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Adviento.

Domingo, 28 de noviembre de 2021
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lavatorio-5Lc 21, 25-28

«…muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas…»

No sabemos si el texto de Lucas pretendía tener un carácter profético, pero sabemos que encierra un hondo simbolismo cuyo mensaje podríamos resumir así: “La humanidad ha pasado grandes calamidades y las seguirá pasando, pero a pesar de todo, levantad el ánimo porque al final resplandecerá la verdad”. Es en cierto modo el mismo mensaje del Apocalipsis: Al final, el triunfo de Dios sobre el mal.

En cualquiera de los casos, llama poderosamente la atención el paralelismo del texto de los tres sinópticos con lo que en este momento nos está anunciando la comunidad científica sobre el futuro que nos espera, y como muestra de este paralelismo podemos citar un conocido informe del Club de Roma en el que se afirma lo siguiente:

«El deterioro irreversible de los ecosistemas marinos, y la dinámica creciente de pérdida de cosechas, provocará el colapso de la civilización debido a la escasez trágica de recursos esenciales para la vida»

Añade el informe que se producirán migraciones masivas para acceder a estos recursos y conflictos generalizados por obtenerlos; que la humanidad padecerá pandemias frecuentes y que las enfermedades tropicales se extenderán a todo el planeta… Y muchas calamidades más. Algunos científicos del prestigio de Stephen Hawking, van mucho más lejos y anuncian la extinción de la especie humana.

Estos pronósticos nos abruman, «nos llenan de terror y ansiedad» —como dice el texto— y nos mueven a pensar que esto no tiene remedio; que esto va a acabar mal. Pero el mensaje del evangelio nos anima a mantener la esperanza: «Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación» … Lucas acierta al ligar nuestra liberación con la venida el hijo del hombre, pero se equivoca al anunciar su llegada en una gran nube con gran poder y gloria. El hijo del hombre ya había venido y no iba a volver; y no lo había hecho en una gran nube, sino en la cuadra de una posada atestada de gente.

El adviento nos invita a preparar bien la celebración de este acontecimiento, en apariencia nimio, pero crucial para nosotros. Porque ese niño pobre será como una luz que se enciende en las tinieblas para ayudarnos a no tropezar; como la aurora que llega tras una noche de pesadilla. Porque en él veremos resplandecer los criterios de Dios, que son los únicos que pueden salvar nuestra vida de la banalidad y el sinsentido, y los únicos, también, que pueden salvar a este mundo del desastre al que lo hemos abocado…

El problema es que estamos cada vez más cerrados a la luz, y así nos va.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Se acerca vuestra liberación.

Domingo, 28 de noviembre de 2021
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2196d65a-6e33-4b54-9af3-46176a84e075DOMINGO 1º ADVIENTO (C)

Lc 21,25-28

El Adviento coincide con el final del otoño y el comienzo del invierno. En este tiempo la naturaleza se sumerge en un letargo de descanso y de silencio. Quizá, también a nosotros nos vendría bien despojarnos de todo lo superficial, lo que ya ha cumplido su función y está seco, creencias caducas, dudas que nos bloquean, dogmas encorsetados, protagonismos, egos, miedos, vanidades… Mas, en nuestro interior, en la tierra oscura y cálida, habita y se gesta un nuevo germen de vida que brotará cuando sea llegado el tiempo… Tiempo de descubrir que nuestra vida pende de unas promesas de libertad, de justicia, de fraternidad todavía sin cumplir; tiempo de cuidar eso que llevamos dentro y a veces olvidamos, ese embarazo de lo divino en mí y que he de dar a luz…; tiempo para vivir en profundidad el rítmico latir de cada momento, sin prisas, sin ruidos; darnos cuenta de que lo más sencillo e insignificante es lo que va haciendo grande nuestra existencia, es la savia que, aun dormida, sigue nutriéndonos.

De la mano de los grandes profetas y, ante todo, de Jesús, nos ponemos en camino para dar a luz una humanidad transida del Espíritu de Dios y reconciliada con la nueva tierra transformada. El Dios del Adviento nos empuja siempre hacia algo que se acerca, hacia lo por venir. Es una promesa de presencia. Anuncio de una realidad que no está aún ahí, al alcance de la mano. Por eso saca al ser humano de su ahora hacia el futuro al que le vincula. El pueblo de Israel comprendió, como ningún otro, el sentido de la itinerancia, de la emigración, de la historia. Vivió de cara a lo porvenir como sentido último de su propio devenir.

Por eso, los acontecimientos de nuestra historia de pueblo de Dios tienen siempre ese carácter de provisionalidad. Son estaciones de un itinerario, de un proceso, grávidas de un encargo o tarea de futuro. Así, hasta que se produzca la venida definitiva, el adviento pleno, la parusía.

El hecho de oír el anuncio de nuestra liberación (“levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación”), suscita un poderoso sentimiento de esperanza. Nuestra generación, nuestro momento histórico, vive transido de una expectación de futuro, un futuro liberador. Sin olvidar lo que el Apocalipsis nos desvela: no se trata de un dualismo en el que lo porvenir, el cielo, se impone sobre la tierra, sino que la Nueva Jerusalén ya existe (Ap 21,2-4). No sería tanto el argumento recibido del “ya pero todavía no” cuanto el “ya aquí a pesar de nosotros”; es el llamamiento a la participación de lo que era, está siendo y será. Precisamente la tarea profética del pueblo de Dios consiste en encender la llama de la esperanza, esa llama frágil que cualquier soplo, en cualquier instante, puede apagar. Si pensamos en la interminable historia de genocidios ocurridos sobre la tierra, sentimos que es un milagro o una utopía mantener una esperanza de futuro.

Se nos invita, pues, a aceptar lo que Dios siembra en silencio, acoger lo que viene de Dios, lo que trae la vida, lo agradable y lo que no lo es tanto; tomar una decisión, afrontar un cambio, arriesgarse, confiar en Él, que sigue trabajando en lo escondido de tu tierra fecunda.

En la primera lectura (Jer 33,14-16) leemos que el anhelado descendiente de David está viniendo y revelando a Dios en su verdadero rostro de Señor-nuestra-justicia. En la carta de Pablo (1Tes 3,12-4,2) la esperanza se confunde prácticamente con el amor, entendido en su dimensión universal, más allá de toda frontera, de toda discriminación y de cualquier condicionamiento. Algo que la Iglesia católica debería tener en cuenta en la consulta sobre el Sínodo de la Sinodalidad para que se haga realidad el “caminar juntos” que todos/as anhelamos y aún no se nos reconoce. Y, añade Pablo, “el Señor os fortalecerá internamente, para cuando Jesús vuelva”.

El evangelio (Lc 21,25-28) proclama con alegría, “Se acerca vuestra liberación”. La esperanza cristiana sobrevuela por encima de todas las tragedias humanas y todos los dramas personales. Se nos invita a interpretar los períodos más oscuros de la historia como signos de liberación. No para olvidarlos, sino para buscar la manera concreta de insertarse en el más eficaz y honesto proceso de liberación humana. Ni victimismos, ni derrotismos, ni pasotismos.

Enfocar el Adviento como tiempo de acoger lo bueno que Dios deja en cada uno/a, agradeciéndolo, creando un espacio de acogida y aceptación, de amor, para que así se produzca el milagro del alumbramiento. Darnos cuenta de los sencillos regalos cotidianos: tu capacidad de ver la belleza a tu alrededor, el encuentro con los vecinos, con los amigos, con la familia, el café de la sobremesa; valorar los alimentos provenientes de la tierra, del mar, en definitiva, del Creador; el acompañamiento en la sala de un hospital, ante la pérdida de un ser querido o en el módulo de la cárcel; el silencio ante lo que nos resulta insoportable y desolador; el trabajo bien hecho, el estudio para seguir avanzando en humanidad.

Adviento, tiempo de oración para ser conscientes de los regalos que Abbá Dios nos deja en el corazón y cada día le agradecemos.

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

Fuente Fe Adulta

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El arte de vivir despiertos

Domingo, 28 de noviembre de 2021
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Mirada.2Domingo I de Adviento

28 noviembre 2021

Lc 21, 25-28.34-36

A lo largo de la historia, no ha sido extraño que grupos religiosos, más o menos sectarios, hayan hablado, con tono de amenaza, de un final inminente de la historia, en el que solo los “elegidos” quedarían a salvo.

Como trasfondo, no es difícil adivinar una actitud recurrente en ese tipo de sectas: el rechazo del mundo presente y el sueño de un “mundo nuevo” ideal, en el que “los justos” serían completamente resarcidos.

Pues bien, esta creencia fue común en los ambientes de aquellos primeros grupos de seguidores de Jesús, no sabemos con seguridad si alimentada por el propio Maestro, tal como se recoge en las palabras que el evangelio de Mateo pone en su boca: “Os aseguro que no pasará esta generación sin que todo esto suceda” (Mt 24,34).

Con todo, en medio de todo ese discurso apocalíptico, resalta con fuerza una llamada de atención: “Estad siempre despiertos”. Nadie sabe qué futuro nos espera, nadie conoce el desarrollo de los acontecimientos que están por venir. Sin embargo, hay algo a nuestro alcance: vivir despiertos para que, ocurra lo que ocurra, podamos “mantenernos en pie”, como dice el propio texto.

Vivir despiertos significa salir del sopor del sueño de la ignorancia y venir a la luz de la comprensión. Es un arte y un camino, lo cual significa que es la misma práctica la que nos va haciendo diestros en esa nueva forma de vivirnos.

El arte de vivir despiertos se ejercita en la medida en que disminuye o cesa la identificación con la mente, gracias al silencio y a la toma de distancia con respecto a los contenidos mentales. Ahí encuentra su lugar la práctica meditativa, en la que nos entrenamos para acceder a “otro lugar”, más allá de la mente, que abre la puerta a la comprensión.

Ese otro lugar es el Testigo y aprender a vivir en él constituye un momento y un paso decisivo en el camino espiritual -o despertar- de la persona. Se sale de la “jaula” de la mente -y de todo su griterío- y se percibe todo desde la ecuanimidad del “observador”. Tal práctica, no solo nos otorga una radical libertad interior frente a la mente que nos esclaviza con sus mensajes, sino que nos alinea con la vida, generando paz, gozo, creatividad y entrega amorosa y comprometida.

¿Qué me ayuda a vivir en el Testigo?

 

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El hombre espera por naturaleza algo que no está en su naturaleza

Domingo, 28 de noviembre de 2021
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f59e2176-0332-46c8-9c85-4d7fc0d8280aDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

1.- El final del mundo no coincide con el final del ser humano.

Comenzamos hoy el año litúrgico con el tiempo de Adviento, con el primer domingo de Adviento.

El Adviento es un tiempo –como toda la vida- de esperanza, de activar y fortalecer la esperanza.

El evangelio de hoy nos ofrece una visión esperanzada del final de la historia humana y lo hace con un lenguaje apocalíptico, algo tremendista, pero no se trata de una descripción científica del fin del mundo.

El tiempo y la historia humana terminan en la bondad de Dios. Y ello no es catastrófico sino salvífico y amable

2.- Se acerca, está ya presente nuestra liberación.

En este nuevo año litúrgico nos acompañará el evangelio de San Lucas, que subraya la presencia de la salvación ya aquí y ahora. En el evangelio de San Lucas la salvación se ha hecho ya presente por medio de JesuCristo en nuestra historia:

  • Hoy estamos ya salvados:

Lc 2, 11 Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor.

Lc 4, 21 Al comienzo de su ministerio en la sinagoga: Hoy se cumple ante vosotros esta profecía”.

Lc 5, 26 Tras la curación del paralítico, todos quedaron atónitos y alababan a Dios llenos de temor, diciendo: Hoy hemos visto cosas extraordinarias

Lc 19, 5.9   Jesús levantó los ojos y le dijo:

– Zaqueo baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. Jesús le dijo:

Hoy ha llegado la salvación a esta casa.

Lc 22, 34    Te aseguro, Pedro, que hoy mismo, antes de que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces.

Lc 23, 43    Jesús le dijo (al buen ladrón):

Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.

Hoy, no mañana, los pobres, oprimidos, esclavos y pecadores; estamos salvados hoy.

    La alegría futura se hace presente en el hoy de nuestra historia.

3.- Habrá signos.

    Siempre hay signos en la vida: siempre hay señales de angustia catastrófica: la incertidumbre de la pandemia que se alarga, los que mueren en pateras o en el río Bidasoa, algunas opciones políticas que causan vértigo, las guerras, además de los crónicos fracasos personales, la inseguridad propia de la salud, la decadencia por la edad, los conflictos familiares, laborales, eclesiásticos, etc.

    Cuando empiecen a suceder estas cosas, se acerca vuestra liberación.

Siempre que es media noche, comienza el nuevo día, aunque todavía quede mucha noche.

4.- Esperanza.

La esperanza es la relación amable que establecemos con el futuro; me refiero -sobre todo- al futuro absoluto, una relación llena de sentido.

    La esperanza es la “materia” de la que estamos hechos los seres humanos. Vivimos porque algo en nuestro interior nos convoca a un futuro pleno.

    La esperanza es la confianza en que nuestra vida tiene horizonte. Creemos que estamos en buenas manos, porque estamos en manos de Dios.

No podemos depositar toda nuestra esperanza y confianza en ninguna clase de institución humana: partidos políticos, Iglesias o gobiernos. Todos ellos pueden equivocarse y fallar.

    Es útil tener buenos líderes, por supuesto. Pero, en última instancia, nosotros no podemos basar nuestra esperanza de futuro en ninguna clase de líderes humanos porque ninguno de nosotros, individualmente -o en conjunto-, tiene capacidad suficiente para salvar al ser humano.

Nosotros confiamos y esperamos en Dios.

Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor. (Salmo 120).

