su esposo, le acompañaba.

Los pastores, las gentes sencillas, buenas y pobres, le reconocieron y se hicieron muy amigos de Él, y comenzaron a seguirle y a vivir como Él decía. El gozo y la alegría nacieron en el mundo y para el mundo. Una nueva era comenzaba, el Salvado, el Rey del Universo había plantado su tienda entre nosotros y había asumido nuestra propia carne, haciéndose uno de los nuestros. El gozo y la alegría inundaban los corazones y la tierra entera.

Desde ese momento, cada vez que se acerca la Navidad, muchos hombres y mujeres, de todos los rincones de la tierra, razas y culturas, vuelven a ponerse en camino hacia Dios y abren el corazón a su venida, a su encarnación. Porque el Dios que se encarnó en el tiempo, se sigue encarnando, hoy, y ahora, en tu propio corazón, en la historia que nos toca vivir.

Nosotros, cristianos, en este tiempo de Adviento queremos escuchar la Palabra de Dios, cantar, alabar, suplicarle y darle gracias; porque también queremos disponernos a seguir el camino de Jesús, a ser sus amigos. Y sobre todo queremos que Jesús nazca en nuestro corazón.

Adviento, tiempo de espera y esperanza; tiempo de gracia, tiempo de vivir en vela y oración, para poder escuchar a Aquel que viene y llama a mi puerta, a la puerta de mi corazón. Realmente, cuando llame, ¿la encontrará completamente abierta? ¿Podre ofrecerle un hogar donde se sienta a gusto, como en su propia morada?

¡Ven, Señor Jesús!

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“La “Sola Gratia” nunca ha sido gratis “, por Carlos Osma

Lunes, 21 de noviembre de 2016
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introDe su blog Homoprotestantes:

Por mucho que se enarbole la bandera del verdadero protestantismo, o del cristianismo más original, la gracia nunca ha sido suficiente para justificar el amor de Dios por los seres humanos. Siempre se han puesto condiciones para que Dios se mueva a misericordia y se decida a salvarnos de nuestras miserias o de las que nos rodean. La “Gratia” nunca ha sido gratis, se ha convertido más bien en un filón de donde muchas y muchos han ido estirando para beneficio propio.

Cuando los evangelios nos presentan a Jesús curando enfermos, liberando a poseídos o salvando a mujeres a punto de ser apedreadas, se nos está hablando de la “Gratia” divina, del amor de un Dios que por iniciativa propia decide acercarse al ser humano para salvarlo de sus miserias, aunque éste no haya hecho nada por merecerlo. En ningún lugar se nos dice que esos hombres y mujeres fuesen ejemplares, más bien todo lo contrario, en la mayoría de ocasiones eran personas marginadas y rechazadas por la sociedad y los religiosos de su tiempo.

Pero cuando cerramos la Biblia y escuchamos a quienes predican el amor incondicional de Dios, parece que no todos los seres humanos somos merecedores de dicha “Gratia”, sólo quienes piensan, sienten o actúan dentro de lo que la predicadora o predicador de turno considera aceptable. Dicho de otra manera, se nos pide que seamos aceptables para que Dios nos ame lo suficiente para querer salvarnos. El amor de Dios, al que se nos tiene acostumbrados, no es todopoderoso; cumplir las normas de quienes predican la “Gratia”, sí.

Fue Dietrich Bonhoeffer quien habló de dos tipos de gracia, la gracia barata y la gracia cara, y es la primera de ellas la que se vende y se compra desde los altares de quienes se han erigido como mediadores entre nosotros y Dios. La gracia barata es la gracia que merecemos, la que nos hemos ganado siendo buenas personas. Es la gracia de quienes vivimos encerrados en el mundo de lo aceptable, de lo correcto. La gracia de quienes miramos a Dios esperando a que nos pague todo lo que hemos hecho por su causa, por su Reino, aunque éste no sea más que un mundo religioso ideal construido a nuestra imagen y semejanza.  La gracia cara es aquella que no merecemos nosotros, ni nuestros enemigos, pero que Dios da tanto a unos como a otros. Es la gracia de los desposeídos, de los marginados, de quienes no son aceptables, de quienes egoístamente intentan construir un mundo más justo que les permita tener vida. Es la gracia de los hijos pródigos que se equivocaron mil veces, de quienes arruinaron su vida corriendo tras deseos que nunca fueron satisfechos, pero que ahora vienen avergonzados para ser abrazados por su padre.

Creo sinceramente que muchas cristianas y cristianos lgtbi hemos puesto demasiada energía en comprar gracia barata, realizando un esfuerzo titánico que no ha satisfecho nuestra necesidad de aceptación. Hemos pedido perdón por cosas que jamás deberíamos haber pedido, y nos hemos comportado como quienes no éramos, permitiendo que nos despreciasen sin abrir la boca. Como reacción a todo esto, en ocasiones nos hemos ido al otro extremo queriendo demostrar que somos perfectos, cristianos intachables con una fuerza de voluntad que puede cambiar por sí sola el mundo y nuestras comunidades. Por eso, aunque afirmábamos que no necesitábamos la gracia barata, nuestro comportamiento seguía haciéndonos sus prisioneros. Y lo que es peor, nos olvidábamos de la otra gracia, la de verdad, la gracia cara de un Dios que nos ama tal y como somos.

Los cristianos y las cristianas lgtbi, como el resto de seres humanos, somos vulnerables. Vivimos multitud de situaciones dolorosas, que nos hacen sentir impotentes. Al igual que sentimos felicidad cuando nos enamoramos, o alegría por compartir la amistad con personas a las que queremos, también vivimos fracasos, enfermedades, injusticias, o la misma muerte de nuestros seres queridos y la nuestra propia. No somos todopoderosos, no somos infalibles, ni heroínas, ni siquiera tenemos a veces la fuerza necesaria para estar a la altura de las circunstancias en las que vivimos. Gastamos demasiada energía en esconder que en realidad somos frágiles y que necesitamos la gracia de Dios, esa que da Él a pesar de cómo somos nosotros. Y ese “a pesar”, no tiene nada que ver con nuestra orientación sexual, más bien todo lo contrario, es por su gracia que somos capaces de amar y desear a personas de nuestro mismo sexo.

Cuando dejamos de exigirnos la perfección, cuando ya no nos importa lo que piensen los vendedores de indulgencias, es entonces cuando nos abandonamos a la “Gratia” divina. Una “Gratia” que nunca es una huida del mundo, sino otra forma de vivir en él. Es también, el poder de la vida que surge donde reina la muerte y que nos permite llegar más lejos de lo que nuestras fuerzas por sí solas alcanzarían para construir a nuestro alrededor un mundo más justo; es un sentido, una guía, una esperanza, un empuje que nos invita a no rendirnos ante nuestras limitaciones o nuestra fragilidad, y a poner todo nuestro esfuerzo al servicio de dignificar la vida; todas las vidas.

Somos arcilla en las manos del alfarero… Es en nuestra debilidad donde Dios muestra su poder, su voluntad de salvarnos, su amor incondicional por nosotros. Es su gracia, esa que le costó tan caro conseguir, la que nos ha convertido en sus hijas e hijos. Nunca han sido nuestros méritos o deméritos los que nos han hecho merecedores o no merecedores de ella. Aunque nos cueste comprenderlo y aceptarlo, el cristianismo predica a un Dios que se acerca al ser humano para salvarlo sin exigirle previamente algo a cambio. Es el amor de Dios el origen y la consumación de la salvación, y Jesús el único mediador para nosotros los cristianos. Todos los demás mediadores que dicen serlo en su nombre, son simples usurpadores. Y el reino que pretenden construir es el suyo propio, el de las buenas personas, que nada tiene que ver con el Reino de los desheredados que predicó Jesús.

Carlos Osma

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Trata de sueños

Martes, 8 de noviembre de 2016
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tratahumanaIñigo García Blanco, Hermano Marista,
Madrid.

ECLESALIA, 24/10/16.-Tras acompañar en aquellos días de septiembre algunas de las acciones emprendidas de sensibilización y capacitación de la ‘Red de Enfrentamiento al tráfico de personas en la Triple Frontera (Brasil-Colombia-Perú)’, estoy un tanto des-soñado (inquieto en la hora de los sueños). Los relatos que hay tras “la trata” me desvelan.

