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Monseñor Ramón Buxarrais: “Quiero morir aquí y que mis cenizas vayan a la fosa común, sin nombre ni epitafio”

Domingo, 31 de agosto de 2014

ramon-buxarrais-venturaEl obispo emérito es ahora capellán en Melilla, en un centro para mayores que no tienen dónde vivir

“La cárcel es dura porque ves la pobreza de las personas en todos los sentidos”

“Jesús es Dios hecho hombre que comprende al hombre. Que consuela al hombre “

(Diócesis de Málaga)- El obispo emérito D. Ramón Buxarrais Ventura celebrará su onomástica este domingo, 31 de agosto, rodeado del cariño de fieles y de vecinos de Melilla, donde vive desde hace 22 años como capellán del centro asistencial de mayores ‘La Gota de Leche‘.

-Pronto se cumplirán 23 años desde que usted llegó a Melilla, en el mes de septiembre. ¿Cuál es su balance en esta ciudad, D. Ramón?

-Muy positivo. Yo creo que he vivido una etapa de mi vida bonita, una etapa que es la de ser capellán de un centro asistencial. Cuando yo llegué, había 13 religiosas Hijas de la Caridad. Después se fue disminuyendo la comunidad por falta de vocaciones y quedaron cinco. Yo continué siendo el capellán, hasta que hace dos años y medio ellas decidieron dejar esto. Entonces recuerdo que el gerente me dijo: “¿Y usted también se irá?” Yo le dije: “No, si ustedes quieren yo me quedo“.

-¿Cuál es su labor pastoral como capellán de este centro?

-Cada día celebro la misa en la capilla y visito los cinco pabellones que hay en esta casa donde viven 115 ancianos. Les leo el Evangelio del día y hacemos una pequeña oración. Cantamos alguna cosa, hacemos alguna broma, un chiste…Y después doy la mano a todos. A Carmen, a María Asunción, a Paquita, a todas, todas. Y a los hombres también. Y entonces, ésta es mi labor pastoral aquí.

-¿A quiénes se atiende en ‘La Gota de leche’?

-A personas mayores que no tienen dónde vivir se las acoge aquí. El requisito es ser español con carné de residencia en Melilla. Entre ellos, musulmanes que son españoles. Se les acoge y se les hace la vida lo más agradable posible. El gerente es un hombre de mucha valía que conoce mucho esta casa y le pone mucho interés.

-También fue usted capellán de la prisión de Melilla ¿cómo recuerda esta etapa?

-Yo vi que me sobraban horas para hacer. Así que, cuando llegué, pregunté al anterior vicario, José Carretero, quién iba a la cárcel. Me dijo que no iba nadie. Entonces le pregunté: “¿Y puedo ir yo?” Me dijo “¡Claro!”. He estado 17 años yendo tres y cuatro veces a la semana a la cárcel. Era capellán de la cárcel, junto a Darío, un padre franciscano, párroco de Nador, la capital marroquí que está más cerca de Melilla. Recuerdo muy bien la experiencia, aunque es dura porque ves la pobreza de las personas en todos los sentidos. Yo intenté ayudarles en lo que podía. Cada mes repartía 300 euros que me llegaban como capellán de la cárcel. Esta cantidad no me la quedaba, sino que los daba a la administración para que diera diez euros a cada uno de los presos que no tenían ingresos. Hay muchos así, que llegan de Marruecos y caen aquí. Ellos se mostraban muy agradecidos con ese dinero. Era poco. Pero algo era. Se podía ayudar a 30 presos. Todavía vienen y me saludan por la calle. Me une cierta amistad con ellos. Tengo 84 años, estoy cumpliendo poco a poco los 85. Y hasta que Dios quiera.

-¿Y así fue como fundó el actual Voluntariado Cristiano de Prisiones?

-Sí, así es. Venía un seglar conmigo a tocar la guitarra. Se llama Adolfo y ahora está en Málaga. Venía conmigo. A partir de él quedó el Voluntario Cristiano de Prisiones. Está ahí. Funciona bien.

-¿Le marcó la experiencia de visitar a los reclusos en la prisión?

