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“Las Moradas Teresianas: Una guía no solo personal sino pastoral”, por José Ignacio González Faus

Viernes, 11 de octubre de 2024
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IMG_7534De su blog Miradas Cristianas:

Artículo largo- De: Iglesia Viva /abril-junio 2024

Este comentario-resumen ha nacido de un interés no solo personal sino pastoral: pensando que puede situar y orientar en su camino a algunas gentes a quienes he tenido la suerte de poder acompañar. Ojalá cumpla su objetivo, aunque sea solo parcialmente. Y pueda ayudar a otros acompañantes y acompañados.

Las Moradas: un libro muy famoso pero poco leído. En parte porque no tiene la frescura y la amenidad de la Vida. Aunque se ha alabado mucho el estilo de Teresa, creo que en este libro concreto no vale esa alabanza: no tiene ese decir encantador, dicharachero y serio o ingenuo y sabio a la vez, de La Vida, sino que a veces da sensación de esfuerzo, casi como de dolores de parto.

 Se nota que es un libro escrito, por así decir, “a ratos perdidos”: a veces con interrupciones de meses y sin volver a leer lo ya redactado: pues se movía entre problemas de salud o trabajo y la orden que le habían dado de escribir. Y dada la temática y las acusaciones que ya le habían hecho, si había que cuidar el lenguaje era más para evitar problemas con la inquisición que para aspirar a un premio literario. En mi modesta opinión, hubiera necesitado una segunda redacción, evitando repeticiones y minucias, corrigiendo faltas de ortografía y dándole más agilidad.

En cualquier caso, lo anterior no quiere ser un veredicto técnico sino una impresión de lectura. Por otro lado, los idiomas suelen tener su evolución imprevisible y hoy a nosotros eso de las moradas nos suena más a “pasarlas moradas” que a las diversas estancias de un palacio. Y lo de castillo nos suena a algún edificio, de valor arqueológico pero, por lo general, vacío.

Sin embargo, allá donde la madre Teresa mete baza, conviene abrir los oídos porque seguro que encontramos algo importante. Este comentario-resumen que va a seguir, ha nacido de un interés no solo personal sino pastoral: pensando que puede situar y orientar en su camino a algunas gentes a quienes he tenido la suerte de poder acompañar. Ojalá cumpla su objetivo, aunque sea solo parcialmente. Y ojalá pudiera ayudar a otros acompañantes y acompañados.

*      *     *

I.- DESCRIPCIÓN DE LAS MORADAS

Introducción.- Algunas claves de lectura.

Nuestro interior es como un espléndido palacio real (“castillo”) con diversas estancias o suites (“moradas”) que van acercándose cada vez más a la asombrosa e increíble habitación regia donde podemos decir que está el mismo Dios. Pero, en coherencia con esa verdad de que todo está en Dios y también Dios está en todo, Teresa usa las moradas en doble sentido: aluden a ese cielo o entorno sublime que nos envuelve y donde está Dios; pero también a “la morada interior adonde está Dios en nuestra alma”.

También puede dar la sensación de que Teresa habla de cada morada como si fueran etapas definitivas que se van sucediendo y se superan; pero pueden darse también como experiencias breves o estados de conciencia a los que te asomas sin llegar a quedarte definitivamente en cada uno, dado que los hombres nunca estamos hechos del todo. Vamos a intentar acercarnos a ellas.

1ª.- La primera de esas habitaciones es el autoconocimiento. Que es uno de los primeros frutos de la entrada en la oración. Teresa habla también de “entrar dentro de sí”: darse cuenta de que esta estancia está “llena de sabandijas y suciedades”. Y que todo eso negativo que hay en nosotros nos impide percibir “la hermosura y dignidad de nuestras almas”: “imagen y semejanza de Dios”.

2ª.- La segunda morada es, a partir de lo anterior, un cierto afianzamiento en la plegaria que, en el fondo, es también una iniciación a la confianza. Lo cual tiene una dimensión de dificultad y lucha, y otra dimensión de devoción que va generando paz.

