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“La polarización homofóbica en la Iglesia”, por Jesús Martínez Gordo, teólogo

Miércoles, 10 de abril de 2024
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“La mayoría heterosexual no puede imponerse -y menos, en nombre de la voluntad de Dios- sobre la minoría homosexual”

“El debate -sobre todo, sinodal- para propiciar un acercamiento empático a la homosexualidad va a ser la recolocación -todavía pendiente de ser recibida por muchos católicos- de la “ley natural” y de la moralidad a ella vinculada”

“La tradicional doctrina sobre la homosexualidad -y las actitudes católicas a ella vinculadas- presentaban (y siguen teniendo) dificultades para eludir su inclusión en las doctrinas y actitudes homofóbicas”

“La inclinación homosexual no era para santo Tomás una cuestión cultural, sino antropológica”

“Los actos humanos –como coronación de la inclinación connatural– son buenos o malos dependiendo de si la relación que un homosexual mantiene con la persona amada es única, fiel y gratuita

En los Sínodos de los años 2014 y 2015, además de aprobar la plena acogida eclesial de los divorciados y casados civilmente, también se abordó la cuestión de la homosexualidad.

 Y, con ella, se inauguró el debate sobre la relación entre, por una parte, la perspectiva o paradigma -teológico, pastoral y moral- asentado, hasta entonces, en la llamada “ley natural” y, por otra parte, la fundada tanto en los recientes resultados alcanzados por las ciencias humanas (la razón en libertad) como en la creación de todos los seres humanos “a imagen y semejanza de Dios”, incluidos los homosexuales.

En el origen de este debate sinodal se encontraba la histórica rueda de prensa concedida por el Papa Francisco en el avión que le trasladaba de Río de Janeiro al Vaticano (Jornadas Mundiales de la Juventud) el 28 de julio de 2013. A preguntas de los periodistas, después de referirse a los divorciados vueltos a casar civilmente, se manifestó partidario de cambiar el trato y la actitud ante la homosexualidad: “Si una persona es homosexual y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”.

IMG_3684El resultado de esta intervención papal y del debate -sobre todo, sinodal- para propiciar un acercamiento empático a la homosexualidad va a ser la recolocación -todavía pendiente de ser recibida por muchos católicos- de la “ley natural” y de la moralidad a ella vinculada. Y, con dicha recolocación, la percepción de que la tradicional doctrina sobre la homosexualidad -y las actitudes católicas a ella vinculadas- presentaban (y siguen teniendo) dificultades para eludir su inclusión en las doctrinas y actitudes homofóbicas.

 Desde entonces, los católicos estamos urgidos a mover ficha. Y más pronto que tarde, si no queremos ser considerados como también responsables de la homofobia que aletea (y lo sigue haciendo actualmente) en la “extrapolación cultural”, es decir, en la absolutización de un dato que, recibido de la cultura, se empieza a percibir como difícilmente compatible tanto con las más recientes investigaciones sexuales como con el corazón doctrinal de la Escritura.

Pero, además, la reciente decisión papal de permitir la bendición de parejas homosexuales o de personas en situaciones irregulares (Declaración “Fiducia supplicans”, 2023) ha evidenciado, por un lado, la atención que se ha de prestar a la cultura y, a la vez, la obligación de evitar lo que se podría llamar “la polarización cultural; un fundamentalismo que no solo ronda a los “secularizados europeos”, sino también a otros países y sensibilidades no tan entregados -aparentemente- a los cantos de sirena de la modernidad, cuanto a una tradición insostenible a la luz de los actuales avances, antropológicos y escriturísticos.

 Dicha extrapolación se caracteriza por someter la verdad escriturística de que todos hemos sido creados por Dios a los dictados de unos supuestos culturales que ya no son de recibo porque -quienes los asumen acríticamente- acaban excluyendo y condenando a una minoría -en este caso, homosexual- en nombre de la mayoría heterosexual, acogida y reconvertida en supuesta “universalidad heterosexual”. Tal es -además del escriturístico- el error lógico y racional en el que incurre la extrapolación fundamentalista y homófoba que -recibida hasta el presente como cultural y teológicamente normal- hay que dejar en la cuneta.

 Por lo visto hasta el presente, se trata de un cambio o conversión que bastantes católicos pueden percibir como excesivamente rápido, cuando no como un despropósito. Tanto, que parece resultar particularmente difícil de ser asumido por muchos de los que han pertenecido a una generación que nació, vivió y asumió -como incuestionables y sólidamente fundadas- las llamadas verdades innegociables, ancladas en la “ley natural”, y, por ello, reflejo de la voluntad de Dios.

