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“Frente a la amenaza Voxpopular”, por Carlos Osma

Martes, 11 de julio de 2023
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pexels-fransa-2336840De su blog Homoprotestantes:

Hoy, mientras tomaba el café de la mañana viendo las noticias, me he enterado de que el Partido Popular ha pactado con el partido de ultraderecha Vox la presidencia de la Comunidad Valenciana. En el reparto Vox se ha llevado, además de la consejería de Agricultura, las de Educación y Asuntos Sociales. Que un partido xenófobo, LGTBIQfóbico, y que pretende derogar la Ley de Violencia de Género, haya conseguido estas consejerías es una derrota para todas las que trabajamos por una sociedad más igualitaria, justa, y decente. De eso no hay duda alguna. Además, es el nodo de la película en blanco y negro que veremos los próximos cuatro años si los Voxpulares ganan las elecciones generales en España el 23 de julio.

Quienes de forma más descarada trabajan al servicio del poder económico de este país, ese que pretende la liberalización económica absoluta, la perdida de cualquier protección social, y la explotación de los trabajadores para obtener aún más beneficios, son quienes vencen en el discurso mediático que los propone como salvadores de las clases medias y bajas. Quienes prefieren a las mujeres en casa, calladas, sin posibilidad alguna de decidir sobre su sexualidad o sobre su cuerpo, a menos que tengan el poder económico para hacerlo, claro. Quienes rechazan a las personas por su color, procedencia, idioma, religión, a menos que su billetera los convierta en españolitos de toda la vida. Esos, sí, esos, se han convertido para muchos en los defensores de la moral cristiana católica, y los adalides de la sociedad evangélica que muchos anhelan. La manera en la que en los últimos años entidades católicas y evangélicas han blanqueado a este partido ultraderechista, dándoles voz, es absolutamente vergonzosa.

Pero bueno, no han sido únicamente ellas, los medios de comunicación lo han presentado como un partido como cualquier otro. O más bien, como un partido de reforma de lo políticamente correcto, una reacción frente a los progres, feminacis, la ideología de género y los maricones. Desviando el foco de lo que es realmente este partido: un partido de élites económicas que protege sus derechos y a los que, en el fondo, les importa un bledo todo lo demás.  Así que no es complicado encontrar entre sus votantes, o incluso dentro de sus propias filas, a gais con una homofobia interiorizada que clama al cielo, y a los que les importa un bledo los derechos del colectivo LGTBIQ porque ellos ya tienen el culo a salvo. O a politicuhas para las que la política es un medio para conseguir poder, y están dispuestas a todo para lograrlo, aunque ayer defendieran los derechos de las mujeres y hoy tengan que llevárselos por delante. También es cierto que un porcentaje de sus votantes lo hacen porque sienten que quienes amenazan su trabajo, la educación de sus hijas, o la convivencia, son los migrantes, cuando en realidad son quienes, como la ultraderecha de Vox, apuestan por una sociedad del sálvese quien pueda, y trabajan por desmontar todo el sistema del bienestar de la mano del Partido Popular. Que los partidos de izquierda no hayan sido capaces de llegar a estas personas, tiene que ver con su aburguesamiento, las batallas internas continuas, y los casos de corrupción, algo que no les ha ayudado a mostrarse como una alternativa creíble para resolver las dificultades de las clases trabajadoras.

La semana pasada se hizo viral la brutal agresión en el metro de Barcelona de un energúmeno a una mujer transexual porque le pareció que no se estaba comportando como dios manda. Que esta persona se atreviese a agredir a esta mujer a plena luz del día en un vagón lleno de gente, muestra hasta qué punto la impunidad de los discursos de ultraderecha impactan en las vidas de migrantes, mujeres, trans: en la vida de toda aquella persona que no se somete al lugar que ha escogido para ella el patriarcado. Son una minoría quienes nos quieren hacer volver a las catatumbas, al silencio, a la vergüenza, eso no lo deberíamos olvidar. Pero son demasiados los que les dan cobertura, o se quedan en silencio.

