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Sobre venir y llegar a ser en Adviento

Sábado, 21 de diciembre de 2024

IMG_9089Barbara Anne Kozee

La reflexión de hoy es de la colaboradora invitada Barbara Anne Kozee, candidata a doctorado en ética teológica en Boston College. Su investigación actual se centra en la confianza social y la polarización en la Iglesia y la política.

En la oración del P. Karl Rahner, “Dios que ha de venir”, el gran teólogo alemán reflexiona sobre la paradoja del Adviento de entrar en un tiempo de espera litúrgica por un Dios que, en cierto sentido, ya ha venido:

Cada año Tu Iglesia celebra el santo tiempo de Adviento, Dios mío. Cada año rezamos esas hermosas oraciones de anhelo y espera, y cantamos esas hermosas canciones de esperanza y promesa… Y, sin embargo, ¡qué oración más extraña es esta! Después de todo, Tú ya viniste y levantaste tu tienda entre nosotros. Ya has compartido nuestra vida con sus pequeñas alegrías, sus largos días de tediosa rutina, su amargo final. ¿Podríamos invitarte a algo más que esto con nuestro “Ven”? ¿Podrías acercarte a algo más cercano a nosotros que cuando te convertiste en el “Hijo del Hombre”, cuando adoptaste nuestras pequeñas costumbres ordinarias tan completamente que nos resulta casi difícil distinguirte del resto de nuestros semejantes?”

Hacia el final de esta oración, Rahner llega a una percepción espiritual sobre la venida perpetua de Dios:

Poco a poco comienza a amanecer una luz. Estoy empezando a comprender algo que sé desde hace mucho tiempo: todavía estás en el proceso de Tu venida. Tu aparición en la forma de un esclavo fue sólo el comienzo de Tu venida… En realidad no has venido—todavía estás viniendo… He aquí, vienes. Y Tu venida no es ni pasada ni futura, sino presente, que sólo tiene que alcanzar su cumplimiento. Ahora todavía es la única hora de Tu Adviento”.

IMG_9088En este Adviento, podríamos pensar que la oración de Rahner y el devenir de Cristo en Navidad resonan con la forma en que los teóricos queer han considerado que “salir del armario” es más que un único momento histórico de visibilidad, sino más bien un proceso de autodescubrimiento que dura toda la vida y que llega en pedazos. Hay una dimensión espiritual y contemplativa en esta idea de encontrarnos en nuestra rareza y “perseguir el horizonte”.

El teórico queer José Esteban Muñoz escribe:

Lo queer aún no ha llegado. Lo queer es una idealidad. Dicho de otra manera, todavía no somos queer. Puede que nunca lleguemos a tocar lo queer, pero podemos sentirlo como la cálida iluminación de un horizonte imbuido de potencialidad”.

La afirmación de Muñoz es que el tiempo queer no está muy lejos de la comprensión cristiana de la salvación. Si bien es posible que podamos experimentar cierta sensación de la presencia de Dios y de sabernos amados, siempre habrá una sensación de misterio y de todavía no en este tiempo mundano. De manera similar, como personas queer, podríamos inclinarnos hacia la idea de que nuestras identidades queer están constantemente tomando forma, e incluso encontrar alegría en el hecho de que podemos pasar toda nuestra vida buscando nuestro yo queer, ¡y nunca lograrlo por completo!

De esta manera, los procesos extraños de devenir, salir del armario o la formación de una identidad queer son parte de esta paradoja del Adviento: de la paciencia por la venida divina, que no es ni pasado ni futuro, sino presente. Cristo es nuestro ejemplo de salvador en perpetuo proceso de venida, un Advenimiento vivo más que histórico.

De alguna manera, cuanto más encontramos a Dios, más vivimos en lo queer, más encontramos el terreno profundo del misterio. El Adviento, y este tiempo de anticipación, se convierte en la cálida iluminación del alegre y extraño horizonte.

—Barbara Anne Kozee, 20 de diciembre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“El Corazón de Jesús, según Arrupe”, por Pedro Miguel Lamet.

Martes, 26 de noviembre de 2024

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Leído en su blog:

Ante la “Dilexit nos”

El lector encontrará en esta y otras webs lúcidos análisis y comentarios sobre la Dilexit nos. Mi intención aquí es complementaria, ofrecer la óptica que el padre Pedro Arrupe aportó sobre esta devoción en un momento delicado de la Iglesia del siglo XX.

Tras la celebración del Concilio Vaticano II se produjo cierto rechazo, sobre todo a las formas un tanto decadentes con que esta devoción se había presentado, con imágenes kitsch y un tanto afeminadas.

Sin embargo, personalidades de la importancia de Teilhard de Chardin, Karl Rahner  y Pedro Arrupe, desde una perspectiva mística, han ampliado y contextualizado este culto, que no es otro que poner el acento de la vida espiritual en el amor

Parecía, desde el principio de su trabajo de misionero, convencido de que la fuerza de sus acciones no dependía de él. Por eso, donde pasaba, dejaba siempre un poco de corazón y como no quería que fuera el suyo, dejaba el Corazón de Jesucristo

Después de muerto se encontró en su habitación una tarjeta postal con la imagen del del Sagrado Corazón, impresa monocroma en tono verdoso oscuro, en cuyo reverso tenía escrita la fórmula de su voto de perfección

Quitad a Jesucristo de mi vida y todo se caerá, como un cuerpo al que se le retira su esqueleto, el corazón y la cabeza”

Ante las reacciones emocionales y las alergias que se han manifestado hace algunos años, relativas a la expresión “Sagrado Corazón”, fenómeno que tiene en parte su origen en ciertas exageraciones y manifestaciones de la afectividad, me ha parecido que era necesario dejar pasar un tiempo

El amor personal hacia Jesucristo  (hacia los miembros de la Compañía) es absolutamente necesario y base para la identificación con Él; es decir, para llegar a ser poseído de su gracia en tal forma que sus pensamientos sean los míos

Para Teilhard, la hoguera que derrama su llama ha sido un poderoso símbolo para expresar una realidad ontológica, misteriosa pero no por ello menos real, el influjo del amor de Cristo que penetra, transfigura y consagra a todo el universo

“A Dios se le descubre por la dimensión del enorme vacío que esa ignorancia o esa negación ha dejado en nuestro corazón”. Con un consiguiente sentido comunitario: “Más que comunidad de fe -aunque también lo es- es la comunidad de amor que nace de la comunidad de fe”. 

IMG_8276La reciente publicación de Dilexit nos, cuarta encíclica del papa Francisco, trae al primer plano de la actualidad el tema de la devoción al Corazón de Jesús. El documento aporta, además de una relectura muy suya, humana-divina-social, de esta manera de enfocar el amor de Cristo en nuestras vidas, una compilación teológica, histórica y espiritual casi enciclopédica, porque sintetiza cuanto supone esta centralidad del sentimiento en el conocimiento de la fe  y del mundo de hoy, donde no debería estar ausente un plus necesario de intuición y  poesía.

El lector encontrará en esta y otras webs lúcidos análisis y comentarios sobre este brillante texto. Mi intención aquí es complementaria, ofrecer la óptica que el padre Pedro Arrupe aportó sobre esta devoción en un momento delicado de la Iglesia del siglo XX.

El corazón es un símbolo, si se quiere algo tópico, usado hasta por los niños para dedicar un dibujo a su madre o por cualquiera para felicitar al ser querido el día de San Valentín, pero siempre expresivo y universal. Los especialistas dicen que sin duda nuestros sentimientos residen en el cerebro, como tantas facultades del ser humano. Pero a nadie se le ocurre decir: “te quiero con todo mi cerebro”. Quizás porque el amor aumenta la palpitación y el calor en nuestro pecho y ahí situamos el centro de todo nuestro ser.

Aunque, como señala el papa, la devoción al Corazón de Cristo está de alguna manera presente en los albores del cristianismo, desde la herida que el centurión infringió con su lanza en el pecho de Jesús tras su muerte, y en el interés de otros muchos santos, todos conocemos su florecimiento a través de las revelaciones concedidas a santa Margarita María Alacoque en 1675, y su vinculación con la Compañía de Jesús, gracias al munus suavissimum, el encargo especial a los jesuitas de difundir esta devoción, recomendada por los papas y muy extendida por todo el mundo.

El problema vino después. Tras la celebración del Concilio Vaticano II se produjo cierto rechazo, sobre todo a las formas un tanto decadentes con que esta devoción se había presentado, con imágenes kitsch y un tanto afeminadas. También porque a algunas sensibilidades les molestaba tomar la parte por el todo, o centrar a Jesucristo, se decía, solo en una “víscera”. Sin embargo, personalidades de la importancia de Teilhard de Chardin, Karl Rahner  y Pedro Arrupe, desde una perspectiva mística, han ampliado y contextualizado este culto, que no es otro que poner el acento de la vida espiritual en el amor.

Pedro Arrupe en concreto experimentó en su vida una vivencia muy profunda de esta devoción. Tanta que contamos con todo un libro, que contiene todos sus textos sobre la misma, titulado En él solo la esperanza. Para entender ese amor apasionado hay que conocer sus raíces, los momentos de su vida que desembocaron en ese amor apasionado por Jesucristo desde niño hasta que se convirtió en superior general de la Compañía de Jesús.

De la orfandad al “Disco de Arrupe

El primer encuentro con el Corazón de Jesús data de su infancia. Pedro Arrupe, que ya había perdido a su madre en 1916, estudiaba brillantemente Medicina en Madrid , cuando es llamado diez años después a su natal Bilbao. Miraba entre lágrimas una escena desoladora: sus hermanas, alrededor del lecho de don Marcelino, su padre, que se ahogaba debatiéndose entre la vida y la muerte. Por un momento, Pedro se asomó a la ventana. Como otros años, Bilbao preparaba la procesión del Sagrado Corazón. Justo enfrente de su casa se estaba montando un altar y una alfombra de flores. Se vio de niño con su cirio en la mano, siguiendo a su enorme padre por las calles de Bilbao, sin faltar un año. Las lágrimas volvieron a sus ojos.

 “Me asomé un momento a la ventana —escribiría Pedro— y vi al padre Basterra, SJ, que penetraba en nuestro portal. Bajé precipitadamente a su encuentro.

—¿Cómo está don Marcelino? —me preguntó.

—¡Mal! Ha perdido ya el conocimiento.

—¡Pobre Perico! ¡Cómo te prueba el señor! Pero mira —dijo señalándome la estatua del Corazón de Jesús, que en aquel momento colocaban en el altar de la calle—, ahí tienes a tu verdadero padre, que murió por ti, pero vive siempre a tu lado. Jesús fue desde entonces mi verdadero padre”.

Se trata del primer paso hacia su vocación de jesuita que se reforzaría con el conocimiento de la pobreza del extrarradio de Madrid. Durante el noviciado en Loyola, donde se distinguió ya por su simpatía, su oración y la austeridad consigo mismo, un tema frecuente de las conversaciones de Arrupe con sus compañeros era la devoción al Corazón de Jesús, algo que a través de los tiempos conservaría siempre sin pretender imponerla. En este tiempo de su formación llegó a hacer famoso “El disco de Arrupe”. Se trataba de un pequeño fascículo, donde Arrupe había sintetizado algunas notas sobre el Corazón de Jesucristo y la forma de practicar esta devoción. “El disco de Arrupe” corría de mano en mano en copias hechas a máquina y en formato de octavilla.

 El ejemplar de “El disco de Arrupe”, que me  envió antes de morir el padre Germán Arzuza, compañero de Arrupe, conserva un raro sabor a reliquia. Las páginas de este pequeño cuaderno, encuadernado en una endeble cartulina gris ondulada, amarillean de viejas. Consta de cuatro partes: I. Origen de la cuestión. II. Enorme trascendencia del asunto. III Razones de las dificultades que se encuentran en la práctica de esta devoción. IV. Cómo conseguir el verdadero espíritu y sentirlo. Su contenido es un buen resumen de los libros y pláticas de la época sobre el Corazón de Jesús. Arrupe conservará siempre esta devoción, como veremos, aunque evolucionará en su dimensión mística y en la forma de aplicarla a los demás con el paso del tiempo.

Tras sus estudios de filosofía en Bélgica, en vísperas de su ordenación sacerdotal, un compañero, que había sido connovicio suyo, Jesús Iturrioz, cuenta cómo llegó este momento tan importante para Pedro Arrupe. Fue un tiempo en el que profundizó en los fundamentos teológicos de la devoción al Corazón de Jesús. Él pensaba que esta devoción era una estrategia para la obra de la redención:No me resigno a que cuando yo muera siga el mundo como si no hubiera vivido”; y, pocos días después, añade: “¡Somos tan poco, podemos tan poco y la obra de la redención es tan grande!”.

En una nota manuscrita de ese tiempo escribe: “Mis ministerios y mis obras cotidianas, mi trabajo, el de hoy también, superarán en fruto (no en futuro, sino en presente), superan mis esperanzas… ¡Señor, ensancha mi corazón para que espere, como ensanchaste el tuyo para amarnos!». Días después entrega al padre Iturrioz  una oración al Corazón de Cristo, que lleva por título Magister adest et vocat te (“El Maestro está aquí y te llama”: Jn. 11,28)) , y que había compuesto en agosto de aquel año, un texto muy revelador de la entrega incondicional de Pedro Arrupe. Cito la versión que siete años después reelabora en Japón, quizás superando algo del estilo pietista de aquellos años. Esta es pues su formulación definitiva:

Jesús, mi Dios, mi Redentor,
mi Amigo, mi íntimo Amigo,
mi corazón, mi cariño.

Aquí vengo, Señor, para decirte
desde lo más profundo de mi corazón
y con la mayor sinceridad y cariño
de que soy capaz,
que no hay nada en el mundo que me atraiga,
sino Tú sólo, Jesús mío.

No quiero las cosas del mundo.

No quiero consolarme con las criaturas.

Sólo quiero vaciarme de todo y de mí mismo,
para amarte sólo a Ti.

Para Ti, Señor, todo mi corazón,
todos sus afectos, todos sus cariños,
todas sus delicadezas…

Oh Señor!, no me canso de repetirte:
nada quiero sino tu amor y tu confianza.

Te prometo, te juro, Señor;
escuchar siempre tus inspiraciones,
vivir tu misma vida.

Háblame muy frecuentemente
en el fondo del alma
y exígeme mucho,
que te juro por tu Corazón
hacer siempre lo que Tú deseas,
por mínimo o costoso que sea.

¿Cómo voy a poder negarte algo,
si el único consuelo de mi Corazón
es esperar que Caiga una palabra de tus labios,
para satisfacer tus gustos?

Señor; mira mi miseria, mi dureza,
mi debilidad…

Mátame antes de que te niegue algo
que Tú quieras de mí.

¿Señor, por tu Madre! iSeñor, por tus almas!,
dame esa gracia…

En una de las estampas añade a su amigo: “Concede a este otro Jesús, a quien tanto amas. que llegue a ser un gran santo y un apóstol de tu S. Corazón. Para mí no te pido sino que: fiat mihi secundum verbum tuum. Para Ti: Adveniat Regnum tuum fiat voluntas tua sicut in caelo et in terra”.

Un corazón para Japón

Cuando finalmente se cumplió su sueño de ser destinado a la misión de Japón, al lanzarse más y más a su apostolado, con motivo de consagrar al Corazón de Jesús la capilla de unas religiosas, se le ocurrió la idea de repetir esta experiencia con las familias japonesas. Él cuenta cómo, a veces, esta oración hecha desde la autenticidad y la sencillez provocaba la unión en la plegaria de personas de la misma familia que pertenecían al budismo y al sintoísmo, y a veces, también algunas conversiones. El modo de actuar del padre Arrupe provocaba ya una reacción de curiosidad y convencimiento… A quien conoce Japón y sabe de las dificultades para conseguir una conversión al cristianismo allí, no pueden dejar de sorprenderle los primeros éxitos del padre Arrupe. Por ejemplo, aquella familia católica cuyo padre era hostil a la fe cristiana, aunque permitía que la practicaran su mujer y sus hijos. Ella quería que Arrupe consagrara su casa al Corazón de Jesús. Pero el día en que el jesuita se presentó en el hogar, el padre estaba en casa. Arrupe no se arredró. Realizó la ceremonia. De pronto se abrió una cortina y apareció el padre, quien directamente exclamó: “Quiero bautizarme”.

