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Vulnerabilidad LGBTQ+ como un camino a la oración genuina

Lunes, 24 de octubre de 2022
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B5B594F3-3944-46C6-B096-E63A2AC7BD33Mark Guevarra

La publicación de hoy es de colaborador invitado Mark Guavarra. Después de ser despedido como asociado pastoral por no revelar el estado de su relación, Mark se ha convertido en un defensor de la inclusión LGBTQ+ en la iglesia. Mark es estudiante de doctorado en la Unión de Graduados Teológicos, en Berkeley, California, con un interés por la sinodalidad.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el domingo 30 del Tiempo Ordinario  se pueden encontrar aquí.

El evangelio de hoy es una continuación de las parábolas de Lucas sobre la oración. La semana pasada en Bondings 2.0, Michael Sennett, mirando a la viuda que le suplica incansablemente al juez, reflexionó sobre la persistencia como un componente necesario de la oración. Esta semana miramos otro componente: la vulnerabilidad.

Brené Brown, un conocido orador y autor, habla de la vulnerabilidad de esta manera:

“La vulnerabilidad es nuestra medida más precisa de coraje. Ofrece una invitación y una promesa. Cuando nos atrevemos a dejar caer la armadura que nos protege de sentirnos vulnerables, nos abrimos a las experiencias que traen propósito y significado a nuestras vidas.”

Vemos esto desde una perspectiva teológica en la oración del publicano en el evangelio de hoy. Su simple oración expone su total vulnerabilidad ante Dios: “Oh Dios, sé misericordioso conmigo pecador.” Esto le abre la curación, la reconciliación y la verdadera libertad.

Muchos de nosotros en la comunidad LGBTQ+ sabemos de tal vulnerabilidad, especialmente en medio de los temores y dolores de visibilizarse y el posible rechazo y persecución. Nada de lo que podamos decir o hacer nos ayudará. Estamos abandonados a la misericordia de Dios y confiamos en que Dios tiene nuestros mejores intereses en mente.

Esta vulnerabilidad ha sido visceralmente compartida por muchos participantes LGBTQ+ en sesiones de escucha sinodal en todo el mundo durante el año pasado.

En un reciente seminario web de New Ways Ministry sobre las perspectivas globales LGBTQ+ sobre la sindalidad hasta ahora, Ursula Halligan comparte cómo es casi un que un milagro que la gente haya compartido de manera tan vulnerable y perseverante en la fe en medio de grandes desafíos. Hallygan ayudó a que los participantes en Irlanda incluso pidieran valientemente una disculpa por el maltrato de las personas LGBTQ+ y el rechazo de su fe por parte de la Iglesia Institucional. Afortunadamente, fue recibido con humilde reconocimiento por lo menos por algunos líderes de la iglesia.

Pero si bien la vulnerabilidad es un ideal propuesto, la parábol también es una narración con moraleja. Jesús se dirige a aquellos que estaban convencidos de su propia justicia y desprecian a todos los demás. Contrasta el recaudador de impuestos con un líder religioso santurrón .

151A268B-178B-4852-A04E-AFE7DE441D3FEl líder religioso manifiesta la arrogancia pura: “Oh Dios, te agradezco que no sea como el resto de la humanidad, -codicioso, deshonesto, adúltero,- o incluso como este recaudador de impuestos. Ayuno dos veces por semana, y pago el diezmo de mis ingresos.” En comparación con la definición de vulnerabilidad de Brown, esta oración muestra una falta de coraje y rechaza cualquier experiencia de propósito y significado para su vida. Teológicamente, el líder religioso realmente no necesita a Dios ya que ha hecho todo el trabajo requerido para su salvación.

La yuxtaposición del líder religioso santurrón y el recaudador de impuestos enseñan una lección clara, y sin embargo Jesús, así como Brown, reconoce que los humanos podemos y actuamos con justicia propia.

Somos propensos a sentirnos arrogantes y autocomplacientes, como cuando celebramos diligentemente la Misa cada domingo, damos generosamente y servimos en los ministerios. Si soy honesto conmigo mismo, puedo ser santurrón. Puedo jactarme de tener el tipo correcto de teología, orar de la manera correcta, unirme a los grupos de la iglesia correcta, e incluso venerar a los santos correctos.

Practicar la vulnerabilidad y evitar la justicia propia se reduce a la actitud correcta al participar en prácticas espirituales, participar en la comunidad, llevar a cabo la misión y reflexionar sobre Dios. Nuestra sanación y rectitud con Dios no viene automáticamente por las cosas que hacemos. Más bien, nuestra sanación y plenitud son dones ya dados a corazones humildes y vulnerables. Así es como leo a Brown cuando habla de “experiencias que traen propósito y significado a nuestras vidas.”

Y así, en estas dos parábolas llegamos a ver componentes esenciales de la oración: la perseverancia y la vulnerabilidad. Si, en nuestras vidas y en nuestra oración, optamos persistentemente por ser vulnerables y evitar la justicia propia, nuestra relación con Dios puede ser genuina. Al igual que el recaudador de impuestos que grita: “Oh Dios, sé misericordioso conmigo un pecador.”

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Guevarra con su pareja, el reverendo Mark Chiang (derecha), ministro de la Iglesia Presbiteriana de St. Andrew en Edmonton. (Proporcionada)

—Mark Guevarra, Octubre 23, 2022

Fuente New Ways Ministry

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Llamadme publicano

Domingo, 23 de octubre de 2022
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Llamadme publicano

Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre…
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos…
y sé todos los cuentos.

*

León Felipe,
Llamadme publicano (1950)

***

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:

“Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:

– “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.”

El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo:

– “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. “

Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

*

Lucas 18, 9-14

***

 

El rostro de cada verdadero discípulo debe ser como el del Verbo encarnado, que se despojó él mismo de la gloria divina para asumir la condición de siervo, humillándose hasta la muerte de cruz [cf. Flp 2,6-8). La verdadera humildad es rara de encontrar, porque pocos miran directamente a la cara a Jesucristo. El hombre humilde no es n¡ será nunca un hombre prestigioso, alguien que se ha hecho siguiendo los criterios humanos, porque la humildad no puede ser consecuencia de una habilidad, fruto de una conquista. El hombre verdaderamente humilde no sabe que lo es; invadido por completo del santo temor de Dios -consciente de su propia nada-, está como un pobre que sólo se siente en deuda con su Señor; es como un pobrecito al que no le bastan nunca ni las palabras ni las fuerzas para excusarse de lo que es y para dar gracias por lo que recibe.

El secreto que conduce a la humildad consiste en dejar de vivir para nosotros mismos y vivir para el Señor y en el Señor. Consiste en ser capaces de negarnos verdaderamente a nosotros mismos, sin ostentación ni retórica, sin afectación ni convencionalismos, sino con naturalidad y sencillez. La vida concreta de todos los días constituye el banco de prueba. En efecto, si no nos quedamos en el ideal abstracto, sino que vamos a las situaciones reales de la vida, nos daremos cuenta de que no hay un solo aspecto de nuestra propia vida cotidiana que no deba ser puesto en el crisol de la purificación a través de la aceptación de lo que nos redimensiona y nos pone en nuestro justo lugar, en la humildad.

Al hombre humilde le gusta rodearse de silencio. Calla sobre sí mismo para darle todo el sitio a Dios. Es consciente de la nada que es y se siente deseoso de conocer lo que está llamado a convertirse en Cristo. Por lo demás, no hay nadie que pueda considerarse, razonablemente, mejor que los otros y en posesión de buenos títulos de mérito prescindiendo de la experiencia de la misericordia de Dios. Toda dignidad tiene su raíz en el sacrificio redentor de Cristo.

*

A. M. Cánopi,
Nel mistero delta gratuita,
Milán 1998, pp. 62-67, passim).

***

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“Desconcertante”. 30 Tiempo ordinario – C (Lucas 18,9-14)

Domingo, 23 de octubre de 2022
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51_30_TO-C_1639739Fue una de las parábolas más desconcertantes de Jesús. Un piadoso fariseo y un recaudador de impuestos suben al templo a orar. ¿Cómo reaccionará Dios ante dos personas de vida moral y religiosa tan diferente y opuesta?

El fariseo ora de pie, seguro y sin temor alguno. Su conciencia no le acusa de nada. No es hipócrita. Lo que dice es verdad. Cumple fielmente la Ley, e incluso la sobrepasa. No se atribuye a sí mismo mérito alguno, sino que todo lo agradece a Dios: «¡Oh, Dios!, te doy gracias». Si este hombre no es santo, ¿quién lo va a ser? Seguro que puede contar con la bendición de Dios.

El recaudador, por el contrario, se retira a un rincón. No se siente cómodo en aquel lugar santo. No es su sitio. Ni siquiera se atreve a levantar sus ojos del suelo. Se golpea el pecho y reconoce su pecado. No promete nada. No puede dejar su trabajo ni devolver lo que ha robado. No puede cambiar de vida. Solo le queda abandonarse a la misericordia de Dios: «¡Oh Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador». Nadie querría estar en su lugar. Dios no puede aprobar su conducta.

De pronto, Jesús concluye su parábola con una afirmación desconcertante: «Yo os digo que este recaudador bajó a su casa justificado, y aquel fariseo no». A los oyentes se les rompen todos sus esquemas. ¿Cómo puede decir que Dios no reconoce al piadoso y, por el contrario, concede su gracia al pecador? ¿No está Jesús jugando con fuego? ¿Será verdad que, al final, lo decisivo no es la vida religiosa de uno, sino la misericordia insondable de Dios?

Si es verdad lo que dice Jesús, ante Dios no hay seguridad para nadie, por muy santo que se crea. Todos hemos de recurrir a su misericordia. Cuando uno se siente bien consigo mismo, apela a su propia vida y no siente necesidad de más. Cuando uno se ve acusado por su conciencia y sin capacidad para cambiar, solo siente necesidad de acogerse a la compasión de Dios, y solo a la compasión.

Hay algo fascinante en Jesús. Es tan desconcertante su fe en la misericordia de Dios que no es fácil creer en él. Probablemente los que mejor le pueden entender son quienes no tienen fuerzas para salir de su vida inmoral.