Esta realidad ha sido un nuevo aldabonazo en mí para mirar de otra forma los movimientos migratorios, los sueños negociados y ocultos que se mueven transnacionalmente, los dramas silenciados que pueden ser juzgados por la alienación de los derechos, principalmente el de la dignidad y la autonomía. El 23 de septiembre se celebraba el Día Internacional contra la Explotación Sexual y el Tráfico de Mujeres, Niñas y Niños que fue instaurado por la Conferencia Mundial de la Coalición contra la Trata de Personas en coordinación con la Conferencia de Mujeres que tuvo lugar en Dhaka, Bangladesh, en enero de 1999.

La trata de personas es un delito que despoja a los seres humanos de sus derechos, echa por tierra sus sueños y les priva de su dignidad. Es un delito que nos avergüenza en nuestra historia cada vez más anémica de humanidad. La trata de personas es un problema mundial, al que ningún país es inmune. Millones de víctimas se encuentran atrapadas y son explotadas cada año por esta forma moderna de esclavitud.

El Protocolo de Palermo define la trata de personas en su art. 3 como: “la captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de explotación. Esta explotación incluirá, como mínimo, la explotación de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos.”

Existen en el mundo 200 millones de personas migrantes, 60 millones de desplazados, 20 millones de ellos refugiados y 40 desplazados internos, y 4 millones de víctimas de trata.

Uno de los grupos de alta vulnerabilidad en esta “situación de trata” es el de las niñas y niños. Encontramos aquí factores comunes que propician dicha vulnerabilidad: la pobreza, que lleva a las familias a abandonar a los menores en manos de traficantes en la creencia de que lograrán un futuro mejor; en crisis humanitarias, donde los verdugos aprovechan las situaciones de caos para raptar a sus víctimas; en conflictos armados, donde los niños suelen ser empleados como soldados por lo fácil que resulta manipularlos… De acuerdo con datos ofrecidos por UNICEF, cada día 4.000 niños y niñas son víctimas de trata. En general, el fin de la trata de menores es que éstos sean explotados sexualmente (importante en este punto mencionar el auge de la pornografía infantil, así como a chicas adolescentes obligadas a prostituirse), forzados a matrimonios pre-pactados, o para trabajos forzosos en fábricas o como personal de servicio doméstico.

En expresión del Papa Francisco, cada una de estas personas son consideradas “población sobrante”, producto de la “cultura del descarte”, que nos vuelve incapaces para compadecernos ante los clamores de los otros. Son los nadie-sin-sueños, nadie-sin-futuro, nadie-sin-derechos. Seguramente por eso que pasan desapercibidos sus rostros ante nosotros; se vuelven invisibles para nuestra acomodada medida de justicia y distribución de oportunidades. Las cifras no muestran la realidad que ocultan.

Sigo desvelado, la sola definición de este fenómeno, de esta acción violenta me irrita y me hace temblar al tratar de poner rostro a sus víctimas, niños, niñas, adolescentes, mujeres. Sueños truncados por una trata de intereses deshumanizados.

Me viene a la mente la imagen del atrapasueños tan corriente por estas tierras. La antigua leyenda de los indios ojibwa sobre los atrapasueños habla de que los sueños pasan por la red filtrando y deslizando los buenos sueños a través de suaves plumas hasta que llegan a nosotros. Los malos sueños, sin embargo, son atrapados en el tejido y mueren con el primer haz de luz del día.

Ojalá seamos capaces de proteger los buenos y deseables sueños, mientras que aquellos que amenazan nuestras historias y nuestros derechos no lleguen a nosotros. Llamados a ser protectores de sueños de los más pequeños, de aquellos que nos contagian la ilusión por la vida en cada una de sus expresiones y colores. No podemos seguir permitiéndonos que “la trata” siga siendo impune, que siga ocurriendo a costa de los más pequeños y pequeñas de nuestras comunidades… precisamos desenmascarar esta práctica indigna y aberrante contra el valor más profundo de la vida. Al menos gritar que no permitiremos más trata de sueños (que no son los de nuestros pequeños).

Queremos trabajar en red pues sabemos de su fuerza transformadora que estrecha lazos y el compromiso por la vida y la defensa a ultranza de los derechos humanos, en especial de los niños y jóvenes de nuestras comunidades locales. Precisamos construir juntos un mundo mejor, cuidar entre todos ésta nuestra Casa Común de Todos.

Quisiera saber sumarme

en la lucha contra la ideología y el sistema económico

que provoca la exclusión de millones de personas,

en la denuncia de la sistemática transgresión de los derechos humanos

de las “personas en movimiento” por parte de los Gobiernos,

al trabajo por otro mundo posible hospitalario,

al discipulado y a la práctica solidaria de Jesús de Nazaret, “el flaco”,

a hacer una nueva teología de la emigración,

a pasar de la exclusión a la hospitalidad.

Nadie tiene derecho a robar tus sueños,

ni a perturbar tu creativa imaginación.

Nadie tiene derecho a traficar contigo,

pues no eres mercancía ni objeto de intercambio.

Nadie tiene derecho a robar tu vida,

mucho menos vulnerarla ni encerrarla.

Ningún niño, niña o adolescente sea víctima de trata.

Ningún niño, niña o adolescente sea víctima de violencia.

Ningún niño, niña o adolescente sea víctima de la pobreza.

Ningún niño, niña o adolescente sea víctima de la prostitución.

Ningún niño, niña o adolescente sea víctima del silencio.

Ningún niño, niña o adolescente sea víctima de la exclusión.

Una red se teje, atravesando fronteras, a lo largo y ancho del mundo,

reclamando el fin de la trata de personas y su esclavitud…

reclamando justicia y rescatando la dignidad…

reclamando la libertad y la autonomía para ser sueño vivo…

reclamando los sueños arrebatados y empoderándolos con color…

reclamando el espíritu que llevamos dentro…

reclamando un tiempo nuevo para desplegar la hospitalidad.

El mundo tendrá que escuchar su voz.

Del Libro del Eclesiastés, 4,1:

“Pensé además en todos los abusos que se cometen bajo el sol. Vi las lágrimas de las personas oprimidas, y no hay nadie que las consuele; sufren la violencia de sus opresores, y no hay nadie que venga en su ayuda”

Un cálido abrazo

Íñigo García Blanco

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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La esperanza libera.

Viernes, 14 de octubre de 2016
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Del blog de Henri Nouwen:

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“La esperanza nos impide depender de lo que tenemos,

y nos libera para que podamos alejarnos,

desde el lugar seguro,

hacia el territorio de lo desconocido y lo temido. “

*

Hemri Nouwen

sabila-albina

***

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (XI)”, por Enrique Martínez Lozano

Viernes, 30 de septiembre de 2016
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confianza211 (y último). Tres prácticas breves para terminar

Me parece oportuno terminar este trabajo sobre el “paso” de las creencias (o construcciones mentales) a la certeza de ser proponiendo tres prácticas meditativas, que tienen como objetivo ejercitarnos o adiestrarnos en trascender la mente, para evitar la trampa primera que consiste en identificarnos con ella.

La clave de ese entrenamiento radica en desarrollar la capacidad de tomar distancia y, de ese modo, observar todos los contenidos mentales y/o emocionales que puedan aparecer.

Observar la mente

Observa tus pensamientos y sentimientos, todos los contenidos que aparecen en tu campo de consciencia.

No los pienses, obsérvalos desde la distancia. Como si fueras un foco de luz que ilumina todo, no rechaza nada, pero no puede verse a sí misma.

Y nota la diferencia entre los objetos observados y la consciencia que los observa.

Cae en la cuenta de que tú no eres ningún objeto (ningún contenido) de tu consciencia, sino la consciencia misma.

Nota cómo, al observarlos –al poner consciencia-, los pensamientos se disuelven. Son como “nubes” que aparecen y desaparecen, sin más “sustancia” que la que tu propia creencia les da.

Tú eres Eso que está “más allá” de los pensamientos, lo que  no puede ser pensado. Descansa ahí, en la Presencia consciente.

Soltar los pensamientos

Adopta una postura adecuada, lleva la atención a tu cuerpo y a tu respiración.

Y, voluntariamente, suelta todos los pensamientos; simplemente, déjalos caer.

Observa: ¿qué queda cuando “sueltas” (dejas caer) todo eso?

