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“Aviso para gobernantes: está prohibido jurar el cargo”, por José María Castillo

Viernes, 4 de noviembre de 2016
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scale-phpEstamos en vísperas del nombramiento de un nuevo Gobierno. Y, como es costumbre, los nuevos gobernantes, en presencia del rey, prometerán o jurarán sus cargos. Es presumible que, dado que el Gobierno será de derechas, abundarán los que opten por jurar su fidelidad al desempeño del cargo que les asignen. Pues bien, para éstos, los que prefieren los juramentos, “aviso para gobernantes”: Está prohibido jurar.

En realidad, este aviso es para gobernantes y no gobernantes. Es para todo el mundo. ¿Por qué? Hace mucho tiempo, en 1855, Soren Kierkegaard nos hizo caer en la cuenta de una cosa tan simple y tan clara como ésta: “el juramento es una contradicción tan grande como dejar que un hombre jure poniendo la mano sobre el Nuevo Testamento donde dice: No debes jurar” (“El Instante”, nº 3). Y efectivamente así es. La prohibición tajante del juramento está en el evangelio de Mateo, en el Sermón del Monte (Mt 5, 33-37). Y está también en la carta de Santiago (Sant 5, 12). De modo que el que jura invocando a Dios, hace eso poniendo su mano sobre un libro que le prohíbe jurar. Así de simple, así de claro y así de contradictorio es el juramento, por más que lo haga el mismísimo presidente de los Estados Unidos, el día que jura su cargo, ante las cámaras de televisión de todo el mundo. ¡Una patraña más! Entre las muchas que nos televisan cada día.

Pero este asunto es más serio de lo que parece a primera vista. Prescindiendo de otras cuestiones (históricas y religiosas), que aquí se podrían plantear, lo que quiero destacar es que el juramento de no pocos cargos públicos es la primera señal de incompetencia que da el gobernante de turno. Porque, en definitiva, lo primero que (sin darse cuenta) está diciendo el tal gobernante es que su palabra, por sí sola, no merece el crédito que necesita para ejercer el cargo que le han encomendado. Por eso tiene que echar mano de Dios, invocar a Dios, poner a Dios por testigo, para que la sociedad acepte que él merece estar donde está y ejercer el cargo que piensa ejercer.

Por supuesto, casi nadie se da cuenta de toda la tramoya que entraña este teatrillo. Pero el teatrillo ahí está. Y en el centro de la escena, el protagonista del sainete, jurando – ante Dios y ante los hombres – que piensa seguir mintiendo, con pomposas apariencias de verdad absoluta, que le permitirán seguir ocultando la cantidad de mentiras, robos y otras lindezas por el estilo, todas ellas, ¡eso sí!, garantizadas con el sagrado nombre del Altísimo. Le sobraba razón a Flavio Josefo, escritor judío del s. I, cuando aseguraba que nadie debe jurar por Dios, porque nadie tiene derecho a profanar y manchar el nombre divino. Pero, sobre todo, a lo que nadie tiene derecho es a utilizar al santo nombre de Dios, para luego terminar prometiendo lo que no piensa hacer, engañando a la gente, protegiendo a los ricos, oprimiendo a los pobres, sometiendo a los débiles y tolerando, con su impunidad pasiva, el desastre de sociedad que tenemos. Y, para colmo, sacando pecho con la vanidad pueril del que asegura que tenemos la España que preside, como buque insignia, el crecimiento de Europa.

¿Es que se puede usar y abusar del santo nombre de Dios para semejante cantidad de despropósitos? Pue eso, ni más ni menos, es lo que – indudablemente sin darse cuenta – hacen quienes, poniendo a Dios como garante y testigo de sus conductas, gestionan las cosas de manera que la distancia entre los más ricos y los más pobres se hace en España, de día en día, más enorme y asombrosa.

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Felipe VI, ¿Su Majestad Católica?

Sábado, 21 de junio de 2014
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peq_coronaLos Reyes de España han estado muy vinculados a la Iglesia, sin embargo la única referencia que apareció en la proclamación del nuevo monarca fue una pequeña cruz

JUAN RUBIO | Pese a ostentar en el largo listado de títulos, y además en primer lugar, el de Su Majestad Católica, Felipe VI no tuvo en su coronación ni simbología ni ceremonia religiosas. Solo una cruz se coló en el acto.

La corona, que junto al cetro, lució en el estrado del Congreso de los Diputados, está rematada por una pequeña cruz, que aparece desde que en 1983 se adoptó oficialmente tanto el diseño de la corona como el del escudo,como símbolos del Estado.

