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La invitación de Jesús a desarmarse también es un llamado para los católicos LGBTQ y los líderes de la iglesia

Lunes, 4 de abril de 2022
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La publicación de hoy es del colaborador invitado Ryan Di Corpo, estudiante de posgrado en la Universidad Northeastern y periodista independiente que ha publicado trabajos en Estados Unidos, Boston College Magazine, Peace Review y The Washington Post. Trabaja junto al padre James Martin, S.J., en su ministerio para los católicos LGBTQ+.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el Quinto Domingo de Cuaresma se pueden encontrar aquí.

Durante la Cuaresma, estamos llamados a modelar la misericordia de Dios.

La lectura del evangelio de hoy contiene una de las lecciones más conocidas y a menudo difíciles del Nuevo Testamento: el encuentro de Jesús con una mujer acusada de adulterio por los fariseos.

Los fariseos intentan atrapar a Jesús con el desafío: “Ahora bien, en la ley, Moisés nos mandó apedrear a tales mujeres. ¿Entonces que dices?” preguntaron los fariseos. (Jn 8:5) Jesús, en cambio, plantea un desafío a sus acusadores: “El que de vosotros esté libre de pecado, sea el primero en arrojarle la piedra”.

Ejemplificando la misericordia ilimitada de nuestro amoroso Dios, Cristo se abstiene de castigar públicamente a la mujer y en su lugar critica a aquellos que buscan castigarla. Con este ejemplo, nos prohíbe centrarnos en los pecados de los demás en lugar de abordar nuestras propias transgresiones. Nos llama a desarmarnos dejando nuestras piedras. Esta misma lección se puede encontrar en el Evangelio de Mateo, que pregunta: “¿Cómo puedes decirle a tu hermano: ‘Déjame sacarte la astilla del ojo’, cuando todo el tiempo tienes una viga en tu propio ojo? (Mt 7,4)

En nuestro mundo contemporáneo, nos apresuramos a denunciar el comportamiento inapropiado de quienes nos rodean o de quienes están en el centro de atención de los medios, pero a menudo dudamos en examinar nuestros propios corazones para descubrir cuándo hemos fallado en seguir el mensaje de compasión radical de Cristo. Como cualquier otra persona, también soy culpable de arrojar piedras, nombrando con entusiasmo las fallas morales y las deficiencias de los demás para distraerme de mis propias faltas. Recordemos las famosas palabras del Papa Francisco cuando se le preguntó sobre los fieles LGBTQ+: “¿Quién soy yo para juzgar?”

Es una amarga verdad y un gran escándalo que las personas LGBTQ+ hayan soportado durante mucho tiempo que los líderes de la iglesia y los ministros parroquiales les arrojen piedras. Estas piedras no se lanzan en respuesta a alguna injusticia grave o insulto blasfemo, sino que se lanzan en nombre de una intolerancia y discriminación que se niega a reconocer a las personas LGBTQ+ como miembros valiosos de la iglesia. A su vez, muchos católicos LGBTQ+, a través de actos de asombrosa resiliencia, continúan permaneciendo en la iglesia a pesar de los esfuerzos por avergonzarlos y sacarlos de las bancas, tal como lo estaban haciendo los fariseos en el evangelio de hoy.

Los católicos LGBTQ+ llaman a los miembros de la iglesia a dar la bienvenida a otros en la comunidad en lugar de recurrir a actos de juicio farisaicos. La verdadera adhesión al Evangelio debería prohibir que los líderes de la iglesia persigan a las personas LGBTQ+ por lo que son o por su mera presencia en la iglesia. Incluso el Catecismo rechaza explícitamente la “discriminación injusta” e insta a los católicos a encontrarse con esta comunidad diversa con “respeto, compasión y sensibilidad”. (CCC 2358).

17En la lectura del evangelio de hoy, Cristo no se enfoca en las acusaciones de adulterio, sino que enfatiza la misericordia y la reconciliación. En la Epístola de San Pablo a los Efesios, nos dice que “Dios, siendo rico en misericordia”, nos salva de la fealdad del pecado y de la muerte no por la condenación sino “por el gran amor con que nos amó”. (Efesios 2:4) Este es un mensaje especialmente importante para la temporada de Cuaresma, una temporada de nuevos comienzos y nuevos comienzos.

La Cuaresma brinda una excelente oportunidad para que los católicos modelemos para otros la abundante misericordia de Dios y trabajemos hacia la reconciliación con nuestra familia y amigos. A veces, esta reconciliación resulta difícil de alcanzar, especialmente para algunas personas LGBTQ+ cuyas familias no las entienden y pueden no desear una relación. En tales casos, la iglesia debe afirmar la dignidad inherente y la gran humanidad de todas las personas LGBTQ+ y rezar para que aquellos que las rechazan puedan algún día conocer el espíritu de reconciliación.

Sin embargo, el pasaje del evangelio de hoy no debe malinterpretarse como un mandato para que los cristianos permanezcan en silencio cuando somos testigos de malas acciones. Por el contrario, estamos llamados a confrontar persistentemente las condiciones injustas en nuestras comunidades y rechazar los sistemas de pecado que abusan, atacan u oprimen al pueblo de Dios. Todos los católicos deberían hablar en contra de los casos de odio o discriminación, especialmente cuando estos pecados ocurren dentro de la iglesia. Pero para evitar el ejemplo de los fariseos, también debemos ser plenamente conscientes de nuestras propias fallas, felices de participar plenamente en la relación fructífera que Dios tanto desea con el pueblo de Dios.

—Ryan Di Corpo, 3 de abril de 2022

Fuente New Ways Ministry

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“No lanzar piedras”. 5 de Cuaresma – C ( Juan 8,1-11)

Domingo, 3 de abril de 2022
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cristo_y_la_mujer_adultera_de_domenico_morelli_museo_del_pradoEn toda sociedad hay modelos de conducta que, explícita o implícitamente, configuran el comportamiento de las personas. Son modelos que determinan en gran parte nuestra manera de pensar, actuar y vivir.

Pensemos en la ordenación jurídica de nuestra sociedad. La convivencia social está regulada por una estructura legal que depende de una determinada concepción del ser humano. Por eso, aunque la ley sea justa, su aplicación puede ser injusta si no se atiende a cada hombre y cada mujer en su situación personal única e irrepetible.

Incluso en nuestra sociedad pluralista es necesario llegar a un consenso que haga posible la convivencia. Por eso se ha ido configurando un ideal jurídico de ciudadano, portador de unos derechos y sujeto de unas obligaciones. Y es este ideal jurídico el que se va imponiendo con fuerza de ley en la sociedad.

Pero esta ordenación legal, necesaria sin duda para la convivencia social, no puede llegar a comprender de manera adecuada la vida concreta de cada persona en toda su complejidad, su fragilidad y su misterio.

La ley tratará de medir con justicia a cada persona, pero difícilmente puede tratarla en cada situación como un ser concreto que vive y padece su propia existencia de una manera única y original.

Qué cómodo es juzgar a las personas desde criterios seguros. Qué fácil y qué injusto apelar al peso de la ley para condenar a tantas personas marginadas, incapacitadas para vivir integradas en nuestra sociedad, conforme a la «ley del ciudadano ideal»: hijos sin verdadero hogar, jóvenes delincuentes, vagabundos analfabetos, drogadictos sin remedio, ladrones sin posibilidad de trabajo, prostitutas sin amor alguno, esposos fracasados en su amor matrimonial…

Frente a tantas condenas fáciles, Jesús nos invita a no condenar fríamente a los demás desde la pura objetividad de una ley, sino a comprenderlos desde nuestra propia conducta personal. Antes de arrojar piedras contra nadie, hemos de saber juzgar nuestro propio pecado. Quizá descubramos entonces que lo que muchas personas necesitan no es la condena de la ley, sino que alguien las ayude y les ofrezca una posibilidad de rehabilitación. Lo que la mujer adúltera necesitaba no eran piedras, sino una mano amiga que le ayudara a levantarse. Jesús la entendió.

José Antonio Pagola

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“El que esté libre de pecado que le tire la primera piedra” Domingo 03 de marzo de 2022. 5º de Cuaresma

Domingo, 3 de abril de 2022
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21-cuaresmaC5 cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 43, 16-21: Mirad que realizo algo nuevo y apagaré la sed de mi pueblo.
Salmo responsorial: 125: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Filipenses 3, 8-14: Por Cristo lo perdí todo, muriendo su misma muerte.
Juan 8, 1-11: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.

El texto del discípulo de Isaías es característico de su teología. Se lo ha llamado con frecuencia el “profeta del nuevo éxodo” (35,6; 41,18ss) y el texto que comentamos lo muestra claramente. Con la fórmula clásica del “enviado” (“así dice…”) comienza la unidad; como ocurre con mucha frecuencia Dios es presentado por lo que “hace”. La misma concluye en el v.21 ya que en v.22 comienza un nuevo oráculo de estilo muy diferente, con lo que el texto de la liturgia presenta claramente una unidad “redonda”. El estilo es hímnico, como se nota en los paralelismos (semejante a 40,22s; Sal 104,2ss; 136,5ss).

Es interesante que presenta una larga introducción (vv.16-17) sobre el pasado haciendo memoria de los acontecimientos del éxodo (Ex 13-14), pero con una serie de tiempos verbales que debemos tener presentes ya que se los dos primeros son participios (que traza, que hace salir), los dos segundos son imperfectos (se echarán, no se levantarán) y recién los dos últimos son imperfectos, y claramente pasados (se apagaron, se extinguieron), por lo que el marco principal es el presente que pone al lector “en medio” de los acontecimientos, con lo que recuerda a Israel que su fe no radica en los acontecimientos del pasado sino en Dios que “hace” esas cosas.

Lo llamativo es que después de toda esta introducción nos viene a decir en v. 18: “no se acuerden de las cosas pasadas” (no debe leerse como pregunta, como hacen algunas Biblias); las cosas “pasadas” son las del éxodo, como vemos en 41,22; 42,9; 43,9; 49,9; 48,3. ¿Por qué no recordar lo que acaba de poner en la memoria? La memoria (“¡recuerda!”) es fundamental en Israel (Sal 78), y por eso es importante la historia. Ciertamente porque lo que viene “es nuevo”, ya no estamos ante un río que se seca para que un pueblo pase, sino ante un desierto que se llena de agua para que el pueblo beba; lo nuevo es el camino en el desierto (35,8-10; 40,3-4), y el agua y la vegetación en ese lugar (35,6-7; 41,18-19). Es interesante recordar que el desierto es -para el tiempo del éxodo- un lugar terrible (“enorme y temible”, Dt 1,19; 8,15), allí Dios dio agua de la roca, y alimento del cielo; lo que ahora va a realizar —y realiza— es notablemente superior que hace empalidecer lo “antiguo”. Los acontecimientos que narra nos recuerdan lo que nos dice que no debemos recordar, y ahora en imperfecto: es algo que “se está haciendo”. Entre la doble referencia al agua en el desierto, aparece una extraña imagen: los que glorifican a Dios son los animales del desierto, no el pueblo (aunque estos parecen ocupar su lugar, como es frecuente, por ejemplo en los sacrificios, y se confirma en el relato con la doble referencia “mi pueblo, mi elegido”). Es este pueblo el que contará las alabanzas de Yavé (ver 43,10; 44,8), y es presentado como el pueblo que “me modelé”, con lo que regresamos a las imágenes de creación, muy frecuentes en el discípulo de Isaías (ver 43,1.7).

Lo que quiere destacar el autor es que no hay que quedarse en los acontecimientos del pasado por más maravillosos que hayan sido; quedarse en los acontecimientos y no en Dios es una forma sutil de idolatría, lo que hay que recordar es a Dios que es quien las hizo, hace y hará. El éxodo es el acontecimiento arquetípico y por eso es modelo de acontecimientos nuevos, no es algo en lo que Dios se ha estancado en el pasado. La “sola memoria” puede ser peligrosa, no puede ser un permanecer “estancados”, no tiene valor si no va acompañada de la esperanza, si no prepara futuro.

En la carta a los Filipenses vemos que lo que ha cambiado a Pablo dando un nuevo enfoque a su vida es el “conocimiento de Cristo Jesús”. Es cierto que otro “conocimiento” puede ser inútil o hasta perverso, pero si de conocimiento de Cristo se trata, ese llegará a su plenitud al final de los tiempos donde “conoceré, como soy conocido (por Dios)”, 1 Cor 13,12. Todo es “a causa de Cristo” (v.7). La esperanza judía en el mesías era ciertamente futura, pero Pablo es consciente que ya ha conocido. Sin embargo, todas las esperanzas de Israel, que tan bien quedan expresadas en Rom 9,4-5 no han “conocido” y han quedado al margen. Esto es, para Pablo, un motivo de gran dolor, como lo manifiesta especialmente (9,3). Pero para Pablo, todo lo que preparaba la llegada de Cristo, ya no tiene sentido, como el pedagogo (Gal 3,24-25) no tiene sentido una vez que el niño ha llegado a la escuela a la cual él lo llevaba. Es importante notar como Pablo empieza a poner los cimientos para una marcada separación entre Israel y la Iglesia, todo lo anterior, en comparación con Cristo es nada menos que estiércol.

El lenguaje que Pablo destaca es económico “pérdida – ganancia” pero sobre todo deportivo. Pablo pretende (notar la semejanza con el lenguaje de 1 Cor 13 que acabamos de mencionar): “ganar a Cristo y ser encontrado por él”. Las imágenes deportivas no son extrañas a Pablo (1 Cor 9,24-27; 2 Cor 4,8-9), y le sirven a Pablo como un ejemplo más para destacar algo que ya ha comenzado pero aún no ha concluido. Sin embargo, Pablo no pretende que las imágenes sean suficientes, él no corre con sus propias fuerzas, no espera llegar con su “justicia”, no lo ha alcanzado sino que fue él mismo alcanzado por Cristo . Aunque más “al pasar” que en Gálatas y Romanos, queda planteado el tema de la fe y las obras. Pablo sabe que colabora con la obra de Dios, pero sabe que no son sus fuerzas las que le permiten alcanzar la meta (notar esto tan característico de Pablo: conocer – ser conocido, ganar – ser hallado, alcanzar – ser alcanzado). La justificación -la meta- sólo puede venir de la iniciativa de Dios, no por la ley sino por la fe.