Percíbelo; no quieras pensarlo ni entenderlo (lo convertirías en otro objeto mental más). Simplemente, constátalo. Y saboréalo. Eso que queda es lo que eres, atención desnuda, pura consciencia de ser.

Permanece en esa pura consciencia de ser, solo ser, solo estar.

¿Qué hay “más allá” de los pensamientos?

Cierra los ojos y deja que tu mente divague en la dirección que quiera.

Ahora toma conciencia de lo que estás pensando. El contenido en sí no tiene importancia, basta con que te des cuenta de que existen esos pensamientos. Obsérvalos relajadamente, igual que si estuvieras viendo una película. Deja que vayan pasando por la pantalla de tu mente. Estás mirando tus pensamientos…

Ahora, con calma, pregúntate: ¿qué hay “más allá” de los pensamientos? Te darás cuenta de que la respuesta es simple (cualquier otra respuesta sería solo un pensamiento más): Nada.

Continúa siendo consciente de esa Nada.

Cuando regresen los pensamientos, obsérvalos y luego vuelve a mirar más allá de ellos, detrás de ellos, a la Nada…

(La consciencia pura es “nada”. Para la mente, ni siquiera existe, porque no tiene forma. Y, sin embargo, como siempre han enseñado los sabios y como la práctica permite experimentar, esa Nada es Plenitud: lo único Real, frente al mundo aparente de los objetos).

Enrique Martínez Lozano

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (X)”, por Enrique Martínez Lozano

Sábado, 24 de septiembre de 2016
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confianza210. Y ser realmente libres

“La verdad os hará libres”, dijo Jesús de Nazaret. Pero la verdad no es ninguna creencia, como tienden a creer sus seguidores. No nos libera ningún credo, sino el reconocimiento de nuestra propia verdad. Como suele ocurrirnos a los humanos, sus discípulos pensaron que la verdad consistía en la adhesión mental a la persona y al mensaje de su Maestro y redujeron la palabra sabia de Jesús a una creencia más, dentro del panteón de los credos.

Sin embargo, de la misma manera que ninguna creencia puede encerrar la verdad, tampoco ninguna de ellas puede ofrecer libertad. Esta –que tampoco conoce opuesto- es una con la verdad y, en último término, una con la realidad. Todo es un fluir libre en despliegue incesante.

Ahora bien, así como la mente tiende a apropiarse de la verdad y la reduce a una creencia, del mismo modo tiende a apropiarse de la libertad para atribuírsela al ser humano individual, haciéndole creer que es él quien lleva el control de los acontecimientos.

Como resultado de esa apropiación –otra creencia más-, se introduce la confusión y, con ella, el sufrimiento, en forma de tensión, con las secuelas de orgullo y de culpabilidad. Si soy “yo” quien lleva el control, merezco ser reconocido por mis logros o me sentiré culpable de mis errores. En cualquier caso, remaré habitualmente en contra del despliegue armonioso de la misma Vida, manejándome por los “debería” o “no debería” mentales, que nada tienen que ver con la verdad de lo que es.

No hay ningún “yo” libre –porque el supuesto “yo” es solo una ficción, otra creencia más- y, sin embargo, somos Libertad. Se trata, sencillamente, de no perder la conexión con nuestra Verdad más profunda, donde nos experimentamos uno con lo que es, para verificar que no hay sino Libertad ilimitada.

José Díez Faixat lo ha expresado con acierto: “La presunta libertad del yo individual es, paradójicamente, su esclavitud, ya que es precisamente la creencia de ser una entidad personal lo que impide reconocer al Sí mismo real, eternamente libre. Nadie que crea ser alguien puede descubrir esa libertad originaria”.

También aquí son precisamente las creencias las que nos alejan de, sencillamente, reconocernos en la Libertad que somos. Tanto las creencias que sostienen que el “yo” es un sujeto libre como aquellas contrarias que lo niegan. Porque todas ellas nos mantienen en el “nivel aparente”, en el que se da por sentada justamente la existencia de aquel “yo” que es solo un pensamiento más.

Por eso es necesario soltar todas las creencias, para trascender ese nivel aparente o mental. Al tomar distancia de ese nivel, cesa la identificación con el pensamiento. Y, al mismo tiempo, dejamos de creer los mensajes mentales relativos a la supuesta libertad individual que nos habían confundido y con frecuencia atormentado.

Reconocer que no existe ningún “yo” libre, no significa negar lo que denominamos “progreso” en el mundo de lo relativo. Todo se seguirá haciendo como antes, pero sin la creencia de que existe un “yo” que lo hace. Porque, en efecto, esto último era solo una interpretación mental, una idea. Por poner un ejemplo, es como cuando nuestros antepasados suponían la existencia de un dios del mar que agitaba las aguas los días de tempestad. Hoy, los océanos continúan embraveciéndose, pero ya no hay nadie detrás enfurecido. Nunca lo hubo.

La sutileza de la manifestación es la apariencia de que todo depende de nosotros. En ese sentido, se trata de una representación magníficamente “armada”. Pero solo es apariencia. No se niega nada de lo que se despliega en el mundo de lo manifiesto; lo que se niega es, simplemente, que exista un hacedor individual que fuera sujeto del mismo.

No hay ningún “yo”. Es la consciencia la que va actuando en todo, a través de todos los medios que operan en ese nivel, tanto orgánicos y neurológicos como “intelectuales”. Y esa consciencia es nuestra identidad última: verlo es Verdad y vivirlo, Libertad. En una no-dualidad exquisita que abraza todo. En ese punto han caído ya todas las creencias, sin excepción.

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Liberarnos

Viernes, 23 de septiembre de 2016
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Lo único que puede liberarnos es Cristo, pero no lo encontramos simplemente a través de las evasiones fáciles, de las renuncias pasivas. No podemos encontrarlo realmente por medio de una abdicación, porque encontrar la Verdad supone la fidelidad más heroica a todos sus reflejos en nosotros mismos, comenzando por aquellos que nos muestran nuestra propia miseria y la de los demás”.

*

Thomas Merton

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (IX)”, por Enrique Martínez Lozano

Viernes, 23 de septiembre de 2016
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confianza29. Para vivir lo que somos…

Ninguna creencia puede ayudarnos a vivir lo que somos, porque todas ellas nos mantienen en el nivel de lo aparente, es decir, en aquello que no somos. De ahí que sea necesario soltar todas si queremos llegar a nuestra verdad más profunda.

Decía en el apartado anterior que las creencias nos alienan porque nos hacen esclavos de una “idea” determinada, que es únicamente una construcción mental. Pero además nos confunden, porque nos mantienen prisioneros de un concepto que pretende definirnos.

Lo que realmente somos se halla más allá de las creencias, ya que no somos nada que pueda ser pensado o nombrado: todo ello no serían más que “objetos” dentro de la espaciosidad que somos. Somos Eso que queda cuando soltamos todos los pensamientos.

Lo real es “lo que es”. Y nuestra identidad no puede ser otra que eso mismo. Pero “lo que es” tampoco puede ser pensado; únicamente puede ser vivido.

Vivir lo que somos es, sencillamente, dejarnos fluir con lo que es, en la certeza de que somos uno con ello. Lo cual requiere salir de la trampa de cualquier creencia y reconocernos como Vida que se expresa constantemente en cada forma aparente. A partir de ahí, vivir lo que somos es vivir viviendo con lo que es en cada momento. Sin creencias previas ni ideas preconcebidas, sin “verdades” que defender ni a las que aferrarse, permitiendo que la Vida y la Verdad –que somos- se exprese, momento a momento, en la forma que tenemos.

¿Significa todo esto que la mente es incapaz de ayudarnos a vivir lo que somos? O más aún, ¿implica que debamos dejarla de lado? En absoluto; todo es mucho más sutil y trabado.

La mente es un objeto sumamente peculiar y, en cierto sentido, presenta un funcionamiento paradójico: cuando la absolutizo, me confunde por completo y se convierte en fuente de sufrimiento; cuando, por el contrario, la utilizo como una herramienta al servicio de lo que somos, se revela y se comporta como un medio extraordinario para mostrar incluso las falsas creencias acerca de mí mismo. Dicho de modo más simple: la mente, incapaz de decirme quién soy, es buen aliado para mostrarme lo que no soy. Y eso ocurre cuando tomo distancia y dejo de identificarme con ella o absolutizarla. Ahí es también donde se verifica el lugar que tiene la razón crítica.