No podía ser de otra manera. En la Constitución de 1978 se dice de forma explícita:

Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones. (Artículo 16, apartado 3)

En virtud de este artículo, la cruz fue desapareciendo de los lugares oficiales, aunque, de vez en cuando, se remuevan las cosas y salten las anécdotas. En el despacho de quien fuera presidente del Congreso, el socialista José Bono, destacaba un gran crucifijo que no parecía gustar a muchos diputados.

En otra ocasión, con motivo de un acto cultural en la catedral-mezquita de Córdoba, el Cabildo, por recomendación de la Casa Real, tuvo que retirar una cruz del lugar en el que se iban a celebrar los actos. Dos caras de una moneda.

En medio, la repetida frase de Tierno Galván al tomar posesión de su despacho en la Alcaldía de Madrid, cuando, invitado a quitar el crucifijo, dijo:

La contemplación de un hombre justo que murió por los demás no molesta a nadie. Déjenlo donde está.

El título de Majestad Católica queda como reliquia histórica. Fue concedido por Alejandro VI, el papa Borgia, en 1496 a los Reyes Católicos por su cruzada contra el islam.

reyes-catolicos-300x220Hoy, la Casa Real, en su protocolo, ofrece esta versión:

 

Hizo referencia en su momento a la concreta adscripción religiosa del monarca y a su defensa de la fe católica, aunque también denotaba, según ciertas interpretaciones, una proyección de carácter ecuménico y universalista en un momento en el que, por primera vez en la historia del mundo, un poder político –en este caso la Monarquía Hispánica– alcanzaba una dimensión global con soberanía y presencia efectiva en todos los continentes –América, Europa, Asia, África y Oceanía– y en los principales mares y océanos –Atlántico, Pacífico, Índico y Mediterráneo–.

José Luis Sampedro, experto en temas nobiliarios, refiriéndose a la jura o promesa, dice:

Ya no hay súbditos, sino ciudadanos, por lo que el rey solo tiene que hacer un juramento que consta de dos partes: respeto a la Constitución y a las leyes, y respeto a los derechos de las comunidades autónomas (…). El juramento se hace ante Dios, la promesa ante la conciencia y el honor. Cualquiera de las dos son válidas.

AF_Infantas2_SILUETA-300x200Lo que sí parece cierto, más allá de la sobria ceremonia y de la lógica ausencia de símbolos en un Estado aconfesional, es que haya algún guiño a ese título. Por lo pronto, entre las primeras visitas de los nuevos reyes, ya se ha incorporado la que realizarán al papa Francisco en los primeros días de julio. No faltarán otros gestos de cara a los católicos.

Quienes consideran una afrenta esta ausencia de ceremonia religiosa, evocando la coronación de Juan Carlos I en 1975, han de saber que, cuando el entonces príncipe, sucesor con título de rey, según las leyes vigentes entonces, juró la Ley de Principios del Movimiento de 1958, que decía:

La Nación española considera como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación.

Luego en 1975 es lo que correspondía hacer.

Eran otros tiempos

La Casa Real sondeó al entonces cardenal arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), Vicente Enrique y Tarancón, sobre el formato de celebración religiosa que podría llevarse a cabo.

Ya habían hablado antes el príncipe y el cardenal con motivo del entierro de Franco, cuando un grupo de obispos intentó que al sepelio del caudillo acudiera el Episcopado en su totalidad. Se acordó que lo presidiera el cardenal primado de Toledo y unos pocos obispos, mientras que el presidente de la CEE se reservaría el acto de coronación del nuevo rey, también con pocos obispos.

El cardenal madrileño, administrador de sutilezas y equilibrios, no quiso ofrecer una imagen que pareciera la continuidad. Él mismo propuso un sencillo Te Deum, breve ceremonia de acción de gracias. Pero fue el príncipe quien, en una llamada telefónica, le pidió que se celebrara una misa solemne, y en la Iglesia de los Jerónimos.

El cardenal se puso esa misma noche manos a la obra y pidió ayuda al entonces director Vida Nueva, José Luis Martín Descalzo. Ambos sabían que se trataba de un texto histórico. Y lo fue [ver íntegro]

Hubo quienes creyeron advertir en el tono de la homilía del cardenal un aire de admonición que parecía propia de otros tiempos, diciendo que “el altar estaba dictando al trono lo que debía de hacer”. El cardenal tuvo que salir al frente de las acusaciones, no solo con la exquisitez y equilibrio del texto en sí, sino incluso contando cómo “se me olvidaron las gafas para leer de cerca y tuve que hacer un esfuerzo, retirando los folios y alzando la voz”.