Como no conocemos el contexto de este relato del evangelio de Juan, que es un relato añadido, no sabemos las razones por las cuales a Jesús quieren “ponerle una trampa”. Pero dada la semejanza con los acontecimientos del final de la vida de Jesús, según nos cuentan los Sinópticos, podemos pensar que el drama ya se ha desencadenado y se pretende por todos los medios encontrar argumentos para un juicio que ya está decidido. En ese sentido, el texto es semejante al de la moneda del impuesto al César. Tampoco es fácil saber exactamente cuál es la trampa, pero parece ser ponerlo en la disyuntiva entre ser fiel a la ley de Moisés, y consentir en que la adúltera sea apedreada, con lo que su insistencia en la misericordia se revela “hipócrita”, o insistir en la misericordia con lo que se manifiesta como infiel a lo mandado por Moisés.

A Jesús no van a buscarlo porque confíen en su buen criterio o porque reconozcan autoridad a su palabra, o porque él pueda decidir la suerte de la mujer. En realidad, en este drama ni Jesús ni la mujer son importantes. Ambos son rechazados por los escribas y fariseos. Jesús, porque buscan atraparlo, la mujer porque es una simple excusa para ese objetivo. Por eso, porque su palabra en realidad no importa es que el Señor se inclina para escribir en tierra. Manifiesta su desinterés por la cuestión, como ellos también la manifiestan.

Somos tan prontos a juzgar y condenar, nosotros los hombres. ¡Es tan fácil en este caso! Nada menos que una adúltera, descubierta en plena infidelidad. Hay que aplicarle el rigor de la ley: ¡debe ser apedreada! De paso, veremos cuánto de fiel a la ley es Jesús. La actitud del Señor no parece ser muy atenta; casi, hasta parece indiferente … Juzgar y condenar, en nuestras actitudes, muchas veces van de la mano, se le parecen. Los hombres ya condenaron, falta que hable Jesús, para condenarlo también a él.

¿Sexo? ¡Horror! Para tantos, todavía sigue siendo el más grave y horroroso de los pecados. Es cierto que muchas veces nos hemos ido al otro extremo, y no hablamos ya del tema, pero cuántas veces nos encontramos con actitudes o comentarios que parecen que el único pecado existente es el pecado sexual. La envidia, la ambición, la falta de solidaridad, la injusticia, la soberbia, y tantos otros, parecen no existir en la “lista”. El sexo es “el” pecado. Esa es, también, la actitud de los acusadores de la mujer: fue descubierta en pleno pecado, ¡debe ser apedreada! “-Muy bien, el que no tenga pecado, tire la primera piedra“. Y, casualmente, los primeros en retirarse son los ancianos, los que ya no tienen “ese” pecado. Muchos pecados hay, no uno, pero nosotros juzgamos, ¡y hasta condenamos!

Sería casi sin sentido hacer una lista de todos los pecados de nuestro presente; sería sin sentido porque sería interminable: basta con leer casi cada página de los diarios… ¿Quién considera pecado sus opciones políticas que miran sus intereses y no lo que mejor beneficie la causa de los pobres? ¿Quién considera pecado su falta de solidaridad con los marginados de su mismo barrio o región? ¿Quién considera pecado su “no te entrometas“, o su falta de compromiso político para que los pecados desaparezcan?… Y, en esa misma línea: ¿quién no considera un pecado atroz y gravísimo a una madre soltera, o todo lo relacionado con el sexo?, ¿quién no considera verdaderamente intolerable toda cercanía siquiera con prostitutas…?

Este, que hoy leemos, fue el texto comentado por monseñor Romero en su célebre última homilía: “No encuentro figura más hermosa de Jesús salvando la dignidad humana, que este Jesús que no tiene pecado, frente a frente con una mujer adúltera… Fortaleza pero ternura: la dignidad humana ante todo… A Jesús no le importaban (los) detalles legalistas… Él ama, ha venido precisamente para salvar a los pecadores… convertirla es mucho mejor que apedrearla, ordenarla y salvarla es mucho mejor que condenarla… Las fuentes (del) pecado social (están) en el corazón del hombre… nadie quiere echarse la culpa y todos son responsables… de la ola de crímenes y violencia… la salvación comienza arrancando del pecado a cada hombre.” “–No peques más”. Leer más…

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Dom 3.4.22. Escribas, fariseos, presbíteros → contra la adúltera y Cristo (Jn 8, 1-11)

Domingo, 3 de abril de 2022
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Del blog de Xabier Pikaza:

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Tengo más de ochenta, he corrido campos, he conocido violaciones y “adulterios” en el mundo y en la iglesia, pero si me  piden que explique cómo y por qué pasan cosas de éstas suelo explicar este evangelio del Dom V de cuaresma.

Desde siglos antiguos existen poderes del mal,con escribas-fariseos-presbíteros que matan, violan y “adulteran” en nombre de Dios, condenando a sus víctimas. Así les presenta este evangelio a punto de lapidar a una adúltera.  Pero Jesús se opone “a cuerpo” (a ras de tierra) y defiende a la adúltera para decirle al fin “no peque más” (también ella puede tener una mancha).

Ciertamente, los “presbíteros jueces” pueden ser simplemente “ancianos”, pero, por su unión con escribas y fariseos vemos que son “senadores”, autoridades y jueces del judaísmo y/o de la iglesia.  

Adulteran” a la adúltera y además quieren matarla. Un evangelio transgresor

Pero Jesús sigue diciendo “quien esté libre de pecado” (tuyo, el nuestro) que tire la primera piedra”. Y tuvimos que irnos, dejando en la tierra la piedra que llevábamos para lapidarla

         A todos y en especial a los de “raza” de escribas, fariseos, presbíteros, nos manda este domingo: “deja la piedra en el suelo;vete al aire libre del mundo, ama, perdona,y empiaza a ser cristiano.

 Jn 8, 1-11. Un evangelio transgresor

Un evangelio gozoso  y “molesto”, que la sociedad y la iglesia establecida apenas han leído, entendido ni aplicado, tras 2000 años de evangelio. No recoge una anécdota privada de Jesús, sino el sentido de todo su mensaje. Debió surgir en el momento más “caliente” de las discusiones de la iglesia con las autoridades del entorno social y religioso del templo (escribas y fariseos), en la segunda mitad del siglo I d.C.

Es un texto radicalmente eclesial (de cristianos), con elementos vinculados a la tradición de los evangelios (Q y Marcos, Mateo, Lucas y Juan), pero un parte de la iglesia lo consideró escandaloso y se resistió a introducirlo por mucho tiempo en el canon. Así anduvo rondando por Lucas y, al fin, lo acogió Juan (el evangelio más espiritual), aunque con dificultades, de manera que aún hoy (año 2022) muchos afirman que no forma parte del evangelio, pues la iglesia, en conjunto, no lo ha “recibido” (asumido) de verdad, sino que lo ha interpretad de un modo espiritualista y privado.

Ni siquiera la “teología feminista” lo acepta sin más pues para muchas mujeres sigue siendo poco clara esta “adúltera” a la que Jesús dice al final “no te condeno”, pero vete y no peques más.  Sea como fuere, es un texto transgresor, pues va en contra de la “narración” y poder oficial de las iglesias establecidas. No juega a buenos y malos (jerarquía mala, mujer inocentita y buena).

Esta adúltera es una víctima clara, pero tampoco es“buena” sin más, aunque haya miles que lo sean… Es una mujer utilizada, violadas…,pero, por la palabra final de Jesús (no peques más) parece que, se ha dejado envolver por el sistema (y quizá ha sacado ventaja siendo adúltera). Pero de eso seguira trantando lo que sigue.

Sólo quiero añadir en este prólogo que mucha iglesia oficial “católica” no ha leído todavía este pasaje: Ha desactivado su “dinamita”, para seguir haciendo lo de aquellos “escribas y fariseos” (hombre de libro falso y ley opresora) que condenan a la adúltera, para seguir con la piedra en la mano, como los presbíteros…. Esa iglesia, que sigue presentandose como “amiga de Jesús”, es mucho peor que aquellos escribas-fariseos-presbiteros, pues aquellos, “honradamente”, se fueron, sin “enredar” mas a Jesús con sus falsedades, mientras muchos de nosotros nos quedamos, de forma mentirosa.

Si hubiera leído de verdad este pasaje la iglesia resolvería (=plantearía) de un modo distintos muchos problemas, como son un tipo de celibato, de pederastia y de organización del Vaticano, con un tipo de marginación de las mujeres en el templo.

Texto. Una historia a contra corriente: Jn 8, 1-11

 En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?” Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.” E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los presbíteros (ancianos).

Y quedó sólo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?” Ella contestó: “Ninguno, Señor.” Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.”

18 notas a pie de texto, a pie de iglesia.

5AFC377F-C612-4F9C-86CD-74D3F44BFA95No voy a comentar el texto en conjunto Eso lo haré, quizá, si aún tengo tiempo y ocasión, recogiendo en un libro/comentario mis notas sobre Juan. Hoy me limito a presentar 18 notas de “pie de página”, para aquellos que quieran leer con más detención este pasaje. Además del Comentario que escribí para Vida religiosa (comparando a esta Adúltera de Juan 8 con Susana la inocente de Daniel 13) he ofrecido en varios libros algunas versionas más breves del tema (Cristología, Diccionario de la Biblia…), que presentaré al final en dos anejos.

 Buen día a todos, este evangelio anuncia la llegada de la Pascua. Si alguien piensa que mi “postal” es dura que lea simplemente el evangelio de Juan 8, que es mucho más duro (y consolador) que mi texto

 1.Texto-espejo. Texto-tesis. Probablemente, este evangelio no recoge una historia particular de la vida de Jesús, no es una anécdota pasajera. Es, más bien, un texto-espejo, texto-tesis donde se recoge e interpreta toda la historia de Jesús, un retrato impresionante de su mensaje y de su vida (en la línea de otros textos clave de los evangelios, como el de las tentaciones de Mt 4 y Lc). Según este pasaje, a la adúltera no le mataron, pero sí mataron a Jesús, en su lugar, por ser defensor de adúltera, adulterador de un tipo de religión establecida sobre la opresión.

2.Texto polémico judeo-cristiano. Este pasaje se sitúa en la línea divisoria entre el judaísmo de templo-sacerdotes, que mantienen su pureza sagrada expulsando a las “adúlteras” (a las/los que ponen en riesgo su poder sacralizado). Es un texto de sacerdotes de templo que viven de “matar” (sacrificar) animales y personas… Entre ese templo sacral y el surgimiento de una iglesia que tiende a volverse “igual- o parecidamente” sacrificadora de personas se sitúa este pasaje, que es judío, que es cristiano, que es universal.

3.Texto peligroso que parte de la iglesia ha querido ocultar. Éste es un texto que ha tenido grandes dificultades para ser admitido en el “canon”. Recoge elementos todos los evangelios, especialmente de Mc 12 (disputas de templo), de Mateo (sermón del monte: Mt 5-7), de Lucas (prostitutas etc.), pero ninguno de los sinópticos se atrevió a incluirlo en su texto. Así fue rondando en torno a Lucas (donde quizá debería haber sido acogido), pero tampoco Lucas pudo hacerlo, porque tenía  quizá de las consecuencias que este pasaje podía causar en la iglesia. Un evangelio como éste perturba toda la vida de muchos llamados creyentes. Solo en Juan ha encontrado cabida, en Juan que es el más espiritual de los evangelios, por ser el más “carnal”. La historia de los cientos y miles de manuscritos de Jn en que se incluye o no se incluye este relato de la adúltera forman una “novela de intriga policial” que los biblistas hemos debido estudiar Al final, este relato ha sido incluido en casi todas las biblias, aunque a veces con un asterisco (*) para indicar que no es seguro (esto es, para decir que es interesantísimo).

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Dos conversiones distintas y parecidas. Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo C.

Domingo, 3 de abril de 2022
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hipocresia-proxenetismo_image006Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Los domingos anteriores han tratado el tema de la conversión con distintos enfoques: amenazando con un final trágico a los que no se conviertan, pero concediendo un año de plazo para evitar la desgracia (domingo 3º); acogiendo al hijo pródigo, que se convierte por puro egoísmo, pero que da una inmensa alegría al padre con su vuelta (domingo 4º). En este quinto domingo habla del mejor recurso para convertirse: el contacto con Jesús, como lo demuestran una adúltera y un fariseo radical y violento.

¿Qué hacemos con la adúltera?

El evangelio parte de un hecho concreto: una mujer sorprendida en adulterio. Se trata de un pecado condenado en todas las legislaciones antiguas y en el Decálogo. El problema que plantean a Jesús es qué hacer con la adúltera. Del tema ya se habían ocupado los legisladores antiguos. Recojo tres opiniones.

La ahogamos con el adúltero (Código de Hammurabi)

Es la respuesta del famoso Código de Hammurabi, rey de Babilonia muerto hacia 1750 a.C. En el párrafo 129 dictamina: «Si la esposa de un hombre es sorprendida acostada con otro varón, que los aten y los tiren al agua [al río Éufrates]; si el marido perdona a su esposa la vida, el rey perdonará también la vida a su súbdito». Adviértase que la ley empieza por la mujer, pero los dos merecen la condena a muerte, aunque cabe la posibilidad de que el marido perdone.

La apedreamos (escribas y fariseos)

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:

– Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

El apedreamiento es el procedimiento más frecuente en la Biblia para ejecutar a un culpable. Cosa lógica ya que en Israel no abunda el agua, como en Babilonia, y sí las piedras. Sin embargo, estos escribas y fariseos no habrían aprobado un examen de Biblia por dos motivos.

1) La Ley de Moisés, que usa a menudo el verbo «apedrear» para hablar de un castigo a muerte, nunca lo aplica al adulterio. El texto que podrían invocar sería este del Deuteronomio: «Si uno encuentra en un pueblo a una joven prometida a otro y se acuesta con ella, los sacarán a los dos a las puertas de la ciudad y los apedrearán hasta que mueran: a la muchacha porque dentro del pueblo no pidió socorro y al hombre por haber violado a la mujer de su prójimo» (Dt 22,23-24). Pero esta ley no habla de adulterio, sino de violación (aparentemente consentida) de una muchacha.

2) Si tienen tanto interés en cumplir la Ley de Moisés, al primero que deberían haber traído ante Jesús es al varón, ya que también a él lo han sorprendido en adulterio y por él comienza la ley («Si uno encuentra a una joven…y se acuesta con ella»). Hay un caso en el que solo se habla de apedrear a la muchacha, pero tampoco se trata de adulterio, sino de la que ha perdido la virginidad mientras vivía con sus padres. Cuando se casa, su marido lo advierte y lo denuncia; si la denuncia es verdadera, «sacarán a la joven a la puerta de la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido en Israel la infamia de prostituir la casa de su padre» (Dt 22,20-21).