Todavía puede decirse lo mismo de otro modo: la mente, que es radicalmente incapaz de conducirnos a la verdad, puede desvelar, no obstante, la mentira.

La verdad se halla más allá del pensamiento. No puede ser pensada, porque no es un objeto delimitado. Pero eso no significa que no exista. La Verdad –con mayúscula- es una con la realidad, con “lo que es”. Y es no-dual, lo que equivale a afirmar que no tiene opuesto. Eso explica que siempre que acusamos a alguien de estar en el error, nosotros mismos nos estamos alejando de la Verdad. Esta abraza todo lo que es, sin dejar nada fuera.

Esa es también la verdad de lo que somos. No podemos descubrirla a través de la mente y ninguna creencia nos acercará a ella. Y, sin embargo, ya la somos.

¿Y cómo saber que no se trata de otra creencia más, que hubiera sido más elaborada? Porque para percibirla se requiere acallar la mente y así poder ver más allá (más acá) de ella. Decía en un capítulo anterior que tenemos acceso inmediato a una doble certeza: “estoy presente” y “soy consciente”, que puede expresarse de esta forma: “soy presencia consciente”. Si bien es cierto que esta formulación puede entenderse también como una creencia –en cuyo caso adolecería de todas las trampas y consecuencias que se han mencionado-, eso no niega que existe la posibilidad de un acceso directo a esa certeza, sin que medie el pensamiento. Por eso, cuando no es una “creencia” –una mera etiqueta mental- sino una certeza experimentada, la persona que lo ha visto no presume de “tener razón” ni cree estar más en posesión de la verdad que cualquier otra persona que afirma lo contrario.

 

Enrique Martínez Lozano

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (VIII)”, por Enrique Martínez Lozano

Jueves, 8 de septiembre de 2016
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confianza28. Soltar todas las creencias…

Las creencias son simplemente construcciones mentales. Por medio de ellas, la mente trata de “organizar” la realidad, queriendo encontrar un “sentido”, que le resulte coherente y le aporte seguridad. Esa es su riqueza y ese es también su límite, con los riesgos que implica.

Lo característico de las creencias es que les damos fe –en caso contrario, caerían por sí mismas- y, en mayor o menor medida, tendemos a identificarlas con la verdad.

Debido a ello, las creencias, paradójicamente, constituyen el mayor obstáculo para abrirnos a la verdad. Porque, al haberlas absolutizado, nos impiden ver todo lo que no se ajuste a ellas, que rápidamente lo descartamos o, sencillamente, lo ignoramos aun sin darnos cuenta.

Por su propia naturaleza, las creencias generan irremisiblemente fundamentalismo y fanatismo. Eso explica que todo creyente –si es realmente “creyente”– sea fundamentalista y, con mayor o menor intensidad, fanático. Porque su creencia, identificada previamente con la verdad, lo posicionará en un estatus de superioridad con respecto a aquellos que no la compartan, a quienes considerará confundidos en el error.

La historia nos ofrece muestras tan abundantes como dolorosas del sufrimiento inútil provocado por las creencias de todo tipo.

Porque, cuando hablo de creencias, no me refiero únicamente a las de contenido religioso. Creencia es toda aquella idea con la que me identifico y que me lleva a creer que “tengo razón” o que estoy en “lo cierto”.

El propio escepticismo que lleva a dudar de todo es también una creencia no confesada que se arroga nada menos que la descalificación de cualquier creencia que no sea la suya. Pero lo mismo pasa con el cientificismo, creencia reductora y dolorosamente empobrecedora de lo humano, y con el nihilismo, que tanto vacío engañoso y sufrimiento estéril produce.

En realidad, cualquier idea, concepto o pensamiento al que me aferro es una creencia, que produce los efectos que acabo de señalar. Y mientras siga aferrado a ella –sea la que sea- actuaré como un fundamentalista fanático.

No solo eso. La adhesión a una creencia necesariamente aliena. Porque, lo reconozca o no, me hace esclavo de una idea, es decir, de una simple construcción mental, por más que venga revestida de un carácter “sagrado” o “científico”. Me aleja de la realidad y me encorseta en la lectura –interpretación o etiqueta- que mi mente hace de la misma.

Por decirlo de un modo más concreto: cada vez que creo “tener razón”, he caído en la trampa de confundir la verdad con mi creencia. Porque la Verdad no conoce opuesto; por eso abraza todo. En el nivel relativo (aparente), hablamos de “verdad” y de “mentira” como opuestos. Sin embargo, eso solo tiene sentido en ese nivel; en el nivel profundo (real), solo hay Verdad.

Las construcciones mentales, sin excepción, son “verdaderas” en el nivel mental –del mismo modo que los sueños son “verdaderos” en el nivel onírico-, pero no son reales; pertenecen a lo que podríamos llamar el “mundo de las apariencias”.

Con lo cual, surge la pregunta decisiva: ¿qué es lo real? La respuesta es simple: lo que es, no la lectura que la mente hace de lo que es. La verdad, por tanto, es una con la realidad (lo que es), y no tiene nada que ver con ninguna construcción mental.

Ahora bien, si esta última afirmación la convierto en un mero concepto, ya he vuelto a confundirme. La verdad –como la realidad- no puede ser pensada y mucho menos “atrapada”; simplemente, es. Y entro en contacto con ella en la medida en que silencio la mente.

Por tanto, si ninguna construcción mental es real, el camino es claro: se trata de soltar todas las creencias –dejarlas caer-, para poder situarnos más allá (o más acá) de ellas, en la única certeza en la que todos sin excepción nos reconocemos: la certeza de ser. A partir de ella, y solo entonces, podremos dejarnos fluir con la vida, vivir lo que somos y experimentarnos realmente libres.

Enrique Martínez  Lozano

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (VII)”, por Enrique Martínez Lozano

Miércoles, 7 de septiembre de 2016
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confianza27. La única certeza

La mente establece una división (separación) neta entre ella y el resto de la realidad. De ese modo, todo lo real quedaría “dividido” en dos bloques: “yo” y –frente a “mí” – “lo que no soy yo”. No se requiere mucha perspicacia para advertir que ese modo de ver es fruto únicamente del mecanismo de apropiación –por el que la mente se sitúa como “centro de referencia”- y de la naturaleza separadora de ella misma.

Frente a ese engaño elemental –y arrogante–, lo cierto es que solo hay consciencia, y que consciencia es todo lo que hay. Todos los objetos que podemos percibir aparecen (y desaparecen) en la única consciencia que contiene a todos ellos, y de la que, en último término, están surgiendo.

En la consciencia va “desfilando” todo. Lo que sucede es que la mente tiende a identificarnos con cada cosa que desfila. Y así, sin ni siquiera habernos dado cuenta, terminamos confundidos con los objetos. La apropiación, junto con la identificación –el doble factor por el que nace el supuesto “yo” – han hecho que llegáramos a esa conclusión.

Sin embargo, en cuanto nos paramos un instante, no podremos dejar de reconocer que nuestra identidad no puede ser un objeto de la consciencia, sino la consciencia misma.

No soy “algo” que desfila en la consciencia, sino la consciencia misma en la que todos los objetos aparecen. Eso explica que pueda observarlos a todos…, y que nunca pueda observar lo que realmente soy. (Es como el ojo, que puede ver todo, pero no puede verse a sí mismo).

En medio de la danza impermanente de los objetos, soy lo que no se mueve, un centro de consciencia inmóvil… y anterior a todo contenido. De ahí brota la única certeza, fuente de toda seguridad y confianza: la certeza de ser.

Esa certeza –cuando no es una afirmación mental– desvela la plenitud que somos. Y nos muestra, sin asomo de duda, la naturaleza no-dual de todo lo real. Soy todo lo que es –“yo soy todas las cosas”, decía Jesús de Nazaret, tal como recoge el evangelio apócrifo de Tomás–. Por eso, cuando se descubre que uno no es aquel “yo” con el que se había identificado, ¿cuál es el problema?

Esta certeza es inclusiva: acoge a todo y a todos (nadie queda fuera, y nadie puede arrogarse su “propiedad”). A diferencia de las creencias que, por su propia naturaleza, separan –a los creyentes de quienes no lo son–, esta certeza une hasta un punto que la mente nunca puede imaginar: porque nos muestra que todos estamos compartiendo la misma identidad. Aquí se acaba todo sectarismo y toda descalificación. Si las creencias tienden a producir fanatismo, esta certeza desinfla toda pretensión.