Me pase lo que me pase (y nos va a pasar de todo), que no me pase sin Ti, Señor.

5.- La esperanza es muy frágil.

    La esperanza es una planta muy delicada, se puede secar pronto, a veces la esperanza es intermitente, aparece y desaparece en nuestro caminar.

    Por eso mismo, porque es muy débil, como el sentido de la vida, hemos de cuidarla y cultivarla.

    Escribía el poeta francés Charles Peguy:

La Fe es la que se mantiene firme por los siglos de los siglos.

La Caridad es la que se da por los siglos de los siglos.

Pero mi pequeña esperanza es la que se levanta todas las mañanas.

6.- Vivir lúcidos.

    No es razonable vivir aletargados, con la sedación como norma de vida. La esperanza no adormece, abre ventanas a los problemas.

Orad

    La oración es ver la vida desde o ante Dios y ello confiere una seriedad, lucidez y horizonte a la existencia. La oración es un modo de vivir lúcidos, atentos y confiados. La oración es un lugar en el que crece la esperanza. En la oración están presentes las miserias y las esperanzas humanas.

    Comencemos el adviento con buen ánimo y esperanza, porque ha llegado el tiempo de la gracia, de la misericordia y del perdón de Dios:

Velad y orad

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“Véndelo todo”, por Carlos Osma

Jueves, 28 de octubre de 2021
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3B3570DB-8AF2-4FFE-84BB-A9C4DACB2FFELeído en su blog Homoprotestantes:

En una ocasión había una joven trans, su amiga bisexual, un madurito gay, una anciana lesbiana, su prima intersexual, y un cuarentón heteroflexible, que se acercaron a Jesús para preguntarle: «Maestro bueno, ¿qué haremos para alcanzar la vida eterna?». Antes de escuchar la respuesta, se añadieron poco a poco una infinidad de personas con la misma inquietud: una veinteañera no binaria, un adolescente de género fluido, un teórico queer… Jesús les miró, carraspeó, y les dijo: «Los mandamientos ya los sabéis», pero no pudo continuar porque comenzaron a quejarse: «es injusto que tengamos que cumplir las leyes heteronormativas y dejar de ser quienes somos para poder alcanzar la vida eterna». «No, no», prosiguió Jesús, «me refiero a no adulteres, no mates, no hurtes, no mientas…». La respuesta pareció tranquilizarles, y todxs mintieron al unísono: «Maestro todo eso lo hemos cumplido desde que éramos niñxs queer». Entonces Jesús les miró, les amó, y les dijo: «Una cosa os falta, vended todo lo que tenéis y dádselo a los pobres». En ese momento se hizo el silencio, y fueron alejándose afligidxs porque tenían muchas posesiones. [1]

Las vidas dignas, las que quieren dejar una huella eterna a su alrededor, o aspiran a la trascendencia, guardan las normas, se portan bien, al menos de cara a la galería. No menosprecio dichas normas, al menos las que son útiles y nos permiten vivir en comunidad. Sin embargo, también es cierto que algunas de ellas son un privilegio que no está al alcance del común de los mortales. Dile a quien todo le ha sido quitado, que no robe para poder sobrevivir, obliga a quien es explotada sexualmente a no adulterar, explícale a un adolescente queer que no debe mentir haciéndose pasar por heterosexual cisgénero en una familia fundamentalista, exígele a una persona que honre a sus padres maltratadores, o pídele a quien sufre en nombre de dios que no lo maldiga. Se puede mentir, de hecho es lo que suele hacerse, pero lo más útil para las personas de vidas no tan dignas, sería contestarle a Jesús que esas leyes son inalcanzables para ellas, que son un lujo que no pueden permitirse. Y después, preguntarle, qué pueden hacer para pasar los años de vida que les quedan con algún propósito y sentido, y si es con felicidad, pues mucho mejor. No creo que, en ese caso, Jesús las mirase sin amarlas, o que les dijese algo diferente a las demás: «Una cosa te falta, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres».

¿Cuáles son los mandamientos? ¿Qué tenemos que hacer? ¿Qué se espera de nosotras? ¿Cómo podemos alcanzar una vida digna? ¿Cómo heredamos la vida eterna? ¿Cómo tenemos que comportarnos para ser respetados? ¿Qué hay que hacer para ser feliz? Hay muchas discusiones alrededor de estas preguntas, muchos debates airados para decidir quién es bueno y quién no lo es, qué se puede hacer y qué no, cómo nos salvamos o cómo ardemos en el infierno. Existen infinitas normativas dependiendo de la religión que profesemos, numerosas éticas no escritas, pero si impuestas, en entornos que se definen como no religiosos. Se publican miles de libros de autoayuda que prometen una vida con sentido, coaches de todos los tipos se ofrecen para acompañarnos hacia la plenitud, las marcas publicitarias nos bombardean prometiéndonos la felicidad inmediata al comprar su producto. Pero Jesús dice: «Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres».

La exigencia de Jesús desestabiliza, para empezar porque el nivel económico determina muchas de nuestras identidades. Dárselo todo a los pobres nos haría pasar de ricos a pobres, pero también de gay a maricón, de turista a inmigrante sin papeles, de ciudadano a una carga para las arcas públicas, de consumidor a ser invisible, de humano a obra social, de promesa a amenaza. Si ni siquiera la mayoría de personas cis heterosexuales, a las que les han regalado dicha identidad, estarían dispuestas a abrazar por un día una identidad diferente, tendríamos que estar nosotras locas para hacer caso a la propuesta de Jesús tirando por la borda identidades que nos han costado tanto alcanzar. Si no fuera porque Jesús es maricón, pensaría que su propuesta pretende reforzar el poder de los de siempre para volver a dejarnos a su merced. Así que, alguna razón tendrá para pedirnos cosas tan imposibles si queremos heredar la vida eterna o, al menos, tener una vida con cierto sentido.

Creo que Luis Alegre tiene razón cuando dice que las personas LGTBIQ traemos ya ganada de casa la posibilidad de salir de nuestras identidades, él las llama jaulillas, para mirarlas desde fuera. Y que esta distancia da un margen de juego y una libertad que los heterosexuales, por lo general, no tienen. [2] Supongo que, reconociendo que la exigencia de Jesús nos supera, y dando por hecho que lo de la vida eterna está complicado si depende solo de nosotras, el primer paso necesario para venderlo todo y dárselo a los pobres es salir de nuestra identidad, más o menos ventajosa, para aproximarnos a aquellas otras que por diferentes injusticias no lo son tanto. Poner en práctica lo que tanto pedimos a las personas LGTBIQfóbicas, y aproximarnos a quienes carecen de algunos privilegios para ver en qué podemos ayudarles, sabiendo que eso puede suponer perder alguno de los nuestros, y que no va a salirnos gratis. Dice también Luis Alegre que las identidades siempre tienen algo de artificial, que son útiles para muchas cosas, pero tiránicas si no se las controla. [3] Y hay que reconocer que a veces se nos escapan de las manos y las convertimos en una atalaya que nos proporciona seguridad, pero donde vivimos prisioneros. La exigencia imposible de Jesús, urge a lo humano, por delante de cualquier identidad.

Lo más sorprendente de todo es, que podríamos hacer caso a Jesús y quedarnos con una mano delante y otra detrás, pero seguir estando atrapadas en alguna identidad a la que demos más importancia que a los seres humanos: santa, buena persona, defensora de los derechos LGTBIQ, héroe queer… Y en ese caso olvidaríamos que el valor principal de la ética cristiana no es renunciar a todo, sino el amor. Esa es la llave que nos falta para abrir el candado de cada una de nuestras identidades y aproximarnos a aquellas otras con las que oprimimos a tanta gente. Eso es lo que da sentido a las demandas sin sentido de Jesús, lo que al final de cuentas nos falta. Porque como dice Pablo: «Si reparto entre los pobres cuanto poseo, y aun si entrego mi cuerpo para tener de qué enorgullecerme, pero no tengo amor, de nada me sirve» [4].

Carlos Osma

 NOTAS:

[1] Mc 10,17-31.

[2] Luis Alegre, Elogio de la homosexualidad, Barcelona: Arpa Editores 2017, p.69.

[3] Ibid. 146.

[4] 1 Cor 13,3.

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“Decir nuestro nombre”, por Carlos Osma

Viernes, 27 de agosto de 2021
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179F233A-4C84-455D-9AE7-2B63649EFFC5-768x488Leído en su blog:

«No hay una humanidad que camina. No hay un pensamiento que piensa. No hay un amor que ama. No hay una lengua que habla. Hay Ana y Juan, que caminan, que aman, que piensan, y que hablan» [1]. Es importante recordar esta cita cuando nos bombardean con discursos supuestamente universales, de carácter político o religioso, que lo que pretenden es disolvernos en la masa, para borrarnos y hacernos desaparecer por arte de magia. Lo realmente universal, si existe, si es posible pensarlo, debemos construirlo a partir de los nombres propios de aquellas personas a las que se pretende representar. Si no es así, no lo necesitamos, no lo queremos, porque no nos libera, porque nos hará sufrir.

La mayoría de nosotras tenemos nombres que hemos recibido, nombres con los que nos sentimos definidos, con los que nos identificamos. Sin embargo muchas personas LGTBIQ hemos vivido, o vivimos, la experiencia de recibir nombres que no son los nuestros. Hay muchas Miriams que fueron llamadas José, muchos Davids a los que bautizaron o presentaron como Elisabeth. Estos son los primeros nombres que se borran cuando se habla de  humanidad, de pensamiento, de amor, de lenguaje, de naturaleza, de biología, cuando se pretende construir lo universal desde arriba. Hay que alejarse de los espacios que no son capaces de llamarnos por nuestros nombres. Sara y Abraham recibieron su verdadero nombre como madre y padre de multitud de gentes después de haber dejado la tierra que les vio nacer y donde se les llamaba Sarai y Abram.[2]

Pero hay también muches Anas, Jordis, Marías, y Maneles que escuchan su nombre con claridad cuando son nombradas por otras personas, pero perciben sin duda alguna que ese nombre no es el suyo. Es cierto que vocales y consonantes coinciden a la perfección, pero un nombre es algo más que fonética. Y aunque se construya lo comunitario, por pequeña que sea esa comunidad, incluyendo cada una de las letras de su nombre, sienten que están fuera de ella, porque esos nombres no son los suyos. Porque con ellos se refieren a otras persones que elles no son, porque hay partes de su cuerpo, de su deseo, de su forma de ver el mundo, de lo que quieren ser, que son mutiladas. Y no hay nada más doloroso que escuchar a personas que amas llamándote por un nombre que te parte en dos para desechar una de esas partes. Parece tu nombre, sí, pero no es el tuyo. Pedro llamó a Jesús Mesías, y sí, Jesús era el Mesías, pero otro Mesías diferente al que Pedro quería, por eso Jesús le dijo: «¡Apártate de mí Satanás!» [3]. Y hay muchos Reinos de Dios, muchas sociedades justas y seguras, muchas iglesias llenas de amor, que se construyen como Pedro construyó a su Mesías, guiados por Satanás. Negando nuestros  nombres al mismo tiempo que parecen afirmarlos.

Moisés le preguntó a Dios su nombre para poder decirle al Faraón cuál era el Dios que le enviaba. Y Dios le respondió: «Yo soy el que seré» [4]. Hay muchas teologías que hablan de Dios alejándolo de lo concreto, borrando su nombre, pero el nombre de Dios está directamente relacionado con su forma de actuar, de revelarse. El Dios de Moisés es liberador, no por definición, sino porque liberó. Es el Dios de los últimos, de los excluidos, de los que no ven reconocida su dignidad. Y cuando dejamos de ver a Dios de esta forma, para definirle de otra manera que a nosotras nos parece mejor, ya no es a esa Dios al que nos dirigimos, al que seguimos, sino a otro. Hemos construido una imagen, un ídolo al que llamamos de la misma forma, pero que no es «Yo soy el que seré». Nuestros nombres también pueden ser convertidos en ídolos e imágenes por nosotros mismos o por quienes quieren hacer de nosotras algo distinto a lo que somos. Nuestros nombres también pueden ser tomados en vano. El «Yo soy el que seré», no solo revela el nombre de Dios, también indica que los nombres se construyen en su acción concreta, que nosotras somos siempre en relación con nuestro entorno, que no venimos definides y cerrados desde el principio para ser englobadas en conceptos e ideas preestablecidas. Cualquier política, cualquier institución, ideología o teología, que quiera incluirnos, debe permanecer abierta, para que podamos «ser» en relación con los demás de una forma más libre. Si lo común, si lo supuestamente universal, no puede construirse de esta forma, mejor rechazarlo, para nosotres no es útil.

Jesús reveló a Dios con otro nombre, lo llamo «Padre», después explicó qué significaba para él esta palabra, porque padres hay de muchos tipos, y porque una puede cambiar este nombre por otro si considera que así puede mantener la esencia de dicha identidad. Dios no era para Jesús un concepto teórico, no era una identidad abstracta, no era lo que los demás dijeran sobre Ella. Dios era quien ama incondicionalmente al ser humano, quien espera para abrazarles, curarlas, dignificarlos. Un Dios del amor concreto, real e incondicional. Un Dios que invita a que nuestros nombres no sean borrados y que sean definidos por el amor, que insta a que nuestra identidad no renuncie a aceptar y amar nuestra vulnerabilidad y la de los demás. Quienes pretenden introducirnos a la fuerza en conceptos e ideas, en teologías y filosofías, en ideologías supuestamente universales, que no respetan ese amor concreto, real e incondicional, nos están engañando. Nuestros nombres no sobreviven en espacios cerrados carentes de amor, necesitamos lugares donde poder decir quiénes somos, en los que poder expresarnos tal y como sentimos, donde poder exigir ser tratadas con la dignidad que merecemos. Necesitamos construir casas comunes, pero desde abajo, desde la piel y el nombre de cada una de nosotres, y construirlo para todes nosotras, no para mí, ni para los que son como yo. Construirlo no para llegar a lo universal, sino a lo que es más urgente: lo fraternal, lo humano, el respeto a los demás, la justicia, y sobre todo, al amor al prójimo y a uno mismo.