¿Cuál era el secreto de esta eficacia? El padre Arrupe lo recordaría más tarde en numerosas homilías, entendiendo el Corazón de Cristo como el centro de su persona, su «yo» profundo. Así escribiría con los años: «En resumen, aquí tenemos también lo más sencillo y lo más profundo de la verdadera devoción al Sagrado Corazón. Mirando a ese libro “escrito por dentro y por fuera”, podemos aprender a Cristo, en el cual están escondidos “los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2,3). Mirando y leyendo en ese crucificado con el costado abierto, veremos en Él al Hijo de Dios “que se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte de cruz” (Fil 2,8). Y, yendo a Él, creeremos con esa fe que, si es verdadera, nos impulsará a las obras. Obras de amor a Dios, sin duda, pero de un amor que se ha de manifestar en el amor a los hermanos.

“Si el amor de Dios es tan grande que nos dio a su Hijo unigénito, ‘Dios ha amado tanto al mundo que nos da a su Hijo unigénito’ (Jn 3,16), nuestra respuesta a ese amor ha de ser la entrega absoluta a Cristo y a los hermanos; ‘Haceos, pues, imitadores de Dios, como hijos queridísimos y caminad en la caridad, como el mismo Cristo os ha amado y se ha dado a sí mismo por nosotros, ofreciéndose a Dios en sacrificio adorante’ (Ef 5,1). Por eso ha podido escribir Pío XII que en el culto al Sagrado Corazón “se contiene el resumen de toda la religión y también la vida más perfecta’”.

Este estilo de vida era ya el secreto más profundo del joven padre Arrupe. Por los barracones del Settlement, en sus primeros contactos japoneses y mientras se le veía ir de aquí para allá con ese espíritu inquieto y alegre, tenía aires de enamorado, de un gran enamorado del “yo central” de Cristo. Parecía, desde el principio de su trabajo de misionero, convencido de que la fuerza de sus acciones no dependía de él. Por eso, donde pasaba, dejaba siempre un poco de corazón y como no quería que fuera el suyo, dejaba el Corazón de Jesucristo. Era el secreto de un espíritu universal que estallaría más tarde… Por eso, ya de provincial, consagraría el 25 de julio la provincia del Japón al Corazón de Jesús.

Cariño de padre

IMG_8275Elegido superior general de la Compañía de Jesús en 1965, nunca olvidará esta especial devoción. Se reitiró a Villa Cavalleti, cerca de Frascati,  el 24 de julio para dedicar diez días a hacer Ejercicios Espirituales. En un cuaderno de apuntes espirituales aparece en ellos un corazón generoso al estilo ignaciano, abierto al “universo mundo”, a la Iglesia, al Papa; un auténtico misionero, y un hombre de intensa oración, unido con Dios no para sí mismo, sino en función de los demás y en particular de los jesuitas. Así, sin quererlo, autodefinirá lo que en realidad llegará a ser su generalato: “El general es el jefe, pero es cabeza y padre. Es gobernante y administrador; de ahí la amabilidad, cariño, llaneza de padre, la claridad, determinación, firmeza…, comprensión, amabilidad humanas, cariño y amor».

                Siente que Dios le pide una gran abnegación, convertirse en un “servidor”, “un pequeño” según el estilo evangélico, lo que le comunica “una fortaleza extraordinaria”. Estos densos apuntes  confirman además la tesis de que el padre Arrupe había hecho un “voto de perfección” a Dios, un compromiso voluntario de buscar su voluntad y cumplirla, eligiendo lo que más a ello conduce, durante los último años de formación. “Ahora tengo que observarlo con toda diligencia, pues en esa diligencia en observarlo estará también mi preparación para oír, ver y ser instrumento del Señor”, añade. Después de muerto se encontró en su habitación una tarjeta postal con la imagen del del Sagrado Corazón, impresa monocroma en tono verdoso oscuro, en cuyo reverso tenía escrita la fórmula de su voto de perfección. Se trata de una promesa ante Dios de elegir entre dos opciones la más espiritualmente perfecta.

En su menuda y veloz escritura reaparece su particular devoción al Corazón de Jesús y a la Eucaristía: “Presencia real de Cristo, de mi amigo, de mi gran jefe, pero al mismo tiempo mi íntimo confidente. La  obra es de los dos: él me comunica sus planes, sus deseos; a mí me toca colaborar “externamente” en sus planes, que Él ha de realizar internamente con su gracia. Qué obra tan grandiosa la que Él pone en mis manos; eso exige una unión de corazones completa, una identificación absoluta, ¡Siempre con Él! Y Él nunca se apartará! Yo tengo que mostrarle confianza y fidelidad. Nunca separarme de Él. Pero la raíz está en ese amor de amicitia(amor de amistad), en sentirse el alter ego de Jesucristo. Con una humildad profundísima, pero con una alegría y felicidad inmensas también. ¡¡Yo siempre con El!! Siempre colgado de sus labios y sus deseos. ¡Qué vida tan feliz! ¡Gracias Dios mío! ¡Aquí me tienes, Señor!

Aprovechando la referencia a Dios, un periodista de la televisión italiana, RAI le preguntó durante una entrevista:

–A esta palabra, «Dios», se le han atribuido muchas imágenes a lo largo de la historia. Son imágenes de Dios especialmente para el uso y consumo de los poderosos, para evitar la sublevación de los esclavos. Pero, ¿quién es ese Dios para el padre Arrupe?

El realizador del programa televisivo selecciona un primer plano. El piloto rojo se ilumina sobre la cámara, que realiza un travelling de acercamiento sobre el General de la Compañía de Jesús. En la mirada de Arrupe hay entusiasmo.

Para mí lo es todo, ¿no? Para mí lo es todo; por lo tanto, el rostro de Dios no sabría describirlo; no me lo imagino con un rostro, pero es algo que llena completamente mi vida y que aparece en la fisonomía de Jesucristo, en el Jesucristo oculto, naturalmente, en la Eucaristía, y después en mis hermanos, en los hombres, que son imagen de Dios; de modo que creo que esto, para mí, lo resume todo ¿Quién es Dios para usted? La respuesta, pues, es muy sencilla: Todo.

Más tarde, Arrupe completará esta respuesta. Jesucristo es el motor de la vida del padre Arrupe. “Fue mi ideal desde mi entrada en la Compañía, fue y continúa siendo mi camino, fue y es siempre mi fuerza. Creo que no hace falta explicar mucho lo que esto significa: quitad a Jesucristo de mi vida y todo se caerá, como un cuerpo al que se le retira su esqueleto, el corazón y la cabeza.”

Amor personal

Esta interioridad cristocéntrica la concreta Pedro Arrupe en la imagen del Corazón,que aprendió en su noviciado y conservará íntimamente hasta el fin. Y sin embargo, durante su generalato habla mucho de Jesucristo y no demasiado del Corazón de Jesús. “Hay una razón que podríamos calificar de pastoral –explica–, especialmente respecto a la Compañía. Ante las reacciones emocionales y las alergias que se han manifestado hace algunos años, relativas a la expresión “Sagrado Corazón”, fenómeno que tiene en parte su origen en ciertas exageraciones y manifestaciones de la afectividad, me ha parecido que era necesario dejar pasar un tiempo, durante el cual esta carga emocional, comprensible, pero en cierto modo poco racional, desapareciera.» Arrupe entiende el “corazón” como “centro”, “fuente” (Ur-Wort), palabra primigenia, llena de significado.

Por eso, en 1972 decide cambiar la fórmula existente de consagración de la Compañía al Corazón de Jesús, vigente desde tiempos del General padre Beckx (1872). Con este motivo, había encargado a los jesuitas Schwendimann y Solano que prepararan la nueva redacción. Ya se había realizado una edición de treinta mil ejemplares con este texto, cuando, haciendo sus Ejercicios espirituales, llamó al padre Luis González un día después de cenar y le contó que el padre Giuliani se había ofrecido a llevarle a La Storta –capilla a las afueras de Roma, donde Ignacio de Loyola, después de rogar a María que “le quisiese poner con su Hijo”, vio claramente que “Dios Padre le ponía con Cristo”, y donde Jesús le llegó a decir: Quiero que tú nos sirvas”–, y que mientras estaba orando en aquella capilla se le había ocurrido escribir allí mismo la nueva fórmula de consagración.

El texto, austero y profundo, viene a situar la entrega del jesuita actual como una prolongación de la gracia e iluminación recibida allí por Ignacio. Sobre este amor apasionado a Jesucristo ya hemos citado algunos párrafos de sus apuntes de Ejercicios apenas elegido general. He aquí otro revelador: El amor personal hacia Jesucristo  (hacia los miembros de la Compañía) es absolutamente necesario y base para la identificación con Él; es decir, para llegar a ser poseído de su gracia en tal forma que sus pensamientos sean los míos y querer el mío… Llegar a esa identificación es el ideal y el secreto de la verdadera santificación y del verdadero desempeño de mi papel de general, ya que no soy sino instrumento racional de Él; no solamente un segundo subordinado (en el sentido humano), sino un verdadero instrumento que no debe actuar sino movido por la causa principal. ¡Qué alegría y felicidad poder llegar a esto!”.

                En sus cartas personales Pedro Arrupe con frecuencia se refiere al Corazón de Jesús. Como testimonio de la delicadeza con que Arrupe trataba personalmente algunos casos de tribulación de algunos jesuitas veteranos, Facundo Jiménez, SJ, me facilitó esta carta que le impresionó vivamente, fechada el 30 de noviembre de 1967: “Querido padre Jiménez: Un poco más aligerado del trabajo de estas últimas semanas, deseo yo mismo agradecerle su sincera carta del día 5 del pasado mes de octubre en la que filialmente me abre su corazón apenado por las deficiencias que ve actualmente en la Compañía. Dios le ha de pagar mucho la vida de oración y sacrificio que ofrece por la renovación de nuestra Compañía. Siga haciéndolo así sin dejar de fomentar una ilimitada confianza en el Corazón de Jesús que sabe sacar bienes de los males que nos afligen y de nuestras mismas faltas y pecados. Ojalá los que se apenan por el estado de la Compañía le imitasen a usted...”

Más adelante, el 3 de diciembre, un sacerdote, Francis Peter  Takezoe Tamotsu, herido por la bomba atómica y convertido a la fe cristiana  por el padre Arrupe, le escribe desde el Japón cuando este se encontraba ya enfermo en Roma:

                “Mi admirado y querido padre Arrupe:

                Jamás olvidaré aquel histórico día, hace ya treinta y ocho años, en que se arrojó la bomba atómica sobre Hiroshima. Actualmente estoy leyendo con enorme interés el relato que unos meses después publicó usted en el Catholic Digest. Y me hago perfecta cuenta de la necesidad de seguir orando por la verdadera paz, que hará posible que dicha tragedia no vuelva a producirse.

Hoy he recibido una carta del profesor Kanzawa en la que me refiere su encuentro con usted en Roma. Me ha emocionado profundamente. ¿Cómo se encuentra usted? Rezo siempre por usted, confiando en la providencia del amor del Corazón de Jesús.

Hace treinta y ocho años, el 6 de agosto, cayó la bomba atómica sobre Hiroshima.

Hace treinta y ocho años, el 9 de agosto, cayó la bomba atómica en Nagasaki.

Hace treinta y ocho años, el 15 de agosto, se produjo la rendición del Japón.

Estas sucesivas tragedias me llevaron al borde de la desesperación. Fue en abril de 1946, a mi regreso de Shanghai a Hiroshima, cuando, sin saber qué hacer ni adónde dirigirme, tuve la suerte de conocer al señor Matsuda, un católico, que me llevó un domingo al noviciado de Nagatsuka y me presentó a usted.

En aquel momento, mi desesperación se trocó en esperanza y mis tinieblas en luz; mi corazón se llenó de valor, esperanza y gozo. Mi encuentro con usted significó mi verdadero encuentro con el Señor Jesús.

Desde entonces mi corazón arde en amor con una plegaria. Cuando pienso en usted, me siento confortado por el amor del Corazón de Jesús”.

El fuego cósmico de Teilhard de Chardin

Teilhard_de_Chardin(1)Quizás la síntesis más completa del del pensamiento teológico y existencial del padre Arrupe acerca del Corazón de Jesús se encuentre en su artículo El Corazón de Cristo, centro del misterio cristiano y clave del Universo”, publicado en inglés en Estados Unidos con motivo del I Centenario de los Misioneros del Sagrado Corazón y presente en este libro, donde parte de su concepto del corazón como centro Urwort, palabra primigenia, que evoca más de lo que dice, como interpretativa de la historia de s la salvación del que quiso definirse como “manso y humilde corazón”, puesto que vive en el corazón del hombre y es manifestación y portador del amor del Padre; “pasó haciendo el bien”, predicó el amor al enemigo, al pecador y nos enseña a amar “como yo os he amado”, pues “Dios es amor, y todo el que ama, puesto que el amor es de Dios, ha nacido de Dios y conoce a Dios”. En este texto Pedro Arrupe se muestra contrario a la disociación entre el amor de Dios y el amor del hermano.

Sobre el sentido cósmico de este amor Arrupe cita a Teilhard de Chardin. Para comprender su importancia he de acudir a una experiencia personal. Cuando le visité en Roma ya muy enfermo por la trombosis con el fin de recabar datos para mi biografía tuve experiencias muy impactantes sobre su aceptación, su marginación y desautorización en aquel momento, y la gran fe y confianza con que vivía aquel martirio incruento. Pues bien, como apenas podía leer entonces, a causa de su enfermedad, tenía en las manos un libro de gran formato en imágenes sobre Teilhard de Chardin, el gran científico, filósofo y teólogo que no pudo ver publicadas sus obras en vida. y que Arrupe defendió en su primera rueda de prensa como general. En su libro La oración del P. Teilhard de Chardin Henri de Lubac, SJ nos cuenta que éste tenía siempre una imagen del Sagrado Corazón en su breviario . Tenía la costumbre de decir la misa del Sagrado Corazón los primeros viernes de mes y de recitar las letanías del Sagrado Corazón, hacia las que sentía la mayor admiración. “El Corazón de Cristo es algo más que el Corazón roto por nuestros pecados. El Corazón de Cristo es el centro de todos los corazones, de cuya plenitud todos hemos recibido, el manantial de toda santidad, la fuente de toda gracia, el horno ardiente que envía sus rayos de amor a través de todo el universo” Para Teilhard, la hoguera que derrama su llama ha sido un poderoso símbolo para expresar una realidad ontológica, misteriosa pero no por ello menos real, el influjo del amor de Cristo que penetra, transfigura y consagra a todo el universo. (P. Wenisch, SJ, Teilhard De Chardin y la Devoción al Sagrado Corazón, Dehoniana 1975/7, 1-12)

Arrupe lo cita porque “hizo compatible la más honesta investigación científica con una increíble ternura y penetración espiritual. Teilhard profesó una apasionada adhesión al corazón de Cristo”. El Sagrado Corazón era su punto omega del universo. El mundo tiene un corazón y ese es el Corazón de Cristo, hacia el que todo converge. Arrupe concluye que dicho  amor es trinitario y que en un mundo caracterizado por la increencia, “ a Dios se le descubre por la dimensión del enorme vacío que esa ignorancia o esa negación ha dejado en nuestro corazón”. Con un consiguiente sentido comunitario: “Más que comunidad de fe -aunque también lo es- es la comunidad de amor que nace de la comunidad de fe”.