Las creencias utilizan un lenguaje particular –en cierto modo, podría decirse “tribal” –, que solo conocen y comparten los que se adhieren a ellas. En esta certeza, el lenguaje, aunque siga manifestando sus límites e incluso sus ambigüedades, es universal: todos podemos entendernos a partir de lo experimentado.

De esta certeza, nace una comprensión que transforma y plenifica. Se manifiesta en cada una de las tres dimensiones de la persona: cognitiva, afectiva y operativa. Transformando nuestra manera de conocer, de amar y de actuar, da como resultado un nuevo modo de vivir y de ser, en coherencia con aquella identidad que se ha descubierto.

Me preguntaba: Caen las creencias, ¿qué queda? Tal como lo veo, se puede responder en una sola frase: caen los mapas, queda el Territorio; caen las creencias, queda la consciencia de ser. Una consciencia que no es difícil de encontrar, sino imposible de evitar. Y no por casualidad: porque constituye nada menos que nuestra identidad más profunda; la Mismidad de lo que es, es por ello mismo la Mismidad de lo que somos.

Decía también más arriba que la mente no puede alcanzar lo real. Pero, ¿qué es lo real? La vida sin más. La vida que se despliega por sí misma. Todo es ahora un vivir viviendo, en un sí constante a la vida. Entonces, y solo entonces, se percibe la esencia de la vida. Vives desde la consciencia, en la consciencia, con consciencia. Fuera de la mente, sin ningún sistema de creencias. Todo es tal como es y como tiene que ser, tú también. Porque no eres ningún yo separado, sino la Vida misma. La caída de las creencias, cuando es consecuencia del reconocimiento de la certeza que nos sostiene, conduce a la liberación.

Enrique Martínez Lozano

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (VI)”, por Enrique Martínez Lozano

Lunes, 5 de septiembre de 2016
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confianza26. ¿Qué queda cuando caen las creencias?

“No creáis por la fe que prestáis a unas tradiciones, aunque hayan estado en vigor durante muchas generaciones y en muchos lugares.

No creáis una cosa porque muchos hablen de ella.

No creáis por la fe que prestáis a los sabios del pasado.

No creáis lo que os habéis imaginado pensando que os lo ha inspirado un Dios o un ángel.

No creáis nada por la mera autoridad de vuestros maestros.

No creáis nada porque yo os lo haya enseñado.

Una vez examinado, creed lo que hayáis experimentado por vosotros mismos y hayáis reconocido que es beneficioso y útil para vuestro bien y el de los demás.

Sed la antorcha de la verdad” (Buddha).

Es comprensible que, ante el cuestionamiento de cualquiera de nuestras creencias –más de aquellas a las que habíamos atribuido más valor–, se ponga en marcha el mecanismo designado como “disonancia cognitiva”, con su carga de miedo y su tendencia a rechazar cualquier cambio, aun a costa de atrincherarse en un fundamentalismo fanático. Aquel mecanismo –bien estudiado por psicólogos y neurocientíficos– provoca un malestar, acompañado de intensa ansiedad, por el que la mente busca proteger sus creencias ante cualquier nueva afirmación que las ponga en peligro.

Con frecuencia –a tenor de cómo se haya vivido–, será necesario incluso elaborar un duelo ante la “pérdida” de aquellas creencias que, en su momento, fueron “importantes” y valiosas para nosotros. No es raro que, en el mismo, sobre todo cuando se trata de creencias religiosas, se vivan sentimientos de culpabilidad y de orfandad.

Con todo, antes o después, en un camino de crecimiento espiritual, habrá que ir soltando creencias hasta, finalmente, abandonarlas todas. No solo porque se ha descubierto que la mente es incapaz de contener la verdad –y toda creencia es solo una construcción mental, por más que luego se revista a sí misma con apariencia de cualidad sagrada–, sino porque se comprende que el aferramiento a ellas impide abrirse genuinamente a la Verdad.

A partir de ahí, habrá que recorrer necesariamente un camino que conduce de un modo de conocer a otro bien diferente: del conocimiento por reflexión al conocimiento por identidad, tal como apuntaba la cita del Buddha que encabeza estas líneas. Una es la respuesta a la pregunta: “¿Qué me han enseñado?”, y otra bien diferente: “¿Qué puedo saber por mí mismo?”. En el primer caso, nos movemos en el terreno de la mente –conocimiento por análisis y reflexión– (modelo mental); en el segundo, en aquello que podemos percibir cuando la mente se acalla: es el “conocimiento silencioso”, del que han hablado sabios y místicos. Se trata de otro modo de conocer (modelo no-dual), en el que conocemos algo únicamente cuando lo somos; de ahí que podamos llamarlo conocimiento por identidad.

¿Y qué puedo saber por mí mismo? Una sola cosa: que soy; que estoy presente y que soy consciente. Si queremos recogerlo en una expresión mental, quizás podría decirse de esta manera: lo único que sé por mí mismo es que soy presencia consciente. Esa, y no otra, es nuestra verdadera identidad. Eso, y nada más, es lo que queda cuando caen todas las creencias. Y ese es el camino de la liberación porque se ancla en la verdad de lo que es.

Lógicamente, esa misma expresión sigue siendo mental –no podemos expresarlo de otro modo-, pero el contenido de la misma no es ya una creencia, sino algo experimentado de tal manera que constituye nuestra única certeza: no soy nada que pueda observar –todo ello es solo “objeto”-, sino Eso que observa…, y que se halla siempre a salvo: la consciencia de ser.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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“Cuando caen las creencias: ¿Vacío o liberación? (V)”, por Enrique Martínez Lozano

Sábado, 3 de septiembre de 2016
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confianza25. La primera creencia errónea: la creencia sobre “mí”

¿Quién soy yo? Todo se ventila en la respuesta a esta pregunta. El modo como me vea a mí mismo –la creencia que mantenga sobre mí– condicionará definitivamente el modo como vea todo lo demás.

Por eso, si fiándome de la mente, me tomo por lo que ella piensa acerca de mí, me reduciré forzosamente a la apariencia de lo que soy, a un “objeto” aparente que responde al nombre de “yo”.

Decía que mi modo de verme condicionará inexorablemente el modo de ver todo lo demás: si creo ser un yo separado, los demás, el mundo y Dios mismo serán para mí igualmente entes separados. Condicionará también el modo de entender la “moral”: a partir de aquella creencia primera, tomaré como “bueno” lo que sostenga esa identidad pensada, y veré como “malo” lo que la amenace o la ponga en peligro; con lo cual, habré caído en una moral relativista, a merced de la idea que tengo de mí.

Todo se modifica cuando salgo de la creencia errónea acerca de quién soy y accedo a mí (nuestra) verdadera identidad: al descubrirme como radicalmente no-separado, uno-con todo, cae el error (mental) de la separación, reconozco que –en ese nivel profundo– “todo es bueno”, y permito que la Vida fluya a través de mí.

¿Qué hacer, pues, para empezar a salir del sueño y responder adecuadamente a la única pregunta que merece la pena? ¿Cómo saber quién soy yo, si no puedo definirme sin caer en el error? Porque todo lo que pueda decir sobre mí, no soy yo: lo que realmente soy, no puede ser nombrado ni pensado, ya que eso serían solo “objetos” dentro de Aquello más amplio que me constituye.

En realidad, a pesar del sobresalto que ese cuestionamiento puede suponer para la mente acostumbrada a erigirse en criterio último de verdad, es muy simple: empieza por reconocer lo que no eres.

Eso significa “dejar caer” todo aquello que puedes observar y nombrar adecuadamente: pensamientos, sentimientos, imágenes o ideas sobre ti mismo… Es claro que tú no eres ningún objeto que aparezca dentro del campo de la consciencia, porque tienes consciencia clara de ser “sujeto”, el que “está detrás” de todo aquello que es observable, el que ve, el que sabe… (¿Te has sentido alguna vez triste y has querido dar la imagen de estar alegre? ¿Cuál de los dos eras tú?…; ¿o no serías Eso que estaba “detrás”, consciente de ambos papeles?).

Lo cierto es que, poco a poco, gracias a la observación de tu yo mental (la idea o creencia sobre ti), emergerá la identidad del Testigo, e irás reconociéndote en el “Yo Soy” atemporal, aquel “centro” del que nunca habías salido, aunque tu mente se hubiera quedado enredada en cualquier concepto.