Carlos Osma

Notas:

[1] Josep Maria Esquirol, Humà, més humà: Una antropologia de la ferida infinita, Barcelona: Quaderns Crema 2021, p.20.

[2] Gn 17.

[3] Mt 16,23.

[4] Ex 3,14.

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“Teologías del papel de aluminio”, por Carlos Osma

Lunes, 26 de abril de 2021
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papelaluminioDe su blog Homoprotestantes:

La máxima de cualquier teología del papel de aluminio es la conservación, y su meta, envolver cualquier reflexión, principio, idea, institución, o identidad cristiana, en una finísima capa de este material para asegurar la inmutabilidad. En ocasiones se les va un poco de las manos y lo que envuelven en tan elástico papel plateado es el cerebro de los cristianos y cristianas que asumen como verdad revelada dichas teologías. Hay que reconocer su éxito, no hay más que mirar los principales medios de comunicación cristianos en castellano, pero de la misma manera deberíamos indicar lo contaminantes y cancerígenas que pueden llegar a ser. Después, proponer teologías más respetuosas con el medio ambiente, con nuestros cuerpos, con nuestras identidades. Teologías que nazcan, crezcan, mueran y se pudran, para dar lugar a otras nuevas y más significativas en los lugares donde logren renacer.

En muchas teologías hay una fiebre que no entiendo por la conservación, porque todo sea como siempre fue, cuando lo que yo leo en el evangelio es una llamada a hombres y mujeres para que cambien su identidad, su manera de ver el mundo, al prójimo y a dios. No existe el mensaje de la resignación, del “te aguantas”, del “asume lo que te ha tocado”, o del “toda la vida ha sido así”, sino el “déjalo todo y sígueme”. El cristianismo es una propuesta de cambio y transformación, de construir otros mundos posibles, otras personas diferentes. Es la relativización de cualquier identidad, lo más alejado del esencialismo, de las ideologías que dicen quiénes somos y cómo se espera que nos comportemos por el lugar donde hemos nacido, la clase social, el género que se nos ha impuesto, o los deseos que nos son permitidos. “Déjalo todo”, todo, no te quedes con nada, “y sígueme”.

Es evidente que no podemos dejarlo todo, ¡ya nos gustaría a veces!, que el seguimiento de Jesús solo es posible desde lo que somos, y eso son un montón de identidades que nos configuran a todas. Pero en el momento en el que nos ponemos en camino, estamos diciendo que esas identidades no son inmutables, que en el seguimiento nos abrimos al cambio, a la transformación. El cristianismo es esencialmente trans, sin lo trans, no hay cristianismo. Y quienes pretenden envolvernos con sus teologías del papel de aluminio, lo que pretenden es que no nos movamos, que no respondamos a la llamada de Jesús. Por eso no son teologías cristianas, por muy bendecidas que estén por quienes manejan el cotarro de lo religioso. El evangelio, la buena noticia, es que podemos ser cambiadas, que no tenemos que asumir ninguna esencia, biología, naturaleza, o ley de dios. Asumir ser cristiana, es lanzar todo eso por el retrete, y abrirse a la transformación, dejándose guiar por el evangelio de Jesús.

Todo esto tiene también otra consecuencia para quienes reivindicamos los derechos de todas las identidades, y es que no podemos hacer fotos fijas de una identidad, no podemos caer en el error de envolver lo trans, lo gay, lo bi, lo queer, lo lesbico, lo +, en nuestro propio papel de aluminio, aunque sea de colores. No hay una meta de la identidad donde alguien nos espera para decirnos que lo hemos logrado, que eso es lo que somos, que ya nos hemos encontrado por fin… En el seguimiento de Jesús no hay papel de aluminio que valga, habrá veces que seremos más conscientes de los cambios, y otras menos, pero el seguimiento de Jesús, con la transformación que necesariamente trae consigo, es nuestra identidad fundamental.

No lo lograremos completamente, vamos a fracasar, si esa convicción es demasiado perturbadora para nosotros, mejor abandonarse a las teologías del papel de aluminio, porque con ellas al final si se vencerá y se alcanzará la meta deseada. Pero si optamos por no engañarnos, mejor aceptar que siempre habrá un sueño no realizado, una justicia no alcanzada, una caricia que nos gustaría volver a hacer, un abrazo pendiente. Siempre quedará algo que nos hubiera gustado ser, una mirada que nos hubiera gustado recibir, un perdón que no dimos, una forma de ser hombre o mujer que jamás nos atrevimos a explorar. Lo importante del seguimiento, es el camino y su compañía, aquello que sí hicimos, las identidades de las que logramos escapar, y aquellas otras que asumimos como nuestras porque nos hacían felices. Lo esencial es lo que vivimos, quienes amamos y nos amaron, pero también lo que logramos amarnos y perdonarnos. Ojalá que lo último que nos robe la muerte no sea el recuerdo de un versículo sobre cómo deberíamos haber sido, ni un suspiro, sino la voluntad de seguir viviendo, de seguir transformándonos mientras caminamos con el maestro. Y ojalá también, que la muerte no sea el último paso que demos junto a él.

Carlos Osma

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“Aunque lo ponga en la Biblia”, por Carlos Osma

Viernes, 19 de febrero de 2021
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A closeup shot of a surprised child holding the bible with a black background Leído en su blog Homoprotestantes:

El teólogo Manuel Villalobos en una entrevista que le realicé hace unos meses dejó caer una frase que me descolocó: «La Biblia no dice nada». Para quienes hemos sido educados en entornos donde se enseñaba que la Biblia lo dice todo, el axioma de Villalobos podría ser demoledor. Tengo que reconocer que en mi caso no lo fue, hace años que siento cierta predilección por personas cuyas acciones y opiniones me invitan a replantearme los fundamentos sobre los que se sustenta mi fe. Así que, después del primer aturdimiento tras leer las palabras de Villalobos, me pregunté qué lugar ocupa la Biblia en mi forma de entender y vivir la fe cristiana.

Si soy sincero diré, que cuando escucho a alguien afirmar que cree en algo porque lo pone en la Biblia, pienso que está mintiendo. Nadie puede creer que Jesús es el camino, la verdad y la vida, porque lo ponga en el Evangelio de Juan. O condenar las relaciones homosexuales porque supuestamente así lo prescribe el libro del Levítico. No, no me trago a quienes gritan a los cuatro vientos que se sienten amadas por dios porque los evangelios así lo enseñan, ni a los que se oponen al aborto porque lo condena un versículo de no sé que capítulo de la Biblia. Decidir sin razón alguna, que un conjunto de libros escritos hace milenios son la norma bajo la que guiarás tu comportamiento, y juzgarás el de los demás, me parece tan absurdo como creer que las personas nacidas el treinta de marzo tienen una energía envidiable porque son Aries. Detrás de la importancia, del valor que tiene para nosotros la Biblia, siempre hay una historia y unas motivaciones previas que influyen en cómo la interpretamos y la utilizamos para justificar nuestros posicionamientos.

Lo cierto es que, aunque en los evangelios encontramos a Jesús apelando en varias ocasiones a las Escrituras, no recuerdo que ninguno de sus discípulos y discípulas lo siguieran, dejaran a sus familias, le rogaran un milagro, o reconocieran en él al Mesías, porque lo ponía en la Biblia. Tampoco creo que las parábolas de Jesús, que revelaban como era su Padre celestial, fueran menos importantes que otras de sus enseñanzas porque no las habían citado los Profetas, o no se encontraban en los Escritos ni en el Pentateuco. A decir verdad, quienes más usaban las Escrituras eran los fariseos y maestros de la ley, y lo hacían para tratar de desacreditar a Jesús y proteger sus tradiciones y estructuras socio-religiosas. Las seguidoras y seguidores de Jesús, quienes vieron en él la Palabra de Dios que les interpelaba, eran personas que por diferentes motivos sufrían una opresión y pusieron en él sus esperanzas para liberarse. Así que, si nos ceñimos a lo que encontramos en los evangelios, hay personas que se apropian de la letra de la Biblia para defender sus privilegios, y otras que tratan de seguir la Palabra de Dios para alcanzar la liberación. Para unas la Biblia dice una cosa, y para otras, algo totalmente diferente.

Puede que la hayamos leído por primera vez siendo ya adultos, o por el contrario, que en el babero que nos ponía nuestra madre para darnos la papilla hubiese un corazón enorme alrededor del versículo: Dios es amor. Sea como fuere, no estaría mal que nos planteáramos cuál es el motivo que nos lleva a utilizar la Biblia como guía en nuestra vida. Podría ser por ejemplo, la voluntad de ser fiel a una tradición que nos han trasmitido personas a las que queremos, y pensamos que si las cuestionamos podemos estar traicionándolas. También puede ser, que estemos cómodos con nuestra vida y nuestro entorno, que nos sintamos protegidos en el mundo que conocemos con la interpretación de la Biblia que nos han enseñado, y que tengamos miedo de hacernos preguntas que lo pongan todo patas arriba y nos dejen a la intemperie. O por el contrario, que hayamos sufrido carencias afectivas en la infancia y necesitemos una comunidad que nos dé el calor que nos ha faltado, por lo que estamos dispuestos a creernos lo que haga falta para seguir formando parte de ella. Quizás tuvimos algún tipo de adicción cuándo éramos jóvenes, o llegamos a sentirnos perdidos en algún momento, y ahora buscamos personas que nos guíen y límites que nos digan lo que debemos hacer. Podría añadir aquí mil motivos más que en mayor o menor medida condicionan nuestras lecturas, le dejo a cada lectora y lector que reflexione sobre los suyos -puede compartirlos en los comentarios, si quiere-; pero para acabar indicaré uno que me parece el más peligroso, y es el de aquellas personas que por alguna razón se han sentido ninguneadas, maltratadas, humilladas, y ahora sienten la necesidad de conseguir algún tipo de poder para controlar a otras personas, escondiéndose tras absolutos que nadie pueda rebatir. Y no hay mayor absoluto que lo que dios pueda decir, ni mayor poder que ser su humilde mensajero.

La Biblia no dice nada, y permite cualquier tipo de interpretación a partir de las motivaciones y experiencias previas de quien la interpreta. Además, a la gente es fácil conocerla por las lecturas que de ella hace, y cuanto más esconden sus condicionamientos tratando de imponerlas como verdaderas, más hacen el ridículo. Mi interpretación de los textos bíblicos nace -sobre todo- de una experiencia que va de la opresión a la liberación. Y la Biblia, o más bien, las interpretaciones que de ella se hacen, me resultan significativas, me interpelan, me cuestionan, me invitan a modificar la forma en la que vivo y me relaciono con los demás, si son liberadoras. El resto de lecturas y visiones que se apoyan en los textos bíblicos para oprimir a la gente, para controlarla, para hacerla sufrir en nombre de dios, para humillarla, para decirle lo que debe hacer… pues no me interesan, porque están basadas en las experiencias opresivas de quienes las hacen, no en la convicción de que el mensaje de Jesús es liberador. O mejor dicho, en la experiencia real y tangible de que el mensaje de Jesús se traduce en vida. Por eso, tampoco las impecables disquisiciones, las hermosas construcciones teológicas que generan debates infinitos, pero no tienen ninguna conexión con la realidad palpable, me aportan gran cosa.

Todas las lecturas tienen los límites propios que le imponen las motivaciones que las generan, no hay interpretaciones perfectas ni definitivas, y desde esa convicción nace el diálogo, el intercambio de perspectivas que a todas y todos nos pueden enriquecer y ayudar en nuestro día a día, que de eso se trata. Pero de las interpretaciones que lo que persiguen es deshumanizarnos hay que alejarse, no importa si son las ortodoxas, si son las que más venden, las verdaderas, o las que más seguidores tienen. Por respeto a la Biblia, o lo que es más importante, por respeto a los demás y a nosotros mismos, si de verdad creemos que dios puede decirnos algo a través de ella, hay que crear, imaginar, soñar interpretaciones que puedan ser llevadas a la práctica para que el dios liberador se haga presente entre nosotras. En mi opinión, solo ese tipo de interpretaciones son fieles al mensaje de Jesús, el resto son rehenes de otros intereses: aunque lo ponga en la Biblia.

Carlos Osma

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” Y del cielo, ¿qué?”, por Carlos Osma

Jueves, 27 de agosto de 2020
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cieloDe su blog Homoprotestantes:

Hace un par de semanas me preguntaron en el programa “El Té caliente” cómo entendía yo la trascendencia. El pastor John Miranda explicó que había recibido críticas sobre los mensajes de salvación centrados exclusivamente en el aquí y el ahora por ser semejantes a los que realiza cualquier ONG. Desde ese día sigo dando vueltas a esa pregunta, y me han surgido algunas más: ¿Al hablar de salvacion hemos de escoger entre trascendencia o inmanencia? ¿Olvidamos la trascendencia para que nuestro discurso sea más aceptable? ¿Nos centramos en el aquí y el ahora por falta de fe? ¿Se puede hablar de cristianismo cuando no hay esperanza de resurrección?

Algunos podrían pensar que las maricas no hablamos sobre trascendencia porque para nosotras la trascendencia es el infierno. Y por eso nos centramos en la inmanencia, en lo carnal, lo momentáneo y efímero, que es nuestro lugar natural. Nosotras no trascendemos, nuestros cuerpos queer habitados por la depravación, se aferran a lo terrenal. Y es desde esta conciencia, y también desde el sentimiento de culpa, que nos lanzamos a decorar el mundo, haciéndolo más habitable. Nuestras Ikea-teologías dan el pego a primera vista, pero tras el felpudo rainbow no se vislumbra el Reino de Dios, sino decorados diseñados por nosotras mismas para que quienes los visiten nos den su aprobación. Entre tratar de construir un mundo funcional y confortable, con toques de Feng shui, o elevarnos hacia una trascendencia en la que no nos espera nada bueno, las maricas inteligentes habríamos decidido quedarnos con la primera opción.