Pedro Arrupe fue un hombre que se adelantó a su tiempo en temas que hoy están reconocidos como prioridades indiscutibles: la inculturación, el diálogo con los increyentes, la promoción de la justicia como consecuencia de la fe, la solidaridad universal, la importancia de las migraciones, el grave problema de los refugiados, el racismo, la situación de la mujer en la Iglesia y el capitalismo salvaje o pensamiento único. Todos ellos los afrontó el padre Arrupe ya desde el siglo XX, siempre con espíritu de fe y optimismo. “¿Cómo no voy a ser optimista, si creo en Dios?”, decía. Tanto que sus últimas palabras antes de morir fueron Para el presente amén, para el futuro aleluya.

Creía necesario recordar con este artículo que un hombre, tan de hoy, con el futuro en la médula profesó en vida esta singular devoción. Sin duda la fuente de toda la energía y la fuerza que le acompañó siempre y sobre todo en sus nueve años de calvario residían en un corazón de hombre que él expandió hasta fundirse místicamente con el fuego infinito del Corazón de Jesús.

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Yo, Ignacio de Loyola…

Miércoles, 31 de julio de 2024
Comentarios desactivados en Yo, Ignacio de Loyola…

Ignacio-Loyola-61“Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden.

Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participara los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia.

Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.

Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.

Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así.

Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida.

¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad?

Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios.

El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo

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Karl. Rahner,
Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy,
Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8.

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La urticante asimetría de la gracia: raíz de ‘Fiducia supplicans’

Miércoles, 24 de enero de 2024
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IMG_2246Teología de la bendición ¿Modernismo puro?

“Las redes sociales se pueblan de videos reaccionando en contra del último documento del Dicasterio para la Doctrina de la fe”

“Tanto Fernández como Francisco parecen haber pateado el tablero con esta ‘novedad’ en torno a lo que bien podríamos llamar el último capítulo en la Teología de la bendición”

“El movimiento sorprende, despierta urticarias y activa levantamientos apocalípticos, que recuerdan aquellos tiempos en que en el mercado se discutían a viva voz cuestiones de alta teología dogmática”

“Hay algunos elementos que pueden servir para entender la contienda. Aquí los menciono para alentar el diálogo superador”

“Un accionar del Espíritu por fuera de las fronteras visibles de la lglesia y su moral”

Las redes sociales se pueblan de videos reaccionando en contra del último documento del Dicasterio para la Doctrina de la fe. Tanto Fernández como Francisco parecen haber pateado el tablero con esta “novedad” en torno a lo que bien podríamos llamar el último capítulo en la Teología de la bendición. El movimiento sorprende, despierta urticarias y activa levantamientos apocalípticos, que recuerdan aquellos tiempos en que en el mercado se discutían a viva voz cuestiones de alta teología dogmática. Hace mucho que la discusión teológica no se pone tan picante y actual.

Hay algunos elementos que pueden servir para entender la contienda. Aquí los menciono para alentar el diálogo superador.

La realidad que embiste a la idea

Muchos hermanos creyentes, la inmensa mayoría, no están alineados con la exigente, sofisticada e intrincada moral católica. Por infinidad de motivos, muy variados. Pero no lo están. Y aun así, “irreverentes” ellos, desean a Dios. Tienen necesidad de Él. Lo añoran, conscientes de su incorrección, de su estar lejos de lo que la institución entiende como ideal. Ante esta realidad se presentan dos opciones. 

 La primera es la postura clásica: se los llama al orden, invitándolos a reformar sus vidas para adecuarse a la prolijidad de la existencia «en gracia». El guión sugiere decir de mil modos posibles: «Vengan y sean como nosotros. Ustedes pueden. Decídanlo y punto». Así funciona el razonamiento básico, que supone varias cosas: a) que el necesitado de Dios tiene claridad meridiana respecto de lo que está bien y lo que está mal, b) que está completamente seducido por la belleza y la conveniencia de la vida teologal, c) y que dispone de una “determinada determinación” para un cambio de vida rotundo que queme las naves de su triste vida pecadora y abrace la virtud, guiado por los pastores de su Iglesia que son auténticos baqueanos del Espíritu. ¿Qué puede salir mal?

Malas noticias: ni lo ven tan claro, ni se sienten atraídos por la opacidad de una institución que no trasunta la vitalidad transformante de Aquel que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5). Y para rematar: aunque lo vean, y quieran, no pueden. Una buena parte de la historia de la doctrina de la Gracia se resume en esta línea divisoria de aguas. Y sin embargo, a pesar del fracaso estrepitoso de esta actitud pastoral, sigue pautando la pastoral en demasiadas iglesias locales.

La segunda respuesta es la aproximación personal, compasiva, que primerea la misericordia como condición de posibilidad de lo que sigue. Los evangelios están plagados de situaciones concretas de este tipo: Jesús come con los indeseables, con los corruptos, con los de vida ligera. No solo con los pobres y enfermos, sino con los marginados morales (Lc 7, 36-50; 19,1-10). El padre misericordioso sale al encuentro del hijo traicionero, licencioso y torpe (el mote “pródigo” solo romantiza la bajeza moral del que mata a su padre en vida y se atomiza en pasiones desenfrenadas) y lo abraza, antes de escuchar su discurso aprendido e interesado. Es el modo de anunciar el Reino: muy en línea con la encarnación, cruzando una vez más la barrera clara y distinta que separa lo profano de lo sagrado, lo puro de lo impuro, lo divino de lo humano. El “primereo” es su estilo, pues la iniciativa salvífica activa de Dios es el núcleo de la novedad del evangelio respecto de la ley judaica. Dios se pone al hombro la tarea de redención porque el hombre no ve claro, no se siente atraído y por sobre todas las cosas, por más que quiera: no puede. Crujen los huesos de Pelagio desde la tumba, pero es así.

De aduanas y varas de medida

Hay una configuración institucional que necesita trascenderse para comprender el mensaje de la doctrina sobre la bendición: la iglesia es mucho más que la garante de la moral occidental y cristiana. Mal le ha ido en este rol, luego de que saltaran a la luz las atrocidades de su pasado remoto y no tan remoto. Desde el cesaropapismo, la bula Unam sanctam, las querellas de las investiduras, los papados mundanos y orgiásticos, las indulgencias que construyeron San Pedro, la Inquisición, las relaciones carnales con el poder, el absolutismo monárquico, la complicidad con las dictaduras y gobiernos opresivos, los abusos sexuales, la pederastia, los crímenes de los orfanatos de Canadá, Irlanda, los desfalcos en el Vaticano de Francisco, etc. etc. etc. ¿De veras queremos insistir en el rol de doctores de la ley versión 2.0? Spoiler: no nos da la altura moral… para medir la moral de los demás como función fundamental de nuestra existencia. Lo que no implica cancelar el contenido moral de nuestra vivencia espiritual, claro está. Pero estoy convencido de que la furia con la que la posmodernidad nos enrostra nuestras miserias morales es simplemente el fruto de la larga y machacona insistencia eclesial en supervisar la moral de Occidente sin anunciar el kerigma, de exigir el fruto sin haber sembrado y de priorizar el resultado por encima de la gratuidad de la gracia.

Ser sacramento del amor infinito de Dios (FS 42 -45) implica para la iglesia renunciar a ese rol de poder arriba descripto que no debe (¡ni puede!) llevar adelante. La lógica descentralizadora del Concilio Vaticano II recupera la noción de sacramento poniendo la misma razón de ser de la iglesia en el «ir de Dios hacia el hombre», y de su necesidad de significar tangiblemente su gratuidad resucitante. La iglesia no es la meta: la meta es el Padre. Somos los embajadores de la moción reconciliadora de la Pascua (2Cor 5,17 – 21), no de la venganza del Señor: esa perspectiva ya fue abolida por Jesús en la sinagoga (Lc 4, 16-20).

La teología de la bendición parece indignar a una parte importante de la Iglesia todavía convencida de un rol que tanto el evangelio como el mundo repelen. Es que Fiducia supplicans exige que la iglesia abandone el centro y se instale en las periferias existenciales, donde lejos del fariseo panóptico foucaultiano se ve mucho más claro, en blanco sobre negro, lo que intuye Pablo en la segunda carta a los Corintios: «Te basta mi gracia, porque mi poder triunfa en la debilidad» y «porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2Cor 12, 7.10).  Es que de eso estamos hablando, en definitiva. De la centralidad de la primacía de la gracia por sobre la moral.

La gracia: ¿condición de posibilidad o resultado de la virtud? 

El giro sustancial en teología de la Gracia lo dio K. Rahner cuando a mediados del siglo XX cambió lo que se entendía por primer analogado de esta realidad: ya no la gracia creada sino la increada. No tanto el hombre regenerado en Cristo, sino Dios mismo dándosenos. Durante siglos la doctrina tomista de la gracia creada había formateado (y sigue haciéndolo) la visión de la moral cristiana. Fruto de la justificación, el hombre es recreado en Cristo y está ya en condiciones de seguirlo, de merecer y de obrar santamente. Nada más real que esto. ¿Quién lo discute? Lo cierto es que la recepción del Aquinate olvidó destacar la imprescindible vinculación entre esta renovación interior del hombre con la fuerza personal del Dios que lo habita, el mismo Dios que es la causa permanente de esa realidad estable de agraciamiento. Con sutileza y solidez, Rahner vuelve a posar la atención en la causa continua de tal regeneración que es, una vez más, Dios mismo dándosenos.  Y con este golpe magistral causó un efecto muy necesario: la gracia ya no será primeramente la prolijidad de una vida en puntillosa sintonía con la doctrina sino la entrega permanente, incondicional y asimétrica que el mismo Dios es, en la persona del Espíritu. Y solo en segundo lugar la gracia será la respuesta del hombre a esta donación. Así queda esbozado el retrato de la gracia como vínculo, en el Espíritu, con el mismo Dios que se nos da, continua e irrefrenablemente.

¿Modernismo puro? No lo creo. Lo que este teólogo pone sobre la mesa es la misma raíz de la maternidad virginal de María, dogma que aprecian con frenesí los mismos sectores conservadores que hoy atacan a Fernández y a Francisco. La asimetría incondicional de Dios para dar vida nueva que exige la prescindencia del concurso humano de varón para engendrar a Jesús es el epítome de la precedencia del primereo de Francisco, de la lógica evangélica y cristológica que rompe el círculo vicioso de la ley y el pecado y permite un nuevo comienzo. Es cierto que se necesitó del fiat mariano para este paso, pero otro dogma ilumina la singularidad de este movimiento de fecundidad: el de la inmaculada concepción de María. Una vez más, un punto para la iniciativa divina que trasciende la respuesta humana, cimentándola.

¿A dónde vamos con este giro dogmático? Es necesario señalar la reciedumbre teológica de Fiducia supplicans. No es una concesión blanda a los sectores progresistas, sino una afirmación categórica de la gratuidad y la incondicionalidad de la gracia, de su asimetría y precedencia respecto de la respuesta humana de la que lejos de ser su resultado, es más bien su origen y condición de posibilidad. Sin una experiencia real y tangible de la excedencia de Dios respecto de la propia virtud, no hay conversión posible. Si la espiritualidad no va más allá de la moral no puede servirle de fundamento. Fernández sostiene con gran lucidez la primacía del kerigma que responde al clamor confiado y fecunda -pneumatológicamente- la  apertura temerosa a la paternidad divina.

Se insinúa un proceso de conversión, o mejor dicho el inicio de acercamiento que coincide por un lado con el aguijoneo de la nostalgia de Dios y por otro por la premura de ubicar la propia contingencia en las manos del que todo lo conforta (cf. Fil 4,13). 

Es imprescindible entender que una bendición no necesariamente «legitima» el proceder errado del que la recibe. Afirmar eso sería como entender que una madre es permisiva y laxa porque expresa cariño a su hijo díscolo, porque le recuerda que lo ama incondicionalmente. En la lógica vivencial de la maternidad se intuye curiosamente lo contrario: es la gratuidad del afecto lo que permitirá en un futuro que el hijo recapacite, si es que esto sucede, sostenido por un vínculo que no depende de su elección sino que la habilita. Una bendición no necesariamente «legitima» pero siempre «agracia», porque la gracia está más allá y más acá de la ley. Decir lo contrario supone arrancar del evangelio la teología paulina presente en Romanos y en Gálatas.

Por una pedagogía de la atracción

Identificar a la Gracia con la persona del Espíritu permite entender lo que parece estar de fondo en todo el documento del Dicasterio para la Doctrina de la fe: el carácter personal y procesual de la gracia, que no siempre coincide de modo taxativo con la nitidez propia de la ley de cuño más cristológico.

Que el Espíritu actúa antes y después de Jesús es una verdad de perogrullo, atestiguada tanto por el Antiguo Testamento (el Espíritu aleando sobre las aguas: Gn 1,2;  el Espíritu en los profetas: Ez 37, Is 11) como por el Nuevo Testamento (Jn 14, Hch 2). Pero lo interesante y sugerente es que Lucas nos aporta un accionar del Espíritu por fuera de las fronteras visibles de la lglesia y su moral. El episodio de Felipe con el eunuco etíope (Hch 8, 26-39) lo deja bien claro: hay una conversión que antecede al diálogo con el apóstol. Es verdad que termina en bautismo, pero se inicia de modo independiente.

Por eso resulta tan sugerente que se asocie la práctica de la bendición extralitúrgica al Espíritu (FS 31.33), pues da cuentas de su accionar propedéutico, pedagógico y didáctico que nos recuerda con mucha frescura lo que Trento en su Decreto sobre la Justificación describe como parte del proceso interno del que todavía no está justificado: la gracia lo excita y lo ayuda (capítulo V) y el hombre se inclina hacia Dios, lo desea y se dispone a esperarlo (capítulo VI). Lo dice Trento, no la teología queer. Es pura gracia “actual”, anticipada que seduce y atrae a la persona a la misma conversión. De allí que el deseo de Dios sea retratado por el documento como una semilla del Espíritu cuyo crecimiento no debe sofocarse sino más bien alentarse. Toda la patrística viene en auxilio de este rol pedagogo del mismo Dios que hace de la inquietud por él un efecto de esa atracción pascual propia del crucificado resucitado («cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mí» Jn 12,32).

Creo de veras que el documento de Fernández ofrece muchas pistas para cuestiones que son incluso más decisivas que el mismo desencadenante pastoral de las bendiciones “irregulares”. La excedencia de la espiritualidad respecto de la moral, la ubicación estratégica de la iglesia en las fronteras existenciales y su consecuente rol kerigmático y no tan aduanero, la maternidad graciosa de sus gestos y la ampliación del registro estrictamente legalista que nos sitúa más cerca de la letra que mata que del Espíritu que vivifica (cf. 1 Cor 3,6).  Ojalá aprovechemos la oportunidad para que, como suele darse en la historia de la iglesia, una situación puntual y concreta -como en este caso es la situación de las uniones irregulares o del mismo sexo- ponga en marcha un diálogo fecundo que permita ver con más nitidez y contundencia lo que parece ser el núcleo místico, dogmático y pastoral de la discusión: la gratuidad y la universalidad de la gracia y su primacía asimétrica sobre la respuesta del hombre.

Fuente Religión Digital

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Yo, Ignacio de Loyola…

Lunes, 31 de julio de 2023
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Ignacio-Loyola-61“Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden.

Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participara los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia.

Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.

Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.

Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así.

Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida.

¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad?

Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios.

El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo

*

Karl. Rahner,
Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy,
Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8.

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Hablando en lenguas y arrojando ladrillos, el Espíritu Santo está vivo en Pentecostés y en el orgullo

Lunes, 29 de mayo de 2023
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IMG_9768Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson

La publicación de hoy es del editor gerente de Bondings 2.0, Robert Shine, cuya biografía se puede encontrar aquí.

Las lecturas litúrgicas de hoy para Pentecostés (Misa de Vigilia) en las que se basa esta reflexión se pueden encontrar aquí. Tenga en cuenta que las lecturas de Pentecostés para la Misa del domingo son diferentes.