Esta mañana, mientras tomaba el café, me preguntaba qué estrategia deberíamos seguir nosotres, para no dar un paso atrás a la hora de pedir una sociedad más justa e igualitaria, pero no encontraba respuesta. Después del café, salí de casa para ir al trabajo y, en el camino, delante de mí dos hombres jóvenes caminaban de la mano. Siempre me da envidia cuando veo algo así, porque hacen con naturalidad lo que a las personas LGTBIQ de mi generación les cuesta tanto. Al llegar a una esquina se dieron un beso y se despidieron. Esa es la respuesta, pensé, no tener miedo, no doblegarse, no retroceder, sino darse la mano y un beso, esa es en el fondo nuestra revolución. Ocupar todos los espacios, la calle, las iglesias, los centros educativos, las entidades sociales, la cultura, y todas las instituciones políticas, para que quienes quieren imponer el odio no pueden hacerlo. No nos vamos a rendir, estamos aquí para pedir justicia y no desfalleceremos hasta que lo logremos. No nos vamos a rendir, porque no podemos, ya hemos estado en el mundo donde nos quieren llevar los Voxpopulares, los integristas, y los fundamentalistas, y para nosotras es inhabitable. No nos queda otra, no nos podemos rendir.

Carlos Osma

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“Lo que no se nombra, no pertenece”, por Carlos Osma

Lunes, 17 de abril de 2023
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hermosa-persona-queer-maquillajeLeído en su blog Homoprotestantes:

No es cierto que el silenciamiento de las personas queer dentro de la mayoría de comunidades cristianas responda a la voluntad de negar nuestra existencia. Todas esas comunidades saben que lo queer siempre ha estado y estará presente dentro de ellas. Conocen nuestros nombres y apellidos desde que cantábamos en el coro infantil: «Yo tengo un amigo que me ama, y su nombre es Jesús», con el mismo ritmo que lo hubieran hecho los Village People. Por mucho que cuando una(s) década(s) después salimos del armario se hicieran las sorprendidas y nos dijeran: «¿Quién lo iba a decir? No se te nota nada». Y nosotras, como siempre, nos hiciéramos las tontas y respondiéramos:  «No te preocupes cari, es que soy una pecadora rainbow que sabe mentir a las mil maravillas».

A las personas queer cristianas no se nos nombra dentro de las iglesias LGTBIQfóbicas, no porque no quieran que existamos, eso saben que es imposible, sino para dejarnos claro que no pertenecemos a su comunidad, que nos quieren fuera, lejos, y en la medida de lo posible, que no volvamos nunca más. Aunque claro, eso no lo van a reconocer nunca, y aunque el predicador de turno haya dicho desde el púlpito por activa y por pasiva (qué casposo me ha quedado esto) que el lobby gay está destruyendo las familias y atacando a la iglesia del Señor que acabará siendo perseguida por predicar lo que el Señor enseñó (pobrecillos), su esposa les va a preguntar a nuestros padres por nosotras a la salida de la iglesia, y les dirá aquello de: «Qué pena que ya no se congregue más, con la alegría que aportaba a la iglesia desde que era pequeñito. A ver si, al menos para la fiesta de Navidad, nos hace una visita y toca el violín». ¡Aleluya, qué buenos son!

Si se quieren explicar las razones de este comportamiento tan poco cristiano y tan mucho LGTBIQfóbico se pueden escribir libros con los que decorar las estanterías de bibliotecas enteras, muchos de ellos con verdades como puños, aunque para simplificar podemos decir que la razón es que prefieren renunciar antes a nosotras que al literalismo bíblico, en caso de los evangélicos, o a la moral sexual de un magisterio manchado de pedofilia, en el de los católicos. Pero no es esto lo que creo que para nosotres necesita una explicación, porque lo realmente sorprendente, al menos eso dicen el resto de bitransmaricabollos que nos miran atónitas desde fuera de las iglesias, es: ¿Por qué y para qué queremos seguir formando nosotres parte de comunidades cristianas asociaciones fundamentalistas LGTBIQfóbicas? O traduciendo la pregunta a un lenguaje más bíblico, más nuestro: ¿Por qué queremos al oír la trompeta, la flauta, la cítara, la lira, el salterio, la gaita, y toda la música con la que adornan su teología del odio, arrodillarnos y adorar a la estatua de treinta metros de alto por tres de ancho que han construido los Fobicodonosores de la Verdad? Lo suyo sería ponernos Divas, subirnos a nuestras plataformas, y sacar las Drags Sadrac, Mesac, y Abed-negó que todas las que hemos pasado por la escuela dominical llevamos dentro, para decirles: Nosotras no nos inclinamos ante vuestro ídolo, aunque lo hagan otros, nosotras no. La diosa que adoramos, y que nos mostró Jesús de Nazaret, nos librará del infierno en el que queréis meternos, y aunque no lo hiciera, preferimos arder antes que arrodillarnos ante esa caricatura de divinidad que habéis construido. Nosotras no.