-Sí, sobre todo me marcó por ser comprensivo. Aún con la persona que hubiera cometido los mayores errores. Esto, al fin y al cabo, es la actitud de Jesús en el Evangelio. Jesús es Dios hecho hombre que comprende al hombre. Que consuela al hombre. Y entonces, esto es una actitud muy evangélica. La comprensión. Nunca negarse a comprender. Y ayudar a la otra persona.

-A usted también le preocupa el acceso a la cultura del pueblo marroquí. Por eso creó la ONG Insona, Iniciativas Sociales Nador. ¿Por qué surge y cuál es su cometido?

-Es una ONG marroquí aprobada por el Reino de Marruecos. Esta iniciativa surge cuando yo le dije al padre Darío: “Padre: ¿qué podemos hacer por el pueblo marroquí, por el pueblo musulmán?“. Y él me dice: “cultura, padre, cultura. Dales cultura a esta gente”. Porque la cultura puede ser el inicio de una nueva visión de la vida y de otras posibilidades. Cuando no tienen cultura, están muy encerrados en sí mismos. Y no ven más allá. Con esta idea, se crea una escuela profesional al lado de la parroquia de Nador, que costó entre la construcción y el mantenimiento durante dos años 83 millones de pesetas, que lo dio la Embajada Española en Marruecos. Ahora yo ya me he desentendido de esto y hemos pasado a hacer otra cosa. Ahora tenemos entre manos el Centro Al-Morafaka, un centro de promoción de la mujer, para que la mujer de Marruecos esté más desarrollada, tenga más cultura, más capacidad, sea tenida en cuenta y… ¡a ver si se consigue lo que se ha conseguido en Túnez! Ahora, la nueva constitución equipara a hombres y a mujeres. ¡Ojalá los demás países musulmanes también puedan copiar eso y hacerlo! Ahora estamos con este proyecto, pero si no hay ayuda exterior no podemos llevarlo a cabo. Hemos recurrido a Manos Unidas y hecho un dossier inmenso de 1.200 páginas con todas las necesidades del lugar. Esto se llevaría a cabo en el Cabo de Agua, situado a unos 70 kilómetros de Melilla. “Morafaka” es una palabra árabe que significa “acompañar”. Nosotros queremos acompañar a estas mujeres, que salgan de la postración y que puedan vivir y desarrollarse como personas en este centro.

-En Melilla son testigos día a día del drama que supone ver a muchas personas intentar saltar la valla en busca de un futuro mejor. ¿Cómo se puede afrontar esta circunstancia?

-El Señor Obispo de Málaga, Don Jesús Catalá, dijo una palabra que a mí me pareció oportuna: “El problema de la inmigración es un problema político”. Ojalá llegue el día en que no haya fronteras en el mundo entero y las personas se puedan trasladar adonde quieran. Porque yo comprendo que los emigrantes vienen de naciones donde se vive con dificultad, con muchas limitaciones, a veces con claras injusticias. Y buscan donde vivir mejor. Y vienen porque saben que en Europa se vive mejor que en muchas naciones africanas. Llegará el día en el que en África se viva tan bien o mejor que en Europa. ¡Entonces los europeos iremos buscando los países africanos! A mí me parece que es un problema político. El problema está ahí. Esos mil y pico musulmanes que están en el Monte Gurugú esperando cruzar la frontera. Eso hace pensar, hace temer…Pero, por un lado, uno tiene que comprender que el Estado español tiene que regular. Yo pienso que el mundo irá mejorando y que llegará un día en el que cada uno podrá ir donde quiera y con facilidad. Ahora, a esto… ¡échale muchos años para llegar a esto!

-Ahora que comparte su día a día con los abuelos, ¿aprende cosas de ellos?