“Porque en esperanza fuimos salvos. Ahora la esperanza que ve no es esperanza. Porque ¿quién espera lo que ve? Pero si esperamos lo que no vemos, con perseverancia esperamos”. (Romanos 8:24-25)

Durante la semana pasada, leí sobre la decisión de Target de eliminar los artículos Pride de sus estantes, o al menos esconderlos en los rincones traseros de las tiendas. TikTok me mostró los videos de personas anti-LGBTQ+ que desmantelan las pantallas del Orgullo y acosan a los empleados, acciones que provocaron que la cadena minorista retrocediera. Nunca creí que el capitalismo arcoíris conduciría a la liberación queer, por lo que me siento ambivalente acerca de esta disputa corporativa. Aún así, la noticia me preocupa.

El Mes del Orgullo comienza en unos pocos días, y el momento difícilmente se siente como una celebración. Porque lo que me preocupa en este momento no es realmente sobre Target o Bud Light o cualquier corporación que venga después. Se trata de la creciente amenaza en los Estados Unidos no solo para nuestros derechos como personas LGBTQ+, sino también para nuestras vidas, en particular las personas trans o no binarias, y de estas, en particular las personas de color. La violencia manifiesta es común, pero, más común, es la “violencia de discriminación en cámara lenta menos obvia y menos visible”, como escribieron los obispos de EE. UU. en una carta pastoral de 1994.

Los logros obtenidos con tanto esfuerzo por el movimiento LGBTQ+ en los últimos años se están erosionando, y rápidamente. En su lugar, hay nuevas leyes que prohíben el cuidado de afirmación de género, censuran los planes de estudios escolares, prohíben el arrastre y más. La lectura de hoy de la Carta de Pablo a los Romanos habla de esperanza. Pero para las personas LGBTQ+ y nuestros seres queridos en este momento histórico, cuando tanto anda mal, ¿qué significa la esperanza?

Para mirar hacia adelante con esperanza, primero debemos mirar hacia atrás. Durante siglos, cuando la homosexualidad fue patologizada y criminalizada, muchas personas LGBTQ+ existieron de manera muy similar a los discípulos de Jesús después de la Resurrección: escondidos, el armario era una versión moderna del Aposento Alto. Pero los discípulos comenzaron a predicar las Buenas Nuevas, y Frank Kameny, uno de los primeros defensores LGBTQ+ en los EE. UU., proclamó “Gay is Good”. Los respectivos movimientos comenzaron a ser más visibles ya crecer.

Entonces el Espíritu Santo brotó—en Pentecostés y en el Orgullo. En Jerusalén, los discípulos de Jesús hablaron en lenguas. En Stonewall, los amigos de Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera tiraron ladrillos. Ambos grupos tenían en común una resistencia divinamente inspirada a las opresiones que aplastan a tanta gente, y la esperanza de un mundo justo.

En este momento, las personas LGBTQ+ y sus aliados en los EE. UU. nos encontramos nuevamente en un momento de incertidumbre. Donde hace tan solo unos años el horizonte de la igualdad aparecía más claro, ahora esa visión es mucho más borrosa y el horizonte parece más lejano.

San Pablo escribe que no podemos esperar lo que vemos. La esperanza se trata de creer en lo invisible. Hoy, mucho más allá de los eventos de Jerusalén y Stonewall, sabemos lo que sucedió: el cristianismo floreció y floreció el movimiento LGBTQ+. Pero esos primeros discípulos y activistas no sabían lo que sucedería con sus acciones. No podían ver lo que sucedería. Así que confiaron en la esperanza.

Esperar es una elección radical, no un sentimiento cálido o una emoción fugaz. Esperar es creer en la promesa de Dios de liberación invisible, incluso cuando la evidencia que tenemos ante nosotros parece demostrar lo contrario. Esperar es unirse a los discípulos de Jesús y los alborotadores de Stonewall para decir “” al movimiento del Espíritu de Justicia entre nosotros.

Cuando se le preguntó acerca de nuestro mundo atribulado, una hermana católica dijo una vez: “Tengo esperanza, pero no soy optimista”. A mí también me falta optimismo en estos días. Pero este Pentecostés y Orgullo, sigo a los discípulos y activistas antes que yo al elegir esperar en lo oculto. Y para sostenerme, me uno a su llamado centenario: “¡Ven, Espíritu Santo, ven!”

—Robert Shine (él/él), New Ways Ministry, 28 de mayo de 2023

Fuente New Ways Ministry

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“Nuevo comienzo”. 28 de mayo de 2023. Pentecostés (A). Juan 20, 19-23.

Domingo, 28 de mayo de 2023
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28_PENTECOSTES_A_1682737Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero ya no está Jesús con ellos. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. No pueden escuchar sus palabras llenas de fuego. No pueden verlo bendiciendo con ternura a los desgraciados. ¿A quién seguirán ahora?

Está anocheciendo en Jerusalén y también en su corazón. Nadie los puede consolar de su tristeza. Poco a poco, el miedo se va apoderando de todos, pero no tienen a Jesús para que fortalezca su ánimo. Lo único que les da cierta seguridad es «cerrar las puertas». Ya nadie piensa en salir por los caminos a anunciar el reino de Dios y curar la vida. Sin Jesús, ¿cómo van a contagiar su Buena Noticia?

El evangelista Juan describe de manera insuperable la transformación que se produce en los discípulos cuando Jesús, lleno de vida, se hace presente en medio de ellos. El Resucitado está de nuevo en el centro de su comunidad. Así ha de ser para siempre. Con él todo es posible: liberarnos del miedo, abrir las puertas y poner en marcha la evangelización.

Según el relato, lo primero que infunde Jesús a su comunidad es su paz. Ningún reproche por haberlo abandonado, ninguna queja ni reprobación. Solo paz y alegría. Los discípulos sienten su aliento creador. Todo comienza de nuevo. Impulsados por su Espíritu, seguirán colaborando a lo largo de los siglos en el mismo proyecto salvador que el Padre ha encomendado a Jesús.

Lo que necesita hoy la Iglesia no es solo reformas religiosas y llamadas a la comunión. Necesitamos experimentar en nuestras comunidades un «nuevo inicio» a partir de la presencia viva de Jesús en medio de nosotros. Solo él ha de ocupar el centro de la Iglesia. Solo él puede impulsar la comunión. Solo él puede renovar nuestros corazones.

No bastan nuestros esfuerzos y trabajos. Es Jesús quien puede desencadenar el cambio de horizonte, la liberación del miedo y los recelos, el clima nuevo de paz y serenidad que tanto necesitamos para abrir las puertas y ser capaces de compartir el evangelio con los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

Pero hemos de aprender a acoger con fe su presencia en medio de nosotros. Cuando Jesús vuelve a presentarse a los ocho días, el narrador nos dice que todavía las puertas siguen cerradas. No es solo Tomás quien ha de aprender a creer con confianza en el Resucitado. También los demás discípulos han de ir superando poco a poco las dudas y miedos que todavía les hacen vivir con las puertas cerradas a la evangelización.

José Antonio Pagola

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“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo”. Domingo 28 de mayo de 2023. Pentecostés

Domingo, 28 de mayo de 2023
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34-PentecostesB cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar
Salmo responsorial: 103: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
1Corintios 12,3b-7.12-13: Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo
Juan 20,19-23: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo

El relato de Hechos que leemos en la primera lectura es una construcción del escritor lucano. Su finalidad es eminentemente teológica. No es un acontecimiento cronológico sino kairótico en la misma línea de la fiesta de la ascensión que celebramos y comentamos el domingo pasado. Lucas recoge la «fiesta de las semanas» del antiguo Israel. Esta fiesta se celebraba para conmemorar la llegada del pueblo al Sinaí. La entrega de las tablas de la Ley a Moisés en medio de truenos relámpagos y viento huracanado.

El redactor de Hechos toma los elementos simbólicos de resonancia cósmica para manifestar que es una intervención de Dios. Quiere significar la irrupción del Espíritu Santo en la historia humana. Es el comienzo de la etapa definitiva en la historia de la salvación. Es el comienzo de la predicación del evangelio por parte de la Iglesia apostólica. Estos elementos también recuerdan el anuncio profético del «Día del Señor». Este pasaje entrelaza elementos históricos y escatológicos. El Espíritu empuja a la Iglesia más allá de las fronteras geográficas y culturales. Por eso todos entienden el mensaje en su propia lengua. Allí se han dado cita todos los pueblos hasta entonces conocidos indicando la universalidad del mensaje evangélico. Otro elemento importante es el aspecto comunitario: los discípulos están reunidos en comunidad y el anuncio inaugura una nueva comunidad.

En la primera de Corintios Pablo enfatiza la acción del Espíritu en la vida de los creyentes y en la construcción de la Comunidad eclesial. Conciente de las divisiones que se vivían al interior de esta comunidad insiste en que los dones, los carismas, los ministerios y los servicios proceden de un mismo Espíritu. Por lo tanto todos los carismas, dones y ministerios están en función del crecimiento de la Iglesia. La acción del Espíritu cualifica la misión de la Iglesia en el mundo y no sólo para la santificación individual. El Espíritu articula interiormente la misión de Jesús y la misión de la Iglesia.

El cuarto evangelio presenta dos escenas contrastantes. En primer lugar, los discípulos encerrados en una casa, llenos de miedo y al anochecer. En segundo lugar, la presencia de Jesús que les comunica la paz, les muestra sus heridas como signo de su presencia real, se llenan de alegría y Jesús les comunica el Espíritu que los cualifica para la misión. El miedo, la oscuridad y el encerramiento de «la casa interior» se transforman ahora con la presencia de Jesús en paz, alegría y envío misionero. Son signos tangibles de la acción misteriosa y transformante del Espíritu en el interior del creyente y de la comunidad. Resurrección, ascensión, irrupción del Espíritu y misión eclesial aparecen aquí íntimamente articuladas. No son momentos aislados sino simultáneos, progresivos y dinamizadores en la comunidad creyente.

Jesús cumple sus promesas. Les ha prometido a sus discípulos que pronto regresará, que nos les dejará solos. Les ha dicho que el Espíritu Santo de Dios les asistirá para que entiendan todo lo que él les ha anunciado. Así lo hace. Ahora les comunica el Espíritu que todo lo crea y lo hace nuevo. Jesús sopla sobre ellos como Dios sopló para crear al ser humano. Ellos son las personas nuevas de la creación restaurada por la entrega amorosa de Jesús.

La violencia, la injusticia, la miseria y la corrupción en todos los ámbitos de la sociedad nos llenan de miedo, desaliento y desesperanza. No vemos salidas y preferimos encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros asuntos individuales y olvidarnos del gran asunto de Jesús. Entonces es cuando él irrumpe en nuestro interior, traspasa las puertas del corazón e ilumina el entendimiento para que comprendamos que no nos ha abandonado. El sigue presente en la vida del creyente y en el seno de la comunidad. Sigue actuando a través de muchas personas y organizaciones que se comprometen a cabalidad para seguir luchando contra todas las formas de pecado que deshumanizan y alienan al ser humano. El Espíritu de Dios sigue actuando en la historia aunque aparentemente no lo percibamos. No es necesario hacer tanta bulla para decir que el Espíritu está actuando. Muchas veces no lo sentimos porque actúa en forma muy sencilla a través de gestos que pueden pasar desapercibidos.

¿Qué signos de la presencia dinamizadora del Espíritu de Dios podemos percibir en nuestra vida personal, familiar y comunitaria? ¿Conocemos personas que actúan bajo la acción del Espíritu? ¿Por qué? ¿Qué podemos hacer para descubrir y potenciar los dones y ministerios que el Espíritu sigue suscitando en personas y comunidades?

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21-28.05.23: Ascensión ↔ Pentecostés. Subió para bajar. Marchó para quedarse

Domingo, 28 de mayo de 2023
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ascensionDel blog de Xabier Pikaza:

En la Ascensión (21.5.) se cumple el ciclo pascual, que comenzaba con el Padrenuestro: Venga tu Reino. En Pentecostés (28.5) se celebra su plena encarnación, su presencia de Cielo, pues ha ido diciendo: “estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos”, yo mismo seré vuestro Espíritu Santo (Mt 28, 16-20).

Pentecostés: Dios Espíritu, Alma y Cuerpo de los hombres

Cada uno su enseñanza (1 Cor 14, 26). Escuela de todos, no doctrina de unos pocos.

Cada uno un salmo

 El símbolo de la “ascensión o subida” ha sido más utilizado por los evangelios de Lucas… y resulta inseparable del símbolo del descenso o venida de Dios, con el que comienza todo el ciclo de la liturgia y de la vida humana: El Verbo de Dios se ha hecho carne (Jn 1, 14), venga a nosotros tu Reino.

 — El cielo de “arriba” es el final y utopía del camino de la historia de los hombres, un camino iluminado y potenciado por Jesús. Pero, al mismo tiempo, ese cielo es la presencia del Reino de Dios en la vida de los hombres. que Jesús ha iniciado con su vida y entrega de amor, un camino en el nosotros mismos vamos siendo “cielo” (Reino) por la presencia del Espíritu de Cristo;

— El cielo es el trono de Dios donde Jesús está “sentado a la derecha del Padre”…  en el que nosotros, absortos en Dios seremos para siempre en vida transformados. Pero, al mismo tiempo, el cielo es el amor de vida que vamos compartiendo, unos en otro y con otros,  en el  trono y mesa donde estamos llamados a sentarnos en comunión de amor, poniendo en el centro del “banquete” (del pan y de la libertad) a los expulsados de la historia, a los pobres, humillados..

INTRODUCCIÓN

El símbolo “dogma” de la Ascensión contiene una serie de elementos simbólicos (alguien diría “míticos”) que son muy importantes en la historia cultural y religiosa de la humanidad. Así han de tomarse, como “símbolos”, buscando pues el sentido profundo del lenguaje

  Arriba y abajo, vivir, caminar, serEn la mayoría de los pueblos el “cielo” (es decir, la plenitud de la vida) está arriba (y el infierno, la destrucción, está abajo); por eso, subir es purificarse, ascender de la tierra de muerte a la altura de Dios… Así tenemos un universo en tres pisos: Infierno, tierra y cielo…

Pero hoy sabemos que en sentido cósmico no hay arriba ni abajo, que el universo no tiene tres pisos, sino que es una especie de todo en el que todas las cosas están implicadas… Por eso, muchos en vez de subir prefieren hablar de “ahondar”, penetrar en la hondura de misterio. Más que la altura, Dios sería la profundidad, movimiento y plenitud de la vida de los hombres, pues en él vivimos, nos movemos  y somos (Hch 17, 28)

Cielo, tierra. El cielo aparece ante todo como el horizonte superior del cosmos, lleno de astros y estrellas, como signo divino. Así lo han visto los Chinos en Oriente, y los Aztecas e Incas en Occidente. Así lo han visto griegos, romanos y vascos (que presentan a Dios como Jaun Goikoa, Señor del Alto). Pero ése es un símbolo antropológico, más que cósmico, y el mismo Kant, gran racionalista) se emocionaba mirando el cielo en la noche… aunque sabía (y hoy saben mejor los astro-nomos) que el cielo no es la altura sino la inmensidad cósmica hecho de frío y de expansión de fuerzas que no controlamos.

Vivir, transformarse, ser… Los héroes tienen que subir a la montaña cósmica, llegar a la altura, encontrar su identidad… Jesús ha logrado “subir”. Nadie había llegado hasta el “cielo de Dios”, Jesús ha llegado, ha culminado su camino, nos ha abierto una senda para llegar a nuestra verdad… Estamos hechos para ascender, para encontrar nuestra verdad. Pero la verdadera subida es el descubrimiento de nuestra identidad, ser lo que somos cambiarnos en la misma vida, esto es en el tiempo de nuestra identidad.

Estar sentado a la derecha de Dios en Cristo, de forma que él sea nosotros y nosotros seamos él, al mirarnos porque Dios es la entrada en la vida, como en el icono de la Trinidad de Rublev donde somos al mirarnos, dándonos luz (esto es, dándonos vida) .

