Del blog de Xabier Pikaza:
Cien cosas podrían evocarse en estas cortas horas finales de Adviento 2014, empezando por la crisis económica, la muerte obscena de millones de niños por hambre y abandono, soberbia del dinero, mentira política, banalización de todo amor, la guerra…, con la historia atroz de las “mafias” de pederastia on line (miles de anuncios, millones de niños “vendidos”, billones de ganancias ¡ese sí que es negocio anti-navidad!. Cf. Delitos informáticos. Víctimas anónimas de la pedofilia, El Mundo 21. 11.14, pag. 44),
Todo eso es Adviento Negro, que ha de ser conocido y maldecido, condenado, superado para que pueda surgir ya una humanidad donde los niños nazcan a la vida en gratuidad, para el amor de Dios, que es de los hombres, para que nuestra tierra vista en este invierno del Norte colores de esperanza. Pero hoy no quiero hablar del adviento negro (¡riesgo de muerte universal!), sino del Adviento Blanco de Dios en la historia, expresado en el arco iris tras el diluvio de Gen 6-8 , que se brilla en la historia de María, “virgen” evangélica, que ha sido “digna” de recibir (catalizar y expandir: dar a luz) al mismo Hijo de Dios en su identidad humana.
He preparada esta reflexión a partir de las dos postales anteriores, una dedicada al Adviento de María… (¡sólo una mujer, pero mujer con varón) y otra a la Navidad Cristiana y la Musulmana (en su diferencia radical y en sus muchas conexiones).
Para los cristianos, el adviento tiene un hombre: es la “virgen” Israel/María, acompañada por José, “virgen” humanidad portadora de vida. Este adviente tiene un contenido radical de fe: Es el camino humano de la encarnación de Dios. De eso trata lo que sigue. Ésta será mi última postal del Adviento 2014. No quiere negar la Virginidad de María (de la mujer humanidad de Adviento), sino entenderla e interpertarla, para entender y vivir mejor la Navidad.
A todos con mi mejor deseo, con mi recuerdo.
Adviento, encarnación de Dios en la vida humana
El adviento cristiano está vinculado a la encarnación de Dios, que no actúa desde fuera, exigiendo un sometimiento total (como en el Islam), sino desde la misma vida humana (pidiendo colaboración de María y de todos los hombres y mujeres). En esa línea, la virginidad de María no será pasividad y sometimiento, sino actividad y colaboración. Por eso quiero presentar a María del Adviento como “persona” en el sentido radical de la palabra, una mujer que ha colaborado con Dios y con otros seres humanos.
Adviento somos nosotros, y de un modo especial María como persona creyente, que dialoga con Dios desde el misterio más hondo de su vida, en gesto de disponibilidad radical, en diálogo con la historia (en especial la de Israel) y en libertad (en comunión de vida con José). No venimos al mundo ya hechos, no somos personas por nacer biológicamente de un “vientre”, sino porque una mujer-madre (persona) nos introduce (con el padre y con otros seres personales) en el mundo de la vida personal, de la palabra y el afecto.
Algo de esto supo ya la gnosis antigua, al afirmar que los humanos no nacemos simplemente de la cadena social de generaciones, sino de Dios, por gracia suya, en diálogo de fe, es decir, de acogimiento y responsabilidad; pero la gnosis antigua y moderna han corrido el riesgo de ignorar la historia, con sus conexiones sociales. Habló de la paternidad-maternidad de Dios, pero tendió a olvidarse de la humana, en el nivel de la pluralidad social, dentro del tiempo. Para poner de relieve la transcendencia de Dios (lo mismo que el Islam), la gnosis olvidó el carácter positivo de la acción de los hombres y mujeres en la historia.
Encarnación: Libertad de Dios, libertad del hombre
Teniendo eso en cuenta queremos insistir en la aportación personal de María, como mujer libre, con autonomía personal, interpretando en esa línea la virginidad y la encarnación. La virginidad no es sometimiento pasivo (como pudo suponer el Corán), sino colaboración activa con Dios. La encarnación no es un dato general ya conocido, ni una experiencia abstracta, sino el hecho de que Dios eterno se hace carne en la historia humana.