Teresa no habla de nuestros “métodos de oración” sino que la primera pretensión de quien comienza oración ha de ser “determinarse con cuantas diligencias pueda a hacer su voluntad conforme con la de Dios”. Ahí está el principio y el final de todo.

3ª.- La tercera morada es como la anterior pero ya con toda la habitación limpia. Lo cual genera los primeros consuelos. Esas experiencias positivas sirven para que luego “saquéis de las sequedades humildad y no inquietud”: que, aunque Dios no dé regalos, da “paz y conformidad”.

Todo lo cual lleva a la decisión de no juzgar a los demás que no gozan de esos consuelos, y a la necesidad de un director: porque el alma puede quedarse encallada aquí sin seguir adelante.

4ª.- La cuarta suite, que podemos llamar recogimiento” humildad”, es la más complicada porque ahora la búsqueda de Dios es “en lo interior”. Plenamente limpia, nuestra habitación interior abunda en consuelos que la embellecen. Aquí distingue Teresa unos “contentos” más naturales que pueden ser fruto de la reflexión o el esfuerzo humanos, y otros “gustos” que da Dios directamente (y que me recuerdan la expresión ignaciana de “consolación sin causa”).

Pero con los dones positivos aumentan los peligros negativos, como que los consuelos queden “envueltos con nuestras pasiones humanas”. Y la experiencia de la riqueza del recogimiento puede sugerir una tentación sutil de presunción o de superioridad, mucho más seria que la vanidad usual [1]. Por eso escribe aquí Teresa que “de soberbia y vanagloria nos libre Dios”: que por la humildad “se deja vencer el Señor”.

 También sucede a veces que, de todo eso, “participa el cuerpo”: hoy podríamos hablar de somatizaciones. Y es importante notar que ahí es donde sitúa Teresa esos signos exteriores de sollozos, arrobamientos o éxtasis que nosotros tendemos a valorar más positivamente. La superación de ese peligro es lo que Teresa llama recogimiento, y que distingue del “abobamiento”, el cual suele ser fruto de un exceso de penitencia corporal, que se supera comiendo y durmiendo lo necesario. Porque “no está la cosa en pensar mucho sino en amar mucho”. Por eso el verdadero recogimiento tampoco es encerrarse en sí mismo.

5ª.- Superada la crisis de la cuarta, la quinta morada podría describirse con una sola palabra: unión. Con ella crecen los “deleites” y las “fuerzas del alma” (no las del cuerpo). El alma ama más que entiende; pero de lo que no puede dudar es de que “estuvo en Dios y Dios en ella”.

Pero esa unión tiene dos rasgos muy característicos. En primer lugar es una unión solo incipiente: comparable al noviazgo (“desposorios”, dice la santa). Ello implica una preparación ya más inmediata, que Teresa compara con el proceso del gusano de seda: de algo “feo y que muere” aparece la maravilla de una seda que se convierte en mariposa. Pero es típico de esa mariposa el desasosiego y el movimiento constante, que Teresa explica así: primero porque no sabe bien a dónde ir (ya no se trata “de gustos espirituales ni de contentos de la tierra”) y además, porque ahora percibe el alma cuánto duele a Dios lo mal que el mundo le trata.

Además, y paradójicamente, esa unión lleva al amor al prójimo: de modo que “si ves a una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada perder esa devoción”. Sin ese amor resulta claro que no se ha llegado a la unión: porque “obras quiere el Señor”, y porque solo el Señor “os da con perfección ese amor al prójimo”. Queda entonces claro que la espiritualidad “no está en gustos espirituales ni en contentos de la tierra”.

6ª.- La sexta es larguísima y complicadísima. Podemos definirla como como la llamada del Esposo que está ya en la habitación siguiente; y la respuesta será “no querer sino lo que Dios quiere”. Está referida totalmente a la oración: busca el alma “más lugar para estar sola”. Serán solo momentos (“querría el alma siempre estar allí y no puede ser”), pero que condicionan toda la vida.

Tiene además un carácter dialéctico: por un lado el Esposo se muestra como gran rey, estremecedor, sobrecogedor; por otro lado el alma no se siente asustada por eso sino plenamente acogida: “como si el sol” se acercase y en lugar de quemarnos, nos identificara con él.