Por un lado, el cielo está “arriba”, desde siempre y para siempre. El Cielo es Dios. Así le han visto no sólo algunos grandes Salmos judíos, sino todo el pensamiento griego: El Cielo de Platón es la altura de la vida… Salvarse es subir al cielo.

 Pero, en otro plano, el cielo está en el futuro y se identifica con el Reino que vendrá… No hay cielo todavía, habrá cielo cuando Jesús culmine su obra, como muestra el Apocalipsis. No se trata pues de subir al cielo (dejando la tierra), sino de llegar al cielo caminando desde la tierra…

PLENITUD PASCUAL DE JESÚS, ASCENSIÓN AL CIELO

Jesús no ha venido para tomar a los hombres y llevarles (subirles) al cielo que está arriba, como quería un tipo de idealismo popular, como a veces se ha pensado. Él ha venido para estar, para ser la vida de nuestra vida la carne de nuestra carne, el espíritu de nuestro espíritu.

 – EVANGELIO DE MATEO. Jesús no se va, sino que queda en la montaña desde la que envía a sus seguidores y les acompaña y asiste hasta el día de la consumación del mundo: Yo estoy con vosotros… Éste Jesús aparece así como el “Dios con los hombres”, conforme al motivo central de la tradición de la alianza israelita. Esta nueva forma de ser y de estar presente define su compromiso mesiánico, ya culminado en un sentido en la Pascua (Mt 28, 20).

– PABLO Y JUAN, APOCALIPSIS…. Jesús no se va, sino que está con sus amigos y con todos, como espíritu de vida (tradición paulina), como vida y luz que alumbra (Juan)… No hay según eso Ascensión, sino revelación pascual, Jesús está presente en el camino de sus discípulos, dirigiéndoles al futuro de su reconciliación total que es el Reino de Dios.

 – ASCENSIÓN, LUCAS Y HECHOS DE LOS APÓSTOLES. Pues bien, al lado de esas perspectivas, la dogmática cristiana ha resaltado de manera constante y uniforme una visión que, enraizada en el AT (Sal 110, 1), supone que el Kyrios o Señor está sentado, a la Derecha de Dios Padre, en ámbito de cielo, culminada la historia, enviando su Espíritu. Esa es la tradición que aparece al final del Evangelio de Lucas y al principio del libro de los Hechos, la que se ha vuelto dominante en la tradición del “credo” de la Iglesia que dice:

Subió a los cielos, está sentado a la Derecha de Dios Padre… 

250px-Pentecostés_(El_Greco,_1597)– Espacio. Hech 2, 33-34, reasumiendo una de las tradiciones más antiguas de la iglesia, dice que “habiendo sido elevado a la derecha de Dios…. “. De esa forma evoca la existencia de un espacio superior, de un campo de ser o realidad más alta donde viene a expandirse y reflejarse el poder de lo divino (=su derecha). En esta línea se añade que Jesús ha sido recibido o acogido en el cielo, lugar de plenitud, espacio de Dios (cf. Hech 3, 21; Ef 6, 9; Col 4, 1; Hebr 8, 1). Podemos preguntar: ¿no habremos separado a Jesús de nuestra tierra, creando de esa forma un tipo de geografía mítica que le acaba desligando de la historia? ¡De ninguna forma!   Estar sentado “en el cielo” significa estar viviendo unos en otros.

– Tiempo. Hebr 1, 3 afirma que después de realizar la purificación de los pecado… se sentó a la Derecha de la Majestad, en las Alturas, vinculando de esa forma espacio superior (cielo geográfico) y tiempo futuro (cielo de culminación histórica). De esa forma se unen, en relación inseparable, el aspecto cósmico e histórico de la salvación, personalizados para siempre en el Jesús pascual, exaltado y ascendido al cielo. El mismo ascenso espacial aparece como plenificación histórica: se ha cumplido el tiempo, Jesús ha perdonado el pecado de los pueblos y ha penetrado por (con) nosotros en la altura de Dios.

Por eso el “Tiempo Futuro” (Cristo está sentado ya) es de un modo radical el “tiempo histórico” del compromiso por los hombres, y en los hombres. El mismo Cristo que, en un sentido, ha culminado su camino es el que sigue caminando con los hombres, sufriendo en ellos, animando en ellos la marcha hacia el Reino de la Pas Completa. En la base este gesto (Ascensión) está por tanto la entrega pascual (Jesús ha cumplido su tareas), el compromiso de sus seguidores (que se unen a Jesús en la entrega por el Reino)… y la esperanza del futuro de la meta la plenitud o salvación para los humanos.

– Compañía. Dios Trinidad Un humano puede sentarse en solitario para descansar, pensar, mandar, encontrándose aislado o teniendo a los demás delante de él, separados de su sede, en actitud de esucha reverente. Pues bien, existe una manera más perfecta de sentarse que se realiza en amistad y celebración y exige compañía. La riqueza y calidad de esa sesión está en el valor personal de los acompañantes. Por eso, nuestro texto añade que Jesús “se sentó a la derecha de Dios Padre”. De esa forma se personalizan las cuestiones anteriores de espacio y tiempo: la Ascensión y Sesión de Jesús se convierte en signo de comunicación: es momento de diálogo, tiempo de amor compartido. Jesús y el Padre, sentados y dialogando en el Espíritu, aparecen de esa forma como espacio y tiempo de vida para los humanos, como principio de toda comunión, en el doble plano:

Comunión divina: Jesús y el Padre son principio de toda comunión, son fuente del Espíritu Santo. Por eso, la Ascensión (sesión de Jesús con el Padre) es el principio del que brota el Espíritu, es la fuente de Pentecostés. En algún sentido, ésta es ya la Fiesta de la Trinidad, del Dios cumplido, completo. b. Comunión humana: Jesús lleva consigo a los hombres…, a lo largo del camino de la historia, abriendo un espacio de salvación para ellos. Dios asume nuestro espacio y nuestro tiempo en Cristo, de quien podemos y debemos afirmar que se ha sentado junto al Padre, abriendo para los hombres un camino de reconciliación.

 – Se ha sentado para descansar. La redención se ha cumplido “ya” Es como el hombre o mujer que, a la caída de la tarde, toma asiento ante la casa o en el centro de ella, recibiendo a familiares, amigos y conocidos. De manera semejante se sentó Jesús en el brocal del pozo antiguo de Siquén, al borde de camino fatigoso (cf. Jn 4, 5-6). Ahora lo hace en su sede final, pues el trayecto ha sido duro y su acción arriesgada: está sentado porque ha terminado su tarea y porque quiere mantener, plenificar lo realizado. Hebr 10, 12 añade que perpetúa ante el Padre su gesto de entregar en favor de los humanos, ofreciendo por ello su sangre (es decir, su vida). La redención se ha cumplido, se ha desvelado el misterio. Jesús no es un héroe errante, sin meta. Su vida tiene una meta: La plenitud de los hombres en Dios.

– Se ha sentado para gozar, para que gocemos. Jesús ha ofrecido el mensaje de su felicidad a los humanos y ahora quiere compartir con ellos el reino conseguido, en experiencia de intensa compañía. Desde esa perspectiva es importante señalar que Jesús está sentado y no acostado: vela con los suyos y no duerme; se interesa por los hombres y mujeres de la tierra, no se olvida. No ha pasado por la historia para abandonarla en descampado, sino para gozar con los suyos la alegría de la acción bien hecha, el placer de la existencia compartida. Por eso, la fiesta de la Ascensión es una fiesta de gozo y alegría por la “victoria de Dios”, realizada y cumplida en Cristo. La vida tiene un sentido, estamos ya salvados… como saben los discípulos de Pablo, cuando dicen en las cartas a los colosenses y efesios que ya estamos, de hecho (en el fondo) sentados con Cristo en el cielo, glorificados, en plenitud…

– Se ha sentado para reinar, ha llegado el Reino de Dios. No escapa y se refugia a solas, en gesto de olvido. Por el contrario, Cristo coloca el trono de su gloria en el mismo campo de lucha de la historia, para acompañar a los humanos más amenazados. Allí se sienta con autoridad suprema, no para imponerse con violencia sobre los demás, sino para ayudarles en la marcha de la vida. De esa forma actualiza el reinado de Dios sobre el mundo: se sienta en el trono para acompañar mejor a los humanos, en gesto de paz, superando con su entrega de amor la violencia de la historia. Frente a los príncipes y señores que emplean el poder para imponerse, Jesús reina para ofrecer libertad y alegría a los humanos. Ahora se cumple la verdad del Padre Nuestro: El mismo Dios Padres es el Reino… por eso decimos “venga tu Reino”, que venga Dios… Pues bien, ahora sabemos que el Reino está llegado, el Reino es la presencia y plenitud de Dios, que se manifiesta por Cristo, como futuro de salvación ya presente…. Por eso, creer en la Ascensión significa comprometernos a instaurar el Reino de Dios, la justicia, la fraternidad

– También se ha sentado para juzgar y redimir (Icono Trinitario). El credo actual, manteniendo una división ilustrativa (propia de la teología de Lc-Hech), distingue entre sesión presente (Jesús está elevado a la derecha del Padre) y juicio futuro (ha de venir…). La tradición más antigua ha vinculado ambos gestos: “veréis al Hijo del humano sentado a la derecha de Poder (=Dios) y viniendo en las nubes del cielo” (cf. Mc 14 62 par); el mismo Jesús que está sentado y comparte la gloria de Dios está viniendo para culminar el juicio mesiánico. La misma cátedra de su descanso y gozo, de su reinado y magisterio, aparece así como promesa de juicio salvador: viene Jesús para ofrecer a los humanos el misterio de su gracia transformante. En ese sentido el “juicio” es necesario, es necesario el discernimiento entre el bien y el mal, entre la justicia y la injusticia, entre la comunión de vida y la opresión… El Cristo que Reino sigue impulsando a los hombres a vivir en justicia, a liberar y redimir… Así lo mostraba el Icono Trinitario de Santo Tomás in Formis (año 1210), donde el Cristo sentado vincula a blancos y negros, esclavos y libres, para iniciar en la tierra un camino de reconciliación, de liberación.

– Se ha sentado para comer y celebrar (Icono de la Trinidad de Roublev).

 Rublëv, Andrei Icono de la Trinidad 1411Las palabras griegas que la tradición emplea en cada caso son semejantes: kathesthai (sentarse) y anakeisthai, anaklinein (recostarse). Jesús mismo ha destacado la felicidad de aquellos que participarán en el banquete del reino (cf. Lc 14, 15; Mt 8, 11 par): al final de su camino sobre el mundo, él ha querido celebrar con los suyos un banquete, ofreciéndoles su vida en alimento (cf. Lc 22, 14-20 par). Pues bien, esa comida de agradecimiento, esa eucaristía culminadora se vuelve banquete mesiánico (cf. Mt 22, 1-14 par). Se completa así lo que Jesús ha comenzado a realizar en Galilea, como mesías del pan, de la comida mesiánica de las multiplicaciones y la cena (cf. Cap. 1, 1, 4).

Jesús y los suyos, todos los humanos, han sido creados para sentarse y gozar, para comer juntos, compartiendo la existencia. Por eso, la sesión celeste del Señor debe interpretarse como plenitud eucarística, celebración desbordante de la vida. Así lo muestra el Icono de la Trinidad de Roublev, donde Cristo está sentado con el Padre y el Espíritu, ofreciendo su banquete, el banquete de Dios, a todos los hombres.

La sesión del Cristo nos conduce hasta la meta gozosa y misteriosa de la historia, hasta el lugar y tiempo ya cumplido donde el mismo Dios se expresa como banquete de amor para todos. Así se vinculan por siempre los dos signos preferidos de Jesús: banquete y bodas, sentarse en comida nupcial, reclinarse y recostarse, en amor que no se acaba, convirtiendo la vida en transparencia de gracia. Sentarse es ya vivir en plenitud: llegar hasta el lugar donde la fuente de la vida se hace meta de gozo culminado, plaza y avenida gozosa de existencia, en comunión de mesa y lecho, en ciudad de amor transfigurado (cf. Ap 21-22).

 A LA DERECHA DEL PADRE. DE ASCENSIÓN A PENTECOSTÉS

Así recibe Jesús en intimidad y apertura universal el poder de lo divino, compartiendo su reino de gracia, fundando un tiempo de entrega y plenitud para los humanos. En esta perspectiva pueden y deben vincularse dos experiencias:

– En el tiempo de su vida, Jesús se sentó con los pobres del camino, ofreciéndoles palabra y asistencia. Vivió para los otros (pro-existencia), convirtió su vida en alimento y comunión de todos los humanos.

– Culminada su historia, Jesús se sienta con el Padre, ofreciendo a todos la intimidad de su diálogo con Dios, en felicidad compartida. No abandona a los humanos, sino que los eleva a la derecha de su Padre. Historia final, plenitud de Dios:

Una morada para todos Así pasamos del camino de la historia mesiánica (Jesús sentado con los pobres) a su plenitud de reino (les ofrece el misterio trinitario). Ha culminado la historia pascual, el despliegue intradivino: el Padre ha engendrado a Jesús y Jesús le ha entregado (devuelto) su vida, en comunión ya realizada. Pues bien, en el camino de esa entrega mutua que es la comunión eterna venimos a sentarnos los humanos. No nos abandona Jesús, sino todo al contrario: ha subido al trono para ofrecernos un espacio de vida a su lado.

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La importancia del Espíritu. Domingo de Pentecostés. Ciclo A.

Domingo, 28 de mayo de 2023
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250px-Pentecostés_(El_Greco,_1597)Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La liturgia de la misa no ha tratado muy bien al Espíritu Santo. En el Gloria, después de extenderse en el Padre y el Hijo, al final, casi por compromiso, se añade: «con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre». Y el Credo, aunque lo reconoce «Señor y dador de vida», da más importancia a su relación con las otras personas divinas («procede del Padre y del Hijo») y limita su acción al Antiguo Testamento («habló por los profetas»). Afortunadamente, los textos bíblicos ofrecen una imagen mucho más rica. Pero también más compleja, porque Lucas y Juan ofrecen dos versiones muy distintas del don del Espíritu Santo; cada uno quiere ofrecer un mensaje peculiar. Pero es preferible comenzar por el texto más antiguo, el de la primera carta a los Corintios (escrita hacia el año 51).

La importancia del Espíritu (1 Corintios 12, 3b-7.12-13)

            En este pasaje Pablo habla de la acción del Espíritu en todos los cristianos. Gracias al Espíritu confesamos a Jesús como Señor (y por confesarlo se jugaban la vida, ya que los romanos consideraban que el Señor era el César). Gracias al Espíritu existen en la comunidad cristiana diversidad de ministerios y funciones (antes de que el clero los monopolizase casi todos). Y, gracias al Espíritu, en la comunidad cristiana no hay diferencias motivadas por la religión (judíos ni griegos) ni las clases sociales (esclavos ni libres). En la carta a los Gálatas dirá Pablo que también desaparecen las diferencias basadas en el género (varones y mujeres). En definitiva, todo lo que somos y tenemos los cristianos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado sigue presente entre nosotros.

Hermanos: Nadie puede decir: «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Volvemos a las dos versiones del don del Espíritu: Hechos y Juan.

La versión de Lucas (Hechos de los apóstoles 2,1-11)

            A nivel individual, el Espíritu se comunica en el bautismo. Pero Lucas, en los Hechos, desea inculcar que la venida del Espíritu no es sólo una experiencia personal y privada, sino de toda la comunidad. Ya lo había anunciado el profeta Joel cuando dijo que el Señor enviaría su espíritu sobre todos los israelitas sin distinción de género (hijos e hijas) de edad (ancianos y jóvenes) ni de clase social (siervos y siervas). Por eso viene sobre todos los presentes, que, como ha dicho poco antes, era unas ciento veinte personas (cantidad simbólica: doce por diez). Al mismo tiempo, vincula estrechamente el don del Espíritu con el apostolado. El Espíritu no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios», como reconocen al final los judíos presentes.