Pero vayamos por partes.

IMG_3685La ley natural

Como es sabido, la propuesta de revisar la doctrina católica sobre la homosexualidad fue clausurada en el Sínodo de 2014, gracias a la capacidad de bloqueo que tiene la minoría. Dicha minoría -formada, en aquella ocasión, por una buena parte de los obispos centroafricanos, por algunos estadounidenses (con el cardenal R. L. Burke al frente) y por otro grupo de prelados europeos -sobre todo, del este- no estaba dispuesta a ir más lejos de lo sostenido al respecto en el Catecismo Católico.

Ante esta situación, la estrategia desplegada por los responsables sinodales se centró en intentar aprobar en el Sínodo de octubre de 2015 todo lo referido a los divorciados casados civilmente, dejando a un lado la posibilidad de tratar la homosexualidad con un mínimo de empatía, habida cuenta de las dificultades que -al parecer insuperables- presentaban no sólo los obispos estadounidenses, sino, sobre todo, la gran mayoría de los centroafricanos con algunos europeos, en particular los del este. Empeñarse en tratar este asunto, intentando una evolución doctrinal, moral y jurídica más amable, no ofrecía garantía alguna de que pudiera superarse el bloqueo en el que había quedado sumido en el Sínodo del año anterior.

No quedaba otra salida que concentrar las fuerzas en alcanzar la mayoría sinodal requerida para que, al menos, los divorciados casados civilmente pudieran reincorporarse plenamente en la comunión eclesial.

La discriminación eclesial de los homosexuales

 Sin embargo, semejante bloqueo sinodal no impidió que hubiera aportaciones que, como la del dominico Adriano Oliva, sostuviera la procedencia de un cambio no solo de perspectiva, sino también doctrinal, en lo tocante a las personas homosexuales [1].

 IMG_3688Según A. Oliva había que revisar la equiparación moral que el Catecismo acababa estableciendo, de hecho, entre comportamiento homosexual y sodomía. Al ser consideradas ambas como “intrínsecamente desordenadas”, al homosexual que pretendiera ser, a la vez, cristiano solo le quedaba renunciar a toda relación sexual.

Ahora bien, prosiguió, era una exigencia que les discriminaba con respecto a las personas heterosexuales, ya que, al obligarles a no realizar “actos homosexuales” y proponerles la vida célibe como única alternativa, les cerraba la posibilidad de elegir. Urgía, por eso, a repensar la doctrina moral recogida en el Catecismo para desterrar cualquier atisbo de injusta discriminación y poder acoger a estas personas en la Iglesia “con sensibilidad y delicadeza.

Sodomía y homosexualidad en Sto. Tomás

 Metido en tal tarea, denunció, apoyado en otras investigaciones, la improcedencia de identificar los “comportamientos homosexuales” con el pecado de “sodomía”. Tal asociación no era de recibo. Había que desecharla y, obviamente, no quedaba más remedio que revisar la supuesta inmoralidad de los actos homosexuales y de la misma homosexualidad a la luz de tal desmarque. Y propuso seguir y adentrarse en la puerta abierta por santo Tomás.

El Santo de Aquino, informó A. Oliva, se tomaba en serio la realidad y la vida concreta de las personas. Por eso, no aceptaba la existencia de la naturaleza humana en abstracto, sino sólo concretada en las personas de carne y hueso. Y tampoco una ley natural única y uniforme, sin gradualidad, sin una diferenciada obligatoriedad y al margen de las excepciones. Partiendo de esta manera unitaria de ver la realidad y la vida se preguntó, estudiando el caso de la sodomía, si era conforme con la condición humana la existencia de una inclinación y de un placer “innatural” o “contra la naturaleza”, es decir, con personas del mismo sexo.

La “connaturalidad” de la homosexualidad

 Su respuesta fue que dicha inclinación, y, por tanto, la búsqueda del placer correspondiente, sin dejar de ir contra la naturaleza específica y general del ser humano, era, sin embargo, “connatural” o “según la naturaleza” de esa persona individualmente considerada. Era así como se concretaba la naturaleza humana general y específica. En esto consistía su “alma”, es decir, lo que constituía y cualificaba a cada ser humano en cuanto tal.

Por tanto, la inclinación homosexual no era para santo Tomás una cuestión cultural, sino antropológica. Desgraciadamente, una vez llegado a esta conclusión no la desarrolló. Se limitó a continuar con sus consideraciones sobre el acto sodomítico como pecado contrario al mandamiento de Gn 1,28 de crecer y multiplicarse.

