La Guerra Santa de Putin
Por su importancia, reproducimos, entero, el terrible discurso homófobo del Patriarca de Moscú y de todas las Rusias, Kirill:
Publicado en Grand Continent:
Texto: Jean-Benoît Poulle
Traducción: Ana Inés Fernández.
Cover©AP Photo/Alexander Zemlianicheno
Kirill de Moscú:
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
A todos ustedes, mis queridos Señores, Padres, Hermanos y Hermanas, los felicito de corazón en este domingo, el domingo del perdón, último domingo antes del comienzo de la Cuadragésima, la gran Cuaresma.
Se trata de una fiesta específica de los ortodoxos: el domingo del perdón, que conmemora la expulsión de Adán y Eva del Paraíso (Génesis, 3, 22-24: es, pues, el recuerdo del pecado original, pero también de la promesa de la Redención), es el último antes del paso de la Pequeña Cuaresma (equivalente a lo que antes se llamaba Septuagésima en la Iglesia católica latina) a la Gran Cuaresma, los 40 días antes de la Pascua, en los que el ayuno es mucho más estricto, con una dieta totalmente vegetariana. Es, por supuesto, un momento de intensificación de los esfuerzos espirituales.
Muchos seguidores consideran que la Cuaresma es una primavera espiritual. Coincide con la primavera real y, al mismo tiempo, la consciencia de la Iglesia la considera una primavera espiritual. ¿Y qué es la primavera? La primavera es el renacimiento de la vida, la renovación, la nueva fuerza. Sabemos que es en primavera cuando la poderosa savia brota a tres, cuatro o cinco metros de altura y da vida al árbol. Es realmente un asombroso milagro de Dios, un milagro de la vida. La primavera es el renacimiento de la vida, un gran símbolo de la vida. Y por eso no es casualidad que la principal fiesta de la primavera sea la Pascua del Señor, que también es un signo, una prenda, un símbolo de la vida eterna. Y creemos que esto es así, y esto significa que toda la fe cristiana, que compartimos con ustedes, es la fe que afirma la vida, que está en contra de la muerte, de la destrucción, la que afirma la necesidad de seguir las leyes de Dios para vivir, para no perecer en este mundo ni en el otro.
Las analogías presentadas aquí entre la primavera, el renacimiento y la resurrección son verdaderos tópicos teológicos que uno esperaría ver en una homilía; pero más sutilmente, con la instalación de la oposición entre la «fe que afirma la vida» y la muerte, Kirill se sitúa ya en el terreno de los valores que «defienden la vida» frente a las fuerzas de la decadencia asociadas a Occidente.
Pero sabemos que esta primavera se ve ensombrecida por graves acontecimientos relacionados con el deterioro de la situación política en el Donbas, casi el inicio de las hostilidades. Me gustaría decir algo al respecto.
Esta es una característica llamativa del sermón: nunca se menciona a Ucrania como tal, siempre es el «Donbas» el objeto de la preocupación del patriarca. Pero sabemos que el conflicto va mucho más allá de esta región separatista. Pero la contrainformación rusa tiene todo el interés en volver constantemente al origen del conflicto, como para mostrar mejor a los responsables.
Desde hace ocho años se ha intentado destruir lo que existe en el Donbas.
Se trata de una reiteración palabra por palabra de un tema importante de la propaganda del Kremlin: la guerra comenzó realmente en 2014, cuando Ucrania intentó reducir militarmente a las repúblicas separatistas de Donetsk y Luhansk bombardeándolas. Se trata de una visión que pasa por alto el origen de la creación de esas repúblicas al presentarlas como realidades autónomas y subsistentes, como si no tuvieran su origen en el territorio ucraniano y su separatismo no fuera provocado por el Kremlin como respuesta a la revolución de Maidán.
Y en el Donbas hay un rechazo, un rechazo fundamental a los llamados valores que proponen hoy los que dicen ser líderes mundiales. Hoy, hay una prueba de lealtad a ese poder, una especie de pase a ese mundo «feliz», un mundo de consumo excesivo, un mundo de aparente «libertad». ¿Sabe en qué consiste esta prueba? La prueba es muy sencilla y al mismo tiempo aterradora: se trata de un desfile del orgullo gay. La exigencia de muchos países de organizar un desfile del orgullo gay es una prueba de lealtad a ese mundo tan poderoso; y sabemos que si las personas o los países rechazan esas exigencias, no forman parte de ese mundo, se convierten en forasteros.