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.

Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban:

― ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

            La representación pictórica más famosa de esta escena es la del cuadro de El Greco, conservado en el museo del Prado. Hay en él un detalle que puede pasar desapercibido: junto a la Virgen se encuentra María Magdalena. Por consiguiente, el Espíritu Santo no baja solo sobre los Doce (representantes de los obispos) sino también sobre la Virgen (se le permite, por ser la madre de Jesús) e incluso sobre una seglar de pasado dudoso (a finales del siglo XVI María Magdalena no gozaba de tan buena fama como entre las feministas actuales). El Greco no podía pintar una comunidad de ciento veinte personas, pero ha sugerido la diversidad y totalidad del don a través de la Magdalena.

            Sobre el don de lenguas puede verse el apéndice que incluyo al final.

La versión de Juan 20, 19-23

            Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

― Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

― Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

― Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

            Este pasaje ya lo leímos el segundo domingo de Pascua. En el comentario que entonces envié destacaba los distintos temas: el miedo de los discípulos, el saludo de Jesús, la prueba de las manos y el costado, la alegría de los discípulos, la misión y el don del Espíritu. Recuerdo lo que dije a propósito del último tema, fundamental en la fiesta de hoy.

            Los evangelios de Mc y Mt no dicen nada de este don, y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.

Conclusión

            Estas breves ideas dejan clara la importancia esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio, ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla.

 Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,
don, en tus dones espléndido,
luz que penetra las almas,
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

Amén.

El don de lenguas

«Y empezaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». El primer problema consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras partes del mundo, o de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este relato es claro que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos presentes dicen que «cada uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta interpretación no es válida para los casos posteriores del centurión Cornelio y de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos autores se niegan a distinguir dos fenómenos, parece que nos encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de los ángeles»).

El primero es fácil de racionalizar. Los primeros misioneros cristianos debieron enfrentarse al mismo problema que tantos otros misioneros a lo largo de la historia: aprender lenguas desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús. Este hecho, siempre difícil, sobre todo cuando no existen gramáticas ni escuelas de idiomas, es algo que parece impresionar a Lucas y que desea recoger como un don especial del Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que sería fruto de mucho esfuerzo.

El segundo es más complejo. Lo conocemos a través de la primera carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que era la más exótica de las fundadas por él, algunos tenían este don, que consideraban superior a cualquier otro. En la base de este fenómeno podría estar la conciencia de que cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se recurre a sonidos extraños, incomprensibles para los demás, que intentan expresar los sentimientos más hondos, en una línea de experiencia mística. Por eso hace falta alguien que traduzca el contenido, como ocurría en Corinto. (Creo que este fenómeno, curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en relación con la tradición del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un lenguaje ininteligible que es interpretado por el “profeta”).

Sin embargo, no es claro que esta interpretación tan teológica y profunda sea la única posible. En ciertos grupos carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un observador imparcial me comunica que lo interpretan como pura emisión de sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto se presta a convertirse en un auténtico galimatías, como indica Pablo a los Corintios. No sirve de nada a los presentes, y si viene algún no creyente, pensará que todos están locos.

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28 de Mayo. Domingo de Pentecostés. Ciclo A

Domingo, 28 de mayo de 2023
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Pentecostés

 

“- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:

Recibid el Espíritu Santo.”

(Jn 20, 19-23)

Tú nos dejas tu Espíritu Santo, nosotras te habríamos pedido un manual de instrucciones. Suerte que no nos preguntaste.

Pero otros poderes que buscan manejarnos saben que, mezclada con nuestra ansia de libertad, llevamos una buena dosis de inseguridad. El miedo es la puerta ancha por la que desde siempre han entrado los dominadores de todos los tiempos.

Hoy se nos hace creer que somos libres si nos ponemos bajo el yugo del consumo. La publicidad es el manual de instrucciones. Ella nos explica cómo triunfar, cómo ser feliz, cómo tener éxito.

Alguien ha diseñado minuciosamente cómo debemos comportarnos, qué debe preocuparnos y también nos suministran los entretenimientos oportunos para que no pensemos demasiado.

Lo de la compensación- insatisfacción funciona a la perfección. Se crea una necesidad, un deseo. Se ofrece algo para satisfacer ese deseo. Pero solo de una manera parcial. Así de la compensación lo que recibimos es insatisfacción. Es el mecanismo del consumismo.

Sin embargo este sistema no genera gente feliz. Poco a poco vamos descubriendo sus engaños y resulta que solo la libertad que viene del Espíritu es la que le da sentido a la vida.

Esa falta de “manual de instrucciones” es lo que nos hace crecer en responsabilidad. Vencer nuestros miedos y hacer opciones valientes.

Jesús resucitado nos vuelve a recrear. Como al principio del Génesis (Gn 2, 7), sopla su aliento de vida y el Espíritu se une a nuestra humanidad, se hace compañía y fuerza trasformadora.

El Espíritu en su incansable labor nos despierta, generación tras generación. Nos libera de todos aquellos poderes engañosos. Y nos hace crecer en lo que somos: Hijas amadas.

Oración

A modo de oración te invito a escuchar esta canción con el hermoso texto de la secuencia del Espíritu (Solo haz clic aquí).

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios es Espíritu, imaginarlo de otra manera nos lleva a la idolatría.

Domingo, 28 de mayo de 2023
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lengua-de-fuegoPENTECOSTÉS (A)

Jn 20,19-23

Espíritu es el concepto más escurridizo de la teología. La Escritura no es de gran ayuda en este caso, porque las numerosas referencias al Espíritu, tanto en el AT como en el NT no se pueden entender al pie de la letra. Apenas podremos encontrar dos pasajes en los que tenga el mismo significado. El valor teológico lo debemos descubrir en cada caso, más allá de la literalidad del discurso. Algo está claro: en ningún caso en toda la Biblia podemos entenderlo como una entidad separada que actúa por su cuenta.

Pablo aporta una idea genial al hablar de los distintos órganos. Hoy podemos apreciar mejor la profundidad del ejemplo porque sabemos que el cuerpo mantiene unidas a billones de células que vibran con la única vida. Todos formamos una unidad mayor y más fuerte aún que la que expresa en la vida biológica. El evangelio de Juan escenifica también otra venida del Espíritu, pero mucho más sencilla que la de Lucas. Esas distintas “venidas” indican que Dios-Espíritu-Vida no tiene que venir de ninguna parte.

No estamos celebrando una fiesta en honor del Espíritu Santo ni recordando un hecho que aconteció en el pasado. Estamos tratando de descubrir y vivir una realidad que está tan presente hoy como hace dos mil años. La fiesta de Pentecostés es la expresión más completa de la experiencia pascual. Los primeros cristianos tenían muy claro que todo lo que estaba pasando en ellos era obra de Dios: Padre, Hijo y Espíritu. Vivieron la presencia de Jesús de una manera más real que su presencia física. Ahora, era cuando Jesús estaba de verdad realizando su obra de salvación en cada uno de los fieles y en la comunidad.

Pablo dijo: sin el Espíritu no podríamos decir: Jesús es el Señor (1 Cor 12,3)”. Ni decir: “Abba” (Gal 4,6). Pero con la misma rotundidad hay que decir que nunca podrá faltarnos el Espíritu, porque no puede faltarnos Dios en ningún momento. El Espíritu no es un privilegio ni siquiera para los que creen. Todos tenemos como fundamento de nuestro ser a Dios-Espíritu, aunque no seamos conscientes de ello. El Espíritu no tiene dones que dar. Es Dios mismo el que se da, para que yo pueda ser lo que soy.

Cada uno de nosotros estamos impregnados de ese Espíritu-Dios que Jesús prometió (dio) a los discípulos. Solo cada persona es sujeto de inhabitación. Los entes de razón, como instituciones y comunidades, participan del Espíritu en la medida en que lo viven los seres humanos que las forman. Por eso vamos a tratar de esa presencia del Espíritu en las personas. Por fortuna estamos volviendo a descubrir la presencia del Espíritu en todos y cada uno de los cristianos. Somos conscientes de que, sin él, nada somos.

Ser cristiano consiste en alcanzar una vivencia personal de la realidad de Dios-Espíritu que nos empuja desde dentro a la plenitud de ser. Es lo que Jesús vivió. El evangelio no deja ninguna duda sobre la relación de Jesús con Dios-Espíritu: fue una relación “supra personal”. Lo llama papá, cosa inusitada en su época y en la nuestra; hace su voluntad; le escucha siempre. Todo el mensaje de Jesús se reduce a manifestar esa experiencia de Dios. Toda su predicación estuvo encaminada a hacer ver a los que le seguían que tenían que vivir esa misma experiencia para alcanzar la plenitud de humanidad que le alcanzó.

El Espíritu nos hace libres. “No habéis recibido un espíritu de esclavos, sino de hijos que nos hace clamar Abba, Padre”. El Espíritu tiene como misión hacernos ser nosotros mismos. Eso supone no dejarnos atrapar por cualquier clase de sometimiento alienante. El Espíritu es la energía que tiene que luchar contra las fuerzas desintegradoras de la persona humana: “demonios”, pecado, ley, ritos, teologías, intereses, miedos. El Espíritu es la energía integradora de cada persona y también la integradora de la comunidad.

A veces hemos pretendido que el Espíritu nos lleva en volandas desde fuera. Otras veces hemos entendido la acción del Espíritu como coacción externa que podría privarnos de libertad. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de Dios, que obra desde lo hondo del ser y acomodán­dose totalmente a la manera de ser de cada uno, por lo tanto, esa acción no se puede equiparar, ni sumar, ni contraponer a nuestra acción; se trata de una moción que en ningún caso violenta ni el ser ni la voluntad del hombre.

Si Dios está en cada uno de nosotros, no puede haber privilegiados. Dios no se parte. Si tenemos claro que todos los miembros de la comunidad son una cosa con Dios, ninguna estructura de poder o dominio puede justificarse apelando a Él. Por el contrario, Jesús dijo que la única autoridad, que quedaba sancionada por él, era la de servicio. “El que quiera ser primero sea el servidor de todos.” O, “no llaméis a nadie padre, no llaméis a nadie Señor, no llaméis a nadie maestro, porque uno sólo es vuestro Padre, Maestro y Señor.”

El Espíritu es la fuerza que mantiene unida la comunidad. En el relato de los Hechos, las personas de distinta lengua se entienden, porque la lengua del Espíritu es el amor, que todos entienden. Es lo contrario de lo que pasó en Babel. Este es el mensaje teológico del relato. Dios hace de todos los pueblos uno, “destruyendo el muro que los separaba, el odio”. El Espíritu fue el alma de la primera comunidad. Se sentían guiados por él y se daba por supuesto que todo el mundo tenía experiencia de su acción.

Jesús promueve una fraternidad cuyo lazo de unidad es el Espíritu-Dios. Para las primeras comunidades, Pentecostés es el fundamento de la Iglesia naciente. Está claro que para ellas la única fuerza de cohesión era la fe en Jesús que seguía presente en ellos por el Espíritu. No duró mucho esa vivencia generalizada y pronto dejó de ser comunidad de Espíritu para convertirse en estructura jurídica. Cuando faltó la cohesión interna, hubo necesidad de buscar la fuerza de la ley para subsistir como comunidad.

“Obediencia” fue la palabra escogida por la primera comunidad para caracterizar la vida y obra de Jesús en su totalidad. Pero cuando nos acercamos a la persona de Jesús con el concepto equivocado de obediencia, quedamos desconcertados, porque descubrimos que no fue obediente en absoluto, ni a su familia ni a los sacerdotes ni a la Ley ni a las autoridades civiles. Pero se atrevió a decir: “mi alimento es hacer la voluntad del Padre”. La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es nuestro verdadero ser.

Para salir de una falsa obediencia debemos entrar en la dinámica de la escucha del Espíritu que todos poseemos y nos posee por igual. Tanto el superior como el inferior, tienen que abrirse al Espíritu y dejarse guiar por él. Conscientes de nuestras limitaciones, no solo debemos experimentar la presencia de Espíritu, sino que tenemos que estar también atentos a las experiencias de los demás. Creernos privilegiados o superiores con relación a los demás, anulará una verdadera escucha del Espíritu.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El soplo de Dios.

Domingo, 28 de mayo de 2023
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Jn 20, 19-23

«Recibid el Espíritu Santo»

Sabemos que la escala ontológica es como la ladera de una montaña, donde una piedra puede caer, pero nunca remontarse hacia arriba. Y lo sabemos porque existe la evidencia histórica de que nunca nadie ha sido capaz de construir una realidad ontológica superior partiendo de otra inferior, es decir, de que nadie ha sido capaz de dar vida a un objeto inanimado, o dotar de conciencia o inteligencia a un ser irracional. En lo más alto de esa escala están el amor, la libertad, la tolerancia, la compasión, la capacidad de Dios, la belleza… y sabemos que no pueden proceder de una realidad inferior, y cuyo “principio de la existencia” no hemos sido capaces de encontrar dentro del mundo.

Al parecer, a Stanley Kubrick (quien manifiesta no creer en Dios) le ocurría lo mismo que a nosotros: que le era imposible imaginar un mecanismo evolutivo capaz de convertir un animal irracional esclavo de sus instintos, en un ser humano libre y consciente. En su película “2001, odisea en el espacio”, Kubrick narra la historia de la evolución humana a lo largo de varios millones de años, y lo curioso es que imagina esa evolución dirigida por algún tipo de inteligencia o fuerza indeterminada representada por un monolito negro. El monolito aparece en los momentos clave, cuando el cambio es sustancial, y en cierto modo expresa su desconcierto ante la radicalidad de esa etapa evolutiva.

En cambio, hace tres mil años, el cronista bíblico lo tenía claro: «Modeló Yahvé al hombre de la arcilla y sopló en su rostro aliento de vida». Desde la cultura cientifista que nos empapa, desdeñamos su interpretación porque nos consta que no tenía ni idea de cosmología, ni selección natural, ni genética, ni biología… pero quizá nos convendría hacer un pequeño esfuerzo por comprenderle.

Nuestro cuerpo y nuestro cerebro proceden del barro, pero es evidente que somos más que barro. El cronista expresa este plus que hay en nosotros con una imagen preciosa: “el soplo de Dios; el espíritu de Dios”. Y desde esta imagen se puede entender por qué amamos, por qué nos compadecemos, por qué sabemos distinguir entre el bien y el mal, por qué nos estremecemos con la música… y es porque venían con el soplo de Dios. Dios nos ha trasmitido su espíritu, y su espíritu es amor, inteligencia, libertad, belleza…

El cronista se ocupa de lo fundamental, aunque ignore los detalles. Ignora que Dios tardó miles de millones de años en hacer el muñeco de barro, y que durante ese tiempo hemos recorrido toda la escala evolutiva. Ignora también que por esa razón nuestro código genético se parece tanto al de los animales y tenemos sus mismos instintos. Pero el cronista va mucho más allá, y dice a continuación que también estamos constituidos por soplo de Dios. Y a partir de esa información, podemos intuir que los genes nos arrastran hacia abajo, hacia el barro del que proceden, y que el soplo de Dios nos arrastra hacia arriba, hacia el amor, hacia la compasión…

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿A qué experiencia me remite el Espíritu Santo, hoy?

Domingo, 28 de mayo de 2023
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pentecostes-8DOMINGO DE PENTECOSTÉS (A)

(Jn 20,19-23)

Un signo de nuestro tiempo es la constatación de un espíritu universal. El ser humano actual se manifiesta ciudadano del mundo. Los medios de comunicación difunden tanta información (también basura), tantos acontecimientos relevantes en tiempo real que podríamos pensar que el entendimiento es posible. Sin embargo, este espíritu universal no se realiza sin graves tensiones y desencuentros. Es más, los motivos por los que los pueblos se ven abocados a reunirse no son, por lo general, el llegar a lograr una fraternidad sin fronteras. Uno de los objetivos prioritarios es la competitividad en el mercado internacional o la opresión secular de unos sobre los otros. La complejidad de estas dificultades son como los dolores de parto de un mundo que pugna por dar a luz lo universal, que va construyendo la unidad y la conciencia de que todos formamos parte de un mismo pueblo con un mismo destino.