La moralidad del comportamiento homosexual

IMG_3690 Esta aportación, apuntó A. Oliva, abría las puertas a un oportuno desarrollo doctrinal en lo relativo a la concepción del amor, de la sexualidad y del mismo matrimonio. Y más, a partir del momento en el que la Iglesia había reconocido que en la vida matrimonial se daban circunstancias en las que era posible desligar el mandato de procrear y la mutua comunicación del amor.

 Pero no solo facilitaba articular la mutua comunicación del amor y la procreación desde la centralidad de la primera. Oportunamente puesta al día, también permitía superar la discriminación de los homosexuales; posibilitaba su acogida eclesial con sensibilidad y delicadeza y diferenciaba la sodomía de la homosexualidad.

 En efecto, apuntó A. Oliva, la revelación cristiana reconoce que el acto sexual –fundado en la inclinación connatural– es moralmente aceptable si queda inserto en una relación única, fiel y gratuita. Por tanto, los actos humanos –como coronación de la inclinación connatural– son buenos o malos dependiendo de si la relación que un homosexual mantiene con la persona amada es única, fiel y gratuita.

Cuando mantiene un trato en estos términos, está desarrollando aquello que le constituye y cualifica como ser humano singular (el “alma”) es decir, está realizando y desarrollando plenamente su existencia de persona homosexual, sin tener que frustrar –como así lo pide el Catecismo– su connatural capacidad de amar. Se estaría hablando de una relación homosexual que, por atenerse a dichas notas, tendría que ser acogida por los católicos como moralmente aceptable, de forma análoga a la heterosexual.

 A la luz de esta aportación era posible diferenciar la naturalidad y connaturalidad de la inclinación homosexual –aplicable a la bisexualidad y a la transexualidad– de la sodomía. Este último sería un acto moralmente reprobable, porque mantiene una relación en la que no existen para nada amor exclusivo, fidelidad y gratuidad. Al carecer de ello va “contra la naturaleza” de la persona homosexual que pretende ser cristiana.

 Evidentemente, la relación de una pareja homosexual no es identificable con un matrimonio, porque no puede estar abierta, por sí misma, a la procreación. Pero conviene tener presente, apuntó A. Oliva, que santo Tomás no aceptó que dicha procreación fuera la esencia del matrimonio y del acto sexual.

IMG_3675Si se aplicara semejante doctrina habría que concluir, sostuvo el Aquinate, que la relación entre José y María tampoco fue matrimonial y que, por ello, no fue una unión verdadera y perfecta, sino aparente y falsa. Y otro tanto sostiene el magisterio pontificio en la carta encíclica “Humanae vitae” (1968) cuando, afrontando la cuestión de la paternidad responsable, admite la posibilidad de una relación sexual única, fiel y gratuita, y excepcionalmente no abierta a la procreación.

Por eso, concluyó el dominico, cuando la relación homosexual es vivida en dichos términos, cuesta no reconocerla como habitada por elementos de verdad y como un camino de santificación. Por ello no tendría que haber problema alguno para que los homosexuales católicos pudieran participar en los sacramentos ni para que fueran integrados plenamente en la comunidad eclesial.

Ley natural mayoritaria, no universal

Pero esto, siendo mucho, no era todo. La aportación de A. Oliva permitió percatarse -como he adelantado- de otro dato sumamente relevante: que la ley natural no era universal, sino mayoritaria, habida cuenta de que, normalmente, se procede a su formulación de manera inductiva. Y, como consecuencia de ello, se ha entendido que lo mayoritario es universal, comprendiendo las excepciones como errores, extrapolaciones o desviaciones inaceptables.

 Afortunadamente, en nuestros días nos hemos percatado y hemos asumido que la mayoría heterosexual no puede imponerse -y menos, en nombre de la voluntad de Dios- sobre la minoría homosexual, por muy minoritaria que sea. Ello quiere decir que la ley moral -tenida, hasta el presente, como sacrosanta porque en ella se visualiza la voluntad de Dios- no es tal, al no ser universal, sino mayoritaria, y no atender debidamente a la minoría homosexual.

El sesgo homofóbico

 A partir de esta aportación de A. Oliva se empezó a comprobar el sesgo homofóbico -cuando no, la incuestionable homofobia- de los defensores a ultranza de la llamada ley natural y de la moral sexual resultante a partir de dicha ley natural; socializada, como es evidente, en amplias capas de la sociedad civil y de la Iglesia.

 No queda más remedio que encontrar otro fundamento -teológico y doctrinal- para condenar la homosexualidad o, en su imposibilidad, cambiar el registro doctrinal, jurídico y moral al respecto.