Felipe VI, ¿Su Majestad Católica? [íntegro solo suscriptores]

En el nº 2899 de Vida Nueva

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“Un Rey que no jura su cargo”, por José María Castillo, teólogo.

Martes, 17 de junio de 2014
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1227014359943Leído en su blog Teología sin Censura:

En vísperas de la proclamación de Felipe VI como rey de España, se anda diciendo que el nuevo monarca seguramente no va a jurar, ante un crucifijo y una Biblia, el cargo de jefe del estado que asumirá en breve. En caso de no jurar, sino de limitarse a prometer fidelidad a la Constitución, ¿hace bien o hace mal?

Por supuesto, si Felipe VI no hace un juramento (invocar a Dios), sino una promesa (dar su palabra), hace lo que tiene que hacer, si es que este asunto se contempla desde el punto de vista constitucional. Si la Constitución es aconfesional, la toma de posesión del jefe del estado debe serlo también. Pero, ¿y si esta situación se analiza a fondo desde el punto de vista religioso? Si sociológicamente España sigue siendo un país religiosamente cristiano (y católico), ¿no sería lo más coherente que este nuevo rey haga, al ser coronado como tal, lo mismo que han hecho, en la larga historia de la monarquía, todos los reyes que en España hemos tenido?

La respuesta ahora tiene que ser más tajante que si la cosa se mira solamente desde una consideración meramente política, jurídica, civil o laica. Quiero decir, si pensamos en este asunto desde la fe cristiana, es decir, desde el Evangelio, entonces es cuando hay que oponerse con firmeza a que el rey (o cualquier otro ciudadano, que se considere cristiano) haga un juramento.

felipe6Por una razón tan clara como sencilla: el Evangelio prohíbe jurar. Lo dijo Jesús de forma terminante: “Yo os digo que no juréis en absoluto: no por el cielo… No por la tierra… Tampoco por vuestra cabeza… A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno” (Mt 5, 33-37). Por eso tenía toda la razón del mundo Soren Kierkegaard cuando advirtió que no tiene razón alguna hacer un juramento poniendo la mano sobre un libro (la Biblia) que prohíbe jurar.

Y sin embargo, los juramentos se encuentran entre todos los pueblos y en todas las culturas. ¿Por que? Porque son un símbolo primario de la religión. Dado lo que es la condición humana, y supuesto que los humanos (con demasiada frecuencia) anteponemos nuestros intereses o conveniencias a la realidad de lo que es “lo verdadero”, también con demasiada frecuencia los humanos nos comportamos como unos perfectos embusteros. De ahí que nuestra palabra, tantas y tantas veces, no merece crédito alguno. Por eso, desde que en este mundo hay religión, ni los contratos, ni los tratados, ni la administración de justicia funciona sin un juramento. Así, el juramento es el lugar donde claramente se encuentran la religión, la moralidad y la ley. Y esto se hace con una finalidad evidente: para que un poder superior y absoluto le dé a nuestra palabra humana el poder y la credibilidad que ella por sí misma, y por sí sola, no tiene. De ahí, la necesidad que tienen de la religión sobre todo los más embusteros.

1402910658500zarzuela-galc4Y me permito acabar esta breve reflexión con una última sugerencia. La postura tajante del Evangelio contra los juramentos es, en el fondo, una postura tajante contra la religión. O, si se prefiere, es una de las pruebas más claras de que, efectivamente, el Evangelio no es un “libro de religión”, sino un “proyecto de vida. Cuando Jesús dijo “a vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno” (Mt 5, 37), en última instancia, lo que Jesús estaba afirmando era la condición laica del Evangelio.

Jesús nos estaba diciendo a todos los seres humanos: tenéis que ser tan profundamente humanos, tan auténticos, tan cabales, tan sinceros, tan honrados, que quien se vea en la necesidad de echar mano de los dioses para marrarlos a nuestras palabras (tantas veces interesadas y falsas), ése está diciendo (sin darse cuenta de lo que dice), no solamente que es un mentiroso, y por eso pone a Dios por testigo de su credibilidad, sino que además hace eso porque en su vida actúa como motor el Maligno. Porque eso, y no otra cosa, es lo que hace Satanás: utilizar a Dios para que me dé la credibilidad que yo no merezco. Cuando la religión se utiliza para esto, como se utiliza para hacer carrera, para mandar sobre los débiles, para defender intereses o conveniencias, en definitiva, para disfrazar nuestras contradicciones y hasta nuestras maldades, semejante religión no es cosa de Dios. Es cosa muy oscura, que viene del Maligno.

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