Pero es que tampoco es esta la razón, no somos heroínes, ni descerebradas a las que nos gusta que nos quemen vivas, somos cristianas, aunque lo nieguen, nos ignoren, nos insulten. Somos cristianes, nosotres sí. Pertenecemos a Jesús. Y lo que queremos no es que las comunidades cristianas asociaciones LGTBIQfóbicas nos acepten y se transformen en un espacio rainbow tan fundamentalista como siempre, o al menos no deberíamos malgastar energías persiguiendo eso. Lo que hacemos es decir nuestro nombre, reconocernos seguidoras de Jesús, aferrarnos al evangelio del amor y la fraternidad que encontramos en los evangelios, y tratar de aplicarlo a nuestro alrededor, y en nosotres mismes. ¿Por qué tenemos que callar? Lo que nos constituye cristianes queer no es la lucha contra o por la iglesia, sino el seguimiento de Jesús. No es demostrar a nuestras familias o excomunidades que podemos seguir siendo cristianes aunque ellas digan que no, sino nuestra respuesta a la llamada de Jesús. Entiendo que es complicado para las compañeras de luchas bitransmaricabollos que no se consideran cristianas comprenderlo, y de verdad que a nosotras nos duele el doble escuchar, ver, y sufrir la LGTBIQfóbia de quienes se han erigido en portavoces de Jesús, en parte porque en ocasiones esas personas han sido familiares o amigas. Y no queremos negarlo, ni justificarlo, es odio lo que esas comunidades cristianas asociaciones LGTBIQfóbicas lanzan contra nuestro colectivo. Pero nosotras no pertenecemos a esas asociaciones LGTBIQfóbicas, nos lo han dicho de todas las formas posibles: ya lo hemos entendido, aceptado, e incluso celebrado. Somos cristianas, nosotras sí, como muchas otres, y condenamos al Fobicodonosor de la Verdad. Pertenecemos a Jesús, con la ambivalencia de Simón Pedro a veces, pero pertenecemos a Jesús, y es su seguimiento, el que nos trans-forma en cristianes.

Carlos Osma

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“¿Te confiesas? “, por Carlos Osma

Martes, 21 de diciembre de 2021
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pexels-photo-6275804Leído en su blog:

Uno de los significados de la palabra confesar según la RAE es: «Expresar voluntariamente los actos, ideas o sentimientos». Siguiendo esta acepción, podríamos decir que la confesión ha sido una de las herramientas más importantes que  hemos tenido las personas LGTBIQ para transformar nuestros entornos. Explicar con experiencias vividas el daño que nos ha producido la LGTBIQfobia ha cambiado más nuestro mundo que cualquier reflexión teórica de académicos y académicas queer. Y no estoy infravalorando estas reflexiones, todo lo contrario, porque nos han proporcionado un marco teórico para comprendernos; lo que pretendo decir es que sin confesión, estaríamos todavía en el mismo pozo donde nos lanzó la LGTBIQfobia.

Puede haber salida del armario sin confesión, puedo gritarle a todo mi mundo que soy marica, pero no explicarles lo que esa palabra puesta en su boca ha significado para mí. Puedo decirle a mi familia que soy bollera como si les estuviera diciendo que he decidido hacerme vegetariana. Puedo pedirle a mi hermano que me llame Rosa en vez de Juan, como cuando le pido que no me llame Juanito porque tengo treinta años y ya no soy un niño. Es cierto que esto no suele ser así, y salvo excepciones, hemos confesado claramente que hemos sufrido, y que hemos necesitado tiempo para armarnos de valor para poder hacer dicha confesión. Sin embargo, percibo cada vez más que, en aras de construir una imagen política de la persona LGTBIQ positiva, se quiere pasar por alto su confesión.

En muchas comunidades cristianas, o en grupos de apoyo, hay espacio para dar testimonio, es decir para confesar experiencias vividas al resto de la comunidad. Eso mismo hemos hecho las personas LGTBIQ, comprobado tanto los beneficios personales como los sociales. A nosotras, a nivel personal, nos ha ayudado el poder hablar, el poder confesar cosas que teníamos calladas y nos quemaban por dentro. También escuchar, porque las experiencias de otras nos han armado de valor para dar pasos de liberación. La confesión empodera, personal y comunitariamente, de eso no hay duda. Pero la confesión ha cambiado además la percepción de personas fuera de nuestro colectivo que se han dado cuenta de las consecuencias que tienen sus prejuicios y comportamientos en la vida de las personas LGTBIQ. Evidentemente no de todas, el camino es todavía largo, y es difícil cambiar solo con testimonio a personas e instituciones sin corazón. Para quienes lo importante es la norma y la ley, el testimonio es prácticamente inútil, y únicamente pueden ser cambiados con educación, normas y leyes.