Desde el principio, el Patriarca Kirill sitúa el conflicto en el terreno de los valores morales, reduciéndolo a un enfrentamiento entre un Occidente decadente y una Rusia portadora de los valores tradicionales. No importa que el tema de los derechos de las minorías sexuales no tenga absolutamente nada que ver con la guerra del Donbas ni con la invasión de Ucrania, pero le permite a Kirill darle un sentido para los rusos ortodoxos de a pie, muy conservadores en cuestiones sociales. También hay tintes conspirativos en la referencia al «mundo muy poderoso», donde presenta al mundo occidental como uniforme en el tema (aunque tampoco es fácil organizar un orgullo gay en la Polonia oriental…). Así, queda invertido el terreno civilizatorio.
Pero sabemos lo que es ese pecado, promovido por las llamadas marchas del orgullo. Es un pecado condenado por la Palabra de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Y Dios, al condenar el pecado, no condena al pecador. Sólo lo llama al arrepentimiento, pero de ninguna manera hace del pecado una norma de vida, una variante del comportamiento humano —respetada y tolerada— por el hombre pecador y su conducta.
Mientras que el análisis geopolítico y las decisiones políticas de Vladimir Putin parecen estar cada vez más mezcladas con motivos religiosos y mesiánicos que ven la guerra en Ucrania como la última vía hacia la salvación de Rusia (sobre el texto de Surkov de «¿Qué nos importa el mundo si Rusia ya no existe en él?»), el discurso desarrollado por la Iglesia Ortodoxa Rusa para justificar la guerra y el posicionamiento de Putindebe leerse con atención.
Ayer, 6 de marzo de 2022, domingo de San Juan, domingo del exilio adánico («domingo del perdón»), el patriarca Kirill de Moscú y de toda Rusia celebró la Divina Liturgia en la catedral de Cristo Salvador de Moscú. Al final del servicio, el primado de la Iglesia Ortodoxa Rusa pronunció un encendido sermón en el que justificó las causas de la guerra, respaldando el discurso de Putin sobre Ucrania.
Ese discurso —que traducimos por primera vez y comentamos aquí línea por línea— está marcado por el tono apocalíptico («Lo que ocurre hoy… no es sólo político… Se trata de la Salvación del hombre, del lugar que ocupará a la derecha o a la izquierda de Dios Salvador, que viene al mundo como Juez y Creador de la creación»).
Esto no sorprende a quienes han seguido de cerca la evolución de la Iglesia Ortodoxa Rusa, que desde hace varios años se presenta como la máxima defensora de la moral social y los valores tradicionales rusos en el contexto de la «guerra cultural» dirigida por un Occidente «decadente». Cabe señalar que la Iglesia Ortodoxa Rusa y las burocracias de seguridad (FSB) son las únicas instituciones centrales importantes que sobrevivieron el derrumbe del sistema comunista y se insertaron orgánicamente en el régimen de Putin.
El argumento principal del sermón de Kirill sirve para justificar la invasión rusa de Ucrania, ya que Occidente pone a prueba las leyes naturales de Dios: «Hoy hay una prueba de lealtad a ese poder [occidental], una especie de pase hacia ese mundo ‘feliz’, un mundo de consumo excesivo, un mundo de aparente ‘libertad’. ¿Saben en qué consiste esta prueba? La prueba es muy sencilla y al mismo tiempo aterradora: se trata de un desfile del orgullo gay”. En este sentido, la palabra bíblica paradójicamente consagrada al «perdón» sirve para justificar la guerra en la tradición bizantina del cesaropapismo: «Y así hoy, en este domingo del perdón, yo, por un lado, como su pastor, los invito a perdonar los pecados y las ofensas, incluso cuando es muy difícil hacerlo, cuando la gente está peleando entre sí. Pero el perdón sin justicia es una rendición y una debilidad. El perdón debe, pues, ir acompañado del derecho indispensable a estar del lado de la luz, del lado de la verdad de Dios, del lado de los mandamientos divinos, del lado de lo que nos revela la luz de Cristo, de su Palabra, de su Evangelio, de sus mayores alianzas entregadas al género humano”.
Con este discurso nos enfrentamos a una visión del mundo que va mucho más allá del relato político y de la definición de una narrativa a la que estamos acostumbrados en nuestros espacios políticos. De hecho, y esto es lo que hace urgente la lectura de este texto, desde la invención de la bomba atómica quizás nunca hemos vivido el momento más intenso de la teología-política: una potencia nuclear comprometida en una «guerra santa».
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