Esas experiencias momentáneas suscitan muchas dudas sobre su verdad pero, cuando Dios quiere darlas del todo, el alma no puede dudar. Será quizás tachada de loca o hipócrita, tal vez incluso “los que tenía por suyos se apartan de ella”, pero recibirá todo eso con una fortaleza que no es suya.

Esa llamada del Esposo engendra un dolor, pero un “dolor sabroso” y una “herida sabrosa” a los que no se quiere renunciar, o también una experiencia como de noche en el camino. Cabría pensar, aunque no lo diga así Teresa, en todos los dolores y esfuerzos que implica el iniciarse en un deporte. Y puede tener sus somatizaciones (de éxtasis etc.) pero que no tienen nada que ver con los arrobamientos de temperamentos frágiles.

Si el sujeto “se tiene por mejor” es señal de que esta experiencia no viene de Dios. Si aborrece más sus pecados, puede serlo. Y las pequeñas faltas que quedan pueden servir para conocer mejor nuestro corazón. Teresa las compara con las espinas de la zarza en que Dios se dio a conocer a Moisés.

En cambio desaparecen los miedos, incluso aparecen unas ganas de morirse y ver a Dios a las que Teresa responde: “no está en llorar mucho sino en obrar mucho”. Tampoco hay que huir de cosas corpóreas como si eso fuera más espiritual; y ello implica no abandonar nunca la humanidad de Jesús como si eso supusiera más perfección. Implica también una lucidez sobre “la barahúnda de cosas” en torno a las cuales se mueven los ricos (con alusión expresa a la duquesa de Alba).

7ª.- La séptima es más breve pero decisiva: es “el centro de nuestra almay “cosa difícil de decir”. Estamos en el paso del desposorio al matrimonio espiritual; en el palacio real hay una estancia donde solo tiene acceso el rey: así el alma tiene “una parte” donde solo mora Dios y no llegan las sacudidas de las moradas anteriores. Es el fundamento de la paz (la cual es algo muy distinto de la ausencia de sufrimientos): porque “lo esencial del alma jamás se movía de aquel aposento”.

Otra vez se trata de pequeños momentos que son como anticipo del cielo y donde el Señor quiere “mostrar el amor que nos tiene”. Y en esta unión ya no cabe la separación: es como el agua de la lluvia que cae desde el cielo en un río, “donde queda hecho todo agua”. También creo que es aquí la primera vez que aparece la Trinidad en toda la obra, pero no por eso se abandona la humanidad de Jesús.

Finalmente, de esta morada pueden surgir unos “rayos” que llegan y animan a todas las demás. Y si el alma siente “pena y confusión” es “de ver lo poco que puede hacer y lo mucho a que está obligada”. La mariposa del gusano de seda muere ahora y esto produce: pleno olvido de sí; deseo de que se cumpla la voluntad de Dios (aunque esto signifique algún padecimiento para ella); un gran gozo interior en la persecución; ningún temor de la muerte (aunque ahora el alma ya no desea morirse pronto como antes, sino poder trabajar más por el Esposo); más una transformación de los deseos y una “memoria y ternura con nuestro Señor”.

Todo esto pasa “con tanta quietud y tan sin ruido” que desaparecen incluso los arrobamientos y otras somatizaciones antes aludidas. Y todo esto no significa “que no les falta cruz, sino que no las inquieta ni hace perder la paz”.

Pero lo dicho no supone que todo eso pasa siempre: a veces las deja el Señor, aparecen las desolaciones y vuelven las fragilidades y “todas las cosas ponzoñosas del arrabal de ese castillo”. Solo que duran menos.

Y cerramos todo este itinerario con dos conclusiones:

1) En esta séptima morada siembra Teresa dos principios que pueden resumir perfectamente una auténtica vida espiritual:

A.- “¿Sabéis qué es ser espirituales de veras? Hacerse esclavos de Dios a quien Él los pueda vender por esclavos de todo el mundo, como Él lo fue”.