Otro de los significados de la palabra confesar según la RAE es «Declarar los pecados que se han cometido». Lo de pecados suena religioso, podría substituirse por injusticias, por ejemplo, para que todo el mundo lo entienda. Y es esta acepción de confesar en la que creo que todavía hay mucho camino por recorrer cuando hablamos de LGTBIQfobia. Y lo digo porque he leído muchas experiencias, he visto diversas películas, he asistido a un sinfín de conferencias y mesas redondas donde personas LGTBIQ confiesan lo que han vivido, donde relatan el valor y las estrategias que han tenido que desarrollar para sobrevivir, para poder casarse, para vestirse como ellas consideran, para poder operarse, ser miembro de una iglesia, tener hijos, para cobrar una herencia, para trabajar, etc. Pero en muy pocas ocasiones, las puedo contar con los dedos de la mano, he leído o escuchado la confesión de las personas que ejercieron sobre nosotras su LGTBIQfobia. No sé, algunas veces parece que nos lo hemos intentado todo, que la LGTBIQfobia era un aire que solo respirábamos nosotras. O un látigo con el que nos encanta flagelarnos.

Creo que nos faltan artículos de personas que confiesen la transfobia que ejercieron sobre su hijo, las consecuencias que eso le supuso, y que pidan perdón por ello. Faltan sermones de hermanos que confiesen como su homofobia destruyó su familia, y pidan disculpas por ello. Faltan experiencias de profesoras que confiesen como ejercían bifobia sobre alumnas y alumnos, y entonen el mea culpa. Faltan declaraciones de iglesias que confiesen las prácticas LGTBIQfóbicas con las que hicieron daño a tantas personas, y les pidan perdón. Faltan mesas redondas de amigos, tías, primos, compañeras de trabajo, hijos, abuelas, pastores, doctoras, ancianos, teólogas, obispos, etc., en las que confiesen las estrategias que utilizaron contra las personas LGTBIQ, muestren su arrepentimiento, y pidan perdón.

Personalmente, no pongo el énfasis en la demanda de perdón, sino en la confesión. Pero aquí hay un matiz que hemos aprendido todas en nuestra infancia: cuando la ofensa es pública, la demanda de perdón debería también serlo. Creo que la confesión puede suponer una liberación personal y comunitaria, pero lo que es más importante, puede ayudar a que otras personas e instituciones tomen conciencia de su LGTBIQfobia. La confesión, como he dicho antes, no nos cambia solo a nosotras, también tiene un impacto en nuestro entorno. Todas tenemos responsabilidad en su erradicación, quienes la hemos padecido y quienes la hemos ejercido (no pocas veces se ha estado en los dos lados). Están perfectas las reflexiones teóricas de tantas y tantos aliados, pero sin confesión, suenan a veces huecas. Por eso, a partir de ahora, he decidido que cada vez que alguien me pregunte como me afectó la LGTBIQfobia, le pediré que confiese su experiencia ejerciéndola. No para culpabilizarlo, sino porque la liberación debe darse en ambos lados. Incluso lo voy a hacer sin que me pregunten nada, porque nos faltan esas confesiones, porque les hace falta también a ellas y ellos confesarse. Así que aprovecho mis dos últimas palabras para preguntarte: ¿Te confiesas?

Carlos Osma

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“Índice de libros prohibidos “, por Carlos Osma

Jueves, 18 de noviembre de 2021
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man-g4607ae560_1920Leído en su blog:

La primera edición del Índice de libros prohibidos data de 1551, contenía casi 700 libros que la Inquisición española pensaba que podían confundir a los desvalidos católicos de manos de falsos judeoconversos, musulmanes, servidores de satanás, o herejes protestantes. Este índice fue modificándose con el tiempo, y en 1872 se hizo la última edición. O al menos eso es lo que pensábamos hasta que hace un par de semanas una jueza de Castellón diera la razón a la Asociación de Abogados Cristianos, y se creara uno nuevo con 32 libros prohibidos con los que el lobby LGTBIQ estaría tratando de confundir a los desvalidos adolescentes castellonenses.