El dilema es claro.

IMG_3676 Y con ello, la percepción de que la doctrina, la moral y las actitudes eclesiales ante la homosexualidad -acogidas hasta el presente como verdades innegociables- tienen más de limitada extrapolación cultural que de verdad racional (atenta a los descubrimientos sexológicos) y a las aportaciones doctrinales con fundamento escriturístico, es decir, tienen dificultades para no deslizarse y eludir la polarización homofóbica.

 Los católicos y los obispos alemanes son, sin duda, los que -a lo largo de estos últimos años- se han adentrado por este camino con más lucidez y coraje. Es de lo que habrá que hablar en otra entrega

 [1] Cf. A. OLIVA, “L’amicizia più grande. Un contributo teologico alle questioni sui divorziati risposati e sulle coppie omosessuali”. Florencia, Nerbini, 2015. J. MARTINEZ GORDO, “Estuve divorciado y me acogisteis. Para comprender ‘Amoris laetitia’”, PPC, Madrid. 2016

Fuente Religión Digital

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El debate en las iglesias. 150 años antes del Sínodo, esclavitud y “ley natural”, por Andrea Grillo

Miércoles, 22 de abril de 2015
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esclavosInteresante artículo que publica la web de Proyecto Gionatta:

by Gionata · 15 aprile 2015

 Artículo de Andrea Grillo publicado en la revista semanal de la Diócesis de Adria-Rovigo La Settimana nº 8, con fecha 22 de febrero de 2015. Texto traducido por Blanca Chaves Ortega, Federica Maggiotto, Sheila Hernández Rodríguez y Carmen Romero Lorenzo. Revisión de Estefanía Flores Acuña

Mientras nos aproximamos al Sínodo Ordinario del próximo octubre, debemos considerar las secuelas que dejaron algunas intervenciones que ­–­desde mucho antes del Sínodo Extraordinario y luego durante su celebración, además de en los análisis que lo siguieron– evocaron, con tonos dramáticos, el peligro de “traición a la tradición” y la pérdida potencial de fidelidad al depositum fidei. Para calmar a estas voces alarmistas es útil volver a empezar con unas palabras muy significativas pronunciadas por el papa Francisco en su famosa entrevista [1] concedida a La Civiltà Cattolica, revista quincenal fundada por la orden franciscana:

[…] ciertamente la comprensión del hombre cambia con el tiempo, y la conciencia de sí mismo se hace más profunda. Pensemos en cuando la esclavitud era cosa admitida y cuando la pena de muerte se aceptaba sin problemas. Por tanto, se crece en la comprensión de la verdad. Los exegetas y los teólogos ayudan a la Iglesia a madurar su propio juicio. La visión de la doctrina de la Iglesia como un monolito que debe defenderse a toda costa sin matices es errónea [2].

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La cabaña del tío Tom

13Es relevante que esta declaración haya sido publicada por la revista de los jesuitas, cuya historia forma parte, con pleno derecho, de ese “cambio” en el que la conciencia de la Iglesia se afina y se hace más profunda. En este lento camino de “refinamiento”, es preciso reexaminar no solo las ideas, sino también las modalidades de la argumentación y los datos de la experiencia. El ejemplo citado por el papa Francisco debe invitar a reflexionar sobre cómo en el pasado la esclavitud era admitida y encontraba su justificación en la “ley natural” de la misma Iglesia. El prejuicio más grave se ocultaba y se sustentaba en una supuesta “evidencia natural”.

Resulta útil consultar dos textos antiguos, muy ilustrativos. En la misma revista jesuita que hoy publica las entrevistas proféticas del papa Francisco, apareció en 1853 la reseña de un libro que corría el peligro de aparecer en el Índice expurgatorio de la época, La cabaña del tío Tom. En esta reseña, “La schiavitù in America e la Capanna dello zio Tom”, [3] se comentaba con amarga ironía la cuestión de la esclavitud, añadiendo una serie de consideraciones a propósito de la “servidumbre”. El libro, a pesar de ser considerado “no perjudicial”, provocó estas terribles palabras:

El esclavo negro o de otro color que no sea blanco es, como el mancipio en la época de los romanos, en esencia, no persona sino cosa, aunque (obviamente) cosa viva y semoviente… Una raza, digamos, que se sitúa en el último escalafón de la especie humana, en la tez tan negra que avergüenza al ébano, en el cabello lanoso e hirsuto, en la cara aplastada y extrañamente obtusa, en el ojo que, cuando no es estúpido, o es feroz o te revela una astucia vulpina, en las facultades intelectuales lentas, limitadas, totalmente inertes… De esta manera, en ellos la condición de esclavitud parece corroborar lo que la naturaleza estableció; y la repulsión que las otras razas sienten al acercárseles parece condenarlos a una esclavitud eterna. Ahora cada uno observa que dichas diferencias no se eliminan con los artículos de los códigos. Sea admitida legalmente o no la esclavitud en un Estado de la Confederación, lo cierto es que un blanco no se sentará jamás en la misma mesa que un negro, ni querrá subir a un carruaje con él o compartir el mismo banco, ya no solo en el teatro, sino tampoco en la iglesia

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La decimotercera enmienda

Del mismo modo, una instrucción [4] publicada trece años después por la Sagrada Congregación del Santo Oficio, establecía lo siguiente:

A pesar de que los Romanos Pontífices hayan intentado por todos los medios abolir la esclavitud en todos los pueblos, y a esto se le deba principalmente el hecho de que, desde hace varios siglos, ya no existan esclavos en muchos pueblos cristianos, sin embargo […] la esclavitud, de por sí, no es totalmente contraria ni al derecho natural ni al derecho divino, y puede haber varios motivos justos según la opinión de renombrados teólogos e intérpretes de los cánones sagrados. De hecho, la posesión del esclavo por parte del patrón no es más que el derecho a disponer de forma perpetua del servicio del siervo para sus propias necesidades, ya que es justo que un hombre cubra las necesidades de otro. Como consecuencia, el hecho de que el siervo sea vendido, comprado o regalado no es contrario ni al derecho natural ni al derecho divino. Por lo tanto, los cristianos… pueden comprar esclavos, o entregarlos como pago, o recibirlos como regalo, de manera lícita, siempre y cuando estén moralmente seguros de que dichos siervos no hayan sido ni arrebatados a su legítimo patrón ni arrastrados injustamente a la esclavitud… puesto que no es lícito comprar, sin el permiso del dueño, los bienes ajenos obtenidos mediante el robo.

Por último, podemos reconocer, en una reciente película de éxito como Lincoln, dirigida por Steven Spielberg, la meticulosa reconstrucción de la abolición formal de la esclavitud en EE.UU., mediante la aprobación de la decimotercera enmienda, el 31 de enero de 1865. Para llegar a este logro histórico, hace 150 años, fue necesario un choque de argumentos y fuerzas muy grande.

Hoy parece que hemos adquirido el “valor”, pero el método aún parece bastante oscuro. Es curioso escuchar, en su discurso en la Cámara de Representantes, cómo un honesto “defensor de la esclavitud” planteaba el efecto “reacción en cadena” que podría desencadenar la aprobación de la decimotercera enmienda: «La ley natural impone la diferencia entre blancos y negros ante la ley. Si hoy equiparásemos a los negros con los blancos, mañana los negros querrían votar, y al final, terminarían por pedir el voto… ¡incluso las mujeres!».

Abrazos tiernosCiento cincuenta años después de esas gravísimas declaraciones, en el Sínodo de los Obispos que se está preparando, se deberá evitar recurrir a estos zafios argumentos, que ya no se aplican a la esclavitud, sino a familias rotas, a familias reconstituidas y a parejas de hecho.

A quien recurra a argumentos parecidos y plantee tales “reacciones en cadena”, es posible que, dentro de 150 años, se le mencione como una persona –ya sea laico o clérigo, filósofo o teólogo− que vivía en una época que ahora resulta del todo incomprensible. Sin embargo, no es necesariamente cierto que la inadecuación de este enfoque no pueda saltar a la vista ya hoy, 150 años antes

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[1] Spadaro, A., “Intervista a papa Francesco”, La Civiltá Cattolica, 3918/III (2013), 449-477, aquí 475-476
[2] Extracto traducido por ACI Prensa http://www.aciprensa.com/entrevistapapafrancisco.pdf
[3] “La esclavitud en Estados Unidos y la Cabaña del tío Tom” (traducción nuestra, La Civiltà Cattolica, 1853, IV, 2, 2, 481-499).
[4] Instrucción del 20 de junio de 1866 publicada por la Sagrada Congregación del Santo Oficio, aprobada por el papa y recogida en Colectanea S. Congregationis de Propaganda Fide seu Decreta Instructiones Rescripta pro apostolicis Missionibus, vol. I, Roma, 1907, p. 719 (texto en latín traducido)

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Texto original: 150 anni prima del Sinodo, schiavitù e “legge naturale”

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