Eso es justamente lo que se advierte en el despertar: cuando eso sucede, se ve con total claridad que, no es que el yo despierte, sino que la Consciencia despierta –se libera– del yo. No existe ningún yo “iluminado”; paradójicamente, lo que sucede es que cuando la Consciencia se abre, el “yo” se disuelve: era solo un pensamiento. El emerger o “despertar” de la Consciencia significa la muerte del “yo” como entidad separada.

Dicho con más rigor: lo que “muere” es la creencia que nos hacía identificarnos con el “yo”. En el despertar, es esa creencia la que se disuelve por completo. Continuamos teniendo un cuerpo, una mente, un psiquismo; seguiremos, lógicamente, respondiendo cuando alguien nos llame por nuestro nombre; notaremos la fuerza de la inercia que nos lleva a hábitos y reacciones anteriores; habremos de cuidar nuestro psiquismo, del mismo modo que atendemos a las necesidades del cuerpo… Pero ya no se nos ocurrirá identificarnos con nada de ello.

Como han enseñado siempre los sabios, al acallar el pensamiento habremos superado el hechizo de la mente. Al ejercitarnos en observar la mente, habremos empezado a reconocernos en Eso que la trasciende –y que trasciende el nivel aparente-, y que constituye el Fondo último de todo lo que es.

Descubriremos con gozo que, más allá de las creencias o construcciones mentales siempre relativas y en último término inconsistentes, estamos anclados en una certeza inconmovible, la certeza de ser, que se fundamenta en la misma consciencia de ser que constituye nuestra verdadera identidad. No dependemos de las ideas; nos sostiene Aquello que somos. Pero esto requiere aprender a acallar la mente, salir de su hechizo, para poder ver con claridad.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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“Dentro del armario no hay cristianismo “, por Carlos Osma

Viernes, 2 de septiembre de 2016
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miedoDe su blog Homoprotestantes:

Todavía me sorprende que a día de hoy los evangélicos de mi país vivan mayoritariamente armarizados y se “dejen” maltratar psicológicamente por los discursos fundamentalistas que encuentran en sus iglesias y sus familias evangélicas. Me parece tan repugnante a veces el maltrato al que son sometidos que me cuesta entender porqué el fuego, que según la leyenda cayó sobre Sodoma, no cae de forma real sobre esas iglesias y esas familias y las hace desaparecer para siempre. Es que es patético ver como se humilla a la gente y se la hace sufrir de manera tan cruel mientras se canta y predica el amor de Jesús. ¡Que pandilla de hipócritas!

Pero dejando a un lado la actitud de estos supuestos seguidores de Jesús que en realidad no son más que un grupito de mediocres a los que les gustaría ser los primeros, me pregunto porqué los evangélicos lgtbi que formáis parte de todas y cada una de las iglesias evangélicas de este país, no salís huyendo de estos campos de concentración o cámaras de tortura. Sí, ya lo sé, sé que tenéis una dependencia emocional, y que si os atrevéis a ser vosotros mismos o vosotras mismas seréis expulsados del único mundo que conocéis y os da seguridad. ¿Pero qué seguridad es esa que te destroza la vida? ¿Qué seguridad es aquella que te lleva hasta la desesperación? ¿O aquella que te hace tirar por la alcantarilla la vida feliz que podrías tener?

Es absolutamente cierto que en la mayoría de ocasiones salir del armario en un entorno evangélico supone quedarte solo, quedarte sola. Y esa es una experiencia muy dura, que deja muy claro que evangelio siguen los evangélicos con los que crecimos. Pero bendita soledad aquella que te permite volver a construir tu vida, una vida de verdad, y no la vida de mierda que tienes ahora. Un regalo divino es la soledad en la que ya no escuchas las palabras paternalistas de quienes quieren ser buenos contigo pero que en realidad te hacen daño. Una oportunidad irrepetible quedarte sólo para empezar de nuevo, para abrirte a la esperanza de conocer algo distinto, para poder respirar y moverte con libertad. ¿Te imaginas? Quizás ni eso puedes ya.

Y es que las personas lgtbi que vivís armarizadas dentro de las iglesias evangélicas, podréis ser pastoras, cantantes, diáconos, o profesores de escuela dominical; pero no sois cristianas, o al menos no vivís el cristianismo. Porque el seguimiento de Jesús no tiene nada que ver con el paripé al que habéis reducido vuestra vida. El seguimiento de Jesús revienta todas las jaulas en las que os han metido, y es posible que os deje en medio de la nada, pero una nada donde podéis seguir a Jesús, al maestro, y no la montaña de ignorancias y superficialidades religiosas con las que hemos sido educados. Dentro de un armario no hay fe, no hay seguimiento, no hay amor.. No hay cristianismo. Y todo ese sufrimiento que produce la represión, y con el que crees ganarte el cielo, no sirve para nada… El cielo se vive desde aquí siguiendo a Jesús, no al mundillo evangélico que te dice como tienes que vivir tu vida para ser aceptable.

¡En algún momento hay que decidirse a ser valiente, digo yo!. En algún momento las lecturas bíblicas que has hecho desde que eras un niño o una niña y que mostraban a personas enfrentándose a la hipocresía, a las convenciones sociales, a la muerte incluso… deben interpelarte, deben decirte: “El evangelio me empuja a abandonar mi vida de engaño para poder vivir la vida de verdad que Dios quiere para mi”. En algún momento, si la homofobia en las que has sido educado, ha dejado algún resquicio para que el evangelio ponga una semilla dentro de ti, te dirás: “Yo quiero seguir a Jesús de verdad, y tengo que oponerme al odio de la homofobia. Mi fe, me llama a eso”. En algún momento, si no te han destrozado la vida, o no te han hecho perder la fe para siempre, te dirás: “Yo quiero ser cristiano”.

Y si no, puedes seguir como hasta ahora, con tu doble no vida, con el dolor en el pecho, con el miedo a ser descubierto. Con subidas y bajadas emocionales que a la larga te producirán una enfermedad psicólogica, si no la tienes ya. O con la comodidad de hacer alguna escapadita de vez y en cuando para aliviarte y después volver al redil a mirar con malos ojos a quienes no son tan buenos cristianos como tú. Puedes esconderte detrás de cinco versículos, o de la biblia entera, pero bien sabes que eres un cobarde, no un cristiano. Si quieres serlo tendrás que escuchar al maestro, que te llama a dejar las redes en las que estás atrapado, y con la que a veces intentas atrapar a otras y otros, y le sigas. Eso es el cristianismo, un salto al vacío, no un cambio de iglesia. Un salto al vacío, hacia la nada, pero con una clara dirección: la felicidad, el amor y la libertad.

Carlos Osma
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“Entre el luto y la alegría”, por Carlos Osma

Miércoles, 24 de agosto de 2016
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lorcaDe su blog Homoprotestantes:

Me ha impresionado la forma en la que Lorca habla sobre la represión en su obra: “La casa de Bernarda Alba”. Una represión que describe en forma de mujer; Cinco hermanas que, tras la muerte de su padre, son condenadas por Bernarda, la madre, a vivir encerradas en casa durante ocho años y a vestir de un negro riguroso: “En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haremos cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas” Y es que como afirma  Bernarda: “Eso tiene ser mujer”. (1)

 

Mientras leía esta obra de teatro me preguntaba si la experiencia cristiana no es en muchos casos similar a la que propone Lorca, una experiencia que tiene más que ver con el luto, con la represión y con la tristeza, que con la vida, la libertad y la alegría. No sé si la contestación es afirmativa, pero estoy convencido de que ésta es la idea que la mayoría de personas tienen de nosotros los cristianos. Nietzsche lo decía así de claro: “El santo en el que Dios tiene su complacencia es el castrado ideal… La vida acaba donde comienza el reino de Dios…”. (2)

Quizás no tengamos escapatoria y estemos abocados a vivir en un valle de sombras. ¿Como puede ser de otra forma si la crucifixión de Jesús es el centro de nuestra fe, si el Jesús sufriente es modelo para todos nosotros, si su entrega y su humillación inspira nuestra vida?  Y es que, la interpretación que tengamos sobre este pilar del cristianismo, puede ser  decisiva a la hora de interpretar la vida.