B.- “Marta y María han de andar siempre juntas para tener al Señor consigo y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer…”. Y “si María había escogido la mejor parte es porque antes ya había hecho de Marta regalando al Señor en lavarle los pies y limpiarle con sus cabellos”.

Esta genialidad, dicha por una contemplativa y por una mujer que escribe con faltas de ortografía y con un lenguaje descuidado, debería darnos vergüenza cuando más de 500 años después, todavía no la hemos asimilado, y hemos utilizado muchas veces la supuesta superioridad de la contemplación como una excusa para ser servidos en vez de servir.

2) Conviene además llamar la atención sobre tres puntos quizás inesperados: es precisamente conforme se va avanzando en la vida espiritual, o en la cercanía a Dios, cuando aparecen la necesidad del amor al prójimo; más la presencia de dolores que somos capaces de soportar, y la necesidad de actividad (moradas 4, 5 y 6). Con el detalle de que la última morada es la más compleja y la más indecible.

II.- APLICACIONES PASTORALES

Ya la primera vez que leí Las Moradas pensé en la posibilidad de hacer una aplicación desde la mística a la pastoral, precisamente para cumplir aquello que decía Teresa en su vida: “de devociones a bobas nos libre Dios” (13,16), y que a veces puede ser más culpa del acompañante que del acompañado. Va pues aquí como mera sugerencia,

Dos observaciones previas.

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“El oficio de consolar”, por Gema Juan OCD

Martes, 12 de mayo de 2015
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16726558813_1e269c9ca4_mDe su blog Juntos Andemos:

«Este Señor y consolador mío» —así llamaba Teresa de Jesús a Cristo. Había experimentado lo que, poco antes de tomar ella la pluma, había dejado escrito Ignacio de Loyola: que el Resucitado trae el oficio de consolar.

Teresa llamará a este Señor «descanso de todas las penas» y dirá que consuela esforzando y animando, rehaciendo el corazón. Cristo es «consuelo de los desconsolados y remedio de quien se quiere remediar».

Con tanta confianza como amor, escribirá: «¿Será mejor callar mis necesidades?… No, por cierto; que Vos, Señor mío y deleite mío, sabiendo las muchas que habían de ser y el alivio que nos es contarlas a Vos, decís que os pidamos y que no dejaréis de dar». En el Resucitado se descansa, se dejan las necesidades y de Él se puede esperar el consuelo de la paz y la fortaleza.

Cuando se ha hecho experiencia de esta verdad, se deja de buscar «en otra parte su consuelo ni sosiego ni descanso, sino adonde entienden que con verdad le pueden tener». Y quienes lo entienden, «pónense debajo del amparo del Señor; no quieren otro». Teresa aún añadirá: «¡Cuán bien hacen de fiar de Su Majestad, que así como lo han deseado lo cumplen! Y ¡cuán venturosa es el alma que merece de estar debajo de esta sombra!». Bajo la sombra del que vive, se haya la vida.

A punto de terminar las VI Moradas, dirá que Él «da esfuerzo a quien ve que le ha menester» y se ocupa de los que sufren: «En todo defiende a estas almas, y responde por ellas en las persecuciones y murmuraciones».

Además, es un consuelo que ilumina. Teresa dirá que la presencia viva de Cristo «da a entender que es hombre y Dios; no como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado». Por eso alumbra el camino: Él es «el verdadero Consolador [que] consuela y fortalece, para que quiera vivir todo lo que fuere su voluntad».

De este Señor, del que Teresa decía: «Olvidará sus dolores por consolar los vuestros, solo porque os vais vos con Él a consolar y volváis la cabeza a mirarle», pedirá a sus hermanas y a todos los que beban en sus escritos que se hagan seguidores. ¿Cómo? Ella lo tiene muy claro: acompañando a Cristo en el oficio de consolar. Haciéndose consoladores como Él.