No digo que no debamos preguntarnos si hay algo de verdad en todo esto, pero sinceramente creo que hay pocas “desviadas” afortunadas que puedan poner su infierno en la trascendencia. Seamos sinceras, gran parte de quienes por cualquier razón no cabemos en los cánones de la diosa normalidad ya hemos pasado por él: no aceptación, percepción negativa de una misma, rechazo familiar, insultos, terapias, acoso, amenazas, agresiones, no reconocimiento de nuestros derechos, marginación…. Por esta razón hay personas que opinan que en realidad las maricas con ansias de sobrevivir tenemos tendencia a huir de la realidad, y estamos abiertas a la trascendencia más que cualquier otro colectivo. Queremos un cielo nuevo y una tierra nueva que no tenga nada que ver con la que tenemos ahora, y nos aferramos a la promesa de que “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas ya pasaron” (1). Según este punto de vista, nosotras no andamos por el mundo como el resto de mortales, sino que más bien tratamos de levitar. No somos seres de carne y hueso, sino seres espirituales para los que la lectura de la Biblia, la meditación o la oración, son como chutes de helio que nos elevan hacia el más allá.

Personalmente pienso que la mayoría de las maricas tenemos serios problemas con el blanco y el negro, y que preferimos situarnos en zonas multicolor. Además, tenemos un temor irracional a permanecer quietas, supongo que por puro instinto de supervivencia. Es por esa razón que nuestra relación con lo inmanente y lo trascendente es más compleja que cualquiera de los tópicos reduccionistas anteriores. Hay días que nos ponemos zapatos con tacón de aguja para adherirnos mejor a la tierra, y otros que nos colocamos una corona y unas alas para tratar de llegar hasta el cielo. Hay veces que solo vemos lo que tenemos delante de nuestras narices, y otras que vislumbramos lo invisible. Hay días que dudamos de si somos cristianas, y otros que nos sentamos a tomar el té a las cinco con nuestro Jesús genderqueer. Sin embargo, sin negar que todo lo anterior nos ocurra alguna vez, la mayor parte del tiempo vivimos tratando de compaginar lo inmanente y lo trascendente, el aquí y el ahora con lo que está más allá del espacio y el tiempo que conocemos. Y no es fácil, cada una lo hacemos a nuestra manera, marcadas indudablemente por nuestra biografía, pero también por el entorno y las circunstancias que hoy nos envuelven.

Decía Dietrich Bonhoeffer que “Solo desde las profundidades de la tierra, solo pasando a través de las tormentas de la consciencia humana, se nos abre la visión de la eternidad” Únicamente desde el aquí, podemos vislumbrar el más allá, no hay cielo sin tierra. El Reino de Dios irrumpe cada día en las acciones de liberación que cada una de nosotras realiza en el mundo, y cuando abandonamos lo concreto, cuando decidimos no actuar ante el sufrimiento de otras personas, el nuestro, o el de la creación misma, para ir en busca del más allá, no estamos trascendiendo sino huyendo. Por lo que eso que vemos, aquello en lo que nos refugiamos llamándole esperanza, cielo, más allá, o cualquiera de las bellas palabras que se nos pueden ocurrir; no es la trascendencia y ni siquiera apunta hacia ella. La marica que no se esté rompiendo las uñas para acabar con la LGTBIQfobia que vive cada día, no sigue el llamado de Jesús, no abre espacio al Reino y es incapaz de intuir alguna cosa sobre la eternidad.

Pero aunque nuestras propuestas de justicia para este mundo patriarcal, capitalista, contaminado, eurocéntrico, LGTBIQfóbico, clasista, racista (pueden ir añadiendo aquí todo aquello que debemos transformar), sean maravillosas e ideales, el Reino de Dios no lo vamos a traer nosotras. De la misma forma, aunque nos aferremos a la tierra y a la vida con todas nuestras fuerzas, habrá un día en el que la enfermedad y la muerte nos alcancen. La última palabra no depende de nosotras. Al final, como siempre, perderemos y seremos derrotadas. Desde ese convencimiento miramos más allá de lo que tenemos delante y nos abrimos a la esperanza de aquello que ni podemos imaginar. Esperanza de vida, de reencuentro, de reconciliación, de amor, de perdón, de lágrimas y abrazos. Esperanza de justicia para toda la creación de la que formamos parte. Después del final, aguardamos un nuevo comienzo, porque la injusticia y la muerte no pueden tener la última palabra, sino el Dios de amor y de vida que nos reveló Jesús de Nazaret.

Carlos Osma

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NOTAS:

(1) Ap 21,4.

(2) Bonhoeffer, D.

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Relación de Comunión

Domingo, 7 de junio de 2020
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relationdecommunion

Maurice Zundel escribió páginas emocionantes sobre el corazón humano, este espacio donde la conciencia que se despierta accede en el sentido de su dignidad de su inviolabilidad, y que se revela, detrás del mí prefabricado y condicionado que lo recubre, como un espacio de pura acogida del otro, el espacio que no puede ser violado por principios autoritarios, ni siquiera divinos, sino que vive de la apertura y de la comunión con el Otro, a la imagen del Dios de Pobreza que  se desposee de él mismo perpetuamente en la relación de ofrenda que mantienen entre ellas las tres Personas de la Trinidad.

” (…) La Trinidad es la liberación de una pesadilla en la que la humanidad se debate cuando se sitúa frente a una divinidad de la que depende y a la que es sometida: ¿Por qué Él bastante más que yo? ¿Por qué soy la criatura, y Él el Creador? ¿Por qué, si es mi creador, me puso en esta situación de saber que yo soy su esclavo? ¿Por qué me dio justo bastante inteligencia para comprender que dependo de Él? ¡Hay una rebelión sorda e implacable qué sube del corazón del hombre en esta confrontación de su espíritu con esta especie de Dios que aparece en él como la apisonadora del espíritu!

En la apertura del Corazón de Dios a través del Corazón del Cristo, hay justamente esta manifestación increíble y maravillosa que Dios es Dios porque se comunica, que es Dios porque se da todo, porque el es la desapropiación infinita y eterna, porque tiene la transparencia de un niño, la transparencia en la que toda especie de apropiación es imposible, donde la mirada siempre es dirigida hacia “El Otro”, donde la personalidad, donde el yo, es sólo un altruismo puro e infinito. ¡Allí está la gran confidencia qué resplandece en el Evangelio de Cristo! ¡La perla del reino, es para que Dios sea este Dios!

¡Jesús, revelándonos la Trinidad, nos libró de Dios! Nos libró de este Dios pesadilla, exterior a nosotros, límite y amenaza para nosotros: ¡nos libró de aquel Dios! Nos libró de nosotros mismos que necesariamente estábamos, y sordamente, aunque no nos atrevíamos a reconocerlo, en rebelión contra este Dios.

Con la Trinidad, entramos en el mundo de la relación. (…)

Subsistir en forma de don, subsistir como una relación con los demás otro, subsistir en una respiración pura de amor, tenemos ahí el Dios que se transparenta y se revela personalmente en Jesucristo. (…)

Lo que justamente es tan patético, y lo que nos hace sensible la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y el paso que trasciende que hay que obrar del uno al otro, es que, mientras que en el Antiguo Testamento el pecado supremo, el pecado original, es querer ser como Dios, en el Nuevo,  es esto mismo lo único que es necesario. (…)

¡Se trata de ser como Dios! Y, en el fondo, esta intuición nietzscheana, esta voluntad de ser Dios, de no sostener a ningún Dios aparte de sí mísmo, es el bosquejo de una vocación auténtica. ¡Pero atención! ¡Sí, ser como Dios, pero después de haber reconocido en Dios justamente  la desapropiación infinita, la pobreza suprema, el despojo translúcido!

Si Dios es aquel Dios, si hay en nuestro corazón una espera infinita, ser como Dios, ahora esto quiere decir desapropiarnos fundamentalmente de nosotros mismos para que nuestra vida se cumpla como la suya en un don sin reserva.”

*

Maurice Zundel,
Le Problème que nous sommes“,
Le Sarment, Fayard, 2000, pp 39-42

relation-de-communion

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tengan vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

*

Juan 3, 16-18

***

Si se pretendiese que una oración tuviera la precisión de un tratado de teología, entonces la oración a la Trinidad seria una cima casi inalcanzable. Sin embargo, la oración no es el fruto de unos razonamientos. En caso contrario, esperemos que la teología nos saque de esta contradicción. Ella, en efecto, ha creado el término técnico de circumincesión (o pericoresis, según la etimología griega) para hablar del “movimiento inamovible” de la presencio recíproca de las tres personas de la Trinidad – “Lo mismo que tu estés en mi y yo en ti”, le dice Jesús al Padre- en el rico “tránsito” de la circulación del Amor. De la misma forma, la verdadera oración trinitaria, como cualquier oración cristiana pasa sin cesar de una Persona a la otra. De este modo, Cristo, desde el momento que lo contemplamos como Hijo de Dios, nos remite al Padre, que nos lo “entrega”, y el Padre, cuando le expresamos nuestra acción de gracias, nos remite al Espíritu que el Hijo nos da “de parte” del Padre, y así incesablemente, cualquiera que sea el orden que empleemos e indistintamente de la Persona a la que inicialmente nos dirijamos en nuestra oración. Porque la oración trinitario sigue la lógico del amor, que es compartido y comunicado.

*

J. Moingt,
Los tres visitadores. Conversaciones sobre la Trinidad,
Mensajero, Bilbao 2000.

***

***

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Hacia una mística de ojos abiertos, corazón solidario y amor eficaz (I)

Jueves, 4 de junio de 2020
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Monsenor-Agrelo-junto-migrantes-africanos_2113598686_13528262_660x371Leído en su blog:

2020 es un año para recordar a teólogas y teólogos nonagenarios que brillan con luz propia y viven –o vivieron- la mística no como evasión y huida del mundo, sino en el corazón de la realidad con todas sus contradicciones

Ellas y ellos han hecho realidad la conocida afirmación de Karl Rahner: “El piadoso de mañana o bien será un ‘místico’, una persona que ha ‘experimentado’ algo, o no será nada”

Hace cerca de 40 años, Gustavo Gutiérrez se preguntaba en su libro La fuerza histórica de los pobres si tenía sentido seguir haciendo teología en un mundo de miseria y opresión

Yo me planteo y os planteo similares preguntas, en este caso en relación con la mística. ¿Tiene sentido hablar de mística en tiempos de secularización, de crisis de Dios y de fundamentalismos religiosos?

Las preguntas se tornan más urgentes y radicales todavía tras las dramáticas imágenes que vemos a diario en televisión

Estamos celebrando este año el décimo aniversario del fallecimiento de Raimon Panikkar, místico itinerante, que supo aunar en su vida y su pensamiento ambas dimensiones –mística e itinerancia- con una extraordinaria coherencia y fue capaz de conciliar en su persona experiencias místicas de diferentes religiones: judía, cristiana, hinduista, budista, y la mística secular.

2020 es también un año de para recordar a teólogas y teólogos nonagenarios que brillan con luz propia y viven –o vivieron- la mística no como evasión y huida del mundo, sino en el corazón de la realidad con todas sus contradicciones, al ritmo de la historia, en el horizonte de la liberación, en busca de nuevos valores humanistas y ecológicos y desde el compromiso por la transformación personal, comunitaria y estructural.

Me refiero a Gustavo Gutiérrez, para quien el método de la teología de la liberación es la espiritualidad; a Johan Baptist Metz, fallecido el año pasado, que propone una “mística de ojos abiertos”, que lleva a con-sufrir, a sufrir con el dolor de los demás; a Pedro Casaldàliga, que vive la mística en el bien decir estético de su poesía, en el compromiso con los pobres de la tierra y en defensa de los derechos de las comunidades indígenas y afrodescendientes; a Hans Küng, ejemplo de mística interreligiosa que conduce al diálogo simétrico de religiones, espiritualidades y saberes; a Dorothee Sölle, fallecida en 2003, que supo compaginar en su vida y su teología armónicamente mística y feminismo desde la resistencia.

Celebramos el ochenta y dos aniversario del nacimiento Leonardo Boff, que definió a los cristianos y cristianas como “contemplativos en la liberación” y de Jon Sobrino, testigo de la mística vivida en torno al martirio y de la “liberación con espíritu”, convencido como está de que “sin práctica, el espíritu permanece vago, indiferenciado, muchas veces alienante”; el ochenta y cinco aniversario de Juan Martín Velasco, fallecido en abril pasado, místico en tiempos de ausencia de Dios, y el ochenta aniversario del nacimiento de la carmelita Cristina Kauffmann, fallecida en 2006, cuya vida fue, en palabras suyas “un correr hacia Dios”.

Ellas y ellos han hecho realidad la conocida afirmación de Karl Rahner: “El piadoso de mañana o bien será un ‘místico’, una persona que ha ‘experimentado’ algo, o no será nada”.

Preguntas

Pero llegados aquí me surgen no pocas preguntas. Hace cerca de 40 años, Gustavo Gutiérrez se preguntaba en su libro La fuerza histórica de los pobres si tenía sentido seguir haciendo teología en un mundo de miseria y opresión, si la tarea más urgente no era más de orden social y político que teológica, si se justificaba dedicarle tiempo y energía a la teología en las condiciones de urgencia que vivía América Latina y si los teólogos no estarían dejándose llevar más por la inercia de una formación teológica que por las necesidades reales de un pueblo que lucha por su liberación.