José Antonio Pagola

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“El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no”. Domingo 23 de octubre de 2022. 30º Ordinario

Domingo, 23 de octubre de 2022
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55-ordinarioc30-cerezoLeído en Koinonia:

Eclesiástico 35, 12-14. 16-18: Los gritos del pobre atraviesan las nubes.
Salmo responsorial: 33: Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.
2Timoteo 4, 6-8. 16-18: Ahora me aguarda la corona merecida.
Lucas 18, 9-14. El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no.

La mayor parte de las parábolas de Jesús tienen como telón de fondo la vida de las aldeas de Galilea y refleja distintas experiencias de vida del campesinado. Solamente unas pocas se salen de este marco. Una de éstas es la del fariseo y el recaudador que se sitúa en contexto urbano y, más en concreto, en la ciudad de Jerusalén, en el recinto del templo: el lugar propicio para obtener la purificación de los pecados.

La influencia y atracción del templo para los judíos se extendía incluso más allá de las fronteras de Palestina, como lo mostraba claramente la obligación del pago del impuesto al templo por parte de los judíos que no vivían en Palestina. Pagar ese impuesto se había convertido en tiempos de Jesús en un acto de devoción hacia el templo, porque éste hacía posible que los judíos mantuviesen una relación saludable con Dios.

En tiempos de Jesús, el cobro de impuestos no lo hacían los romanos directamente, sino indirectamente, adjudicando puestos de arbitrios y aduanas a los mejores postores, que solían ser gente de las élites urbanas o aristocracia. Estas élites, sin embargo, no regentaban las aduanas, sino que, a su vez, dejaban la gestión de las mismas a gente sencilla, que recibía a cambio un salario de subsistencia. Los recaudadores de impuestos practicaban sistemáticamente el pillaje y la extorsión de los campesinos. Debido a esto, el pueblo tenía hacia estos cobradores de impuestos la más fuerte hostilidad, por ser colaboracionistas con el poder romano. La población los odiaba y los consideraba ladrones. Tan desprestigiados estaban que se pensaba que ni siquiera podían obtener el arrepentimiento de sus pecados, pues para ello tendrían que restituir todos los bienes extorsionados, más una quinta parte, tarea prácticamente imposible al trabajar siempre con público diferente. Esto hace pensar que el recaudador de la parábola era un blanco fácil de los ataques del fariseo, pues era pobre, socialmente vulnerable, virtualmente sin pudor y sin honor, o lo que es igual, un paria considerado extorsionador y estafador.

En su oración, el fariseo aparece centrado en sí mismo, en lo que hace. Sabe lo que no es: ladrón, injusto o adúltero; ni tampoco es como ese recaudador, pero no sabe quién es en realidad. La parábola lo llevará a reconocer quién es, precisamente no por lo que hace (ayunar, dar el diezmo…), sino por lo que deja de hacer (relacionarse bien con los demás).

El fariseo decimos que ayuna dos veces por semana y paga el diezmo de todo lo que gana. Hace incluso más de lo que está mandado en la Torá. Pero su oración no es tan inocente. Lo que parecen tres clases diferentes de pecadores a las que él alude (ladrón, injusto, pecador) se puede entender como tres modos de describir al recaudador. El recaudador, sin embargo, reconoce con gestos y palabras que es pecador y en esto consiste su oración.

El mensaje de la parábola es sorprendente, pues subvierte el orden establecido por el sistema religioso judío: hay quien, como el fariseo, cree estar dentro, y resulta que está fuera; y hay quien se cree excluido, y sin embargo está dentro.

En el relato se ha presentado al fariseo como un justo y ahora se dice que este justo no es reconocido; debe haber algo en él que resulte inaceptable a los ojos de Dios. Sin embargo, el recaudador, al que se nombra con un despectivo “ése”, no es en modo alguno despreciable. ¿Qué pecado ha cometido el fariseo? Tal vez solamente uno: mirar despectivamente al recaudador y a los pecadores que él representa. El fariseo se separa del recaudador y lo excluye del favor de Dios.

Dios, justificando al pecador sin condiciones, adopta un comportamiento diametralmente opuesto al que el fariseo le atribuía con tanta seguridad. El error del fariseo es el de ser “un justo que no es bueno con los demás”, mientras que Dios acoge graciosamente incluso al pecador. Esta parábola proclama, por tanto, la misericordia como valor fundamental del reino de Dios. Con su comportamiento el recaudador rompe todas las expectativas y esquemas, desafía la pretensión del fariseo y del templo con sus medios redentores y reclama ser oído por Dios, ya que no lo era por el sistema del templo y por la teología oficial, representada por el fariseo.

Si la interpretación de la parábola es ésta, entonces se puede vislumbrar por qué Jesús fue estigmatizado como «amigo de recaudadores y de pecadores», y por qué fue crucificado finalmente por las élites de Jerusalén con la ayuda de los romanos y el pueblo.

En esta parábola se cumple lo que leemos en la primera lectura del libro del Eclesiástico: “Dios no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido, no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja”. Dios está con los que el sistema ha dejado fuera. Como estuvo con Pablo de Tarso, como se lee en la segunda lectura, que, a pesar de no haber tenido quien lo defendiera, sentía que el Señor estaba a su lado, dándole fuerzas. Leer más…

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23.10.22. Iglesia de fariseos y publicanos. Un tema pendiente (Lc 18, 9-14. Dom 30 TO)

Domingo, 23 de octubre de 2022
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6CB57D60-F542-41FF-B428-432519A7ED02Del blog de Xabier Pikaza:

La iglesia ha sido (es) a la vez farisea (se presenta como santa) y publicana (ha trampeado con dineros). El evangelio supone que los publicanos pueden convertirse (aunque con difícultad). Los fariseos lo tienen más difícil, sobre todo cuando justifican su razón y santidad con grandes argumentos, pero ellos también pueden convertirse, según la tradición judía (y cristiana).

Texto:

21.10.2022 | X Pikaza Ibarrondo

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: “Dos hombres subieron al templo a orar.

Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:”¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.”

Comentario

El publicano del evangelio acepta lo que es, se reconoce en Dios, puede vivir en verdad, en sí mismo, ante los otros… Al reconocerse pecador está diciendo que quiere cambiar, que lo hará, aunque el evangelio no dice cómo. Por el contrario, el fariseo, profesional de la oración, se eleva en este caso como un mentiroso: Miente ante Dios, se miente a sí mismo, y desprecia a los que él piensa que no son de su altura.

El fariseo. ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás. Da gracias por lo que es, no va a cambiar. Desprecia a los que no son como él…, como los ricos que se creen privilegiados por serlo y que da unas pequeñas limosnas para tener más sometidos a los pobres.

 El mundo se divide para el fariseos en dos mitades: en una estaba él y Dios (¡que en el fondo eran lo mismo, él era Dios!); en la otra mitad están (estamos) todos los demás. Las cosas funcionan razonablemente bien, muy bien, y este fariseo se lo venía a decir a Dios, esto es, a sí mismo, en un gesto solemne de auto-glorificación, ante los ojos de todos, que nos habíamos apartado para dejarle sitio en el centro y le miraban, con miedo, recelo y envidia desde las esquinas de la columnata.

Gracias te doy, porque no soy como esos otros): ladrones, injustos, adúlteros.

 Sin duda, este fariseo cumple la ley con sus mandamientos (como el buen rico del texto que sigue: Lc 18, 18-31). Pero, como sabe Pablo, una ley bien cumplida, de forma legalista, lleva a la muerte, pues termina dividiendo a los hombres entre cumplidores y no cumplidores, entre limpios y manchados (expulsando de su centro a los que no son importantes). Los “cumplidores” pueden utilizar la ley para triunfar, imponiéndose sobre los demás, sin misericordia. Entre ellos se encuentra este fariseo, que ha venido a decirle a Dios que ha triunfado, y a darle gracias por ello.

  Buena es la ley, seguiría diciendo Jesús, pero entendida como la entiende este fariseo es un arma terrible, al servicio de la propia seguridad y del desprecio de los otros.

Ésta puede ser la ley de un tipo de políticos que buscan su propia justificación a costa de los otros…, a los que echan la culpa de todo.

Ésta es la ley del “buen capitalismo” (y de una “santa” iglesia)  que piensa que tiene razón en lo que hace (¡y hasta paga los impuestos, con justicia “religiosa”, y financia procesiones y manifestaciones de triunfo religioso!), pero condena a la pobreza a millones de personas… (margina a todos los distintos….).

Es la ley de los jerarcas del templo que administran con buena conciencia su dinero y su memoria histórica, para condenar a los otros (¡ladrones, injustos, adúlteros…!). Entre ellos se encuentra este buen fariseo que no adultera con mujeres de otros (¡cumple la ley!), pero quizá no ama con ternura e igualdad a la suya (ni a ninguna), y que quizá “se divierte” con mujeres libres o prostitutas (¡que eso no es adulterio!), sin importarles lo que sienten, lo que piensa.

Ni como ese publicano. La visión del publicano confirma al fariseo en la justicia y el valor de su riqueza económica o religiosa. . La visión del publicano le permite vivir más tranquilo, ser quien es y portarse como se porta… porque hay en el mundo publicanos y prostitutas a quieren utilizar sin remordimientos, porque son malos y se merecen lo que tienen (es decir, lo que no tienen).

 Este fariseo necesita que haya publicanos, para que cobren sus impuestos y realicen sus negocios sucios, necesita (probablemente) de la prostituta (por lo menos para sus desahogos morales: para sentirse bien). En el fondo, él mismo está diciendo (sin darse cuenta de ello) que su “justicia” está montada sobre la injusticia de los otros, una injusticia que él mismo está propiciando, dentro de un sistema religioso avalado por el templo (un templo al servicio de los fariseos).

Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.

