Felipe y Mary Eugenia Barreda, dos vidas unidas en el amor y en el compromiso evangélico al servicio de los pobres
En Estelí María Eugenia, apoyada por su esposo y otros miembros de la comunidad cristiana, organizó un proyecto de ayuda a los niños y niñas más pobres, muchos de ellos huérfanos. Les proporcionaba comida, vestido y les posibilitó su escolarización
Motivados por su fe, Felipe y María Eugenia optaron por irse al norte del país a participar como voluntarios en el corte de café a fin de contribuir al desarrollo de Nicaragua
Felipe y Mary Barreda fue un matrimonio nicaragüense, profundamente cristiano y comprometido con su pueblo. Vecinos de la ciudad de Estelí, padres de familia, participaban y animaban las comunidades cristianas de la localidad. Se confesaban cristianos y sandinistas, porque para ellos no existía contradicción entre cristianismo y revolución. “Nicaragua, tan cristianamente revolucionaria, tan revolucionariamente cristiana”, en palabras de Ernesto Cardenal.
El matrimonio Barreda era amigo de los dos sacerdotes Fernando y Ernesto Cardenal. En Estelí María Eugenia, apoyada por su esposo y otros miembros de la comunidad cristiana, organizó un proyecto de ayuda a los niños y niñas más pobres, muchos de ellos huérfanos. Les proporcionaba comida, vestido y les posibilitó su escolarización.
Motivados por su fe, Felipe y María Eugenia optaron por irse al norte del país a participar como voluntarios en el corte de café a fin de contribuir al desarrollo de Nicaragua. Con los campesinos del lugar y jóvenes de la campaña de alfabetización constituyeron una comunidad cristiana para celebrar la Palabra de Dios, orar juntos y darle sentido al trabajo que realizaban.
El 28 de diciembre de 1982 los esposos Felipe y Mary Barreda fueron secuestrados por una banda de pistoleros, miembros de la contrarrevolución, más conocida como la “Contra”, financiada por el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica. Los detuvieron junto con otros cuatro jóvenes y se los llevaron rumbo a Honduras. Felipe fue obligado a caminar varios kilómetros de rodillas. Se le negó el agua y al no poder subir un cerro fue amarrado a un caballo. Al amanecer su rostro estaba completamente bañado en sangre, asimismo su pecho, codos y rodillas. Sus ropas eran harapos y estaba casi desnudo. Él gritaba “¡Dios mío, llévame, Dios mío, llévame!”.
Los contrarrevolucionarios lo seguían arrastrando y golpeando, según el testimonio de los jóvenes que fueron secuestrados con ellos. El campamento al que fue llevado en Honduras, llamado “Pino Uno”, era la base operacional en donde fue interrogado por un esbirro para sacarle información. Felipe no respondía a sus preguntas, solo clamaba a Dios, ante lo cual el dirigente del grupo de la “Contra”, un tal Pedro Javier, ordenó que lo amarraran desnudo a un árbol. Su esposa María Eugenia fue llevada ante su presencia con signos de haber sufrido torturas y abusos sexuales de forma colectiva. Ellos jamás revelaron información que fuera de provecho para los contrarrevolucionarios. Allí mismo, ambos fueron salvajemente golpeados y, cuando cayeron al suelo desvanecidos, fueron ametrallados.
Dos vidas, tan unidas en el amor y en el compromiso evangélico al servicio de los pobres, no las separó la muerte. Felipe y Mary Barreda, unidos en la vida y en el martirio, viven resucitados. Su testimonio nos reta a hacer presente en la historia la utopía del reino de Dios y nos interpela para que asumamos con pasión y alegría la causa de Jesús en la realidad de injusticia y muerte que hoy viven los pobres de la tierra y nuestro planeta.
(Sangre de Mártires. Fernando Bermúdez. 2020, Alfaqueque ediciones).
Fuente Religión Digital
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