¿Cómo puede un escriba, con tantos años de estudios bíblicos, cometer estos errores elementales? ¿Por ignorancia? ¿Por el deseo de interpretar la ley de la forma más rigurosa posible? ¿Para poner a Jesús en un aprieto y poder acusarlo, como dice Juan? Efectivamente, si la perdona, no cumple la ley; si dice que la apedreen, demuestra que no tiene esa compasión de la que tanto presume.

La perdonamos (Jesús)

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:

– El que no tiene pecado, que le tire la primera piedra.

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó:

– Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?

Ella contestó:

– Ninguno, Señor.

Jesús dijo:

– Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más. 

Jesús no precipita su respuesta. Le piden una opinión (“¿qué dices tú?”) pero se calla la boca y escribe en el suelo. Ellos insisten. Buscan lana y salen tranquilados. «Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra». El principal pecado de escribas y fariseos no es la ignorancia, ni el rigorismo, sino la hipocresía.

Cuando se retiran, solo quedan Jesús y la mujer, ella de pie en el centro. Un imagen de gran impacto, digna de la mejor película. Por suerte para la mujer, Jesús no es un confesor a la vieja usanza. No le pregunta cuántas veces ha cometido adulterio, con quién, dónde, cuándo. Se limita a dos preguntas breves («¿dónde están?, ¿nadie te ha condenado?») y a la absolución final, con propósito de la enmienda: «Yo tampoco te condeno. Ve y en adelante no peques más».

A veces se habla de la actitud de Jesús con los pecadores de forma muy ligera, como si los abrazase y aceptase su forma de vida. Pero a la mujer no le dice: «No te preocupes, no tiene importancia; ya sabes a quién tienes que acudir la próxima vez». Lo que le dice es: «en adelante no peques más». Se lo dice por su bien, no porque corra peligro de ser apedreada. A este caso, cambiando de género, se puede aplicar el proverbio bíblico: «El adúltero es hombre sin juicio, el violador se arruina a sí mismo» (Prov 6,32). Eso es lo que Jesús no quiere, que la mujer se arruine a sí misma.

El buen ejemplo de los escribas y fariseos

A pesar de su hipocresía y mala idea, hay que reconocerles algo bueno: se van retirando poco a poco, empezando por los más viejos. Hoy día, somos muchos los que conocemos la opinión de Jesús pero seguimos considerándonos buenos y no vacilamos en apedrear (más con palabras y juicios condenatorios que con piedras) a quien hemos elegido como víctima.

Nota: Un texto escandaloso

Este pasaje del evangelio es de los más desconcertantes para los especialistas. Forma parte del evangelio de Juan, pero falta en los mejores manuscritos, códices y leccionarios; otros lo trasladan al final del evangelio de Juan; y algunos lo traen en el evangelio de Lucas (después de 21,38s o de 24,53). Como si hubiese sido una hoja suelta que muchos dudaban de incluir y otros no sabían dónde meter.

No es raro que este pasaje provocase dificultades. Con el criterio «quien esté libre de pecado que tire la primera piedra» podrían verse libres desde los terroristas hasta los ladrones de guante blanco. Naturalmente, no es eso lo que pretende Jesús. Sus palabras finales a la mujer, «no peques más», dejan claro que no defiende un mundo en el que cada cual hace lo que quiere.

La conversión del fariseo radical y violento (Filipenses 3,8-14))

La lectura de Pablo a los Filipenses no cuenta su conversión, pero hace un balance de su vida antes y después de ella. Antes se gloriaba de ser israelita de pura cepa, de la tribu de Benjamín (¡ocho apellidos vascos!), circuncidado a los ocho días, estrictísimo en la observancia de la Ley, perseguidor de los cristianos. De todo estaba enormemente orgulloso hasta que descubrió a Cristo. A partir de ese momento, su vida cambia. Todo lo anterior lo considera basura. Él estaba obsesionado con salvarse, pero la Ley de Moisés no puede salvarlo, solo la fe en Cristo. Por eso, lo único importante es conocerlo cada vez mejor, compartir sus sufrimientos, resucitar con él. Pablo ve su vida como una extraña carrera. Ya le ha concedido el primer premio, pero debe seguir corriendo hacia la meta, sin mirar atrás.

Hermanos: Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en él, no con una justicia mía, la de la ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.

Todo para conocerlo a él y la fuerza de su resurrección y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, con la esperanza de llegar a la resurrección de entre los muertos. No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo.

Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús.

La adúltera y el fariseo

A pesar de las diferencias, hay algo común en la conversión de estas dos personas: el contacto con Jesús. Lo cual supone una gran novedad con respecto al mensaje de los domingos anteriores. Ahora, lo que provoca la conversión no es el miedo, ni el hambre, sino la relación personal con el Señor. Relación a la que se llega por caminos muy diversos: en el caso de la adúltera, son sus enemigos quienes la llevan ante Jesús; en el caso de Pablo, es Jesús quien le sale al encuentro. Este encuentro personal con él es la única garantía de una conversión auténtica y duradera.

Historia de la salvación (IV). El éxodo antiguo y el nuevo (Isaías 43,16-21)

La primera lectura sigue recordando momentos capitales de la Historia de la salvación: Abrahán, Moisés, Josué. Hoy se contraponen el éxodo de Egipto, con la gran victoria sobre el ejército del faraón, y el nuevo éxodo de Babilonia, en el que Dios protegerá a su pueblo durante la marcha por el desierto. El peligro de los israelitas es seguir soñando con lo antiguo. Y el profeta le dice: «No penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo». Curiosamente, coincide con lo que dice Pablo en la segunda lectura: «Olvidándome de lo que queda atrás, me lanzo a lo que está por delante».

 

Esto dice el Señor, que abrió camino en el mar y una senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, la tropa y los héroes: caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue.

«No recordéis lo de antaño no penséis en lo antiguo; mirad qué realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino en el desierto corrientes en el yermo. Me glorificarán las bestias salvajes, chacales y avestruces, porque pondré agua en el desierto, corrientes en la estepa, para dar de beber a mi pueblo elegido, a este pueblo que me he formado para que proclame mi alabanza.

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V Domingo de Cuaresma. 03 abril, 2022

Domingo, 3 de abril de 2022
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Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
el que esté sin pecado, que tire la primera piedra”.
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo”

(Jn 8, 1-11)

Dime, Maestro: ¿qué escribías en el suelo? Siempre que vuelve este texto me lo pregunto… y algunas veces hasta me lo he contestado: palabras de perdón, de reconciliación, de comprensión… Pero hoy que aparece el texto me lo vuelvo a preguntar: ¿qué escribías en el suelo?, ¿qué escribes hoy en el suelo?, ¿qué palabras tienes para quienes me acusan, me persiguen, me entregan?

Sí, lo hacen conmigo, pero sobre todo con otras tantas personas, especialmente mujeres, en demasiados lugares de nuestro mundo. Hoy, ahora, una mujer está siendo acusada, vejada, puesta en evidencia…como lo fue la mujer sorprendida en adulterio en el Templo. Y me pregunto: ¿tendrá la mujer de hoy quien la defienda, quien la dignifique, quien escriba en el suelo de su historia palabras de liberación y de perdón?

Y me brota del corazón un deseo: ¡Hazme palabra, Jesús! Una palabra que Tú escribas hoy en nuestro suelo. Una palabra de consuelo. Una palabra de ánimo. Una palabra de lucha. Una palabra de dignidad. Una palabra de confrontación. Una palabra de perdón.

Haznos a todos “palabra”, como aquellas palabras que un día escribiste en el suelo del Templo. Palabras silenciosas que hicieron caer las piedras, los juicios y las condenas. Palabras escondidas que ablandaron corazones endurecidos y convirtieron la condena de la ley en el encuentro con el amor misericordioso. Palabras que rozaron el corazón herido de una mujer y le devolvieron la dignidad y la luz que necesitaba para caminar. Palabras que cambian el rumbo de la historia y la adentran por los senderos del Reino.

Oración

“Gracias, Trinidad Santa,
por escribir en el suelo de nuestro hoy
las letras suaves de tu amor y tu ternura para con nosotras.”

 

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Dios no juzga, Jesús no condena.

Domingo, 3 de abril de 2022
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F713D2C2-CD60-4215-A3A7-1AB96050B308DOMINGO  5º  DE  CUARESMA  (C)

Jn 8,1-11

La principal característica de las tres lecturas de hoy es que nos invitan a mirar hacia adelante. Isaías desde la opresión del destierro, promete algo nuevo para su pueblo. Pablo quiere olvidarse de lo que queda atrás y sigue corriendo hacia la meta. Jesús abre a la adúltera un futuro que los fariseos estaban dispuesto a cercenar. El encuentro con el verdadero Dios nos empuja siempre hacia lo nuevo. En nombre de Dios nunca podemos mirar hacia atrás. A Dios no le interesa para nada nuestro pasado.

El texto que acabamos de leer, está en un contexto artificial. No se encuentra en ningún otro evangelista y, seguramente ha sido añadido al evangelio de Juan. No aparece en los textos griegos más antiguos y ninguno de los Santos Padres lo comenta. Está más de acuerdo con la manera de redactar de Lucas; incluso aparece incorporado a este evangelio en algunos códices. Está garantizado que es un relato muy antiguo y su mensaje está muy de acuerdo con los evangelios, incluido el de Juan. Tal vez la supresión y los cambios se deban a su mensaje de tolerancia, que se podía interpretar como lasitud o permisividad.

En el relato, se destaca de manera clara el “fariseísmo” de los acusadores que se creían intachables. No aceptan las enseñanzas de Jesús, pero con ironía le llaman “Maestro”. El texto nos dice expresamente que le estaban tendiendo una trampa. En efecto, si Jesús consentía en apedrearla, perdería su fama de bondad e iría contra el poder civil, que desde el año treinta había retirado al Sanedrín la facultad de ejecutar a nadie. Si decía que no, se declaraba en contra de la Ley, que lo prescribía expresamente.

Si los pescaron “in fraganti”, ¿dónde estaba el hombre? (La Ley mandaba matar a ambos). Se consideraba adulterio la relación de un hombre con una mujer casada, no con una soltera. Se trataba de un pecado contra la propiedad, porque la mujer se consideraba propiedad del marido. Cuando el marido era infiel a su mujer con una soltera, su mujer no tenía ningún derecho a sentirse ofendida. Hoy seguimos midiendo con distinto rasero la infidelidad del hombre y de la mujer. Qué pocas veces se tiene esto en cuenta.

No se trata, pues, de un pecado sexual sino de un pecado contra la propiedad privada. Llevamos dos milenios tergiversando los textos con la mayor naturalidad. Decimos “palabra de Dios” pero no tenemos empacho alguno a la hora de distorsionarla. La Biblia apenas habla de la sexualidad, no era para ellos un problema. La obsesión enfermiza que nos ha inoculado la Iglesia no tiene nada que ver con el mensaje de la Biblia. Ni el AT ni el NT hacen hincapié en un tema, que nos ha traumatizado a todos.

Aparentemente Jesús está dispuesto a que se cumpla la Ley, pero pone una simple condición: que tire la primera piedra el que no tenga pecado. El tirar la primera piedra era obligación o “privilegio” del testigo. De ese modo se quería implicar de una manera rotunda en la ejecución y evitar que se acusara a la ligera a personas inocentes. Tirar la primera piedra era responsabilizarse de la ejecución. Está diciendo que aquellos hombres todos acusaban, pero nadie quería hacerse responsable de la muerte de la mujer.

En contra de lo que nos repetirán hasta la saciedad durante estos días, Jesús perdona a la mujer, antes de que se lo pida; no exige ninguna condición. No es el arrepentimiento ni la penitencia lo que consigue el perdón. Por el contrario, es el descubrimiento del amor incondicional, lo que debe llevar a la adúltera al cambio de vida. Tenemos aquí otro tema para la reflexión. El “perdón” por parte de Dios es lo primero. Cambiar de perspectiva será la consecuencia de haber tomado conciencia de que Dios es Amor y está en mí.

Es incomprensible e inaceptable que después de veinte siglos, siga habiendo cristianos que se identifiquen con la postura de los fariseos. Sigue habiendo “cristianos” que ponen el cumplimiento de la “Ley” por encima de las personas. La base y fundamento del mensaje de Jesús es precisamente que, para Dios, el valor primero es la persona de carne y hueso, no la institución ni la “Ley”. El PADRE estará siempre con los brazos abiertos para el hermano menor y para el mayor. El Padre no puede dejar de considerar hijo a nadie.

La cercanía que manifestó Jesús hacia los pecadores, no podía ser comprendida por los jefes religiosos de su tiempo porque se habían hecho un Dios a su medida, justiciero y distante. Para ellos el cumplimiento de la Ley era el valor supremo. La persona estaba sometida al imperio de la Ley. Por eso no tienen ningún reparo en sacrificar a la mujer en nombre de ese Dios. Jesús nos dice que la persona es el valor supremo y no puede ser utilizada como medio para conseguir nada. Todo tiene que estar al servicio del individuo.

Ni siquiera debemos estar mirando a lo negativo que ha habido en nosotros. El pecado es siempre cosa del pasado. No habría pecado ni arrepentimiento si no tuviéramos conciencia de que podemos hacer las cosas mejor. Con demasiada frecuencia la religión nos invita a revolver en nuestra propia mierda sin hacernos ver la posibilida­d de lo nuevo, que sigue estando ahí a pesar de nuestros fallos. Dios es plenitud y nos está siempre atrayendo hacia Él. Esa plenitud hacia la que tendemos, estará más allá pero siempre alcanzable.

En la relación con el Dios de Jesús tampoco tiene cabida el miedo. El miedo es la consecuencia de la inseguridad. Cuando buscamos seguridades, tenemos asegurado el miedo. Miedo a no conseguir lo que deseamos, o miedo a perder lo que tenemos. Una y otra vez Jesús repite en el evangelio: “no tengáis miedo”. El miedo paraliza nuestra vida espiritual, metiéndonos en un callejón sin salida. El descubrimiento al verdadero Dios tiene que ser siempre liberador. La mejor prueba de que nos relacionamos con un ídolo, creado por nosotros y no con el verdadero Dios, es que nuestra religiosidad produce miedos.