 Antes se había detenido en los mandamientos de la ley de Dios (no robar, no cometer injusticias legales, no adulterar). Ahora se fija en los mandamientos de la iglesia: ayunar, pagar el diezmo… En un sentido, es un hombre ascético (ayuna), pero el ayuno puede haberse convertido en un medio de autocontrol y de auto seguridad para dominar mejor a los demás…

Es un hombre de diezmo: contribuye al mantenimiento de “su iglesia” (y de su economía, que haya pobres para servrle y justificarle)… y se limita a dar una pequeña limosna a los pobres, para que sigan estando ahí, como ejemplo de lo que no se debe ser, de lo que no se debe hacer. Posiblemente es un rico que paga buenos diezmos, es decir, que ofrece mucho dinero para obras sociales al servicio del sistema (no de los pobres); es el rico que mantiene la injusticia de fondo de fondo de la sociedad, dando incluso muchísimo dinero en caridades al servicio del propio orgullo, publicadas en la televisión de turno, magnificadas por los voceros y clientes. Da para sentirse bien, da para que se mantenga y consolide su sistema.

El publicano se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo. No, no podía mirar ni a la puerta del Sagrario. No miraba y, sin embargo, estaba mirando… No levantaba los ojos y, sin embargo, comprendía…Sabía que Dios es distinto y se ponía ante los ojos y las manos de ese Dios. Me costaba verle en el espejo, porque se escondía detrás de la columna, pero estaba seguro de era muy flaco, enfermizo, pero con ojos de amor. Me hubiera gustado jugar con él, pero no podía acercarme más allá del espejo… y así le seguí mirando.

Sólo se golpeaba el pecho, diciendo

Quería despertar su corazón su corazón “a golpes”, como se hace con alguien que parece muerto, que ha tenido una parada cardiaca y vemos que el médico sacude con fuerza su pecho para que el corazón pueda latir de nuevo…  Sabía que hay Dios y que Dios podía poner su vida en movimiento. No sabía cómo, pero tenía que cambiar. No tenía respuesta, pero la estaba buscando. El templo de Dios no es para él un lugar de justificación de lo que existe (como para el fariseo), sino un lugar de reconocimiento y cambio. Leer más…

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“La justicia parcial de Dios”. Domingo 30 Ciclo C

Domingo, 23 de octubre de 2022
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fariseo-publicanoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre:

El Catecismo que estudié de pequeño decía que Dios “premia a los buenos y castiga a los malos”. Pero no concretaba quiénes eran los buenos y quiénes los malos. Y como nuestra forma de pensar es con frecuencia muy distinta de la de Dios, es probable que los que Dios considera buenos y malos no coincidan con los que nosotros juzgamos como tales.

Dios, un juez parcial a favor del pobre

Esta la imagen que ofrece la primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico 35,12-14.16-18

El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; sus penas consiguen su favor, y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia.

Lo más curioso de este texto es que no lo escribe un profeta, amante de las denuncias sociales y de las críticas a los ricos y poderosos, sino un judío culto, perteneciente a la clase acomodada del siglo II a.C.: Jesús ben Sira, viajero incansable en busca de la sabiduría, pero también gran conocedor de las tradiciones de Israel. Y la imagen que ofrece de Dios dista mucho de la que tenían bastantes israelitas. No es un Dios imparcial, que juzga a las personas por sus obras; es un Dios parcial, que juzga a las personas por su situación social. Por eso se pone de parte de los pobres, los oprimidos, los huérfanos y las viudas; los seres más débiles de la sociedad.

Comienza el autor diciendo: El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial. Pero añade de inmediato, con un toque de ironía: no es parcial contra el pobre. Porque la experiencia de Israel, como la de todos los pueblos, enseña que lo más habitual es que la gente se ponga a favor de los poderosos y en contra de los débiles.

Dios, un juez parcial a favor del humilde

El evangelio de Lucas (Lc 18, 9-14) ofrece el mismo contraste mediante un ejemplo distinto, sin relación con el ámbito económico.

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:

‒ Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: «¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.» El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.» Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»

La parábola es fácil de entender, pero conviene profundizar en la actitud del fariseo.

La confesión de inocencia

Un niño pequeño, cuando hace una trastada, es frecuente que se excuse diciendo: “Mamá, yo no he sido”. Esta tendencia innata a declararse inocente influyó en la redacción del capítulo 150 del Libro de los muertos, una de las obras más populares del Antiguo Egipto. Es lo que se conoce como la “confesión negativa”, porque el difunto iba recitando una serie de malas acciones que no había cometido. Algo parecido encontramos también en algunos Salmos. Por ejemplo, en Sal 7,4-6:

Señor, Dios mío, si he cometido eso, si hay crímenes en mis manos,
si he perjudicado a mi amigo o despojado al que me ataca sin razón,
que el enemigo me persiga y me alcance,
me pisotee vivo por tierra, aplastando mi vientre contra el polvo.

O en el Salmo 26(25),4-5:

No me siento con gente falsa,
con los clandestinos no voy;
detesto la banda de malhechores,
con los malvados no me siento.

La profesión de bondad

Existe también la versión positiva, donde la persona enumera las cosas buenas que ha hecho. Encontramos un espléndido ejemplo en el libro de Job, cuando el protagonista proclama (Job 29,12-17):

Yo libraba al pobre que pedía socorro y al huérfano indefenso,
recibía la bendición del vagabundo y alegraba el corazón de la viuda;
de justicia me vestía y revestía,
el derecho era mi manto y mi turbante.
Yo era ojos para el ciego, era pies para el cojo,
yo era el padre de los pobres
y examinaba la causa del desconocido.
Le rompía las mandíbulas al inicuo
para arrancarle la presa de los dientes.

El orgullo del fariseo

Volvamos a la confesión del fariseo: «¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.»

Si el fariseo hubiera sido como Job, se habría limitado a las palabras finales: Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. Pero al fariseo lo come el odio y el desprecio a los demás, a los que considera globalmente pecadores: ladrones, injustos, adúlteros. Sólo él es bueno, y considera que Dios está por completo de su parte.

La humildad del publicano

En el extremo opuesto se encuentra la actitud del publicano. A diferencia de Job, no recuerda sus buenas acciones, que algunas habría hecho en su vida. A diferencia del Libro de los muertos y algunos Salmos, no enumera malas acciones que no ha cometido. Al contrario, prescindiendo de los hechos concretos se fija en su actitud profunda y reconoce humildemente, mientras se golpea el pecho: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.

En el AT hay dos casos famosos de confesión de la propia culpa: David y Ajab. David reconoce su pecado después del adulterio con Betsabé y de ordenar la muerte de su esposo, Urías. Ajab reconoce su pecado después del asesinato de Nabot. Pero en ambos casos se trata de pecados muy concretos, y también en ambos casos es preciso que intervenga un profeta (Natán o Elías) para que el rey advierta la maldad de sus acciones. El publicano de la parábola muestra una humildad mucho mayor. No dice: “he hecho algo malo”, no necesita que un profeta le abra los ojos; él mismo se reconoce pecador y necesitado de la misericordia divina.

Dios, un juez parcial e injusto

Al final de la parábola, Dios emite una sentencia desconcertante: el piadoso fariseo es condenado, mientras que el pecador es declarado inocente: Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no.

¿Debemos decir, en contra del Catecismo, que “Dios premia a los malos y castiga a los buenos”? ¿O, más bien, que debemos cambiar nuestros conceptos de buenos y malos, y nuestra imagen de Dios?

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Domingo XXX. 23 de Octubre 2022

Domingo, 23 de octubre de 2022
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El fariseo, erguido, hacía interiormente esta oración: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto…”

(Lc 18, 9-14)

¡Qué fácil es creerse buena!…o por lo menor mejor que otras personas. Como si los defectos ajenos nos dieran permiso o justificaran nuestras “pequeñas” faltas. Y es que nuestras faltas siempre son pequeñas en ‘comparación’ con las de otras personas. A fin de cuentas, yo no he matado nunca a nadie ni robo millones de euros como todos esos corruptos que pueblan los telediarios…

En el fondo, en el fondo, nuestro discurso es el mismo que el del fariseo. Y a Dios no le gusta. Nunca le ha gustado que “echemos balones fuera” que es lo que hicieron Adán y Eva cuando los sorprendió comiendo el fruto prohibido.

Cuando nos acercamos a Dios se nos caen las caretas y no nos valen de nada las excusas. Quiere que nos presentemos como somos y como estamos. Nos quiere a nosotras no a esa imagen impoluta que nos vamos construyendo.

Nos quiere libres y auténticas, tal cual nos ha creado. No le asusta nuestra debilidad, lo que le duele es que queramos ocultársela. Su perdón es infinito pero no hará nada sin nuestra libertad.

Por eso, cuando nos presentamos llenas de justificaciones, culpando a las demás, queriendo parecer lo que no somos, Él no puede transformarnos, no puede curarnos.

Pero si le mostramos nuestras heridas, el daño que hemos hecho, nuestras torpezas y desatinos, entonces sí. Con todos esos pedazos, aparentemente inútiles, Él puede recrearnos. Y lo hará. Pero necesita esos pedazos.

Necesita que nos dejemos mover por la humildad que Él ha puesto como semilla en cada una de nosotras.

Oración

Haz, Trinidad Santa, crecer esa semilla de humildad que nos has regalado.

Para que nos acerquemos a ti sin alejarnos de nuestras hermanas

(¡y sin alejarlas a ellas de ti!). Amén

*

Fuente: Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Dios no tiene que justificarme ni condenarme.

Domingo, 23 de octubre de 2022
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255695200_1a2a9e4439DOMINGO 30 (C)

Lc 18,9-14

Hoy tenemos dos inconvenientes. Primero, que se trata de una parábola y la parábola tiene un único mensaje. El resto es relleno. Segundo, en todo el NT enseña la patita el maniqueísmo. Lo tenemos metido hasta el tuétano. Bueno/malo, espíritu/materia, luz/tiniebla. Pero resulta que nada es banco o negro. La realidad es una serie infinita de grises. Hoy se nos invita a ponernos de parte del publicano y en contra del fariseo y nos quedamos todos tan anchos. El fariseo tiene muchas cosas buenas que pasamos por alto y el publicano tiene muchas cosas malas que voluntariamente olvidamos.

Lucas, en la introducción a la parábola, lo deja claro: “por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás” El fariseo se siente excelente y falla en su apreciación. El publicano se siente pecador y falla al considerar que Dios está lejos de él, por eso tiene que insistir en pedir un perdón que Dios ya le ha otorgado. Lo más normal del mundo sería alabar al que era bueno y criticar al malo, pero a los ojos de Dios todo es diferente. Dios es el mismo para los dos, uno le acepta por su gratuidad, el otro pretende poner a Dios de su parte por la bondad de sus obras.