Yo me planteo y os planteo similares preguntas, en este caso en relación con la mística. ¿Tiene sentido hablar de mística en tiempos de secularización, de crisis de Dios y de fundamentalismos religiosos? ¿Se trata de la búsqueda de una “nueva espiritualidad” o, más bien, de una especie de “tapa-agujeros” en una época post-religiosa y de una manera de evadirse de la realidad? ¿No puede parecer una distracción ociosa hablar de mística en medio de la pandemia provocada por el coronavirus con cerca de cuatro millones de personas contagiadas en el mundo y doscientas setenta mil fallecidas y con una postpandemia de incalculables consecuencias para el futuro de la humanidad?

A la vista de las grandes brechas abiertas en el mundo entre ricos y pobres, hombres y mujeres, personas “nativas” y “extranjeras”, pueblos colonizados y potencias colonizadoras, de tamañas situaciones de injusticia estructural, del crecimiento de la desigualdad, de las agresiones contra la tierra, contra los pueblos originarios, contra las mujeres, contra la memoria histórica y a favor del olvido: feminicidios, ecocidios, epistemicidios, genocidios, biocidios, memoricidios, ¿se puede seguir hablando de mística con un discurso que no sea alienante y unas prácticas religiosas que no sean estériles?

Las preguntas se tornan más urgentes y radicales todavía tras las dramáticas imágenes que vemos a diario en televisión de personas migrantes, refugiadas y desplazadas que quieren llegan a nuestras costas surcando el Mediterráneo o saltar las vallas con concertinas y mueren en el intento por la insolidaridad de la “bárbara” Europa llamada “cristiana” o que, procedentes de los países centroamericanos empobrecidos por el voraz y salvaje capitalismo, son detenidas en la frontera de Estados Unidos y separados los niños y niñas de sus padres y madres. O en los campos de refugiados donde viven hacinadas decenas de miles personas en condiciones infrzhumanas, las mujeres son abusadas, muchos niños y niñas deambulan solos y desnutridos y a todos se les ha robado la esperanza y el futuro, muy difíciles de recuperar.

Son preguntas que me golpearon durante la visita que hice hace un par de años a la Casa Museo de la Memoria de Medellín (Colombia), donde vi las estremecedoras imágenes que representaban a las 8.731.000 víctimas (oficiales, las reales son muchas más) del conflicto colombiano. Son víctimas de masacres, desapariciones forzosas, violencia sexual, amenazas múltiples, homicidios, reclutamientos forzosos, desplazamientos forzosos, torturas, despojo de bienes, separaciones familiares, etc.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto y el Mal Absoluto que fue el nazismo, el filósofo de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno, afirmó en su libro Notas sobre literatura: “No querría yo quitar fuerza a la frase de que es de bárbaros seguir escribiendo poesía lírica después de Auschwitz”. ¿Podemos hacer la misma afirmación hoy en relación con la mística?

Aquí dejo planteados los interrogantes. Mi respuesta, en el siguiente artículo. Dejo tiempo suficiente para que los lectores y lectoras puedan responder a partir de las preguntas que vayan plantándose.

[1] Tomo la cita de Johann Baptist Metz, Por una mística de ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad, Herder, Barcelona, 2013, p. 182.

[2] Gustavo Gutiérrez, La fuerza histórica de los pobres, CEP, Lima, 1979 (Sígueme, Salamanca, 1982).

[3] Theodor W, Adorno, Notas sobre literatura. Obra completa. Edición de Rolf Tiedemann, con la colaboración de Gretel Adorno, Susan Buck-Morss y Klaus Schultz, traducción de Alfredo Brotons Muñoz, t. 11, Akal, Madrid, 2003, p. 406.

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“La liberación milagrosa”, por Carlos Osma

Miércoles, 3 de junio de 2020
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floating-1854203_1280 (1)De su blog Homoprotestantes:

Según el Evangelio de Juan la tercera y última aparición de Jesús después de su resurrección tuvo lugar mientras siete de sus discípulos estaban pescando. Bueno, más bien intentando pescar, porque el discípulo amado que estaba en esa barca, y que según el evangelio puso por escrito lo ocurrido [1], explica que en toda la noche no habían podido pescar nada. No deberían tener la barca muy lejos de la costa, porque cuando al amanecer Jesús se apareció en la playa y les preguntó si tenían algo para comer, ellos le respondieron desde la misma barca que no tenían nada. Justo en ese momento “Él les dijo: Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces” [2].

Este texto se escribió a finales del siglo primero o comienzo del segundo, un tiempo después de que se hubiera escrito el resto del evangelio, que antes de añadir este capítulo acababa en el 20. Leerlo al pie de la letra, como si fuera un hecho histórico, sería algo parecido a leer la historia de la creación en el libro del Génesis y afirmar que lo que allí se narra es pura ciencia. Ya sabemos que hay cristianos que lo leen así, pero eso no contradice que sea una estupidez, también hay cristianos que piensan que Dios enviará a los seres humanos que no creen en Él al infierno, o que la primera mujer fue creada a partir de la costilla de un hombre. Aferrarse a la ignorancia y utilizarla en beneficio propio, no es una cosa extraña, ni siquiera un monopolio exclusivo del cristianismo.

Volviendo al tema de la pesca milagrosa, no es muy difícil percatarse de que el autor está intentando colocar su mensaje a una comunidad cristiana escribiendo un texto cargado de símbolos. El tema que hay detrás de la escena tiene que ver con la predicación, con llevar nuevos discípulos (peces) hasta Jesús, que ya no está con ellos en la barca (comunidad) sino en la playa (cielo). Cuando los siete (todos) discípulos intentan pescar (predicar) por sus propios medios en la noche (ausencia de Jesús), no consiguen pescar nada, pero cuando Jesús aparece al amanecer (es la luz) y les guía para que lo hagan, la pesca es un éxito. Si algo podemos deducir para empezar, es que la comunidad a la que el autor del evangelio se dirige, tiene algún problema con la transmisión del mensaje de Jesús y no consigue hacer nuevos discípulos. Algo que, por otra parte, no es ajeno a la situación de la mayoría de comunidades cristianas en el siglo XXI.

Pero pese a la absoluta actualidad de la historia para las iglesias de hoy, voy a irme por la tangente, porque al leerla esta vez me he quedado con la incomodidad que me producen algunas de las imágenes que utiliza. Ya sé que es absurdo aplicar a un texto que tiene casi dos mil años algunas hipersensibilidades modernas (o incluso personales), pero tampoco me parece honesto pasarlas por alto. Identificar a quienes no son discípulos de Jesús con peces que se mueven libremente en el mar, el mensaje cristiano con una red, y la misión de los discípulos con atrapar a los pobres peces para llevarlos a la muerte en la playa con Jesús, pues me ha echado un poco para atrás. Vuelvo a repetir que ya sé que la idea que pasa por mi cabeza es completamente ajena a la voluntad del texto, pero tengo que decir que he sido incapaz de leerlo sin pensar en ella.

Leo la Biblia desde mi propia experiencia, por eso como cristiano gay me parece inapropiada la identificación del evangelio con una red que te atrapa y pretende llevar hasta la muerte. Decir que es inapropiada, es una manera bonita de explicar el sufrimiento que ha podido infringirnos a las personas LGTBIQ esa forma de entender el evangelio, o lo demoledor que es poner nuestra fe en un Jesús que quiere acabar con nosotros. Algunos lo dulcificarán, quizás porque prefieren olvidar, y tienen todo el derecho del mundo a hacerlo, pero yo prefiero decir que sí tuviera que escribir la historia de la pesca milagrosa hoy, a partir de nuestras experiencias queer, lo primero que haría sería cambiar el título por el de la liberación milagrosa. La buena noticia del evangelio no estaría en una red, sino en explicar cómo a pesar de vivir atrapados dentro de ella en nombre de dios, logramos escapar rompiéndola a base de mordiscos de esperanza, y también de desesperación.

En la historia de la liberación milagrosa, Jesús no se aparecería en la playa, porque los Jesús que producen víctimas son siempre unos impostores. A él nos lo encontraríamos dentro de la red junto a nosotros, intentando destrozarla con sus propias manos aunque eso le produjese heridas. Al final conseguiría romperla por algún lado para hacernos un hueco por donde poder salir, y nos empujaría a hacerlo. Una vez fuera, nos diría que cuanto más lejos estemos de la playa y de la barca más posibilidades tenemos de permanecer con vida, y que en las profundidades del mar, donde no hay redes que nos amenazan, podemos movernos libre y felizmente. Y le seguiríamos hasta allí, y comprenderíamos aquello de que “si Jesús nos libera, seremos verdaderamente libres” [3].

Nunca podré entender como hay personas que necesitan vivir en una red para sentirse seguras, o que no les importa que las saquen de su medio natural, el mar, para ser llevadas hasta una playa donde saben que morirán. Me duele cuando alguien me explica que un día pudo escapar de la red, pero que ahora siente angustia ante la libertad y la responsabilidad. Y aunque de verdad que lo intento, soy incapaz de comprender a quienes, tras ser liberados de una red de acero, se esfuerzan noche y día por aprender a dar saltos fuera del agua con la esperanza de ir a parar dentro de alguna barca. Cada uno puede hacer con su vida lo que considere, nunca sabemos las razones que llevan a los demás a hacer lo que hacen, así que es estúpido intentar juzgarlo desde fuera. Pero lo que mi experiencia me dice es que, si hablamos de evangelio, de buena noticia, eso no puede vivirse dentro de una red que te lleva hasta la muerte. Si no hay libertad, no hay evangelio. Solo donde la hay, es posible seguir a Jesús y convertirse en uno de sus discípulos.

Carlos Osma

Notas

[1] Así parece indicarlo Jn 21, 23-24.

[2] Jn 21,6

[3] Jn 8,36

Consulta dónde encontrar “Solo un Jesús marica puede salvarnos”.

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“Esclavos del Señor”, por Carlos Osma

Viernes, 29 de noviembre de 2019
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construirDe su blog Homoprotestantes:

“Toda la congregación de Israel le dijo a Roboam: Tu padre agravó nuestro yugo. Alivia tú ahora algo de la dura servidumbre de tu padre y del pesado yugo que nos impuso, y te serviremos” [1].

Si preguntamos quién construyó el Templo de Jerusalén, cualquier persona que conozca mínimamente la Biblia nos responderá que fue el rey Salomón. No es que hoy en día tenga demasiado valor conservar en la memoria esta información, porque basta buscar en Google y en menos de cinco segundos tienes la respuesta: “El Primer Templo fue construido por Salomón” nos dirá Wikipedia, “El Primer Templo fue construido en el siglo X aNE por Salomón” afirmará una y otra vez cualquier página que consultemos. Pero la verdad es que lo construyeron treinta mil israelitas [2] que sintieron lo que el texto con el que he empezado refleja: que estaban siendo oprimidos para construir un templo que paradójicamente se dedicaba al dios que los liberó de la esclavitud.

Buscando un poco más de información en la Biblia sobre dicha construcción, sorprende saber que de estos trabajadores setenta mil llevaban las cargas, y ochenta mil eran cortadores en el monte [3]. No hace falta ser matemático para percatarse de que las cuentas no cuadran, y que setenta mil y ochenta mil hombres no dan los treinta mil israelitas a los que Salomón había obligado a realizar la construcción. Así que uno se pregunta: ¿quiénes eran esas decenas de miles de personas de más que tuvieron que construir el Templo? La respuesta puede descolocarnos un poco: esclavos. Sí, eran personas tan esclavas como las que movieron el corazón de dios en Egipto y fueron liberadas. Debe de ser duro ser el esclavo de un dios liberador. Creo que incluso más que de uno opresor, porque cuando uno ya no puede confiar en los dioses liberadores, entonces solo le queda la resignación o la desesperación.

Todo esto me ha hecho pensar en el dios que nos liberó a los cristianos LGTBIQ. Sí, ese que nos dio la valentía que no teníamos, las fuerzas, y las razones, para romper con el chantaje de la heteronormatividad, con la imposición de un género que no es el nuestro, o con la manera correcta de expresarnos para ser tomados en serio. Ese dios por el que dejamos todo atrás y nos lanzamos a la consecución de la justicia, de la dignidad para todas, del respeto a la diferencia, de la vida sin corsés ni camisas de fuerza. Y me pregunto si corremos el riesgo de haber caído de nuevo en la esclavitud, obligados a construir a nuestro dios liberador un templo para que pueda descansar. Un templo que sirva también para que la memoria de nuestro Salomón particular sea recordada para siempre. No creo que sea una pregunta estúpida, ni que seamos únicamente las personas LGTBIQ quienes nos la tengamos que hacer. Si hemos crecido rodeados de personas que eran verdaderas esclavas del dios liberador sin ni siquiera percatarse, ¿qué nos hace estar tan seguros de no estar corriendo la misma suerte?

Como cristianos, si hay un templo donde descansa nuestro dios, ese es Jesús. No en un edificio de piedra o en una institución. Espero que no se me malinterprete, no quito ningún valor a las comunidades cristianas, todo lo contrario, pero lo que hace que en ellas resida dios mismo, es que el evangelio sea su centro. Cuando nos sentimos oprimidos por un dios liberador, es porque quizás estamos construyendo un templo diferente de aquel que fue crucificado para darnos vida abundante. Porque Jesús no necesita esclavos que lo construyan, que hagan de él un templo aceptable, sino que es él mismo el que nos construye a nosotros, liberándonos y dándonos vida. Ese es el lugar donde dios reside, donde podemos encontrarlo, donde las personas LGTBIQ vivimos y compartimos la buena noticia con otros seres humanos.