-Yo aprendo, con ellos, a saber estar. A veces, cuando estamos en la mesa pienso: “¿Qué haces tú aquí?”. Yo comparto todos los días la comida con Gabriel, que tiene demencia senil absoluta, con Carmelo, al que tengo que ayudar un poco. El que está frente a mí está muy bien. Bromeamos y hablamos. Pero Gabriel, creo que no sabe ni dónde está. A veces come el postre antes que la comida. Entonces yo pienso: “Bueno, les han dejado aquí, para que les cuiden”. Mi final es éste. Y quiero morir en Melilla. Roberto es el capellán del hospital y entonces vendrá a verme (sonríe) y dirá: “¡Don Ramón, que ya le ha llegado la hora!“. Lo aceptaremos con serenidad.

-Vive de forma austera ¿no siente que le falte nada?

-Necesito poco para vivir. Yo soy de una familia pobre. Yo era el pequeño de cinco hijos. Viví las privaciones de una familia que no tenía a veces para vivir. Recuerdo noches sin cena. Y pasar hambre. Alpargatas rotas. Quizá esto me preparó para que yo viviera con sencillez y que no aspirara a más que lo que el Señor me iba ofreciendo en la vida. Y nada más.

-El papa Francisco hace continuas referencias a la pobreza ¿sigue sus mensajes?

-Soy seguidor como todo cristiano. Dice mensajes sencillos que la gente capta y que la gente sabe interpretar y sabe vivir. Doy las gracias a Dios por este Papa. Faltaría más.

“La vocación es un fruto que madura en el campo bien cultivado del amor recíproco que se hace servicio mutuo”, dijo el papa Francisco el pasado mes de enero en la 51ª Jornada Mundial de la Oración. ¿Le preocupa a usted también la falta de pastores en la Iglesia?

-Cada día rezo a San José para que haya aumento de vocaciones consagradas y militantes seglares. Que haya más vocaciones. Tenemos, todos los jueves, una Hora Santa para pedir por las vocaciones sacerdotales y religiosas. Vienen grupos. El otro día había 15 o 17 personas. Creo que esta oración constante ante el Santísimo Sacramento, que lo exponemos, para pedir al Señor que nos envíe vocaciones sacerdotales y militantes seglares parece que es significativo. Es una cosa que demuestra nuestro interés por las vocaciones.

-¿Qué puede hacerse desde la Iglesia para alimentar las vocaciones?

-Vivir el Evangelio, los que estamos ya dentro, con alegría y con ilusión. El Papa lo subraya mucho: vivir el Evangelio con alegría. Eso también infundirá interrogantes en la juventud. La juventud está muy distraída por la sociedad del consumo. Quizá llegue un día en que las cosas cambien a mejor. Tenemos que confiar y tener esperanza.

-¿Echa de menos algo ahora mismo?

-No, no echo de menos nada. Lo vivido, vivido está. Pero no echo nada de menos de lo que he vivido. Nunca volvería al día anterior. Hoy no volveré al día de ayer. Y espero que el día de mañana sea mejor. Como dicen los enamorados en el Día de San Valentín: “te quiero más que ayer pero menos que mañana”. Creo que el mundo está hoy mejor que ayer, pero peor que mañana. Y esto a pesar de las guerras, de los odios y de las personas malas que puede haber.

-¿Piensa a veces en la muerte?

-Pienso mucho en la muerte, es curioso. Es una de las cosas en las que más pienso. Casi cada día. Tengo a mucha gente alrededor. Después de reunirles para leer el Evangelio, paso por las habitaciones de los inválidos y las inválidas, que no pueden moverse. Les dirijo unas palabritas, rezamos el Ave María con los enfermos. A uno, por ejemplo, le digo: “José Serrano, tú tienes 82 años, yo tengo 84 y voy para los 85 y espero llegar a los 90“. Me dicen: “Gracias por habérmelo dicho, mañana me lo dices también” (ríe). Ésta es mi vida. Aprendo y me siento acogido aquí. Como en casa, estoy muy bien.

-¿Cómo le gustaría que se le recordara?

-Diré una cosa. Quisiera que no se me recordara. Esto sería para mí, que se pensara: “Pasó una persona, que se llamó Ramón Buxarrais Ventura”. Y nada más. No deseo que nadie me recuerde. Quiero morir aquí y que me incineren y que mis cenizas vayan a la fosa común. Sin nombre ni epitafio. Quisiera que no se me recordara.

Fuente Religión Digital

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