Este mensaje se repite muchas veces en los evangelios. Recordemos la frase de Mateo: “Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios”. ¿A quién dijo eso Jesús? A los cumplidores de toda la Ley, que hoy serían los religiosos de todas las categorías. Aún hoy, desde nuestra visión raquítica del hombre y de Dios, nos resulta inaceptable esta idea. Seguimos juzgando por las apariencias sin tener en cuenta las actitudes personales, que son las que de verdad califican las acciones de las personas. Y lo que es peor, nos preocupa más lo que hacemos que lo que sentimos.

Dios está cerca de los dos, pero el publicano reconoce que la cercanía de Dios es debida a su amor incondicional. En consecuencia el publicano está más cerca de Dios a pesar de sus pecados. El fariseo cree que Dios tiene la obligación de amarle porque se lo ha ganado. “Los buenos de toda la vida” tienen mayor peligro de entrar en esta dinámica. Si nos atreviésemos a pensar, descubriríamos lo absurdo de esa postura. Todo lo bueno que puedo descubrir en mí viene de Él, que desde lo hondo de mi ser lo posibilita.

Dios no me quiere porque soy bueno sino porque Él es amor. Si parto del razonamiento farisaico, resultaría que el que no es bueno no sería amado por Dios, lo cual es un disparate. Este razonamiento parte de la visión ancestral que los seres humanos tenían de Dios, pero tenemos que dar un salto en nuestra concepción de un dios separado y ausente, que exige nuestro vasallaje para estar de nuestra parte. Dios no me puede considerar un objeto porque nada hay fuera de Él. El fallo más grave que podemos cometer como seres humanos es precisamente considerarnos algo al margen de Dios.

Dios me está aportando lo que soy antes de empezar a existir, es ridículo que pueda merecerlo. Lo que sí puedo y debo hacer es responder conscientemente a ese don y tratar de agradecerlo, desplegándolo en mi vida. Si no respondo adecuadamente a lo que Dios es para mí, la única actitud adecuada es reconocerlo, pedirle perdón y agradecerle que siga amándome a pesar de todo. Estas simples reflexiones me llevarán a la consecuencia de que no tengo que ser bueno para que Dios me ame, porque Él me quiere y no puede fallarme. Voy a intentar ser agradecido fallándole menos.

También tendrían consecuencias para nuestra relación con los demás. Amar al que se porta bien conmigo no tiene ningún valor. Es lo que hacemos todos, pero tenemos que revisar esa actitud. Si me porto humanamente con aquel que no se lo merece, estaré dando un salto de gigante en mi evolución hacia la plenitud. Ser más humano me hace a la vez, más divino. Hemos interiorizado que debíamos actuar divinamente, aunque ese intento llevara consigo el olvidarse de nuestra humanidad. Los altares están llenos de santos que se olvidaron por completo de las relaciones verdaderamente humanas.

El evangelio nos propone dos modos de orar, no solo distintos sino completamente contrarios. Cada oración manifiesta la idea de Dios que tiene uno y otro. Para uno, se trata de un Dios justo, que me da lo que merezco. Para el otro, Dios es amor que llega a mí sin merecerlo. Ojo al dato, porque todos estamos más cerca del fariseo que del publicano. Una vez más tengo que advertir de la importancia de hacer una reflexión seria sobre este asunto. No basta ser bueno por una acomodación estricta a la norma. Hay que ser humano, respondiendo a las exigencias de nuestro auténtico ser.

He tenido problemas serios cada ver que he dicho que Dios ama a todos de la misma manera. La respuesta automática era: “Dios es amor, pero es también justicia”. Implícitamente me estaban diciendo: ¿Cómo me va a amar Dios a mí, que cumplo su santa voluntad, igual que a ese desgraciado que no cumple nada de lo que Él manda? Una vez más estamos exigiendo a Dios que sea justo a nuestra manera. Para superar esta tentación debemos abandonar la idea de una religión que me viene de fuera. El hecho de que venga de Dios no cambia la mezquindad de la perspectiva.

Debemos descubrir la bondad de lo mandado y no conformarnos con el cumplimiento de la norma. Ese descubrimiento no es tan fácil como parece. Ningún acto u omisión son buenos porque están mandados. Están mandados porque lo exige mi ser más profundo, más allá de mi ego superficial. Para descubrir esas exigencias tengo que aprovecharme de la experiencia de aquellos que lo han descubierto, pero en ningún caso quedo dispensado de experimentarlo por mí mismo. Sin esa experiencia, toda la religiosidad se queda reducida a un puro ropaje externo que no toca lo profundo de mi ser.

El desaliento, que a veces nos invade, es consecuencia de un desenfoque espiritual. Nada tienes que conseguir ni por ti mismo, ni de Dios. Dios ya te lo ha dado todo y te ha capacitado para desplegar todo tu ser. No tengas miedo a nada ni a nadie. Tu ser profundo no lo puede malear nadie, ni siquiera tú mismo. Tus fallos son solo la demostración de que no has descubierto lo que eres, pero las posibilidades de descubrir esa plenitud siguen intactas. Las limitaciones que descubro cada día, y que tanto nos hacen sufrir, no pueden malograr todas las posibilidades que me acompañan siempre.

Cuando te sientas abrumado por tus fallos, descubre que para Dios eres siempre el mismo, único, irrepetible, necesario para el mundo y para Dios. La autoestima es imprescindible para poder desarrollarte, pero nunca puede apoyarse en las cualidades que puedes tener o no tener. Esa pretensión de apoyar la autoestima en las cualidades, adquiridas o por adquirir, nos llevará siempre a un rotundo fracaso. Tomar conciencia de que lo que soy no depende de mí es la clave para una total seguridad en lo que soy.

Meditación-contemplación

No te conformes con aceptar la religión como programación.
Aprovecha la experiencia de otros para conocerte mejor.
Descubre tu ser verdadero y actúa en consecuencia.
Lo humano que hay en ti, tienes que desplegarlo.
Baja a lo hondo de tu ser y descubre lo que eres.
No tienes que alcanzar nada, solo vivir lo que ya eres.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Otra vez los talentos.

Domingo, 23 de octubre de 2022
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Lc 18, 9-14

«Os aseguro: éste último bajó a su casa justificado, y el otro no»

Corremos el riesgo de interpretar esta parábola con nuestra mentalidad de cristianos del siglo veintiuno y llegar a conclusiones que quizá no coincidan con la intención del autor. Por ejemplo, podemos pensar que no quedó justificado porque con su conducta escrupulosa solo pretendía hacerse “acreedor” a la vida eterna, pero, por una parte, esto no se desprende del texto, y por otra, ésa es una creencia legítima que aún hoy es compartida por muchos.

Tampoco podemos afirmar que no quedó justificado por su prepotencia; por su falta de humildad al considerarse mejor que los otros hombres, porque si leemos el pasaje con rigor y detenimiento, veremos que no se está arrogando mérito alguno, sino que le está dando gracias a Dios por lo recibido. Menos aún nos podemos apoyar en la última frase del texto de hoy —«el que se ensalce será humillado y quien se humille será ensalzado»— porque, según los especialistas, este epílogo es un simple añadido parenético que además resulta poco apropiado al texto.

Nos encontramos pues ante la paradoja de un hombre justo, que dedica su vida a ser grato a los ojos de Dios, que se dirige a Dios en actitud de acción de gracias, y que, según el evangelio, no queda justificado… y la pregunta es… ¿por qué?…

Probablemente, para entenderlo sea preciso partir de la parábola de los Talentos, pues, al parecer, el fariseo había recibido mucho y lo había invertido todo en su propia perfección. Al igual que el fariseo de la parábola, cada uno de nosotros ha recibido muchos talentos en forma de inteligencia, iniciativa, habilidad, simpatía, liderazgo … pero no los hemos recibido para que nos sirvamos de ellos, sino para que den fruto. Y esto debe hacernos reflexionar, y quizá por ello, Ruiz de Galarreta decía: «No me preocupan nada mis pecados; me preocupan mis virtudes» … mis talentos.

Y volvemos a un mensaje recurrente en el evangelio: lo importante son los frutos; «Por sus frutos les conoceréis» … «Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro…». De nada les sirve al sacerdote y al levita que bajaban a Jericó su condición sagrada, porque Jesús pone de ejemplo al odiado samaritano que se conmueve ante la desgracia ajena y socorre a la víctima. De nada le sirve al fariseo de la parábola de hoy su fe en Dios, su conocimiento de la Ley y el cumplimiento con largueza de la misma, porque lo que Dios espera de nosotros es otra cosa; es amor, compasión, servicio… frutos.

Para los fariseos lo primero es la Ley. Para Jesús lo primero son las personas, y si la Ley no sirve a las personas, es que no sirve para nada. De esta radical diferencia a la hora de concebir la religión vino el permanente enfrentamiento entre ellos; y de ella también su desenlace.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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De fariseos y publicanos.

Domingo, 23 de octubre de 2022
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fariseoypublicanoLc 18, 9-14

DOMINGO 30º T.O. (C)

Lc 18, 9-14

El Evangelio juzga con severidad a los fariseos, grupo de judíos nacionalistas, rigoristas, tradicionales y legalistas. No sienten la necesidad de conversión. Aferrados a sus opiniones y creencias personales, desprecian a los humildes. La soberbia les impidió conocer a Jesús como enviado de Dios.

El fariseísmo, también hoy, como sistema de pensamiento y de conducta, se formula como una religión formalista y exterior, sin interiorización personal. Está más atento a la letra, a las fórmulas celebrativas que al espíritu, exagera los actos de los hombres frente a Dios, es soberbio e hipócrita. Es, además, guardián celoso de la pureza legal, ritualista, tiquismiquis. ¿Quién no se ha topado en la Iglesia, en la escuela, con este modelo representativo de algún obispo, sacerdote, religioso/a, maestro/a? ¿Tal vez yo mismo/a?