Tengo que decir que lo primero que hice al conocer la noticia fue mirar el listado de libros prohibidos para ver si aparecía mi Solo un Jesús marica puede salvarnos, pero no, lamentablemente parece ser que no confunde a ninguna dulce y tierna muchacha. Después, volví a repasar el índice prohibido para ver si con un poco de suerte habían incluido el Tirant lo Blanc de Joanot Martorell. Y es que todavía recuerdo las tardes calurosas del mes de mayo en las que mi profesor de valenciano de 3º de BUP hacia apología de la heterosexualidad con este libro y nos leía citas como: «Y como vio que se iba y que no podía tocarla con las manos, le alargó la pierna y le puso el pie debajo de las faldas. Con el zapato le tocó el lugar vedado mientras le colocaba la pierna entre los muslos». Pero no, tampoco este libro aparecía, así que me imaginé por un momento que se hacía justicia y en la biblioteca del Instituto Jaume I de Borriana al lado del Tirant lo Blanc alguien había puesto mi Solo un Jesús marica puede salvarnos. Sé que es imposible, la clasificación de las bibliotecas los sitúa en un lugar diferente, pero soñar es gratis.

Del sueño me despertó un escalofrío, cuando recordé textos de la Biblia que dicen que si una joven se casa sin ser virgen debe ser apedreada (Dt 22,20-21), si dos hombres se acuestan juntos deben morir (Lv 20,13), si alguien ofrece sacrificios a otros dioses debe ser asesinado (Ex 22,19), o si una persona no obedece al sacerdote o al juez debe morir (Dt 17,12). ¡Seguro que la Biblia estará en el índice!, pensé. Pero tampoco. Al principio me alegré de que en este caso la Asociación de Abogados Cristianos, que seguro conoce estos textos, supiera contextualizarlos y no viera ningún peligro en ellos para los vulnerables adolescentes de La Plana. Aunque después me asaltó la duda de si estos abogados piensan que esos textos deben ser matizados, de si creen que en este caso los adolescentes y sus profesores son lo suficientemente críticos para analizarlos cuando tienen que trabajar con ellos, o si dan por sentado que ningún adolescente lee la Biblia en los institutos de la Costa de Azahar. De lo que sí estoy seguro es de que si comienzan a surgir índices de libros prohibidos en institutos, la Biblia tiene todos los números para acabar apareciendo en alguno.

Ahora tengo otra gran duda, porque estaba a punto de empezar a leer el libro El fin del armario de Bruno Bimbi, y no sé si debo hacer caso a los Abogados Cristianos y quemarlo en alguna hoguera, o mejor lo envío a un artista fallero de Borriana para que lo utilice como material de su próxima falla (así apoyamos también las fiestas). Imagino que todo lo que Bimbi cuenta de la homosexualidad dentro de la Iglesia es mejor que no lo leamos ni yo, ni todas las y los adolescentes de los institutos de Castellón. ¡Ostras! Que alguien hable con los Abogados Cristianos porque han olvidado incluir en su índice los dos de Kryzstof Charamsa: La Primera Piedra y Dos hombres, siete pecados. Bueno, bueno, bueno… Pensándolo bien se han dejado la trilogía LGTBIQ más peligrosa de todas: Ética marica de Paco Vidarte, Elogio de la homosexualidad de Luís Alegre, o Por el culo de Javier Sáez y Sejo Carrascosa. Supongo que los Abogados Cristianos no los conocen… por ahora. Yo por si acaso, los pongo en una caja y los envío a la Falla de la Mercé de Borriana para que el próximo 19 de marzo los hagan arder mientras la fallera mayor llora desconsolada.

Ahora me pongo serio para reconocer que solo he leído dos de los libros prohibidos. El primero es: A la conquista del cuerpo equivocado de Miquel Missé, que considero uno de los libros que más me ha influido a la hora de entender la transexualidad, y cómo afectan los discursos biologicistas en la construcción de la identidad y el cuerpo de las personas trans, pero también del de las cis. Como no soy un Abogado Cristiano, yo lo haría lectura obligatoria, o al menos recomendable, para los alumnos de 4º de ESO o de 1º y 2º de Bachillerato. Como no soy un Abogado Cristiano, me gustaría saber qué piensan mis alumnos sobre afirmaciones que aparecen en este libro como: «Sentirse hombre o mujer es profundamente relativo, es una vivencia subjetiva y particular y a la vez una característica colectiva que se construye socialmente». Preguntarles qué les aporta y en qué son críticos. Como no soy un Abogado Cristiano, me gustaría invitar a Miquel Missé para que hiciera una charla en el centro donde trabajo antes de que los Abogados Cristianos presenten también una denuncia en Cataluña y algún juez trate de impedirlo. Y antes de que prohíban leer sus entrevistas, os recomiendo que, si todavía no lo habéis hecho, leáis la que me concedió hace un par de años: Muchísima gente habita cuerpos que odia.