Los intentos de explicar a Jesús crucificado son diversos, pero me parece distinguir dos tendencias principales que, aunque en ocasiones se complementan, al hacer énfasis en una u otra permite que lleguemos a conclusiones bien diferentes:

La primera ve a Jesús como el Dios humillado, el Dios que se anula completamente y se deja clavar en una cruz para poder salvar al ser humano. Esta es la petición que Dios Padre hace a Dios Hijo: Ser el cordero de Dios, el sustituto, la ofrenda que Dios necesita en su deseo de ser restituido por el pecado del hombre. “Sin derramamiento de sangre no se hace remisión”. (He 9:22).

Apoyados en esta interpretación escuchamos muchas veces que se anima a la gente a la resignación, la aceptación de la injusticia y la pasividad, así como Jesús mismo hizo. Se emplaza a las personas que sufren a una vida plena después de la muerte, una vida en la que todo esto no existirá, una vida que no tiene nada que ver con la suya actual. Sacrificios de la alegría de la vida, por la esperanza en el más allá.

Es fácil ver lo beneficioso que puede ser para los poderes corruptos, los autoritarismos, y para cualquier otra forma errónea de entender el poder, esta interpretación. Y así, como Bernarda Alba, nos repiten día a día: “ Eso tiene ser mujer”, “Eso tiene ser pobre”, “Eso tiene ser lesbiana o gay”,“Eso tiene ser un sin papeles” o “Eso tiene ser cristiano”.

Una vez eliminada de sus propuestas el deseo de ser felices en este mundo, el mensaje cristiano, si no quiere perder clientela, deberá aprovechar el filón de las condenas. Si no eres así, o asa, si no crees esto o aquello, si no aceptas el lugar que supuestamente Dios te ha concedido, las llamas del infierno serán tu lugar de descanso eterno. También en la casa que nos describe Lorca todo son prohibiciones, las hermanas se convierten a la vez en presas y en guardianas unas de las otras. Cada una de ellas gasta sus energías en esconder los deseos y sacar a la luz los de sus hermanas. Un juego de hipocresía al que a menudo también jugamos los cristianos.

La segunda interpretación lo presenta como víctima. Jesús, el Mesías, se entregó por conseguir el Reino de Dios en este mundo, no en el cielo. Jesús denunció las injusticias y los atropellos del poder político, religioso y social. Jesús murió en la cruz, pero no la buscó, fue asesinado por poner en peligro el status quo. Su mensaje nunca fue la resignación sin más, sino que se atrevió a cuestionar los poderes establecidos: “¡Hay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!” (Lc 11:44), “¿Pensáis que he venido para dar paz en la tierra? Os digo: No, sino disensión”  (Lc 12:51).

Y es que la vida de Jesús no fue una sumisión al lugar que su origen social y religioso le habían deparado. Y aquí, volviendo a la obra de Lorca, encuentro similitudes con Adela, la hija pequeña de Bernarda. Es ella la que de forma más evidente se resiste al encierro al que por ser mujer estaba obligada. Es ella la que rompe los tabúes y las costumbres, la que se atreve a darle a su madre un abanico de flores, o la que se pasea ante sus hermanas con un vestido… verde.  Es la que, cuando una de sus hermanas le dice que tiña ese vestido tan bonito de negro y que se acostumbre al encierro, exclama  con indignación: “¡No, no me acostumbraré! Yo no quiero estar encerrada…¡Mañana me pondré mi vestido verde y me echaré a pasear por la calle! ¡Yo quiero salir!

Todos nosotros, como Adela, queremos ser felices. Más aún sabemos que tenemos que trabajar para ello, que no caerá como maná desde el cielo. Por eso el mensaje de Jesús no se puede resumir en una triste cruz, porque su vida, como la de cualquier ser humano que ame verdaderamente la vida, fue también una búsqueda de la felicidad. Todos sabemos que Jesús fue criticado por los hombres religiosos de su época por que no se sometió a sus normas, e hizo peligrar su poder. Jesús se relacionó con todo tipo de mujeres y hombres, no le importó saltarse las leyes religiosas si eso era bueno para el ser humano. Comía y bebía, iba a fiestas, se dejo besar y ungir los pies por una mujer… Pero sobre todo intentó eliminar el dolor y el sufrimiento de muchas de las personas que estaban a su alrededor. Jesús por tanto fue también el Mesías de la alegría, de la fiesta y de la vida. Y el reino de Dios que predicó, un festín de bodas gozoso.

Es por esto que los cristianos deberíamos hacer énfasis también en la felicidad, y no estoy proponiendo conseguir una sonrisa perfecta con la intención de realizar ejercicios proselitistas. Ésta no es nunca una operación de marketing para conseguir adeptos, sino uno de los ejes sobre los que debe estar basada la vida cristiana. Tampoco una búsqueda de la propia felicidad como nos propone nuestra sociedad actual. La felicidad que buscamos debe ser también la nuestra, como no, pero no debe aspirar sólo a eso, sino que tiene que estar orientada a la búsqueda y la potenciación de la justicia, la alegría y la felicidad del prójimo. Felicidad y sensibilidad tendrían que ir unidas.

El teólogo José Maria Castillo hace una interesante reflexión sobre este tema: “Una fe que nos hace insensibles a todo lo humano, a lo que nos hace felices o desgraciados a los seres humanos, es una fe rota…Y peor aún si se trata de una fe que se traduce en agresiones a la dignidad de las personas, a los derechos de las personas, a la libertad de las personas o simplemente a la felicidad de cualquier persona”. (3)

Tener casas, iglesias o vidas blancas, relucientes como la casa de Bernarda Alba, eso lo llevamos más o menos bien. Aprender del dolor, de la entrega e incluso de la muerte, lo llevamos regular, aunque lo predicamos y lo transmitimos mejor. Pero introducir la alegría, el gozo y las ansias de vivir, de disfrutar de nuestro mundo y de las personas con las que lo compartimos, creo que es nuestra verdadera tarea pendiente. A los cristianos se nos conoce más por nuestros mártires que por nuestras vidas gozosas.

García Lorca no vio otra posible salida a la felicidad de Adela que la muerte, la opresión de su entorno la llevó hasta ese punto. Pero Adela intentó vivir de verdad, se permitió amar a alguien y soñó con salir de esa casa opresiva. Jesucristo fue crucificado por los poderes represores a los que su forma de vivir ponía en entredicho. Pero Jesús amó, vivió y gozó de la vida, y de lo que ella le daba. Su finalidad fue una vida plena para todos, a pesar de las consecuencias que esto pudiera acarrearle. Su propósito no fue la muerte, sino la vida.

Carlos Osma

Notas:

–          (1) García Lorca, F. “La casa de Bernarda Alba”. (Madrid; Alianza Editorial, 2003)

–          (2) Nietzsche, F. “Crepúsculo de los ídolos”. (Madrid; Alianza Editorial, 1981), p. 57.

–          (3) Castillo, J.M. “Espiritualidad para insatisfechos”. (Madrid; Editorial Trotta, 2007),   p. 85.

–           Artículo publicado en la revista Lupa Protestante en Agosto de 2007.

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“Marginar al Dios heterosexual”, por Carlos Osma

Sábado, 13 de agosto de 2016
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el_decalogo_del_macho_alfa_9905_620xDe su blog Homoprotestantes:

Creo que fue Dietrich Bonhoeffer quien hace unos ochenta años dijo que nuestra sociedad había enviado a Dios a los márgenes. Si durante miles de años el Dios que explicaba lo inexplicable ocupaba el centro del mundo, a medida que los seres humanos fuimos encontrando respuestas racionales para comprendernos a nosotros mismos y nuestro entono, Dios dejó de ocupar ese lugar central y su existencia se reveló como un comodín al que apelar en caso de desconocimiento. Quizás es por eso que ignorancia y fe van tan de la mano en el imaginario colectivo de nuestra sociedad. No hace falta decir que en estos ochenta años se ha dado alguna vuelta de tuerca más a esto de la marginación de la divinidad, y en una sociedad que prima el aquí y el ahora, eso de las preguntas últimas en las que vive encarcelado el Dios comodín parecen una verdadera pérdida de tiempo. Así que el Dios omnipotente que todo lo abarcaba ha quedado más o menos reducido a la nada, o más bien a la casi nada, porque en muchas ocasiones el cristianismo sigue empecinado en vender un Dios tapa agujeros que resbala en el alma de quien no se deja agujerear por preguntas que ya no se hace, pero que cala en la de aquellas y aquellos que, por un poquito de amor y de interés, son capaces de preguntarse lo que haga falta.