Hoy se advierte en ciertos ámbitos de la sociedad una moral farisea, anacrónica, a saber, la de quienes manifiestan públicamente unas normas determinadas y a escondidas se guían por otras (especialmente en lo que a la moral sexual se refiere, léase, los abusos de pederastia, la manipulación de las conciencias, la discriminación por razón de género, sexo, estado, etc.); aquellos que se escandalizan de actos humanos de escasa importancia y se acogen a derechos y privilegios que se justifican sólo por la herencia, por su posición, apelando a la tradición, por el ejercicio del poder. Defienden la ley cuando les conviene y en otros momentos proclaman la primacía de su conciencia.

El espíritu fariseo se manifiesta en todos los tiempos, nos atañe a todos; es radicalmente opuesto al espíritu cristiano. De hecho, es una amenaza constante del cristianismo, ya que tiende a reducirlo a una secta de rígidas reglas y cumplimientos legales, sin universalidad y sin perdón. También los cristianos tenemos zonas de fariseísmo; son aquellos ámbitos personales que se resisten a la conversión.

En el Evangelio de hoy, vemos que la única oración que Dios acepta es la del publicano. Aquellos subalternos judíos, encargados por Roma de cobrar impuestos. Por su oficio y, con frecuencia, por su proceder tramposo se los tenía por pecadores. Sin embargo, Jesús acogía a todos y comía con ellos (Mc 2,15-16). Los maestros de la ley y los fariseos criticaban este proceder (Lc 15,1-2). En los evangelios Jesús aparece en continuas disputas con este grupo. Su mensaje se basa en la compasión y en la gracia. Pero ellos no están dispuestos a cambiar su ideal de perfección y exigencia, del premio y del mérito.

Esta parábola desmonta dos actitudes frecuentes que pueden pasarnos por alto: la indiferencia y la religiosidad basada en el enaltecimiento, en la “medalla”; religiosidad en la que paradójicamente fuimos formados durante años y que tan bien refleja la parábola de “los trabajadores de la viña” (Mt 20,1-16), que rompe nuestros esquemas y nos hace exigir nuestra recompensa. En realidad, ambas actitudes no son más que manifestaciones de nuestro ego en el modo de situarnos ante la vida y en lo religioso. El ego es incapaz de compasión; vive aferrado a sus seguridades, a sus necesidades, a sus miedos, para que nadie venga a arrebatarle lo que tanto trabajo le costó alcanzar. Asimismo, es incapaz de vivir la gracia, la gratuidad; su vida está planteada, calculada, para que todas sus acciones tengan recompensa, y en lo religioso necesita ser salvado, situarse por encima de “los otros” porque es fiel cumplidor y espera que Dios le recompense adecuadamente todos sus esfuerzos y sacrificios.

Es la tentación del triunfalismo que todos podemos sentir y que Pablo expresa magníficamente en su Carta a los Corintios (2 Cor 12,7b-10). La clave es justamente el agradecimiento a Dios por nuestras debilidades: limitaciones, dificultades físicas, ofensas recibidas, falta de empatía con personas concretas, críticas duras… porque todo ello es motivo de conversión gozosa, no de juicios, sino de cambio interior profundo, de humanización permanente, de ofrecer valores en lugar de imponer normas.

En esta parábola se denuncia precisamente esa religiosidad basada en el mérito. De hecho, “Jesús la dice por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás”. Es una religiosidad que coloca a la persona en un plano de superioridad (con derecho a juzgar a los demás, en actitud de constante comparación e incluso desprecio hacia el/a diferente, personas que abusan de las libertades por las que otros han luchado, personas en el fondo “no reconciliadas” consigo mismas. Aquello que condenamos en los otros, está también oculto y reprimido en nosotros. Cuando juzgamos o desacreditamos, conscientes o no, nos mostramos a nosotros mismos. Por el contrario, al reconocer nuestra propia debilidad, desaparecen los juicios, las descalificaciones y entramos en el ámbito de la compasión, de la gracia.

Es significativo también el lenguaje de gestos. El fariseo erguido, orgulloso, en lugar destacado. El publicano situado detrás, sin atreverse “a levantar los ojos al cielo”. El primero pregonando sus méritos, el segundo admitiendo su debilidad, susurraba: “Ten compasión de este pobre pecador”.

Respecto a la indiferencia como apuntaba más arriba, nos duele, y mucho, la reciente muerte de una joven kurda, Mahsa Amini, tras ser detenida en Teherán por la policía de la moralidad, encargada de hacer cumplir las reglas de indumentaria impuestas a las mujeres iraníes (o el burka de las mujeres afganas), pero nos dejan indiferentes las arbitrarias interpretaciones bíblicas, teológicas, el soporte jurídico del CIC [1], especialmente antievangélico, y el comportamiento de una parte de la jerarquía empeñada en ignorar y silenciar la voz de las mujeres en la Iglesia durante décadas [2].

En ese sentido y desde el Evangelio de Jesús, ¿somos fariseos o publicanos?

¡Shalom!

 

Mª Luisa Paret

 

[1] CIC Código de Derecho Canónico

[2] http://www.redescristianas.net/la-revuelta-de-mujeres-en-la-iglesia-hasta-que-la-igualdad-se-haga-costumbre-manifiesto/

https://www.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/14259-la-revuelta-de-las-mujeres-en-la-iglesia.html

Fuente Fe Adulta

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Una breve parábola que contiene todo un tratado de psicología y espiritualidad

Domingo, 23 de octubre de 2022
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 ED7C8DF9-88AF-46B0-AE44-1B3011A59BF7Domingo XXX del Tiempo Ordinario

23 octubre 2022

Lc 18, 9-14

Quienes han sido educados en el “ideal de perfección” y, además, sienten que se han tenido que “esforzar” para “cumplir” lo requerido, suelen alimentar un sentimiento de “superioridad moral” con respecto a los demás, por cuanto se creen “más perfectos” y -como en el caso del fariseo de la parábola- aportan sus credenciales.

Con frecuencia, el intento por “ser mejor” suele producir el efecto contrario, no solo porque cuanto más se lucha contra algo, más se refuerza; no solo porque ese mismo esfuerzo voluntarista suele producir neurosis, sino porque en lugar de favorecer la desapropiación del ego, este se fortalece.

El objetivo del trabajo psicológico es construir un yo lo más “sano” -integrado, unificado, armonioso- posible; el del trabajo espiritual, trascender el yo, porque comprendemos que nuestra identidad trasciende nuestra personalidad.

Pues bien, tanto en el plano psicológico como en el espiritual, únicamente se puede crecer a partir del reconocimiento y aceptación de la propia verdad, de toda nuestra verdad. Solo la verdad construye y libera. Solo la aceptación de la propia verdad -como concluye Jesús en la parábola- “reconcilia” y nos permite vivir como personas reconciliadas con nosotros mismos, con los demás y con la realidad.

La búsqueda de perfección -sin negar el valor de la misma cuando se entiende y se vive de manera ajustada, es decir, desde la humildad o aceptación de la propia verdad- conlleva con frecuencia un movimiento de represión de todo aquello que, teóricamente, chocaría con la perfección buscada. Por tanto, se reprime y se genera sombra que, a continuación, se proyectará en los demás, como hace el fariseo con el publicano.

Movidas por un “ideal de perfección”, no es raro que las personas se conviertan en jueces tan implacables como injustos, ya que no advierten que todo aquello que les crispa de los demás habita también en ellos.

Por el contrario, el conocimiento propio y la aceptación de toda nuestra verdad -también aquella que habíamos tratado de ocultar y reprimir-, es decir, el reconocimiento de la propia sombra, nos baja del pedestal en el que nos había instalado nuestro orgullo neurótico exigiéndonos ser “perfectos” y nos humaniza: la aceptación de toda nuestra verdad elimina el juicio a los otros, nos hace humanos, humildes y compasivos.

En una breve parábola, Jesús ofrece un tratado completo de psicología y de espiritualidad.

¿Vivo más el juicio o la compasión?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Los fariseos (incluidos los de hoy) de la historia se sienten muy seguros. Los publicanos siempre confían en la compasión de Dios.

Domingo, 23 de octubre de 2022
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fariseoypublicanoDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Dios es compasivo

En la parábola del fariseo y el publicano que acabamos de escuchar aparecen, una vez más, los grandes y humildes temas cristianos: el mensaje de compasión, consuelo y perdón de Dios ante la miseria y el pecado humano.

Jesús y el Dios -Padre de Jesús- tienen alergia a la autosuficiencia y fanfarronería de los orgullosos y fariseos.

Pero nos quedaríamos en una visión superficial de esta parábola si únicamente viésemos en ella un enfrentamiento entre el orgullo del fariseo y la humildad del publicano. No es que el publicano sea humilde –que lo es-, sino que confía en la misericordia de Dios: Ten compasión de mí.

El cristianismo es compasión, siempre compasión y misericordia.

02.- La Actitud farisaica no se fía ni de Dios.

Ante este Dios bueno y perdonador el fariseoes el representante de un tipo de religión, que tiene por base la auto.seguridad, auto.suficiencia y, por tanto, el fariseo no necesita propiamente ninguna ayuda de Dios. Dios es un mero espectador de su auto.salvación y de su auto.incensación.

El fariseo propiamente no debe nada a Dios. Para el fariseísmo Dios es un mero inspector de hacienda que pasa revista a la infinidad de cosas religiosas que ha hecho bien. El fariseo no cree ni necesita de Dios: el fariseo, como tantas posturas católicas creen en sí mismos, son unos creídos… La actitud farisea no cree en el perdón, en la gratuidad de la salvación, no cree en la redención de Cristo, el fariseo no cree a Dios, desconfía de Dios y únicamente cree en sí mismo y se fía de sí mismo y de sus obras, “por si acaso Dios no es bueno” voy a hacer esto y lo otro… El fariseo no cree en la gracia por eso no tiene que agradecer nada a Dios, todo lo logra por sí mismo… El fariseo no se fía ni de Dios.

Nosotros no podemos hacer nada para salvarnos, nada más que acoger la gracia y la bondad que Dios nos ofrece. Habéis sido salvados (justificados) por pura gracia, (Efesios 2).