Cuando Teresa habla de las dificultades que ha tenido en su propio camino, de sus tropiezos y vueltas atrás, lo hace en gran medida, para consolar. Dirá: «Escríbolo para consuelo de almas flacas, como la mía, que nunca desesperen ni dejen de confiar en la grandeza de Dios. Aunque después de tan encumbradas, como es llegarlas el Señor aquí, caigan, no desmayen». Aunque después de un largo camino, se tenga un tropiezo, no hay que abandonar, porque Él jamás deja de dar la mano.

Pocos años antes de su muerte, un grupito de mujeres de Villanueva de la Jara, pedía a Teresa que transformase su beaterio en una comunidad de carmelitas descalzas. Ella se resistía, pero acaba comprendiendo que detrás de la petición está el servicio a Jesús y escribirá: «Paréceme que por muchos trabajos que hubiera de pasar, no quisiera haber dejado de consolar estas almas». Igual que, al concluir su Camino de Perfección, dice: «Consolarme he que os consoléis», leyendo el librito.

Consolar, dice Teresa, es «hacer placer y servir» a los demás. Y advertía a sus hermanas de la necesaria libertad para unirse a Jesús en el oficio de consolar. Por eso, decía: «En otras partes hay libertad para consolarse con deudos; aquí, si algunos se admiten, es para consuelo de los mismos». Pedía, sencillamente, una inversión de intereses, algo que atañe a cualquier seguidor de Cristo: anteponer el bien de los demás.

Así, en una carta a su querido Gracián dejará escrita la razón por la que andaba fundando sus casitas de oración: consolar a los demás. Y, como si no bastara consolar a quienes necesitan remedio, Teresa deja su alegato consolador a favor de las mujeres, una vez más. Porque si su condición la obliga a escribir que «no somos para nada», enseguida añade que esas mujeres reunidas son tan valiosas que podrán conseguir cuanto desean.

«Cada día voy entendiendo más el fruto de la oración y lo que debe ser delante de Dios un alma que por sola su honra pide remedio para otras. Crea, mi padre, que creo se va cumpliendo el deseo con que se comenzaron estos monasterios que fue para pedir a Dios que a los que tornan por su honra y servicio ayude, ya que las mujeres no somos para nada. Cuando yo considero la perfección de estas monjas, no me espantaré de lo que alcanzaren de Dios».

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“Suite nº 1 para violonchelo solo en Sol Mayor, BWV 1007 de J. S. Bach: Invitación VII”, por Gema Juan OCD.

Lunes, 16 de junio de 2014
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14046403169_925d318648_mFantástico artículo que hemos leído en su blog  Juntos Andemos  y que os animo a leer, escuchar… y volver a leer:

La voz de un violonchelo emerge de unas partituras empolvadas en una tienda de segunda mano, donde habían permanecido calladas durante muchos años. Las rescató del olvido el genial violonchelista Pau Casals. En ellas, aparece un cello desnudo, sin orquesta, arropado por unas manos que lo hacen vibrar. Solo, pero cantando a voces.

Se trataba de unas partituras de Bach, sus seis Suites para cello. En ellas, el violonchelo adquiere una gran expresividad armónica, pues encierran una «polifonía en soledad» y la amplitud de lo que se desarrolla en progresión. Como sucede en el camino espiritual.

Las VII Moradas de Teresa de Jesús culminan con un «instrumento» al que Dios hace resonar: un ser humano que desde su intimidad habitada, donde silencio y soledad se dan la mano, abre su vida a todo. A solas, pero con «esta divina compañía». Fundido, «hecho una cosa con Dios», y sabiendo que lo que importa es «el amor con que se hacen» las cosas.

La suite nº1 contiene una música desnuda; Teresa advierte que en esta morada no hay «alborotos interiores», ni «arrebatamientos y vuelo de espíritu», ni «grandes ocasiones de devoción». Antes –dirá de la persona– «andaba ansiosa… ahora, halló su reposo… pues goza de tal compañía». Esa compañía es Cristo.

A la vez, Bach es capaz de crear aquí sonoridades orquestales, a través de una gran variedad tímbrica y armónica. Es una música rica, como el castillo teresiano, como este largo momento que engloban las VII Moradas. Teresa solo dice «algo de lo mucho que hay que decir».