Dice el evangelio que una vez que Jesús estaba frente al Templo de Jerusalén, les dijo a sus discípulos: “¿Veis todo esto? De cierto os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada” [4]. Y sin embargo, ¿cuántas veces nos descubrimos esclavizados intentando que no se caiga abajo? Hay muchos templos que necesitan de seres humanos humillados, utilizados, despersonalizados y heridos, para poder seguir en pie. Pero ese no es el templo de Jesús, aunque en él resida el dios que se autodefine como liberador. Nuestro templo es Jesús, un Jesús marica donde dios padre-madre se hace presente de una manera totalmente nueva. No es un gran templo, como aquel con el que Salomón mostró al mundo su poder, tampoco es fácil de localizar, ya que muchas veces lo confundimos con nuestros propios deseos, ni siquiera es hermoso, porque es en lo vil donde se hace presente. Pero es el único que puede hacer de nosotras personas realmente libres. El único que nos reveló a un dios de amor al que le conmueve de verdad la opresión de su pueblo, y está decidido a actuar para quitarles ese pesado yugo.

Carlos Osma

Notas:

[1] 1 R 12, 3-4

[2] 5,13

[3] 5,15-18

[4] Mt 24,2

***

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“Yo soy el Señor tu Dios, el que te sacó del armario”, por Carlos Osma

Jueves, 17 de octubre de 2019
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cruzarDe su blog Homoprotestantes:

“¡Ordena a los israelitas que sigan adelante! Y tú, levanta tu bastón, extiende tu brazo y parte el mar en dos, para que los israelitas lo crucen en seco”

(Ex 14,15b-16).

En unas sociedades tan secularizadas como las nuestras es lógico que la Biblia no tenga nada que ver con la vida de la gran mayoría de la población. Si no tienes canas es difícil que sepas quienes eran por ejemplo Rut y Noemí, y si por alguna razón te suena el nombre de Sansón, es posible que lo confundas con uno de los cuatro fantásticos. Pero si has nacido en una familia cristiana y las historias bíblicas son para ti el pan nuestro de cada día, eso tampoco significa que tus experiencias se vean reflejadas, cuestionadas o interpeladas por ella. Quizás únicamente sea el lugar desde donde justificas legalmente si lo que haces es o no correcto, pero sin que haya ningún tipo de reinterpretación a partir de tu propia experiencia. Tampoco tiene por qué ser fuente de liberación, ya que quizás es como agua estancada en el pantano que otros construyeron, en vez de ser como aquella otra que avanza decidida hacia el mar por un cauce que, en ocasiones, no puede contenerla y acaba siendo rebasado. Sin embargo, hay personas para las que algunos pasajes bíblicos tienen tanto que ver con sus propias vivencias, que son incapaces de leerlos sin verse como protagonistas de lo que en ellos se relata.

La mayoría de personas LGTBIQ estuvimos durante mucho tiempo frente al Mar Rojo, atrapados entre unos poderes que nos querían sometidos y esclavizados, y el temor paralizante que nos generaba un mar que parecía ser el fin del mundo. La huida de Egipto es un texto que tiene tanto que ver con nosotras, que es difícil leerlo sin que algo dentro nuestro se remueva. Esa experiencia opresiva, de no saber hacia donde tirar, de creer que no hay escapatoria, que únicamente podemos elegir entre la esclavitud y la muerte, nos ha dejado una huella tan profunda, que cuando leemos textos como este, sentimos que nos conectamos no solo con quienes vivieron aquella situación hace miles de años -no entro en el debate sobre los hechos históricos que originaron y moldearon el texto-, sino con tantas y tantas otras que lo siguen viviendo hoy. ¿Recuerdas aquel dolor en el pecho, la falta de aire, el temor, la soledad, o el creer que incluso dios te había abandonado a tu suerte? Pues es similar al que tristemente siguen sintiendo hoy otras personas LGTBIQ que viven a nuestro alrededor. Personas que pueden no haber llegado siquiera a la adolescencia pero que, como nosotras no hace tanto, se debaten entre el poder LGTBIQfóbico esclavizante de Egipto y el de la muerte del Mar Rojo.

Podríamos intentar olvidarlo todo, hacer como que aquello no ocurrió, pero de manera inevitable volvemos continuamente a aquel lugar originario donde adquirimos una nueva identidad, la de ser hijos e hijas de un Dios liberador, porque allí recordamos que la dicotomía a la que se nos sigue obligando a escoger todavía hoy, entre esclavitud o muerte, es absolutamente falsa. La elección se da a otro nivel, creer a un dios fundamentalista que únicamente puede vernos como esclavos a los que es necesario someter y castigar por desear la libertad y la justicia, o en un Dios liberador que conoce el dolor de los seres humanos y se pone del lado de quienes lo padecen y en contra de quienes lo infringen. Y esa elección se repite y se repite constantemente en las decisiones que seguimos tomando en nuestro día a día, por eso es importante volver allí constantemente, frente al Mar Rojo, para recordar qué Dios fue el que nos liberó, y cuál el que quería esclavizarnos. “Yo soy el Señor tu Dios, el que te sacó del armario”, nos diría hoy, para después añadir: “No olvides por tanto al inmigrante, a la mujer maltratada, ni al niño vulnerable”. 

Y es que es verdad que la muerte no tiene la última palabra, lo sabemos por experiencia propia, el Mar Rojo puede parecer inmenso e infranqueable, pero el Dios liberador es capaz de partirlo en dos y dejar un camino de tierra seca por donde únicamente quienes anhelan la libertad pueden pasar. Por allí cruzamos, caminamos durante semanas, meses, años, maravillados de que la vida se abría paso de forma milagrosa. Y es importante compartir con quienes tenemos cerca que ese camino existe, que hay que atreverse a dar el paso y seguir hacia adelante, que el temor no puede ser la única forma posible para mantenerse con vida. Pero igualmente es importante que nosotros tampoco lo olvidemos nunca, porque las situaciones de opresión, aunque diferentes de aquella, siempre vuelven a repetirse. Vivir liberados exige constantemente decisiones valientes por el Dios liberador, y contra el dios de la opresión. La LGTBIQfobia no ha desaparecido, aunque ya no tenga el mismo poder sobre nosotros que cuando salimos de Egipto. Por eso cada día debemos seguir tomando decisiones valientes que hagan que nuestra vida no se rija por ella, sino por la liberación. Y es que el Señor no solo nos “sacó del armario”, sino que nos “saca de cualquier otro Egipto” cada día, y eso hay que afirmarlo, compartirlo, gritarlo, donde sea necesario.

Vivimos muchos tipos de éxodo a lo largo de la vida, cada uno con características bien diferentes. Pero es importante volver a poner nuestra mirada en aquel que nos cambió para siempre, el que nos proporcionó una existencia que no teníamos, el que únicamente fue posible por la intervención de un Dios que sintió nuestro dolor y actuó para liberarnos. Y al recordar ese éxodo que llevamos marcado a fuego dentro de nosotras, el resto de éxodos podemos afrontarlos de una manera más confiada. El Dios liberador está de nuestro lado. Sabemos que hay personas que todavía están frente al Mar Rojo atemorizadas, incapaces de dar un solo paso y sintiendo que no hay otra vida para ellas. Pero para las personas LGTBIQ que fuimos liberadas, en ese texto estamos nosotras mismas. No podemos leerlo sin ver delante nuestro al propio Moisés alzando su vara y partiendo en dos, por la gracia divina, aquel mar que nos paralizaba. Y en su actualización constante, afirmamos confiadamente que pase lo que pase: “Señor, con tu amor vas dirigiendo a este pueblo que salvaste; con tu poder lo llevas a tu santa casa”. (Ex 15,13).

Carlos Osma

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“Todo por la perla”, por Carlos Osma

Viernes, 6 de septiembre de 2019
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perlasparahombre2De su blog Homoprotestantes:

“El Reino de los Cielos se parece a un mercader que busca perlas finas; al encontrar una perla de enorme valor, fue, vendió todo lo que tenía y la compró” (Mt 13, 45-46).

Durante estos últimos días varias personas han hecho que esta pequeña parábola, como las perlas a las que hace referencia, resuene dentro de mí. Lo de resonar dentro de mí queda como muy profundo y rimbombante, quizás sería mejor decir que la han puesto delante de mí para que me grite: “¡No ves, lo importante es comprar la perla!”. Mi primera respuesta fue la indiferencia y, por qué no decirlo, el menosprecio, ya que uno prefiere sentirse interpelado por parábolas de verdad como la del hijo pródigo o el buen samaritano. Parábolas con buenos y malos, con tramas interesantes y finales felices. Pero poco a poco, esta perla en mi zapato, se ha ido abriendo paso hasta llegar a dispararme a quemarropa la pregunta: “¿Cuál es la perla por la que dejarías todas las demás?”.

Si pudiésemos comparar al mercader con un hombre o mujer de negocios de la actualidad, concretamente con esa minoría que se enriquece hábil y honradamente, sacando el máximo beneficio a su trabajo y a su instinto -hay pocos, pero los hay-, la parábola no sería nada incómoda. Incluso las asociaciones cristianas de hombres y mujeres LGTBIQ de negocios la pondrían como ejemplo en sus encuentros anuales, o las de familias LGTBIQ evangélicas la utilizarían para motivar a sus hijas e hijos y convertirlas en personas de éxito. Pero lamentablemente, que yo sepa estas asociaciones no existen -animo a su creación-, y lo que es aún más importante para entender la parábola: los mercaderes tienen muy mala fama en la Biblia. Así que, si queremos dejarnos interpelar por ella, hay que ver en el protagonista a una persona más bien poco deseable. No hay que hacer cinco masters en teología bíblica para saber que los judíos que se dedicaban a hacer negocios, sobre todo con extranjeros, con personas no judías, eran vistos con recelo. El evangelio de Tomás, más o menos contemporáneo del de Mateo, aclara lo que estoy diciendo cuando afirma que “comerciantes y mercaderes no entraran en los lugares de mi Padre” (EvTom 64)

Por tanto, lo que nos estaría diciendo la parábola es que el Reino de los Cielos se parece a un indeseable que no puede entrar en los lugares de mi Padre. Será por eso que a las personas LGTBIQ cristianas que estamos hartas de que nos digan que no somos bien recibidas en los santos lugares, esta parábola puede parecernos poco atractiva. Y nos gustaría escuchar algo más inclusivo, cariñoso y empático. Pero las parábolas de Jesús son así, y en esta se nos invita a dejar a un lado todos nuestros discursos de justicia, las ansias de aceptación, el esfuerzo titánico por parecer cristianos perfectos, para identificarnos con un personaje abyecto. Y nos molesta, la verdad, porque cuando lo hacemos, reconocemos que en realidad en nosotras hay también una parte de comerciante y de mercader, y que no somos la imagen perfecta que tratamos de mostrar para poder ser merecedores de los lugares de mi Padre. Y entonces, nos planteamos que a lo mejor lo que puede querer decirnos esta parábola es que el Reino de los Cielos es para personas reales, que no se esfuerzan en parecer otra cosa, que no gastan sus energías en ser aceptados por los demás, sino que asumen quienes son, con sus virtudes y sus defectos, con los errores cometidos y también los aciertos, con los fracasos que arrastran y el amor que atesoran. Personas que jamás se atreverían a ponerse ellas mismas como ejemplo de lo que es el Reino de los Cielos.

Pero releyéndola, creo que he cometido el error de identificar el Reino de los Cielos con el personaje, y no tanto con lo que este hace. Es decir, me he quedado con la etiqueta de indeseable, olvidando que quizás en su comportamiento se nos puede estar dando la clave de lo que Jesús quería transmitir. Nuestro mercader buscaba perlas finas, joyas que la mayoría de la población no había visto, y que tenían un gran valor, superior incluso al de los rubíes. Así que no era un pequeño mercader, sino alguien acostumbrado a cruzar fronteras en busca de perlas finas. El Reino de los Cielos sería por tanto semejante a ese moverse, traspasar límites, buscar algún tesoro sin descanso hasta encontrarlo. Y la verdad es que, si eso es el Reino, si eso es lo que se nos pide, echando la vista atrás las personas LGTBIQ podemos estar tranquilas. Hemos traspasado límites como nadie, y entre las piedras que nos lanzaron mientras lo hacíamos, supimos encontrar las perlas más bellas para hacernos un collar con ellas. Collares que para muchos van contra los ideales del Reino: “Que las mujeres se contenten con un vestido decoroso, que se adornen con recato y modestia, no con peinados artificiosos, ni con oro, perlas o vestidos costosos” (1 Tim 2,9), pero que para Jesús, son la prueba de haberlo encontrado.

Sin embargo, el error de fondo de mi interpretación, es que todo lo dicho hasta ahora no interpela, o al menos no nos sitúa ante la necesidad imperiosa de tomar una decisión trascendental. Es únicamente palabrería con la que jugar para que la parábola diga lo que queremos escuchar: Os ha costado, pero lo habéis conseguido, tenéis las perlas, incluso os habéis hecho un collar con ellas, sois felices, no necesitáis nada más. Y es entonces cuando algunas personas con las que te encuentras te obligan a poner los ojos en la última frase, que es la que realmente desestabiliza: “al encontrar una perla de enorme valor, fue, vendió todo lo que tenía y la compró”. Un mercader lo deja todo por una perla, sus posesiones, e incluso su propia identidad, ya que su voluntad final no parece ser la venta de la perla, sino la perla misma. Ha encontrado aquello que tiene un valor enorme, más que el resto, y por esa razón no duda un momento en dejar atrás todo lo que tiene para conseguirlo. La parábola no dice que la perla de gran valor es el Reino, sino que más bien es la acción de este mercader la que nos intenta mostrar cómo es. Y quienes decimos querer construirlo, necesariamente tenemos que preguntarnos si sabríamos distinguir cual es la piedra de gran valor y si seríamos capaces de jugárnoslo todo por ella. ¿Qué es realmente lo que tiene valor? ¿Lo ponemos todo en juego para conseguirlo? ¿Estamos construyendo el Reino?