En el fariseo y fariseísmo todo gira con fuerza en torno al “yo”: sus acciones, su justicia, sus méritos etc…

03.-Señor, ten compasión de mí

La postura del publicano es de gran contenido humano y cristiano. El publicano es un hombre pecador y que se sabe pecador, reconoce su culpa y recuerda –como el hijo perdido- la bondad del Padre: ¡Señor, ten compasión de este pecador! El publicano es un hombre religiosamente condenado, que sabe que no tiene salida porque no puede hacer nada para salvarse: solamente le queda -nos queda- una posibilidad de salvación: la compasión del Padre y de Cristo Jesús, es decir caer confiadamente en brazos de Dios misericordioso: poner su confianza en el Padre del hijo pródigo, en Jesús que acoge a la adúltera, en el buen Pastor que sale a buscar la oveja perdida, en el mismo que cena con Zaqueo, en el mismo que da la vida a la hemorroísa y perdona al buen ladrón.

La actitud del publicano es humilde: misericordia, Dios mío por tu bondad (salmo 50), no por mis acciones… Misericordia, Señor, porque eres bueno y tu misericordia es eterna (salmo 99). Para el publicano su único punto de apoyo es el Señor, que es bueno y rico en misericordia, (salmo 85).

El publicano desde su pecado reconoce y es comprensivo con el pecado de los demás. Si yo soy el primero que peca cómo no voy a comprender a los demás que también pecan. ¿Cómo voy a lanzar una pena, una excomunión, una condena contra mi hermano si yo soy más pecador que él?

El publicano no es un hombre seguro de sí mismo, “pagado de sí”, el publicano confía en Dios y admite la crítica de su pensamiento y de su actuación. El publicano es un hombre que agradece infinitamente la comprensión y la gracia -lo gratuito- de la salvación de Dios.

04.-El fariseo no salió justificado, el publicano, sí.

El fariseo no salió justificado (tampoco le hacía falta…). Este tipo de personas no necesitan justificación, ya están justificadas por sí mismas.

El publicano es quien queda justificado por la bondad de Dios.

Algunos años más tarde a esta parábola, San Pablo, inicialmente fariseo, romperá con el esquema religioso de la ley. La ley mata, la circuncisión y el rito son puro cuento, el cumplimiento no sirve para nada más que para satisfacer la arrogancia del ego. Sois hijos de la libertad y del espíritu. Estáis justificados por pura gracia y don de Dios.

Os digo que el publicano salió justificado y el fariseo, no.

¡Ten compasión de mí, de nosotros!

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Amor y justificación.

Miércoles, 16 de febrero de 2022
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Nadie puede olvidarse de sí, trascenderse, si constantemente está tratando de justificar sus relaciones con otras personas. Esa necesidad de justificarse obedece, en realidad, al hecho de no querer creer que uno es amado. Si yo no creo que soy amado, necesitaré sentirme justificado. Y si nadie me justifica, tendré que justificarme yo mismo, por lo general tratando de dominar a todos los demás. Esto conduce inevitablemente a la ruina. Cuando uno tiene la certeza de que es amado, no necesita mostrarle a Dios ni a nadie por qué razones deberían amarlo. No necesita justificarse“.

*

Thomas Merton

Los manantiales de la contemplación

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Francisco ofrece explicaciones a los judíos por sus comentarios sobre la Torá

Viernes, 10 de septiembre de 2021
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HoyCumplidoEscritura

El Gran Rabinato entiende la respuesta papal como signo de reconciliación

En una audiencia general el 11 de agosto, el Santo Padre dijo: “Sin embargo, la ley (Torá) no da vida (…). No ofrece el cumplimiento de la promesa porque no es capaz de poder cumplirla (…) los que buscan la vida necesitan mirar la promesa y su cumplimiento en Cristo”

El Gran Rabinato pidió a Koch que “transmitiera nuestra angustia al papa Francisco” y pidió una aclaración al Sumo Pontífice para “asegurarse de que cualquier conclusión despectiva extraída de esta homilía sea claramente repudiada”

Francisco le pidió a Koch que explicara que sus palabras sobre la Torá que reflejan los escritos de San Pablo en el Nuevo Testamento no deben tomarse como un juicio sobre la ley judía

El papa Francisco ha tomado medidas para disipar las preocupaciones de los judíos por los comentarios que hizo sobre sus libros de la ley sagrada, luego que los principales rabinos de Israel demandaran explicaciones, dijeron el lunes fuentes del Vaticano y de la comunidad hebrea.

El mes pasado, Reuters reportó que el rabino Rasson Arousi, presidente de la Comisión del Gran Rabinato de Israel para el Diálogo con la Santa Sede, había escrito una severa carta al Vaticano, diciendo que los comentarios de Francisco parecían sugerir que la Torá o la ley judía, estaba obsoleta.

En una audiencia general el 11 de agosto, el Santo Padre dijo: “Sin embargo, la ley (Torá) no da vida”.

“No ofrece el cumplimiento de la promesa porque no es capaz de poder cumplirla (…) los que buscan la vida necesitan mirar la promesa y su cumplimiento en Cristo”.

“Angustia” de los judíos

La Torá, los primeros cinco libros de la Biblia hebrea, contiene cientos de mandamientos que los judíos deben seguir en su vida diaria. La medida de adherencia a la amplia gama de pautas difiere entre los judíos ortodoxos y los judíos reformistas.

Arousi envió su carta en nombre del Gran Rabinato, la autoridad rabínica suprema del judaísmo en Israel, al cardenal Kurt Koch, cuyo departamento del Vaticano incluye una comisión para las relaciones religiosas con los judíos.

En la carta, Arousi pidió a Koch que “transmitiera nuestra angustia al papa Francisco” y pidió una aclaración al Sumo Pontífice para “asegurarse de que cualquier conclusión despectiva extraída de esta homilía sea claramente repudiada”.

Luego, Francisco le pidió a Koch que explicara que sus palabras sobre la Torá que reflejan los escritos de San Pablo en el Nuevo Testamento no deben tomarse como un juicio sobre la ley judía, dijeron las fuentes.

Signo de reconciliación

papa-en-el-muro_560x280La semana pasada, Koch envió una carta a Arousi que contenía una cita hecha por el papa Francisco en 2015: “Las confesiones cristianas encuentran su unidad en Cristo; el judaísmo encuentra su unidad en la Torá”.

Fuentes judías dijeron que vieron la carta del Vaticano como un signo de reconciliación.

Por su parte, el Santo Padre pareció desviarse de su camino en sus dos últimas apariciones públicas para tratar de aclarar lo que el Vaticano considera un malentendido.

En una audiencia general el 1 de septiembre, Francisco dijo que sus palabras sobre los escritos de San Pablo eran “simplemente una catequesis (enseñanza de la homilía) (…) y nada más”.

Fuente Religión Digital

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La excomunión de Lutero cumple medio milenio: “No podemos anular la historia de la separación, pero puede formar parte de nuestra reconciliación”

Jueves, 14 de enero de 2021
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IMG_3497Roma y la Federación Luterana actualizan el documento sobre la Justificación

La versión actual es un paso significativo dado conjuntamente en el esfuerzo por garantizar una mayor divulgación de este histórico acuerdo ecuménico y su continua recepción

El Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y la Federación Luterana Mundial se comprometen a “trabajar para superar las diferencias que separan a las iglesias”

El Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos (PCPUC) y la Federación Luterana Mundial (FLM) se complacen en anunciar hoy la publicación de la traducción al italiano actualizada de la Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación (DCDJ). La versión actual es un paso significativo dado conjuntamente en el esfuerzo por garantizar una mayor divulgación de este histórico acuerdo ecuménico y su continua recepción.

Al hacer pública la traducción italiana actualizada del DCDGBy los textos que la acompañan  en el día en que católicos y luteranos conmemoran el 500 aniversario de la excomunión de Martín Lutero (3 de enero), la FLM y el PCPUC subrayan su firme intención de continuar juntos en el camino del conflicto a la comunión.

En el prólogo conjunto de la edición italiana del DCDG, el cardenal Kurt Koch, presidente del PCPUC, y el reverendo Martin Junge, secretario general de la FLM, escriben: “No podemos anular la historia de la separación, pero esta puede formar parte de nuestra historia de reconciliación.

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 Al comenzar a conmemorar esta década de eventos históricos que culminarán con el 500 aniversario de la Confesión de Augsburgo en el 2030, el FLM y el PCPUC tienen como punto de partida la unidad en lugar de la división, “para buscar… lo que es común dentro del ámbito de las diferencias, o incluso los contrastes, y de esta manera trabajar para superar las diferencias que separan a las iglesias” (From Conflict to Communion, §17).

Fuente Religión Digital

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Juan Masiá: “Satisfacción de pena y condenación eterna son incompatibles con la misericordia todopoderosa”, por Juan Masiá s.j.

Viernes, 24 de enero de 2020
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934f3a00dcb72e2fa4ed7bb077b51c9dDe su blog Vivir y pensar en la frontera:

“Los novísimos, solo tres: muerte, juicio y gloria”

“Es posible un juicio final sin premio merecido ni castigo eterno, con tal de que entendamos bien el juicio de Dios como juicio de reconocimiento, justificación y misericordia”

“Como ha dicho el Papa Francisco ‘Dios no puede desear la condenacion eterna de nadie por muy esclavo que sea del mal'”

Pienso y creo que es posible un juicio final sin premio merecido ni castigo eterno, con tal de que entendamos bien el juicio de Dios como juicio de reconocimiento, justificación y misericordia.

 Escribo estas líneas prolongando el diálogo, publicado en este blog para preparar la llegada a Japón del Papa Francisco. En aquel artículo, Adolfo Nicolás reinterpretaba los cuatro “novísimos o postrimerías” del catecismo tridentino (muerte, juicio, infierno y gloria) reformulando así: muerte, juicio, nada y gloria.

Adolfo Nicolas habla del “momento de lucidez que Dios concede a cualquiera”. Si el juicio es lucidez  para reconocer la gracia y el perdón, en un juicio de reconocimiento ya va incluida la parte positiva que se salva en los símbolos de purificatorio temporal y castigo definitivo, una vez despojados del matiz negativo, porque satisfacción de pena y condenación eterna son incompatibles con la misericordia todopoderosa.