Además del Dios “respuesta para todo”, hay otros dioses que han ocupado y ocupan el centro de nuestro mundo. Uno de ellos es el Dios heterosexual, aquel que bendice a sus adoradores, que les otorga dignidad, relevancia, normalidad, credibilidad, y sobre todo poder. Está tan arraigado en nuestro mundo como hace mil años lo estuvo el Dios “explicación de lo inexplicable”. Y al igual que aquel, nos envía a muchos y a muchas a los márgenes de la sociedad y de las iglesias. Su propuesta homofóbica de la realidad nos la encontramos antes de nacer, y vivimos imbuidos en ella incluso cuando todavía no tenemos uso de razón. Quizás sea por eso que nos parece tan normal, natural, divina incluso. Y nos cuesta imaginar un mundo alternativo donde ella no lo determine todo.

Es triste que muchos cristianos LGTBI acepten conscientemente la marginación a la que son sometidos y renuncien a la dignidad que Dios les ha dado como seres humanos. Que vivan en cuevas oscuras y alejadas, como los endemoniados que encontramos en los evangelios y a los que Jesús quería liberar. Pero estos endemoniados del siglo XXI no quieren a ningún Jesús que les salve, ningún evangelio que les libere, que les llame a enfrentarse a la injusticia. Ellas y ellos viven cómodamente sufrientes en la nada a la que el Dios heterosexual les ha relegado. Su dolor y sufrimiento, llevado con la dignidad de quien acepta un castigo, es su forma de pedir perdón por no ser verdaderos y fieles adoradores el Dios heterosexual. Incluso a veces, se lanzan a la endiablada misión de ser guardianes de la homofobia para que nadie sea capaz de hacerles ver que son unos cobardes.

Pero no deja de ser también verdad que cada vez más cristianos LGTBI se atreven a salir de los márgenes donde se les ha conducido con la intención de ocupar el centro. Sin embargo, a menudo se olvidan que ocupar un lugar espacial es muy diferente que ocupar uno simbólico, y que se puede estar en medio del mundo sin ser uno mismo. Abrazando al Dios heterosexual uno puede sentirse querido e incluso valorado, pero indudablemente no se es liberado. Mientras el dios heterosexual no sea cuestionado, y deje de ser la medida de todas las cosas, la respuesta a todas las preguntas, la verdad última, el modelo correcto… Hasta ese momento, por mucho que los cristianos y cristianas LGTBI crean estar en medio del mundo, siguen formando parte de sus márgenes. Viven en un espejismo, en un engaño. El evangelio no consiste en poder sentarse en los bancos de las iglesias que nos abren gustosamente sus puertas, el evangelio consiste en liberarnos de las opresiones a las que somos sometidos, y una de ellas es indudablemente la que ejerce el Dios heterosexual.

La única forma de ocupar de verdad el centro, junto a otras personas muy distintas a nosotras, es haciéndolo siendo nosotros mismos, no comportándonos como la ortodoxia heterocentrada obliga. Y desde allí, por una parte, empezar a responder las preguntas que antes otros nos respondían. ¿Cómo leo yo la biblia como persona gay? ¿Cómo me interpela el evangelio desde mi experiencia como intersexual? ¿De qué forma puedo entender la divinidad como mujer lesbiana? ¿Qué significa la cruz para mí que soy transexual? Y por otra, dejar de empecinarnos en responder las preguntas con las que la heteronormatividad pretende controlarnos. A nosotras no nos importa saber en cuantos versículos bíblicos se condena la homosexualidad para intentar darles la vuelta. Lo que nos puede interpelar en el caso de que creamos que verdaderamente existen textos bíblicos que condenan nuestro amor, nuestra manera de ser o sentir, es de qué manera debemos entender la inspiración divina de un texto que claramente contiene mandatos inhumanos. Y si creemos que la interpretación heterosexual ha malinterpretado esos textos, quizás deberíamos reflexionar sobre cuáles son los límites de cualquier interpretación: ¿No importa que generen sufrimiento o directamente la muerte de otras personas? ¿Queremos seguir un cristianismo legalista o liberador? Hace tiempo que descubrí que la mayoría de preguntas que se nos lanzan “fraternalmente”, son sólo otra forma más de opresión heterocentrada. Una barrera con la que quieren impedirnos salir de los márgenes para legar al centro. Nuestra experiencia de fe no debería estar basada en superar las barreras de la heteronormatividad, sino en seguir a Jesús de Nazaret.

Arrodillarnos ante las preguntas que la heteronormatividad impone es renunciar a compartir el centro del mundo, de la iglesia, y vivir de una manera infantil e irresponsable. Las respuestas a nuestras propias preguntas pueden venir también desde una experiencia heterosexual que pretenda ser inclusiva, pero estamos tan viciados por el poder opresivo que ésta ha ejercido y ejerce sobre nosotros, que podemos ponerlas por un tiempo en cuarentena y buscar también respuestas que partan de una experiencia LGTBI. Cristianas y cristianos que han reflexionado la fe desde su diversidad sexual o de género hay muchas y muchos desde hace décadas, y sus opiniones, o experiencias compartidas si los tenemos cerca, pueden sernos útiles para ayudarnos a reflexionar, para empezar a vivir el cristianismo no como lo hace un heterosexual, sino como un intersexual, un transexual, un transgénero, una lesbiana o un gay.

Es evidente que la heterosexualidad no incapacita a nadie para ser un cristiano cuya experiencia de fe pueda servirnos para profundizar más en la nuestra, al igual que no deberíamos ser tan ingenuos de aceptar acríticamente todas las propuestas que se nos hagan desde una perspectiva LGTBI. Hay muchos cristianos y cristianas LGTBI con una fe profundamente marcada por la homofobia. Como he dicho antes, no es tan fácil deshacernos de ella, aunque algunos crean que por utilizar la palabra inclusivo quedan automáticamente inmunes a la homofobia que llevan en los genes. Pero no desperdiciemos tampoco el tesoro que tantas mujeres y hombres LGTBI que siguen a Jesús nos han dejado. No empecemos el camino siempre desde el principio, atrevámonos a continuarlo desde el que otros hicieron ya. El camino hasta ocupar el centro de nuestro mundo no se recorre en una sola vida, hacen falta siempre muchas más. No seamos tan arrogantes de creernos todopoderosos, esos son los primeros dioses que viven hoy en los márgenes de la sociedad. Ni seamos tan estúpidos de creer que viviendo imbuidos únicamente en reflexiones, experiencias, visiones y teologías hechas desde la experiencia heterosexual, por muy inclusiva que esta diga ser; podremos liberarnos de la homofobia que el Dios heterosexual ejerce contra nosotras y nosotros. Si no nos abrimos a la experiencia cristiana LGTBI, no hay posibilidad de salir de los márgenes, del mundo de los que en realidad no cuentan, de los que no se espera nada, de los que son tratados como si no tuvieran nada nuevo que aportar, ni que decir.

Es posible que cristianas y cristianos LGTBI de otras generaciones no tuvieran las posibilidades que hoy se nos brindan, aunque en ocasiones se atrevieran a mirar por un momento a Jesús desde quienes eran, sin máscaras. Pero nosotras y nosotros sí podemos empezar a erradicar de nuestra mente, de nuestra alma, y de nuestra fe, al Dios heterosexual. Podemos lanzarlo a los márgenes de nuestras prioridades, para una vez allí, reducirlo a la nada. Pero para eso es imprescindible el contacto, la relación, la comunidad, con otros creyentes LGTBI que estén también decididos a seguir a Jesús desde quienes son, sin renunciar a nada. No se trata de buscar personas que nos quieran, que nos acepten, personas que se sientan buenas cristianas haciendo su obra de caridad con nosotros. Se trata de seguir a Jesús, de eso va el cristianismo, y seguirlo sin anular una parte de nuestra vida. Nuestra orientación sexual o identidad de género es una oportunidad que no podemos perder para desenmascarar a ese Dios heterosexual que dice ser la respuesta a todo, a nosotros no nos responde nada. Las respuestas que buscamos serán más o menos significativas en la medida que puedan dar contestación a nuestros interrogantes, no a los de otras personas.

Carlos Osma

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