El evangelio nos descubre la posibilidad que tiene el ser humano de enfocar su vida de una manera distinta. La “buena noticia” consiste en que el amor de Dios es incondicional, no depende de nada ni de nadie. Dios no es un ser que ama sino el amor. Su esencia es amor y no puede dejar de amar sin destruirse. Nosotros seguimos empeñados en mantener la línea divisoria entre el bueno y el malo. Lo que hace Jesús es destruir esa línea divisoria. ¿Quién es el bueno y quien es el malo? ¿Puedo yo dar respuesta a esta pregunta? ¿Quién puede sentirse capacitado para acusar a otro? El fariseísmo sigue arraigado en nosotros.

Recordemos el evangelio del domingo pasado. La adúltera ha desplegado la conciencia del hermano menor y se cree digna de condena. Los fariseos actúan desde la perspectiva del  hermano mayor y se creen con derecho a condenar. Jesús está ya identificado con el Padre y unifica los tres. Tanto el hermano menor como el mayor tienen que ser superados. Una vez más descubrimos que el menor está dispuesto a cambiar con más facilidad que el mayor. Seguimos empeñados en echar la culpa al otro, y en consecuencia, siempre será el otro el que tiene que cambiar. Esa es la causa de que sigamos en nuestros errores.

Meditación

Quien condena no habla en nombre de Dios.
Si uno te ayuda a descubrir tus fallos,
te está ayudando a encontrar el camino de tu plenitud.
Si alguien te convence de que eres una mierda,
te está metiendo por un callejón sin salida.
Sea cual sea tu situación, siempre hay una salida.

Fray Marcos

 Fuente Fe Adulta

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Nadie está libre de pecado

Domingo, 3 de abril de 2022
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Jesús y la mujer adúltera
Jn 8, 1-11

«Tampoco yo te condeno. Anda y, en adelante, no peques más»

Jesús está sentado en una grada de la escalinata del pórtico de Salomón enseñando su doctrina a los judíos. Un grupo numeroso de ellos le escucha fascinado, pues jamás hombre alguno les había hablado como éste. De pronto, aparece en escena un grupo de escribas, fariseos y guardias del templo que no tarda en abrir un claro circular entre el gentío. Acto seguido, arrojan en medio a una mujer aterrada que no osa levantarse y ni siquiera alzar la vista.

Jesús detiene su enseñanza y un silencio sepulcral se apodera del recinto: «Moisés nos manda lapidar a estas mujeres… ¿Tú qué dices?»…

La puesta en escena es soberbia, y la trampa mortal. Ya no se trata de una discusión rabínica para demostrar al pueblo que aquel impostori no es tan listo como parece, sino que le han puesto frente a una situación dramática de la que depende la vida de una persona.

Jesús queda desconcertado y busca desesperadamente en su mente una respuesta que salve a la mujer. Condenarla supone que toda su doctrina del perdón, de Dios Abbá, es simple teoría; que suena muy bien a los oídos de la gente, pero no es posible llevarla a la práctica. Perdonarla supone quebrantar explícitamente la Ley de Moisés, autorizar el pecado y dar carta de naturaleza a la desobediencia. No es fácil salir de ese callejón sin aparente salida, y Jesús se toma su tiempo enredando en el suelo con una rama.

«El que esté libre de pecado que tire la primera piedra».

La gente queda atónita porque nunca antes han visto a nadie jugarse la vida por salvar la de una mujer pecadora. Saben que llamar pecadores en público a los santos y los sabios de Israel es una temeridad inconcebible que jamás le van a perdonar (y que no le perdonaron), pero sus palabras tienen el efecto de cambiar radicalmente el signo de la situación. Es probable que algunos fariseos sintiesen la tentación de proclamarse justos y perpetrar allí mismo la lapidación, pero la personalidad de Jesús se impuso finalmente a su orgullo.

«Tampoco yo te condeno. Anda y no peques más».

Permítanme unos comentarios en torno a estos hechos.

El primero, que Jesús pudo haber salido indemne de aquel atolladero aduciendo que él no era juez para juzgar a nadie, pero de haberlo hecho hubieran matado a la mujer y su principal preocupación era evitarlo. El segundo, la diferencia radical entre la religiosidad de Jesús y la de escribas y fariseos. Para estos últimos lo importante es el cumplimiento de la Ley, y para Jesús lo importante son las personas. Si la Ley no sirve para salvar, no sirve para nada. Como ya les había dicho, «no se hizo el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre».

El tercero, que Dios no es el que nos juzga por nuestros pecados, sino el que nos ayuda a salir de la esclavitud del pecado; es nuestro aliado contra el mal. El cuarto lo tomamos de labios de Ruiz de Galarreta: «En este mundo no hay justos y pecadores, sino solo pecadores necesitados de Dios y amados por Él».

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento,  pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¡Suelta la piedra que tienes en tu mano!

Domingo, 3 de abril de 2022
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Jn 8, 1-11

En este último domingo de cuaresma nos encontramos con un evangelio que, a pesar de ser muy conocido, nos puede volver a sorprender, por ser tan concreto, directo y desestabilizador.

Es un texto que os invito a acoger, sin entrar a analizar su procedencia o su entrada tardía en el canon, (datos exegéticos que podemos encontrar en muchos libros) lo que nos situaría como buenos estudiosos. Os invito a acoger como quien se deja empapar por uno de esos chaparrones de primavera, sin abrir el paraguas aunque el agua esté fría. Nos empapará una ducha de realismo y concreción tal, que no nos permitirá espiritualizar ni escaparnos.

Es como si nos dijese: Al final de la cuaresma tú, ¿en qué andas? ¿Cómo reaccionas ante tu propio pecado y el de los demás? ¿Dónde te sitúas? Donde te colocas en una situación que de entrada parece “habitual y conocida” pero que se resuelve de una forma totalmente impensada.

Es tan rico el texto en su sencillez, que podríamos dejar que nos calase desde muchos ángulos, todos interesantes. Desde la situación de la mujer en la Iglesia primitiva y en la actual, una reflexión y conversión necesaria y urgente. Desde esa tensión de las primeras comunidades, y quizá también las actuales, entre la tradición de Jesús y la disciplina o rigorismo moral frente al divorcio, el adulterio y los pecados de impureza…

Pero, a pocos días de la Semana Santa podríamos intentar abrirnos a lo que el texto nos dice de forma más personal, abrirnos a lo que dice de ti y de mí, contemplando a cada uno de los personajes, sus gestos y palabras.

Primero a la “mujer” sorprendida en adulterio, acusada y conducida con violencia, públicamente… En el contexto del evangelio un pecado muy grave castigado con la muerte inmediata. Recordemos que en los textos proféticos, la relación de Dios con su pueblo en el AT es descrita muchas veces como una relación matrimonial, en la que el pueblo es infiel y, dejando al Señor, se prostituye yendo tras otros dioses (Os 4, 12).

Ampliando así la mirada, ¿quién de nosotros, mujeres o varones, no ha sido sorprendido en una infidelidad? Una infidelidad a Dios, a los hermanos, a nosotros mismos… Y no es solo que hayamos sido infieles en el fondo de nuestro corazón, el texto nos sitúa en la experiencia de ser sorprendidos/as, de ser acusados públicamente… ¿podemos identificarnos con esta mujer? ¿Sentir su miedo y su soledad? ¿Comprobar que no se nos da palabra, como a ella, que no puede justificar, explicar, disculpar…?

Es posible que alguna vez nos hayamos experimentado como “mujer” desvalorizada, juzgada, condenada… Hayamos sentido que “muchos” nos miran con la piedra en la mano. A veces incluso que también Jesús calla y está distraído haciendo no sabemos muy bien qué.

En segundo lugar miramos al otro grupo, el de los que tienen la piedra en la mano y tienen muy claro quién es merecedora de que se la arrojen. Son de los que no solo cumplen la ley, sino de los que “velan” para que todos la cumplan. ¿Nos recuerda alguna actitud propia? ¿Cuántas piedras guardo en mi mano? ¿Cuántas he arrojado o tengo reservadas para arrojar? ¿Contra quién estoy dispuesto/a a arrojarla? ¿Qué situaciones o actuaciones de los demás creo que merecen e incluso requieren que yo les apedree?

Piedras son mis juicios y pre-juicios, las palabras y “frases o miradas asesinas” que a veces lanzamos con mucha puntería y oportunidad… A veces lo hago solo, sola, pero que fácil es “hacer grupo” con otros que guardan piedras como yo, que fácil sentirnos apoyados cuando señalamos a alguien con el dedo acusador.

Y miramos a Jesús, él está en medio de unos y otros. Ese Jesús impresionante, libre, misericordioso, que parece que no puede hacer nada para no caer en la trampa que los escribas y fariseos le han tendido: tomar partido por la mujer saltándose la ley o apoyar la ley y renunciar a su ser más hondo, lo que constituye su Buena Noticia.

Pero Jesús, una vez más nos sorprende y, cuando todos podrían pensar que saben el final, que no hay más caminos, su misericordia abre caminos nuevos y nos abre la mirada a realidades más hondas y esenciales. La misericordia siempre encuentra caminos para hacer triunfar una justicia mayor. Y entonces, desde nuestra propia realidad y situación, escuchamos una de las frases más emblemáticas del evangelio: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Algo en lo que sin duda ninguno estaba pensando.

¡Es tan fácil mirar las infidelidades de los demás sin ver las nuestras! ¿Qué debieron sentir por dentro estos “maestros de la ley”? Es sorprendente que nadie responde, cuando antes habían argumentado tan bien su condena. No hay palabras para justificarse, para defender la ley. No hay lugar para hablar de la mujer porque cada uno, ellos y nosotros, hemos sido situados en el foco, en el centro. Y algo se remueve por dentro y les hace moverse por fuera. Dejan de ser el grupo de acusadores y se van “escabullendo” traduce alguna versión con una imagen tan sugerente. Desaparecen como quien no quiere la cosa, como intentando que nadie se dé cuenta… empezando por los más viejos. Viejos, no ancianos. Con muchos años pero con poca sabiduría…

Dejemos que resuene esta palabra de Jesús en nosotros. ¿Cuántas veces nos la tendrá que repetir?

Y escuchamos también la otra palabra, la que dirige a la mujer una vez que los dos comprueban que nadie la ha condenado. Cuando los dos se quedan solos. Cuando cada uno de nosotros/as nos quedamos a solas con él. “Vete en paz y en adelante no peques más” Esta palabra que nos abre a la esperanza, que nos da nuevas posibilidades. Hay un perdón, un regalo de paz y un proyecto de futuro. Pero solo lo escucha la mujer, la que se sabe “infiel” ante Jesús, la que no se ha ido a pesar de su pecado…

Quizá hoy el evangelio nos dice lo mismo a cada uno de nosotros que estamos ante el señor al final de esta Cuaresma: “No te condeno, vete en paz, pero suelta la piedra que tienes en tu mano, vacía tu corazón y tu mente de todas esas piedras que guardas, esperando la ocasión de tirarlas. Y que el amor llene ese espacio vacío que has recuperado y te impulse a trabajar por quienes están al borde del camino, recibiendo pedradas”

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Empatía, comprensión y no-juicio

Domingo, 3 de abril de 2022
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EA9B8258-A613-4191-9110-B0938AF97FCADomingo V de Cuaresma

3 abril 2022

Jn  8, 1-11

La persona sabia es capaz de comprender todo -aunque, obviamente, no lo apruebe ni justifique-, porque sabe que cada persona hace en todo momento lo mejor que sabe y puede, teniendo en cuenta su “mapa” mental.

De hecho, la incapacidad para comprender al otro cuando piensa o actúa en modo diferente a uno mismo, no se debe a lo que piensa o hace, sino al propio narcisismo, que imposibilita tomar distancia del “mapa” personal, considerado como el único válido.

El juicio y la condena del otro puede nacer también de otros dos lugares, que guardan estrecha relación con el narcisismo: la proyección de la propia sombra -por la que condeno en el otro algo que está en mí oculto, reprimido y condenado- y la búsqueda de algún interés -quizás inadvertido- de autoafirmación personal, al creerme “mejor” que el otro. Quien condena, se sitúa automáticamente en un pedestal elevado desde el que “imparte sentencia”, sobre la creencia arrogante en su propia superioridad moral.

Frente a tal engaño, sostenido en las trampas mencionadas -incapacidad narcisista de comprender al otro, proyección de la propia sombra y búsqueda cuasi patológica de autoafirmación y superioridad moral-, el sabio Jesús apunta en la indicación más adecuada y eficaz: “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”.

Es la misma sabiduría que recoge aquel otro dicho de Jesús: “¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que hay en el tuyo?” (Mt 7,3).

Uno de los signos más claros de la genuina espiritualidad es la ausencia de juicio. En uno de los “Dichos” (Apotegmas) de los Padres del desierto, se cuenta que un joven le planteó a uno de aquellos ancianos cómo haría para no errar en el camino espiritual. A lo que el padre le contestó con firmeza: “Sabrás que no te equivocas en el camino espiritual porque no juzgas a nadie”.

¿Cómo me sitúo entre la comprensión y el juicio

 

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Quedaron la miseria humana y la misericordia del Señor

Domingo, 3 de abril de 2022
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88A8920D-52A7-40C9-BFCE-F41DBAB61B06Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Jesús enseña al pueblo.

    Comienza el magnífico texto evangélico de hoy diciendo que Jesús baja del monte de los Olivos al Templo para enseñar a la gente, para comunicar el evangelio.

    Jesús no comunica doctrina, dogmas, ni tan siquiera el catecismo. Jesús comunica una buena noticia: que eso significa evangelio.

Y la buena noticia es Jesús mismo: Él es la buena noticia. (El Evangelio es anterior a los evangelios que se redactarán con el paso del tiempo (en vida de Jesús no se escribió una línea).

Jesús mismo es el evangelio, la buena noticia para nosotros. El Evangelio “no es un libro”, es una persona, JesuCristo.

02.- Una mujer en adulterio.

    Le presentan a Jesús una mujer sorprendida en adulterio. Pero a aquellos fariseos en realidad no les importa mucho esta mujer, sino a quien quieren pillar es a Jesús. El imputado más que la mujer, es Jesús.

Según la ley de Moisés esta mujer debía ser o apedreada o estrangulada. Tú ¿qué dices?. La mujer es una excusa para ver si Cristo se enfrenta a la ley, a la religión y al orden establecido. Los fariseos quieren hallar un motivo para pillar a Jesús. De hecho, este capítulo 8 de Juan termina con la voluntad del Templo y de los fariseos de dilapidar a Jesús: Los judíos tomaron piedras para tirárselas a Jesús, (Jn 8, 59).