Frente al riesgo de un sistema cerrado, que se sitúa por encima de los individuos (y los utiliza a su servicio), en contra de un Dios que “invade” el terreno de la vida humana (negando a los hombres su libertad) tenemos que poner de relieve la experiencia de la encarnación, que se expresa en forma de comunicación personal y de diálogo en libertad. María no es “madre de Dios” porque le recibe pasiva desde fuera, sino porque le engendra libremente, en amor comprometido:
‒ Encarnación, por encima de toda ideología. Ideología es un tipo de pensamiento que actúa desde fuera, distorsionando la realidad. En contra de eso, la encarnación indica que Dios actúa y se expresa en la misma carne de los hombres, a través de su libertad. Pues bien, el Dios de María es aquel que se encarna en Jesús, actuando por medio de (con la colaboración) de ella, a través de su carne real de persona y mujer. Si Dios para encarnarse negara o sometiera (colonizara desde fuera) la carne de María no sería el Dios de Jesucristo.
‒ Encarnación personal por encima de todo sistema imposirivo. Otros pueden haber puesto de relieve el valor sacral del templo de Jerusalén o Roma, unas leyes de Dios que regulan desde fuera el conjunto de la vida del pueblo, los sacrificios o signos sagrados que han sido fijados por la misma Escritura. Pues bien, por encima de eso, para María la religión se expresa como acogida y colaboración humana, como mujer y persona. Ciertamente, Dios es Dios (como sabe el Corán), pero no actúa “invadiendo” el terreno de María, obrando desde fuera de ella, sino a través de su libertad personal y de su colaboración humana.
En ese sentido decimos que, por medio de ella, Dios se hace carne concreta en Jesús, y que la carne humana es manifestación de la vida de Dios. Para ser madre de un Jesús de carne, ella ha de ser una mujer concreta, capaz de dar vida en la carne. No puede ser el signo general de la diosa, pues la diosa en cuanto tal no existe, lo que existe son personas concretas de carne, que se dan la vida y la comparten.
Virginidad no significa ausencia de carne, sino carne trasparente, capaz de expresar todo el poder del espíritu de Dios; virginidad no es ausencia de sexo, sino amor fuerte y trasparente en el que se puede expresa el don de Dios de manera Inmaculada. Por eso, allí donde, en algún sentido, se ha opuesto el Espíritu de Dios y el sexo y se ha interpretado la virginidad como pura ausencia de relaciones biológicas, se está negando el valor concreto de la obra de Dios, su revelación entre los pobres de este mundo.
Adviento y mutación mariana. Virginidad biológica (con R. Girard y K. Barth)
No todos estarán de acuerdo con las reflexiones anteriores, y entre ellos quiero citar R. Girard (*1923), unos de los mayores antropólogos cristianos del siglo XX, que ha venido destacando, de manera consecuente, el riesgo de violencia de todas las relaciones y conquistas de la historia, para defender después (desde ese fondo) la necesidad de una ruptura incluso biológica, que se expresa en la maternidad virginal de María.
A su juicio, la historia humana puede condensarse en el mecanismo del chivo expiatorio, que constituye una forma más violenta de resolver los problemas de violencia de la vida. Según eso, la vida de los hombres se centra y expresa en relaciones de violencia, que han estado y siguen estando vinculadas siempre con el sexo, considerado como campo de enfrentamiento y lucha entre varones y mujeres, como han señalado de manera muy precisa los diversos mitos de la cohabitación de dioses con mujeres o con animales (sobre todo en el mundo griego).
Esos mitos (con la realidad de la historia humana) expresan el engaño y la violencia posesiva que se expresa por medio de la descarga sexual y que desemboca en la opresión de la mujer. Jesús no pudo haber nacido en ese fondo, en un mundo dominado por dioses aparecen envueltos en una violencia que les determina, pues es superior a ellos. Humanamente hablando no existe solución: no tendríamos más remedio que seguir envueltos en violencia sin fin. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
Dios, Espiritualidad, Karl Barth, René Girard, San José, Virgen María, Virginidad
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