La Iglesia, comunidad del Espíritu de Unidad, extendida entre todos los pueblos, trata de anunciar y testimoniar que somos un solo pueblo viviendo una comunión de hermanos y hermanas. El Espíritu Santo es aliento de vida, empuje creador, fuerza para reparar lo dañado, reunir lo separado, viento que barre la contaminación, fuego purificador, agua que limpia y fecunda…

El Espíritu de Dios es un poder infinito de amor. “Revoloteaba sobre las aguas” (Gn 1,2) desde la creación. Se revela constantemente en cada logro positivo del ser humano, en el coraje de cada persona y generación. Dios Espíritu-Ruah se ha embarcado en la misma historia y es para todos/as Sabiduría, Señora y Dadora de vida, Maestra, Defensora, Reveladora de la Palabra de Dios. El Espíritu de Dios es, a la vez, el Espíritu de Jesús, el que lo ha resucitado. Ello significa que el Espíritu que creó el mundo, el que lo sostiene y lo impulsa permanentemente con Amor le dará la plenitud haciendo posible la nueva creación en el universo. El acontecimiento pascual acontece simultáneamente: muerte-resurrección-ascensión-pentecostés.

Surge deslumbrante la certeza: creado para el amor y la alegría, el ser humano está llamado a la alegría y el amor –ésa es su verdadera naturaleza- y esto se cumplirá. Conocer ese fondo último que nos habita, es conocer a Dios; vivir ese amor, esa belleza y libertad que somos, es vivir a Dios y en Dios, que es el nombre de la vida. Ese es el mensaje que nos transmite Juliana de Norwich, beguina.

“Desde el momento en que esto me fue revelado, deseé muchas veces saber lo que nuestro Señor quería decir. Y años después me fue respondido en mi entendimiento: “Y bien, ¿deseas saber lo que nuestro Señor ha querido decir? Conócelo bien, amor era su significado. ¿Quién te lo revela? Amor. ¿Qué te reveló? Amor. ¿Por qué te lo reveló? Por amor. Permanece en ello y conocerás más y más el amor”. “Así me fue enseñado que el amor es el propósito último de nuestro Señor. Y vi con plena certeza que Dios, ya antes de crearnos, nos amaba. Su amor nunca disminuyó y nunca disminuirá. En nuestra creación, tuvimos un principio, pero el amor en el que nos creó estaba en Él desde toda la eternidad”.

Las tres lecturas de este domingo, confluyen en esta certeza. En Hechos 2,1-11, encontramos el significado de Pentecostés: el Espíritu-Ruah nos invita a hablar nuevos lenguajes, emplear metáforas femeninas, atrevernos a recrear formulaciones anacrónicas que no nos dicen nada. Nadie debería tener, ni siquiera la Iglesia, el monopolio de la evangelización, de la teología, del conocimiento. La liturgia actual clama una profunda renovación. La Divinidad es ternura, madre, compasión, efusión, matriz, presencia, fuente, brisa, vida, luz, bondad, fuego, misericordia, aliento… ¿lo expresamos así, hoy, en nuestras celebraciones?

El Salmo 103 proclama: “Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra” entendiendo que es presencia que ya nos habita. En la 1 Carta a los Corintios (12,3b-7.12-13) Pablo nos recuerda que “hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo”. La Iglesia no puede seguir siendo espacio de discriminación entre hombres y mujeres, entre clérigos y laicos, entre culturas privilegiadas y culturas arrinconadas o despreciadas. ¿Qué puertas mantiene todavía cerradas? ¿Y yo?

El primer día de la semana la comunidad se encuentra reunida, celebra la fracción del pan, la Eucaristía; es en la mesa compartida donde descubrimos al Resucitado. Porque creemos, “vemos”. Esa experiencia nos habla del Espíritu, de la misión a la que estamos llamados, de la paz y del perdón que debemos ejercitar cada día. “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. El núcleo central es, pues, comunicar y favorecer la vida ya que Él ha venido “para que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). Sentirse enviado es reconocerse “cauce” a través del cual la Vida se manifiesta en mí, en nosotros, tal como somos. El Resucitado comunica su propio Espíritu y nos hace partícipes de su propio Dinamismo y de su propio Gozo, el mismo que lo acompañó durante toda su vida.

Dios Espíritu es el fundamento de nuestro ser y la fuerza de unión de la comunidad. Por eso las personas se entienden, porque la lengua del Espíritu es el Amor, que todo el mundo puede comprender. La vivencia de la fraternidad de las primeras comunidades, mediante la fe en Jesús presente en ellos por el Espíritu, pronto se convierte en estructura jerárquica donde unos pocos mandan y la mayoría obedece. ¿A quién? No es la voluntad de Dios lo que se busca, sino someter a los demás a la propia voluntad.

El “perdonar y retener los pecados” se halla vinculado a la tradición sinóptica de “atar y desatar”. La lectura que hizo el concilio de Trento, que vio en estas palabras la institución del sacramento de la penitencia, es una interpretación dogmática, que fuerza lo que el texto quiere expresar. La clave para salir de ese callejón sin salida es ponernos a la escucha del Misterio de Dios, aprender a percibirlo en lo más íntimo de nuestro ser, aun en medio de la mediocridad y la frivolidad del mundo que nos rodea. Se nos reconoce, pues, como sus discípulos/as en cuanto habitados por aquel mismo “Espíritu de verdad”, que nos capacita para discernir lo verdadero de lo falso.

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

Fuente Fe Adulta

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Miedo y Paz

Domingo, 28 de mayo de 2023
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IMG_9732Fiesta de Pentecostés

28 mayo 2023

Juan 20, 19-23

Los “relatos de apariciones” -en realidad, catequesis orientadas a fortalecer la fe de las primeras comunidades- buscan transmitir paz y confianza a aquellos discípulos que, en un medio más o menos difícil en incluso hostil, debían verse atrapados en el miedo. De hecho, el contraste entre miedo y paz se repite en todo ese tipo de relatos.

Con frecuencia, los humanos tendemos a pensar que tanto los miedos como la paz se hallan fuera de nosotros. De se modo, aun sin ser conscientes de ello, terminamos más o menos alienados, implorando de alguien que nos libere del miedo y nos garantice la paz.

Se trata de una actitud comprensible, pero básicamente infantil: es el niño quien se siente dependiente y necesita que alguien desde “fuera” venga en su ayuda. La persona adulta sabe que tanto los miedos como la paz habitan dentro de ella misma. Es indudable que las circunstancias externas nos condicionan en un sentido u otro. Pero, en último término, la “llave” de nuestro mundo interior está en nosotros.

Aun aceptando que los condicionamientos de mi propia psicobiografía tienen su propio peso, hoy puedo cultivar conscientemente una actitud de paz interior o, por el contrario, alimentar miedos de todo tipo.

La clave para tomar una u otra dirección es la comprensión. Comprensión que no es necesariamente inteligencia ni erudición, sino consciencia lúcida de lo que realmente somos. En este sentido, me parece evidente que, detrás de todo miedo, hay ignorancia acerca de lo que somos, y que la paz solo puede nacer de la comprensión.

La ignorancia me lleva a identificarme con el yo particular y separado. Pero donde se da tal identificación, habrá irremediablemente soledad, miedo y ansiedad. La comprensión, por el contrario, me hace reconocerme como consciencia -o como vida: “Yo soy la vida”, dirá el Jesús del cuarto evangelio (Jn 11,25)-. Esa es la comprensión que nos muestra otro modo de vivir y nos regala paz.

¿Cómo ando en comprensión de lo que soy?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Donde hay viento de libertad, hay Pentecostés

Domingo, 28 de mayo de 2023
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índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

PENTECOSTÉS: VIENTO DE LIBERTAD

01.-  Dos relatos muy distintos.

1.1.- Hechos de los Apóstoles.

San Lucas sitúa la venida del Espíritu (Pentecostés) a los cincuenta días de Pascua y en medio de una tormenta con viento, fuego y en un contexto de entendimiento: en Jerusalén había partos, medos, elamitas, del Ponto… y les entendían, se entendían.

La presencia del Espíritu de Jesús en las personas, comunidades, pueblos e iglesia confiere entendimiento.

De los siete dones que tradicionalmente se atribuyen al Espíritu: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios, seis hacen referencia a la comprensión, entendimiento, acogida, etc.

Lo más parecido a la Torre de Babel (el no entendimiento) es una campaña electoral en la que no hay entendimiento porque no hay un buen espíritu que una a las personas y grupos humanos.

Y en la Iglesia, en nuestra misma diócesis no parece que haya entendimiento, lo cual puede significar que el Espíritu de Jesús no está entre nosotros…

    El Espíritu de Jesús es afable, comprensivo, bondadoso, acogedor, un tono vital de entendimiento:

(Lo que nos separa a los humanos no son los idiomas, sino el espíritu que tenemos)

1.2.- El espíritu de Jesús brota de su costado: de su amor.

    San Juan va por otros derroteros y narra Pentecostés como a dos tiempos:

  Juan 19,14: a la muerte de Jesús dice que: Al pie de la cruz estaba la iglesia naciente: María, algunas mujeres y el Discípulo Amado. La Iglesia nace del costado de Cristo del que brota agua y sangre: bautismo y Espíritu. Es el mismo simbolismo de las bodas de Caná: agua y vino. Del costado de Cristo brota su espíritu santo, espíritu bueno de amor.

Jesús al morir, entregó su espíritu a la Iglesia naciente.

(Leamos estas cosas desde la sensibilidad teológico-poética cristiana).

+   San Juan (cp 20) dice que la venida del Espíritu de Jesús aconteció la tarde del domingo de Pascua sobre una comunidad apagada, asustada y triste: (los Once), como la nuestra. Jesús exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.

    Cuando Cristo está presente en una comunidad allí está su espíritu de vida, paz, serenidad-alegría, audacia, misión, perdón.

02.- ¿Qué es el Espíritu de Cristo, el Espíritu de Dios?

    Recordemos que a Dios nadie le ha visto nunca, (Jn 1,18 / 1Jn 4,12). Nos quedamos en que Jesús es expresión, Palabra (hijo) de Dios Padre y que ambos tienen un estilo, un modo de ser, un tono, un espíritu bueno.

No es lo mismo ser espiritual que ser religioso.

Que los humanos seamos espirituales no significa que tengamos un temperamento algo melifluo y dado a ciertas prácticas religiosas, cuando no mágicas o supersticiosas. Ser espiritual tampoco significa que una persona milite en una religión.

Ser espiritual significa que somos abiertos a todo lo que “se produce o se pueda dar en la historia”. [1]

En las lenguas románicas (provenientes del latín), las palabras que llevan la componente “sp”, “spc” ó “xpc” hacen referencia al futuro, a la apertura del ser humano hacia el futuro: espera, esperanza, expectativa, expectación, espíritu, etc. miran hacia el futuro.

    Somos seres siempre en búsqueda, en camino, abiertos al futuro. La persona espiritual está siempre abiertas.

Se puede ser muy religioso, pero muy poco o nada espiritual y se puede ser poco religioso pero de gran hondura espiritual. [2]

Estamos viendo y padeciendo fundamentalismos religiosos dentro y fuera del mundo eclesiástico. Eso no es ser espiritual, sino fanáticos de unos ritos, dogmas o costumbres religiosas, cuando no de un mundo supersticioso.

    Somos seres espirituales en la medida en miramos al futuro, al horizonte, siempre en búsqueda, en camino, abiertos… La persona espiritual está siempre abierta.

03.- El Espíritu Santo no es el “tío de América”.

    El Espíritu no es un señor que siempre está fuera, siempre está para llegar, pero nunca lo hace.

    El Espíritu del Señor estará en la iglesia, en los pueblos y en las personas en tanto en cuanto esté en nosotros. Si la bondad, la honradez, la libertad, el tono de conciliación están en nosotros habrá llegado el espíritu y será Pentecostés en nosotros, en nuestro pueblo, en las comunidades, en la Iglesia.

Ahora en nuestra diócesis parece como que se intenta llegar a alguna comprensión tras el “tsunami” de poder fanático que durante años hemos vivido. Nos hace falta el espíritu de Jesús: amor a la verdad, a la libertad, a la justicia, a los pobres. De lo contrario quizás sigamos sin entendernos, sin espíritu

04.- Exhaló su aliento sobre ellos

Jesús pronuncia sobre la comunidad las mismas palabras que Dios pronunció sobre el barro humano en el Génesis. El ser humano somos poco más que barro. Si el ser humano es algo o llega a ser algo, es porque tiene o cultiva un tono diverso del mundo animal y más humanitario.

Dios el Señor formó al hombre, de la tierra misma, sopló en su nariz y le dio vida (nefesh). Así el hombre comenzó a vivir. (Gn 2,8).

Hace unos días nos conmocionaba la noticia de que dos niñas gemelas se suicidaban en Asturias. El suicidio es un problema que va en aumento.

Enseguida echamos mano de la medicina y decimos que es una enfermedad mental, una enajenación… ¿No será una falta de sentido de la vida, una carencia de siembra de ganas de vivir, una falta de espíritu vital que mire al futuro? Si no sembramos aliento vital, esperanza, acogida, afecto, ¿qué podemos esperar y recoger?

En términos bíblicos habremos de exhalar aliento vital esperanza, ganas de vivir en la familia, en la educación, en la sociedad, en nosotros mismos y en las nuevas generaciones

Cuando acogemos en nosotros el universo de valores que forman el espíritu cristiano, llegamos a ser seres vivientes.

Recibid Espíritu Santo

[1] Decía K, Rahner que ser espíritu-espiritual significa que el hombre es absoluta apertura hacia toda “palabra” que se produce en la historia, (Oyente de la palabra, 73).

[2] Los fanatismos son muy religiosos pero nada espirituales.

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“El ‘no’ del Papa Francisco al sacerdocio de las mujeres: ¿’residuos’ del patriarcado?”, por Leonardo Boff

Miércoles, 11 de enero de 2023
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mujeres-sacerdotes“Ellas nunca traicionaron a Jesús (…), ellas velaban al pie de la cruz”

“Hemos apoyado casi todo lo que el Papa Francisco ha escrito y enseñado. Pero en este punto me permito alejarme críticamente pues este es también el oficio de la teología razonada”

“Las funciones de María y de Pedro son de naturaleza totalmente distinta. Pedro no es el padre de Jesús, mientras que María es  verdaderamente su madre biológica. Solamente alguien todavía rehén del patriarcalismo secular, puede colocarlos al mismo nivel”

“Hay sólidas  razones para sustentar la conveniencia y hasta la necesidad de que las mujeres que quieran accedan al ministerio sacerdotal”

“No lo hacen con un espíritu de ruptura con la institución, sino con un sentido de servicio a toda la comunidad, siempre en comunión teológica con toda la Iglesia. La comunidad, según el Concilio Vaticano II, tiene derecho a recibir la Sagrada Eucaristía que se le niega por el simple hecho de no haber un sacerdote ordenado y célibe”

“Lógicamente, el sacerdocio femenino no puede ser una reproducción del sacerdocio masculino. Sería una aberración si así fuera. Debe ser un sacerdocio singular, según el modo de ser de la mujer, con todo lo que denota su feminidad a nivel ontológico, psicológico, sociológico y biológico”

Últimamente el Papa Francisco ha sorprendido a los teólogos con una entrevista dada a la revista jesuita América del 22 de noviembre, diciendo un “no” al sacerdocio de las mujeres. Utilizó una argumentación inusitada, tomada de un teólogo exjesuita Hans Urs von Balthazar, muy erudito, pero inmerso en una relación singular con una médica y mística suiza, Adrienne von Speyer. El Papa toma de él una distinción que le ha permitido negar el sacerdocio a la mujer: el principio-mariano y el principio-petrino. Curiosa e inusitada esta distinción del Papa Francisco.  María sería la esposa de la Iglesia, mientras que Pedro es su guía.