La lapidación era una ejecución de la que “nadie” era responsable –como los fusilamientos-.

La lapidación como el pelotón de fusilamiento, como la misma guerra son una forma de asesinato colectivo, ¿anónimo? Nadie es responsable, si bien todos somos responsables.

03.- La mujer estaba, pues condenada.

    Aquella mujer estaba, pues, condenada

Pero Jesús piensa y actúa de otra manera.

Donde los “religiosos” oficiales ven pecado, delito, injusticia, suciedad, o donde ven morbosidad y programas “rosas” de tv, Jesús, y el Dios de Jesús, ven sufrimiento: la mujer adúltera, la samaritana, la hemorroísa, Magdalena, hijo pródigo, etc. son seres sufrientes.

Los “religiosos” terminales condenamos, excomulgamos, prohibimos; Jesús acoge.

Jesús debía haber condenado a aquella mujer. Sin embargo, la actitud, la respuesta de Jesús no es la esperable en un canonista o eclesiástico. Un “buen” canonista, condena. Jesús no condena: Yo no te condeno.

04.- El Señor no condena.

Jesús no dice que aquella mujer, ni el ladrón, ni Magdalena, ni Zaqueo, ni el hijo pródigo hayan hecho bien, simplemente dice que Él, Jesús, no condena. Yo no condeno. Y es que Cristo no ha venido para juzgar, y menos a condenar a nadie:

Jn 12,47: porque no he venido a condenar al mundo, sino a salvar al mundo.

Estamos muy habituados a pensar que el pecador merece condena y condenación. Eso es lo normal y lo legal. JesuCristo –el Dios de JesuCristo- no trata al pecador a pedradas y condenaciones, sino que, cuando JesuCristo se encuentra con el pecador, lo primero es no condenar y luego, al mismo tiempo,  perdonar. Jesús mira al pecador misericordiosamente.

El pecador, que somos nosotros, no es un reo para Dios, sino que siempre somos sus hijos. El veredicto de Dios no es la condenación, sino la salvación.

El fariseo, el religioso siempre tiende a condena al pecador, JesuCristo sin embargo, perdona al pecador y él, JesuCristo, carga con la condena del pecado y es elevado a la cruz con esa carga de culpa y pecado.

El juicio de Dios no es condena para el ser humano, sino salvación

05.- Jesús, inclinándose, escribía en tierra.

Es un gesto enigmático del que se han dado mil explicaciones en la historia acerca de él.

Posiblemente significa que Jesús se inclina sobre la debilidad humana, sobre el barro humano, no escribe ya en la dureza de las piedras de la ley del Sinaí, sino que Cristo es más humano, mira la tierra, el barro, la debilidad humana y en nuestra debilidad de barro Jesús escribe la sentencia: Yo no condeno, perdono.

Tal vez está evocando el profeta:

Ezequiel 11,19 Quitaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne.

La ley no es asunto de Jesús. Jesús mira siempre la persona por encima de la ley. Posiblemente -en nuestro lenguaje- “Jesús fue un ilegal”:

Se acerca a los leprosos, propone como modelo de comportamiento a aquel que deja de ir a la Iglesia para atender al que encuentra en la calle medio muerto (buen samaritano), vuelca las mesas del templo, es un comedor y bebedor, cura en sábado, trata con publicanos y prostitutas. Y, lo que “es peor”, su actitud es la poner por encima de la ley y de todo al ser humano.

Lo que puede cambiar al ser humano y la convivencia humana no es la ley, sino la misericordia y la bondad.

06.- Cosas de dos que las paga una.

El adulterio es cosa de dos. La escena evangélica manifiesta también otro aspecto: Jesús no acepta el diferente trato dado por la Ley judía a la mujer y al hombre. La mujer no tenía la misma dignidad que el varón ante la ley. Jesús acoge a las mujeres mostrándoles el amor comprensivo del Padre. En aquella sociedad machista se humilla y se condena a la mujer. Al reprimir el delito, se castiga con dureza a una parte de la sociedad, la más débil. Jesús no soporta esta hipocresía social construida por los varones.

También nuestra sociedad y la misma Iglesia, debe caminar hacia un mayor respeto hacia la mujer y a su toma de responsabilidades en todos los ámbitos.

La hipocresía a veces no tiene fin.

07.- El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.

Seguramente que hoy ocurriría lo mismo. También nosotros nos tendríamos que marchar comenzando por los más viejos. También en nuestra personalidad hay zonas de adulterio, de hijos pródigos, de “magdalenas”, de “zaqueos”… que nos harían marchar de la “sala del juicio” de aquella mujer…

Se quedaron solos Jesús y la mujer. Se quedan la miseria y la misericordia.

Siempre que se encuentra el ser humano con Dios ocurre lo mismo: se encuentran la miseria y la misericordia.

Podría servir para un rato de oración las miradas de Jesús a la samaritana, a Magdalena, al Hijo pródigo, a Zaqueo, al joven rico, a la mujer adúltera, a María al pie de la cruz, al Discípulo Amado

Acusar, denunciar, delatar, condenar a los demás no es una actitud muy cristiana precisamente, ni tan siquiera humana. Lo cristiano y lo humano va más por la discreción, el silencio, por el no ser un chismoso, no airear cuestiones, defectos, pecados. El cristianismo es el perdón y la misericordia

Algo de todo eso es el pudor: saber declinar discretamente la mirada y la palabra ante un pecado, ante una situación oscura, turbia, ante una enfermedad, etc.

Por otra parte, ¿Qué sabemos nosotros de la vida, del recorrido y sufrimientos de una persona, de una familia? ¿Quiénes somos para hablar, ni juzgar a nadie? Harto tenemos con mirarnos a nosotros mismos y pedir perdón por “lo nuestro”.

08.- La Iglesia y la misericordia.

La Iglesia, más bien la jerarquía, no tiene comportamientos muy cristianos, puesto que echa mano de la condena, del castigo, de la excomunión, la suspensión “a divinis”, de prohibir la palabra, la docencia, de retener pecados, etc.

Una Iglesia de misericordia es creíble. No sé si la Iglesia llegará a ser sinodal, bastaría con que fuese buena y misericordiosa.

Se nos ha ido la mano condenando, culpabilizando, echando en cara, descalificando a los separados y divorciados, quitando libros de las librerías y prohibiéndolos en las aulas, etc.

La misericordia es un valor esencialmente cristiano. No condenemos a nadie.

Si salimos de la Eucaristía de hoy con la conciencia en paz de Dios y de que Cristo tampoco nos condena a nosotros, habremos comenzado a ser cristianos.

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“Todos necesitamos perdón”. 5 de Cuaresma – C ( Juan 8,1-11)

Domingo, 7 de abril de 2019
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cristo_y_la_mujer_adultera_de_domenico_morelli_museo_del_pradoSegún su costumbre, Jesús ha pasado la noche a solas con su Padre querido en el Monte de los Olivos. Comienza el nuevo día, lleno del Espíritu de Dios que lo envía a «proclamar la liberación de los cautivos… y a dar libertad a los oprimidos». Pronto se verá rodeado por un gentío que acude a la explanada del templo para escucharlo.

De pronto, un grupo de escribas y fariseos irrumpe trayendo a «una mujer sorprendida en adulterio». No les preocupa el destino terrible de la mujer. Nadie le interroga de nada. Está ya condenada. Los acusadores lo dejan muy claro: «En la Ley de Moisés se manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?».

La situación es dramática: los fariseos están tensos, la mujer angustiada, la gente expectante. Jesús guarda un silencio sorprendente. Tiene ante sí a aquella mujer humillada, condenada por todos. Pronto será ejecutada. ¿Es esta la última palabra de Dios sobre esta hija suya?

Jesús, que está sentado, se inclina hacia el suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra. Seguramente busca luz. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la Ley. Él les responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella mujer y sus acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón de Dios.

Los acusadores solo están pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Jesús cambiará la perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. Ante Dios, todos han de reconocerse pecadores. Todos necesitamos su perdón.

Como le siguen insistiendo cada vez más, Jesús se incorpora y les dice: «Aquel de vosotros que no tenga pecado, puede tirarle la primera piedra». ¿Quiénes sois vosotros para condenar a muerte a esa mujer, olvidando vuestros propios pecados y vuestra necesidad del perdón y de la misericordia de Dios?

Los acusadores se van retirando uno tras otro. Jesús apunta hacia una convivencia donde la pena de muerte no puede ser la última palabra sobre un ser humano. Más adelante, Jesús dirá solemnemente: «Yo no he venido para juzgar al mundo sino para salvarlo».

El diálogo de Jesús con la mujer arroja nueva luz sobre su actuación. Los acusadores se han retirado, pero la mujer no se ha movido. Parece que necesita escuchar una última palabra de Jesús. No se siente todavía liberada. Jesús le dice: «Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante no peques más».

Le ofrece su perdón, y, al mismo tiempo, le invita a no pecar más. El perdón de Dios no anula la responsabilidad, sino que exige conversión. Jesús sabe que «Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva».

José Antonio Pagola

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“El que esté libre de pecado que le tire la primera piedra” Domingo 07 de marzo de 2019. 5º de Cuaresma

Domingo, 7 de abril de 2019
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21-cuaresmaC5 cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 43, 16-21: Mirad que realizo algo nuevo y apagaré la sed de mi pueblo.
Salmo responsorial: 125: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Filipenses 3, 8-14: Por Cristo lo perdí todo, muriendo su misma muerte.
Juan 8, 1-11: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.

El texto del discípulo de Isaías es característico de su teología. Se lo ha llamado con frecuencia el “profeta del nuevo éxodo” (35,6; 41,18ss) y el texto que comentamos lo muestra claramente. Con la fórmula clásica del “enviado” (“así dice…”) comienza la unidad; como ocurre con mucha frecuencia Dios es presentado por lo que “hace”. La misma concluye en el v.21 ya que en v.22 comienza un nuevo oráculo de estilo muy diferente, con lo que el texto de la liturgia presenta claramente una unidad “redonda”. El estilo es hímnico, como se nota en los paralelismos (semejante a 40,22s; Sal 104,2ss; 136,5ss).

Es interesante que presenta una larga introducción (vv.16-17) sobre el pasado haciendo memoria de los acontecimientos del éxodo (Ex 13-14), pero con una serie de tiempos verbales que debemos tener presentes ya que se los dos primeros son participios (que traza, que hace salir), los dos segundos son imperfectos (se echarán, no se levantarán) y recién los dos últimos son imperfectos, y claramente pasados (se apagaron, se extinguieron), por lo que el marco principal es el presente que pone al lector “en medio” de los acontecimientos, con lo que recuerda a Israel que su fe no radica en los acontecimientos del pasado sino en Dios que “hace” esas cosas.

Lo llamativo es que después de toda esta introducción nos viene a decir en v. 18: “no se acuerden de las cosas pasadas” (no debe leerse como pregunta, como hacen algunas Biblias); las cosas “pasadas” son las del éxodo, como vemos en 41,22; 42,9; 43,9; 49,9; 48,3. ¿Por qué no recordar lo que acaba de poner en la memoria? La memoria (“¡recuerda!”) es fundamental en Israel (Sal 78), y por eso es importante la historia. Ciertamente porque lo que viene “es nuevo”, ya no estamos ante un río que se seca para que un pueblo pase, sino ante un desierto que se llena de agua para que el pueblo beba; lo nuevo es el camino en el desierto (35,8-10; 40,3-4), y el agua y la vegetación en ese lugar (35,6-7; 41,18-19). Es interesante recordar que el desierto es -para el tiempo del éxodo- un lugar terrible (“enorme y temible”, Dt 1,19; 8,15), allí Dios dio agua de la roca, y alimento del cielo; lo que ahora va a realizar —y realiza— es notablemente superior que hace empalidecer lo “antiguo”. Los acontecimientos que narra nos recuerdan lo que nos dice que no debemos recordar, y ahora en imperfecto: es algo que “se está haciendo”. Entre la doble referencia al agua en el desierto, aparece una extraña imagen: los que glorifican a Dios son los animales del desierto, no el pueblo (aunque estos parecen ocupar su lugar, como es frecuente, por ejemplo en los sacrificios, y se confirma en el relato con la doble referencia “mi pueblo, mi elegido”). Es este pueblo el que contará las alabanzas de Yavé (ver 43,10; 44,8), y es presentado como el pueblo que “me modelé”, con lo que regresamos a las imágenes de creación, muy frecuentes en el discípulo de Isaías (ver 43,1.7).

Lo que quiere destacar el autor es que no hay que quedarse en los acontecimientos del pasado por más maravillosos que hayan sido; quedarse en los acontecimientos y no en Dios es una forma sutil de idolatría, lo que hay que recordar es a Dios que es quien las hizo, hace y hará. El éxodo es el acontecimiento arquetípico y por eso es modelo de acontecimientos nuevos, no es algo en lo que Dios se ha estancado en el pasado. La “sola memoria” puede ser peligrosa, no puede ser un permanecer “estancados”, no tiene valor si no va acompañada de la esperanza, si no prepara futuro.

En la carta a los Filipenses vemos que lo que ha cambiado a Pablo dando un nuevo enfoque a su vida es el “conocimiento de Cristo Jesús”. Es cierto que otro “conocimiento” puede ser inútil o hasta perverso, pero si de conocimiento de Cristo se trata, ese llegará a su plenitud al final de los tiempos donde “conoceré, como soy conocido (por Dios)”, 1 Cor 13,12. Todo es “a causa de Cristo” (v.7). La esperanza judía en el mesías era ciertamente futura, pero Pablo es consciente que ya ha conocido. Sin embargo, todas las esperanzas de Israel, que tan bien quedan expresadas en Rom 9,4-5 no han “conocido” y han quedado al margen. Esto es, para Pablo, un motivo de gran dolor, como lo manifiesta especialmente (9,3). Pero para Pablo, todo lo que preparaba la llegada de Cristo, ya no tiene sentido, como el pedagogo (Gal 3,24-25) no tiene sentido una vez que el niño ha llegado a la escuela a la cual él lo llevaba. Es importante notar como Pablo empieza a poner los cimientos para una marcada separación entre Israel y la Iglesia, todo lo anterior, en comparación con Cristo es nada menos que estiércol.