Como ha dicho el Papa Francisco “Dios no puede desear la condenacion eterna de nadie por muy esclavo que sea del mal”.

 Quedan, por tanto, las postrimerías o novísimos, como las llamaban los viejos catecismos, reducidas a tres, en vez de cuatro: muerte, juicio y gloria

 Lectores y lectoras preguntarán qué pasa con la tradición del purgatorio y si desaparece el infierno. Respondo: el purgatorio como símbolo de purificación y el infierno como símbolo de la posibilidad de autodestrucccion de la persona libre y llamada permanente a la conversión, siguen teniendo una funcion de llamada a despertar del autoengaño. Pero permanecen asi, no como realidades exentas, sino como parte del juicio, con tal de entender el juicio, no como sentencia de condenación o remuneración, sino como llamamiento a la lucidez del reconocimiento, la gracia de la rehabilitación y la fe en la misericordia perdonadora.

 Así entendido el juicio, los novísimos o postrimerías no serían cuatro, sino tres: muerte, juicio y gloria. Rezamos con el buen ladrón para decir a Jesucristo: “Acuérdate de mi en tu Reinado…” (Lc   )

 Esto supuesto, releamos Mt 25 en clave de reconocimiento y misericordia. Reconocer es admitir la carencia de méritos propios para salvarse o admitir que somos acreedores a un castigo. Pero reconocer significa también agradecer. Agradecemos la misericordia y creemos en el perdón.

El escenario de ovejas y cabras a derecha e izquierda del Juez Omni-misericordioso se desarrolla así:

 Dijo a las ovejas (a la derecha): Tuve hambre y me disteis de comer.  Cuando lo hicisteis con los pequeños conmigo lo hicisteis. Pero reconoced que no lo hicísteis por vuestra propia fuerza ni para ganar méritos, sino por gracia de mi Espíritu que os lo hizo hacer. Reconocedlo y creed en la gracia. Y ahora entrad, benditos del Padre, por la puerta de la salvación.

Dijo a las cabras  (a la izquierda): Tuve hambre y no me dísteis de comer. Cada vez que dejasteis de hacerlo con uno de esos tan insignificantes, dejasteis de hacerlo conmigo. Reconocedlo, confesadlo (Confiteor), reconoced que mereceríais ser condenados severamente, si no fuera porque el castigo definitivo es incompatible con mi misericordia. Y ahora, reconocida la culpa y creyendo en el perdón, venid también vosotros, bendecidos por el Padre y entrad por la puerta de la salvación

En este juicio de reconocimiento, las palabras clave son: lucidez, rehabilitación y misericordia.

 Reconocemos, como ovejas, lúcidamente la carencia de mérito; reconocemos, como cabras, honestamente que merecemos que se haga justicia (no condenadora o vindicativa, sino rehabilitadora)  y reconocemos, tanto ovejas como cabras, la gracia y la misericordia.

 Como al principio de la misa y también en la confesión (hecha ante Dios y acompañada  por la iglesia), reconocemos sacramentalmente  la reconciliación: la necesidad de sanación y la necesidad de creer en el perdón, tal como lo pedimos y recibimos cada vez que rezamos el Padre Nuestro para prepararnos a recibir la comunion…

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Llamadme publicano

Domingo, 27 de octubre de 2019
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Llamadme publicano

Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre…
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos…
y sé todos los cuentos.

*

León Felipe,
Llamadme publicano (1950)

***

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:

“Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:

– “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.”

El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo:

– “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. “

Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

*

Lucas 18, 9-14

***

 

El rostro de cada verdadero discípulo debe ser como el del Verbo encarnado, que se despojó él mismo de la gloria divina para asumir la condición de siervo, humillándose hasta la muerte de cruz [cf. Flp 2,6-8). La verdadera humildad es rara de encontrar, porque pocos miran directamente a la cara a Jesucristo. El hombre humilde no es n¡ será nunca un hombre prestigioso, alguien que se ha hecho siguiendo los criterios humanos, porque la humildad no puede ser consecuencia de una habilidad, fruto de una conquista. El hombre verdaderamente humilde no sabe que lo es; invadido por completo del santo temor de Dios -consciente de su propia nada-, está como un pobre que sólo se siente en deuda con su Señor; es como un pobrecito al que no le bastan nunca ni las palabras ni las fuerzas para excusarse de lo que es y para dar gracias por lo que recibe.

El secreto que conduce a la humildad consiste en dejar de vivir para nosotros mismos y vivir para el Señor y en el Señor. Consiste en ser capaces de negarnos verdaderamente a nosotros mismos, sin ostentación ni retórica, sin afectación ni convencionalismos, sino con naturalidad y sencillez. La vida concreta de todos los días constituye el banco de prueba. En efecto, si no nos quedamos en el ideal abstracto, sino que vamos a las situaciones reales de la vida, nos daremos cuenta de que no hay un solo aspecto de nuestra propia vida cotidiana que no deba ser puesto en el crisol de la purificación a través de la aceptación de lo que nos redimensiona y nos pone en nuestro justo lugar, en la humildad.

Al hombre humilde le gusta rodearse de silencio. Calla sobre sí mismo para darle todo el sitio a Dios. Es consciente de la nada que es y se siente deseoso de conocer lo que está llamado a convertirse en Cristo. Por lo demás, no hay nadie que pueda considerarse, razonablemente, mejor que los otros y en posesión de buenos títulos de mérito prescindiendo de la experiencia de la misericordia de Dios. Toda dignidad tiene su raíz en el sacrificio redentor de Cristo.

*

A. M. Cánopi,
Nel mistero delta gratuita,
Milán 1998, pp. 62-67, passim).

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“¿Quién soy yo para juzgar?”. 30 Tiempo ordinario – C (Lucas 18,9-14)

Domingo, 27 de octubre de 2019
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30-TO-CLa parábola del fariseo y el publicano suele despertar en no pocos cristianos un rechazo grande hacia el fariseo que se presenta ante Dios arrogante y seguro de sí mismo, y una simpatía espontánea hacia el publicano que reconoce humildemente su pecado. Paradójicamente, el relato puede despertar en nosotros este sentimiento: «Te doy gracias, Dios mío, porque no soy como este fariseo».

Para escuchar correctamente el mensaje de la parábola, hemos de tener en cuenta que Jesús no la cuenta para criticar a los sectores fariseos, sino para sacudir la conciencia de «algunos que presumían de ser hombres de bien y despreciaban a los demás». Entre estos nos encontramos, ciertamente, no pocos católicos de nuestros días.

La oración del fariseo nos revela su actitud interior: «¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás». ¿Qué clase de oración es esta de creerse mejor que los demás? Hasta un fariseo, fiel cumplidor de la Ley, puede vivir en una actitud pervertida. Este hombre se siente justo ante Dios y, precisamente por eso, se convierte en juez que desprecia y condena a los que no son como él.

El publicano, por el contrario, solo acierta a decir: «¡Oh Dios! Ten compasión de este pecador». Este hombre reconoce humildemente su pecado. No se puede gloriar de su vida. Se encomienda a la compasión de Dios. No se compara con nadie. No juzga a los demás. Vive en verdad ante sí mismo y ante Dios.

La parábola es una penetrante crítica que desenmascara una actitud religiosa engañosa, que nos permite vivir seguros de nuestra inocencia, mientras condenamos desde nuestra supuesta superioridad moral a todo el que no piensa o actúa como nosotros.

Circunstancias históricas y corrientes triunfalistas alejadas del evangelio nos han hecho a los católicos especialmente proclives a esa tentación. Por eso, hemos de leer la parábola cada uno en actitud autocrítica: ¿Por qué nos creemos mejores que los agnósticos? ¿Por qué nos sentimos más cerca de Dios que los no practicantes? ¿Qué hay en el fondo de ciertas oraciones por la conversión de los pecadores? ¿Qué es reparar los pecados de los demás sin vivir convirtiéndonos a Dios?

En cierta ocasión, ante la pregunta de un periodista, el papa Francisco hizo esta afirmación: «¿Quién soy yo para juzgar a un gay?». Sus palabras han sorprendido a casi todos. Al parecer, nadie se esperaba una respuesta tan sencilla y evangélica de un papa católico. Sin embargo, esa es la actitud de quien vive en verdad ante Dios.

José Antonio Pagola

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“El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no”. Domingo 27 de octubre de 2019. 30º Ordinario

Domingo, 27 de octubre de 2019
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55-ordinarioc30-cerezoLeído en Koinonia:

Eclesiástico 35, 12-14. 16-18: Los gritos del pobre atraviesan las nubes.
Salmo responsorial: 33: Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.
2Timoteo 4, 6-8. 16-18: Ahora me aguarda la corona merecida.
Lucas 18, 9-14. El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no.

La mayor parte de las parábolas de Jesús tienen como telón de fondo la vida de las aldeas de Galilea y refleja distintas experiencias de vida del campesinado. Solamente unas pocas se salen de este marco. Una de éstas es la del fariseo y el recaudador que se sitúa en contexto urbano y, más en concreto, en la ciudad de Jerusalén, en el recinto del templo: el lugar propicio para obtener la purificación de los pecados.

La influencia y atracción del templo para los judíos se extendía incluso más allá de las fronteras de Palestina, como lo mostraba claramente la obligación del pago del impuesto al templo por parte de los judíos que no vivían en Palestina. Pagar ese impuesto se había convertido en tiempos de Jesús en un acto de devoción hacia el templo, porque éste hacía posible que los judíos mantuviesen una relación saludable con Dios.

En tiempos de Jesús, el cobro de impuestos no lo hacían los romanos directamente, sino indirectamente, adjudicando puestos de arbitrios y aduanas a los mejores postores, que solían ser gente de las élites urbanas o aristocracia. Estas élites, sin embargo, no regentaban las aduanas, sino que, a su vez, dejaban la gestión de las mismas a gente sencilla, que recibía a cambio un salario de subsistencia. Los recaudadores de impuestos practicaban sistemáticamente el pillaje y la extorsión de los campesinos. Debido a esto, el pueblo tenía hacia estos cobradores de impuestos la más fuerte hostilidad, por ser colaboracionistas con el poder romano. La población los odiaba y los consideraba ladrones. Tan desprestigiados estaban que se pensaba que ni siquiera podían obtener el arrepentimiento de sus pecados, pues para ello tendrían que restituir todos los bienes extorsionados, más una quinta parte, tarea prácticamente imposible al trabajar siempre con público diferente. Esto hace pensar que el recaudador de la parábola era un blanco fácil de los ataques del fariseo, pues era pobre, socialmente vulnerable, virtualmente sin pudor y sin honor, o lo que es igual, un paria considerado extorsionador y estafador.