Observemos que definir a María como esposa de la Iglesia es una metáfora y no una definición real como es afirmar “la Iglesia es la comunidad de los fieles”. ¿Será correcta y justa esta distinción  metafórica rara en la tradición, retomada por un teólogo erudito, pero considerado como  extravagante?*

Vale la pena subrayar la lógica siguiente: sin el Espíritu Santo no habría María. Sin María no habría Jesús. Sin Jesús no habría Pedro, hecho el principal de los Apóstoles. Sin Pedro no habría sucesores, llamados Papas.

 Hemos apoyado casi todo lo que el Papa Francisco ha escrito y enseñado. Pero en este punto me permito alejarme críticamente pues este es también el oficio de la teología razonada. Me siento apoyado en la argumentación de los mejores teólogos de la actualidad, solamente para citar al mayor de ellos, mi antiguo profesor en Múnich, Karl Ranher (+1980). La opinión de esos teólogos es prácticamente unánime en que no hay ningún impedimento doctrinal al acceso de las mujeres al sacerdocio, como lo  han hecho otras iglesias cristianas no católicas. Solamente una visión masculinista de la fe cristiana y cierta interpretación  de los evangelios, contaminada por la visión patriarcal, sostienen  el “no”.

La argumentación a favor del sacerdocio para las mujeres es abundantísima y minuciosa, tema  que presenté en mi libro Eclesiogénesis de 1982/2021.

En ciertos puntos, la argumentación papal no evita cierta contradicción, como por ejemplo: María puede engendrar a Jesús, su hijo, pero no puede representarlo en la comunidad. Eso suena hasta ofensivo para la grandeza de María, portadora permanente del Espíritu. Pedro que llegó a negar a Jesús y a quien este llegó a llamarlo “satanás” por no admitir que  padeciese y muriese, puede representar a Jesús. Aquí hay una innegable desproporción, culturalmente explicable.

¿Quién tiene mayor excelencia? Lógicamente es María, sobre la cual vino el Espíritu Santo y estableció su morada permanente en ella (“episkiásei soi”:Lc 1,35) hasta el punto de elevarla a la altura de lo Divino. Solamente  de alguien elevado a la altura de lo Divino (María) es válido afirmar: “el Santo engendrado (por ti) será llamado Hijo de Dios”.

Las funciones de María y de Pedro son de naturaleza totalmente distinta. Pedro no es el padre de Jesús, mientras que María es  verdaderamente su madre biológica. Solamente alguien todavía rehén del patriarcalismo secular, puede colocarlos al mismo nivel. No sin razón, la mujer nunca hasta hoy ha tenido su ciudadanía eclesial reconocida. El evangelio se encarnó en la cultura de la época que entendía a la mujer como un “mas”, es decir,  “un ser humano todavía deficiente en camino de su humanidad”. No dice otra cosa Santo Tomás de Aquino (¿repetido después por Freud?) y, en el fondo, es lo que pasa  por la mente de las más altas autoridades eclesiásticas, cardenales y papas. Las mujeres son menos, por el hecho de ser mujeres, aunque mujeres y hombres son igualmente imagen y semejanza  de Dios (Gn 1,28). Y aún más: la mayoría de la Iglesia son mujeres, y además las hermanas y madres de todos los demás hombres. Por lo tanto, tienen  una preeminencia innegable.

El único que escapó de esta visión reduccionista fue el Papa Benedicto XVI al decir en una entrevista de radio en 2005: “Creo que las mismas mujeres con su impulso y su fuerza, su superioridad y con su potencial espiritual sabrán crear su espacio. Nosotros debemos procurar ponernos a la escucha de Dios,  para no ser nosotros quienes se lo impidamos (Benedicto XVI,5,VIII,2006)”.

Hay sólidas  razones para sustentar la conveniencia y hasta la necesidad de que las mujeres que quieran accedan al ministerio sacerdotal. Una eminente teóloga y feminista holandesa, A. van Eyde, dice: “La misma Iglesia quedaría herida en su cuerpo  orgánico si no diese lugar a la mujer dentro de sus instituciones eclesiales” (Die Frau im Kirchenamt, 1967, p. 360).

La Iglesia jerárquica no puede, dado el avance de la conciencia acerca de la igualdad de los géneros, transformarse en un reducto de conservadurismo y de machismo

La Iglesia jerárquica no puede, dado el avance de la conciencia acerca de la igualdad de los géneros, transformarse en un reducto de conservadurismo y de machismo. Hay aquí una concepción estéril y enquistada en el pasado de la positividad de la  fe. Esta no es un recipiente de aguas muertas, sino una fuente de aguas vivas, capaz de vivificar  nuevas iniciativas en razón del cambio de las mentalidades y de los tiempos. Ellas, en su fina sensibilidad, captan el sentido claro de los signos de los tiempos y lo expresan con un lenguaje más adecuado a nuestros días. Veamos los argumentos principales.

En primer lugar, fue una mujer la que dio testimonio del hecho mayor del cristianismo, la resurrección de Jesús, María Magdalena, llamada por eso  “apóstola de los apóstoles”.  Sin el evento de la resurrección no habría Iglesia.

Eran ellas las que seguían a Jesús y le garantizaban la estructura material para su misión.

Ellas nunca traicionaron a Jesús, mientras que el principal de ellos, Pedro, lo traicionó con ocasión de la pasión. Después de su crucifixión, entristecidos, los apóstoles  lo abandonaron y se fueron a sus casas, mientras ellas velaban al pie de la cruz, acompañando su agonía.

Ellas nunca traicionaron a Jesús, mientras que el principal de ellos, Pedro, lo traicionó con ocasión de la pasión. Después de su crucifixión, entristecidos, los apóstoles  lo abandonaron y se fueron a sus casas, mientras ellas velaban al pie de la cruz, acompañando su agonía

Ellas fueron las que, dos días después de ser sepultado, cuidaron de concluir el ritual sagrado de la unción del cuerpo con aceites sagrados.

Por lo tanto, ellas merecerían y merecen una centralidad inigualable en la comunidad cristiana. Y hasta hoy, el patriarcalismo cultural internalizado en la mente de los que tienen la dirección de la Iglesia, pero también en el mundo, las mantienen subalternas. En la Amazonia profunda y en otros lugares distantes, son ellas quienes llevan la fe, hacen todo lo que un cura hace, sin poder celebrar sin embargo la eucaristía, por no ser mujeres ordenadas en el sacramento del Orden.

Sin embargo, hay mujeres, líderes comunitarias, conscientes de la madurez de su fe, que asumen la totalidad de los sacramentos. No celebran la misa (que es un concepto litúrgico y canónico), sino la Cena del Señor tal como está descrita en la Epístola de San Pablo a los Corintios. No lo hacen con un espíritu de ruptura con la institución, sino con un sentido de servicio a toda la comunidad, siempre en comunión teológica con toda la Iglesia. La comunidad, según el Concilio Vaticano II, tiene derecho a recibir la Sagrada Eucaristía que se le niega por el simple hecho de no haber un sacerdote ordenado y célibe.

Teológicamente es importante subrayar lo que en la práctica se olvida totalmente, que sólo hay un sacerdocio en la Iglesia, el de Cristo. Los que vienen bajo el nombre de “sacerdote” son sólo figuraciones y representantes del único sacerdocio de Cristo; es Él quien bautiza, es Cristo quien consagra, es Él quien confirma. El sacerdote actúa sólo “in persona Christi”en el lugar de Cristo”. Es decir, hace visible lo invisible.

Su función no puede reducirse, como sostiene la argumentación oficial, al poder de consagrar, (algo que sólo ha predominado desde el segundo milenio), expresión del poder del clero que se ha apoderado de todas estas funciones. Tal concentración de poder sagrado ha constituido el clericalismo tantas veces criticado duramente por el Papa Francisco.  Sin embargo, en el caso del acceso de las mujeres al sacerdocio   también él ha caído en un cierto clericalismo, o mejor dicho, se ha visto obligado a mantener la praxis tradicional para no crear un verdadero cisma en la Iglesia por parte de los grupos apegados a la tradición y, sobre todo, a los privilegios agregados al clericalismo.

Tal concentración de poder sagrado ha constituido el clericalismo tantas veces criticado duramente por el Papa Francisco.  Sin embargo, en el caso del acceso de las mujeres al sacerdocio   también él ha caído en un cierto clericalismo, o mejor dicho, se ha visto obligado a mantener la praxis tradicional para no crear un verdadero cisma en la Iglesia por parte de los grupos apegados a la tradición y, sobre todo, a los privilegios agregados al clericalismo

La función del sacerdote ministerial no es acumular todos los servicios, sino coordinarlos para que todos sirvan a la comunidad. Como preside la comunidad, preside también la Eucaristía. Pero si la comunidad, sin culpa, se ve privada de ella, puede organizar por sí misma la celebración de la Cena del Señor. Todos estos servicios (que San Pablo llama “carismas” y que son muchos) pueden muy bien ser ejercidos por mujeres, como se demuestra en las Iglesias no católico-romanas y en las comunidades eclesiales de base.

De ahí que sea comprensible que las mujeres, conscientes de su madurez en la fe, en ausencia de un ministro ordenado, asuman ellas mismas tal ministerio, haciéndolo con su estilo particular de mujeres. No tienen que pedir permiso a la autoridad eclesiástica, porque ésta canónicamente dirá “no”. Pero lo hacen en perfecta comunión teológica con la totalidad de la Iglesia. Y por eso es plausible, justo y teológicamente fundado que presidan la Cena del Señor.

Lógicamente, el sacerdocio femenino no puede ser una reproducción del sacerdocio masculino. Sería una aberración si así fuera. Debe ser un sacerdocio singular, según el modo de ser de la mujer, con todo lo que denota su feminidad a nivel ontológico, psicológico, sociológico y biológico. No será una sustituta del sacerdote,  sino una verdadera representante sacramental del Cristo invisible que se hace visible a través de ellas.

Sería natural y lógico que el Papa reconociera oficialmente lo que ellas ya hacen en la práctica y así la Iglesia sería verdaderamente de hermanos y hermanas, sin exclusiones ni jerarquizaciones ontológicas injustificadas.

Sin temor a equivocarnos podemos decir: esta división entre ordenados y no ordenados (laicos y sacerdotes) no se encuentra en la tradición del Jesús histórico, que quería una comunidad de iguales y todo poder como mero servicio a la comunidad y no como promotor de privilegios, títulos y ventajas sociales e incluso económicas.

Esta división entre ordenados y no ordenados (laicos y sacerdotes) no se encuentra en la tradición del Jesús histórico, que quería una comunidad de iguales y todo poder como mero servicio a la comunidad y no como promotor de privilegios, títulos y ventajas sociales e incluso económicas

Tiempos vendrán en que la Iglesia católica romana acompasará su paso con el movimiento feminista mundial y con el propio mundo, rumbo a una integración del “animus” y del “anima”(de lo masculino y de lo femenino) para el enriquecimiento de lo humano y de la propia comunidad cristiana. Los tiempos están ya maduros para este salto cualitativo. Solo falta el valor de dar  este paso necesario e inevitable.

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*Hans Urs von Balthazar en el tiempo en que yo estaba sometido a “silencio obsequioso” públicamente en Roma,  me denunció como alguien que negaba la divinidad de Cristo, cosa que jamás hice. Un teólogo- periodista le respondió en la primera página de un periódico de Roma con estas palabras: ”Cobarde, acusas calumniosamente a alguien que no puede defenderse por estar sometido a silencio obsequioso”. Su obra principal es La gloria del Señor (en siete volúmenes sobre la fe como estética y contemplación). Fue nombrado cardenal por el Papa Juan Pablo II, pero murió antes de recibir el nombramiento, cuando se dirigía a Roma. 

Leonardo Boff, ha escrito Eclesiogénesis: la Iglesia que nace del pueblo por el Espíritu de Dios, Vozes 1984/2021.

Traducción de María José Gavito Milano

 

Fuente Religión Digital

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Yo, Ignacio de Loyola…

Domingo, 31 de julio de 2022
Comentarios desactivados en Yo, Ignacio de Loyola…

Ignacio-Loyola-61“Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden.

Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participara los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia.

Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.

Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.

Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así.

Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida.

¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad?

Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios.

El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo

*

Karl. Rahner,
Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy,
Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8.

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Yo, Ignacio de Loyola…

Sábado, 31 de julio de 2021
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Ignacio-Loyola-61“Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden.

Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participara los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia.

Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.

Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.

Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así.

Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida.

¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad?

Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios.

El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo

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Karl. Rahner,
Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy,
Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8.

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Yo, Ignacio de Loyola…

Viernes, 31 de julio de 2020
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Ignacio-Loyola-61“Yo, Ignacio de Loyola, pretendo en estas líneas decir algo acerca de mí y de la tarea de los jesuitas de hoy, supuesto que aún hoy sigan sintiéndose comprometidos con aquel espíritu que en otro tiempo determinó, en mí y en mis primeros compañeros, los comienzos de esta orden.

Ya sabes que, tal como entonces lo expresaba, mi deseo era «ayudar a las almas», es decir, comunicar a los hombres algo acerca de Dios y de su gracia, de Jesucristo crucificado y resucitado, que les hiciera recuperar su libertad integrándola dentro de la libertad de Dios. Yo deseaba expresarlo tal como siempre se había expresado en la Iglesia, y realmente creía (y era una creencia cierta) que eso tan antiguo podía yo decirlo de una manera nueva. ¿Por qué? Porque estaba convencido de que, primero de un modo incipiente durante mi enfermedad de Loyola y luego de manera decisiva durante mis días de soledad en Manresa, me había encontrado directamente con Dios. Y debía participara los demás, en la medida de lo posible, dicha experiencia.

Cuando afirmo haber tenido una experiencia inmediata de Dios, lo único que digo es que experimenté a Dios, al innombrable e insondable, al silencioso y, sin embargo, cercano. Experimenté a Dios, también y sobre todo, más allá de toda imaginación plástica. A El que, cuando por su propia iniciativa se aproxima por la gracia, no puede ser confundido con ninguna otra cosa.

Semejante convicción puede sonar como algo muy ingenuo, pero en el fondo se trato de algo tremendo. Yo había encontrado realmente a Dios, al Dios vivo y verdadero, al Dios que merece ese nombre superior a cualquier otro nombre.

Pero, por de pronto, repito que me he encontrado con Dios, que he experimentado al mismo Dios. Dios mismo. Era Dios mismo a quien yo experimenté; no palabras humanas sobre El. Dios y la sorprendente libertad que le caracteriza. Lo que digo es que sucedió así.

Una cosa sigue en pie: que Dios puede y quiere tratar de modo directo con su criatura; que el ser humano puede realmente experimentar cómo tal cosa sucede; que puede captar el soberano designio de la libertad de Dios sobre su vida.

¿Se trata de algo nuevo o de algo viejo? ¿Es algo obvio o resulta sorprendente? ¿Se trata de algo que haya que relegar a un segundo plano en la Iglesia de hoy y de mañana, debido a que el hombre ya casi no soporta la callada soledad ante Dios y trata de refugiarse en una especie de colectividad eclesial, cuando en realidad dicha colectividad ha de edificarse sobre la base de hombres y mujeres espirituales que hayan tenido un encuentro directo con Dios, y no sobre la base de quienes, a fin de cuentas, utilizan a la Iglesia para evitar tener que vérselas con Dios y su libre incomprensibilidad?

Una cosa, sin embargo, sigue siendo cierta: que el ser humano puede experimentar personalmente a Dios.

El verdadero precio que hay que pagar por la experiencia a la que me refiero es el precio del corazón que se entrega con creyente esperanza al amor del prójimo

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Karl. Rahner,
Palabras de Ignacio de Loyola a un jesuíta de hoy,
Sal Terrae, Santander 1978; pp. 4-8.

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