El lenguaje que Pablo destaca es económico “pérdida – ganancia” pero sobre todo deportivo. Pablo pretende (notar la semejanza con el lenguaje de 1 Cor 13 que acabamos de mencionar): “ganar a Cristo y ser encontrado por él”. Las imágenes deportivas no son extrañas a Pablo (1 Cor 9,24-27; 2 Cor 4,8-9), y le sirven a Pablo como un ejemplo más para destacar algo que ya ha comenzado pero aún no ha concluido. Sin embargo, Pablo no pretende que las imágenes sean suficientes, él no corre con sus propias fuerzas, no espera llegar con su “justicia”, no lo ha alcanzado sino que fue él mismo alcanzado por Cristo . Aunque más “al pasar” que en Gálatas y Romanos, queda planteado el tema de la fe y las obras. Pablo sabe que colabora con la obra de Dios, pero sabe que no son sus fuerzas las que le permiten alcanzar la meta (notar esto tan característico de Pablo: conocer – ser conocido, ganar – ser hallado, alcanzar – ser alcanzado). La justificación -la meta- sólo puede venir de la iniciativa de Dios, no por la ley sino por la fe.

Como no conocemos el contexto de este relato del evangelio de Juan, que es un relato añadido, no sabemos las razones por las cuales a Jesús quieren “ponerle una trampa”. Pero dada la semejanza con los acontecimientos del final de la vida de Jesús, según nos cuentan los Sinópticos, podemos pensar que el drama ya se ha desencadenado y se pretende por todos los medios encontrar argumentos para un juicio que ya está decidido. En ese sentido, el texto es semejante al de la moneda del impuesto al César. Tampoco es fácil saber exactamente cuál es la trampa, pero parece ser ponerlo en la disyuntiva entre ser fiel a la ley de Moisés, y consentir en que la adúltera sea apedreada, con lo que su insistencia en la misericordia se revela “hipócrita”, o insistir en la misericordia con lo que se manifiesta como infiel a lo mandado por Moisés.

A Jesús no van a buscarlo porque confíen en su buen criterio o porque reconozcan autoridad a su palabra, o porque él pueda decidir la suerte de la mujer. En realidad, en este drama ni Jesús ni la mujer son importantes. Ambos son rechazados por los escribas y fariseos. Jesús, porque buscan atraparlo, la mujer porque es una simple excusa para ese objetivo. Por eso, porque su palabra en realidad no importa es que el Señor se inclina para escribir en tierra. Manifiesta su desinterés por la cuestión, como ellos también la manifiestan.

Somos tan prontos a juzgar y condenar, nosotros los hombres. ¡Es tan fácil en este caso! Nada menos que una adúltera, descubierta en plena infidelidad. Hay que aplicarle el rigor de la ley: ¡debe ser apedreada! De paso, veremos cuánto de fiel a la ley es Jesús. La actitud del Señor no parece ser muy atenta; casi, hasta parece indiferente … Juzgar y condenar, en nuestras actitudes, muchas veces van de la mano, se le parecen. Los hombres ya condenaron, falta que hable Jesús, para condenarlo también a él.

¿Sexo? ¡Horror! Para tantos, todavía sigue siendo el más grave y horroroso de los pecados. Es cierto que muchas veces nos hemos ido al otro extremo, y no hablamos ya del tema, pero cuántas veces nos encontramos con actitudes o comentarios que parecen que el único pecado existente es el pecado sexual. La envidia, la ambición, la falta de solidaridad, la injusticia, la soberbia, y tantos otros, parecen no existir en la “lista”. El sexo es “el” pecado. Esa es, también, la actitud de los acusadores de la mujer: fue descubierta en pleno pecado, ¡debe ser apedreada! “-Muy bien, el que no tenga pecado, tire la primera piedra“. Y, casualmente, los primeros en retirarse son los ancianos, los que ya no tienen “ese” pecado. Muchos pecados hay, no uno, pero nosotros juzgamos, ¡y hasta condenamos!

Sería casi sin sentido hacer una lista de todos los pecados de nuestro presente; sería sin sentido porque sería interminable: basta con leer casi cada página de los diarios… ¿Quién considera pecado sus opciones políticas que miran sus intereses y no lo que mejor beneficie la causa de los pobres? ¿Quién considera pecado su falta de solidaridad con los marginados de su mismo barrio o región? ¿Quién considera pecado su “no te entrometas“, o su falta de compromiso político para que los pecados desaparezcan?… Y, en esa misma línea: ¿quién no considera un pecado atroz y gravísimo a una madre soltera, o todo lo relacionado con el sexo?, ¿quién no considera verdaderamente intolerable toda cercanía siquiera con prostitutas…?

Este, que hoy leemos, fue el texto comentado por monseñor Romero en su célebre última homilía: “No encuentro figura más hermosa de Jesús salvando la dignidad humana, que este Jesús que no tiene pecado, frente a frente con una mujer adúltera… Fortaleza pero ternura: la dignidad humana ante todo… A Jesús no le importaban (los) detalles legalistas… Él ama, ha venido precisamente para salvar a los pecadores… convertirla es mucho mejor que apedrearla, ordenarla y salvarla es mucho mejor que condenarla… Las fuentes (del) pecado social (están) en el corazón del hombre… nadie quiere echarse la culpa y todos son responsables… de la ola de crímenes y violencia… la salvación comienza arrancando del pecado a cada hombre.” “–No peques más”. Leer más…

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Dom 7.4.19. Una sociedad patriarcal estructuralmente adúltera (Jn 8, 1-11)

Domingo, 7 de abril de 2019
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A02B3A9C-77EB-44D7-8695-18EDC7372A15Del blog de Xabier Pikaza:

Quien este libre de pecado (adulterio) que tire la primera piedra… y todos se fueron

El perdón de la adúltera, tarea pendiente de la Iglesia

El adulterio es con el homicidio (violencia social) y el robo (violencia económica) el pecado o problema más fuerte de la humanidad, tanto en las sociedades tradicionales, donde se lapida a las adúlteras (sharía musulmana, Antiguo Testamento) como en las “modernas”, donde un tipo de infidelidad personal (femenina o masculina) y de justicia destruya las relaciones humana.

De ese tema trata en forma sorprendente el evangelio de hoy que se vincula y distingue del “paralelo” de Daniel 13,  que condena a los malos jueces individuales, pero deja intacto el orden patriarcal adúltero de la sociedad. Por el contrario, Juan 8 condena a la sociedad patriarcal como adúltera,  en su conjunto, una sociedad judicial de varones-presbíteros-jueces que que condena y lapida a las mujeres a las que ella misma hace adúlteras.

Es un texto de varones justos (jueces) que se atreven a juzgar y condenar a una mujer, por considerar que ella es adúltera y que merece ser condenada, para que los hombres patriarcales (buenos esposos) puedan caminar tranquilos, sabiendo que sus mujeres no les engañan y que los hijos que engendran son “suyo”. Más que el adulterio concreto de una “pobre” mujer, al texto le importa el adulterio estructural de la sociedad.

           La mujer puede ser adúltera (en el caso de Jesús), pero adúlteros de fondo y hasta el fin son los otros, es decir, los malos jueces patriarcales que quieren condenarla a muerte a la mujer, pero que al fin (conforme al evangelio) deben reconocer su propia culpa…

  Leído así ese texto de Jn 8 (con su paralelo de Dan 13) constituye un espléndido espejo de nuestra realidad, revelación y condena de la hipocresía e injusticia social y afectiva de nuestro mundo patriarcal y judicial, antiguo y moderno. Ciertamente, es un texto de piedad y de misericordia personal, y así se ha leído en la Iglesia a lo largo de los siglos. Pero, al mismo tiempo, es un texto de dura justicia y de supra‒justicia, un texto escandaloso, socialmente desestabilizador, y gran parte de la Iglesia (y de la sociedad patriarcal) no ha sabido aún qué hacer con él, cómo aplicarlo y actualizarlo. Éste será el momento para empezar a hacerlo.

Y con ese fin queremos empezar leyendo el texto, para presentar después algunas anotaciones, comparándolo después  con el texto paralelo/antitético de Susana (Dan 13), y comentarlo finalmente de manera más extensa:

Texto: Juan 8, 1-11

5CAE925B-FCBB-45BD-B813-8394CA68DF74En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices? “Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.”

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.

Y quedó sólo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?” Ella contestó: “Ninguno, Señor.” Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.”

PREGUNTAS INICIALES

         Ésta y otras preguntas se pueden seguir planteando incluso en nuestra sociedad donde el adulterio de la mujer no está ya condenado a muerte. Para responder a ellas quiero evocar el texto paralelo de Dan 13 para pasar después a la escena del evangelio.

DANIEL Y SUSANA, EL TRIUNFO DE LA JUSTICIA

La historia de Susana (Dan 13) es una dura narración edificante, recogida por la tradición judía (sólo en griego: LXX) para expresar la sabia justicia de la ley, a través de Daniel. Suponemos conocido el texto, limitándonos a evocar sus rasgos principales:

– Susana es rica, bella, justa: signo de los auténticos judíos que reciben en el mundo la gracia y bendición (cf. Dan 13, 57).  Dios la prueba, pero ayudada por Daniel (=Juez justo o Juez de Dios), ella sale victoriosa.

– Los jueces (ancianos) perversos son los malos israelitas que con su autoridad oprimen al pueblo (cf. 13, 52-53; 56-67). Parecen al principio victoriosos, pero Daniel descubre su engaño y, según talión, son condenados .

Esta es una historia de justicia de ley. Hay un momento en que las cosas parecen cruzarse y confundirse: va a morir Susana, triunfan los impíos, se invierte y conculca al derecho de Dios sobre la tierra. Pero luego, respondiendo a la plegaria de la inocente (13, 42-44), interviene Dios y responde con su juicio. No hay perdón sino justicia: se cumple la ley con Susana, y goza la gente cuando la declaran inocente; se cumple la justicia con los jueces, que reciben el castigo que querían imponer sobre ella. No hay lugar para el perdón: la justicia del talión, al fin cumplida, es signo de Dios sobre la tierra.

Dentro de su aparente ingenuidad, el texto es hiriente. En el centro de la escena nos pone el cuerpo de una mujer desnuda, en medio de un parque convertido casi en paraíso (como en Gen 2). Sin duda, la mujer es inocente, pero, vista en perspectiva de varones ansiosos, ella puede parecer provocadora: signo del deseo que se abre en medio de la naturaleza que invita al deseo (en un parte, con agua…). Los dos jueces no saben resistir a la llamada de aquel cuerpo y se unen para poseerla, poniendo la ley de su deseo por encima de las leyes religiosas y/o sociales que deberían sancionar sus juicios.

La mujer está atrapada en una contradicción que parece insoluble: por el hecho de ser mujer y bella, cuerpo que se imagina desnudo en el parque, excita a los varones. Ella permanece fiel a la ley de un marido que permanece oculto (ley de Dios) y parece condenada a morir en manos del juicio perverso de este mundo.

– Los jueces representan la justicia pervertida de los varones violadores (de la sociedad patriarcal adúltera y lapidadora) sobre la mujer indefensa, la autoridad al servicio de los propios deseos. De esa forma reflejan el destino ordinario de mundo: la batalla de deseos y contra-deseos donde la fiel Susana, por bella y débil, parece condenada a violación y muerte.

La mayor parte de las historias no contadas de este mundo acaban ahí: Susana inocente sucumbe víctima del deseo de los violentos pervertidos. La riqueza y belleza (parque, agua, cuerpo joven) excitan y nublan la vista de los jueces de la tierra. Es difícil romper el círculo de sus  envidias y deseos. En esta especie de paraíso invertido (parque con agua y árboles, lugar de gozo bueno), los mismos jueces de Dios se vuelven tentación (diablo) y la vida acaba siendo escenario de mentira, violación y muerte.

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Dos conversiones distintas y parecidas. Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo C.

Domingo, 7 de abril de 2019
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hipocresia-proxenetismo_image006Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:
 Los domingos anteriores han tratado el tema de la conversión con distintos enfoques: amenazando con un final trágico a los que no se conviertan, pero concediendo un año de plazo para evitar la desgracia (domingo 3º); acogiendo al hijo pródigo, que se convierte por puro egoísmo, pero que da una inmensa alegría al padre con su vuelta (domingo 4º). En este quinto domingo habla del mejor recurso para convertirse: el contacto con Jesús, como lo demuestran una adúltera y un fariseo radical y violento.

¿Qué hacemos con la adúltera?

El evangelio parte de un hecho concreto: una mujer sorprendida en adulterio. Se trata de un pecado condenado en todas las legislaciones antiguas y en el Decálogo. El problema que plantean a Jesús es qué hacer con la adúltera. Del tema ya se habían ocupado los legisladores antiguos. Recojo tres opiniones.

La ahogamos con el adúltero (Código de Hammurabi)

Es la respuesta del famoso Código de Hammurabi, rey de Babilonia muerto hacia 1750 a.C. En el párrafo 129 dictamina: “Si la esposa de un hombre es sorprendida acostada con otro varón, que los aten y los tiren al agua [al río Éufrates]; si el marido perdona a su esposa la vida, el rey perdonará también la vida a su súbdito.” Adviértase que la ley empieza por la mujer, pero los dos merecen la condena a muerte, aunque cabe la posibilidad de que el marido perdone.

La apedreamos (escribas y fariseos)

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?” Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

El apedreamiento es el procedimiento más frecuente en la Biblia para ejecutar a un culpable. Cosa lógica ya que en Israel no abunda el agua, como en Babilonia, y sí las piedras. Sin embargo, estos escribas y fariseos no habrían aprobado un examen de Biblia por dos motivos.

1) La Ley de Moisés, que usa a menudo el verbo “apedrear” para hablar de un castigo a muerte, nunca lo aplica al adulterio. El texto que podrían invocar sería este del Deuteronomio: “Si uno encuentra en un pueblo a una joven prometida a otro y se acuesta con ella, los sacarán a los dos a las puertas de la ciudad y los apedrearán hasta que mueran: a la muchacha porque dentro del pueblo no pidió socorro y al hombre por haber violado a la mujer de su prójimo” (Dt 22,23-24). Pero esta ley no habla de adulterio, sino de violación (aparentemente consentida) de una muchacha.