El segundo lo leí este verano, y es: ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?. La autora, Jeanette Winterson, es considerada una de las mejores autoras inglesas de este siglo y hace tres años fue nombrada comandante de la orden del Imperio Británico por sus servicios a la literatura. La novela es impactante, una especie de autobiografía en la que Winterson cuenta su infancia tras ser adoptada en una familia pentecostal de la que no recibe cariño: «A veces tienes que vivir en lugares precarios y temporales. Lugares inadecuados. Lugares erróneos. A veces el lugar seguro no te ayuda».  Y nos relata qué en la adolescencia cuando la descubrieron en la cama con una amiga, la llevaron a la iglesia y allí le hicieron un exorcismo. Imagino que es esto lo que no le gusta a los Abogados Cristianos, que las personas LGTBIQ tengan voz propia para explicar sus experiencias, su forma de ver el mundo, pero también las injusticias a las que han sido sometidas. Y cuando esto no lo pueden parar, pues tratan de poner todos los impedimentos posibles para que nadie las escuche.

La Biblia Valenciana, de 1478, fue la tercera Biblia impresa del mundo en un idioma moderno, hoy no queda ningún ejemplar entero, la Inquisición se encargó de ello. Hay personas e instituciones que nos quieren hacer volver atrás, a las épocas más oscuras de nuestra historia. Sería un error creer que está todo conseguido, las libertades siempre deben ser defendidas. No tiene por qué ser con acritud, pero sí con determinación, la sociedad no se construye sola. Afortunadamente en esta ocasión han fracasado, hoy mismo el juez que valoraba el recurso ha anulado el secuestro de los libros que aparecían en el índice de libros prohibidos creado por la Asociación de Abogados Cristianos. Hay que celebrarlo con una buena paella y unas mandarinas de Castellón, justo ahora empieza la temporada, pero no hay que bajar la guardia.

Carlos Osma

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“Discursos de odio. Labios mentirosos”, por Carlos Osma

Miércoles, 20 de octubre de 2021
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Nos están matandoDe su blog:

Los ataques de odio hacia el colectivo LGTBIQ han aumentado en los últimos años, así como la intensidad de la violencia, eso es lo que dicen los distintos observatorios contra la LGTBIQfobia. Se sienten impunes, ayer mismo un grupo neonazi se manifestaba en el barrio de Chueca de Madrid al grito de «Fuera sidosos de Madrid. Fuera maricas de nuestros barrios». Evidentemente esto no ocurre por arte de magia, los discursos de la ultraderecha, o de los fundamentalismos religiosos, ofrecen un marco ideológico que los alienta. Recordemos declaraciones como: «Si realmente se quiere defender a los niños, no hay que defender a los niños homosexuales, si es que existe semejante cosa, o los niños trans» (Alicia Rubio, diputada de Vox en la Asamblea de Madrid), «Nos preocupa que el ejercicio de una opción de vida desde la orientación homosexual se confunda cada vez más con un derecho humano fundamental» (Comunicado de la Alianza Evangélica Española), «La persona homosexual que libremente quiera, siendo mayor de edad, o si es menor de edad con el permiso de sus mentores legítimos, puede buscar sanación espiritual» (Reig Plá, obispo católico de Alcalá), «La propuesta de ley trans dañaría gravemente los derechos de las mujeres en las cárceles. España bajo la dictadura LGTBI» (Con mis hijos no te metas).