La suite no es descriptiva, pero sus ideas musicales, profundas y emocionantes, se convierten en un rumor, que acompaña la experiencia que Teresa narra en este tramo del camino: Dios se comunica y «quiere que le goce el alma en su mismo centro», de modo «que ya no se pueden apartar» uno de otro y se da la unión «de espíritu con espíritu».

Entre los instrumentos musicales, el sonido del violonchelo es el que más se parece a la voz humana, de modo que evoca fácilmente al ser humano. Bach utiliza acordes desplegados, Teresa muestra cómo la persona, a través de un largo proceso, despliega su verdad: es capaz de acoger a Dios y de vivir plenamente unido a Él y abierto a los demás.

Una suite es una sucesión de danzas, con ritmos muy claros. En este caso, permite ver el amplio arco que abarca esta morada. El orden de las danzas –lento-rápido– crea un contraste sonoro fuerte, mientras se mantiene una misma idea melódico-armónica que da coherencia al conjunto. Alegría y profundidad se dan la mano, jovialidad y gravedad van unidas.

Teresa pide que «no entendamos es el alma alguna cosa oscura», es clara, como la línea melódica de la suite, definida ya en el Preludio. Y habla de «un mundo interior, adonde caben tantas y tan lindas moradas», con un hilo conductor: «su misericordia… el particular cuidado que Dios tiene de comunicarse con nosotros y andarnos rogando… que nos estemos con Él».

Los últimos compases del Preludio, de una intensidad conmovedora, transmiten la llegada al «centro interior». A partir de ahí, la alternancia de las danzas revela la paz «de haber hallado reposo» (Allemande) y la alegría de experimentar «que vive en ella Cristo» (Courante), junto al impulso de hacerse «esclavos de todo el mundo, como Él lo fue», por amor de Su amor.

Entre estas dos danzas se expresa, especialmente, el contraste que indica Teresa: la paz íntima y la entrega imparable de quien se siente unido a Cristo: «el sosiego que tienen estas almas en lo interior, es para tenerle muy menos, ni querer tenerle, en lo exterior». Algo que ya venía anunciado en la inquietud tonal del Preludio.

Después, la grave Sarabande reflejará «esta secreta unión en el centro muy interior del alma, que debe ser adonde está el mismo Dios». Un misterio profundo, «dificultoso de decir»: la persona está habitada, la misma Trinidad es su huésped y más profundo centro. Y algo importante: «nunca más le parece se fueron de con ella» estas tres personas divinas. La música refleja, en su equilibrio, la trascendencia y la estabilidad de la experiencia.

En el doble Menuett, tranquilo pero vivo, asoma la nueva personalidad de quien se ha dejado conducir hasta el centro. La melodía, amable y bellísima, recuerda el «olvido de sí» que nace de la experiencia de que «su vida es ya Cristo». También el deseo «de ayudar en algo al Crucificado», de servir, y el abandono de cualquier «enemistad con los que las hacen mal o desean hacer». Son las obras del amor.

Con la veloz Gigue, concluye la suite. Es una música incontenible que expresa el «espanto» que siente Teresa. Es el asombro y la admiración que se abren en esta experiencia: «cada día se espanta más esta alma». Crece la capacidad para sorprenderse y saborear todo, también la presencia divina en sí y en todas las cosas.

El gran Rostropovich* comparó esta suite «con la naturalidad y sencillez de la respiración de un ser humano». Es como si Bach hubiera dado con el «centro» y supiera lo que Teresa quería decir al hablar de esa comunión plena que llamó «matrimonio espiritual», donde todo es «amor con amor» y lo divino y lo humano se armonizan, simplificándose.

Cuando el ser humano se descubre habitado y amado por Dios, y decide «dejarse en sus manos», nace la mejor música. Y, solista y solidario a la vez, el «instrumento» suena de verdad.

*Hemos elegido algunos de los grandes violonchelistas –Casals, Rostropovich, Yo-Yo Ma, Du Pré y Maisky– que entienden e interpretan de diversas maneras a Bach, para mostrar algo muy importante que advierte Teresa: que Dios se comunica y une a cada persona de diferente manera, como mejor es para ella.

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