2) Si tienen tanto interés en cumplir la Ley de Moisés, al primero que deberían haber traído ante Jesús es al varón, ya que también a él lo han sorprendido en adulterio y por él comienza la ley (“Si uno encuentra a una joven…y se acuesta con ella”). Hay un caso en el que solo se habla de apedrear a la muchacha, pero tampoco se trata de adulterio, sino de la que ha perdido la virginidad mientras vivía con sus padres. Cuando se casa, su marido lo advierte y lo denuncia, si la denuncia es verdadera “sacarán a la joven a la puerta de la casa paterna y los hombres de la ciudad la apedrearán hasta que muera, por haber cometido en Israel la infamia de prostituir la casa de su padre. (Dt 22,20-21).

¿Cómo puede un escriba, con tantos años de estudios bíblicos, cometer estos errores elementales? ¿Por ignorancia? ¿Por el deseo de interpretar la ley de la forma más rigurosa posible? ¿Para poner a Jesús en un aprieto y poder acusarlo, como dice Juan? Efectivamente, si la perdona, no cumple la ley; si dice que la apedreen, demuestra que no tiene esa compasión de la que tanto presume.

La perdonamos (Jesús)

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: “El que no tiene pecado, que le tire la primera piedra.” E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?” Ella contestó: “Ninguno, Señor.” Jesús dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.”

Jesús no precipita su respuesta. Le piden una opinión (“¿qué dices tú?”) pero se calla la boca y escribe en el suelo. Ellos insisten. Buscan lana y salen tranquilados. “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”. El principal pecado de escribas y fariseos no es la ignorancia, ni el rigorismo, sino la hipocresía.

Cuando se retiran, solo quedan Jesús y la mujer, ella de pie en el centro. Un imagen de gran impacto, digna de la mejor película. Por suerte para la mujer, Jesús no es un confesor a la vieja usanza. No le pregunta cuántas veces ha cometido adulterio, con quién, dónde, cuándo. Se limita a dos preguntas breves (“¿dónde están?, ¿nadie te ha condenado?”) y a la absolución final: “Yo tampoco te condeno. Ve y en adelante no peques más”.

A veces se habla de la actitud de Jesús con los pecadores de forma muy ligera, como si los abrazase y aceptase su forma de vida. Pero a la mujer no le dice: “No te preocupes, no tiene importancia; ya sabes a quién tienes que acudir la próxima vez”. Lo que le dice es: “en adelante no peques más”. Se lo dice por su bien, no porque corra peligro de ser apedreada. A este caso, cambiando de género, se puede aplicar el proverbio bíblico: “El adúltero es hombre sin juicio, el violador se arruina a sí mismo” (Prov 6,32). Eso es lo que Jesús no quiere, que la mujer se arruine a sí misma.

El buen ejemplo de los escribas y fariseos

A pesar de su hipocresía y mala idea, hay que reconocerles algo bueno: se van retirando poco a poco, empezando por los más viejos. Hoy día, somos muchos los que conocemos la opinión de Jesús pero seguimos considerándonos buenos y no vacilamos en apedrear (más con palabras y juicios condenatorios que con piedras) a quien hemos elegido como víctima.

Nota: Un texto escandaloso

Este pasaje del evangelio es de los más desconcertantes para los especialistas. Forma parte del evangelio de Juan, pero falta en los mejores manuscritos, códices y leccionarios; otros lo trasladan al final del evangelio de Juan; y algunos lo traen en el evangelio de Lucas (después de 21,38s o de 24,53). Como si hubiese sido una hoja suelta que muchos dudaban de incluir y otros no sabían dónde meter.

No es raro que este pasaje provocase dificultades. Con el criterio “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra” podrían verse libres desde los terroristas del Isis hasta los ladrones de guante blanco. Naturalmente, no es eso lo que pretende Jesús. Sus palabras finales a la mujer, “no peques más”, dejan claro que no defiende un mundo en el que cada cual hace lo que quiere.

La conversión del fariseo radical y violento (2ª lectura: Filipenses 3,8-14))

La lectura de Pablo a los Filipenses no cuenta su conversión, pero hace un balance de su vida antes y después de ella. Antes se gloriaba de ser israelita de pura cepa, de la tribu de Benjamín (¡ocho apellidos vascos!), circuncidado a los ocho días, estrictísimo en la observancia de la Ley, perseguidor de los cristianos. De todo estaba enormemente orgulloso hasta que descubrió a Cristo. A partir de ese momento, su vida cambia. Todo lo anterior lo considera basura. Él estaba obsesionado con salvarse, pero la Ley de Moisés no puede salvarlo, solo la fe en Cristo. Por eso, lo único importante es conocerlo cada vez mejor, compartir sus sufrimientos, resucitar con él. Pablo ve su vida como una extraña carrera. Ya le ha concedido el primer premio, pero debe seguir corriendo hacia la meta, sin mirar atrás.

La adúltera y el fariseo

A pesar de las diferencias, hay algo común a la conversión de estas dos personas: el contacto con Jesús. Lo cual supone una gran novedad con respecto al mensaje de los domingos anteriores. Ahora, lo que provoca la conversión no es el miedo, ni el hambre, sino la relación personal con el Señor. Relación a la que se llega por caminos muy diversos: en el caso de la adúltera, son sus enemigos quienes la llevan ante Jesús; en el caso de Pablo, es Jesús quien le sale al encuentro. Este encuentro personal con él es la única garantía de una conversión auténtica y duradera.

El éxodo antiguo y el nuevo (1ª lectura: Isaías 43,16-21)

La primera lectura sigue recordando momentos capitales de la Historia de la salvación: Abrahán, Moisés, Josué. Hoy se contraponen el éxodo de Egipto, con la gran victoria sobre el ejército del faraón, y el nuevo éxodo de Babilonia, en el que Dios protegerá a su pueblo durante la marcha por el desierto. El peligro de los israelitas es seguir soñando con lo antiguo. Y el profeta le dice: “no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo”. Curiosamente, coincide con lo que dice Pablo en la segunda lectura: “olvidándome de lo que queda atrás, me lanzo a lo que está por delante”.

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V Domingo de Cuaresma. 07 abril, 2019

Domingo, 7 de abril de 2019
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Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
“el que esté sin pecado, que tire la primera piedra”.
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo”

(Jn 8, 1-11)

Dime, Maestro: ¿qué escribías en el suelo? Siempre que vuelve este texto me lo pregunto… y algunas veces hasta me lo he contestado: palabras de perdón, de reconciliación, de comprensión… Pero hoy que aparece el texto me lo vuelvo a preguntar: ¿qué escribías en el suelo?, ¿qué escribes hoy en el suelo?, ¿qué palabras tienes para quienes me acusan, me persiguen, me entregan?

Sí, lo hacen conmigo, pero sobre todo con otras tantas personas, especialmente mujeres, en demasiados lugares de nuestro mundo. Hoy, ahora, una mujer está siendo acusada, vejada, puesta en evidencia…como lo fue la mujer sorprendida en adulterio en el Templo. Y me pregunto: ¿tendrá la mujer de hoy quien la defienda, quien la dignifique, quien escriba en el suelo de su historia palabras de liberación y de perdón?

Y me brota del corazón un deseo: ¡Hazme palabra, Jesús! Una palabra que Tú escribas hoy en nuestro suelo. Una palabra de consuelo. Una palabra de ánimo. Una palabra de lucha. Una palabra de dignidad. Una palabra de confrontación. Una palabra de perdón.

Haznos a todos “palabra”, como aquellas palabras que un día escribiste en el suelo del Templo. Palabras silenciosas que hicieron caer las piedras, los juicios y las condenas. Palabras escondidas que ablandaron corazones endurecidos y convirtieron la condena de la ley en el encuentro con el amor misericordioso. Palabras que rozaron el corazón herido de una mujer y le devolvieron la dignidad y la luz que necesitaba para caminar. Palabras que cambian el rumbo de la historia y la adentran por los senderos del Reino.

Oración

“Gracias, Trinidad Santa,
por escribir en el suelo de nuestro hoy
las letras suaves de tu amor y tu ternura para con nosotras.”

 

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

***

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¿En nombre de qué Dios seguimos condenando?

Domingo, 7 de abril de 2019
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F713D2C2-CD60-4215-A3A7-1AB96050B308Jn 8,1-11

La principal característica de las tres lecturas de hoy es que nos invitan a mirar hacia adelante. Isaías, desde la opresión del destierro, promete algo nuevo para su pueblo. Pablo quiere olvidarse de lo que queda atrás y sigue corriendo hacia la meta. Jesús abre a la adúltera un horizonte de futuro que los fariseos estaban dispuesto a cercenar. El encuentro con el verdadero Dios nos empuja siempre hacia lo nuevo. En nombre de Dios nunca podemos mirar hacia atrás. A Dios no le interesa para nada nuestro pasado. A mí debía interesarme, solo en cuanto me permite descubrir mis verdaderas posibilidades de futuro.

El texto que acabamos de leer, está en un contexto artificial. No se encuentra en ningún otro evangelista y, seguramente ha sido añadido al evangelio de Jn. No aparece en los textos griegos más antiguos y ninguno de los Santos Padres lo comenta. Está más de acuerdo con la manera de redactar de Lc; incluso aparece incorporado a este evangelio en algunos códices. Está garantizado que es un relato muy antiguo y su mensaje está muy de acuerdo con todos los evangelios, incluido el de Juan. Puede ser que la supresión y los cambios se deban a su mensaje de tolerancia, que se podía interpretar como laxitud o permisividad.

En el relato, se destaca de manera clara el “fariseísmo” de los letrados y fariseos, acusando a la mujer y creyéndose ellos puros. No aceptan las enseñanzas de Jesús, pero con ironía le llaman “Maestro”. El texto nos dice expresamente que le estaban tendiendo una trampa. En efecto, si Jesús consentía en apedrearla, perdería su fama de bondad e iría contra el poder civil, que desde el año treinta había retirado al Sanedrín la facultad de ejecutar a nadie. Si decía que no, se declaraba en contra de la Ley, que lo prescribía expresamente. Como tantas veces, los jefes religiosos están buscando la manera de justificar la condena de Jesús.

Si los pescaron “in fraganti”, ¿dónde estaba el hombre? (La Ley mandaba matar a ambos). Se consideraba adulterio la relación de un hombre con una mujer casada, no con una soltera. Se trataba de un pecado contra la propiedad, porque la mujer se consideraba propiedad del marido. Cuando el marido era infiel a su mujer con una soltera, su mujer no tenía ningún derecho a sentirse ofendida. Hoy seguimos midiendo con distinto rasero la infidelidad del hombre y de la mujer. Qué pocas veces se tiene esto en cuenta.

No se trata, pues, de un pecado sexual sino de un pecado contra la propiedad privada. Llevamos dos milenios tergiversando los textos con la mayor naturalidad. Decimos “palabra de Dios” pero no tenemos empacho alguno a la hora de distorsionarla. La Biblia apenas habla de la sexualidad, no era para ellos un problema, no estaban obsesionados con el tema. La obsesión enfermiza que nos ha inoculado la Iglesia no tiene nada que ver con el mensaje de la Biblia. Ni el AT ni el NT hacen hincapié en un tema que nos ha traumatizado a todos.

Aparentemente Jesús está dispuesto a que se cumpla la Ley, pero pone una simple condición: que tire la primera piedra el que no tenga pecado. El tirar la primera piedra era obligación o “privilegio” del testigo. De ese modo se quería implicar de una manera rotunda en la ejecución y evitar que se acusara a la ligera a personas inocentes. Tirar la primera piedra era responsabilizarse de la ejecución. Nos está diciendo que todos aquellos hombres acusaban, pero nadie quería hacerse responsable de la muerte de la mujer.

En contra de lo que nos repetirán hasta la saciedad durante estos días, Jesús perdona a la mujer antes de que se lo pida; no exige ninguna condición. No es el arrepentimiento ni la penitencia lo que consigue el perdón. Por el contrario, es el descubrimiento del amor incondicional lo que debe llevar a la adúltera al cambio de vida. Tenemos aquí otro gran tema para la reflexión. El “perdón” por parte de Dios es lo primero. Cambiar de perspectiva será la consecuencia de haber tomado conciencia de que Dios es Amor y está en mí.

Es incomprensible e inaceptable que después de veinte siglos, siga habiendo cristianos que se identifiquen con la postura de los fariseos. Sigue habiendo “buenos cristianos” que ponen el cumplimiento de la “Ley” por encima de las personas. La base y fundamento del mensaje de Jesús es precisamente que, para el Dios de Jesús, el valor primero es la persona de carne y hueso, no la institución ni la “Ley”. El PADRE estará siempre con los brazos abiertos para el hermano menor y para el mayor. El Padre no puede dejar de considerar hijo a nadie.

La cercanía, que manifestó Jesús hacia los pecadores, no podía ser comprendida por los jefes religiosos de su tiempo porque se habían hecho un Dios a su medida, justiciero y distante. Para ellos, el cumplimiento de la Ley era el valor supremo. La persona estaba sometida al imperio de la Ley. Por eso no tienen ningún reparo en sacrificar a la mujer en nombre de ese Dios inmisericorde. Jesús nos dice que la persona es el valor supremo y no puede ser utilizada como medio para conseguir nada. Todo tiene que estar al servicio del individuo.

Ni siquiera debemos estar mirando a lo negativo que ha habido en nosotros. El pecado es siempre cosa del pasado. No habría pecado ni arrepentimiento si no tuviéramos conciencia de que podemos hacer las cosas mejor. Con demasiada frecuencia la religión nos invita a revolver en nuestra propia mierda sin hacernos ver la posibilida­d de lo nuevo, que sigue estando ahí, a pesar de nuestros fallos. Dios es plenitud y nos está siempre atrayendo hacia Él. Esa plenitud, hacia la que tendemos, siempre estará más allá pero siempre alcanzable.

En la relación con el Dios de Jesús tampoco tiene cabida el miedo. El miedo es la consecuencia de la inseguridad. Cuando buscamos seguridades, tenemos asegurado el miedo. Miedo a no conseguir lo que deseamos, o miedo a perder lo que tenemos. Una y otra vez, Jesús repite en el evangelio: “no tengáis miedo”. El miedo paraliza nuestra vida espiritual, metiéndonos en un callejón sin salida. El descubrimiento del verdadero Dios tiene que ser siempre liberador. La mejor prueba de que nos relacionamos con un ídolo, creado por nosotros y no con el verdadero Dios, es que nuestra religiosidad produce miedos.