En este momento las personas LGTBIQ vivimos con preocupación la pérdida de derechos en lugares donde la ultraderecha de Vox gobierna o apoya gobiernos del Partido Popular, y ya no nos sentimos seguros a la hora de manifestarnos públicamente como personas LGTBIQ. Dicha preocupación e inseguridad no está basada en percepciones subjetivas, sino en hechos tan reales como el asesinato de Samuel Luiz hace unos meses. Asesinato del que las entidades y lobbies que promueven la LGTBIQfobia trataron de borrar la motivación homofóbica: «Resaltamos y apoyamos la petición de Max Luiz al no querer que este terrible homicidio sea utilizado como bandera de nadie, porque precisamente el uso -y a veces manipulación- ante hechos terribles como este consiguen lo contrario a su teórico propósito, promoviendo más confrontación y tensiones» (Comunicado de la Alianza Evangélica Española). Que triste que se tenga que silenciar el motivo de un asesinato para no generar más confrontación y tensiones. ¿Tensiones?, ¿con quién?, evidentemente con los mentirosos que nos odian en nombre de dios. Como dice el proverbio: «El de labios mentirosos encubre el odio.» [1].

Es lamentable que muchas iglesias se identifiquen con los postulados de la ultraderecha. Los analistas políticos perciben que muchos católicos y evangélicos son votantes de Vox. Partido al que las instituciones y entidades cristianas invitan a sus foros y mesas redondas como si fuera un partido político más, blanqueando su discurso de odio, cuando jamás han invitado a representantes de los colectivos LGTBIQ que defienden los derechos y la dignidad de millones de personas. En muchos temas, es ya muy difícil diferenciar entre el discurso de Vox y el de los representantes religiosos. Puede parecer incomprensible que tantos cristianos coincidan con posiciones tan alejadas del evangelio, pero esto no ha ocurrido de la noche a la mañana, claro, las instituciones evangélicas y católicas llevan décadas identificando el cristianismo con la defensa de una moral concreta, en vez de con el seguimiento del evangelio. Es increíble que no hayan sabido entender la diversidad, que no hayan conectado con la injusticia que padecen las personas LGTBIQ. Para mí, esto es aún más incomprensible en el movimiento evangélico, una minoría atrapada en las redes del literalismo.

Hasta ahora las disidencias católicas y evangélicas que apuestan por el reconocimiento de los derechos de las personas LGTBIQ y la integración en sus comunidades, han tenido que defenderse ante los ataques de las instituciones LGTBIQfóbicas que las representan pidiendo respeto y apelando a la libertad de conciencia. Pero en este momento creo que nuestras convicciones cristianas, nuestra firme convicción por el respeto a la vida, nos exigen algo más. Es ahora urgente la denuncia de quienes utilizan el nombre de dios para promover el odio con sus discursos. Dejar de callar, y llamar diabólicos, inhumanos, indignos, origen de dolor y muerte, a todos estos discursos LGTBIQfóbicos que se realizan poniendo buena cara y haciéndolos pasar por cristianos. Exigiendo a quienes los hacen y los promueven: «Dejad de hacer lo malo, aprended a hacer el bien, buscar el derecho, socorred al agraviado, haced justicia» [2]. Si no queremos ser cómplices, tenemos que levantar la voz, llamando al arrepentimiento y exigiendo la vuelta al evangelio de Jesús, al amor y la fraternidad, abandonando todo odio. Haciendo después un análisis de por qué este odio ha impregnado de forma tan generalizada nuestras comunidades, para evitar que pueda volver a hacerlo con muchos otros.

Lo que tampoco es comprensible es que instituciones que promueven la exclusión y la discriminación de personas LGTBIQ reciban dinero de subvenciones públicas. Dinero de una sociedad que se dice a sí misma inclusiva y respetuosa con la diversidad. Tendría que haber unos mínimos éticos a los que las entidades que reciben dinero público deberían comprometerse (incluyo aquí a partidos políticos). Es evidente que esto choca con el poder que la Iglesia católica tiene en nuestro país, y que el trabajo social que realizan tanto la Iglesia católica como las evangélicas es encomiable, pero no podemos caer en el chantaje de permitir los discursos de odio a cambio de esta labor. Se debe presionar por aquí para que, al menos, las instituciones que acepten estos mínimos éticos, tengan prioridad a la hora de recibir una subvención. Y vincular la recepción de las subvenciones a la aceptación de una formación en género y diversidad, por ejemplo. Es terrible que estemos subvencionando con nuestro dinero a entidades que promueven discursos de odio que acaban por matarnos a golpes. Una sociedad avanzada no se debería subvencionar el odio con dinero público.