Noemí trabajaba en la iglesia el tema de la inclusividad de las personas LGTBIQ, pero su iglesia decidió que la inclusividad no era para ella prioritaria. Podría haber hecho como que no se daba por enterada y seguir disfrutando de las perlas que le ofrecía el puesto que ocupaba. Pero decidió salir de allí, involucrarse con un grupo de mujeres trans que vivían en situaciones de exclusión. Ellas son su perla de gran valor. Sergio es el primer pastor abiertamente gay de su iglesia, hubiera podido -como tantos- ocultarlo para evitarse más de un problema. Pero él dice que se siente como una cuña que mantiene abierto un espacio en la iglesia para que otras personas LGTBIQ puedan acceder a ella sin necesidad de engañar a nadie. Lo tiene muy claro, esa es su perla de gran valor. Andrés era un sacerdote tan querido como armarizado, hubiera tenido todas las piedras preciosas que quisiera: reconocimiento, cargos…, pero la dignidad y la honestidad consigo mismo y con los demás es su perla de gran valor. Por eso lo abandonó todo y fue en busca de ella. Julia dejó atrás, no solo su identidad como hombre, sino también la posibilidad de ordenarse como sacerdote. Hace unos días, mientras tomábamos un café, me preguntaba si en una iglesia protestante una mujer trans podría servir a los demás sin ser discriminada. Conoce como nadie la exclusión, pero tiene muy claro que el servicio a los demás, es su perla de gran valor.

Estas, y otras muchas personas, han puesto la parábola frente a mí de una manera nueva a como la había entendido antes. Esperamos y queremos colaborar en la construcción del Reino, o al menos eso creemos. Pero para ello es necesario tener primero claro qué es lo que debemos hacer, preguntándonos qué es lo que realmente tiene valor. Y cuando tengamos la respuesta -que la mayoría de las veces ya sabemos cuál es-, entonces debemos valorar si E019B877-C5AB-4A73-9603-A97C044EA350estamos dispuestos a hacerlo, a dejarlo todo por la perla. Ese es el mensaje de la parábola, que el Reino es el abandono de lo que parece valioso, de todo lo que tenemos y nos puede dar seguridad, por algo que a algunos les puede parecer pecaminoso, pero que nosotras sabemos que es lo que en realidad tiene valor. Yo estoy ante esta decisión, e imagino que muchas otras personas que me leen estarán igual que yo, valorando si vale la pena dejarlo todo, por la perla de enorme valor. Difícil decisión.

Carlos Osma

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Relación de Comunión

Domingo, 16 de junio de 2019
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relationdecommunion

Maurice Zundel escribió páginas emocionantes sobre el corazón humano, este espacio donde la conciencia que se despierta accede en el sentido de su dignidad de su inviolabilidad, y que se revela, detrás del mí prefabricado y condicionado que lo recubre, como un espacio de pura acogida del otro, el espacio que no puede ser violado por principios autoritarios, ni siquiera divinos, sino que vive de la apertura y de la comunión con el Otro, a la imagen del Dios de Pobreza que  se desposee de él mismo perpetuamente en la relación de ofrenda que mantienen entre ellas las tres Personas de la Trinidad.

” (…) La Trinidad es la liberación de una pesadilla en la que la humanidad se debate cuando se sitúa frente a una divinidad de la que depende y a la que es sometida: ¿Por qué Él bastante más que yo? ¿ Por qué soy la criatura, y Él el Creador? ¿ Por qué, si es mi creador, me puso en esta situación de saber que yo soy su esclavo? ¿ Por qué me dio justo bastante inteligencia para comprender que dependo de Él? ¡ Hay una rebelión sorda e implacable qué sube del corazón del hombre en esta confrontación de su espíritu con esta especie de Dios que aparece en él como la apisonadora del espíritu!

En la apertura del Corazón de Dios a través del Corazón del Cristo, hay justamente esta manifestación increíble y maravillosa que Dios es Dios porque se comunica, que es Dios porque se da todo, porque el es la desapropiación infinita y eterna, porque tiene la transparencia de un niño, la transparencia en la que toda especie de apropiación es imposible, donde la mirada siempre es dirigida hacia “El Otro”, donde la personalidad, donde el yo, es sólo un altruismo puro e infinito. ¡ Allí está la gran confidencia qué resplandece en el Evangelio de Cristo! ¡ La perla del reino, es para que Dios sea este Dios!

¡Jesús, revelándonos la Trinidad, nos libró de Dios! Nos libró de este Dios pesadilla, exterior a nosotros, límite y amenaza para nosotros: ¡ nos libró de aquel Dios! Nos libró de nosotros mismos que necesariamente estábamos, y sordamente, aunque no nos atrevíamos a reconocerlo, en rebelión contra este Dios.

Con la Trinidad, entramos en el mundo de la relación. (…)

Subsistir en forma de don, subsistir como una relación con los demás otro, subsistir en una respiración pura de amor, tenemos ahí el Dios que se transparenta y se revela personalmente en Jesucristo. (…)

Lo que justamente es tan patético, y lo que nos hace sensible la diferencia entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y el paso que trasciende que hay que obrar del uno al otro, es que, mientras que en el Antiguo Testamento el pecado supremo, el pecado original, es querer ser como Dios, en el Nuevo,  es esto mismo lo único que es necesario. (…)

¡ Se trata de ser como Dios! Y, en el fondo, esta intuición nietzscheana, esta voluntad de ser Dios, de no sostener a ningún Dios aparte de sí mísmo, es el bosquejo de una vocación auténtica. ¡ Pero atención! ¡ Sí, ser como Dios, pero después de haber reconocido en Dios justamente  la desapropiación infinita, la pobreza suprema, el despojo translúcido!

Si Dios es aquel Dios, si hay en nuestro corazón una espera infinita, ser como Dios, ahora esto quiere decir desapropiarnos fundamentalmente de nosotros mismos para que nuestra vida se cumpla como la suya en un don sin reserva.”

*

Maurice Zundel, “Le Problème que nous sommes“, Le Sarment, Fayard, 2000, pp 39-42

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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.

Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando.

Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.”

*

Juan 16, 12-15

***

Lentamente he empezado a darme cuenta de que en el gran circo, lleno de domadores de leones y de trapecistas que con sus maravillosas acrobacias reclaman nuestra atención, la historia verdadera y real la contaban los payasos. Los payasos no están en el centro de los acontecimientos. Aparecen entre una gran exhibición y otra, se mueven con torpeza, caen y nos hacen sonreír de nuevo tras la tensión creada por los héroes que veníamos a admirar. Los payasos no están coordinados entre ellos, no consiguen realizar las cosas que intentan hacer; son cómicos, se mueven con un equilibrio precario y son desmañados, pero… están de nuestra parte. No reaccionamos ante ellos con admiración, sino con simpatía; no con estupor, sino con comprensión; no con la tensión, sino con una sonrisa. De los acróbatas decimos: «¿Cómo conseguirán hacerlo?». De los payasos decimos: «Son como nosotros». Los payasos, con una lágrima y una sonrisa, nos recuerdan que compartimos las mismas debilidades humanas […].

Entre las acciones emocionantes de los héroes de este mundo, tenemos una constante necesidad del payaso, de personas que con su vida vacía y solitaria -de oración y de contemplación nos revelen la otra cara y nos ofrezcan así consuelo, alivio, esperanza y una sonrisa. En esta grande, ajetreada, fascinante y turbadora ciudad continuamos sintiendo la tentación de unirnos a los domadores de leones y a los trapecistas, que reciben la máxima atención. Pero cada vez que aparecen los payasos se nos recuerda que lo que cuenta realmente es algo diferente a lo espectacular y a lo sensacional: es lo que pasa entre una escena y otra. Los payasos, con su comportamiento «inútil», nos muestran no sólo que muchas de nuestras preocupaciones, de nuestros afanes, de nuestras ansias y tensiones tienen necesidad de una sonrisa, sino que también nosotros tenemos pintura blanca en nuestro rostro y estamos llamados a comportarnos como payasos (H. J. M. Nouwen, / c/own di Dio. Una vita spirituale per ¡I nostro tempo, Brescia 2000, pp. 7 y 162, passim).

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“Un Jesús en mallas en el lago de los cisnes”, por Carlos Osma.

Lunes, 25 de febrero de 2019
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5078F331-360E-47BE-99C0-13DD1D75CAEADe su blog Homoprotestantes:

Hay veces que uno se cansa de escuchar noche y día tantos lamentos, tantos discursos cargados de miedo y de verdades basadas en fantasmas divinos. Y es que uno llega a pensar que el enorme ruido que nos envuelve, y que supuestamente crea la naturaleza para acabar con todos nosotros, no permite pensar a nadie con claridad. Estamos a merced del vaivén de los discursos de odio, a un tris de ser derribados por huracanes de ignorancia, a medio camino entre el desierto y una llanura fértil. Justo en ese momento de la existencia en el que todo parece más oscuro que nunca, y aunque sabemos que no falta mucho para que llegue el amanecer, a nuestro alrededor nadie cree que vayamos a sobrevivir para contarlo. ¿Dónde estás maestro?

Las barcas abarrotadas de discípulas y discípulos como dios manda no parecen ser el lugar más seguro para nosotras, allí el mensaje del evangelio de Jesús no lo encontramos por ningún lado. Así que si nos quedamos donde estamos, al final acabaremos por confundir la buena noticia con un grito de desesperación, de miedo, de temor. Terminaremos por creer que la salvación ha huido lejos de nuestro alcance, más allá de las montañas donde colocamos nuestros dioses, más allá de nuestro día a día, de nuestra realidad, de nuestro mundo, de nuestros deseos y nuestra manera de comprendernos. Más pronto que tarde, si nos quedamos quietas, nos descubriremos siendo arrastrados de aquí para allá por la ignorancia, por la falta de empatía, por la LGTBIQfóbia, por la más absoluta incapacidad crítica, por el sensacionalismo, por el populismo, por el odio y los egos desbordados. Por la convicción demoníaca de que es mejor no dejar espacio en la barca a los diferentes. Y en medio de una tormenta como esta, incluso si se nos apareciese Jesús mismo, será difícil no acabar confundiéndole con un espejismo, con un fantasma, y ponernos después a gritar todavía con más insistencia que necesitamos que alguien venga desde el cielo a salvarnos. ¿Dónde estás maestro?

Estamos decididos a salir de este bucle, de este círculo de muerte que no nos aporta nada más que falsedad, negación y desconfianza. Así que agudizamos nuestro oído todo lo posible para escuchar otras voces que estén fuera de la barca del temor y la desesperación. Y serán nuestras ganas, pero hemos escuchado un claro “ven” que no suena a amenaza, ni a condena, sino que es una llamada sencilla que invita a la apertura, a lo imposible e imprevisible, a hacer cosas extrañas, diferentes, divertidas; cosas necesarias que cambien el mudo y lo dignifiquen. Así que sin duda es la voz del maestro. Quienes nos acompañan, sacan su fe de toda la vida para decirnos que nos hemos vuelto locas, que lo que escuchamos es únicamente el silbido del huracán de nuestros propios deseos que acabarán por destruirnos; pero seguimos escuchando “ven”. Y como la fe de ir tirando, esa que a veces parece evaporarse por encima de lo lógico y lo biológico, se parece tan poco a la fe de toda la vida; nos armamos de valentía y nos ponemos de pie en el borde de la barca. Y al ponernos de puntillas, como si fuéramos la princesa Odette en El lago de los cisnes, escuchamos de nuevo ese “ven”, un “ven” definitivo, que no sabemos si volverá a repetirse, que podemos dejar pasar si tenemos miedo, o al que podemos responder, aunque el vértigo nos haga temblar.  ¿Dónde estás maestro?

Y hacemos un entrechat[1] que nos lleve de la barca hasta el mar, y al ver que no nos hundimos, sentimos que tenemos fe, que vamos a lograr todo lo que deseamos, que dejamos atrás a quienes nos limitaban con sus lamentos y soñaban con una barca en la que solo había lugar para ellos. Realizamos después un cabriolé[2] de noventa grados con las piernas bien extendidas en el aire y volvemos a caer sobre el mar para ver, ahora sí claramente, que quien está delante nuestro es Jesús, nuestro maestro, que lleva unas ajustadísimas mallas. No estamos solas, él nos acompaña, y la emoción nos invade de tal forma que queremos bailar con él y hacer un pax de deux[3], pero saltándonos los pasos previos y haciendo directamente la coda. Justo entonces nos percatamos de que las fuerzas que pretenden hundirnos no tienen su origen en la barca, y que no es únicamente ella quien las padece. Y hacemos un Fouetté en Tournant[4], un giro espectacular, pero nuestra mirada ahora está puesta en la oscuridad y nuestro cuerpo nota que lo golpea un huracán de odio que quiere que el mar del olvido lo trague para siempre. El último paso que intentamos es un balancé[5], porque notamos que el agua ya nos llega hasta la cintura: tenemos miedo. Y entonces gritamos y nos desesperamos como aquellos con los que compartíamos aquella barca tan pequeña. Al final no somos tan distintos, la falta de fe es la razón de nuestra desesperación también, y hemos acabado por creernos que es imposible bailar sobre el mar con Jesús. ¿Dónde estás maestro?

“¡Hombre de poca fe! ,¿por qué dudaste?” Nos dice Jesús mientras extiende su mano y nos sostiene para que el mar embravecido no nos trague. Sería estúpido explicarle todas las experiencias vividas que han acabado por dejar nuestra fe tal y como se la ha encontrado, suerte tenemos de que no se haya esfumado en alguna de las hogueras donde han intentado quemarnos en más de una ocasión. Pero justo cuando su mano está impidiendo que nos ahoguemos, no es el mejor momento para decirle todas estas cosas. Así que nos callamos que dudamos porque pensábamos que no estaba, porque no le percibíamos por ningún lado y porque nos sentíamos solas. Nos lo callamos, pero sabiendo que nos ha leído la mente, y que nos mira de reojo mientras nos lleva hasta la barca donde nos espera toda esa gente con una fe de toda la vida que antes no paraba de gritar y temblar de miedo. Esa gente que prefería el negro de la noche y el blanco de la espuma de las olas que rompían en sus caras, antes que los colores del arcoíris que recorren nuestro cuerpo. Volver a la barca, ¿estás seguro maestro?