El evangelio nos descubre la posibilidad que tiene el ser humano de enfocar su vida de una manera distinta. La “buena noticia” consiste en que el amor de Dios es incondicional, no depende de nada ni de nadie. Dios no es un ser que ama sino el amor. Su esencia es amor y no puede dejar de amar sin destruirse. Nosotros seguimos empeñados en mantener la línea divisoria entre el bueno y el malo. Lo que hace Jesús es destruir esa línea divisoria. ¿Quién es el bueno y quién es el malo? ¿Puedo yo dar respuesta a esta pregunta? ¿Quién puede sentirse capacitado para acusar a otro? El fariseísmo sigue arraigado en nosotros.

Recordemos el evangelio del domingo pasado. La adúltera ha desplegado el hermano menor y se cree digna de condena. Los fariseos actúan desde el hermano mayor y se creen con derecho a condenar. Jesús está ya identificado con el Padre y unifica los tres. Tanto el menor como el mayor tienen que ser superados. Una vez más descubrimos que el menor está dispuesto a cambiar con más facilidad que el mayor. Seguimos empeñados en echar la culpa al otro, y en consecuencia, siempre será el otro el que tiene que cambiar.

Meditación

Quien condena no habla en nombre de Dios.
Si uno te ayuda a descubrir tus fallos,
te está ayudando a encontrar el camino de tu plenitud.
Si alguien te convence de que eres una mierda,
te está metiendo por un callejón sin salida.
Sea cual sea tu situación, siempre hay una salida.

Fray Marcos

 Fuente Fe Adulta

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Dirigirse al monte

Domingo, 7 de abril de 2019
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MOnte TaborCada vez que caminamos por la naturaleza recibimos mucho más de lo que buscamos” (John Muir)

7 de abril. Domingo V de Cuaresma.

Jn 8, 1-11

Jesús se dirigió al monte de los Olivos

La palabra monte, sinónimo de montaña se utiliza incontable número de veces en la Biblia. No solamente en el Antiguo Testamento sino también en el Nuevo.

Desde el Génesis 7:18, se menciona a los montes desde la creación. En Éxodo, 3:12 Dios le dijo a Moisés en la huida de Egipto: “Yo estaré contigo y ésta será la señal de que yo te envío: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto daréis culto a Dios en este monte”.

Cristo fue tentando en un monte por el rey de la mentira: “De nuevo lo lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria” (Mt, 4:8). El milagro de la multiplicación de los panes se menciona que Jesús estaba en el monte sentado (Mt, 15,29): “Desde allí, Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó”. Y se sentó en libertad, porque él sabía ya que, como ha dicho el papa Francisco en la entrevista retransmitida por televisión el lunes pasado, “quien levanta un muro para evitar que los demás lleguen hasta él, termina prisionero del muro que levantó”.

La transfiguración de Jesús se llevó a cabo en el Monte Tabor (Mt 17, 1-2): “Seis días más tarde llamó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. Delante de ellos se transfiguró: su rostro resplandeció como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz”.

Y antes de su pasión subió a orar al Monte de los Olivos, “Jesús salió de la ciudad y, como de costumbre, se dirigió al monte de los Olivos, y sus discípulos lo siguieron”. (Lc. 22, 39)

La palabra monte tiene un significado muy relevante en la transmisión del mensaje de Dios y en la persona de Jesús, pues es una referencia muy significativa. Y no solo en nuestra Biblia. De Buda se ha dicho lo siguiente:

La Transfiguración sucedió dos veces en la vida de Buda, en una de ellas su cuerpo brilló tanto que, según se dijo de él: “los nuevos mantos dorados que estaba portando, parecían haber perdido su lustre”.

La similitud con el relato de Lucas es patente. Son mitos aplicados también a personajes de otras muchas religiones.

Pero bíblicamente las montañas no solo tenían la función de origen de mantener el ecosistema del planeta en este entonces. La montaña tenía un uso principal que vemos tanto en el antiguo testamento como en el nuevo: era un lugar de oración, de contacto con Dios, pudiéramos decir de revelación.

Las montañas representan a los reinos. En este caso, al reino de Dios donde Él mismo reveló su presencia, no solo a los que por designio de Él mismo había escogido para una misión particular como lo fueron los profetas, sino al mismo Jesús, quien infinidad de veces se separó de la muchedumbre para subir al monte a orar a buscar paz en su espíritu.

La frase de John Muir, que encabeza nuestro artículo, Cada vez que caminamos por la naturaleza recibimos mucho más de lo que buscamos”, nos sugiere que debemos orientar nuestra atención, a transfigurarnos a nosotros mismos, y también los otros y a la Naturaleza entera.

Yolanda Barry, es una mujer con alma de girasol, firme como su tallo, pero frágil como sus pétalos. En este Poema canta sus ansias de despertar y vivir. ¿Y porqué no de transfigurarse y ser feliz?

POEMA A LA MÚSICA

Embellece mi alma,
me calma, me alimenta,
me llena, me entretiene,
solo con oírla
me siento viva.

Mi música
me alegra, me aligera,
me olvido de mis penas,
me transforma, enamora.

Quiero vivir a ritmo
de los compases,
iluminar mi mundo
de luces centelleantes.

Solo quiero oír música,
sentirla al calor de mi cuerpo,
llenarme de estrellas relucientes
y bailar, bailar sin descansar.

Quiero bailar con su armonía,
cantar con sus lindos versos,
escribir mientras la escucho
y dormir…oyéndola en mis sueños.

Solo así viviría feliz,
llevándola en lo más hondo
de mi alma, llevándola
hasta mi último suspiro,
aún así…la quiero conmigo.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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La Ley de la nueva oportunidad

Domingo, 7 de abril de 2019
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La liturgia de este 5º Domingo de Cuaresma nos propone adentrarnos en este relato del Evangelio de Juan, tan profundamente importante para nuestra vida creyente. Hemos recorrido un camino presentado como una oportunidad para una nueva consciencia de nuestra posición ante la vida. Sin embargo, es recurrente el tema del “pecado” quizá porque se presenta como un gran obstáculo para vivir una fe más vital en detrimento de una fe más centrada en el “cumplimiento”. El asunto del “pecado” era casi una obsesión en el judaísmo. Podría decirse que marcaba la pertenencia o no al Pueblo y a su Religión. Juan nos presenta el caso de una “mujer pecadora” para mostrar una visión de Dios que dignifica y sostiene nuestra debilidad.

Los escribas y fariseos se relamían con el caso de esta mujer “pecadora”. Era muy evidente que había cometido un solemne pecado y además era mujer cuya condena por este acto era mucho más dura que para los varones. El desenlace desde su punto de vista estaba claro. Los escribas y fariseos no necesitan a Jesús para dictar sentencia. Acuden a él, una vez más, para ponerle a prueba. La situación en este texto no puede reflejar mejor la intención liberadora de Jesús, no sólo de la ley sino también de la situación de la mujer.

Se da una constelación de los personajes en este texto que merece la pena tener en cuenta para comprender el final de la historia. Jesús va al Templo, está sentado porque no fue a orar sino a enseñar.  Los fariseos y escribas llegan en clara oposición, ellos no enseñan, pero tienen el control de lo que se debe enseñar. Estos personajes son los que saben de la Ley, van en colectivo poseedor de la verdad a cuestionar a Jesús. Los miembros de este colectivo se van empoderando entre ellos y les une intentar poner en evidencia la situación de esta “pecadora”. La mujer es la transgresora de la Ley y es llevada por la fuerza para ser juzgada.  Ella está en el centro, es decir, el punto de desacuerdo es esa mujer que ha cometido adulterio. La descripción de los hechos por parte de los “maestros letrados” no puede ser más despreciativa. Parece ser que el cumplimiento obsesivo de la ley no les permitía humanizar su visión de las personas; lejos de esta intención, la degradan y no obtener palabras de Jesús les pone cada vez más nerviosos.

Jesús observa y no habla, no merece la pena entrar en una discusión en la que los interlocutores están en una nula disposición para el diálogo. Es verdad que piden opinión a Jesús pero con la intención de probarle para encontrar razones que les confirme su deslealtad al Judaísmo. El silencio de Jesús genera todavía más expectación. Escribe en el suelo las dos veces que los legalistas le preguntan directamente. El significado de este gesto de escribir en el suelo tiene muchas interpretaciones en las que no hay gran acuerdo. Quizá, cuando Jesús escribe en la tierra pretende superar la ley escrita en piedra por Moisés y, por coherencia con lo que ocurre después, está escribiendo una nueva ley basada en la destrucción del pecado, pero no del pecador(a).

Por fin habla Jesús y se posiciona. No intenta dar la razón a todos, toma posición por la mujer sin importarle lo que digan y arriesgando el rechazo de los oyentes.  Es parcial, entiende que hay que posicionarse con claridad porque es la única manera de resolver el conflicto.  Esta es la libertad de Jesús que le lleva a ser valiente y no quedarse en contentar a todo el mundo.  Sus palabras con autoridad rompen la escena y libera a la mujer de la carga del juicio introduciendo la nueva visión de Dios revelada en su actuación: el Dios de la miseri-cordia, es decir, el Dios que pone corazón en la miseria humana del orden que sea. No entender así al Dios de Jesús nos distancia mucho de la esencia del Evangelio.

La constelación de la escena inicial cambia. Se van de uno en uno, dice el texto; ese equipo de leguleyos basado en la Ley de Moisés se rompe; los más ancianos son los primeros en irse que representan la autoridad judía y la tradición más arraigada. Ahora es la relación personal la que va a marcar la nueva experiencia del Dios de Jesús. No se atreven a condenar porque Jesús les ha puesto delante de sus ojos y de su conciencia la cara B de la realidad humana, la dureza de las normas de la Ley mosaica en contraposición a la nueva ley del Amor.

Con la mujer sí habla, se sitúa en simetría con ella y la libera de una ley opresiva y androcéntrica, cruel y deshumanizada, para ampararla en la ley de la nueva oportunidad y de la incondicionalidad del amor cristiano. El pecado, en este nuevo escenario, no es una cuestión de humillación sino de humildad; la humillación degrada a la persona, la humildad la pone ante su verdad. Se trata, pues, de reconocer aquello que ha frustrado el proyecto de Dios, de haber negociado mal con los dones recibidos. Jesús no le pide nada a la mujer tan sólo que no peque más; no se nos pide nada más que estemos atentos para no anular nuestra dignidad y fortalecernos interiormente para que otros no nos la arrebaten.  Pero también podemos situarnos al otro lado del espejo y ser como ese colectivo que, con dureza, juzga y anula, desprecia desde la intolerancia y la insensibilidad. Recordemos, entonces, que “quien esté libre de pecado que tire la primera piedra” y el resultado será un corazón solidario y empático con la debilidad humana. Tal vez sería otro importante paso a dar en nuestra vida.

¡¡FELIZ DOMINGO!!

Rosario Ramos

Fuente Fe Adulta

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Moralismo, fanatismo e inseguridad

Domingo, 7 de abril de 2019
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EA9B8258-A613-4191-9110-B0938AF97FCADomingo V de Cuaresma

7 abril 2019

Jn  8, 1-11

La escena –que no pertenecía originalmente al evangelio de Juan– remite a una pregunta muy frecuente en el trasfondo de los evangelios sinópticos: ¿qué es más importante: la norma o la persona? La ley judía, tal como indican quienes llevan a la mujer ante Jesús, exigía la muerte de los adúlteros: “Si uno comete adulterio con la mujer de su prójimo, los dos adúlteros son reos de muerte” (Lev 20,10); “Si sorprenden a uno acostado con la mujer de otro, han de morir los dos” (Deut 22,22). Aunque, en realidad, en una cultura tan machista como aquella, quien realmente moría era la mujer.

La religión reviste a la norma de un “manto sagrado” que pretende hacerla rígida e “intocable”, al ser presentada y considerada como expresión de la voluntad divina. La religión suele entender la norma como expresión de los “intereses de Dios” frente a los intereses del ser humano, dando como resultado un planteamiento en clave de rivalidad.

Por esa razón, la persona religiosa puede convertirse en fanática, arrogándose nada menos que la defensa de la voluntad divina. Así se explica la obcecación cruel de quienes, en nombre de la Ley, no dudan en apedrear a una mujer hasta la muerte.

Mientras la persona se halla identificada con ese modo de ver, no se cuestiona su actitud: aunque sea dar muerte a alguien, eso es lo que se debe hacer. Sin embargo, apenas tomamos un mínimo de distancia, empiezan los interrogantes: ¿Qué religión es esa en cuyo nombre se pueden matar personas y que no defiende al ser humano por encima de cualquier otro valor?

Se trata, sencillamente, de una religión que, al absolutizarse, se ha pervertido, proyectando un dios a imagen de los peores tiranos, autocráticos y vengativos.

Nos hallamos ante un riesgo que suele acechar a la persona religiosa…, mientras no desmonta sus ideas sobre Dios. Una prueba de ello es que este pasaje que comentamos fue omitido en la mayoría de los códices y a punto estuvo de perderse. La peripecia de este texto parece poner de relieve la tendencia humana a asegurar el cumplimiento de la norma, así como el miedo a admitir excepciones a la misma. No sería extraño que aquella comunidad primera hubiera tenido miedo de la actitud libre y perdonadora de Jesús, hasta el punto de silenciar (censurar) su novedad.

Detrás de tanto juicio y condena –como en el texto que leemos hoy–, parece que no hay sino una inseguridad radical, que se disfraza justamente de seguridad absoluta. La misma necesidad de tener razón y de creerse portadores de la verdad es indicio claro de una inseguridad de base que resulta insoportable. Por eso, el fanatismo no es sino inseguridad camuflada, del mismo modo que el afán de superioridad esconde un doloroso complejo de inferioridad, a veces revestido de “nobles” justificaciones

Ante esa situación, Jesús no entra en discusiones, ni en intentos de convencerlos de lo errado de su posición. Como si supiera que las polémicas, cuando hay inseguridad (aunque sea inconsciente), no hacen otra cosa sino que las personas todavía se amurallen más en sus posturas previas y busquen más “argumentos” para sostenerlas.

Precisamente porque conoce el corazón humano, acierta al decir: “El que esté sin pecado que le tire la primera piedra”. Ante estas palabras, que desnudan las etiquetas autocomplacientes de quienes se creían “justos”, todos se alejan. Nadie es mejor que nadie: ¿con qué derecho juzgamos, descalificamos y condenamos?

Pero la respuesta de Jesús no termina ahí. La suya es una palabra de denuncia para los censores, pero de perdón para la mujer. No hay condena: “ve en paz”.

¿Descubro en mi vida algún signo de intolerancia que nace de mi inseguridad?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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