En su oración, el fariseo aparece centrado en sí mismo, en lo que hace. Sabe lo que no es: ladrón, injusto o adúltero; ni tampoco es como ese recaudador, pero no sabe quién es en realidad. La parábola lo llevará a reconocer quién es, precisamente no por lo que hace (ayunar, dar el diezmo…), sino por lo que deja de hacer (relacionarse bien con los demás).

El fariseo decimos que ayuna dos veces por semana y paga el diezmo de todo lo que gana. Hace incluso más de lo que está mandado en la Torá. Pero su oración no es tan inocente. Lo que parecen tres clases diferentes de pecadores a las que él alude (ladrón, injusto, pecador) se puede entender como tres modos de describir al recaudador. El recaudador, sin embargo, reconoce con gestos y palabras que es pecador y en esto consiste su oración.

El mensaje de la parábola es sorprendente, pues subvierte el orden establecido por el sistema religioso judío: hay quien, como el fariseo, cree estar dentro, y resulta que está fuera; y hay quien se cree excluido, y sin embargo está dentro.

En el relato se ha presentado al fariseo como un justo y ahora se dice que este justo no es reconocido; debe haber algo en él que resulte inaceptable a los ojos de Dios. Sin embargo, el recaudador, al que se nombra con un despectivo “ése”, no es en modo alguno despreciable. ¿Qué pecado ha cometido el fariseo? Tal vez solamente uno: mirar despectivamente al recaudador y a los pecadores que él representa. El fariseo se separa del recaudador y lo excluye del favor de Dios.

Dios, justificando al pecador sin condiciones, adopta un comportamiento diametralmente opuesto al que el fariseo le atribuía con tanta seguridad. El error del fariseo es el de ser “un justo que no es bueno con los demás”, mientras que Dios acoge graciosamente incluso al pecador. Esta parábola proclama, por tanto, la misericordia como valor fundamental del reino de Dios. Con su comportamiento el recaudador rompe todas las expectativas y esquemas, desafía la pretensión del fariseo y del templo con sus medios redentores y reclama ser oído por Dios, ya que no lo era por el sistema del templo y por la teología oficial, representada por el fariseo.

Si la interpretación de la parábola es ésta, entonces se puede vislumbrar por qué Jesús fue estigmatizado como «amigo de recaudadores y de pecadores», y por qué fue crucificado finalmente por las élites de Jerusalén con la ayuda de los romanos y el pueblo.

En esta parábola se cumple lo que leemos en la primera lectura del libro del Eclesiástico: “Dios no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido, no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja”. Dios está con los que el sistema ha dejado fuera. Como estuvo con Pablo de Tarso, como se lee en la segunda lectura, que, a pesar de no haber tenido quien lo defendiera, sentía que el Señor estaba a su lado, dándole fuerzas. Leer más…

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27.10. 2019. Dom 30, ciclo C. Lucas 18, 9-14. Fariseo y publicano, dos tipos religiosos

Domingo, 27 de octubre de 2019
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72683043_2456192371136288_1782374323617529856_nDel blog de Xabier Pikaza:

Identidad e historia de los fariseos

26.10.2019

No se puede identificar a los fariseos con los judíos ni a los cristianos con los publicanos… Ambas formas de religión se han dado entre judíos y cristianos, y desde ese fondo ha de entenderse el evangelio de este domingo, que comentaré en dos partes: (a) Comento el texto de Lucas 18, 9-14. (b) Ofrezco una breve historia de  los fariseos.

INTRODUCCIÓN. HUMILDAD Y VERDAD

La tradición cristiana identifica la humildad con la verdad, desde San Agustín hasta Santa Teresa.  No se trata de humillarse de forma masoquista y penitencial,  sino de ser lo que  uno es, y de serlo en verdad, reconociéndolo ante Dios (es decir, ante sí mismo, ante los otros), viviendo de esa forma, en consecuencia.

El publicano del evangelio  acepta lo que se, se reconoce en Dios, puede vivir en verdad, en sí mismo, ante los otros. Por el contrario, el fariseo, profesional de la oración, se eleva en este caso como un mentiroso: Miente ante Dios, se miente a sí mismo, y desprecia a los que él piensa que no son de su altura.

En esa línea podemos decir que ha habido infinidad de buenos “publicanos” entre los judíos,  y millones de cristianos fariseos, como muestran las imágenes de Teresa publicana y la de un rabino fariseo de la línea de los buenos publicanos

Lucas 18, 9-14 

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola:

“Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano.

El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.”

El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. “

Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.”

COMENTARIO DEL TEXTO

dom-ord-22-c-21-638El fariseo. ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás.

El mundo se dividía en dos mitades: en una estaba él y Dios (¡que en el fondo eran lo mismo, él era Dios!); en la otra mitad están (estamos) todos los demás. Las cosas funcionan razonablemente bien, muy bien, y este fariseo se lo venía a decir a Dios, esto es, a sí mismo, en un gesto solemne de auto-glorificación, ante los ojos de todos, que nos habíamos apartado para dejarle sitio en el centro y le miraban, con miedo, recelo y envidia desde la esquinas de la columnata.

Gracias te doy, porque no soy como esos otros): ladrones, injustos, adúlteros.

 Sin duda, este fariseo cumple la ley con sus mandamientos (como el buen rico del texto que sigue: Lc 18, 18-31). Pero, como sabe Pablo, una ley bien cumplida, de forma legalista, lleva a la muerte, pues termina dividiendo a los hombres entre cumplidores y no cumplidores, entre limpios y manchados (expulsando de su centro a los que no son importantes).

Los “cumplidores” pueden utilizar la ley para triunfar, imponiéndose sobre los demás, sin misericordia. Entre ellos se encuentra este fariseo, que ha venido a decirle a Dios que ha triunfado, y a darle gracias por ello.

  Buena es la ley, seguiría diciendo Jesús, pero entendida como la entiende este fariseo es un arma terrible, al servicio de la propia seguridad y del desprecio de los otros.

Ésta puede ser la ley de un tipo de políticos que buscan su propia justificación a costa de los otros…, a los que echan la culpa de todo.

Ésta es la ley del “buen capitalismo” que piensa que tiene razón en lo que hace (¡y hasta paga los impuestos, con justicia “religiosa”, y financia procesiones y manifestaciones de triunfo religioso!), pero condena a la pobreza a millones de personas…

Es la ley de los jerarcas del templo que administran con buena conciencia su dinero y su memoria histórica, para condenar a los otros (¡ladrones, injustos, adúlteros…!). Entre ellos se encuentra este buen fariseo que no adultera con mujeres de otros (¡cumple la ley!), pero quizá no ama con ternura e igualdad a la suya (ni a ninguna), y que quizá “se divierte” con mujeres libres o prostitutas (¡que eso no es adulterio!), sin importarles lo que sienten, lo que piensa.

Ni como ese publicano.

La visión del publicano le confirma en la justicia y el valor de la suya. La visión del publicano le permite vivir más tranquilo, ser quien es y portarse como se porta… porque hay en el mundo publicanos y prostitutas a quieren utilizar sin remordimientos, porque son malos y se merecen lo que tienen (es decir, lo que no tienen).

 Este fariseo necesita que haya publicanos, para que cobren sus impuestos y realicen sus negocios sucios, necesita (probablemente) de la prostituta (por lo menos para sus desahogos morales: para sentirse bien). En el fondo, él mismo está diciendo (sin darse cuenta de ello) que su “justicia” está montada sobre la injusticia de los otros, una injusticia que él mismo está propiciando, dentro de un sistema religioso avalado por el templo (un templo al servicio de los fariseos).

Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.

 Antes se había detenido en los mandamientos de la ley de Dios (no robar, no cometer injusticias legales, no adulterar). Ahora se fija en los mandamientos de la iglesia: ayunar, pagar el diezmo… En un sentido, es un hombre ascético (ayuna), pero el ayuno puede haberse convertido en un medio de autocontrol y de autoseguridad para dominar mejor a los demás…

Es un hombre de diezmo: contribuye al mantenimiento de “su iglesia”… y se limita a dar una pequeña limosna a los pobres, para que sigan estando ahí, como ejemplo de lo que no se debe ser, de lo que no se debe hacer. Posiblemente es un rico que paga buenos diezmos, es decir, que ofrece mucho dinero para obras sociales al servicio del sistema (no de los pobres); es el rico que mantiene la injusticia de fondo de fondo de la sociedad, dando incluso muchísimo dinero en caridades al servicio del propio orgullo, publicadas en la televisión de turno, magnificadas por los voceros y clientes. Da para sentirse bien, da para que se mantenga y consolide su sistema

El publicano se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo.

 No, no podía mirar ni a la puerta del Sagrario. No miraba y, sin embargo, estaba mirando… No levantaba los ojos y, sin embargo, comprendía…Sabía que Dios es distinto y se ponía ante los ojos y las manos de ese Dios. Me costaba verle en el espejo, porque se escondía detrás de la columna, pero estaba seguro de era muy flaco, enfermizo, pero con ojos de amor. Me hubiera gustado jugar con él, pero no podía acercarme más allá del espejo… y así le seguí mirando.

Sólo se golpeaba el pecho, diciendo

Quería despertar su corazón su corazón “a golpes”, como se hace con alguien que parece muerto, que ha tenido una parada cardiaca y vemos que el médico sacude con fuerza su pecho para que el corazón pueda latir de nuevo… Nunca he comprendido demasiado estos golpes de pecho (y así tiendo a sospechar que son falsos), pero el evangelio nos decía que los golpes de estos publicanos eran verdaderos y sinceros. Leer más…

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