Y nos lleva hasta allí, pero no estamos en el mismo sitio, es como si hubiera hecho una nueva barca que avanza firme hacia la ribera donde la vida es abundante. No es la misma barca, no. Si lo fuera, preferiríamos lanzarnos otra vez solas al mar y jugarnos la vida para llegar a tierra firme, antes que la fe de toda la vida se dispusiera a acabar con la nuestra. Pero en esta barca humilde, tosca, que no sabemos si aguantará la próxima ola, ya no hay miedo. La naturaleza no lo determina todo, no hay condenas, y la fe se alimenta también de la diversidad. En ella, uno se siente parte, se atreve incluso a coger un extremo de la red para lanzarla con el resto de discípulos al mar. En esta barca, uno es consciente de que está el maestro. Ya no importa el viento, ni las olas, ya no hay lugar para el miedo, sino para quienes quieran ponerse de rodillas y reconocer que ese Jesús en mallas, que nos acompaña a todas y baila tan bien El lago de los cisnes, verdaderamente es el Hijo de Dios.

Carlos Osma

Notas:

[1] Salto de ballet donde se despega con un pie al frente y se van cruzando las piernas en el aire.

[2] Un paso del allegro en el cual las piernas extendidas se baten en el aire.

[3] Gran danza para dos. Como regla general el grand pas de deux se realiza en cinco partes: entrada (entrée), adage, variación para el bailarín, variación para la bailarina, y la coda, en el cual ambos bailarines bailan juntos.

[4] Espectacular giro donde el pie de trabajo es estirado y recogido durante las vueltas.

[5] Paso oscilante, una alternación de equilibrio, cambiando el peso de un pie al otro.

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El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido… Para dar libertad a los oprimidos

Domingo, 27 de enero de 2019
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Una llamada a la entrega, al compromiso de seguirle sólo a Él:

*

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Preguntas para subir y bajar el monte Carmelo

(A Gustavo Gutiérrez,
maestro espiritual
en los altiplanos de la Liberación,
por su itinerario latinoamericano
Beber en su propio pozo).

«Por aquí ya no hay camino».
¿Hasta dónde no lo habrá?
Si no tenemos su vino
¿la chicha no servirá?

¿Llegarán a ver el día
cuantos con nosotros van?
¿Cómo haremos compañía
si no tenemos ni pan?

¿Por dónde iréis hasta el cielo
si por la tierra no vais?
¿Para quién vais al Carmelo,
si subís y no bajáis?

¿Sanarán viejas heridas
las alcuzas de la ley?
¿Son banderas o son vidas
las batallas de este Rey?

¿Es la curia o es la calle
donde grana la misión?
Si dejáis que el Viento calle
¿qué oiréis en la oración?

Si no oís la voz del Viento
¿qué palabra llevaréis?
¿Que daréis por sacramento
si no os dais en lo que deis?

Si cedéis ante el Imperio
la Esperanza y la Verdad
¿quién proclamará el misterio
de la entera Libertad?

Si el Señor es Pan y Vino
y el Camino por do andáis,
si al andar se hace camino
¿qué caminos esperáis?

(Desde la Amazonia brasileña,
en tiempos de probación
y de invencible esperanza criolla).

*

Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la espera. Sal terrae, 1986

***

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendio por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.

Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito:

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.

Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista.

Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.”

Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles:

–  “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir.”

*

Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

***

El anuncio del Mesías va dirigido antes que nada a los afligidos. En primer lugar, dispone a los humildes por estar humillados; después, a los abatidos, a los que tienen roto el corazón por las penas; a continuación, se dirige a las cárceles para gritar a los prisioneros la libertad, para abrir los cepos de los atados. El Mesías no distingue entre culpables e inocentes, sino que proclama en su tiempo una amnistía general, que afecta, naturalmente, a los siervos, a los esclavos vendidos.

A Jesús le correspondió leer un sábado estos versículos de Isaías en la sinagoga. Fue en Nazaret, como nos cuenta el evangelio de Lucas. Leyó ante su gente estos versículos plenos de poder y anunciadores de la llegada de grandes cambios. Cuando acabó la lectura declaró que aquellas palabras de Isaías se habían vuelto urgentes, actuales, a través de él, Jesús. Él era el ungido de Dios, el Mesías venido a cumplir en el presente las profecías pendientes. Los presentes se quedaron estupefactos y, después, reaccionaron con hostilidad, expulsándole. Para ellos, era una blasfemia que un hombre se pudiera declarar mesías.

Ahora bien, por encima de esto, estaban espantados por el anuncio de que los versículos de Isaías pudieran cumplirse verdaderamente en su tiempo. Aunque una persona de fe pueda pedir a Dios que venga su Reino y se haga su voluntad, no por ello estará dispuesta a acoger el primero y la segunda. Aquí está el Mesías que consuela a los humildes y a los abatidos y libera a los prisioneros y a los siervos de sus cepos.

Estos versículos de Isaías, como muchos otros, ponen a prueba a las personas de fe: ¿están dispuestas a resistir la venida, el cumplimiento de los tiempos anunciados? Al final, pocos están dispuestos a creer que los versículos de Isaías son actuales. Pocos se comportarían de una manera diferente a los habitantes de Nazaret. Sin embargo, cada generación pasa rozando al Mesías, y corresponde sólo a los creyentes allanar su llegada.

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E. de Luca,
Ora prima,
Magnano 1997, pp. 75-77, passim.

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“La Navidad, un hecho comprometido” por Pepe Mallo

Lunes, 24 de diciembre de 2018
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navidad-maximino-cerezoLeído a la página web de Redes Cristianas:

Popular villancico, cargado de sutil ironía

El nacimiento de Jesús no fue registrado por las crónicas oficiales de los historiadores de su tiempo. Sin embargo, hoy día la evocación de tal suceso desborda los auténticos límites del acontecimiento histórico.

Unas fiestas mercantilizadas, consumistas, derrochadoras, diametralmente opuestas a lo que fue la Navidad evangélica. Me vienen a la mente las estrofas de un popular villancico. Su letrilla, cargada de sutil ironía, constata la deplorable realidad de la celebración actual de la fiesta:

“Si El es el “Dios con nosotros”/ es decir, el Emmanuel, /
¿por qué “adoramos” al otro, / o sea, a “Papá Noel”?
Si ese niño es salvador/ y en un pesebre ha nacido, /
¿por qué la gente ha metido/ el pavo en el asador?
Pandereta y almirez, / turrones y mazapanes / vinos, mariscos, champanes…/
Así celebran su fe / ¿creyentes o “zampapanes”?

La Navidad es la fiesta de la humanización de Dios

Separar la celebración de la Navidad de la realidad histórica de pobreza que la caracteriza supone negar a la historia su verdadero mensaje. Dios se hace presente en la historia, cómo, cuándo y dónde menos nos lo podíamos imaginar. Y de la manera menos sospechosa: “Nos ha nacido un niño”. El signo visible, el establo. En medio del estiércol maloliente de un pesebre; donde no es sitio para nadie y con la debilidad de los “donnadie”. No hay cunas palaciegas, ni altares sagrados, ni hoteles cinco estrellas, ni siquiera había sitio en la posada… Solo “había por allí unos pastores”, gente que guarda su pobre rebaño, que vela en la noche… Dios sólo encuentra un acogedor pesebre en el refugio de los pastores,… o bajo el puente de los vagabundos o en la choza de los indigentes o en la chabola de los pordioseros… y en tantos otros “oes” que podríamos añadir.

María, la madre de Jesús, cree en un “Dios” revolucionario

Estos días hemos venido recordando los diversos acontecimientos producidos en el entorno del nacimiento de Jesús, “nacido de mujer y sometido a la ley” (Gal. 4, 4). Destacamos el cántico del Magníficat (Lc.1,52-53). Se trata de un texto revolucionario porque trastorna por completo la candorosa y dulce imagen que muchos devotos de la Virgen tienen de cómo fue María, la madre de Jesús. Lucas presenta a María como pobre, marginal, socialmente poco valorada y que se consideraba a sí misma como una mujer que personificaba lo más bajo de la escala social y económica. En el Magníficat María afirma con fuerza los peligros que entrañan el poder y la propiedad egoísta. Dios tiene que derribar a los poderosos de sus tronos y acabar con las riquezas de los que acumulan lo que otros necesitan para no morirse de hambre. Dios se fija en los pobres e invierte la suerte de los oprimidos.

“La Palabra se hizo carne” (Jn.1,14)

El término “carne” significa debilidad y caducidad. Carne también significa “solidaridad”. El “Dios con nosotros”, al hacerse hombre, puede exclamar “esta sí que es carne de mi carne”, como Adán al encontrarse con Eva. El evangelio proclama la novedad de la encarnación: “la Palabra se hace carne”. La Palabra se hace cargo y carga de nuestra debilidad para avanzar con nosotros en el proceso de humanización. No sólo se encarna; se humaniza. Asume la humanidad en su pobreza, en su insuficiencia, en su limitación. “Se despojó de su rango”. Toda su vida fue un descenso: descendió al encarnarse, descendió al hacerse pobre y débil; descendió al verse rechazado, perseguido y hasta ejecutado, descendió al ponerse siempre en el último lugar. Dios se hace humano no tanto para acercar al hombre más a Dios como para arrimar al hombre más hacia el hombre, para que el hombre se haga más humano. Jesús en su humanidad no reivindica los derechos divinos sino los derechos humanos.

El establo y la cruz simbolizan la opción por los más débiles

Los protagonistas del nacimiento, María y José, eran gente humilde, sencilla, de pueblo, débiles económica, cultural y socialmente. La debilidad es, pues, el marco que preside la entrada de Jesús en este mundo; debilidad cuya manifestación se irá haciendo más firme día tras día hasta culminar en la cruz, símbolo de degradación, ignominia y marginación. El establo al comienzo de su vida y la cruz en el desenlace simbolizan vigorosamente esa opción por los más débiles. Hubo establo al principio y patíbulo al final; y en medio, la solidaridad con la gente humilde, con las víctimas de la desigualdad y del injusto reparto de los bienes de esta tierra. Jesús nació pobre, vivió pobre, murió como un desdichado, como un excluido, como un criminal, como un peligro para la sociedad. Al decir “pobre”, decimos mucho más que hombre o mujer carente de lo necesario para vivir: Decimos hombre, mujer, despreciados, excluidos, humillados, negados; decimos hombre o mujer, a quienes la iniquidad ha obligado a interiorizar que no tienen derechos, a vivir como si no los tuviesen, a ser como si no fuesen; decimos hombre o mujer, a quienes hemos llevado a dudar de su dignidad humana, de su condición de hijos de Dios.

La Navidad es una historia liberadora

Celebramos diversas “navidades”: representaciones populares, sociológicas, piadosas, poéticas, emotivas, humanitarias… que pueden ser válidas, pero no son primordiales; tanto más que algunas rayan en el folclore. Dios no se limita

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Llamada a despertar.

Lunes, 3 de diciembre de 2018
Comentarios desactivados en Llamada a despertar.

1687ceea-dbbd-4400-9a95-ca684b4c78f1Domingo I de Adviento, 2 de diciembre de 2018. Lc 21, 25-28.34-36

En la literatura apocalíptica, los “signos” que se nombran en el texto –movimientos en el sol, la luna y las estrellas; el estruendo del mar y el oleaje; la angustia de la gente, presa del miedo y la ansiedad– hablan del final del “mundo viejo” y de la emergencia de un “mundo nuevo”. Eso hace que se equiparen a los dolores del parto, que anuncian el nacimiento de una nueva vida.

En esa situación difícil surge la tentación de recurrir a compensaciones –“vicio, bebida, agobios de la vida…”– capaces de distraernos e incluso aletargarnos durante un tiempo. Pero todos esos “trucos” tienen en común que nos adormecen y, de ese modo, abortan la novedad que pudiera producirse en nosotros.

Frente a esa trampa, tan comprensible –los humanos tendemos a huir de todo aquello que nos asusta o simplemente nos descoloca–, la lectura evangélica que se nos propone en el inicio del año litúrgico –tiempo de Adviento– es una llamada a despertar.

El “despertar” requiere atención, consciencia, presencia…, y es lo opuesto a rutina, despiste, aturdimiento, confusión… Se trata de actitudes contrapuestas que remiten a dos estados de consciencia: el estado mental, caracterizado por la identificación con la mente y el pensar, en el que terminamos aturdidos, y el estado de presencia, que se sustenta en la atención y trae consigo lucidez y libertad interior. En este segundo se utiliza la mente como una herramienta, pero no se vive en ella, sino en la atención descansada y lúcida que impide la identificación con aquella.

El estado mental constituye una especie de “lazo” –por utilizar la imagen evangélica– que atrapa y ahoga. En él terminamos siendo marionetas de nuestra mente, a merced de los movimientos mentales y emocionales que se producen en nosotros. Por el contrario, al poner la atención, tal como se experimenta en la práctica del Silencio contemplativo, se produce un efecto extraordinario: se detiene el tobogán de la mente, se frena la noria de pensamientos y sentimientos porque dejamos de identificarnos con ellos, y nos encontramos en “casa”.

No somos el barullo mental y emocional que parecía gobernarnos –“miedo y ansiedad”, dice el texto–, sino la presencia consciente que permanece ecuánime, lúcida y amorosa, en medio de todos los vaivenes. Eso es levantar la cabeza –dejar de ser esclavos– y despertar: es la liberación.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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