Hemos avanzado mucho, y eso lo ven como una amenaza quienes estaban acostumbrados a discriminarnos, por eso se revuelven con violencia. Ahora necesitamos más que nunca determinación para no dar ni un paso atrás, para que el miedo no nos paralice. Lo que buscamos no va contra nadie, sino que va a favor de todas y de todos. Queremos justicia. Una justicia que nos proteja (a todas y todos) de los discursos, normas, violencias y leyes, que nos quieren discriminadas, silenciadas o muertas. Queremos libertad, pero no esa con la que se justifican los discursos de odio, libertad para vivir y dejar vivir en paz. Queremos la Ley Trans y de derechos LGTBI ¡ya!, que blinde nuestros derechos, y que incluya sanciones contundentes que lleguen a materializarse a quienes nos discriminan. Queremos una ley de educación que aborde la diversidad de una forma transversal desde la educación infantil, y que tanto los centros educativos públicos como los concertados y privados estén obligados a cumplir. Y todo eso no lo queremos para ir contra nadie, sino a favor de todas y todos. Para que nadie tenga que sufrir discriminación por no ser como los discursos de odio imponen, para que todas y todos puedan desarrollarse, definirse y amar, libremente.

Carlos Osma


 

Notas:

[1] Pr 10,18.

[2] Is 1,17.


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“Juan Varela y la confusión de identidad”, por Carlos Osma

Sábado, 5 de junio de 2021
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INFFA2De su blog Homoprotestantes:

Un cartel que recorre la red nos recuerda que Juan Varela impartirá un curso para líderes evangélicos que necesitan formación bíblica y herramientas para especializarse en la pastoral de la atracción al mismo sexo y la confusión de la identidad. Esto no ocurre en Rusia, aunque imagino que cursos similares a estos también habrá, sino en España, aunque gracias a la tecnología cualquier persona de habla hispana, de cualquier lugar del mundo, puede convertirse con dos sesiones de tres horas cada una, y gracias al maestro Varela, en Coach en orientación sexual, género e identidad sexual.

Según el Instituto de Formación Familiar, con sede también en España, y que dirige el mismo Juan Varela, cientos de personas ya han recibido la formación desde que este instituto está en activo. Y lo que pretende con este curso es que los líderes evangélicos aprendan «protocolos de intervención y etapas en el proceso de restauración y sanidad heterosexual de personas con problemas de identidad sexual» (palabras textuales). Líderes evangélicos de países como España, que después podrán destrozar la vida a cualquier joven LGTBIQ que lamentablemente haya nacido en una comunidad evangélica, y haya asumido que es un enfermo.

Esto se hace hoy, con completa impunidad, promocionándolo incluso por las redes sociales, sin que nada ocurra. Juan Varela también vende su libro publicado por la editorial evangélica CLIE afincada en Cataluña: Homosexualidad. Pastoral de la atracción al mismo sexo. Comprensión. Prevención. Intervención.  Y lo hace a sus alumnos, en sus conferencias, y en librerías evangélicas de España y del resto de países de habla hispana. Libro que con toda seguridad añadirá dificultades y dolor a la experiencia de muchos jóvenes evangélicos.

La LGTBIQfobia se mueve libremente dentro de la mayoría de iglesias evangélicas sin que las instituciones más relevantes que las representan levanten la voz contra ella. Pero la LGTBIQfobia no es cristianismo, es una deformación, es una ideología que lo desvirtúa, que le quita credibilidad y lo va destruyendo. La LGTBIQfobia no nace del amor al prójimo, sino de la incapacidad de entenderlo, y del orgullo que sitúa mi propia identidad y deseo como la única posible. Y lo que produce no es libertad y vida, sino opresión y muerte. Es lamentable ver a tantas entidades evangélicas ser cómplices de todo esto.

Pero es lamentable también, que las leyes que deberían proteger a las minorías de los discursos de odio no se implementen realmente. Que personas como Juan Varela se sientan totalmente libres de poner una cara sonriente en un cartel que verá todo el mundo en las redes, donde se dice que te pueden formar para restaurar y curar a personas con problemas de identidad sexual. Nos queda todavía mucho para conseguir una sociedad respetuosa con la diversidad, y este tipo de cosas, más que desanimarnos, debería reafirmarnos en nuestra voluntad de seguir trabajando para poder alcanzarla. Con las leyes que tenemos no hay suficiente, o por lo menos con su aplicación. Con la educación tampoco, y menos con la teología rebosante de LGTBIQfobia que se impone como verdad absoluta. Queda mucho por delante, no nos podemos permitir el lujo de parar ahora. Si lo hacemos, nunca se acabará el dolor que generan las formaciones como las de Juan Varela en la vida de tantas familias.

Carlos Osma

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